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Corrupción por Lizzy_TF

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Notas del fanfic:

Esta es la segunda parte de los fics "Apocalipsis". Pueden encontrar la primera parte aquí: "Apocalipsis: Nefilinos, El Camino al Cielo" para comprnder mejor la historia.

Conforme vaya actualizando las otras 2 partes que tendrá este fic, se irán agregando al resumen. Por ahora, espero que disfruten esta segunda parte.

Nota extra: Muchas de los conceptos que aquí se manejan se encuentran mejor explicados en la primera parte de la historia.

Esta historia está inspirada en muchos videojuegos que me gustan, entre ellos Diablo, Elden Ring, Darksiders, Dragon's Age, etc. Los personajes, conceptos y de más son creación mía.

1


La Princesa Celestial


 


Los jardines celestes estaban divididos por hermosas paredes altas y blanquecinas, casi totalmente cubiertas de plantas verdosas y lilas. Los senderos llevaban hasta pequeños quioscos, donde se podía tomar el té y descansar rodeado de la naturaleza. Había fuentes de esculturas angelicales, que adornaban las callejas de la Zona Alta, misma que tenía muchas edificaciones de diferentes tamaños, pero con una arquitectura similar. Las torres, detalladas con gárgolas de pegasos y grifos, de roca nívea y grabada con símbolos hermosos, hacían juego con el castillo real.


En uno de los balcones, de los torreones del oriente, estaba Lillie, la Princesa Celestial. Sus ojos, de un tono azul con destellos verdosos, resplandecían por la luz del día. Su cabello era de un color castaño-rojizo, largo y sujetado en una media coleta. Traía una corona plateada, con un diseño lleno de ramas, espinas y laureles. Su vestido, blanco inmaculado y de bordados dorados, se ondeaba un poco, por el viento suave que soplaba ese día. No tenía alas, como los ángeles, porque no pertenecía a esa especie. No obstante, su rostro, hermoso y aniñado, estaba sumamente serio.


Desde la mañana, su cabeza no paraba de palpitar, como si estuviera en un mar de preguntas, cada una más abrumadora que la otra. Había tenido un sueño muy inusual, repleto de imágenes desconocidas. Sin embargo, había un rostro en específico, el de una chica humana de cabellos castaños y tez morena clara. Ni siquiera podía asegurar que la conocía, pero la había visto a su lado, compartiendo momentos demasiado cercanos y especiales.


Agachó la mirada y observó sus manos recargadas sobre la baranda de la terraza. Tocó sus propios dedos y recordó una sensación del sueño. De alguna forma, su cuerpo parecía reaccionar ante esa ilusión, como si realmente hubiera sentido la mano de la otra acariciándole. Soltó un respiro profundo y se autocriticó. No podía distraerse con algo así de irracional, pues tenía que cumplir con las obligaciones que su padre le pidió.


Dio la vuelta y se adentró al castillo. Caminó por uno de los pasillos largos, saludó a unos sirvientes, quienes la alabaron gustosos, y entró a la biblioteca.


Los estantes altos y blancos, estaban atiborrados de libros, pergaminos viejos, encuadernados hechos a mano y mapas enrollados. Era sorprendente ver la cantidad de información a la que podía acceder, pero no tuvo el interés de hacerlo en ese instante. Así que llegó al cubículo privado de la realeza, en el segundo piso, y cerró la puerta detrás suyo.


—Buenos días, su alteza —habló un hombre, que se encontraba parado frente a uno de los estantes medianos. Era de piel oscura, cabeza calva y barba pronunciada y blanca. Vestía una toga elegante, con una sotana extra en tonos rojizos y amarillos. Portaba un distintivo, como un prendedor, con la forma de una flor, significando que era uno de los Sabios más importantes del reino. Sus alas cerradas y levemente azuladas hacían juego con un halo resplandeciente, que parecía parpadear detrás, desde su nuca hacia arriba.


Lillie se sentó frente al escritorio y, por un par de segundos, le pareció que su instructor debía estar en otro lugar, junto a ella, en otro tiempo, quizás. Sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, pero no dijo nada.


