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Cuando le vi por primera vez, he de aceptar, me pareció una molestia. Sí, yo lo odiaba. Odiaba su vitalidad y su fuerza, su enorme sonrisa que nunca decrecía y la forma en la que lograba calmar los ánimos de los demás.
En ese instante sentí ganas de acabar con él. Me pregunté: ¿por qué él sí puede ser feliz y yo no? ¿Por qué él sí puede tener amigos y yo no? ¿Y por qué debo dejarlo con vida? Bien, en ese instante la suerte estuvo de mi lado y lo colocó en mi camino, justo para acabar con él y desaparecer cualquier rastro de su existencia.
Y cuando peleamos sí que fui cruel. Fui duro y realmente disfruté hacerlo sufrir. He de admitirlo, me agradaba su voz, cuando gritaba, su cuerpo cuando se retorcía, e incluso me gustaban sus huesos, cuando podía quebrarlos con tanta facilidad. Le azoté sin descanso, contra una pared, contra otra, azotaba su alma, y antes de darme cuenta había empezado a disfrutar del juego.
Yo quería más. Yo adoraba la forma en la que intentaba resistirse, golpeándome con su mejor técnica para, finalmente, verme quebrar sus sueños. Su vida, por unos instantes, fue mía. Esos segundos en los cuales cerraba mi puño y sus gritos resonaban en mi cabeza. Ese momento fue… el éxtasis.
Pero yo… deseaba seguir jugando.
Por eso no soporté que se alejara de mí e incluso tuve que volver a buscarle, todo sea por esa diversión tan excitante. Verle sangrar, verle lamentarse.
Había decidido entonces matarlo pues sabía que no tenía futuro. ¿Un acto de piedad? Sí, al menos para aquel juguete que tanto me había entretenido.
Y allí, en esa sala de hospital, le volvía a ver. Le vi tan débil, tan expuesto, tan frágil, que algo dentro de mí comenzó a vibrar. Sí, lo sabía, eran esas insanas ganas de matar, de volver a “divertirme”. Acerqué entonces mi mano asesina a su rostro. Su relajado rostro. Y pensé en lo que se sentiría matarle. ¿Sería tan satisfactorio?
-¿Debo matarte ahora?- murmuré. Yo, en ese instante, había empezado a confundirme, porque a pesar de quererle muerto había algo dentro de mí que se negaba a hacerlo.
Llegaron entonces esos dos chiquillos a interrumpirme. ¡Vaya tontos! Cómo si no pudiese matarlos también a ellos. Y, sin embargo, me alejé. Les dejé creer que había desistido. Ellos suspiraron de alivio al creer que le habían salvado, a él…
Pero yo sabía la verdad. Sabía que volvería a por él, porque yo quería poseer su vida, porque quería que fuese mío y jugara conmigo para siempre. Sí, me pequeño muñequito, Rock Lee…
***OWARI***