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Lebendieb por YukiTenshi

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Notas del fanfic:

Un extraño anillo con el poder de robar la vida a sus víctimas y pasársela a su dueño.

Una misteriosa enfermedad que se propaga entre los seres humanos, ¿será acaso una maldición?

Notas del capitulo:

Fan fic basado en el sueño que tuvo un amigo, por lo tanto pueden haber algunas incongruencias en lo que escriba =P son libres de hacérmelas notar.

No creo que la historia llegue a la categoría de "yaoi", será más bien shonen-ai, pero puedo cambiar de idea XD

Bajó apurado del taxi sin siquiera esperar su cambio, ya eran las 8:10 y otra vez estaba llegando tarde al trabajo, llevaba en una mano su portafolio y en la otra su saco marrón. Era la tercera vez en la semana que llegaba tarde y aún no encontraba la solución para no quedarse dormido, por más que programara su despertador nunca lo escuchaba.

 

Zack entró al edificio dando unos descuidados “buenos días” al guardia de seguridad y se dirigió a su oficina con la esperanza de que su jefa aún no hubiera llegado. Se sentó frente a su escritorio al momento justo en que entraba una de sus colegas.

 

-Otra vez tarde, señor Wallace –le dijo con una sonrisa mientras asentaba una caja de archivo frente a él -. ¿De nuevo se quedó dormido?

 

-Sí, no sé por qué diablos nunca escucho el despertador.

 

-Tal vez deberías ir al doctor, ¿has estado durmiendo bien? Últimamente te has puesto algo pálido.

 

-Duermo bien, -contestó reclinándose en su silla-, pero por más que me duermo temprano no logro levantarme a tiempo.

 

-Entonces tal vez sólo sean cosas suyas por no querer venir a trabajar –la muchacha le dirigió una sonrisa-. Bueno, la jefa me pidió que le entregara esto, son los gastos del año pasado, necesita que los revise en la base de datos.

 

-¿Todos? Pero si esto ya está hecho, yo mismo ayudé con una parte.

 

-Sí, pero parece haber unas irregularidades, así que quiere que se revisen de nuevo –se dirigió a la salida.

 

-Espera, Cristina, ¿nadie me va a ayudar? –la joven se encogió de hombros.

 

-Creo que está molesta por los retardos –le dijo quedo-, ¡buena suerte! –y salió de la oficina sin más.

 

-Ya qué…

 

Soltó un suspiro y prendió su computadora mientras revisaba la primera carpeta, realmente era mucho trabajo y lo mejor era comenzarlo lo antes posible. Así comenzó con su arduo día de trabajo, hasta que dieron las 3 de la tarde, ya estaba muy cansado y sentía unas ganas desesperantes por irse a su casa, por lo que apagó la computadora, tomó sus cosas y se dispuso a salir, ni siquiera se tomó la molestia de despedirse de alguien. Afuera, el cielo medio nublado le indicó que pronto llovería, así que se apresuró a tomar un taxi para llegar a su apartamento.

 

Apenas entró a su departamento y arrojó su portafolio en el sillón, el lugar no era muy grande, pero vivía bien y a gusto. Caminó unos pasos hacia la cocina, cuando sintió un dolor repentino en el pecho. Su visión se tornó borrosa un momento y sintió que perdía el equilibrio, se agarró de la pared para no caer. Después de un par de segundos de permanecer inmóvil agarrado de la pared, se incorporó de nuevo, aún con la extraña sensación en el pecho que fue desapareciendo poco a poco. Como el dolor desapareció, trató de hacer caso omiso al incidente, hacía unos días que comenzaba a sentirse débil, pero lo relacionaba con el exceso de sueño que sufría.

 

-Tal vez sea algo de fatiga crónica –rió para sus adentros-. Quizá mañana saque una cita con el médico –Luego entró en la cocina para comer algo, no tenía ganas de prepararse algo así que sacó del refrigerador los restos de la comida del día anterior y los calentó para comerlos. Ya después de haber comido, recogió sus trastes y se dirigió al sillón, se sentó un rato, pero la verdad no tenía muchas ganas de estar en casa, por lo que se cambió de ropa y salió a dar una vuelta a un parque que se encontraba cerca.

 

Mientras caminaba sentía al fresco aire rozar su rostro, el cielo ya estaba cubierto de un color grisáceo que apenas y dejaba ver al sol. Seguramente no tardaría en caer una llovizna, sin embargo, el frescor que sentía le gustaba y lo obligaba a seguir ahí. Se sentó en una banca en el centro del parque, tarareando una canción que no recordaba cómo se llamaba, pero le gustaba mucho, mientras miraba a la gente pasar frente a él.

