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El mejor regalo por Khira

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Notas del fanfic:

Safe Creative #0905133617869

Notas del capitulo:

Hola!

Este relato lo escribí antes de Navidad y forma parte de la recopilación navideña promovida por el grupo Origin EYaoiES y la Colección Homoerótica. Si os interesa la dirección de la descarga es: http://www.lulu.com/content/1735757 y del ejemplar impreso: http://www.lulu.com/content/1735863

Más información en www.coleccionhomoerotica.com

Espero que os guste ^^. Besos,

Khira

(Joan se pronuncia en mallorquín [Yuán])

1

Después de dar por enésima vez la vuelta a la sección de ropa de hombre, situada en la segunda planta de aquel enorme centro comercial, Joan se dio cuenta de que no tenía ni idea de qué tipo de prenda podría regalarle a Biel. Había mirado de todo: desde las típicas bufandas, las cuales eran una especie de regalo estándar en Navidad, hasta los sosos y aburridos jerséis de punto, pasando incluso por el puesto de corbatas con motivos de fiesta. Pero por supuesto, ninguna de esas prendas le parecía lo bastante especial como para ser el regalo de la primera Navidad que compartiría con su novio. El problema era también el límite de dinero que había establecido Biel que se podían gastar con el regalo, el cuál había reducido aún más el radio de búsqueda.

Cansado y desalentado, Joan se detuvo junto a las escaleras mecánicas para reponer fuerzas. Entre la potente calefacción y los repetitivos villancicos que se escuchaban sin pausa por el hilo musical le habían producido un terrible dolor de cabeza. Ojalá llevara un par de aspirinas en la gran bandolera que portaba, como siempre le recomendaba su madre.

Frente a él, un gran espejo de pared le mostró su reflejo. Joan se dio cuenta de que la gorra que se había quitado justo antes de entrar en el centro comercial le había despeinado, y se atusó rápidamente los rubios cabellos, avergonzándose al pensar que había estado paseando dos horas con los pelos de la coronilla de punta.

Tenía que encontrar un regalo ya. Faltaban sólo tres días para Nochebuena, para su primera Nochebuena juntos, y a ese paso iba a presentarse en casa de Biel con una colonia como la que le regalaba todos los años a su padre. Y no, tenía que encontrar algo más especial, ¿pero el qué? Había creído que paseando por el centro comercial vería algo que le llamaría la atención, un regalo original y adecuado para Biel, pero no había visto nada de nada.

En esos momentos se sentía tan frustrado que lo único que evitó que pateara el suelo con rabia fue la presencia de un dependiente a escasos metros de él.

Al final optó por montarse en las escaleras mecánicas y bajar otra vez a la planta baja, donde estaban las secciones de libros y música. Un buen libro o el último disco de su grupo favorito serían regalos decentes, el problema era que Joan no tenía ni idea sobre los gustos literarios o musicales de Biel, así como tampoco sabía nada sobre si le gustaba el cine o los videojuegos.

Lo cierto era que apenas sabía nada de Biel.

Se habían conocido apenas seis meses atrás, en el restaurante italiano de Cala Major donde Biel trabajaba los fines de semana como camarero, una noche de sábado que había ido a cenar con sus padres y con su hermana para celebrar el aniversario de boda de los primeros. Biel les había atendido, y Joan se había quedado fascinado por él desde el primer instante. Alto, moreno, ojos verdes, cuerpo atlético... y además era educado y amable, aunque esas últimas eran condiciones obligatorias para ser camarero de un restaurante tan elegante como lo era aquél. Biel había tenido que repetirle dos veces la pregunta de qué iba a tomar; y no fue hasta que su hermana le dio un codazo que reaccionó y balbuceó su pedido con la cara roja como un tomate.

No le había quitado la vista de encima en toda la noche, vigilando cada uno de sus movimientos mientras atendía a las otras mesas de su zona. Sus padres le habían llamado la atención un par de veces por estar en Babia. Cuando la cena terminó, sus padres pagaron la cuenta y le dejaron una buena propina a Biel. Joan, sin atreverse a decirle nada especial, se despidió de él igual que lo hizo el resto de su familia, con un simple "adéu i bona nit".

