Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Errores duraderos por 1827kratSN

[Reviews - 0]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

 

Escuchó los rumores desde hace muchos años, décadas tal vez, de esos que se daban en medio de fiestas cuando los comensales estaban aburridos o en reuniones informales que nada productivo daban… Pero jamás quiso creerlo… Porque él confiaba en Francia, en su amado Francia…, en su gran amor.

Pero la evidencia estuvo frente a él… tan cruda y cruel.

Se ocultó detrás de una columna, cubriendo sus labios temblorosos con su mano enguantada de blanca tela… y vio con dolor como aquellos labios que desde hace tanto tomaron los suyos con dulzura… se posaban sobre otros ajenos.

Vio la ternura que a él le faltaba y le negaban.

Vio el dulce trato que él suplicaba.

Vio a su Francia adorar a un ajeno.

 

—No… —susurró sin fuerzas, ahogando su débil voz con su mano.

 

¿Qué hizo mal?

¿Cuándo lo hizo mal?

¿Por qué lo hizo mal?

¿No se esforzó lo suficiente?

¿No cedió lo suficiente?

¿No se entregó lo suficiente?

¿Qué sucedió?

Entonces llegaron a su memoria las decenas de frases que escuchó, todas declarando su matrimonio como mera formalidad de una alianza que tambaleaba… Recordó que muchas veces le dijeron que su matrimonio con Francia solo era una estrategia para evitar otra guerra… Le dijeron que su feliz matrimonio siempre fue una mentira… Y nunca les creyó.

Pero al ver a Francia en ese instante, en esa fiesta, con esa otra representación… Todos esos rumores se volvieron realidad.

Su matrimonio era el fantasma de un amor que ya no existía… Su matrimonio solo era una mentira.

Y dolió tanto.

Tanto.

Demasiado.

Tuvo que excusarse por primera vez, y faltar a tan importante reunión.

Abandonó la fiesta que por semanas esperó con ansias para reencontrarse con su amado.

Se fue de ahí con la frente en alto, con elegancia y porte, sonriendo con sutileza al anfitrión con quien se excusó, apretando su bastón adornado en finas joyas, acomodando mil veces sus guantes, doblando cientos de veces más su pañuelo…

Hasta que estuvo lejos de todo… y cayó.

 

—No…

 

Se negaba a creer eso y a la vez lo creyó.

Porque acababa de presenciar como aquel que fue el amor de su vida, lo humillaba frente a toda esa gente… Y más que eso… Que aquel infeliz se atrevía a asistir a una fiesta con el amante, aun sabiendo que su esposo real iría también.

Tanta rabia acumulada, tanto dolor que quería salir a flote…

Gritó al viento.

Se derramó en silencio sobre un prado lejano y desolado, desconsolado llanto que reflejaba el dolor de media vida basada en una mentira.

Y gritó de rabia al recordar las decenas de rumores que dictaban a Francia como un amante empedernido que buscaba nuevos labios cada cierto tiempo… Y arrancó la mala hierba con sus manos desnudas mientras imaginaba el rostro de todos los que usurparon su lugar… Y sollozó al entender porqué aquel francés no volvió a besar su piel… aunque se lo rogara…

Se sentía tan humillado y desesperado…

Se sentía destrozado y minimizado…

Le restregaron en la cara lo despreciado que había sido.

Fue un desastre.

Solo el viento sabría cuánto dolor exteriorizó aquel reino cambiante.

Y solo las nubes sabrían de las sonrisas hermosas que murieron ese día.

Solo la noche sería testigo de cómo un destrozado señor de reinos, se deshizo de su anillo marcado en su dedo y del pañuelo bordado con su nombre, para envolverlos con rabia en un chaleco sucio de tierra y mojado por las lágrimas.

.

.

.

—Fue mi culpa… quizá —susurró—. Fue mi culpa.

 

Nadie estuvo para decirle que no era su culpa, así que en la mente de Reino Unido fue así… Fue su culpa.

Y esa culpa le robó la sonrisa, la piedad, los sueños, y su amor incondicional.

Fue esa culpa lo que destrozó su confianza.

Fue esa culpa lo que lo obligó a terminar con su maltrecho matrimonio.

Porque no había reparo.

.

No fue al siguiente día o mes, tuvo que pasar un largo tiempo hasta que lograra recuperar sus fuerzas y hubiese llorado lo suficiente en la soledad de su cuarto. Tuvo que esperar…

Pero ya había esperado lo suficiente.

Cuando se sintió listo, el gran Reino Unido tomó su orgullo y pactó una cita con aquel que dejó de ser su gran amor…

Se trasladó a tierra ajena porque no quería más malos recuerdos en la suya.

Y buscó por última vez al infeliz que le quitó hasta su amor propio.

 

—Querido…

—Francia —UK no sonrió, porque ya no podía—, ha pasado tiempo.

—Te extrañé, sabes —fue una sonrisa como la de antes—. Supongo que estabas ocupado y por eso no quisiste recibirme antes… Pero sabes bien que siempre vuelvo a ti, aunque me tarde un poco.

—Claro —carraspeó mientras buscaba en su bolsillo.

—Lamento no haber ido a casa —deslizó sus dedos por la madera del escritorio mientras sus pasos lo acercaban a su amor—. Ya sabes, nuestros monarcas tenían diferencias y…

—He traído esto —suspiró cansado, sin prestar atención a esa voz insulsa.