 

-Cada mente es un mundo… -pensó para sí-. Es extraño pensar que la vida no sólo gira alrededor de uno, sino también de los demás.

 

Se quedó encismado tarareando la única estrofa de la canción que se sabía mientras el cielo se iba oscureciendo cada vez más, la lluvia estaba más cerca. Pudo escuchar un par de truenos a lo lejos, por lo que decidió regresar a su casa antes de que la tormenta comenzara. Sin embargo, cuando se disponía a levantarse, un fuerte dolor de cabeza lo invadió, haciéndolo caer de nuevo en la banca. Sentía que todo le daba vueltas, mientras unas punzadas en el pecho no lo dejaban moverse, era la misma sensación de hacía un rato. Se agarró el pecho, como tratando de mitigar el dolor, al tiempo que se visión se tornaba borrosa de nuevo. Lo último que sintió antes de perder la conciencia fue el frío metal de la banca contra su rostro.

 

Despertó en una habitación desconocida, por como lucía pudo suponer que se trataba de una habitación de hospital, intentó incorporarse pero una punzada en la sien lo hizo cambiar de parecer. Inspeccionó el cuarto, no había nadie con él, sólo lo acompañaban el sonido de las máquinas a las que estaba conectado. Frente a su cama había una puerta blanca y, al lado de ésta, dando al pasillo, una ventana sin cortinas, que dejaba ver lo que sucedía afuera. Una enfermera entró de repente a la habitación, era una mujer joven.

 

-Buenas tardes –saludó la joven al verle despierto-, es bueno ver que ya ha despertado.

 

-¿Cómo llegué aquí? –preguntó Zack algo intranquilo, no había visto nadie en el parque lo conociera como para haberlo llevado hasta ahí.

 

-Una persona anónima llamó a una ambulancia y dijo que alguien se había desmayado en el parque, es por eso que está aquí –le dedicó una sonrisa-. Ahora dígame, señor Wallace, ¿tiene algún familiar que pueda venir a recogerlo?

 

-Bueno… no, a decir verdad no tengo familia aquí.

 

-Entonces, ¿algún amigo, tal vez, que pudiera venir por usted?

 

-Bueno, tengo conocidos, pero no es necesario que vengan por mí, ya me siento bien.

 

-De todos modos sería prudente llamar a alguien, el doctor vendrá enseguida a hablar con usted, ¿de acuerdo, señor Wallace? –Zack iba a contestarle a la enfermera, pero tuvo la sensación de que alguien lo observaba desde el pasillo. Volteó, pero no había nadie ahí. ¿Sería su imaginación? Pudo sentir un leve escalofrío recorrer su cuerpo. La voz de la enfermera le disipó sus pensamientos.

 

-¿Señor Wallace? ¿Está usted bien?

 

-Eh… sí, lo siento, es que me pareció ver algo.

 

-Bueno, el doctor no tardará en venir –la muchacha se dio la vuelta y salió de la habitación, al poco rato el doctor entró. Era un señor ya algo grande, se vería confiable y con mucha experiencia.

 

-Buenas tardes, señor Wallace. La enfermera me ha dicho que no tiene parientes en la ciudad, pero es preciso que llame a alguien, tal vez algún amigo o conocido que pueda venir con usted –Zack soltó un suspiro, ¿por qué era tan necesario llamar a alguien? Él ya se encontraba bien y no tenía ningún inconveniente en irse a casa solo, sin embargo, no quería ponerse a discutir con el doctor, por lo que decidió cooperar de una vez.

 

-Tengo una compañera de trabajo, se llama Cristina, su número está en mi celular, tal vez ella pueda venir.

 

-Muy bien –el doctor tomó el celular que se encontraba en el buró a un lado de la cama y se lo pasó al joven de cabellos castaños, quien buscó el número y se lo dio al doctor para que la llamara. Cristina no tardó mucho en llegar al hospital y, al entrar al cuarto de Zack, se veía algo preocupada.

 

-¡Señor, Wallace! ¿Está usted bien? ¡Vine lo más pronto posible!

 

-No te preocupes, Cristina, ya estoy bien –le dedicó una sonrisa-, ¿no es así, doctor? –pero el hombre no contestó nada.

 

-Tome asiento por favor, señorita –dijo indicándole a Cristina una silla al lado de la cama. La joven obedeció sin decir nada-. Bien, supongo que como ya hay alguien aquí con usted, podemos hablar de lo que le pasa, señor Wallace. Dígame, ¿qué tipo de malestares ha estado sintiendo últimamente?

 

-¿Malestares…? Bueno, últimamente he estado durmiendo de más.

 

-¿Es todo? –inquirió el doctor sabiendo que ocultaba algo.

