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Sweetest Sin por Yuki Kuroi

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Sweetest sin  

 2. - “El extraño alumno”    

             La doctora contestó su celular, mientras dejaba unos informes de lado. Desde el otro lado del auricular se escuchaba una voz agradable y varonil que le saludaba. La doctora sonrió.

- ¿Y? ¿Vas a venir? – preguntó ella.

- Sí… mi tío ya me dio el pase – respondió él – ¿Tan grave es el problema?

- Aún no lo sé… sabes que soy escéptica con este tema; sin embargo…

- Necesitas una “segunda opinión”.

- … entonces…

             Una sonrisa se dibujó en el rostro de aquel hombre, quien estaba muy apegado al teléfono.

- OK… – respondió – Nos veremos…

  

- Dormitorios:

 

             Kay despertó pesadamente. Los golpes reiterados, provenientes de su puerta le despertaron sin remedio, mientras una voz familiar le llamaba desde el otro lado. Se sentó sobre su cama, lentamente.

- ¡Pasa! – exclamó Kay a la par con un bostezo – ¡La puerta está abierta!

             La puerta se abrió tímidamente, dejando asomar unos enormes ojos azules. Era Andrea.

- ¿Cómo? – chilló al verle allí sobre la cama – ¿Aún estás acostado? – le decía mientras se le acercaba – ¡Ya es tarde! ¡Las clases comienzan en media hora!

             Kay lo miró somnoliento, permaneciendo en su lugar.

- … … … ¿Tan tarde? – dijo.

- ¿Y eso es todo lo que me vas a decir? – reclamó el joven – Tú fuiste el que me pidió que te viniera a buscar para no llegar tarde… ¿O lo olvidaste?

             Así era. Kay comenzó a recordar lo que había sucedido el día anterior, cuando Andrea fue a buscarlo a la sala en la hora de colación. No había pasado demasiado tiempo desde que el profesor se había retirado de la sala, y él se encontraba charlando con su habitual grupo de compañeros. De pronto, uno le habló:

- Hey, Kay, te buscan…

             Kay volteó hacia la puerta y allí le vio, apoyado tímidamente en el marco de la puerta, observándole con esos hermosos ojos azules, esperando que se percatara pronto de su presencia. Le sonrió.

- Pero si es Andrea…  – dijo.

- ¿Andrea? – agregó uno de sus compañeros, el que estaba sentado junto a él – Tiene nombre de mina…

- Uuuuhh…  – amonestó otro – Kay, te busca “la” Andrea.

- Cállense, idiotas… – contestó Kay, parándose de su asiento.

             Y se acercó a la puerta.

- Hola, ¿Cómo estás? – le saludó.

- Bien, ¿Y tú? – sonrió Andrea – ¿Cómo sigue tu hombro? Supe que empeoró luego de la riña del Viernes.

- Ah, ¿eso? No te preocupes, no es nada… se recupera rápido. Tengo “cuero de chancho”.

- Es que… fue mi culpa…  – le decía Andrea, mirando hacia un lado – las dos veces que te lesionaste el hombro…

             Kay se incomodó un poco.

- N-no… no fue tu culpa, sino mía. – le interrumpió – Fui yo quien te salvó de la caída; y fui yo quien se metió a pelear con los de 4º F, sin importarme la lesión… Y sólo por el gato….

             Andrea le miró rápidamente, como si las palabras dichas por su amigo le hubiesen apretado un switch.

- ¡De eso quería hablarte! – le dijo de golpe.

- ¿?

- Ven – proseguía el joven, mientras le tiraba del brazo – acompáñame a mi habitación.

             Kay no alcanzó a decir nada y se dejó llevar. Una vez allí, Andrea lo ingresó al cuarto con rapidez, apurándolo para cerrar la puerta. Luego lo condujo hacia la pequeña cocina, y se arrodilló cerca de una cajita de cartón.

- Mira – le dijo.

             Kay se agachó llevándose una sorpresa. Ahí, acurrucado sobre un viejo suéter, se encontraba el minino que Andrea había rescatado hace algunos días, y que ahora lucía saludable. Andrea le miró sonriendo:

- Don Luís me lo pasó ayer…

- ¿Y por qué no me habías dicho? – preguntó Kay, algo desconcertado.

- Porque cuando te busco en la mañana al ingreso de clases no te encuentro. Y anoche no fuiste a verme después del taller.

