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Tenemos que hablar por OldBear

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Capítulo Único.

A las siete de la mañana, de forma muy puntual, las lechuzas entraron en desbandada al comedor de Hogwarts llevando el correo matutino. Algunas llevaban cartas en sobres bien sellados, otras cargaban con objetos más pesados cuyas formas se adivinaban entre escobas o libros, otras llevaban tan solo el periódico del día pero, la que se posó frente al maestro de pociones en la mesa del profesorado, tan sólo sujetaba con sus garras un simple trozo de papel doblado que carecía tanto de remitente como del destinatario.

Severus, quien no esperaba recibir ninguna misiva aquella mañana, tomó el papel y le ofreció unas migas de pan al animal. La lechuza hizo caso omiso de lo que se le ofrecía y salió volando sin demora, denotando que el remitente no necesitaba ninguna respuesta.

Por sus años como espía sintió a su izquierda que había llamado la atención de Minerva, y que esta intentaba mirar de reojo aquello que le había llegado, lo que provocó que gruñera para sus adentros. En su calidad como subdirector— cargo que aceptó a regañadientes— debía sentarse a la mesa a la derecha de la directora, pero eso siempre provocaba que no pudiese recibir ninguna correspondencia de forma tranquila.

Haciéndole entender que no le dejaría ver nada, desdobló el papel lo mejor que pudo, ocultándolo con sus manos. De todas formas, solo había una corta línea que no requería que tardara mucho en leerla:

Necesito que nos reunamos hoy en la noche. Tenemos que hablar.

Severus estrujó la pequeña misiva entre sus manos, pero el carraspeo a su izquierda le hizo girar en esa dirección. Minerva le sonrió, casi con burla en el rostro, y no tuvo ni un ápice de vergüenza en apuntar el trozo de papel entre las manos de Severus y preguntar:

—¿Algún problema?

Severus pensó que Minerva suplía muy bien el puesto de Albus, incluso tenía la dichosa costumbre de meterse en los asuntos ajenos que una vez tuvo el viejo mago.

—Todo en orden —. Fue lo único que salió de su boca.

Ella levantó una ceja, como si dudara de la veracidad de aquella respuesta, y giró su rostro para conversar con el profesor que tenía al otro lado. El profesorado restante no vió o escuchó nada de la conversación entre la directora y el maestro de pociones, o por lo menos eso parecía.

Severus, por su parte, guardó la arrugada misiva en el interior de su túnica y se dispuso a terminar de comer su desayuno. O por lo menos, a fingir que lo terminaba, pues aquellas pocas palabras habían hecho mella en su mente.

No necesitaba ninguna firma al pie de la misiva para saber quién había escrito aquellas desgarbadas líneas y, aunque sabía que el más joven tenía tendencia a la exageración en ciertos aspectos, la frase “tenemos que hablar” provocaba en Snape una sensación más que desagradable. Caviló mucho en silencio acerca de lo que podría tratarse aquello, hasta que una corta frase a su izquierda llamó su atención.

—Hoy viene Harry.

Aquella frase había sido dicha por la voz masculina que hablaba con Minerva. Pero la directora, como si supiera que habían captado la atención de Snape, volvió el rostro nuevamente en su dirección con una gran sonrisa.

—¿No es eso magnífico Severus? Nuestro ex alumno vendrá a ver el torneo de Hufflepuff contra Gryffindor.

—¿Y eso en que me afecta a mí, Minerva?— respondió de forma arisca, sin dejar de mirar su plato.

—¿No te interesa la presencia de Harry en Hogwarts? Yo pensé que ustedes se llevaban bien, y que quizás te interesaría saberlo.

Severus entrecerró los ojos, no dejándose encandilar por la gran sonrisa de la mujer que, aún sin verla, sentía que se ensanchaba cada vez más.

—No me interesa la vida de Potter. Si quiere puede venir y ahogarse en el lago y me resultaría indiferente.