Durante los días siguientes no se pudo quitar a Biel de la cabeza. Pensó varias veces en volver al restaurante, aunque fuera solo, pero al final no se atrevió.

Y cuatro semanas después, había ocurrido el milagro: se habían reencontrado por casualidad en una discoteca de Gomila, una céntrica plaza de Palma. Joan le había reconocido enseguida, y para su sorpresa, Biel también lo hizo. Habían empezado a hablar de lo pequeña que era la ciudad, y también del restaurante, de la discoteca, de los estudios, y de varias cosas más que Joan era ya incapaz de recordar. Biel le había invitado a tomar algo, y Joan le había devuelto la invitación un rato después. Y cuando ya hacía casi una hora que se habían encontrado, Biel le había invitado a bailar...

«Y el resto es historia... », pensó Joan con una sonrisa boba en la cara. Dos mujeres maduras que estaban subiendo por el otro lado de las escaleras mecánicas se le quedaron mirando con expresión divertida. Joan al darse cuenta se sonrojó y carraspeó.

Al llegar a la planta baja Joan se dio cuenta de que seguir dando vueltas sin buscar nada en concreto era perder el tiempo. Y la cabeza continuaba doliéndole una barbaridad. Lo mejor sería volver a casa y despejarse un poco. Aquel día era viernes, si aquella noche se le ocurría algo que comprar para Biel, aún tendría tiempo al día siguiente para ir a comprarlo. Y también lo que podría hacer, aunque no le hacía mucha gracia, era pedir consejo a su hermana...

2

Tras más de diez minutos de espera en la parada el autobús el vehículo apareció por fin, lleno a rebosar de gente que, como él, había esperado hasta el último momento para realizar las compras de Navidad. Joan suspiró y se resignó a volver caminando a su casa, la cual afortunadamente no quedaba demasiado lejos del centro comercial.

Eran más de las nueve de la noche cuando entró por fin en el piso, arrastrando los pies y con la cabeza que le daba vueltas. Lo primero que hizo después de quitarse los zapatos y dejar la enorme bandolera sobre su cama fue acudir al baño en busca del botiquín, del que extrajo una aspirina que tragó con la ayuda de un sorbo de agua del grifo. Cuando regresaba a su habitación escuchó la puerta principal abrirse de nuevo, para a continuación cerrarse de un sonoro portazo. Había llegado Aina, su hermana.

-¡Hola! -escuchó que saludaba la chica desde el recibidor.

-Hola... -saludó Joan, en su voz también se notaba el cansancio.

Se sentó en la cama, dispuesto a echarse un rato hasta que llegaran sus padres. Pero entonces su hermana apareció en su dormitorio, y Joan se quedó sentado mirándola de arriba abajo. La muchacha, que había cumplido los quince años hacía menos de un mes, iba vestida con medias y una minifalda tan corta que más que una falda parecía un cinturón ancho. Y en la parte de arriba llevaba un jersey escotado de cuello en pico y una chaqueta muy fina sin abrochar, con su larga cabellera rubia tapándole los hombros.

-¿No tienes frío yendo así por la calle? -le preguntó.

-No -respondió ella, y sonrió pícaramente-. Al contrario, calienta mucho... sobre todo a los chicos...

-¡Aina! -exclamó Joan, escandalizado-. No sé qué pareces hablando así... -añadió en voz baja.

Pero Aina le había escuchado perfectamente, y en lugar de enfadarse, sonrió más ampliamente.

-Y tú pareces un viejo, escandalizándote así... No parece que tengas solamente dieciocho años...

Joan no dijo más, pues decidió que en esos momentos tenía algo mejor de qué discutir con su hermana que su manera de vestir. Y precisamente fue Aina quien sacó el tema.

-Cuéntame, ¿ya le has comprado el regalo a Biel?

Aina era el único miembro de su familia que sabía de su homosexualidad, y también que estaba saliendo por primera vez de forma seria con un chico. Muchas veces se arrepentía de habérselo contado, sobre todo cuando Aina le chantajeaba de forma vil con ello para conseguir favores, pero en ocasiones como ésa, se alegraba. Joan agachó la cabeza y suspiró.

