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Sweetest Sin por Yuki Kuroi

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Notas del fanfic:

Notas del capitulo: Es el primer capitulo de una entrega de 13

Kay se despertó, como todas las mañanas, desparramado en su cama, solo, acompañado de los muebles y los libros de estudio que adornaban el cuarto. Había pasado casi seis meses desde que su padre le enviara a ese Instituto Privado para ver si, de esa forma, lograba completar sus estudios secundarios – que por cierto – iban bastante atrasados.

No lograba aún acostumbrase a ese nuevo estilo de vida; la habitación estrecha, los largos pasillos, el crujido del piso de madera y la colación sobre las bandejas metálicas. Todo le parecía ajeno a él.

Se desperezó mientras miraba la hora: 7:30 a.m.

Llegaría tarde, como de costumbre, y de seguro recibiría nuevamente el regaño del profesor de turno. No obstante, se sentía relajado. Se dio todo su tiempo para ducharse y vestirse… de todas maneras llegaría tarde. ¿Para que apurarse?

Cuando estuvo listo, cogió sus libros y se largó de allí. En su cabeza sólo rondaba la idea del regaño que se avecinaba… hasta que otro asunto lo distrajo.

En el patio, justo al frente del pasillo por donde iba caminando, se encontraba un grupo de jóvenes que murmuraban entre sí, mientras observaban hacia arriba (específicamente en dirección al piso superior del edificio). Kay no tardó en cercarse.

- ¿Qué sucede? – preguntó.

- Mira… - le respondió un joven apuntando hacia arriba.

Desde la azotea, rozando peligrosamente el borde, había un joven muchacho, con la mirada perdida en el horizonte y su cuerpo inclinado, dando claras señales de querer lanzarse al vacío.

Poco a poco el patio se fue llenando de gente.

- ¿No… se irá a tirar…. O sí? – preguntó Kay.

- No lo sabemos… - respondió uno – hace rato que está así…

- ¿Desde hace cuánto?

- No sé… 10 minutos….

- ¿Llamaron a los maestros?

- Sí… hace poco unos alumnos fueron a dar aviso.

Kay lo miró detenidamente. La mirada perdida del joven le llamaba mucho la atención.

¿Estaría borracho o drogado? ¿O sería alguna clase de sonambulismo?

La respuesta era clara. No. Había otro factor que intrigaba a Kay. Uno totalmente desconocido.

Y quizás por esta intriga o por algún motivo altruista, Kay se alejó rápidamente mientras pronunciaba las siguientes palabras pronunciaba las siguientes palabras:

- Voy a ver si lo bajo.

Los jóvenes lo miraban, a la vez que llegaban los profesores al lugar. En pocos minutos, la armonía de la mañana se había roto.

8:45. hrs.

Kay corría escaleras arriba. Desde afuera se oía las voces de los profesores que pedían al joven que se bajara de allí, y otras que comentaban lo sucedido.

La azotea estaba muy lejos.

8:58. hrs.

La tensión aumentaba y pronto las voces se transformaron en gritos de suplica y ayuda. La gente corría y exclamaba cosas que Kay no alcanzaba a entender.

9:00. hrs.

Silencio.

Kay se asomó por una ventana próxima, justo cuando la gente chillaba un sorprendido “¡No!”

Kay sacó medio cuerpo por la ventana para ver mejor, y….

- !!

… el joven se había lanzado. Caía rápidamente hacia la misma dirección en donde Kay se encontraba observando; y sin saber cómo, ni si le resultaría, extendió su brazo tratando de agarrar al suicida, mientras se afirmaba solo del marco de la ventana.

Lo tuvo al frente de sus ojos y al instante se esfumó. Sin darse cuenta, un duro golpe le desgarró el brazo y lo volcó ventana afuera, quedando colgado y sujetado con dificultad desde la ventana. Los alumnos comenzaron a correr y aquellos que estaban en el pasillo, se acercaron a auxiliarlo.

- Resiste - le dijeron - ¡Eres un héroe!

Kay no sabía si aceptar eso o no; pero lo que sí sabía era que le dolía el brazo y que – sujetándolo tan solo de la ropa – se encontraba el joven al otro extremo de él.