—Qué palabras tan groseras, Severus. —Minerva, contrario a sus palabras, no parecía disgustada por lo dicho por su colega. Más bien les dio unos golpecitos en el hombro y se volvió de nuevo a hablar con el profesor a su izquierda—. Profesor Lauren, usted sí está contento con la noticia, ¿cierto?

Edward Lauren, el profesor de vuelo, sonrió al tiempo que un ligero tono rojo cubría sus mejillas. Era un hombre de unos 26 años, atractivo y con una inocultable admiración por Harry Potter.

—En efecto, estoy muy contento. —admitió después de carraspear—. Harry siempre es una agradable visita, y a los niños les encanta verlo hacer algún truco con la escoba.

—Y a ti te encantaría que hiciera otros trucos con otra escoba.

Severus murmuró aquello apretando los dientes, pero no fue lo suficientemente bajo como para que tanto McGonagall como Sprout, quien estaba a su derecha, escucharan y se sonrojaran por el comentario emitido. El profesor Lauren, que no había escuchado aquello, se preocupó de la consternación que parecía tener la directora de forma repentina. Severus bufó y se levantó de la mesa sin realmente haber terminado su desayuno, y caminó sin ocultar su rapidez hasta la salida trasera del profesorado. Ya en el pasillo dirigió sus pasos hacia su salón de clases, pues de todas formas faltaba poco para el inicio de la primera clase.

La primera lección fue con Gryffindors de segundo año. Pensó que, como necesitaba estar tan concentrado para que los mocosos no hicieran explotar los calderos, podría mantener su mente alejada de dos cosas: la misiva recibida aquella mañana y el tono de voz usado por Lauren al mencionar a Potter; y no pudo hacer ninguna de las dos. Por lo menos logró llegar a medio día sin que ningún alumno hiciera un desastre en su salón de clases, pero de todas formas se sentía molesto.

Sin embargo Severus Snape no fue la única persona en pensar en Harry Potter aquella mañana, pues la emoción fue colectiva al saber que el salvador del mundo mágico visitaría el colegio para el juego de aquella tarde. Todo lo que podía escucharse en los pasillos eran exclamaciones de admiración de los chicos más jóvenes y suspiros por parte de las jovencitas de último año, y todo le provocaba más furia al maestro de pociones.

Ya en la tarde, cuando decidió dirigir sus pasos al campo de Quidditch—pues para su desgracia debía estar presente—, se cruzó con dos jóvenes de quinto año apostadas en una esquina del pasillo que cruzaba. Le habría gustado haber sido sordo en aquel momento para no tener que escucharlas, o haber lanzado un hechizo para que sus palabras no le llegaran, pero no lo hizo.

—Harry es muy lindo, ¿o no?

—Demasiado. Y dicen que aún no tiene pareja. ¿Crees que podríamos gustarle?

—Corazón de bruja dice que le gustan los hombres, pero no está confirmado. Quizás le guste el profesor de vuelo, porque a él sí le gusta Harry.

—¿El profesor Lauren? No me sorprendería, él es muy lindo también. Harían una hermosa pareja.

Aunque pudo haber seguido de largo y llegar a su destino en el campo de Quidditch, Severus se detuvo justo al lado de las jóvenes, que no le habían sentido acercarse, y con su voz más grave y una mirada asesina, dijo:

—20 puntos menos para Gryffindor por holgazanear en los pasillos.

Las estudiantes se miraron aterradas por un segundo antes de disculparse con el maestro y emprender su camino lo más lejos posible. Ninguna se habría atrevido a refutar aquella perdida de puntos pues, aunque la fama del maestro de pociones ya no era tan atemorizante como en el pasado, seguía siendo lo suficientemente fuerte para que los alumnos no quisieran enfrentarse a él.

Severus, por su parte, se irguió con el ceño fruncido y siguió su camino. Tenía mucho tiempo que no quitaba tantos puntos tan a la ligera, pero le fue necesario para calmar su ira, aunque fuera ligeramente.

¿Había funcionado? Realmente no. Sus niveles de furia seguían exactamente igual. Pero intentó modular su rostro para no darle gusto ni a Minerva ni al hombre que estaba a su lado de ver su mal humor.