- Es que estuve ocupado… (en realidad castigado)… perdón.

- … …

- Y en la mañana me quedé dormido…

- Ya veo…

- Pero… – pensó un poco – ¿Puedo pedirte un favor, Andrea?

- Dime, Kay.

- ¿Podrías pasar por mí en la mañana a mi cuarto?

- … …. Huh?

- Así no llego tarde y… podemos irnos juntos.

             Andrea sonrió.

- Bueno… pero más te vale que estés despierto, o sino, mi castigo será mortal.

- Te lo prometo.

             Kay dio un suspiro al terminar de recordar y de un manotón en la frente, se regañó a sí mismo.

- Perdóname, Andrea… me quedé dormido.

                                                        

             Andrea dio un suspiro de paciencia. Luego le miró detenidamente.

- ¡A LA DUCHA! – le dijo con tono firme, y de un tirón lo sacó de la cama, empujándolo hacia el baño.

             Kay tragó saliva.

- ¡En menos de 10 minutos te quiero listo y vestido! ¡No quiero llegar tarde por tu culpa!

- Pero…

- ¡Nada de “peros”! ¡Partiste!

             Y Kay tomó sus cosas para el aseo, su ropa y la toalla con tal rapidez que en un segundo se encontraba mentido dentro de la ducha.

             Andrea sonrió tiernamente.

- Es mono… n_n

 

             Al salir de la ducha, vestido y peinadito, Kay se sorprendió al ver que Andrea le había preparado el desayuno. No pudo evitar mirarle extrañado.

- Aproveché el tiempo – le respondió antes de que le preguntara.

- Pero…

- Desayuna tranquilo… aún tenemos tiempo…

- Gracias… – sonrió Kay – nunca imaginé que serías tan atento.

- Es que aún no me conoces del todo.

- Pero lo estoy logrando de a poco, ¿no?

- … Sí.

- No puedo creer que un chico tan agradable como tú se haya querido suicidar…

             Andrea corrió la mirada, adoptando la actitud distante y triste que Kay vio la primera vez que lo encontró cara a cara en la enfermería. Ante este hecho, Kay se incomodó.

- Lo siento… – le dijo – no debí decir eso; yo…

- No te preocupes… termina de desayunar antes de que se nos haga más tarde.

- Andrea…

-… … …

- Me gustaría saber porque…

- … ¿Para que quieres saberlo? – le interrumpió, Andrea.

- Para ayudarte… – respondía Kay, tratando de no decir algo incómodo otra vez – pero si aun no me vez como a un amigo de confianza, no te obligaré.

- Lo siento… no quiero hablar de eso ahora.

- Comprendo… perdón por lo que dije.

- No… sí tienes razón… Apúrate…

-… …

             Kay volvió a la pequeña mesa y en silencio, terminó de desayunar. Andrea, en tanto, arregló los libros de su amigo y se los dejó a un costado de la mesita. Luego, tomando sus cosas, se acercó a la puerta.

- Me adelantaré por mientras  – y salió. 

             Kay, al verlo partir, se tragó lo que le quedaba de desayuno y le siguió, alcanzándolo a mitad de pasillo.

- ¿Te enojaste? – le dijo con tono preocupado.

- No, Kay…

- ¿Entonces?

- … Sólo es la hora… vamos a llegar tarde…

- ¿De verdad es eso?

             Silencio. Andrea se detuvo, mirando hacia el suelo.

- Por favor, Kay…, – le decía – olvida el asunto.

-… ¿Por qué?

- Porque no tiene caso. ¿Qué te importa si me hubiera muerto o no? ¿O que por qué lo hice? De todas maneras, tu vida continuaría igual…

- Pero… yo…

- Olvidemos el tema… realmente… me lastima…

             Kay colocó una mano en le hombro de su amigo y le sonrió.

- Andrea… – le decía con voz cálida – no voy a insistir en el tema. Sólo quería ayudarte.

- Pero si solamente nos conocemos hace algunos días – le dijo el joven, sin mirarlo.

- ¿Y? ¿Te caigo mal?

- No… – respondió el joven, dibujando una leve sonrisa.

             Kay suspiró.

- Mira, Andrea… lo único que quiero es que no te enojes conmigo y que logres confiar en mí.

- … … … ¿Por qué? – preguntó mirando hacia otro lado. La actitud de Kay lo desconcertaba.