Lo había conseguido. Había salvado al muchacho.

 

- Enfermería:

 

- ¡Listo! – sonrió la enfermera mientras terminaba de colocar la venda – Con suerte no te sacaste totalmente el brazo.

Y de una palmada le golpeó el hombro lesionado.

- ¡Ay! … No sea mala… - reclamó Kay – aún me duele.

- No te quejes… ¿Quién te manda? Ser un héroe tiene su precio.

- Yo no soy un héroe… no me moleste.

La enfermera sonrió.

- Eres un tonto.

- ?!

- Lo que hiciste fue muy peligroso. ¿En qué estabas pensando? ¿Qué hubiese pasado se caías?

- Es que…

- ¡Pudiste haber muerto! ¡Linda la hubieras hecho!

- Pero…

- ¿Y tu padre que habría pensado? ¡No tenías por qué!

- Es verdad… no tenías por qué. – se oyó una suave voz que irrumpió desde el fondo.

La enfermera y Kay miraron hacia la entrada que conducía a la habitación de descanso (aquella para las atenciones graves). Desde allí los miraba un joven muchacho, de una azulada mirada perdida, oculta detrás de unos mechones castaños.

- Veo que reaccionaste – le dijo la enfermera.

El muchacho no respondió; sólo miró a Kay que aun se hallaba sentado en la camilla.

- Sé que no me vas a agradecer, así que no me mires así. – dijo Kay.

- Por supuesto… no debiste. – respondió el joven.

- Claro… no era mi incumbencia.

- No me conoces.

- Tienes razón… pero le habrías amargado la mañana a todos los que se encontraban allí, además de ensuciar la cancha. Y así, sin conocernos.

- … …

- No sé cuales serían tus motivos. Pero creo que el suicidio no es una manera de escape. Piensa en tu familia.

- No sabes nada y no eres quien para darme consejos.

- Vamos… eres joven… Tienes toda una vida por delante.

- … Todos dicen lo mismo porque no están en mi situación. Hablan de la vida y el futuro como si realmente se lo creyeran. La vida no es tan bonita y el destino no me depara nada bueno.

- Pero el destino pospuso tu muerte – interrumpió la enfermera – el destino quiso que Kay pasara por ahí, justo a esa hora.

- Coincidencia. – increpó el joven.

- No creo que sea coincidencia – prosiguió la mujer – Cuando las cosas pasan, es por algo.

El muchacho miró hacia un lado.

- Mira… no es primera vez que sucede. Desiste de una vez. Tienes 17 años.

- Me voy – concluyó el muchacho.

- Lo siento, pero no puedes – le detuvo la enfermera – Debes esperar aquí la llegada de la doctora Lincolth y de tu profesor jefe.

- … … … Como sea.

La enfermera se acercó a la puerta de salida.

- Voy a dar aviso a tus padres, así que no huyas. Espera a la doctora – y mirando a Kay, prosiguió – ¿Podrías vigilarlo hasta que llegue la doctora? Eres mayor, así que cuídalo.

- ¿EH? *U

- Lo que oíste… y espérame que tengo que firmarte el pase de alta a tu profesor.

Y se fue de allí dando un leve portazo. Kay y el joven se miraron.

- Así que viene la doctora Lincolth… la psicóloga del colegio… – suspiró Kay.

- … …

- ¿La conoces?

- Sí… – respondió el joven – me trata desde que ingresé aquí.

- ¿Tantas veces has querido suicidarte?

- No exactamente… es por otra cosa…

Kay notó una leve expresión de tristeza e incomodidad en el rostro del joven, por lo que no insistió en el tema. Se levantó y se colocó la camisa y la chaqueta. El barzo lesionado dejó oír un leve crujido.

- *UGH*--

- ¿Te duele? – preguntó el joven.

- Más o menos – respondió Kay.

- … … No debiste…

- ya lo sé, sólo…

-… pero… gracias…

- ???

- No lo vuelvas a hacer…

Silencio.

El reloj marcaba las diez y un cuarto.

- Que se demora la doctora… – dijo Kay.

