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Rastros de Sangre por outsider

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Notas del capitulo:

uff..... tanto tieeeeeeeeempo :S

siiii, lo siento taaaaanto, pero lo tenía muy abandonado, lo lamento :(

espero mantenerlo actualizado al menos en un plazo no mayor a 2 semanas.... no les miento si les digo que entre entrenamiento, la universidad, mi práctica y mi trabajo... poquito tiempo me queda :S

ojalá les gusteeeeeee

Al cabo de un par de horas después de pedir direcciones y cabalgar rápidamente por entre bosques, el español llegó a un pueblo bastante ruidoso y al parecer bastante alborotado. Vio casas llenas de adornos, las calles colmadas de gente bulliciosa, colgando abalorios en los postes del camino y por donde encontraran espacio. Sí que se tomaban en serio eso del festival. Todo era perfecto.

Bajó del caballo y avanzó por las calles con la mayor cantidad de gente posible, observó las moradas con puertas abiertas. Amarró las riendas del caballo a la misma madera donde había otros 3 caballos comiendo. Se escabulló en una de las casas que parecía estar más lejos del ojo público. Podría bañarse rápidamente y tendría que robar algunas monedas de oro y otro atuendo. Si hallaba una máscara, sería ideal.

No demoró mucho, arriesgarse era tonto y debía aprovechar la luz del día para esparcir entre los pueblerinos un par de mentirillas para recibir al caballero. Casi podía sentir el olor del cadáver del inglés frente a él.

El espía se aseguró de dejar bastante desordenado, tomó el ato con la ropa que había sustraído y la arrojó por la ventana hacia la parte de atrás de la casa donde no había nadie a la vista.

Salió de la casa y prosiguió a hacer lo mismo con unas cuantas casas más. Con eso bastaría para espantar a los pueblerinos por el momento. Tenía suficiente oro para 2 días en aquel pueblo, y un poco más para cuando saliera. Después de terminar el cuento con el inglés, debería volver a España y arreglar su situación.

Se dirigió al lugar donde había arrojado los hatos con ropa sustraída y los escondió lo mejor que pudo. Las necesitaría para cuando se fuera.

Caminó por el pueblo buscando una tienda que pudiera proveerle de ropa decente y una máscara. No tardó mucho antes de encontrar una perfecta. Entró haciendo que una campanilla sonara por sobre su cabeza. Una señora regordeta salió a su paso.

-Buenas tardes, señor- su sonrisa era pulcra y amable, -¿en qué podemos ayudarle?-

Este era el momento perfecto.

-Buenas tarde, mademoiselle- dijo con un acento francés perfecto, -busco ropas para asistir a su célébration mañana.- La mujer asintió y se preguntó como lo pagaría si se veía un tipo pobre por como estaba vestido. El español notó la dubitativa en la mujer y se mordió el labio para no sonreír. Todo iba tal y como lo tenía planeado. La señora se entregó un par de trajes, de los más baratos que podía encontrar. El espía se le acercó. –No, mon cher, tengo dinero para pagar por sus mejores trajes. El ladrón no alcanzó a robarme todo lo que tenía-. Su expresión se hizo triste y penosa. La dueña de la tienda miró al hombre sentado frente a la caja registradora y no pudo evitar sentir miedo. -¿Ladrón?-

-Oh!, oui oui, hoy en la mañana. Mon Dieu, bajé de mi caballo y me atacó. Mi oro no pudo quitármelo ya que lo tenía en un bolso a un costado escondido del caballo, pero robó toda mi ropa. Debió ser alguien que escapaba, porque salió corriendo enseguida, sin siquiera preguntar por mi oro.- La señora se tapaba la boca aterrorizada. ¡Ese ladrón podría estar en el poblado y atacarlos! El hombre que asumió el marido de la mujer, ahora estaba también frente a él espantado. En su interior, el espía sonrió ampliamente. Paso 1 de su plan, completado.

Compró 2 trajes, 2 máscaras y, aprovechando la distracción de ambos dueños, sustrajo una peluca de cabellos cobrizos. Agradeció a la pareja su amabilidad y se dispuso a retirarse cuando llegó un poblador corriendo por la puerta, -Señora Hunsaker!-, frenó en seco y se inclinó agotado, tratando de tranquilizar su respiración. El esposo de la mujer se le acercó, -Muchacho, ¿qué ocurre?-. El espía puso atención.