- ¿Tiene que haber un motivo para todo? – reclamó Kay, cruzándose de brazos – Cuando las personas se conocen se hacen amigos o entablan una relación, al principio no hay un “motivo” concreto por el cual pasó tal y tal cosa. Si quieres darle un motivo, le llamaremos simpatización o química. Las personas comienzan a tratarse entre sí cuando se agradan unas con otras.

- Ya entendí. Detén el sermón. – suspiraba Andrea, mientras empezaba a andar. La explicación redundante de su amigo le había dejado mareado. – Vamos a clase… por favor.

             Kay asintió y comenzó a caminar a la par con su compañero, mirándolo de vez en cuando por sobre el hombro, sin que su amigo se percatara de ello. No comprendía aún su actitud.

             ¿Por qué quiso conocerlo? ¿Por qué empezó a tratar con él? Ni él mismo lo sabía. Siempre había pensado que los amigos llegan y se quedan, que es algo que se solidifica con el tiempo, al igual que el cariño. Por ese motivo, Kay no creía ni en el amor a primera vista, ni el compañerismo de un día para otro.

             No obstante, había un motivo que Kay se negaba. Un motivo en común, pero a la vez distinto, que los podría unir perfectamente.

             Y ensimismado, murmuró casi en voz alta:

- Yo también quise matarme.

             Andrea volteó sorprendido. No creía lo que acababa de oír.

- ¿Qué dijiste? – preguntó anonadado.

             Kay sonrió.

- Nada… llegaremos tarde a clase.

            

             En su camino hacia el colegio, se encontraron con un joven que aparentaba tener la edad de Kay, alto, de larga cabellera oscura, tomada por un lazo; piel blanca y anteojos, que estaba revisando el edificio algo confundido, como si estuviera perdido. Al verlos, se les acercó rápidamente.

- Disculpen – les dijo – ¿Ustedes saben dónde se encuentran las clases superiores?

             Kay y Andrea se miraron.

- ¿Te refieres a las clases de Carrera Técnica? – preguntó Kay.

- Sí. – sonrió el desconocido – Es que soy nuevo aquí y, como el lugar es grande, me perdí. ¿Ustedes son de secundaria?

- Sí. – respondió Kay. A veces se le olvidaba que el Instituto Técnico estaba dividido entre Enseñanza Media e Instituto Profesional, cuya única diferencia entre los alumnos era el color de la chaqueta del uniforme: burdeo para los secundarios y negro para los superiores.

- Pero tú no pareces de secundaria. – prosiguió el sujeto – Luces mayor.

             Kay agachó la cabeza. Le daba algo de vergüenza reconocer que estaba pegado en el ultimo año de secundaria a la edad de un universitario. Andrea lo notó.

- Las salas de clases del Instituto Profesional están al otro lado del edificio, – dijo Andrea – cerca del gimnasio. Me temo que vas a tener que cruzar todo el establecimiento. Si hubieras ingresado por la otra entrada – que está en la cuadra siguiente – no tendrías este enredo.

- Oh, ya veo… – le sonrió el sujeto – Gracias, pequeño.

- … No me digas pequeño...

- Lo siento. – respondió – ¿Alguien de ustedes me podría guiar hasta el Instituto?

             Y cuando Kay se disponía a ofrecer su ayuda, Andrea se le adelantó:

- Lo sentimos, pero vamos tarde – dijo – Y si éste llega tarde otra vez, tendrá problemas para pasar el año.

- (No exageres) – le murmuró, Kay.

- Oh… ya veo. – contestó el extraño joven – Mis disculpas, no quise molestarlos. Gracias por su tiempo.

             Y se alejó de allí por el camino que Andrea le había indicado. Kay miró de reojo a su amigo.

- Eso fue descortés… – le dijo.

- ¿Ah, sí? – inquirió Andrea – ¿Vamos a ver si tu cortesía te salva de las anotaciones de los profesores? ¡Y, ya! ¡Apúrate que vas atrasado!

- Pero…

- ¡Nada de “peros”! ¡Apurémonos!

- ¡Te pareces a mi hermana mayor!

- ¡Cállate y camina! Y no me vuelvas a comparar con alguien…

             Se alejaron por el largo pasillo, perdiéndose a lo lejos… reclamando, mientras eran observados desde el fondo por el mismo joven que estaba perdido. Éste sonrió.

- Que par más particular.

