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Copos de nieve por Kaiku_kun

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Unos segundos después, estaban delante de la torre de la familia Lovegood. Por fuera, todo estaba igual. La nieve empezaba a tomar asiento entre las plantas del jardín, sin ciruelas dirigibles esta vez. Ahora había dos manzanos jóvenes enmarcando la entrada, en vez de aquellos más ancianos que el ataque que sufrió la casa (aparentemente) destruyó. La madera de la puerta parecía recién barnizada, pero seguía teniendo aspecto de haber vivido muchas explosiones caseras.


Dicha puerta se abrió sin que nadie llamara y Luna apareció con su larga melena atada a un costado y un conjunto en azul y blanco, como su casa en Hogwarts. Su rostro parcialmente deslizado hacia la locura era un sinfín de rastros de felicidad.


—¡Hola! ¡Qué rápido! ¡Pasad!


Los cuatro invitados siguieron a Luna, quien se escurrió con velocidad hasta la cocina y sacó una bandeja de tazas de té. A Hermione le picó la curiosidad: ¿por qué no lo hizo con magia? ¿Acaso era dedicación a sus amigos?


La casa había sufrido un ataque de inspiración artística durante aquellos años. A pesar de que la mayoría del lugar tenía el azul como protagonista, había formas, figuras amorfas, animales y siluetas de personas en distintos colores, algunos destacando vivazmente por encima del azul. Luna no había cambiado nada. Hermione la pudo imaginar en un arrebato artístico simplemente llenando todo y ella misma de pintura.


Hermione dejó su ruta turística mental y se fijó en el centro de la estancia: Neville ya había llegado y estaba en el sofá más pequeñito de todos. Se había abrazado con todos sus amigos y ahora le tocaba a ella.


—¡Hola, chicos, cuánto tiempo!


—Hola, Neville. ¡Tienes buen aspecto! —comentó Harry.


Lo que vino a continuación sorprendió a Hermione: empezó la conversación menos trascendental del mundo. Neville explicó inmediatamente que no encajaba con los aurores (Hermione ni sabía que había sido compañero de Ron y de Harry, eso la molestó) y se empezó a buscar la vida con la herbología y entró de prácticas con Pomfrey en Hogwarts. En cambio, Luna se había pasado prácticamente todo este tiempo bien cuidando de la casa, o bien viajando con su padre buscando criaturas exóticas y buenas historias para el Quisquilloso.


Lo sorprendente para Hermione fue que le apeteciera tanto. Obviamente aquella conversación iba a suceder, pero normalmente a ella le entusiasmaban mucho más las discusiones sobre el conocimiento, una conversación que iluminara su cerebro con interés y contenido, que fuera estimulante. Eran aquellas conversaciones que ya sólo podía encontrar en los libros, debido a la alta carga de su trabajo y la habilidad de Ron para perderse al cabo de dos minutos de explicación.


Su rostro se ensombreció un tanto recordando dónde había estado hasta ahora. El momento indicado para que Luna la intentara sacar de quicio:


—¿Queréis ver los peribelibedes? En la parte de atrás se han reunido muchos.


Los invitados se miraron con la lógica duda en los ojos.


—Vamos, será divertido —se apuntó Ginny.


Los cinco se levantaron y pasaron a la parte del nuevo estudio del padre de Luna, que aparentemente no estaba. Allí la decoración era un poco más sobria, pero también había muchos cachivaches que Hermione estaba totalmente dispuesta a evitar. Luna lanzó un pequeño conjuro para esclarecer el cristal de la única y bastante ancha ventana para que se pudiera ver el exterior con claridad.


—Oye, Luna, ¿y tu padre?


—No ha podido volver a tiempo de su viaje a Hungría con unos amigos —dijo, sin mirarles—. Estaban investigando una variante parcialmente invisible de dragón y necesitaban su ayuda.


—Vaya, seguro que a Charlie le encantaría saber de ese dragón —comentó con cierto entusiasmo Ron.


Neville se acercó a Luna, mucho más sensible que su compañero. Era obvio que Luna se había sentido sola.


—Bueno, pues nos alegra que nos hayas llamado.


—¡Eso! —saltó Ginny, poniéndose a su otro lado—. Has hecho bien. Y ahora, ¿dónde decías que estaban esas criaturas?