—¿Cómo se encuentra hoy? —continuó el maestro.


—Bien, Isaiah —contestó y lo vio poner libros frente a ella—. ¿Vamos a estudiar?


—Así es —indicó y se sentó en la silla libre de un lado—. Por años, esa ha sido mi tarea: enseñarle. Desde el arte, la ciencia, la política y hasta la sociología, ya que su padre lo ordenó así desde el día de su nacimiento.


La chica le arrojó una mirada seria, como si estuviera a punto de reclamar, pero tomó uno de los libros. No lo abrió, ya que se cuestionó un par de inquietudes incongruentes. ¿Desde cuándo Isaiah se refería a ella con tanta formalidad? ¿Por qué decía que la había educado desde su nacimiento, si no tenía recolección de que así fuese? Respiró hondo, intentando tranquilizar su monólogo interior, y regresó el interés al hombre.


—¿Cómo es que mi padre convenció a todos para aceptar a su hija aquí? ¿Qué les dijo para que no se opusieran? ¿Realmente aceptarán que yo me corone? —preguntó aceleradamente.


—¿Disculpe? ¿A qué se refiere?


—No te hagas el inocente, Isaiah. Fuiste tú quien me enseñó a despertar a Chaosholder… —se detuvo, al notar el rostro perplejo del tutor. Aguardó unos segundos, pero no obtuvo respuesta—. Es la verdad, ¿no?


Nuevamente, la mente de Lillie viajó a otro fragmento de un recuerdo borroso. Sabía que Isaiah siempre la protegió y que le enseñó a usar su espada. Luego, se cuestionó algo nuevo. ¿Dónde se hallaba Chaosholder? Desde que despertó, no tenía idea de su paradero.


—¿Cómo sabe de Chaosholder, su alteza? —inquirió Isaiah, se aclaró la garganta y puso un rostro lo más neutral posible.


—Porque siempre la he usado.


—¿Cómo está tan segura de eso? Todavía no cumple la edad necesaria, y su maestro de combate, Lord Michael, nos ha informado que aún no está lista para convocarla.


No dijo más. Era realmente extraño que se viera a sí misma peleando con Chaosholder, una espada hecha para la Devastación. “Entonces, ¿fue un sueño nada más?”, se cuestionó, con una sensación de intriga y miedo a la par.


Isaiah respiró hondo, para llamar su atención, volvió a aclararse la garganta y abrió uno de los libros que estudiarían el día de hoy.


—Si esto es una broma, señorita, le pido que me disculpe. No esperaba algo así de su parte —dijo, como si estuviera tranquilo, a pesar de que había confusión en su interior—. Debemos terminar a tiempo, porque debe presentarse en la arena de entrenamiento. Recuerde que es parte de sus deberes.


—Está bien —aceptó renuente.


Prefirió evitar más embrollo, así que prestó atención en el estudio. Sin embargo, no pudo concentrarse por completo. La duda estaba incrustada, como una espina en su piel, que le recordaba una y otra vez del malestar e irritación. Las discrepancias, hasta ese momento, parecían más como malentendidos que debían hablarse.


 


 


*** 


 


 


Las clases terminaron, y Lillie regresó a su habitación. Se cambió, con ayuda de los mozos que solían asistirla, y se puso un traje de práctica. Era una pechera azul, con detalles en plata, así como una falda de guerra tableada y de cuero resistente en tonos rojizos. Salió de la habitación y se dirigió a los jardines traseros, pero se detuvo en seco, al reconocer la voz de su padre. Se acercó a la puerta cercana e intentó escuchar con más atención, pero no fue posible.


Parecía que el rey hablaba con alguien respecto a un problema, pero no pudo discernir cuál exactamente.


—¿El Arbol de la Vida? —susurró lo único que alcanzó a distinguir.


Reanudó la marcha hacia la puerta principal y abandonó el castillo. Por ahora, lo que deseaba comprender era la diferencia entre algunas de sus memorias y las que otros tenían respecto a ella.