El joven solo observaba. Su mirada ya no lucía distante sino triste, como si guardara un dolor desde hace mucho tiempo. Kay lo notó.

- ¿Sabes? – le dijo a lo tonto – Creo que te va a hacer bien hablar con la doctora.

-… ¿Por qué? – preguntó el joven, sentándose en una banca que había cerca de la camilla.

- Porque es psicóloga. Ella te puede ayudar y dar apoyo.

- ¿Así te parece?

- Claro. ¿Por qué no?

- Porque me ayuda por trabajo… no porque realmente yo le interese. Soy solamente un paciente más. ¿Tú crees que eso me ayudaría?

Silencio. Kay no sabía que responder.

- De todas formas… pierde el tiempo conmigo.

Y cuando Kay se disponía a decirle algo, la puerta se abrió suavemente, haciendo acto de presencia la doctora y el profesor. El joven, al verlos, corrió su mirada.

- ¡No puedo creer que lo hayas vuelto a hacer, Andrea! – chilló la doctora mientras se acercaba a él – ¿Por qué? – y le tomó los hombros.

- … … …

El profesor, en tanto, se acercó a Kay.

- ¿T tú?... ¿No deberías estar en clase?

- Eh… bueno… verá…

-Él salvó mi vida – dijo Andrea casi abstraído.

- ¿Kay? – preguntaron ambos; la doctora y el profesor.

- Sí… YO… ¿Por qué? ¬_¬

- … Porque siempre estás problemas, Kay – le dijo el profesor – si no estás en inspectoría, estás en la enfermería tratándote una que otra lesión causada por peleas o algo similar.

- O sino te mandan a mi oficina para ver si te puedo orientar – concluyó la doctora.

- ¿Y qué con eso? – replicó Kay – ¿Acaso les parece TAN extraño que yo haya salvado a alguien?

- No te enojes… – le sonrió la doctora.

- ¬ _¬ …

Andrea sólo lo miraba de lejos, por sobre el hombro de la doctora que aún se encontraba a su lado.

En ese instante llegó la enfermera.

- ¿Me perdí de algo? – preguntó.

- De nada importante, Katty – le respondió el profesor.

La enfermera le sonrió. Tomó un papel de su escritorio y lo timbró; luego se lo entregó a Kay.

- Aquí tienes el pase para ingresar a clases – le decía con tono tierno – y tómate estas pastillas para los dolores. Una cada ocho horas. – y le entregó un frasquito.

- OK – dijo Kay guardando el frasquito en el bolsillo – Me retiro.

Se despidió de los presentes y se dirigió a la puerta, no sin antes darle un último vistazo al joven suicida que le miraba seriamente.

Su imagen se perdió al cerrar la puerta.

 

- Sala de clases:

 

- ¡No te creo! – le decía uno de sus compañeros que se encontraba sentado encima de la mesa – ¡No te creo!

- Así que eras tú… jamás se me hubiera ocurrido “Kay, el héroe” – prosiguió otro.

- Ya… déjenme tranquilo – agregó Kay un poco avergonzado.

- Yo “ni ca” hacía lo que tú hiciste.

- Ya… si ya pasó- NO soy un héroe. Déjenme en paz.

- Oye… ¿Y de que curso es?

- Hmm… parece que de 4º año, igual que nosotros. – respondió Kay – Oí que la enfermera dijo que tenía 17 años, aunque yo le echaba menos.

- ¿Y cómo tú tienes 20 y demuestras 18? – le amonestó un compañero.

- … … Debe ser por el uniforme… – contestó avergonzado.

- ¿Qué se siente tener 20, demostrar 18, salvar a un menor de 17 mientras estás pegado en 4º? – le preguntó sarcásticamente otro compañero. Mientras le acercaba un micrófono imaginario.

Kay comenzaba a molestarse.

- … Parece que están pidiendo que les saque la cresta… – les dijo.

El pequeño grupo se alejó levemente.

- Ya… si es broma, Kay ^___^ `

- Sí… no te lo tomes a pecho… `

- ^ ^ *U

Kay sonrió. Desde que había llegado al instituto, sus compañeros le tenían respeto, no tanto por ser el mayor, sino porque se había peleado con el “matón” del colegio el primer día de clases, ganándole y quitándole el título. La gracia era que el “matón” sobrepasaba a Kay en edad y estatura, por eso le había desafiado por ser novato sin imaginarse la humillación que recibiría.