Luna miró a todos sus amigos uno por uno sonriendo con tranquilidad, mirándoles fijamente a los ojos como si quisiera retratar el momento. Se paró un segundo de más en Hermione, quien tuvo miedo que notara que no estaba al cien por cien de sus capacidades. Quedó algo avergonzada por ello, pero Luna no dijo nada.


—Pues… mirad ahí —susurró, de repente, como si fuera a espantar a un ciervo solitario.


Luna señaló hacia… Hermione no podía creerlo, ¡podía estar señalando a cualquier parte! Luna mantuvo el brazo en alto, hasta que empezó a crear líneas en el aire. En silencio, sus amigos dedujeron que estaba siguiendo copos de nieve, pero que Merlín adivinara a cuál de ellos, pues la nevada se estaba intensificando.


—¿Qué es… eso? —preguntó Ginny, entornando los ojos para ver mejor. Claro, era jugadora de Quidditch, pensó Hermione, estaría más preparado para ello.


—¿Qué es qué? —insistió Ron.


Ginny también empezó a hacer lo que su amiga rubia, y pronto Hermione pudo verlo: diminuto, casi invisible, emitiendo un pequeño resplandor que bien podría haber sido un Lumos, encima de un copo. El tono no era exactamente blanco. Conforme más copos bajaban, más veía.


—Es… asombroso… —susurró.


—Es precioso, Luna —le aseguró Harry.


Se asemejaban a pequeñas luciérnagas blanquecinas, pero tenían unas finas alas, grandes como las de una mariposa, de tonos que se mimetizaban con el entorno si no las batían. Cuando lo hacían, desprendían un poco de luz que dependía del color de las mismas alas. Había de azul claro, verde, amarillo y rosa. Y cuando el copo tocaba el suelo, simplemente remontaban el vuelo y se posaban en otro.


—Vaya, no sabía que existieran esas criaturas —admitió Hermione, apretujándose con Ginny—. ¿Cómo las has atraído?


—Piedras luminiscentes —dijo, con cierto entusiasmo—. Los peribelibedes se alimentan de la luz de un día de nieve y buscan maneras de aparecer en días como este. También se ven atraídos a la luz tenue de las rocas minerales, así que he puesto algunas piedras luminiscentes de mi padre en la pared exterior para que se agrupen.


—Y… ¿por qué se posan encima de los copos?


—Nadie lo sabe —contestó Luna en el más característico de sus tonos, aquel que te decía que todo era mágico y sacado de un sueño y que valía toda la pena del mundo—. Yo creo que es porque tienen miedo de que la nieve desaparezca y no llegue a tocar el suelo.


—Quién sabe, quizás la nieve mejora la circulación de sus patas —añadió Hermione, en su línea—. Si es que tienen.


—Es posible.


A Hermione le dio la impresión de que humanos y peribelibedes se estaban hipnotizando mutuamente. Las criaturas se acercaban por una luz que ellos no veían, y los invitados de Luna (o, por lo menos, la misma Hermione) observaban a decenas de aquellos… insectos, o hadas quizás, caer con la nieve.


Pasó un largo rato antes de que alguien dijera nada. Luna decidió que se merecían un descanso del apasionado avistamiento de peribelibedes y les invitó a sentarse en el sofá de nuevo. Las tazas de té se rellenaron de nuevo, bien calientes.


Hermione miró a Luna. Algo había aparecido salvajemente en su mente, no podía quitárselo de la cabeza. No era malo, pero estaba sorprendida de no poder pensar en otra cosa. Su mirada algo confusa hizo que la anfitriona se explicara:


—Una de las facultades que tienen estas criaturas es que observarlas despeja la mente. No hay que pensar en nada. Sólo buscar la luz. Y, luego, aparece un pensamiento que hay que atender inmediatamente.


—Es como un método de sugestión —comentó Harry, inmediatamente. ¿Le pasaría a él también?


—Sí, parece —dijo Ginny.


Cada uno de los presentes parecía tener un solo pensamiento en la cabeza en ese momento. Harry miraba con cierta timidez a Ginny, y ésta a él. Se susurraron un par de cosas que nadie más oyó y asintieron con energía. Neville, en cambio, parecía a punto de llorar. Ron miró al suelo, algo ausente, poniendo unos morros tristes que preocuparon a su novia.