Llegó al jardín trasero que, en realidad, era una arena de entrenamiento. Había un cuadrante en el centro idéntico a un ring de combate y un edificio semi rectangular que servía como bodega para las armas, las duchas y de más necesidades de los cadetes.


Se acercó al grupo de ángeles adolescentes reunidos en un círculo junto al ring y escuchó algunos saludos amables. Casi todos tenían alas claras, cuerpos delgados y musculosos, traían pecheras y faldas protectoras para la guerra. Algunos portaban cascos con alitas a los costados, mientras que otros cuantos usaban protecciones en sus cuellos, como pañoletas doradas y rojas. La mayoría se reía tranquilamente, hablando de temas sobre los entrenamientos, las clases en las academias y el próximo torneo de reclutamiento que se realizaba con ayuda del Campeón del Cielo.


Cuando un ángel mayor se les acercó, todos guardaron silencio y se posicionaron en una línea frontal. Lillie los imitó y aguardó. El recién llegado era alto, de cabello largo y rubio, sujetado en una coleta. Sus ojos eran de un azul celeste, su tez de un tono blanco rosado y su armadura de color bronce. Traía una capa ornamental, con la simbología del Gran Comandante de la Orden Anti-Infernal, Lord Michael.


—Buenos días, cadetes —dijo, con una voz agradable y varonil—, hoy vamos a continuar con el entrenamiento básico de espadas. Quiero que tomen sus armas de práctica y seleccionen a un compañero.


Rápidamente, los chicos hicieron parejas, dejando a Lillie excluida. La chica observó por unos segundos y creyó que nadie la elegiría. De alguna manera, era lo que había esperado, como si fuera una situación constante a la que se había acostumbrado. Sin embargo, uno se le acercó y la saludó con una sonrisa radiante. Era un muchacho alto, de piel muy oscura, ojos color gris y cabello negro y muy corto.


—¿Puedo ser su compañero hoy, su alteza? —le pidió amablemente.


Ella asintió, pero se percató de las miradas de todos. No comprendía por qué la veían como si hubiera hecho algo sumamente extraño. Se sintió incómoda, pero no lo expresó. Mantuvo un rostro serio y prestó atención al maestro.


—Vamos a trabajar en la retaguardia, así que no quiero reproches —continuó el profesor.


La mayoría de los chicos hizo un sonido de recriminación, luego se burlaron juguetones ante la mueca molesta del profesor, y obedecieron. Lillie usó una de las espadas de madera, justo como su compañero, y se posicionó lista para defenderse. El chico asintió y lanzó un ataque demasiado simple y sin fuerza, por lo que ella no se movió. Otra vez, el acto se repitió. Y después, igual. Hasta que Lillie chistó con la boca y negó.


—¿Qué pasa? —dijo, un poco retadora—. ¿No puedes hacerlo mejor?


Los cuatro chicos cercanos a ellos abandonaron sus prácticas y los observaron, con los ojos abiertos de par en par. El profesor notó la interacción y comenzó a volar hacia ellos.


—¿Disculpe, princesa? —respondió el compañero de entrenamiento.


—Ni siquiera te estás esforzando —siguió ella, pero ahora molesta—. En un combate real, estarías muerto.


El chico se sintió ofendido y arremetió con fuerza. Lillie sonrió satisfecha y lo esquivó fácilmente.


—¿Qué sucede? —el profesor interrumpió.


—Nada —contestó ella y preparó el arma.


Por unos momentos, el profesor miró interesado. El compañero de Lillie lucía levemente fastidiado, y acrecentaba la potencia con cada espadazo. Entonces, cuando creyó que iba a dañar a la princesa, se interpuso.


—¡Malik! ¡Detente! —pidió el maestro asustado—. Sabes bien que no debes atacar como en un combate directo.


—¿Por qué no? —fue Lillie quien respondió.


Las prácticas cercanas se detuvieron, y el profesor la encaró. Negó en forma de desaprobación y se cruzó de brazos.


—¿Disculpe, su alteza?