-No, no he encontrado nada...

-¡¿Que no has encontrado nada?! -exclamó Aina-. Joan, es viernes, y faltan sólo tres días para Nochebuena. Y los domingos las tiendas están cerradas.

-Ya lo sé...

-¿Y entonces? ¿Qué vas a hacer?

-Pues... -Joan levantó la vista y la clavó en los ojos azules de su hermana, de un tono un poco más claro que los suyos-. ¿A ti se te ocurre algo...?

Por un momento Aina pareció no entenderle. Y de pronto una expresión maquiavélica apareció en su moreno rostro.

-¿Me estás pidiendo ayuda, hermanito?

Joan suspiró otra vez.

-Sí... -admitió-. Estoy desesperado. Biel ha puesto el límite en cincuenta euros, y todo lo que a mí se me había ocurrido sobrepasa esa cantidad.

-¿Por qué ha puesto Biel el límite en sólo cincuenta euros? -inquirió Aina.

-No lo sé... Bueno, sí -respondió-. Biel no está muy bien de fondos últimamente.

-Pero él trabaja...

-Pero sólo los fines de semana, aunque en los peores turnos. Su abuela, la única de su familia que le apoyaba y le ayudaba económicamente, falleció hace dos meses...

-Vaya... debe estar muy deprimido.

-Un poco... -Joan recordó apenado el gesto tan triste que tenía Biel cuando le acompañó al cementerio poco después del fallecimiento-. En fin, la cuestión es que si quiere poder devolver los plazos del préstamo para la matrícula de la universidad, no puede permitirse gastos tontos. De ahí el límite en los regalos.

-Pero tú no tienes problemas de pasta -puntualizó Aina.

-Pero Biel no quiere que haya mucha diferencia entre su regalo y el mío.

-Entiendo...

Aina dio un par de pasos y se sentó junto a Joan en la cama.

-¿Has pensado en algo que puedas hacerle tú mismo? -preguntó.

-¿Cómo qué? -preguntó Joan a su vez.

-Un dibujo, por ejemplo. No, mejor una acuarela. Sólo tendrías que comprar los materiales...

-Hace años que no pinto nada... No, me saldría de pena.

-¿Y un poema?

-Demasiado barato... y cursi.

-¿Y un álbum de fotos?

-¿Un álbum de fotos?

-Sí, un álbum de fotos. Sólo tienes que comprar un álbum, y meter en él todas las fotos que tengas de vosotros dos juntos.

Joan se quedó mirando a su hermana con devota admiración.

-Aina, eso es una grandísima idea.

-¿A que sí? -Aina sonrió-. Si es que soy la mejor.

-Lo eres, hermanita, lo eres.

De un salto Joan se levantó de la cama y se dirigió corriendo al armario empotrado que había en la pared de enfrente de la habitación. Abrió de golpe las puertas y empezó a buscar en su interior.

-¿Qué haces? -preguntó Aina, sorprendida.

-¿A ti qué te parece? ¡Buscar las fotos!

Aina también se levantó, sin dejar de observar los movimientos de su hermano.

-¿Te vas a poner ya mismo con el álbum?

-Pues claro, he de aprovechar antes de que lleguen papá y mamá.

Después de remover medio armario, Joan se dio la vuelta con una caja de zapatos en las manos.

-¿Ahí guardas las fotos? ¿En una caja de zapatos?

-Claro. No puedo dejar que papá y mamá las vean. Digamos que algunas son... algo explícitas.

Durante unos minutos la chica se quedó callada. Joan dejó la caja de cartón encima de su escritorio junto al ordenador, y la abrió para coger el fino paquete de fotografías que había dentro. El resto todavía las tenía en el ordenador sin imprimir, dentro de una carpeta que precisaba de una clave para ser abierta. Empezó a contar las que estaban imprimidas.

-¿Cuándo se lo vas a contar a papá y a mamá? -preguntó Aina de pronto.

-¿El qué?

-¿El qué va a ser? Que eres gay.

-A ser posible, nunca.

-¡Joan! Te lo estoy preguntando en serio.