Y aunque habían pasado varios meses – y Kay no daba señales de querer abusar de su título – los alumnos aún le tenían respeto.

Era una situación que a él sólo le causaba gracia.

- Solo espero… que no intente quitarse la vida nuevamente – dijo Kay de pronto, con un suspiro.

Sus compañeros le miraron.

- ¿Lo dices porque tu heroísmo sería en vano?

- Créeme que no quiero repetir la hazaña… – respondió sonriendo, Kay.

- ¿Por qué no dejaste que se matara?

-… ¿Y ver como se me arruinaba el desayuno? Noooo… y ya… cambiemos el tema.

Miró hacia la ventana, un poco abstraído, recordando lo sucedido en la mañana y la extraña mirada del muchacho.

Aquellos azulosos ojos perdidos en si mismo…

“Realmente no sé porque lo hice” pensaba “Pero espero que mi esfuerzo no sea en vano…”

- Quiero… conocerte… – musitó.

 

“Y averiguar porque posees esa extraña mirada”

  

- Patio trasero, 18:45 hrs.

 

- Ja, ja, ja… - se oyó a Kay junto a sus compañeros – si el Rector se entera de esto nos mata.

Se encontraban sentados bajo un frondoso árbol, bebiendo cerveza a escondidas. Las habían traído desde una botillería cercana, cuando uno de ellos logró huir del recinto para compararlas. Y, a pesar de la travesura, no estaban borrachos, así que no tenían miedo de un regaño si volvían al edificio. De todas formas, estaban en horarios libres y por eso no poseían apuro alguno.

Se disponían a abrir otra lata, cuando un extraño chillido los sorprendió.

- ¿Qué fue eso? – preguntó uno de los presentes.

- No sé… sonó como un gato – dijo otro.

- Quizás… lo agarró el perro del cuidador – agregó Kay.

- Pobre gato… ojala que no sea eso, porque rodguailer es de temer…

- Es RODWAILER…

El chillido aumentó. Efectivamente provenía de un felino, aunque las voces que se le sumaron, junto a unas traviesas risas, no se asemejaban a un perro.

- Oh, no… – dijo uno – no me digan que son los del 4º F otra vez…

- ¿Qué quieres decir? – preguntó Kay.

- ¿No lo sabes? – se extrañó otro compañero – Fue comentado en todo el colegio.

- ¡Pero si éste siempre anda en la luna!

- ¡Cuenten de una vez! – alegó Kay.

- Lo que sucede es que estos w…nes no se les ocurrió nada mejor que molestar a los animales. La semana pasada amarraron a un perro en la reja del colegio y don Luís, el conserje, lo tuvo que sacar de ahí y mandarlo al veterinario. Y hace poco casi mataron a un gato que encerraron en un container con agua…

- Y para variar, fue don Luís quien lo encontró.

- ¿Y qué dice el rector o los inspectores al respecto?

- Los tienen amenazados con la expulsión… pero ellos alegan que no son y que don Luís les tiene mala. Y como no tienen evidencias en contra de ellos…

- … … Claro… y al saber que don Luís siempre los encuentra… siguen sus travesuras…

- Así parece…

De pronto, una voz ajena a las risas y a los chillidos, les llegó a los oídos. Ahora el gato no se escuchaba, solamente las voces enfadadas de varios muchachos y el recién llegado. Entre bochinche y ruidos pesados, sólo se pudo entender un “¡YA, dejen al gato!” que fue silenciado con un golpe seco.

Kay y sus compañeros se miraron.

- ¿Una… pelea? – preguntó uno.

- Parece… ¿Los habrá pillado don Luís? – continuó otro.

- Esa no es la voz de don Luís… – concluyó Kay, mientras empezaba a correr.

- ¡Hey! ¿A dónde vas? ¡¡Espéranos!!