—¿Por qué Malik no debe atacar como en un combate real? Estamos entrenando para la guerra, ¿no? O eso me dijo mi padre —aseguró la chica.


Los ángeles, que ya habían detenido por completo la actividad, veían la escena anonadados. Comenzaron a murmurar, pues era algo que no se veía todos los días. Estaban acostumbrados a obedecer sin cuestionar, como dictaban las leyes divinas.


—Sí, obviamente —repuso el profesor, apenado—. Sin embargo, usted todavía está en niveles básicos. Por eso, entrena con el grupo de cadetes novatos.


—¿Básicos? —renegó, muy ofendida—. ¡Claro que no! Aquí mismo podría enfrentarlos a todos y ganarles, incluso a ti.


—¿Qué dijo? —el profesor se le acercó desafiante e irritado—. Le pido que cuide sus palabras, su alteza. A diferencia del Sabio Isaiah y Lord Michael, yo no estoy aquí para tolerar sus caprichos. Malik, así como el resto, saben lo que deben hacer frente a usted.


Lillie bufó enfadada y levantó la espada al frente, como una forma para confrontarlo. Dio un paso al frente y se subió al ring en un salto.


—¿Por qué no lo averiguamos, profesor? Si tanto insistes en que no podré defenderme de ninguno de mis compañeros, hagamos una demostración —solicitó, sonriente y segura.


El profesor cayó en su juego, debido a su orgullo como guerrero e inmadurez por su juventud, así que asintió. Era mucho más joven que la mayoría de los generales, comandantes y grandes líderes, por lo que se guió por el enojo que sentía. No iba a permitir que nadie lo humillara de esa forma. Organizó a los cadetes en una fila, del peor al mejor, y les ordenó subir a la arena de combate.


—En ese caso, hoy haremos algo distinto. Su alteza desea que entrenemos en combate más real, y así será —dijo, orgulloso. Empujó al primer estudiante y sonrió—. ¡Comiencen!


Lillie guardó una mueca de diversión. Esquivó al primer ángel, que apenas era capaz de controlar la espada de madera, le tomó del brazo en una arremetida y usó su propio peso y velocidad para sacarlo del ring.


—Uno —contó ella, plenamente satisfecha.


El profesor llamó al siguiente, y la pelea inició. Otra vez, la chica hizo quedar en ridículo a su compañero y lo hizo tropezar. Se acercó a la orilla y sonrió presumida.


—Dos.


—¡Vamos, vamos! ¡El que sigue! ¡No se queden como inútiles! —ordenó el profesor cada vez más irritado.


Nuevamente, la princesa terminó el combate en un par de minutos. Cada uno de sus compañeros quedó impresionado y la observó de una forma distinta. Al inicio, habían mostrado condolencia, como si fuera frágil y delicada, pero ahora era todo lo contrario. Parecía una guerrera como los grandes generales, así que comenzaron a aplaudir cada que ganaba. Al final, también derrotó a Malik, quien era el mejor de los cadetes. La pelea duró un poco más de dos minutos y el chico le arrojó una mirada de perplejidad y respeto absoluto.


—¿Y bien? —dijo Lillie, con una sonrisa de oreja a oreja—. ¿Haremos esto más interesante?


—Sí —aseguró el maestro y subió al ring. Se escucharon sonidos de alerta, por parte de los cadetes, pero no se detuvo. Tomó una de las espadas de entrenamiento y la elevó, como la tradición dictaba. Abrió las alas y se preparó para pelear—. Me sorprende que, hasta ahora, muestre sus habilidades, su alteza. Lord Michael me ha instruido de acuerdo con los avances que, según él, han hecho en las clases privadas.


—¿Enserio? —contestó interesada en lo que revelaba. No tenía recolección de ninguna clase junto a un arcángel bajo ese nombre, por eso comprendió que era una mentira incrustada en la mente de los involucrados. No obstante, sí recordaba algo con claridad. Quizá no estaba grabado a la perfección en su cabeza, pero su cuerpo lo demostraba. Tener una espada en la mano parecía lo más natural y normal del mundo, algo con lo que sabía que había crecido—. ¡Vamos a pelear!