—¿Qué es? —tomó en sus manos algo envuelto en tela y cuerda.

—Doy por terminado nuestro aparente matrimonio.

 

Se entregó el anillo pulido, tan hermoso como cuando se lo dieron, envuelto en el pañuelo que Francia le dio cuando le pidió aquel compromiso, con la tela lo mejor conservada posible a pesar del uso.

 

—UK… de qué…

—Nueva Francia se quedará a mi cargo por un tiempo más —habló con firmeza—, hasta que lo considere necesario, pero podrás visitarlo mientras se cumplan los acuerdos que se pactaron.

—Cher, ¿de qué…?

 

Aunque el inglés estuviera indignado por la desfachatez de Francia, su rostro no mostró nada… Solo se acomodó el monóculo y respiró profundo.

 

—Varios fueron los amores que me reemplazaron, lo sé… —Francia lo miró confundido— y creo que me tardé demasiado en formalizar nuestra separación… Lamento si te ocasioné algunos inconvenientes con tus amantes —agravó su voz con la última palabra.

 

Fue la única pista de su furia.

Y fue la primera advertencia al mundo, fue aviso de que el antiguo Reino Unido murió.

 

—Debemos hablarlo —Francia dejó de lado todo e intentó acercarse.

—Lo haré público lo antes posible para que los rumores se terminen —se alejó con gracia del toque ajeno—, pues son muy molestos.

—Son rumores.

—Te vi —dijo con desprecio antes de encaminarse a la puerta—. No te atrevas a negarlo.

—Pude haber probado muchos labios, pero mi corazón es solo tuyo, cher.

—¿Qué miserable declaración es esa? —lo miró con desprecio.

—Mi amor… Mi señor tecito… Mi rey de reyes…

—Si alguien pregunta, las apariencias pudieron más… hasta hoy —el inglés miró las reliquias en el escritorio francés—. Queda disuelto el pacto… Ya eres libre y yo también.

—UK espera…

—¿Necesitas algo más de mi parte? —elevó una ceja antes de revisar su reloj de bolsillo—. Tengo muchas otras cosas que hacer.

 

Fue en ese momento que Francia se dio cuenta del cambio…, de lo distinto que era la representación ante él.

 

—¿Dónde quedó tu sonrisa?

—Se fue cuando te vi rozando tus labios y deseos con tu amante número… ¿qué numero era?

—Mi querido…

—Tengo dignidad y la conservaré.

—Cher!

 

Cuánto amor acumuló y tuvo que soltar de golpe. Cuántos sueños aún conservaba y le era difícil soltar. Cuánta furia acunó por la tremenda hipocresía de aquel francés que decía seguir amándolo… Oh, solo Dios sabía cuánto dolor le causó todo eso.

Y tuvo que esperar a que dejara de doler.

Esperó a que su gente cambiara. Esperó hasta que los rumores se extinguieran. Esperó hasta que las burlas a su dignidad desaparecieran. Esperó hasta que lograra entender que su pequeño hijo, vestigio de su Francia, debía ser tan libe como él. Esperó demasiado… y ni así logró olvidar del todo.

Porque Francia fue su gran amor… Fue su todo… Y ahora era su nada.

Y peleó.

Tuvo que pelear mucho contra él mismo, contra tierras ajenas, contra la maldad de otros, ¡con todos! … Hasta que un día pudo mirarse al espejo y decirse que fue su culpa pero que tenía que superarlo.

.

.

.

Y aun así… Francia volvió.

 

—Chéri, vuelve a mí… Como antes, como siempre debió ser.

—Ya deja de hacerme daño.

—¿Cómo podría dañarte el amor que nos juramos sería eterno?

—Daña tanto como para que te odie ahora mismo.

 

Pero no era odio hacia Francia, no lo era en totalidad, sino era odio hacia sí mismo. Porque cada que aquel idiota volvía a buscarlo… él cedía, se emocionaba, temblaba y resbalaba un escalón solo para que aquellos brazos lo rodearan en modo de protección.

Una vez más.

Necesitaba una vez más de esos labios, de ese calor y esa voz.

Cuántas veces cayó en la tentación por consumar una noche atiborrada de la pasión que murió hace tanto.

Cuántos días se veía reflejado con odio ante el escaparate de una tienda.

Cuántas veces vio su reflejo en aquellos iris malditos que lo tenían por objetivo.

Cuántos besos correspondió entre jadeos involuntarios y miserables que le recordaban el amor que aún no soltaba por completo.

Era miserable.

Era doloroso.

Era un desastre.

Y lo fue por muchos años… Porque cada vez que sentía el poder de abandonar a Francia, éste volvía con un detalle que derretía sus barreras y lo dejaba expuesto ante una felicidad efímera.

Y él siempre terminaba siendo el culpable…

Y Francia siempre terminaba siendo la víctima.

 

—Estoy saliendo con alguien.

—Sal y disfruta… Pero siempre vuelve a mí, señor tecito… porque yo soy tu amado y nadie más.

—¡Deja de llamarme así!

—Tú sabes bien que podrás fingir amar a quien quieras, pero al que amas en verdad es a mí.

—Mentira.

—Entonces… ¿por qué siempre vuelves a mis brazos?

 

No pudo responder… Nunca pudo responder.

Porque sentía rabia al saber… que aun amaba al estúpido francés.

 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).