 

 - Patio: 

             Kay se acercó a su grupo, acompañado de Andrea. Estos, a pesar de que no era primera vez que lo veían junto a Kay, no lograban acostumbrase a él. Y no era porque les cayera mal, sino más bien por falta de tacto, pues no sabían como tratar a un “suicida”. Por supuesto, Andrea notaba esta actitud, pero se hacía el desentendido para no causarle problemas a Kay.

             De pronto, mientras caminaban hacia su lugar favorito para comer (el gran árbol del patio trasero) notaron que alguien más había llegado antes que ellos, y que se encontraba cómodamente sentado entre las raíces, leyendo un libro.

- ¡Hey! – chilló uno de los compañeros de Kay – ¡Nos están ocupando el lugar!

- ¿Qué se han creído? – replicó otro – ¡Es nuestro lugar!

- ¿“Han”? – agregó Andrea – Pero si sólo es uno…

             Kay miró detenidamente al sujeto; le parecía familiar.

- ¿Acaso… no es el tipo de la mañana? – le susurró a Andrea.

             Andrea miró más detalladamente.

- Sí… – respondió – es ÉL…

             Silencio.

- ¿Lo conocen? – preguntó uno.

- No. – respondió Andrea, a la vez que Kay decía “sí”.

             Y como se miraron entre ellos confundidos, Kay tuvo que explicarles lo acontecido en la mañana.

- Pero está ocupando nuestro lugar – prosiguió un compañero.

- Sí. Hay que sacarlo. – concluyó otro.

             Entonces, el grupo se acercó al sujeto quien, a pesar de tenerlos al frente, no se inmutó, prosiguiendo su lectura tranquilamente. Esto molestó a los jóvenes.

- ¡Lárgate! – le dijeron – Este es nuestro sitio.

             No hubo caso, y el sujeto prosiguió en lo que estaba, deteniéndose a cada tanto sólo para acomodarse las gafas o dar vuelta a la página.

- ¡Oye! – exclamaron furiosos – ¿Acaso no nos oíste?

             En respuesta, el joven sujeto les miró por sobre los anteojos, seriamente.

- Hay maneras y “maneras” de pedir las cosas, muchachitos. – respondió con sequedad – Y sí los oí… no soy sordo.

             El grupo retrocedió un poco al escucharlo. La mirada penetrante, combinada con ese extraño color amarillento de sus pupilas, los había dejado en “jaque”.

             Y antes de que el grupo reaccionara mal ante todo esto, Kay se interpuso en medio.

- Ya basta. – dijo – Déjenlo tranquilo.

             El sujeto, al reconocer a Kay, sonrió, suavizando de golpe su mirada y al instante se levantó para saludarlo. También había reconocido a Andrea.

- ¡Pero si son ustedes! – ¡Qué gusto! (^__^)

- Disculpa a mis compañeros; – se excusó Kay – Suelen comportarse como perros cuando les invaden el territorio. ^ ^U

- No te preocupes.

- Eso es verdad – interrumpió de pronto Andrea – ¿Por qué tienes que disculparte por ellos? Deben hacerlo solos, o no maduraran.

             Al pronunciar esto, el grupo miró al joven de mala forma. No les pareció agradable el comentario.

 - No me miren así, es verdad. – les respondió Andrea.

- grrrr….

- Ya… … relájense… – concluyó Kay.

             Los jóvenes se sentaron debajo del árbol, pasando entre ellos, sin decir nada. Kay se rió con incomodidad.

- Bueno… qué se le va a hacer. ^ ^ U

- No sabía que este árbol fuera ocupado – dijo de pronto el sujeto mientras se colocaba el libro bajo el brazo.

- ¿Ah?... Sí… es que… siempre nos juntamos acá por estar más lejos del patio. – respondió Kay.

- Así veo… por eso vine a este sitio para leer. – sonrió.

- ¿Y qué lees? – preguntó de pronto Andrea.

- Demian. – respondió.

- ¿Demian? – agregó Kay sorprendido – ¿El de Herman Hesse?

- ¿Lo conoces? – le preguntó Andrea, extrañado.

- Sí. Es que me gusta la literatura. ¿Por qué?

- Es que no lo parece. – prosiguió Andrea – Eso es bueno.

-¿Qué cosa? ¿Que me guste la literatura o que no lo parece?

- … … … Que te guste la literatura, Kay. A mi también me agrada leer. Es difícil encontrar a alguien que le guste leer, actualmente.

- Eso es cierto. – dijo de pronto el sujeto – Ya nadie se interesa por la cultura y cosas importantes.