—¡Acepto su reto!


El profesor saltó, voló y se le abalanzó, pero ella fue más rápida. Dio un giro acrobático y casi le dio un golpe directo. Las espadas de madera hicieron un sonido típico entre ellas, a diferencia de las de metal, pero no se detuvieron. Los estudiantes, por su cuenta, gritaron emocionados y comenzaron a apoyar a Lillie.


—¡Vamos su alteza! ¡Usted puede ganar! ¡Es increíble! —vociferaron como porristas.


La chica saltó un par de veces y giró sobre su eje, lanzando una patada alta para desestabilizarlo. El profesor perdió la espada y se hizo hacia atrás. La miró fijamente, con la mueca llena de incredulidad y, por fin, se inclinó en forma de respeto y elogio.


—Bien hecho, su alteza —aceptó su derrota.


Lillie soltó un respiro profundo y limpió un poco del sudor que había en su frente. Se le acercó y le ofreció la mano, como una forma de compañerismo y consideración.


—Gracias —le dijo amable.


Él la miró desconcertado y aceptó el gesto.


—¿Por qué me agradece? —inquirió curioso.


—Cumpliste mis caprichos.


—¡Profesor Jael! —Se escuchó una voz en las cercanías.


Los chicos se dispersaron al reconocer a los que se acercaban. Se colocaron en pares y tomaron sus espadas, para disimular que seguían en el entrenamiento. Lillie miró a la derecha y encontró un rostro conocido. Se quedó inmóvil y sin saber cómo comportarse, pues su cabeza era un torbellino de recuerdos alterados e incoherentes.


Los ángeles recién llegados portaban armaduras en tonos oro y plata. Sus alas estaban protegidas en la parte superior, con hermosos zafiros de corindón como adornos. El primero era un hombre musculoso, de tez oscura y ojos blancos. La segunda era una joven, casi de la misma edad que Lillie, pero de piel muy oscura y ojos tan dulces como la miel.


La princesa dio un paso atrás y soltó el arma, causando que el resto la contemplara como si algo malo ocurriera.


—¿Señorita? ¿Pasa algo? —preguntó el primero.


—Eurielle —susurró ella, sin poder comprender por qué recordaba a la joven en un combate letal.


Estaba segura que habían luchado a muerte. Pero no comprendía la razón, ni tampoco cuándo. Sintió un punzar tan agudo en su cabeza, que se mareó y sintió nauseas. Gimió de dolor y se tambaleó. La energía parecía abandonarla y creyó que todo daba vueltas a los alrededores. Cerró los ojos y cayó al suelo.


—¡Princesa Lillie! —gritaron algunos asustados.


 


 


***


 


 


Los sonidos estaban lejanos, como si un líquido denso los intentara silenciar. Se oían voces de niños, risitas tiernas y, de vez en cuando, pasos apresurados. Había una sensación cálida, pero también melancólica. Era una contradicción que causaba malestar en el pecho de Lillie.


Abrió los ojos y reconoció su alcoba en el castillo. Se incorporó y, junto a la cama, vio a un par de ángeles pequeños que eran realmente querubines.


—Señorita, no se levante —indicó uno de estos.


No obedeció y se dirigió hacia la puerta del balcón. La abrió y salió. La luz del sol era clara, pero creaba sombras largas hacia el oriente, gracias a los edificios, indicando que la noche estaba por llegar.


—Su padre decidió cancelar la fiesta de hoy —informó el otro querubín—. Está muy preocupado por usted. Vino a visitarla, mientras dormía. Nos pidió que nos quedáramos a su lado, hasta que se sintiera mejor.


—Estoy mejor —dijo, con la voz un poco rasposa. Regresó a la habitación y bebió de un vaso de agua que estaba en la mesita de noche—. ¿Dónde está Eurielle?


—¿Lady Eurielle? Eh… —el querubín titubeó, sin saber qué debía decir.


—Sí, ella.


—Seguramente está en el coliseo, señorita. Lady Eurielle es la Campeona del Cielo, así que tiene responsabilidades militares muy importantes, como comandar a los mejores soldados de la Guardia Anti-Infernal.


