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Cámara por lpluni777

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Notas del fanfic:

Saint Seiya es obra de Masami Kurumada

El único recuerdo que Shura poseía de Aioros de Sagitario, era una imagen que él mismo tomó con una cámara analógica.

Alguien le había obsequiado el cachivache como agradecimiento por ayudarle a escapar de osos salvajes en los Pirineos. Aunque Shura no acabó con los animales, permitió al profesional llegar a una cima apartada para capturar sus fotografías antes de escoltarle hasta una zona segura. El caballero incluso recibió una «instantánea» de sí mismo que guardaba junto a la cámara.

Con el aparato, Shura había tomado fotografías a todos sus hermanos de orden una vez que regresó al santuario. Algunos de ellos sonreían como los niños que eran, otros se preguntaban el punto de aquello y también hubieron los que insistieron en hallar una buena pose primero… Máscara de Muerte dijo que le daba igual y tan solo esperó a que Shura tomase su foto.

Cuando, tiempo después, el joven Capricornio averiguó cómo debía revelar las fotos en negativo y llevó los rollos a la ciudad más próxima, no esperó recibir de regreso ni la imagen de Aioros, ni la distorsionada foto de Máscara de Muerte. Guardó la primera bajo otros papeles y llevó la segunda a la casa de Cáncer apenas tuvo oportunidad.

—Debe ser un fantasma —declaró el santo de los difuntos en un tono macabro cuando tuvo enfrente la foto.

—¿No se supone que tú los controlas? —recriminó el caballero ibérico, tomando la positiva de regreso—. ¿Ha sido a propósito?

La foto en sí tenía buena definición, al igual que el resto, así que no era culpa de que Shura hubiese temblado al presionar el botón. La distorsión ocurría solo en el rostro de Máscara de Muerte, de tal modo que su cara —ahora que Shura podía compararlas— parecía haber sido reemplazada por uno de aquellos rostros deformes que invadían las paredes del cuarto templo.

El italiano alzó los hombros con un gesto despreocupado.

—Si te asusta o crees que está maldita, cosa que podría asegurar no es el caso, solo quémala.

—La haré pedacitos —prometió Capricornio—. Y te tomaré otras fuera del templo para que tus amigos no se interpongan.

Máscara de Muerte rió sin ganas.

—¿«Otras» has dicho?, ¿plural?

—Los negativos se ven bien y no quiero ir hasta la ciudad por solo una foto.

El joven italiano suspiró.

—Como sea… Aunque no te recomiendo hacerlo hoy, que tengo los ánimos por los suelos y ellos lo saben.

El muchacho ibérico se tomó su tiempo para decidirse a preguntar.

—¿Qué ha ocurrido?

—Camus pasó antes del mediodía con yogurt helado para Aioria, ya sabes que no se ha sentido bien desde que comió aquél picante con los aprendices de plata… ¡El punto!, que no me dejó darle siquiera una probadita.

Shura observó a su amigo en firme silencio y Máscara de Muerte hizo un puchero que, sumado a la espalda encorvada y el hecho de que llevaba todo aquél rato sentado en el suelo contra un pilar, consiguió dar un poco de pena. Finalmente, el hispano cedió.

—Vamos al pueblo bajo y te compro un poco —sugirió Shura, calculando si las monedas que llevaba en el bolsillo llegarían para darse un gusto a sí mismo.

—Te amo, mi rey —declaró el Máscara de Muerte en el idioma natal de su compañero, antes de ponerse de pie y adoptar una postura mucho más animada que el instante anterior.

Shura respiró hondo para evitar alzar los ojos en exasperación mientras seguía el paso alegre de su amigo.

Ocurría que el santo de Cáncer no solo tenía un paladar dulce, sino que, si su ánimo se veía afectado negativamente, tendía a caer ante los susurros mentirosos de algunos espíritus atrevidos. El santo de los difuntos podía ser manipulado del mismo modo en que podía manipular a los fantasmas que llegaban a su casa, al fin y al cabo, todo ser vivo tiene un alma capaz de corromperse y el caballero no era la excepción.