 

-Sí, es todo –mintió Zack, por la mirada que le echaba Cristina, la joven estaba muy preocupada, y lo último que quería era que se preocupara más.

 

-¿Seguro, señor Wallace? –el joven asintió-. ¿No ha tenido dolores de cabeza o punzadas en el pecho?

 

-¿Qué…? –Zack no sabía qué contestar.

 

-Mire, señor Wallace –el doctor mostró una cara seria-, lo que usted padece es una enfermedad muy rara.

 

-¿Enfermedad? Pero si yo no estoy enfermo, doctor.

 

-No es una enfermedad común, donde se va desgastando el cuerpo humano –los dos jóvenes lo miraron intrigados-. Aún no se ha podido descifrar la causa de esta enfermedad, señor Wallace. Pero ésta produce que la persona envejezca, por así decirlo, de una forma acelerada y muera antes de lo esperado.

 

-¿Cómo? ¿Envejecer? ¿De qué está hablando? –la verdad no entendía nada de lo que el doctor trataba de explicarle.

 

-¿Cómo explicarlo? –el doctor meditó unos segundos-. No es que envejezca, es más bien que… se le gasta la vida.

 

-¡¿Cómo diablos se le puede gastar la vida a alguien?! –Zack aún no entendía lo que estaba pasando, pero sabía que no podía ser algo bueno.

 

-Tranquilo, señor Wallace, quisiera responderle esa pregunta pero me temo que no sé. Como le dije antes, es una enfermedad muy rara. Hace tiempo que no había visto un caso como el suyo.

 

-¿Como el mío? ¿Eso quiere decir que… voy a morir?

 

-Lamento decirle esto, señor Wallace, pero sí, el sueño excesivo que me comenta es a falta de esa “vitalidad” necesaria para las personas, y que haya llegado al grado de desmayarse quiere decir que ya está en una etapa muy avanzada de esta enfermedad.

 

-Pero, ¿cómo? Si apenas hoy comencé a sentir los mareos y las punzadas en el pecho… No me había comenzado a sentir mal hasta hoy.

 

-Bueno, en cada persona es diferente la evolución de la enfermedad, hay veces que la persona muere sin siquiera haber tenido síntomas de la enfermedad.

 

-Y si es así y no se tienen muchos síntomas, ¿cómo es que usted sabe que la padezco?

 

-Por los estudios que le realizamos mientras estaba usted inconsciente, señor Wallace. Los resultados fueron que le queda poco tiempo de vida, hicimos análisis y sus defensas salieron muy bajas, lo cual prueba que… -Zack dejó de escuchar las palabras del doctor, ahora resonaban como pequeños murmuros en el vacío. ¿Había escuchado bien? Primero le dicen que de un día para otro padece una enfermedad incurable y luego le salen con que también le queda poco tiempo de vida. Su mente realmente no alcanzaba a asimilar toda la información, todo estaba sucediendo demasiado rápido que no sabía si asustarse o echarse a reír por la broma tan pesada que le estaban jugando. De repente, cuando se dio cuenta, los murmullos habían desaparecido, el doctor había dejado de hablar.

 

El silencio inundó la habitación. Era incómodo, pero Zack supuso que era aún más incómodo para Cristina, que nada tenía que ver ahí. Zack dio un suspiro, tenía una horrible sensación en las entrañas, pero aún así se atrevió a preguntar.

 

-Doctor, dígame… ¿cuánto… cuánto tiempo me queda? –su voz se escuchaba algo apagada, ya estaba resignado y, aunque no lo estuviera, ya no tenía nada qué hacer.

 

-Lo siento, pero no podría decirle con exactitud, todo depende de usted y del grado de la enfermedad pero… me temo que no pasa de este año.

 

Zack se quedó callado, ya no sabía qué decir, más bien, no tenía ganas de decir nada, todo era tan repentino, tan doloroso, tan… ¿irreal? ¿Acaso uno podía morirse de un día para otro sin siquiera saber que estaba enfermo? ¿Acaso a alguien se le pude “acabar” la vida así como así?

 

Para él no tenía sentido nada…

 

Pero ya qué, no podía hacer nada. Lo único que le restaba era afrontarlo con serenidad.

 

Un año más de vida… Para él hubiera sido mejor que lo mataran en ese instante sin tener que sufrir tanto. Quería estar solo, no ahí, con ese doctor y Cristina, que nada tenía que hacer allí.

 

-¿Ya puedo… irme? –preguntó algo cansado de estar allí sintiendo cómo le veían con compasión.

 

-Sí, señor Wallace, ya puede irse –el doctor salió de la habitación y unos minutos después entró la enfermera con la ropa de Zack, Cristina salió sin decir nada y él se dispuso a vestirse, tratando de pensar en nada, ya se sentía demasiado mal como para ponerse a pensar más en el asunto.