Eso sí lo podía afirmar. No comprendía por qué, pero estaba segura que el querubín no mentía. De alguna manera extraña, sabía que Eurielle era un arcángel de alta categoría, y una guerrera poderosa y temible.


—En estos momentos, está trabajando en la organización del Torneo de Reclutamiento que se hará en honor al título que porta —continuó el ángel—, por eso está ocupada. La competición es para enrolar a los mejores, reagrupar a las milicias y darles a los inconformes la oportunidad de cambiar su estatus social, así que es muy importante.


—Me gustaría hablar con ella.


Se acercó a la puerta y la abrió. Ignoró las frases de consternación de los sirvientes, y salió hacia el pasillo. No obstante, no pudo ni avanzar, ya que su padre la detuvo al llegar a la entrada. Él venía de la izquierda y se apresuró para interceptarla.


—¿Lillie? ¿Por qué no estás en la cama? ¿Te sientes mejor? —dudó el hombre.


Ella asintió tímidamente y mantuvo la distancia. Todavía era extraño interactuar con él, en especial por lo que sus pensamientos le decían, respecto a que no debía estar ahí.


—Me diste un susto. Lady Eurielle y tu profesor te trajeron inconsciente hasta acá. Pensé que te habías lastimado en el entrenamiento, pero Jael comenzó a balbucear sobre tu potencial y no sé qué más ridiculeces —agregó pensativo.


Escuchó un poco, pero se perdió en una memoria del pasado distante. Se veía a sí misma de una edad muy joven junto a dos niños más. Agachó el rostro y se aseguró de algo. Evocaba una parte minúscula de su infancia, incluidos los rostros de esos pequeños, que no parecían tener coherencia en su vida. ¿Quiénes eran y por qué convivieron con ella?


—¿Papá? —lo interrumpió.


—¿Sí? —dijo el hombre cariñoso.


—¿Podemos hablar en privado? —pidió, agachando el rostro, para que no pudiera detectar la incertidumbre que ya se presentaba en el sudor de sus manos.


—Lillie, no me pidas que hagamos la fiesta hoy. Hace unos minutos, los invitados recibieron la noticia. La haremos hasta el fin de semana, después del Torneo de Reclutamiento.


—No es sobre eso.


El rey la observó inquieto y asintió. Le tomó de la mano y la guió hasta una de las salas privadas que usaba con sus sirvientes más allegados. Selló la puerta y esperó. La chica, por su cuenta, dio unos pasos hacia la mesa de la habitación y encontró documentos recientes.


—¿Lillie? —pronunció el hombre.


Se giró y lo encaró. Sin embargo, ahora que estaban solos, creía que cometería un error fatal si externaba sus ideas. No tenía ninguna protección, además de la armadura amateur que usaba para los entrenamientos y que aún traía puesta.


—¿Qué pasa, hija? —insistió Elohim.


Soltó un respiro pesado y prefirió interrogarlo sobre otro tema.


—¿Dónde está Chaosholder? Sé que la tienes escondida, así que no me mientas.


—¿Mentirte? Jamás haría tal cosa, cariño —dijo afable—. Chaosholder es un arma Maldita, y lo sabes bien. Es una de las espadas provenientes de la Bóveda de la Devastación, creada por seres híbridos.


—Nefilinos, sí. No tienes que repetirlo. Sé quién la hizo, pero quiero saber dónde está.


—¿Para qué? —interrogó, con genuina preocupación.


—Porque es mi espada —recriminó un poco, pero contuvo la ira creciente que aparecía como un burbujeo en su esófago.


—Lo es, pero eres muy joven todavía. Además, no me gustaría que la gente comience a decir estupideces. Suficientes problemas tengo con los incidentes externos al reino, más la economía decadente en los territorios del sur y del continente Malakim —contestó atolondrado y como si golpeara las palabras, ante el estrés de su trabajo—. Está protegida, así que no te preocupes.


—Me gustaría tenerla conmigo.