—Severus, que bueno que te encontramos.

La afable voz de Minerva, más la señal para que se acercara, le enfureció aún más. Había planeado no tener que saludar al Niño-que-Vivió antes del partido, pero estando ellos en mitad de su camino le impedía aquel plan.

Harry, a un lado de la directora, le sonrió ligeramente mientras Severus se acercaba. Los estudiantes veían a Potter de lejos, esperando el momento en que McGonagall se alejara del salvador del mundo mágico para poder acercarse.

Aunque intentó no fijar sus ojos en Potter, le fue inevitable. No se habían visto durante casi un mes debido al trabajo del Auror, que lo había mantenido tan ocupado y cansado que apenas podía aparecerse del apartamento al ministerio, y sus ojeras marcadas lo denotaban bien. Aún así, Severus no pudo evitar pensar que se veía tan hermoso como la última vez que lo había tenido entre sus brazos un mes antes, y eso era otra cosa que le hacía enojar: no poder controlar sus pensamientos cuando Harry estaba cerca.

—¿Cómo está, profesor Snape? —saludó el joven león junto con un asentimiento de cabeza cuando estuvieron cerca. Había mantenido un tono neutro, como lo hacía cada vez que se veían juntos en público.

—Vivo, Potter. Desgraciadamente estoy vivo.

Harry mordió su labio inferior al tiempo que Minerva reprochaba al maestro de pociones por el saludo tan poco efusivo. Snape, quien estaba ya dispuesto a alejarse de aquellos dos para sentarse en las gradas, se dio cuenta de algo que su furia no le dejaba ver: Harry se veía serio. Si bien su cara dibujaba una sonrisa y su cuerpo parecía relajado, la verdad era que su mandíbula se veía tensa y sus ojos reflejaban un sentimiento de tristeza que para nada se confundía con el sueño.

Imaginó que la razón para estar así involucraría lo que fuera que tenía que decirle, y no le agradó pensar eso. El león pareció querer decir algo más, pero el profesor Lauren se acercó hasta ellos rápidamente y saludó a Potter de una forma tan familiar y cercana, que Severus tuvo ganas de golpearlo. Se controló, pues no volvería a permitir que sus emociones le obnubilaran nuevamente, y con una vaga excusa prosiguió su camino hasta las gradas de Slytherin.

El partido comenzó sin mucha demora, y los estudiantes se elevaron rápidamente en sus escobas. Aquel juego era para Severus más que aburrido, lo cual le ayudaba muy poco a no mantener su atención en las gradas de Gryffindor, donde el profesor Lauren se ocupaba de susurrar algo en el oído de su amante a cada minuto.

Y volvió a sentir la rabia recorriendo su ser. Por qué él y Potter estaban juntos desde hacía más de tres años, pero no podía decirle a Edward que se alejara de su amante pues aquello era un secreto.

¿Por qué lo llevaban en secreto? Había sido un trato sin palabras entre ambos, o eso suponía.

La primera vez que se vieron después de la guerra fue una noche en el callejón Diagon. Severus había ido a buscar unas pociones especiales por petición de Minerva, y Harry estaba investigando un supuesto avistamiento de mortifago por la zona. Del saludo inicial comenzaron una discusión que ni recordaban de qué se trataba y, sin entenderlo, su discusión terminó con ambos besándose y tocándose furiosamente en un callejón oscuro. Ni Severus volvió con las pociones, ni Harry dio con ningún mortifago.

La segunda vez ocurrió tres noches después, cuando Harry había pedido que le dejara entrar a sus aposentos a través de la chimenea, pues necesitaban aclarar lo que les había ocurrido: no hablaron mucho esa noche. Las diez noches siguientes se parecieron a esa: uno de los dos buscaba una vaga excusa para reunirse, ya fuera en la habitación de Severus en Hogwarts o en el apartamento de Harry en Hogsmeade. Después, solo se reunían sin tener que inventar una excusa, pero alegando siempre que solo se trataba de algo físico.

