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Salmo por chokomagedon

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Notas del fanfic:

Una nueva prueba de que la soledad y la tristeza son fuentes de inspiración...

 

Comenzaban a arderle los ojos. Igual que cuando se pasaba horas y horas frente a aquella pantalla. La sensación era tan similar que durante un milisegundo creyó estar aún allí, encerrado en la más completa y silenciosa oscuridad. Sin embargo, había una importante diferencia. Lo que estaba delante suyo ya no eran píxeles brillantes ni imágenes virtuales. No esta vez. 

 

Parpadeó. Quizás era el sol lo que le estaba lastimando la vista. Hacía ya rato que no sentía la luz del mediodía dándole en el rostro. Había olvidado sus lentes. No recordaba dónde. No le importaba tampoco.

 

A su alrededor, todo se encontraba bastante silencioso. En el arenero, algunos niños simulaban ser capitanes de un barco que surcase mares dorados. Un poco más lejos, una pareja se comía a besos, ignorando al anciano que los miraba de reojo mientras alimentaba algunas palomas. De vez en cuando pasaba alguien trotando o paseando a su mascota. Tal vez Matt se entretuviese algún rato mirándolos. Tal vez alguno se acercase a preguntarle por qué estaba tan solo y con semblante triste un día como aquél. Pero Matt debía descartar esa idea tonta si no quería volver a decepcionarse. Nadie mira. Nadie pregunta. Esas cosas no ocurren en el mundo virtual ni en el real. A nadie le importa. Ni siquiera en Navidad.

 

Campanas de una iglesia cercana sonaron por enésima vez. Ya no tenía ganas de seguir contándolas. Habían sonado muchas, demasiadas campanadas desde que se sentase en aquel banco que le hacía doler la espalda. Había intentado dormir, pero el viento soplaba demasiado fuerte.

 

Y entonces, cuando en el arenero finalmente reinó el silencio, y las sombras comenzaban a alargarse, Matt dejó de estar solo. Fue rescatado por una persona con nombre y rostro de ángel. Cuerpo de semidiós. Mirada de diablo. Lo llevó a su casa, lo bañó y lo arropó como a un niño perdido. Actuaba especialmente extraño, pero Matt no se animó a preguntar por qué. Así se sentía bien. No se pregunta por qué cuando se está bien. Por eso, y por varias razones más, se quedó muy quieto cuando, al caer la noche, Mello le quitó las prendas con la misma delicadeza con la que se las había colocado. Sus ojos irradiaban un brillo más demoníaco que de costumbre. Casi santo.

 

Generalmente, agradecía ser el único en conocer las facetas ocultas de Mello. A veces, no. Sin embargo, fue durante el primer beso que predijo que, al menos en esta ocasión, faltarían los mordiscos, arañazos, insultos y golpes. Sobrarían las caricias y las miradas cargadas de ternura. Aquello quedó corroborado mientras el rubio dejaba un húmedo camino de besos, desde su nuca hasta su clavícula. Luego, adivinando sus deseos, le besó en la boca, separándole los labios con suma dulzura. La boca de Matt ya no sabía amarga. Ahora tenía gusto a cacao y azúcar. A cielo.

 

—Mello...

 

Las campanas habían dejado de tocar, reemplazadas por bombas de estruendo. Afuera, el cielo se teñía de blancos y verdes y rojos. Mello se deslizaba lentamente por el torso de Matt, para terminar de acomodarse entre sus piernas. Sus movimientos eran sensuales y pacientes, casi exasperantes. Matt se lo hizo saber con la mirada, así que procuró darse prisa en separar sus piernas y prepararlo para lo que ambos sabían que seguiría. A pesar de todo, no tuvo éxito, pues a Matt le pareció que pasaban siglos mientras le introducía el primer dedo, milímetro por milímetro, sin quitarle la vista de encima, como evaluando todas y cada una de sus reacciones. Pero Matt no necesitaba esa clase de tortura para enloquecer. Hervía de lujuria desde que Mello apenas lo rozase por primera vez. Aguardar a que éste lo poseyera era vida y muerte. Sus deseos cobraban vida junto a él, al tiempo que su cordura perecía minuto tras minuto. Y cuando Mello finalmente retiró sus dedos y se decidió a penetrarlo, la cordura lo abandonó por completo. No había mente, sólo placer infinito al sentir su carne abriéndole paso al miembro de Mello. Dolor y gozo en un mismo acto. Pocas cosas existían en el Mundo que pudiesen otorgar tan exquisita combinación. Para él, Mello, solamente Mello. La razón de todas sus alegrías y desdichas. Aquello estaba tan mal que no podía agradarle más.

 

—Mello... ¡Ah! Me... me duele.

 

—Jódete.

 

Sonrió. Por fin el ángel había cedido paso al demonio.

 

—Es Navidad, Matt. Tendrás que dejarme hacer lo que me plazca.

 

No hacía falta que lo dijera. No necesitaba ser Navidad. Le debía su vida por alguna razón olvidada o inexistente. Daba igual.

 

Fueron uno hasta que decenas y decenas de copas chocaron al unísono y el cielo volvió a iluminarse de todos los colores al mismo tiempo. Las campanadas marcaron las doce cuando Mello sintió la necesidad de aumentar el ritmo de sus embestidas, haciendo rechinar la cama. Matt se aferró a sus brazos. Aún le dolía, quizás más que antes, quizás menos. Gimió con fuerza, experimentando los primeros indicios del clímax al sentir el miembro de Mello golpeando con semejante brutalidad tan dentro suyo. Mello no tardó demasiado en venirse luego, dejándose caer sobre una mezcla de sudor y esperma y Matt. Ya tenía los ojos cerrados en cuanto el reloj de la pared marcó las doce y media. Matt, con extrema delicadeza, lo hizo a un lado y abandonó la cama. Aún era temprano para él. Saldría a caminar un rato y en el trayecto quizás le desearía feliz Navidad a desconocidos con los cuales después se emborracharía y terminaría compartiendo una o dos horas de lujuria.

 

Antes de salir del apartamento, volvió sobre sus pasos hacia la mesita de noche junto a la cual Mello dormía. Allí habían quedado sus lentes. No los volvería a olvidar.

Notas finales:

Así fue mi Navidad, con la diferencia de que ningún Mello(ni nadie) me rescató ¬¬

Espero que hayan pasado una buena Navidad, y les haya gustado mi pequeño regalo.


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