Los ojos del rey brillaron mágicamente, de forma que parecían más claros de lo usual. Lillie sabía que estaba molesto, puesto que, alguna vez, en algún momento del pasado, lo vio hacer lo mismo, cuando discutió con alguien más en otro lugar. Miró los alrededores y se sintió en pánico. Él no debía estar allí. ¿O era ella quién debía desaparecer? Levantó las manos temblorosas y las miró. Las lágrimas se apilaron en sus ojos, y su mente fue atacada por la imagen de un día oscuro, lleno de nubes tormentosas. Entonces, observó a su padre y le arrojó una mirada de odio.


—Me abandonaste… —susurró, confundida y con la cabeza palpitándole por el esfuerzo para recordar.


Elohim se le acercó y la abrazó. La tranquilizó y le dijo que todo estaba bien, que él se hallaba presente y que no era una ilusión. Le acarició la cabeza, hasta que se calmó. Dejó que sollozara un poco más y se distanció unos centímetros.


—¿Estás bien? —preguntó muy consternado.


—Sí —mintió sin saber qué había ocurrido momentos atrás. Se limpió el rostro y caminó rumbo a la puerta—. Por favor, quiero mi espada —insistió, antes de abandonar la sala.


Caminó por el pasillo y llegó a su habitación. Les pidió a los sirvientes que la dejaran sola y se quedó en el balcón. Retiró la pechera y la dejó caer al suelo. Se recargó en la baranda y miró el cielo despejado.


—¿Qué mierda me está pasando? —musitó, enojada con sigo misma—. ¿Y quiénes son esos niños que vi en mis recuerdos? ¿Por qué jugaba con uno de ellos? —suspiró profundo y dejó a sus lágrimas salir—. Además, ¿por qué aparecen los rostros de personas que nunca he visto? ¿O por qué veo a Eurielle peleando contra mí?


Se sentía aprisionada por las dudas, como si fueran cadenas en sus muñecas y tobillos, como si estuviera en alguna prisión oscura y fría. Había situaciones que contradecían parte de su esencia, justo como lo ocurrido previamente en los entrenamientos. ¿De dónde sacaban los ángeles que ella era débil? Era una ofensa que no perdonaría. Luego, detuvo los reproches y se cuestionó algo más. ¿Por qué nadie decía nada respecto a su origen?


—Soy un Nefilino —pronunció en voz baja, al sentir que cometía una falta.


Y, sin importar la verdad, nadie opinaba o intentaba hacerle daño. Se suponía que los Nefilinos eran temidos y odiados, híbridos entre lo mundano del Infierno y lo divino del Cielo. Ella era un monstruo, atrapado en la sangre de dos entidades contrarias. Pero estaba ahí, en el reino de su padre, junto a él, mientras todos le llamaban ‘princesa’.


Se molestó y regresó a la habitación. Se acercó al espejo y se miró confundida. Su cuerpo delgado se veía extraño sin las ropas que prefería usar. Su cabello largo también estaba fuera de lugar. O eso se aseguraba. Entonces, buscó en los cajones del peinador unas tijeras o algo filoso, pero no encontró nada. Soltó un bufido de frustración y negó.


Alguien llamó a la puerta, así que se tranquilizó.


—Adelante —dijo, con la voz fingida para que nadie notara que estaba ahogada entre las ansias y la desesperación.


Una escolta entró, portando un mango estilizado, con la punta adornada por un cristal rojo. La reverenciaron y dejaron el objeto sobre la mesita de té.


—Su padre nos indicó que deseaba tener su espada con usted, su alteza —dijeron los ángeles.


—Gracias.


Los soldados se despidieron y salieron, así que Lillie no aguardó ni un segundo. Se acercó y tocó el mango. Sintió el poder recorrer cada parte de su cuerpo, como si un líquido entrara por sus venas y se esparciera prontamente. Lo levantó y usó su magia. La cuchilla de Chaosholder apareció y mostró un aspecto grueso y letal. Tenía tallados en el centro, de calaveras demoniacas y angelicales, todas marcadas en el metal plateado. Sonrió y tocó con cautela el filo. Parecía que se comunicaba con ella, como si comprendiera la rabia que existía en lo más profundo de su corazón.