Joan dejó por un momento de contar las fotos y se giró hacia ella.

-¿Y a qué viene ahora esa pregunta, si se puede saber?

-Por lo que has dicho de Biel y su familia. -Aina se había puesto seria, algo poco habitual en ella-. A ti no te va a pasar lo mismo, lo sabes, ¿verdad, Joan?

Pasaron unos segundos antes de que Joan hablara. Claro que no creía que le fueran a echar de casa como le había pasado a Biel, pero aún así le asustaba la posible reacción de sus padres. No es que fueran en exceso tradicionales, pero de ir de modernos a aceptar como si nada que su hijo mayor era homosexual había un gran trecho.

-Todavía es pronto para contárselo -dijo finalmente.

-¿Pronto? -repitió Aina-. Lo tienes claro desde los catorce años, Joan. Y si papá y mamá lo supieran, no tendrías que estar todos los días diciendo mentiras para poder encontrarte con Biel.

-No les miento todos los días -replicó-. Sólo cuando es imprescindible...

-Pero si hasta en Nochebuena les vas a mentir, diciendo que después de cenar te tienes que ir a una fiesta, y que vas a dormir en casa de un amigo, cuando te vas a ir a casa de Biel...

«Quizá no debería contarle tantas cosas... », pensó Joan.

-Aina, no quiero discutir esto ahora, ¿de acuerdo?

-Vale, vale... -La chica se dio por vencida y caminó en dirección a la puerta.

Cuando Joan ya se había creído que Aina le iba a dejar solo por fin, su hermana se detuvo y volvió a la carga, esa vez con otro tema mucho más incómodo.

-Por cierto, ¿te vas a quedar a dormir en su casa?

-Sí... ¿Por qué lo preguntas? -preguntó temiendo el más que posible giro de la conversación.

-¿Será la primera vez?

-¿Qué? ¿Si será la primera vez que me quedo a dormir en su casa?

-No, tonto. -Aina le guiñó un ojo-. Si será tu primera vez.

Las mejillas de Joan se tiñeron de un fuerte carmín.

-Eso no es de tu incumbencia -jadeó.

Aina se echó a reír.

-¿De mi incumbencia? No, si ya te digo yo que hablas como un viejo...

-¡Anda, y déjame en paz! -explotó Joan-. Tengo cosas qué hacer.

-Y eso es gracias a mí -le recordó ella-. Oye, si necesitas ayuda o consejo, tengo mangas en mi estantería que lo explican todo muy bien...

Una pelota de goma antiestrés voló directamente a su cara, la cuál esquivó por los pelos.

-Ok, ya me voy... -rió-. Ya me enseñarás el álbum cuando lo termines.

-Ni lo sueñes.

En cuanto Aina puso un pie fuera de la habitación, Joan aprovechó para cerrar la puerta. Necesitaba un poco de tranquilidad, sobre todo después del comentario de su hermana.

Sí, era virgen. Si en Nochebuena pasaba algo con Biel, sería su primera vez. Y estaba aterrado. Así que lo mejor era calmarse y tratar de no pensar en ello, por lo que se puso a seleccionar las fotos para componer el álbum.

3

El álbum estuvo listo el domingo por la mañana, y Joan pudo por fin respirar tranquilo. Al menos por esa parte. Por la otra, seguía nervioso como un flan ante la idea de dormir en casa de Biel, y lo que eso seguramente conllevaría. Y antes de que pudiera concienciarse, llegó el lunes y con él la Nochebuena.

La cena en casa de sus abuelos paternos transcurrió como siempre: su hermana chismorreando con su prima Maria, su madre discutiendo con su abuela paterna, su tía Águeda regañando a su primo Miquel, su abuelo materno roncando sentado en la silla, y su padre ensimismado mirando la programación navideña en el televisor como si no escuchara nada a su alrededor. Sólo le prestaron atención cuando a las once anunció que se marchaba.

-¿A dónde vas? -preguntó su abuela materna.

-A una fiesta en Gomila.

-¿A qué hora vendrás? -preguntó su madre.

-Me quedaré a dormir en casa de Toni.