Sus hermanos, quienes bien intuían o bien conocían la situación, rara vez sacaban a relucir los ánimos cambiantes del cuarto guardián o el desprecio voraz con el que trataba a cualquier enemigo de turno; incluso si les parecía una exageración.

El propio Shura no creía que fuese para tanto. Pero la escalofriante fotografía en su haber le hacía cuestionarse si el mundo a ojos de su hermano se veía como un sitio espantoso, repleto de fantasmas penantes.

Al menos, esperaba que no fuese así todo el tiempo.

El joven hispano lamentó no haber bajado su cámara para tomar una foto mientras Máscara de Muerte comía con placer su yogurt de moras. Mas supuso que tendría otras oportunidades de verlo feliz en el futuro.

 

****

 

Shura de Capricornio era un hombre tan leal como idealista. En otras palabras: fácil de engañar.

Máscara de Muerte de Cáncer era un hombre macabro y lleno de trucos. En otras palabras: fácil de refutar.

A veces eran tan cercanos como imanes correctamente polarizados, aunque en otras ocasiones se llevaran como el agua y el aceite. Éste cambio podía darse en cuestión de semanas, como también podía ocurrir en simples minutos.

—Lo haces a propósito —recriminó el santo de Capricornio lanzando una imagen recién revelada sobre la cama de su hermano de Cáncer.

Máscara de Muerte tomó la fotografía, solo para encontrar su propio rostro durmiente enmarcado en ella. Era la primera vez en mucho tiempo que veía su propia apariencia y, aunque su sorpresa fue buena para empezar, empeoró rápidamente al procesar las palabras de su compañero. Opuesto a la molestia que ocupaba un ceño fruncido en el rostro del hispano, la del siciliano se dibujó en una tensa sonrisa.

—Oh, no imaginaba que fueras ése tipo de hombre, Shura… Conquistarme y fingir amarme una noche tan solo para conseguir saciar tu gusto por tomar fotos a la gente mientras duerme. ¿Quién lo hubiese dicho? —el italiano buscaba picar a su hermano y el afrontado, dado su reciente descubrimiento, no pudo sino darle el gusto.

—He hecho cosas peores que revolcarme con un zorro mentiroso, hasta donde sé.

—¿Ahora vas dando nombrecitos?

—Lo que debería darte, es un puñetazo en esa sonrisa enferma que traes.

—Preferiría un beso.

—Suerte con éso.

Shura se inclinó sobre la cama y colocó ambas manos sobre el colchón, sabiendo tan bien como su hermano que no llegarían a un conflicto físico y mucho menos a un duelo entre santos. El hispano solo deseaba explicaciones e impedir que el mediterráneo intentase escapar sin ofrecerlas.

Máscara de Muerte alzó la mano que no sostenía la imagen al nivel de su propio rostro en señal de pausa. Su sonrisa se marchó en un suspiro.

—En verdad, entiendo tu resolución incluso si no me agrada. Sabes bien que solo hay tres personas a quienes jamás mentiría en éste mundo —Shura sabía eso, tanto como su pertenencia al reducido grupo—. No te he engañado. Aunque no pido que te fíes de mí, de cualquier forma, pero sí te pediré que me dejes la foto y tu cámara para verificar algo.

Shura acercó una mano al cuello de su hermano y presionó en línea lateral sobre el mismo.

—¿Y si me niego?

Máscara de Muerte entrecerró los ojos con la misma desconfianza que su compañero.

—Piénsalo bien, mi rey. Sé cuánto llevas intentando tomar una foto tan lúcida de mi persona, pero, ¿en serio estás conforme con poder hacerlo solo mientras duermo? —Shura calló, considerando aquella incógnita—... Aunque, si resulta que sí tienes un fetiche de es-

—¡Morboso! —el caballero ibérico se apartó de la cama con las ideas interrumpidas.

—Lo respeto —completó el italiano con una sonrisa más honesta que la anterior.

Shura se llevó una mano a la frente aunque ésta no pudo bloquear la vista de su hermano. No había forma de negar que el otro llevaba razón. Deseaba retratar aquella sonrisa y su fuerte mirada, no unos labios que apenas se entreabrían y ojos cerrados como los de un muerto en la oscuridad de la noche.

—Te traeré la cámara, con la condición de que me permitas ayudarte.

