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Castigo Divino por Mascayeta

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Dicen los antiguos que Licaón era un rey amado por su pueblo, lleno de sabiduría y con la capacidad de ver las oportunidades en donde otros solo encontraban desdicha.


Sus herederos se contaban como cuarenta y nueve príncipes y una sola princesa, Calisto, aquella que se dedicó en cuerpo y alma a la diosa Artemisa, la que moriría virgen y sería el ejemplo de la gloria del pueblo de Licosura.


Sin embargo, el infortunio llegó a este reino cuando Zeus enamoró a Calisto, quien embarazada del dios fue castigada por su padre y por las deidades que se sintieron ofendidas, siendo convertida en una Osa. Al menos, el libidinoso titán del trueno se compadeció y la envío al cielo convirtiéndola en las estrellas que noche a noche nos acompañan y que conforman  La Osa Mayor...


...pero esa no es la historia que nos ocupa, sino lo que sucedió con el hijo de aquella que fue despreciada, Licaón lo tomó por obligación bajo su cuidado, y continuó con las prácticas de alabanza a Zeus, quien aparentemente no había notado la sangre que se le ofrecía en cada sacrificio.


Los rumores llegaron a sus oídos y así, por insistencia de los habitantes del Olimpo, bajó convertido en un humilde forastero a visitar a su nieto para comprobar las mentiras alrededor de su más devoto servidor.


Licaón se dio cuenta de la trampa y mandó a preparar al dios el bocado más preciado del reino, uno hecho con la tierna carne de un ser casto e inmaculado.


Al descubrir a su hijo cocinado y servido como plato principal, Zeus castigó al soberano de Licosura y a su descendencia convirtiéndolos en lobos, seres que tendrían cada luna llena que aullar al satélite para solicitar el perdón divino, que podrían alimentarse de otros mamíferos, pero nunca consumir carne humana, de esa manera retornarían a su forma original.


Desorientados y humillados, los cincuenta machos se marcharon del lugar dispersándose por el mundo...


El resto de la historia continuó para los niños con la parafernalia que solo el gran Miyagi Yô podía. Yokozawa se levantó dejando a su joven protegido absorto en la palabrería del lobo mayor.


Takano le observó retirarse, depositando un suave beso en la cabeza de su pareja, se retiró detrás de su amigo.


Misaki arrugó el entrecejo, en el grupo era mal vista la unión entre Alpha macho, y cualquier otro hombre que no fuese un Omega, pero desde que los ojos grises aparecieron, más de uno se sentía atraído por el olor que emitían.


La mano de Shinobu le hizo apartar la mirada del sendero, con una sonrisa, los dos Omega regresaron la atención a la historia sobre la distribución de las manadas y los líderes actuales de cada una.


—Deberías volver con tu pareja, no quiero problemas —pronunció Takafumi sacando un cigarrillo de la cajetilla comprada en el pueblo.


—Misaki podrá imaginarse lo que quiera y morir de los celos, sin embargo —dijo quitándole el pitillo encendido de los dedos—, si tu deseas, podríamos volverlo realidad.


La carcajada por la molesta mirada que le fue regalada hizo que Yokozawa suspirara y no entrara a la batalla verbal, que, si bien podía ganar, no tenía intención de sostener.


Los fuegos artificiales y la música anunciaron que la celebración había comenzado. La ironía mostraba como la maldición de Zeus, había mutado a través de los siglos para convertirse en la fecha de inicio de la raza a la que pertenecían.


Recibió lo que quedaba de su cigarrillo y dio dos caladas para pisarlo, pronto los dirigentes de las manadas de la región se harían presentes para hablar de las uniones acordadas en favor de mantener el linaje y poder protegerse de los peligros que llegaban del mundo de los humanos.


Al verlo, Shinobu corrió hasta donde él para tomarlo del brazo, se mantuvieron al margen, mezclados entre la multitud de quienes no ocupaban los primeros puestos en la jerarquía.


Takafumi detalló la mesa, sabía por los símbolos que asistirían quienes eran los líderes de la región: los Ojos Rojos, los únicos descendientes directos de Licaón; los Ojos Dorado de la manada de Takano, y los Ojos Amarillo a la que pertenecía Miyagi.


Esa era una de las características de los Alpha, cambiar el color de su iris cuando imponían su dominio sobre las otras castas, y la causa por la que su grupo fue aniquilado por completo.


Los Ojos Grises eran un grupo especial de Omegas que poseían esa capacidad, podía hablarse de ellos como una línea alterna en la jerarquía. No seguían la voz del Alpha, su celo demoraba un solo día y podían sentir y diferenciar los aromas de los demás géneros sin establecer un lazo o vínculo.


El aroma a vainilla llegó a su nariz con un claro gesto de reclamo, fue fácil saber que Misaki estaba observándolo y con ganas de enfrentarlo por la situación con Masamune. Tenía que admitir, que en un tiempo estuvo enamorado del ojiavellana, pero eso quedó en el olvido cuando se le pidió volver del mundo de los humanos a la manada.


Al igual que los Alpha, los Omegas poseían una jerarquía propia y propiedades que dentro del grupo les daban una ventaja como organizadores, administradores y mediadores de la manada.


A diferencia de los Ojos Grises, los Omegas variaban, pero se les llamaba por el tono que adquiría su iris en el primer celo, uno que a veces nunca volvía a aparecer o que se parecía al que generalmente poseían.


Así estaban los Caramel, ellos podían pasar por un humano común y corriente, ocultaban su aroma a la perfección, solo escuchaban la voz de su destinado y únicamente ante ellos mostraban su forma de lobo.


Otro grupo era el Nephrite, al que pertenecía su "rival" de amores. Podían embarazarse a voluntad, y aunque eran sensibles a la voz del Alpha, ellos podían manipularlos con el "gemido", presente de manera involuntaria en los otros grupos cuando se sentían en peligro, pero en ellos era simplemente una cualidad más para comunicarse.


Cogió a Shinobu de la mano y se retiró sin hacer escándalo, después de la guerra en la que casi pierde la vida, comprendió que a veces era mejor evitar un enfrentamiento, y no llamar la atención.


La voz de Takano ayudó mucho para que el joven Takahashi lo dejará en paz por un rato.


—¡Hey! ¿qué te pasa?


Yokozawa se detuvo de improviso logrando que Shinobu se tropezará con él golpeándose en la cabeza. No hubo tiempo de explicaciones, como pudo lo jalo para dirigirse en otra dirección.


La mujer al lado de Haruhiko se volteó de inmediato olfateando descaradamente el ambiente, era imposible, ella se había encargado de liquidarlo.


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