Pero Hermione no pudo concentrarse mucho en él. En su lugar, volvió a mirar a Luna, quien sonreía, complacida por la escena. Su pensamiento otorgado por los peribelibedes era de lo más infantil, increíblemente infantil. No podía creer que quien había pensado eso fuera Hermione Granger.


—Sé que os vais a ir pronto —dijo Luna. Tenía un matiz triste en su mirada de ensueño—. Los pensamientos que dan los peribelibedes sólo son deseos o temas inconclusos que ya existían en vuestras mentes. —Luego miró a Hermione con cierta intensidad—. El trabajo de estas criaturas es este: traer lo que nos hemos negado al frente.


Neville no pudo aguantar más: se levantó y dio un enorme abrazo a Luna, quien se mostró sorprendida por unos instantes.


—Ha sido genial, de verdad. Tengo que ir a ver a mis padres. Hace demasiado tiempo…


Medio minuto después, se había desaparecido. Recordando el pasado familiar de Neville, todos miraron al suelo durante unos segundos.


Ron fue el siguiente. Con muchas dudas, y sin dar muchos detalles, dijo que tenía que irse.


—¿Te encuentras bien? —le preguntó Hermione.


—Creo… que no. ¿Podré estar solo?


—Claro, lo que necesites. —Aunque Hermione notó que se refería más al resto de su familia.


Él también se desapareció de la casa de los Lovegood.


Ginny y Harry parecían mucho más felices. Se miraron y miraron tanto a Luna como a Hermione, como si quisieran ser los últimos en hablar. Luna no iba a presionarles, y Hermione no consideraba apropiado liberar su pensamiento en ese momento.


—Creo que… acabamos de decidir tener hijos —admitió Ginny. Harry asintió enérgicamente.


—¡No me digas! —estalló Hermione—. ¡Es genial!


—Vaya, es el mejor pensamiento que han traído los peribelibedes en mucho tiempo —se alegró Luna, sonriente.


—No sabemos cuándo —puntualizó Harry—. Tenemos nuestras carreras y las estamos disfrutando. Pero en algún momento, sí, los tendremos.


Entonces Ginny susurró algo al oído de Harry con rapidez y este sonrió un poco más, asintiendo.


—Si tenemos a una niña, nos aseguraremos de que una parte de su nombre sea el tuyo, Luna —le anunció Ginny.


Luna cambió su rostro totalmente. Hermione pensó que iba a llorar, y entonces recordó de repente el techo antiguo de la habitación de Luna, con todos los asistentes a esa particular tarde pintados en el techo con unas doradas letras que decían «amigos». Era posiblemente el mejor regalo que sus amigos Harry y Ginny le pudieran haber hecho.


—Creo que nos gustaría meditar todo esto a solas, o quizás decírselo en secreto a mi padre —dijo Ginny a modo de conclusión—. El resto haría de todo un circo, ya sabéis.


—Sí, lo veo a venir —se rio Hermione.


—Nos iremos a casa.


Ginny se levantó y ofreció sus brazos a Luna, a quien le faltó tiempo para corresponder el abrazo. Hermione pensaba que se destruirían la espalda la una a la otra del apretón. Harry fue más suave con su abrazo.


—Hermione, ¿nos vemos luego? —preguntó Harry.


—No, dile a Molly y a Ron… que he vuelto a casa —dijo, con un suspiro.


—De acuerdo —dijo, algo más apagado. También la abrazó a ella, y Ginny se sumó—. Recuerda que nos tienes, ¿vale?


—Sí. Anda iros. No quiero que me veáis llorar.


Ginny se rio y abrió camino. Al cabo de unos segundos, en la casa quedaban sólo Hermione y Luna.


Hermione se topó con la mirada de su anfitriona. Parecía expectante, con su mano izquierda cubriendo la derecha, formando una uve con sus brazos. El cerebro hipnotizado de la invitada le obligó a colocarse mejor sus rizos. Era tan absurdo.


—Has estado mal este tiempo —dijo Luna, directa como ella sola. Ahí en el salón, estando las dos de pie, los segundos no pasaban.


—Sí. Ha sido complicado.


Luna se sentó en el sofá más ancho y dio dos toquecitos para que Hermione se sentara a su lado. Ella hizo caso, sin pensar. Movió su pelo al otro hombro para, por lo menos, tener la decencia de ver a Luna con todo su campo visual cuando le dijera qué pensamiento había sobresalido. Además, es que tenía que verbalizar el pensamiento.