 

Terminó de vestirse y salió para alcanzar a Cristina en el pasillo, nadie dijo nada, se dirigieron a la recepción donde le dieron una infinidad de papeles a Zack, que ni la molestia se dio de revisar qué eran, luego salieron del hospital y se subieron al auto de Cristina. La lluvia golpeaba el auto suavemente mientras atravesaban la ciudad, las luces de los edificios se reflejaba en las calles mojadas, tampoco se dirigieron la palabra en todo el viaje y pronto llegaron al apartamento. La dueña del auto se bajo para acompañar a Zack, era incómodo, pero él no dijo nada, llegó a su apartamento y abrió la puerta, caminó hasta el sillón y se sentó.

 

-Gracias –al fin habló, sorprendiendo un poco a la muchacha que le sonrió dulcemente y asintió con un leve “de nada”. El silencio los inundó otra vez.

 

-¿Quieres… que te haga compañía? –preguntó algo temerosa la joven de que su propuesta no sonara algo atrevida, realmente no tenía malas intensiones, pero le daba cosa dejar al otro solo.

 

-No es necesario, pero gracias –contestó tranquilamente, lo que quería era estar solo, no quería ver a nadie por un tiempo.

 

-Está bien –dijo la chica, resignada, y se dirigió a la salida. Se dio la vuelta para decir algo, pero no encontró las palabras adecuadas, así que se fue sin más.

 

El sonido de la puerta al cerrarse dejó un pequeño eco que se fue tragando el silencio poco a poco. Se recostó en el sillón, no tenía ganas ni siquiera de irse a su cuarto, se sentía mal, se sentía cansado, se sentía…vacío.

 

Cerró los ojos para intentar no pensar y se dejó llevar por el sueño. A lo lejos, entre sueño, escuchaba la lluvia que arreciaba, golpeteando casi inaudiblemente las ventanas.

 

 

 

 

 

 

 

Un relámpago iluminó el cielo mientras el hombre de gabardina negra caminaba por el callejón. Se detuvo un momento para sentir cómo la lluvia caía sobre su cuerpo, era una sensación tan relajante. Los truenos acompañaban la tormenta con una melodía que era inapreciable por personas a las que él llamaba “simples”. Se quedó perdido un momento escuchando aquella melodía, hasta que unos pasos hicieron eco en el camino, viró sobre sus talones para encontrarse frente a un grupo de hombres también vestidos de negro.

-Justo a tiempo –les dijo con voz tranquila. Uno de los cinco hombres sacó un cigarrillo desinteresadamente mientras que, el que parecía ser el jefe, se acercó unos pasos más hacia el de la gabardina.

 

-¿Trajo el adelanto? –preguntó bruscamente el hombre, a lo que el otro frunció el ceño ante tal tono de voz.

 

-Sólo si usted trajo los medios –contestó y metió una mano en su gabardina, sacando un papel-. También traje una fotografía –se la extendió al jefe de los otros hombres.

 

-Bien –observó unos momentos la fotografía -, por su aspecto dudo que tengamos problemas.

 

-Perfecto –el hombre de la gabardina se dio la vuelta y comenzó a caminar con la intención de irse.

 

-¡Espere un momento! –le gritó el jefe, mientras los otros cuatro le rodearon amenazadoramente -. Creo que se le olvida algo –extendió la mano esperando el paquete. El otro bufó divertido.

 

-Qué delicados… -metió de nuevo la mano en su gabardina y sacó un paquete algo pesado, se lo lanzó al hombre-. Adentro del paquete está la dirección en donde lo deben entregar y detrás de la fotografía está la dirección en donde lo pueden encontrar. Espero que les sea fácil, ya que les ahorré todo el trabajo de búsqueda –emprendió su camino de nuevo-. Se llama Zack Wallace, lo espero en la dirección correcta mañana al anochecer –y desapareció en la oscuridad del callejón mientras la tormenta seguía su cometido. Los cinco hombres se miraron entre sí y se retiraron también.

 

-Mañana al fin nos conoceremos, señor Wallace –pensó el hombre de la gabardina mientras miraba en su muñeca el reloj negro con el cristal roto.

Notas finales:

¿Qué tal? ¡Primer capítulo arriba! Es la primera historia original que llego a realizar, ¡se aceptan todo tipo de críticas constructivas, consejos, sugerencias, etc! ;D

Luego iré subiendo algunas imágenes sobre ciertas cosas para que sea más fácil seguir la historia, sólo falta que mi dibujante se apure ¬¬

Nos vemos!

 

Próximo capítulo: Secuestro


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