-Su casa, señor, ¡su casa ha sido asaltada junto con otras 5 más!- Los dueños de la tienda miraron inmediatamente al espía, éste se hizo el sorprendido. –¡Mon Dieu!, está aquí- La mujer estalló en llanto, su esposo la abrazó y dio la orden de cerrar el negocio. El español hizo una reverencia y se retiró del negocio. Su siguiente paso sería la taberna.

Caminó lo más rápido que pudo. La taberna no estaba lejos de la tienda donde recién había estado. Ya tenía muy poco tiempo, estaba oscureciendo y no le parecía que los pueblerinos fueran a aprovechar la noche para tomarse unas cervezas como amigos. Eso ya lo harían al siguiente mediodía, ahora sólo parecían querer descansar.

Cruzó las portezuelas de madera bajo el cartel que rezaba “LanBeer”. No pudo evitar preguntarse si el nombre era una composición entre Lancot y Beer (cerveza). El lugar olía como cualquier otra taberna en la que había estado. Sudor, calor, licor, tabaco. Sus ojos recorrieron las mesas. ¡Todo el lugar era de madera!, mesas, sillas, paredes, la barra. Casi se sentía como en una casa de los cuentos de hadas que solía contarle su madre cuando pequeño. En una de aquellas casas donde vivían las hadas sobre los árboles. Había unos pocos hombres, a lo sumo 6. No importaba, serían suficientes para que la presencia del famoso ladrón quedara en completo conocimiento de toda la comunidad.

Caminó hacia la barra. El lugar también funcionaba como hostal para los viajeros, así que podría solicitar una habitación donde pasar la noche. Por detrás del mostrador, una joven de largos cabellos rubios y rizos, de una sonrisa perlada y perfecta le dio la bienvenida al lugar.

-Quisiera una habitación para esta noche, merci- intentó dibujar la sonrisa más atribulada y preocupada posible. La chica asintió, cogió unas llaves a la vez que el español le extendía unas monedas. –¿Se encuentra bien, señor?- las manos suaves y delicadas cubrieron su mano con las monedas. Su mirada azulina y tierna casi lo hizo sentir culpable por mentir. –No me agrada la idea de pasar la noche en este pueblo…- notó como las sillas a su espaldas se removían son brusquedad, las pisadas fuertes a su espalda se acercaban con prontitud.

-¡Eh, tú!, ¡extranjero!- oyó como un hombre le hablaba a la espalda, pinchándolo con el dedo en el hombro. Se volteó. Al menos 3 hombres de grandes proporciones estaban junto a él. -¿Quién te crees para hablar así de nuestro pueblo?- Tomás estiró la espalda y se volteó. Su metro ochenta de estatura le permitió quedar frente a frente al hombre que le habló. Levantó las manos frente a su rostro y las agitó. -Excusez-moi, monsier, ha sido un error- dirigió su mirada al resto de los hombres que flanqueaban al tipo, -fui asaltado cuando llegué a este pueblo- La joven a su espalda ahogó un grito, los tipos se miraban entre sí.

-James –uno de los tipos habló, -es verdad, hace un rato oí el rumor. Varias casas fueron robadas. Tomás interrumpió. –ésa es la razón, pero no fue mi intención ofender- El espía notó el cambio en las miradas de los hombres frente a él, ya habían dejado de ser agresivas en su totalidad, ahora eran casi de compasión. El tipo, quien asumió debía ser James, se le acercó y lo tomó por los hombros. No era una reacción que esperara, sus músculos se tensaron de inmediato, notando como aun no se recuperaba por completo de lo ocurrido en el castillo. –Buen amigo, duerma tranquilo en mi posada- su voz era pasiva, algo a lo que no estaba acostumbrado oír. James ordenó que no se le debía cobrar su estadía a lo que la joven asintió y devolvió las monedas al espía. Tomás agradeció y procedió a retirarse alegando mucho cansancio luego de un día agitado.

Subió las escaleras mientras oía a los hombres discutir la presencia del ladrón y que irían en su búsqueda esa misma noche. Le era extraña la opresión en el pecho que sentía. La amabilidad no era algo a lo que estuviera acostumbrado. No era bueno empezar a sentir culpabilidad.

Cerró la puerta de su habitación a su espalda y se acercó a la ventana, arrojando lo que llevaba sobre la cama. Miró la calle donde estaba James y otras personas más. El tipo daba direcciones a los que se iban integrando al grupo. Se llevó la mano al pecho ocultándose en las sombras de la habitación. Quizás algún día volvería a Lancot y devolvería las cosas que había sustraído. Después de todo, era un espía, no un ladrón. Miró la cama a sus pies y pronto supo que estaba más agotado de lo que creía.