Kay se dirigía hacia “el garage del cachureo”; una zona del patio trasero de la escuela, donde eran albergados muebles y artefactos sin uso que la institución ya no necesitaba, cuyo nombre fue dado por los propios alumnos. Era zona conocida entre ellos para junta de ocio y cosas por el estilo, a pesar de que esté prohibido el ingreso a esta.

Desde aquí era de donde provenían las voces.

Al llegar vio solamente a un grupo de seis alumnos que se abalanzaban contra un bulto, tan oscuro como sus uniformes, y que al parecer le había golpeado anteriormente.

El bulto intentó pararse para dar revancha, pero el palazo que recibió por la espalda lo dejó de rodillas, con la cabeza gacha y acurrucado, mientras escondía algo entre sus brazos y el pecho. Y aprovechando su postura, el grupo se abalanzó contar él, dándole patadas y palos.

Kay reaccionó de inmediato contra esto.

- ¡Manerita de ser valientes! – exclamó.

En ese instante, habían llegado ya sus compañeros.

- ¿Qué sucede? – preguntaron.

Kay reconoció el bulto, mientras sus compañeros y los agresores comenzaban a intercambiar palabras.

- ¡No se metan! – chilló uno.

- ¡Claro que nos metemos! ¿Cómo se atrevan a pegarle al cabro entre todos? ¡Qué son maricones!

- ¡Cállate o te pegamos a ti también!

- ¡Qué te pasa! ¡Mi compañero no está solo!

Las palabras se transformaron en insultos y el ambiente comenzó a caldearse. En tanto, Kay se acercó al agredido. Entre sus brazos notó un pequeño minino manchado de sangre y que chillaba levemente. Unos ojos azules le miraron tristemente.

Kay volteó y de un solo golpe en el rostro, botó a aquel que había dado el palazo al “bulto” en medio de la disputa. Y mientras trataba de de levantarse, una patada en el rostro lo dejó de espaldas al suelo, inmóvil.

- ¿Quién sigue? – dijo Kay – Porque ESTO no se los perdono.

Ante esta situación, ambos grupos reaccionaron y empezaron a debatirse a golpes. Entre puñetazos y patadas, sólo se distinguía el color del uniforme que poco a poco se iba opacando con el polvo que se levantaba. A lo lejos, aún con el minino en brazos, el joven agredido miraba detenidamente la pelea.

Sin embargo, sus ojos azules terminaron por enfocarse solamente en Kay, que a pesar de tener el brazo lesionado peleaba sin problemas.

- Que… fuerte es… – musitó.

Dejó al minino entre unas viejas cajas de cartón que allí habían y le cubrió con su chaqueta, a la vez que este le miraba con esa adorable carita que poseen todos los felinos.

- Espérame… – le dijo – Ya vuelvo.

Y sin avisarle a nadie – y con el cuerpo adolorido – se unió a la pelea. Kay lo miró.

- ¿Estás bien? – le preguntó.

- Luego te respondo.

El grupo agresor empezó a verse en desventaja, pero no daba marcha atrás y trataba a duras penas en seguir con eso. Pero la pelea se vio interrumpida cuando don Luís apareció, y casi en el acto, los grupos se separaron. Los agresores huyeron, junto a los compañeros de Kay: y sólo éste y el joven quedaron allí.

. Cobardes… – musitó Kay, mientras el joven caía de rodillas.

Kay se acercó a él.

- ¿Estas bien?

El joven levantó la cabeza dejando al descubierto su magullado rostro, cubierto de sangre que emanaba de un corte en su frente. Le sonrió.

- … Otra vez… me ayudaste… – le dijo Andrea.

- Qué coincidencia… – le respondió Kay.

Don Luís se acercó a ellos, con el minino en los brazos.

- ¿Alguien puede explicarme esto?

Kay miró a Andrea, quien corrió la mirada. Suspiró:

- Yo, don Luís – le contestó Kay.

  

- Caseta de don Luís:

 

- Ya veo… – suspiró don Luís – así que eso fue lo que pasó.

Kay se encontraba de pie, apoyado en la pared, mientras Andrea miraba al felino.

- No te preocupes… se va a poner bien. Yo lo llevaré al veterinario. – dijo el hombre.

- Gracias… – le respondió Andrea, con voz aliviada.