Aquí tienes el texto corregido:

Comenzaron a quedarse dormidos juntos, al principio lo más alejados que la cama les permitiera, y luego abrazados. Después de unos meses, Severus aprendió que a Harry le gustaba el chocolate caliente, y que lo bebía en las mañanas y las noches, cuando llovía y estaba melancólico por los tiempos de guerra, o cuando no podía dormir en las madrugadas; así que aprendió a hacer el mejor chocolate caliente que podía existir en el universo. Harry aprendió que a Severus le gustaba el té fuerte, sin azúcar; los silencios cuando leía y que, aunque lo negara, le encantaba que le acariciaran el pelo hasta caer profundamente dormido, y lo hacía cada noche que podían estar juntos.

Pero seguían diciendo que aquello era solo físico.

Comenzaron a salir a pueblos lejanos, casi siempre muggles y con encantamiento Glamour, donde podían pasear de forma tranquila. Un año y medio después de que todo aquello comenzó, durante un paseo nocturno de un pueblito que ninguno recordaba muy bien el nombre, Harry tomó la mano de Severus y este, aunque su primer instinto fue alejarlo, decidió apretar la mano que se sentía cálida entre sus dedos, y continuaron su paseo permaneciendo unidos.

Pero ambos seguían diciendo que aquello era solo físico.

Crearon una rutina en la que lo único que los alejaba por largos periodos de tiempo era el trabajo de Harry, cuando entre el papeleo y los mortifagos insurgentes hacían estragos. Se extrañaban cuando no se veían, y se daban caricias tan tiernas cuando tenían la oportunidad que perdían la noción del tiempo.

Pero ambos seguían diciendo que aquello era solo físico.

Unos meses atrás, estando los dos jadeantes en la cama de Harry, este había soltado un tímido “te quiero”, casi susurrado contra el rostro de Severus. Un minuto de silencio los envolvió, y el más joven había soltado una sonrisa nerviosa para luego disculparse y decir que se le había escapado por el calor del momento. Harry no quiso admitir que en verdad sentía aquello, pues creyó que el silencio de Severus se debió a incomodidad. Severus no quiso admitir que le había gustado escuchar aquello, pues creyó que aquellas palabras y esa risita suelta había sido una especie de burla. Y ambos siguieron creyendo que lo que tenían era solo físico.

Y aunque en algún momento ambos se habían dado cuenta de los sentimientos que les invadían, jamás pensaron que el otro podría sentir de la misma forma. Harry pensó que Severus se aburriría de él eventualmente, y que quizás buscaría a alguien más maduro, que no le gustaran tanto las cosas dulces. Snape pensó que, en algún momento, Harry querría estar con alguien de su edad: con un joven que fuera más cariñoso, con el cual pudiera conseguir una relación más allá del físico.

Porque ninguno quería ver que su relación iba más allá del físico.

Una anotación por parte de Hufflepuff y la algarabía subsecuente provocó que Severus saliera de su ensoñación, y notó que poco había visto del partido tan concentrado como estaba en Potter. Por un momento, viendo nuevamente a las gradas de Gryffindor, sus ojos se cruzaron y Severus juró que la mirada de Potter, aun en la distancia, se veía apenada.

¿Podía ser que Harry había decidido finalizar su relación? Quizás ya había encontrado a alguien del que pudiera enamorarse de verdad. Después de todo, Severus se sorprendía que nadie pudiese llegar hasta el corazón de Harry hasta aquel momento, pero sintió su propio corazón dolerle al pensar en aquella posibilidad.

Entonces, sintió molestia al entender que Harry había querido presentarse de forma física para decirle que todo aquello había acabado ¿Por que el Gryffindor no le había terminado por una carta? Porque así no se comportaban los leones. Necesitaban hacer de su día a día un acto de valentía, y eso implicaba la necesidad de dar la cara incluso para terminar una relación.

¿Quién podía ser el que había llenado su corazón? ¿Era quizás Cedric Diggory, a quien veía regularmente cuando visitaba a Hermione en el área de Criaturas Mágicas del Ministerio?