Joan observó de reojo como Aina le miraba y se aguantaba la risa, pero la ignoró.

-Ten cuidado, ¿vale? Y no bebas.

-No, mamá...

Joan dio dos besos a todos sus familiares y se despidió. En el recibidor recogió su abrigo y su bandolera del armario empotrado, y salió a la calle. No hacía demasiado frío.

Cruzó la calle y llamó por el teléfono móvil a un taxi. Ya que no había podido estar con Biel desde el principio de la velada, al menos quería llegar lo antes posible, y no demorarse con el autobús.

«Resérvame el postre», le había dicho Biel por el Messenger aquella misma mañana. Joan prefería buscarle el significado literal, de lo contrario sus nervios aumentarían en un trescientos por cien.

Al cabo de cinco minutos el taxi apareció frente a él. Joan le dio la dirección de Biel al taxista y partieron. Llegaron al portal de Biel a las once y veinte. Joan se bajó del taxi después de pagar y se dirigió al portal acariciando su bandolera, en cuyo interior estaba el álbum, perfectamente envuelto en papel regalo de color verde brillante.

El edificio donde vivía Biel era un bloque de apartamentos situado en un barrio periférico de Palma. A sus veinticuatro años, Biel ya llevaba casi cinco independizado. Todo porque sus padres no se habían tomado nada bien la noticia de su homosexualidad dada al cumplir la mayoría de edad. Aina tenía razón al sospechar que él tenía miedo de que le pasara lo mismo que a su novio.

Pocos segundos después de tocar el timbre del 5º A, la puerta se abrió y Joan penetró en el interior del edificio. Subió en ascensor, y al salir al rellano se encontró con que Biel le esperaba en el umbral de la puerta de su piso.

-Bona nit... -le saludó su novio.

Biel vestía unos vaqueros con rotos a la altura de las rodillas y un ceñido jersey de color rojo que contrastaba con el verde de sus ojos. Sus cabellos negros estaban húmedos, señal de que se había duchado hacía poco. Estaba guapísimo.

-Buenas noches... -saludó Joan.

En cuanto Joan avanzó lo suficiente hacia él, Biel le pasó un brazo por los hombros y le plantó un largo y tierno beso en los labios. Joan sintió que se derretía.

-Pasa -dijo Biel tras romper el beso.

Había estado muchas veces en el apartamento de Biel, pero siempre se sorprendía de lo bien ordenado que estaba todo. Biel siempre decía que, con lo pequeño que era el piso, si no lo tenía al menos ordenado se agobiaría.

Joan se quitó el abrigo y lo dejó en el perchero del recibidor, para a continuación seguir a Biel hasta el salón comedor, donde el anfitrión había preparado dos copas de helado y dos trozos de tarta de almendra como postre. Joan respiró un poco más tranquilo.

-¿Helado? -preguntó con una sonrisa-. ¿En diciembre?

-¿Acaso tienes frío? -preguntó Biel a su vez.

-No, la verdad es que no...

Biel se sentó y Joan hizo lo mismo, dejando su bandolera en la silla vacía que tenía al lado.

-¿Qué tal la cena en casa de tus abuelos?

-Bien, como siempre.

-¿Tus abuelos están bien?

-Sí, muy bien.

Sabiendo que Biel no había compartido aquel día tan especial con su familia, Joan no quería hablar demasiado del tema.

Empezaron a comer el helado, acompañado de la sabrosa tarta de almendra.

-¿Has traído ropa para dormir? -preguntó Biel.

-Eh, sí... Está en la bandolera. También he traído un neceser con el cepillo de dientes, el bote y el líquido para las lentillas, y eso...

-Muy bien. -Su novio sonrió-. No se te olvida nada.

De pronto Joan se dio cuenta de que sí se había olvidado algo muy importante.

Preservativos.

¿Cómo había podido pasarse todo el mes nervioso desde que Biel le propuso de ir a dormir a su casa en Nochebuena, y no haber caído en la cuenta de que necesitaría condones?

«Tranquilízate», se dijo. «Si Biel tiene planeado hacer algo esta noche, seguro que él sí ha sido previsor...»