- Así parece… …. Pero me gusta más la biología y la química. – agregó Kay.

- No te creo…  – se sorprendió Andrea – Pero si tu me dijiste que te iba mal en los ramos cientificos.

- Así es – le respondió – Lo que sucede es que me estresan los exámenes y eso. Me gusta, pero no para dedicarme a eso.

- Ya veo…

- Perdón que me meta – decía el joven sujeto – pero… ¡Yo estoy estudiando Química! Me encantan los laboratorios.

- ¿En serio? – preguntó emocionado, Kay.

- Sí. ^ ^

             Andrea sólo los miraba de soslayo.

“Vaya…”, pensaba, “Kay encontró la horma de su zapato”.

             En tanto, el grupo de jóvenes que se había alejado, seguía comiendo y charlando como si los otros tres no existieran. Aún estaban molestos por lo sucedido y les pesaba que Kay no los hubiera apoyado en esa tonta situación de “propiedad legítima”, sintiéndose un poco abandonados. En cuanto a Andrea, le tenían sin cuidado y a pesar de que había quedado notoriamente afuera de la plática de Kay y ese sujeto, no se molestaron en invitarlo a integrarse al grupo. No era problema de ellos.

             Sin embargo, Andrea lo notó y se sintió incómodo con la escena: allí, en medio de ambos lados, sin tener que hacer, solo y con hambre, mientras Kay se había olvidado de él y el grupo charlaba de trivialidades y temas adolescentes.

             Pero continuó detrás de Kay, esperando algo que ni él sabía. De todas maneras, no tenía a donde ir.

- Oh!... No nos hemos presentado y hace rato que estamos hablando… Soy Kay.

- Yo soy Lionel… pero dime Lyo. Prefiero el seudónimo antes que el nombre.

- Ya veo… y él es Andrea – concluyó Kay, colocando un brazo por sobre los hombros de su amigo como quien presenta a un hermano menor.

- Vaya… mucho gusto Andrea – sonrió Lyo – ¿Eres italiano?

             Andrea le miró.

- Eres el primero que no se ríe de mi nombre y se burla porque parece de mujer (como los compañeros de Kay). – dijo – Mis abuelos son de Italia.

- Que interesante. Yo tengo unos tíos que viven allí.

- ¿En serio?

- Sí. ^ ^

             Y Andrea sonrió.

- Oye, Lyo – dijo de pronto Kay – ¿Por qué no almuerzas con nosotros?

- Gracias, pero ya comí. Nosotros salimos media hora antes que los secundarios.

- Pero… acompáñanos…

- Gracias…

             Así, debajo del árbol y separados por algunos centímetros del grupo adolescente, Lyo y Kay comenzaron a platicar, descubriendo que tenían más cosas en común de lo que hubiesen imaginado, en las que destacaban su afición por los deportes y la ciencia. Andrea sólo los escuchaba mientras abría una lata de bebida.

 

- Enfermería:

 

             La enfermera se acercó a la doctora con paso rápido y firme. Esta la observaba apaciblemente. Al parecer, había algo que molestaba a Katty.

- ¿Qué sucede? – le preguntó la doctora.

- ¿Es verdad que Lyo ingresó al instituto?

- Sí…

- Pero… ¿Por qué?

- ¿Te preocupa? No es para nada malo, Katty. ¿O es que no quieres que te vea?

             Katty agachó la cabeza, dando un suspiro. Se sentó.

- No, al contrario. Hace algún tiempo que no le veo… – respondió – Sólo me extrañó que estuviera aquí. Me mandó un mensaje de texto que decía, “Voy a ir a trabajar cerca de tu oficina. Nos vemos”, junto a una foto vestido de alumno superior. Creí que era una de sus bromas… pero…

- Aaah… ese Lyo… – sonrió la doctora – sigue igual.

- ¿Y qué hace aquí? – continuó la enfermera con curiosidad – Es… por…

             La doctora le acercó una carpeta con varios documentos. En la primera hoja se encontraba la ficha estudiantil de Andrea. Al instante, Katty comenzó a hojearlo.

- Eso…es… ¡El archivo médico de Andrea!

             Se acomodó en el asiento, nerviosa, mientras leía las anotaciones más importantes de la carpeta. Al cabo de unos minutos miró a la doctora, confundida.

- ¡No puede ser! – exclamó, y cerró la carpeta.