¿O acaso podía ser Draco? Harry se había hecho muy buen amigo del rubio luego de la guerra, y quizás de aquella inesperada amistad habría surgido el amor.

O peor aún, habría posibilidades de que fuese Edward Lauren quien logró conquistar el corazón del león. Después de todo era indudable que cada vez que se acercaba a susurrarle algo sobre el partido, lo hacía inclinándose más de la cuenta. Los dos eran Gryffindor, de igual forma, por lo que sería para Potter un prospecto mucho más agradable que una vieja serpiente.

De cualquier forma, tenía la certeza de que todo acabaría aquella noche.

Snape solo se quedó hasta el final del partido cumpliendo sus obligaciones como subdirector, pero tan pronto el juego terminó, fue uno de los primeros en levantarse y se dirigió a sus aposentos, sin lanzar una última mirada a las gradas rojas.

Su recámara se componía de una salita bastante acogedora, una pequeña cocina a la izquierda y su habitación personal tras la puerta de la derecha. Nunca necesitó más espacio que aquel que tenía durante muchos años, hasta el momento de aquella espera que se le hizo eterna, donde lo único que podía hacer era recorrer con su vista el espacio que conocía muy bien,

Su espera concluyó cuando se escucharon unos toques en la puerta. De haberse tratado de una noche cualquiera, haría esperar al Gryffindor para darle una lección por su tardanza, pero su propia necesidad era mayor y no podía ocultarla.

Con pasos fuertes separó la poca distancia hacia la puerta, y al abrirla, se percató de que Harry quiso ocultar su mirada preocupada con una sonrisa nerviosa, pero ya Severus había visto su expresión. Snape le dio paso y el más joven entró a aquellas habitaciones que tan bien conocía y se sentó en el sofá de la salita.

Si Severus tuvo dudas de si aquello eran malas noticias terminó por confirmarlas. La costumbre de Harry siempre era saludarlo con un beso tan pronto la puerta se cerraba dándoles privacidad, o tan pronto atravesaba las llamas verdes de la chimenea. Snape siempre le criticó por su efusividad, aunque también devolvía el beso.

Y ahora lo que más deseaba era que Harry se lanzara nuevamente a sus brazos y lo besara con la pasión de siempre; pero eso era algo que ya no volvería a suceder.

Entre ellos se instauró un silencio incómodo, tan incómodo como el de la mañana luego de su primera noche juntos. Severus, de pie y con los brazos cruzados frente a Potter, estaba listo para hablar y terminar con aquello de forma rápida, pero el otro se le adelantó.

—¿Cómo has estado?— preguntó el Gryffindor con la vista hacia el suelo.

Snape apretó los labios en una fina línea. En aquellas horas desde que recibió la misiva había pensado lo suficiente para darse cuenta del por qué Potter se encontraba frente a él en ese momento, y le molestaba que se fuera por las ramas. Aunque una parte en el fondo de él deseaba, de alguna forma, pedirle al más joven que se quedara con él, calló esa voz interna lo mejor que pudo pues no le rogaría a un león. Aunque se rompiera su corazón.

—Ve al grano, Potter.

El nombrado mordió su labio inferior y tomó aire infundiendose valor.

—No se como explicarlo, ¿sabes? Pensé mucho en las palabras adecuadas, pero al final nada de lo que venía a mi mente parecía adecuado del todo. Se que esto… se que nosotros no somos nada y que prometimos no enamorarnos, lo sé. Y pensé que quizás no querrías saber nada sobre esto, pero lo justo era que te lo dijera, por lo menos.

Snape mordió su lengua, claramente entendiendo que sus suposiciones habían sido ciertas.

—Entonces, esto es el fin….

—Estoy esperando un bebé.

Tan concentrado como estaba, Harry no se había dado cuenta que Severus estaba diciendo algo, y soltó la última frase de forma tan abrupta, que al mayor le tomó unos segundos para entender lo que había dicho.

—¿Un bebé?

De todas las cosas que habría esperado, aquella noticia no era una de ellas. Vio el asentimiento de Harry de forma lenta, y este se llevó las manos al vientre de forma delicada, dando énfasis a sus palabras.