Sin embargo, gracias a la inspección, notó algo inusual. La espada tenía reparaciones en el mango que debía estar oxidado y deteriorado, pero no era así. Lucía nuevo y resplandeciente, con las amarras rojas y negras entrelazadas, que hacían juego con el cristal superior. “Quizá papá usó un hechizo para restaurarla”, se convenció, aunque sabía que no era posible. Las armas de los Nefilinos no podían ser forjadas por nadie más que ellos mismos o un demonio de poder profano y que tuviera conexiones con ellos.


Prefirió engañarse y buscó un lugar poner el arma. La colocó en la pared, entre unos toalleros, y la miró con el rostro lleno de felicidad. Para ella, Chaosholder era una parte esencial de su ser. Era su compañera de combates y su defensora. Era la seguridad que le permitía adentrarse a lo desconocido y pelear sin miedos.


Soltó un suspiro de satisfacción y se acercó a la cama. Retiró su playera, la falda y las botas, y las dejó sobre el colchón. Se acercó al baño y cerró la puerta. Se quitó el resto de las prendas interiores y abrió la llave del agua. Preparó la tina y se metió. Necesitaba aclarar la turbulencia en su mente, así que creyó que encontraría paz en la ducha.


Cerró los ojos y se relajó. Por unos minutos, disfrutó la sensación tersa del agua. Sin embargo, otra vez, se encontró desorientada. Esa ocasión no era como las pasadas. Había un pensamiento de curiosidad y miedo conjuntos. Acarició sus brazos tonificados y bajó por su pecho. No era una chica voluptuosa, y nunca se había considerado bonita. No tenía idea de cómo se veía a sí misma, cuando se trataba de su propio cuerpo. Aun así, tenía algo en claro. La figura femenina le parecía perfecta, hermosa y sumamente atrayente. Lo había descubierto mucho tiempo atrás, pero jamás lo había analizado.


Entonces, bajó por su vientre y se detuvo, antes de llegar a la pelvis. Su mente arrojó una fantasía erótica y sonrió levemente. Imaginaba a una chica frente suyo, una que fuera linda, con pechos grandes y caderas amplias. Cerró los ojos y comenzó a frotar justo entre sus piernas. Soltó un resoplido suave y disfrutó el movimiento circular que hacía de forma constante. Soltó una risita tersa y continuó la fantasía. El cuerpo femenino se acercaba a ella y le tocaba de los hombros. No obstante, cuando pudo ver el rostro, abrió los ojos y se detuvo; era la cara de la humana de sus sueños.


Analizó a profundidad. ¿Por qué fantaseaba con alguien que parecía no existir? Tiempo atrás, utilizó esas fantasías para satisfacerse, pero nunca vio un rostro específico. Tan sólo era un cuerpo desconocido. ¿Por qué ahora sí había una identificación?


Terminó de ducharse y se secó. Se enredó con la toalla y salió del baño. En el escritorio, buscó un cuaderno, un lápiz y un borrador, para comenzar a dibujar. Trazó la figura de esa chica y agregó un par de detalles extras en su cuerpo desnudo. Al terminar, la miró y creyó que no era más que una falacia. Negó y se regañó como si cometiera un error. ¿Por qué le daba tanta importancia a algo sin aparente valor? Intentó convencerse de que no debía preocuparse, pero la curiosidad se quedó latente en las observaciones que hacía de aquello que la rodeaba.


—Será mejor que me aliste —susurró como una manera de tranquilizarse—. Papá quiere que cene con él. Es una ridiculez tener que ponerme un vestido cada que salgo de mi habitación. Una verdadera estupidez —repitió molesta y comenzó a cepillar su cabello.


Finalmente, se prometió que investigaría más si la situación se repetía. Quizá todo estaba bien. Ella era la Princesa Celestial y podía disfrutar su vida junto a su padre. Debía enfocarse en eso, así pareciera una mentira.


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