- Créeme que quiero ayudar a ese muchacho. – le respondió la doctora – Por eso, por una vez en mi vida, dejaré mi escepticismo de lado. Necesito una segunda opinión… no médica.

- Comprendo… así que es más grave de lo que parece.

- Lo que allí leíste… no se lo comentes a nadie. – le advirtió.

- Por supuesto… – respondió la joven, dejando la carpeta sobre la mesa.

 

- De vuelta al Patio…

 

- Es genial hablar con alguien mayor de 18 – comentó Kay, luego de un sorbo de bebida.

- Me imagino. – sonrió Lyo – Con esos niños de compañeros no debe haber mucho tema de plática.

             Y miraron al grupo de jóvenes que se encontraban apretados mirando una revista de adultos.

- Es la edad… ^ ^U – dijo Kay.

- Y más encima, encerrados aquí con puros hombres… los pobres deben estar necesitados. – concluyó Lyo.

- ¿Ves a lo que me refiero, Lyo? Sólo hablan de eso todo el día… o sino, fútbol.

- Pero hay tipos que son adultos y siguen hablando de lo mismo. – agregó de pronto, Andrea. – Así que yo creo que eso es relativo.

             Kay volteó a mirarlo.

- ¡Hasta que hablaste! – le dijo – ¿Por qué no te acercas?

- ¿Para que? Si soy menor de edad…

- Mira como tu amigo se sintió ofendido – murmuró Lyo.

- No seas tonto Andrea. – le dijo Kay – Tú no eres como esos idiotas de mis compañeros. Ven, no seas autista.

             Andrea lo miró de reojo. La palabra autista lo desconcertó.

- Andrea…

- Está bien… pero deja terminarme la bebida.

             Y cuando se disponía a poner los labios sobre la lata, notó que una mariposa se había posado al otro extremo, atraída, tal vez, por lo dulce del brebaje. La miró por breves segundos antes de dar un salto hacia atrás, tirando la lata al suelo, como quien hubiese visto a un insecto repugnante. Kay y los demás le miraron atónitos.

- ¿Qué sucede? – le preguntó su amigo.

- H-había… había una mariposa… en la lata. – respondió Andrea, pálido y algo tembloroso.

-¿Una… mariposa? – y Kay miró hacia la lata que se encontraba sobre la tierra, con ese hermoso insecto de alas naranjas y bordes castaños, merodeando su contorno. Miró a su amigo y suavemente le preguntó: – ¿Le tienes miedo a eso?

             Los jóvenes, que se habían distraído de su charla gracias al salto de Andrea, comenzaron a reírse a carcajadas, sumando bromas y ofensas. Ante esto, Andrea agachó la cabeza y se abrazó a sí mismo, en gesto de autodefensa. La mariposa movía sus alitas cerca de sus pies.

             Lyo, en tanto, sólo observaba la situación, preocupado.

- No puedo creer que le tengas miedo a ese insecto tan inofensivo. – decía Kay, con un inocente tono de risa, sin percatarse de los gestos de su amigo. – Es una simple mariposa.

             Las burlas continuaron y Andrea se había acurrucado entre las raíces del árbol en busca de un resguardo a su vergüenza. Lyo se arrodilló a su lado.

- ¿Estás bien? – le preguntó.

             No hubo respuesta. Observándolo detenidamente, el joven pudo notar que algo extraño emanaba de él, como una tela luminosa que le envolvía por entero y que no era fácil de ver.

- Energía… – murmuró y al instante volteó hacia dónde se encontraba Kay – ¡Algo le pasa a Andrea! – le dijo – Pero no sé que será.

             Kay se acercó con rapidez, y al acto se arrodillo a su lado.

- ¿Qué te pasa? – le preguntó – ¿Te sientes mal?

- ¡Déjalo! – le dijeron sus compañeros – ¡No ves que el maricón se asustó por una mariposa! – y luego, tirándole una lata vacía a Andrea: – ¡No pensamos que fueras tan mamón Andrea!

- Quizás por eso se cayó de la azotea – prosiguió otro – ¡Huyendo de la mariposa asesina!

             Y las risas aumentaron.

- ¡Cállense idiotas! –  exclamó Kay, enojado – ¡Déjenlo en paz!

             Pero el sermón fue tardío. Andrea ya había huido del lugar, más dolido que enfadado, dejando a sus espaldas a un Kay preocupado y a un grupo de idiotas que se aprovechaba de la bochornosa huida para humillarlo sin piedad. Kay intentó seguirlo.