—Qué amable es mi rey amado —comentó al aire como si compartiera un chiste repetido con alguien más y, ciertamente, la posibilidad de ello no era nula.

«Iba a pedírtelo de cualquier modo» interpretó el hispano. El santo de los difuntos vivía en constante alerta, al punto en que ni siquiera dentro de su propio hogar dejaba caer su careta de «nihilista» durante mucho rato.

Y resultó ser que Capricornio estaba en lo correcto, en parte. El santo de Cáncer era tan serio respecto al tema que incluso llegó a consultar por la ayuda de Virgo en su templo sagrado.

El joven hindú detectó algo extraño en el momento en que Shura tomó una foto de Máscara de Muerte y sugirió que podía tratarse de algún maleficio adquirido.

—Podría ser una manifestación del karma que se presenta cuando tu rostro se ve inmortalizado o, por el contrario, una manera de prohibir que tu alma sea capturada en una fotografía —declaró Shaka de Virgo tras un tiempo de inspección—. Es cierto que estos papeles no están malditos, ni siquiera tienen un aura particular, lo cual solo nos deja con un catalizador posible… Si bien imagino que tienes una idea en mente, yo recomendaría que medites al respecto, al menos hasta discernir de dónde proviene la irregularidad. Recuerda que solo está consciente cuando tú mismo lo estás

Shura continuaba junto a su hermano, por precaución, cuando se dio aquél veredicto. No había hombre en el santuario que entendiese mejor a la «vida» que aquél muchacho budista, así como nadie parecía entender la «muerte» tanto como lo hacía el guardián de la entrada al averno. Shura mismo no creía comprender todo lo que habían conversado hasta ése momento, así que se alivió al notar que Máscara de Muerte aceptaba aquellas palabras con un asentimiento.

—Gracias por el consejo y perder tu tiempo con nosotros, Virgo. Supongo que te debo una.

—No te equivoques, podría haber sido algo peligroso que habita en el santuario. Solo por éso me uní a su investigación.

—Bueno, no lo diré dos veces. Vamos, Shura.

El hispano guardó para sí mismo el hecho de que Shaka los despidió en un susurro, deseándoles suerte. Cuando los mayores se hallaron fuera del templo, el caballero de Capricornio dijo sus primeras palabras tras media hora de espera.

—¿Vas a meditar?

—No es mi estilo —admitió Máscara de Muerte con ánimo jocoso aunque pronto adoptó una expresión seria—. Dime, Shura, ¿te animas a participar de un exorcismo?

Shura tuvo serios problemas para discernir si aquello era una broma o no.

 

****

 

—Tenías razón, es mi culpa.

Declaró el santo de los difuntos una vez que el ritual estaba preparado para dar inicio. Shura no tenía problemas, a esa altura, para creer en la ridiculez de la que estaba siendo partícipe.

—Incluso tú puedes ser poseído, lo raro es que hayas tardado tanto en notarlo.

Máscara de Muerte negó con firmeza.

—Aún no han vuelto a tener tanta suerte, ésos viejos llorones. Quise decir, que es mi culpa, Shura. Mi culpa —realizó comillas con sus manos para la última «culpa».

Shura tardó un tiempo en entender, aunque fingió hacerlo en el momento. «Ya veo», dijo.

Máscara de muerte se arrodilló frente al altar y los fuegos fatuos se encendieron en rondas de espectadores, más bien, como testigos de un antiguo juicio. Shura retrocedió hacia una de las puertas del anfiteatro circular.

Era una noche sin luna y la luz azul de la muerte llamaría la atención de los soldados rasos tarde o temprano. Shura debía asegurarse de que ningún espíritu se acercase demasiado a su hermano.

Cuando el santo de Cáncer encendió la vela y comenzó a orar, el de Capricornio notó el temblor de las almas. Las que comenzaron a moverse en dirección a Máscara de Muerte, vieron su camino cortado por la espada sagrada del décimo caballero.

El ibérico comenzó a entender que aquello era más una «expiación» que un «exorcismo» cuando la vela iba a medio derretir y las almas presentes dejaron de atacar. Observarlas danzar alrededor del anfiteatro en un círculo interminable, como engranajes de un sistema, le recordó al santo que no tenían consciencia y parecían haber perdido también su última voluntad de luchar.