Kay lo miró.

-¿Por qué salvas la vida de un gatito si hoy en la mañana no salvaste la tuya?

Andrea le miró con seriedad.

- … ¿Y por qué siempre te metes donde no te llaman?

- … … Yo sólo pasaba por allí. No es mi culpa que las dos veces fueras tú…

- … …

Don Luís suspiró.

- Muchachos… – dijo – fuere cual fuera las circunstancias no vale la pena pelear o discutir por lo que ya pasó. Por alguna razón, Dios los puso en el mismo camino.

- Dios no existe… – respondió Andrea.

- Eso yo no lo sé… – agregó Kay.

- A lo que me referiero – prosiguió don Luís – es que a veces las cosas se dan por alguna razón. ¿Qué le hubiese pasado a este gatito si tú no hubieras pasado por allí en la tarde?

- … Tal vez estaría muerto… o colgado de las pata en el árbol, como lo encontré con ellos… – respondió Andrea.

- ¿Ves? El destino de este gatito era que tú lo salvaras.

- … …

- Y tú, Kay… ¿Qué hubiese pasado si esta mañana no hubieras pasado por el patio a esa hora?

- Éste estaría hecho bolsa en el suelo – respondió Kay apuntando hacia el joven.

- … …

- ¿Ven a lo que me refiero? – concluyó el hombre.

Los jóvenes se miraron.

- Bueno… ve a la enfermería a que te revisen las heridas – dijo don Luís.

- No. – respondió Andrea – Si voy allí, tendré problemas de nuevo.

- ¿Lo dices por lo de esta mañana? – le preguntó don Luís.

- … … Sí.

- Ya veo… pero… debes curarte esas heridas.

- ¿No tiene algún botiquín o algo? – preguntó de pronto Kay.

- Algunas vendas y alcohol… ¿Acaso lo vas a curar tú?

Kay asintió.

- Sé tratar heridas, don Luís, créame.

El hombre le miró con un poco de recelo.

- Eeeeesta bien… pero yo no me hago responsable – le dijo.

Y al cabo de unos segundos, don Luís les había traído agua tibia, algunas vendas y alcohol.

- Me retiro algunos momentos – dijo el hombre – ya es hora de cerrar el establecimiento y hacer la ronda. En cuanto termines de curar a tu amigo, regresan a sus habitaciones antes que los pillen y los regañen.

- OK.

Don Luís tomó unas llaves que colgaban de la pared y salió por la puerta. A pesar de sus años, era un hombre fuerte y derecho que intimidaba a primera vista, pero que poseía un noble corazón.

Kay no pudo evitar comentarle esto a Andrea.

- Así parece… – le respondió el joven.

Kay le limpió las heridas y empezó a curarlo, notando que la sangre que tenía el gato provenía de dichas lesiones. Andrea sólo lo miraba sin chistar.

- ¿Dónde… aprendiste esto? – le dijo.

- En mi antigua escuela. Como nos pasábamos peleando, mi grupo y yo sabíamos esto para tratarnos las heridas a escondidas, ya que si íbamos a enfermería, nos llegaba una expulsión de seguro. Por esa razón mi hermana me enseñó todo lo que sé. Ella hizo un curso de primeros auxilios.

Andrea sonrió.

- Ya veo…

Silencio. Kay terminó de poner las vendas.

- Tú quedaste más herido que el gato – le dijo.

- Así parece… – respondió Andrea.

- A propósito… no nos hemos presentando. Mi nombre es Kay Menfort.

- ¿Inglés?

- De apellido… nada más – y le extendió la mano.

- Yo me llamo… Andrea… Andrea Minelli…

- ¿Italiano?

- Por los abuelos… nada más – y le cogió la mano, terminando así el saludo.

Y allí se quedaron, mirándose por breves segundos. Nunca antes habían conocido a una persona en esas circunstancias tan extrañas, y jamás se hubieran imaginado todo lo que puede ocasionar un encuentro fortuito.

     

Fin del primer capítulo.

 

Notas finales:

Es una de las primeras historias que creé de este tipo y por consiguiente tiene varias fallas en la narrativa.

Espero que les agrade ^^

Saludos.


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