La noche en el pueblo parecía bastante agitada. Jamás lo había visitado antes, a pesar de ser el pueblo más cercano al castillo. Se bajó del caballo y lo enganchó a un tronco cercano. Los ciudadanos presentes en la calle se detuvieron a mirar al caballero de forma agresiva, como si quisieran lincharlo. Bajó su mano a la espada que aguardaba escondida bajo la capa. Esperaba no tener que usarla.

-¡Ése debe ser!- gritó una mujer, señalándolo mientras saltaba agitándose por completo. Chilló la misma frase un par de veces y muchas más personas se congregaron. -¡Ahí está el ladrón!-. ¿Ladrón?. Ian no alcanzó a hilar ningún otro pensamiento ya que la legión corrió blandiendo palos y otros utensilios como armas. El caballero sólo atinó a sacar su espada. -¡Alto!- su voz sonó profunda y potente, -¡Soy un caballero del Rey Edward!- Las personas detuvieron su arranque cuando James levantó su mano para hacerlos parar. Se acercó a Ian con desconfianza. El Sir supo que una vez viera su espada, sabría que decía la verdad. Dobló su muñeca, bajando la hoja de la espada, enseñándole el pomo, donde el escudo real resplandecía. –El Rey me ha enviado para seguir la pista del ladrón del que hablan- mintió, -no tienen nada que temer-. Enfundó su espada y quedó escondida bajo la capa.

James hizo una reverencia frente a él, la cual fue imitada por el resto de los pueblerinos. Ian se la devolvió.
Se acercó a James y solicitó toda la información que poseían.

Tomó uno de los granos de la uva que uno de los empleados de James había dejado en su habitación, junto con otras frutas para comer, zumos y cerveza. Le parecía increíble toda la situación. Una semana antes era uno de los militares más prestigiosos de toda Inglaterra. Y ahora estaba persiguiendo a un ‘ladrón’. Maldijo la hora en que sus vidas se habían cruzado. Refregó sus cabellos con más fuerza contra la toalla para secarlos, la ducha había sido gratificante para sus músculos, infinitamente tensos.

Tomó un gajo de naranja y lo masticó mirándose al espejo, como si esperase que el español apareciera frente a él en el reflejo. Sentía como si toda su carrera se disolviese con el pasar de los segundos. Segundos en los que el espía seguía vivo. Crispó los puños con fuerza, prohibiéndose estrellarlos contra algún objeto, intentando contener su furia. Resopló con fuerza y relajó sus manos. Debía mantener la cabeza fría para estar atento a los movimientos del espía. Sabía que no saldría del pueblo al menos hasta que el famoso festival de la lluvia acabara. Era su oportunidad de abastecerse sin ser visto, y ahí es donde lo encontraría. Se masajeó el hombro mientras caminaba de regreso a la habitación. Ordenó sus vestimentas pensando en cómo sería en un par de días su vida. Regresaría al castillo, entregaría al espía y… tomó la espada entre sus dedos y miró el escudo real en el extremo. Frunció el ceño molesto. Quería hacerlo. Quería dejar de ser caballero de la corona inglesa. Pero se sabía incapaz.

Se sentó en el borde de la cama, con el torso desnudo y la espada en sus manos. Pensó en Helen. A lo mejor, no era tan terrible su promesa de casarse con ella. Visualizó su vida en una campiña lejos de toda batalla, donde se respirara paz, donde todos los días despertara con su mujer entre sus brazos, aspirando el delicioso aroma de sus cabellos y los latidos de su corazón se acompasaran al suyo. En algún lugar donde el agua de las vertientes pudieran limpiar todo rastro de sangre en su alma. Devolvió la espada a su funda antes de regresar a su cama y apoyar su cabeza bajo la almohada. Una vida lejos del ejército. Cerró los ojos con resignación. Quizás ese día sería aquél en que sus pesadillas acabaran.

Cuando despuntó el alba, Sir Ian Blackmore terminaba de asegurar la espada al cinto bajo la capa. Con cierta nostalgia se preguntó si alguna vez despertaría después del sol. Tendría sólo hasta que el sol comenzara a esconderse para encontrar al espía. Después del festival, le sería muy difícil seguirle la pista.