Poco a poco la mente de Severus fue dando forma a la información que acababa de recibir, aunque la idea de que quizás Harry se había enamorado de otra persona seguía latente en él y, sin poder procesar demasiado, preguntó algo que no debió.

—¿Es mío?

El rostro enfurecido de Harry le explicó el error que había cometido. Se puso de pie rápidamente, con las cejas fruncidas y la mandíbula apretada.

—¡Por supuesto que es tuyo! ¿De quién más crees que sería, Snape? ¡¿Qué es lo que crees que soy?!

Severus se aclaró la garganta y levantó una mano. Había algo en aquella situación que le daba incredulidad ante lo que Harry decía.

—No estoy insinuando nada, es solo que… ¿No se supone que estabas tomando la poción, Potter?— Severus era quien preparaba la poción anticoncepción que Harry tomaba y, modestia aparte, sabía que realizaba muy bien su trabajo—. Quizás sea un error esto que dices.

Harry mordió su labio inferior, inseguro de si Severus solo estaba legítimamente curioso o si le estaba reprochando que no se había cuidado correctamente.

—Sí, la tomé. Yo también tuve duda de cómo era posible, hasta que recordé la poción de escamas de dragón del incidente.

Severus tardó un segundo en recordar, y se sintió como un tonto en ese momento. Un mes atrás Harry había tenido un incidente donde, en una redada con unos mortifagos rebeldes que estaban preparando pociones de forma ilegal, le habían lanzado una poción incompleta que contenía escamas de dragón. Más allá de hacerle algún daño, pues la poción no estaba terminada, Severus le dijo que solo haría interferencia con la poción anticonceptiva que tomaba por los ingredientes que esta contenía. Aquella noche evitaron el contacto físico, pero no la siguiente. Y quizás los efectos de las escamas aún no habían desaparecido. Y Severus quiso patearse, pues él como pocionista debió haber sabido que los efectos de la poción anticonceptiva podría disminuir más allá de un solo día.

Harry, por su parte, también había tenido mucho en que pensar. Descubrió su embarazo de forma casual cuando, una semana antes, colapsó sobre su escritorio en el Ministerio mientras completaba su último informe, y lo llevaron de forma rápida a San Mungo. Fue el mismo Draco quien lo vio y, aunque en un primer momento ambos pensaron que se trataba del agotamiento debido a los esfuerzos que había tenido ese mes, le hicieron los estudios de rigor. Entre ellos, una prueba de embarazo.

Saberse embarazado trastocaba toda su vida y, principalmente, su relación con Severus. No tenía dudas de que el hombre no le quería más allá de lo carnal, y estaba seguro de que un hijo junto a Harry era lo que menos quería. Así que supuso que debido a que su decisión de tener al bebé era rotunda, su relación con el maestro de pociones había llegado a su fin, aunque le doliera.

Después de un profundo suspiro Harry volvió a hablar, esta vez serio y calmado.

—No vine aquí a escuchar ninguna recriminación. —Se cruzó de brazos, en un instinto por proteger a su bebé—. No era lo que deseabas, pero tampoco fue algo que yo busqué: fue un accidente. Pensé mucho acerca de las posibles opciones, pero fue algo rápido el entender que quiero tenerlo. Solo vine a decirte pues tienes el derecho a saberlo. Me imaginé que no lo querrías y no te obligaré a que participes en la vida del niño.

—¿Que yo…?

—Sé que no debí enamorarme de tí porque tú nunca llegarás a quererme, por lo que no puedo exigirte nada. De todas formas sé muy bien que puedo cuidar de nuestro hijo solo.

“Enamorarme” y “Nuestro hijo” fue lo único que resonó en la mente del maestro de pociones, entendiendo finalmente todo lo que conllevaba. Harry no había pedido hablar con él para cortar aquella relación. Al contrario, Harry estaba frente a él confesando que se había enamorado y que cargaba un hijo de ambos.