Un rizo le hacía cosquillas en la mejilla, negándose a apartarse de la vista.


—Siempre has tenido un pelo muy rebelde —dijo Luna.


Una mano blanca como la nieve reaccionó y rozó la mejilla de Hermione. Dos dedos tomaron el rizo rebelde y lo pusieron detrás de la oreja. Hermione tragó saliva y miró hacia la mesa, soltando aire.


—Mírame —le pidió Luna. Hermione hizo caso. ¿Por qué?—. Te avergüenza lo que has pensado.


—Es tan… tonto e infantil —se quejó, bajando la mirada hasta la falda de Luna. Luego volvió a subir hacia su rostro, intentando disimular. Ella sonreía tranquilamente.


—Dímelo —susurró.


—Yo quiero que… —Dudó y se frenó, pero su mente se lo pedía a gritos. Sácalo—. Quiero que me peines con los dedos.


Luna sonrió más, a pesar de que Hermione intentó torcer su cuello en la dirección opuesta de la rubia. Sus ojos saltones parecían gritar en una mezcla de felicidad y locura. Luego se convirtieron en comprensión.


—Pon la cabeza aquí —le pidió. Hermione miró.


Estaba señalando su falda. Hermione se sintió traicionada por su propio cuerpo, dándole pistas a Lovegood sobre lo que quería a cada segundo que habían pasado a solas. En cuanto lo hizo, esos mismos dedos finos se sumergieron en las profundidades de su melena rizada y discurrieron sin apenas obstáculos. Hermione sintió como si esos dedos fueran agua que arrastraba sutilmente su pelo hacia abajo y luego caía al suelo del baño.


Cerró los ojos instintivamente. No podía pensar en nada. Estuvo tentada de dejarse llevar y dormirse, como cuando era pequeña, pero no quería hacerle eso a Luna.


—¿Qué pensamiento te han dado a ti los peribelibedes? —le preguntó a Luna.


—Todos necesitamos amor. Cuidado. Cariño. Y que se nos lo demuestre de vez en cuando —dijo, sin cesar en su trabajo. Hermione esperó. Sabía que Luna tenía una forma particular de empezar sus reflexiones—. Yo hice trampa. Estuve observando a los peribelibedes antes de que vinierais, y sólo dan un pensamiento por cada nevada. Yo pedía lo mismo que tú.


—¿Cómo? —soltó, recolocándose para mirarla a los ojos.


Luna le puso una mano en la mejilla, interrumpida del peinado. Hermione sintió el rubor abriéndose paso por allá donde aquella mano estaba rozando.


—Pedía cariño —susurró, cambiando su palma por el dorso, y dibujó una línea en la mejilla de Hermione. La suavidad de la caricia desprendía tanto de ese cariño que no sabía que deseaba, que se dijo que ojalá no parara—. No quería pasar este día sola. En cuanto los peribelibedes me dieron el pensamiento, os envié la lechuza. Estos maravillosos seres flotantes siempre sacan a la luz algo muy importante. Aunque reconozco que tu pensamiento no era el que esperaba. Y creo que tú tampoco.


Hermione entendió, y negó, confirmando que efectivamente no era lo que había tenido en la cabeza a lo largo del día. Pero tampoco podía concentrarse en ello aunque quisiera. No dejaba de mirar a Luna a los ojos. Ella no cesó en sus caricias.


—Yo… he estado pensando en muchas cosas ahora… —empezó a decir Hermione, intentando no abandonarse del todo a aquella situación.


—¿Importan?


—Algunas sí. Otras… no lo sé.


—Dime una.


—He mentido a Harry. No voy a volver a casa de mis padres aún.


Luna asintió. No abandonó su sonrisa.


—Dime otra.


Hermione tragó saliva, dudando, pero lo dijo igualmente.


—No quiero que dejes de acariciarme.


Luna no pidió más. Su mano tomó delicadamente el rostro de la joven y se dobló para dejar que sus labios se encontraran con los de una Hermione inmóvil, entregada a ese deseo que se había ido abriendo paso con cada segundo que había pasado a solas con Luna.


—¿Te importa si paso unos días contigo? —le pidió Hermione, cuando Luna le dejó espacio para hablar.


—Claro que no.


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