- No te preocupes. – le detuvo Lyo – Yo voy por él.

             Y se alejó en su búsqueda, mientras Kay miraba a sus compañeros.

- Necesitamos hablar – y chasqueó los nudillos.

             Mientras tanto, Lyo le había perdido la pista al muchacho y no le encontraba. Preocupado por la situación y apremiado por el tiempo, decidió recurrir a un último recurso que sólo utilizaba en casos de emergencia. Desde sus ropas extrajo una artesanal cruz de madera, que llevaba incrustada en el medio una hermosa piedra transparente, y que empezó a brillar casi de inmediato. Dependiendo en la dirección en la que era expuesta, la piedra aumentaba o disminuía su fulgor como si se tratase de una brújula brillante. Lyo sonrió.

             - No fueron ideas mías – se dijo – este muchacho tiene una inusual energía espiritual.

             Reanudó su búsqueda guiado por el resplandor que emitía su artilugio, llegando finalmente a una bodega. Desde el interior eran perceptibles unas voces, ligeramente similares, y que al parecer estaban discutiendo. Con cautela, Lyo se acercó para oír mejor.

- ¿No lo ves? – decía la voz más suave – Siempre te pasa lo mismo. Estás hecho para que se burlen de ti.  

- Cállate… por favor… – respondía la otra, que sonaba muy familiar.

- Qué patético eres… – prosiguió la otra, con desdén – ¿Asustarte por una mariposa? Estúpido.

- Por favor… ya déjame…

             Lyo se acercó otro poco más a la puerta. La luz que emitía la piedra aumentaba.

- Patético y asqueroso. – continuaba la voz, con un tono más bajo como si le repudiase – Si la gente se acerca a ti es por lástima. Eso es lo que das: LAS-TI-MA.

- ¡Ya basta!

             La puerta se encontraba un poco abierta y esto facilitó a Lyo para que espiara hacia el interior. Sólo divisó a un par de siluetas que se movían de un lado a otro, hasta que una de ellas se agachó, mientras la otra lo rodeaba. Con suavidad, Lyo comenzó a abrir la puerta, cuando… …

- ¿Encontraste a Andrea? – se escuchó la poderosa voz de Kay, tras sus espaldas.

             Lyo volteó casi de un salto, asustado por la repentina aparición del joven y que arruinó, claramente, su trabajo de espía. Este, sin entender porque le miraban con reproche, notó que la puerta de la bodega se abría lentamente, dejando al descubierto a Andrea, quien se hallaba acurrucado entre las cajas. Al instante, corrió hacia él.

- ¡Andrea! – le dijo – ¡Te encontré!

             Andrea alzó la vista, con recelo.

- ¿Viniste a burlarte de mí?

- Cómo se te ocurre… tonto…

Y mientras Kay intentaba convencer a Andrea para que saliera de allí, Lyo comenzaba a inspeccionar el lugar en busca de la segunda voz que había oído, sin resultado. Sólo cajas y utensilios de aseo se encontraban alrededor de Andrea.

“Qué extraño” pensó “Primero la puerta se abre sola y ahora no veo a nadie más. No pudo haber huido por otro lado, ya que la única salida es esta”.

- ¿Qué sucede? – le preguntó Kay.

- Nada… no es nada. – respondió Lyo, guardando sigilosamente la cruz en el bolsillo trasero del pantalón, acercándose con una sonrisa. – Bueno, ahora que ya te encontramos me retiro. Mis clases ya debieron empezar. Fue un gusto.

- Gracias – le dijo Kay – ¿Nos veremos mañana?

- Claro ^ _^   – respondió – Aún tenemos mucho de que hablar – y mirando a Andrea, prosiguió: – Y tú, cuídate mucho.

             Se despidieron y Lyo se alejó rápidamente, mientras Andrea le miraba con recelo.

“Habrá… oído”, pensó.

 

- Aula Superior:

 

             Lyo se encontraba pensativo, mirando hacia la pizarra sin prestar atención. En su cabeza aún rondaba la plática que había escuchado desde la bodega.

- Estaba solo… – musitó – Entonces, esto se pone interesante.

             Y sonrió.

Notas finales:

Aquí está el capítulo 2, de una tirada de 13.

Lyo es un personaje de otra historia mia (no yaoi) q aún no realizo.

Espero que les agrade.

Saludos.


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