Comprendió la culpa de la cual hablaba su hermano solo cuando el espectáculo de fuego acabó, volteó al altar en medio del teatro y descubrió a Cáncer llorar en silencio sobre la vela apagada.

Shura corrió a su lado y no dudó en abrazar a su compañero, en indicarle que seguía allí con él.

—¡Arráncamela! —exigió Máscara de Muerte, con la voz raspada por el llanto.

El santo de Capricornio asintió una única vez antes de apartarse. Alzó la mano de su espada y, tras una honda inspiración, bajó el puño contra el rostro de su hermano de Cáncer. 

Si el hispano era sincero, llevaba un tiempo deseando hacer aquello. Él no era capaz, después de todo, de ver a través de los ojos de Máscara de Muerte o Shaka. No entendía lo que ellos se negaban a explicarle y solo podía seguirles el juego. Detestaba saber que solo llegaría a entenderlos una vez que estuviese muerto.

El monstruo de la culpa había poseído a su hermano y ni él mismo, ni Shaka, ni Shura lo habían notado. Mas, ¿cómo podría indagar el ibérico al respecto sin despertar la posibilidad de que la culpa regresase? Tampoco podía ser hipócrita. El propio Shura tenía lamentos que no deseaba compartir, incluso si éstos no tenían manifestación física como ocurría con los de Máscara de Muerte.

—Eso… Eso dolió —resopló el santo de Cáncer cuando se recuperó del golpe.

—De nada —respondió Capricornio, arrodillándose a su lado.

Antes de que el italiano se recobrase por completo, el hispano lo besó y lo regresó al suelo.

 

****

 

Máscara de Muerte aún sostenía la cámara con cierta torpeza, así que sus imágenes salían borrosas por culpa de que no tenía buena estabilidad. A Shura no le importaba demasiado.

—Así estás excelente, mi rey… Mira hacia allá —Shura siguió con la vista el sitio hacia donde apuntó su compañero e hizo el esfuerzo de no parpadear cuando la luz de la cámara destelló—. Tan guapo. Creo que ésta saldrá bien.

—Guárdate los halagos para Afrodita —desestimó Shura, indicando a su hermano otro sitio en la habitación—. Déjala por allá y vuelve aquí, que aún es temprano.

El santo de Cáncer se dirigió a hacer lo pedido.

El caballero de Capricornio cerró los ojos con cansancio aunque, de estar más despierto, seguramente se habría molestado porque una imagen al desnudo de sí mismo acabara en el rollo de negativos. Por lo pronto se dijo que luego podría tomar una de su compañero en la misma condición como venganza y, para salvar vergüenza, que el hombre del local de cámaras donde revelaba sus fotos tenía toda una sección para adultos en la trastienda.

—Ah —la diminuta exclamación de Máscara de Muerte llamó la atención de Shura y el italiano lo notó, dejando el papel de regreso en su sitio en un parpadeo—. Disculpa.

Shura chasqueó la lengua y negó lentamente.

—Déjala fuera, se la entregaré a Aioria cuando bajemos —aquellos días había estado pensando en hacerlo, pues la imagen de la sonrisa del santo de Cáncer era un tesoro mucho más preciado para guardar en aquél mueble.

—Claro, claro. Será un placer acompañarte —comentó el italiano, volviendo a alzar la imagen de Aioros con alegría.

Shura sabía que era lo justo, aunque éso no impidió que atrapase a su compañero en un beso feroz cuando volvió a tenerlo al alcance de la mano, pues agradecía que su propio corazón ya no estaba atado al pasado.

Notas finales:

Si bien en las cinco anteriores no dejé demasiadas excusas porque se explican por sí solas (creo yo), quiero aclararunos puntos:

Lo de capturar el alma es algo que vi en clase de fotografía. El monstruo de la culpa lamentablemente no tiene (o no encontré) un simil antiguo (como némesis con la venganza, morfeo con el sueño heróico). Y, rezá, Malena, rezá.

Es la última historia de los complementarios. Si alguien las leyó todas, espero que le haya gustado al menos una (abracito).


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