Ese estúpido Gryffindor lo había tenido en suspenso de malas noticias, cuando la verdad era que, aunque sorpresivo, aquello que le decía no le desagradaba para nada, todo lo contrario. Sin pensarlo dos veces, Severus acortó la distancia entre ellos y lo tomó en sus brazos, dejando al más joven sin palabras.

—Los leones tienen la pésima costumbre de creer saber como piensan los otros —dijo en tono bajo—. Y Potter, no sabes cuan equivocado estás en tu posición de que no te quiero a ti o a esa criatura.

Harry, que se había quedado rígido en el abrazo de Severus, sintió un ligero escalofrio recorrer su cuerpo, e inclinó levemente su rostro para poder ver aquellos ojos negros.

—¿Eso significa….?

Por toda respuesta recibió un profundo y necesitado beso, que valió mucho más que mil palabras.

 


 

A las siete de la mañana, de forma muy puntual, las lechuzas entraron en desbandada al comedor de Hogwarts llevando el correo matutino. Algunas llevaban cartas en sobres bien sellados; otras cargaban con objetos más pesados cuyas formas se adivinaban entre escobas o libros; otras llevaban tan solo el periódico del día y, la que se posó frente al maestro de pociones en la mesa del profesorado, llevaba un ejemplar de Corazón de Brujas.

La pequeña ave soltó la revista frente al maestro de tal forma que este no tuvo que hacer ningún movimiento para ver la llamativa portada que, en letras grandes, rezaba: Salvador del mundo mágico y Ex mortífago esperan un hijo juntos, vealo todo en la pág 2. Aquel escandaloso titular iba acompañado de una foto ligeramente borrosa de ellos dos entrando al ministerio de Magia, acompañados de los patriarcas Weasley que iban a fungir como testigos para su enlazamiento. Harry tenía siete meses y su vientre se notaba sin duda a través de la ropa y, desde que la comunidad mágica supo de aquel embarazo, deseó saber con ansias quien era el padre. Mantuvieron todo de forma discreta, y Harry le dijo que no era necesario aparecer en público de aquella forma. Pero Severus le mencionó que deseaba que todo el mundo supiera quien tenía el corazón del niño de oro. Y no lo mencionó, pero deseó que Edward Lauren fuera uno de los primeros en enterarse.

Aunque, en aquel momento en que todo el mundo lo miraba, deseó haber pensado mejor las cosas.

A su lado, Minerva llevó la taza hasta sus labios, saboreando placenteramente el café de aquella mañana. Se inclinó hacia su derecha, donde Snape asesinaba su desayuno con el tenedor.

—¿Qué se siente ser el centro de atención, mi querido Severus?

Snape no contestó, y solo apretó con más fuerza el tenedor al tiempo que levantaba la vista furioso. Los estudiantes que lo veían mientras comentaban con sus compañeros desviaron la mirada, asustados por la rabia en los ojos de Snape. Incluso los demás profesores, que no podían dejar de verlo intentando obtener explicaciones, volvieron la mirada hacia sus propios desayunos, o fingieron conversar de otra cosa con el compañero que tenían al lado.

—No estoy de humor para tus chistes, Minerva.

Minerva volvió a sorber de su taza, inclinándose esta vez a su izquierda. Edward Lauren también jugaba con el tenedor y su desayuno, pero lo hacía de forma más calmada y melancólica, sin rabia, mientras suspiraba largamente. La directora se preguntó si podría volver a realizar una travesura, como la de años atrás, recordando el encargo y el aviso falsos. Longbottom era otro de sus alumnos preciados y, según los rumores, había terminado con su novio recientemente. El joven iba todos los martes a ayudar a Sprout con el herbolario y, siendo que aquel día era martes, podría intentarlo. Solo tenía que decirle a Pomona que les diese un poco de privacidad.

—Mi querido Lauren, necesito que me ayudes en algo. Verás, ¿podrías ir y ayudar a Sprout está tarde?

El joven Lauren asintió sin muchas ganas, diciéndole que no se preocupara. Minerva sonrió ligeramente y, acomodándose en su silla, terminó su café.

 


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