Caminó por las calles del poblado, a paso tranquilo, observando cualquier detalle que delatara la presencia del espía. La gente comenzaba a despertar. Ni siquiera en la posada estaban despiertos cuando él salió. Los hombres que se le cruzaban, le saludaban cordialmente, Ian asentía con la cabeza en retribución. Las mujeres que se asomaban por las ventanas para bañarse con los primeros rayos de sol, se sonrojaban cuando Ian con una venia les saludaba. Al final de la calle podía ver los últimos preparativos para el festival. Bolas de colores, papel colorido cortado en miles de ínfimos trozos guardado en sacos, varios tipos de instrumentos musicales y trajes llamativos. Sin duda era algo importante para ellos. ¿Por qué nunca había oído de aquella celebración, estando tan cerca? ¿Estarían al tanto aquellas personas de lo cercanos que estaban de ver su pueblo destruido si el Rey germano descubría las tretas del Rey inglés y ordenaba la guerra? Recorrió las aceras cubiertas de abalorios y los rostros felices de los pueblerinos que circulaban. Suspiró. Ojalá no lo supieran, así vivirían tranquilos hasta que sucediese lo que tuviese que suceder.

Continuó su búsqueda, habló con las personas, adquirió pistas y dirigió su paso a las casas que habían sido robadas. Ahí debería encontrar algo.



Tomás se removió en el lecho, el sol se colaba de lleno por su ventana y le impactaba en el rostro. Gruñó contra la almohada mientras estiraba sus músculos. Hacía mucho que no dormía tan cómodo, tenía cero intenciones de levantarse. Quizás si se las ingeniaba, haría q inglés se marchara y el podría quedarse. Sonrió quedadamente, sin duda sería fabuloso quedarse quieto en algún lugar y establecerse, sin tener que huir ni esconderse, pero Inglaterra no era el lugar que tenía en mente y el momento tampoco era el más adecuado. Pronto. El ceño se le contrajo recordando al inglés, debería estar muy cerca del pueblo. Se levantó de la cama de un salto y se dispuso a asearse. No tenía mucho tiempo.

Vertió agua del jarrón en una vasija amplia. Observó su cuerpo desnudo aún surcado por rosáceas cicatrices, las recorrió con la yema de los dedos sutilmente. Le escocían, robándole un latigazo de dolor cuando tocaba una más sensible que la otra. Observó su rostro y notó como el tinte del carbón estaba abandonando sus cabellos. Chasqueó la lengua molesto. Había olvidado que aquel truco sólo servía por 1 día y no había traído más carbón con él. Pronto sus cabellos serían rubios como el sol que se colaba por la ventana y si el inglés estaba en el pueblo, no tardaría nada en reconocerlo. Sobresaldría por todas las cabezas morenas de los hombres y su cuerpo distaba mucho de ser como el de una mujer. Tomó agua con sus manos y la arrojó sobre su cabello, mojándolo una y otra vez hasta q estuvo empapado. Las gotas que recorrían su rostro y cuello bajaban teñidas de negro.

Sus opciones eran limitadas y la gran mayoría contemplaba como ingrediente vital quedarse en la habitación lo más que fuese posible hasta que llegase la noche y el festival. Bañó su cuerpo con delicadeza dejando su cabello secarse, evitó las cicatrices más dolorosas, aprovechó de masajear los músculos más adoloridos. Tomó la hoja de afeitar. Los vellos rubios de su rostro comenzaban a asomar y era un riesgo que debía eliminar. Se dispuso a rasurar su cara, cuando una nueva idea relampagueó en su mente. En el reflejo de la hoja, vio su cabello grisáceo.

Bajo las escaleras y vio a la misma chica que lo había recibido la noche anterior. Su sonrisa cálida le obligó a devolverle la sonrisa. Se despidió cuando cruzó el umbral de la posada. El sombrero que llevaba sobre la cabeza le protegió de la luz solar que golpeaba con fuerza el pueblo. Debía estar atento a la presencia del inglés mientras buscaba alguna referencia que le ayudara a encontrar el camino hacia las fronteras donde poder cruzar hacia Francia. Necesitaba dirigirse al este.

Caminó rápidamente por las cortas calles del pueblo y se dirigió a los bosques. Se internó buscando un claro. No debía alejarse mucho, sino tendría problemas al intentar regresar. A medida que avanzaba, recogía ramas de árboles, cotejándolas y desechándolas hasta que encontró la vara perfecta. Ahora sólo le hacía falta el claro.

El bosque no era completamente poblado. Los árboles eran de troncos no muy gruesos pero sí frondosos y altos. El olor a tierra le llenó los sentidos. Las noches en las campiñas inglesas solían ser muy húmedas y el olor a tierra mojada le encantaba. Avanzó disfrutando el olor hasta que encontró lo que buscaba.

El lugar era perfecto. Dejó la vara en el suelo y tomó una rama del tamaño de una pluma, apoyó una rodilla en el suelo y trazó las líneas de lo que parecía ser un mapa. Ubicó Lancot y el sendero que había tomado. Se preocupó de que el dibujo quedara entre el pueblo y él, marcándolo como su norte. Tomó nuevamente la vara en sus manos y se puso de pie. Dio un paso atrás y con fuerza clavó la madera al suelo. Volvió a alejarse y recogió un par de piedras del tamaño de la yema de sus dedos. Jugó con ellas lanzándolas entre sus manos mientras observaba la sombra que proyectaba el sol a través de la rama clavada en el suelo.

Caminó a paso lento y depositó una de las piedras en la sombra. Se retiró sentándose contra uno de los grandes árboles que rodeaban el claro. –Ahora, los 15 minutos eternos- resopló expulsando el aire que había inspirado con fuerza llenando sus pulmones. Se quitó el sombrero y lo dejó en un costado. Sus dedos recorrieron su frente y luego su cabello.

Había sido una estupidez querer afeitarse la cabeza. Soltó una carcajada divirtiéndose con la imagen de su rostro sin cabello. Se la imaginó con la forma extraña de una rodilla. Dejó a su mente juguetear con esa imagen el rato que le quedaba, le sentía bien alejarse de las preocupaciones aunque fuese por 10 minutos.

Se puso de pie cuando sintió que el tiempo había pasado. Removió la segunda piedra entre sus dedos. Siguió la línea de la nueva sombra y posó la piedra. Con la rama que había dibujado el mapa en el suelo, trazó una línea recta entre ambas piedras. Sólo se había movido un par de centímetros, pero era lo suficiente para notar la línea. –Perfecto- musitó cuando la línea recta quedó entre él y el mapa. Eso indicaba que el norte estaba en Lancot, la primera piedra a su izquierda era el oeste, y por lo tanto, la segunda piedra a su derecha era el este, donde debía dirigirse. El bosque donde se encontraba, estaba al sur.

Sonrió satisfecho. Era bastante práctico ser espía de vez en cuando, aprendes cosas muy útiles. Sabía de sobra que el sistema que había usado para ubicarse no era muy preciso si era comienzo de invierno, pero le serviría al menos hasta que llegara una noche despejada.

Miró el horizonte del este. Frunció el ceño al encontrarse con una serie de cordones montañosos. No le sería fácil cruzarlos de noche. Se llevó el índice al rostro y lo apoyó solo los labios cerrados en una mueca dubitativa. Sin duda no era buena idea comenzar su viaje durante la noche, pero si esperaba al despuntar del alba, tendría que buscar muchas excusas para dejar su coartada limpia y borrar todas las evidencias del asesinato que cometería.

No tenía opción. Debía viajar de noche.

Caminó de regreso pensando en lo que necesitaría. Debía ser mínimo y de supervivencia. Era imperativo llegar al canal antes que los mandos del Rey. Con Blackmore muerto, podría cruzar sin mayores dificultades. Miró el cielo despejado y aspiró profundo. Con una sonrisa sintió el aroma a libertad que soplaba del este.



Se anudó la capa, mientras observaba a la gente avanzar por las calles con trajes extravagantes y máscaras coloridas. ¿Máscaras?

Un gruñido resonó en el fondo de su garganta. ¡Maldito espía! Era más astuto de lo que esperaba. Sería imposible encontrarlo si se escondía bajo un disfraz y una máscara.

Las venas en sus sienes aparecieron pulsando la sangre con fuerza, como si tuvieran corazón propio. Sentía la ira y la impotencia apoderarse de él. Sus manos se crisparon en la tela de la capa y la arrancó de un tirón, cayendo al suelo a unos metros de donde se encontraba de pie. Tendría que mezclarse como un pueblerino más. Estaría en desventaja si él era capaz de reconocerlo y él no.

Tomó en sus manos la máscara que había en su habitación. Supuso que se la había dejado con la intención de que participara, asumiendo por lo poco que llevaba de equipaje, no traería una. Cerró los párpados con fuerza.
Odiaba el sentimiento de ser el gato persiguiendo al ratón.

Cacería que jamás termina y es un maldito círculo vicioso.

Se pasó los dedos de una mano por el cabello y salió de la habitación, con la máscara en sus manos.
Notas finales: cuentenme si les gusta :D

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