-¿Estás bien?

La voz de su novio le sobresaltó un poco.

-¿Qué?

-Te has quedado ensimismado...

-Perdona, sólo estaba pensando.

-¿Y en qué pensabas?

Joan se ruborizó.

-En... en nada.

-En algo pensabas -insistió Biel.

-¡Te he dicho que en nada!

El tono de su voz subió más alto de lo que pretendía. La expresión usualmente risueña de Biel se volvió seria, y Joan se sintió fatal.

-Perdona por insistir -murmuró Biel mirando su copa de helado, ya prácticamente vacía.

-No, perdóname tú a mí... -se apresuró Joan a decir-. Lo siento, no quería hablarte así. Es que... estoy un poco nervioso...

-¿Nervioso? ¿Nervioso por qué?

Joan respiró hondo. Quizá era el momento de hablar claramente del tema.

-Bueno, hoy será la primera vez que durmamos juntos y... y yo no le he hecho nunca, Biel.

Biel le miró sin entender.

-¿Nunca te has quedado a dormir a casa de alguien?

Joan se empezó a preguntar si no había supuesto demasiado con esa cita, pero ahora ya era tarde.

-Me refiero a que nunca antes he hecho... eso.

Los ojos verdes de Biel pestañearon sorprendidos. Unos segundos después sonrió.

-Joan, ¿crees que te he pedido que te quedes a dormir en mi casa para hacer eso?

-¿No es así...? -preguntó cada vez más avergonzado.

-No, claro que no... -Biel suspiró y apoyó completamente la espalda en el respaldo de la silla-. Joan, nunca te tendería una emboscada como ésa. Cuando te pedí que te quedaras a dormir, me refería exclusivamente a eso, a dormir.

Un pequeño suspiro escapó de los labios de Joan. Si es que era idiota, siempre pensando más de la cuenta...

-Pero si quieres hacerlo, por mí está bien -dijo Biel de pronto.

-¿Qué? -jadeó.

-¿Quieres hacerlo, Joan?

Joan se quedó sin saber qué decir. Su primer instinto fue responder "no", pero no sería sincero consigo mismo. Sí que quería hacerlo con Biel, el problema era que estaba demasiado nervioso y asustado incluso para admitirlo. Por suerte Biel le ayudó. Su novio se levantó y rodeó la mesa para llegar a él. Se inclinó un poco y le acarició cariñosamente la mejilla.

-Suponía que eras virgen por cómo evadías el tema, así que decidí que no iba a presionarte hasta que me dieras una señal -le dijo con voz pausada-. Yo quiero hacerlo, Joan. Pero si tú no quieres, no te preocupes, porque esperaré lo que haga falta hasta que estés listo. Me gustas mucho, y no quiero estropearlo.

Después de aquel improvisado y enternecedor discurso, Joan sintió un nudo en la garganta. A él también le gustaba mucho Biel, y quería hacerlo con él. Así que era el momento de comportarse como un adulto y afrontar sus sentimientos. Se levantó y besó a Biel con ansias, sorprendiéndolo.

-Yo también quiero hacerlo.

Biel se recuperó del asombro y sonrió levemente.

-¿Estás seguro?

-Sí.

-Muy bien. -La sonrisa de Biel se volvió ladina. Le cogió de la mano-. Pues vamos.

-¿Eh? ¿Ahora?

-Sí. -Biel comenzó a caminar hacia su dormitorio, tirando de él.

-¡Pero aún no me he terminado la tarta!

-Ya te la comerás después. -Le guiñó un ojo-. Seguro que tienes más hambre entonces...

Joan tragó saliva.

4

Hasta entonces en su relación sólo habían llegado a juegos de manos, a excepción de una vez en que Biel le hizo una felación. Aquella noche Biel también le hizo una al mismo tiempo que masajeaba su ano con lubricante, hasta que Joan llegó al orgasmo, dejándole con la mente en blanco y relajado. Al menos hasta que vio cómo su novio terminaba de desnudarse.

Joan empezó a temblar al contemplar la erección de Biel en todo su esplendor. ¿De verdad iba a meterle aquello por ahí? Biel vio su expresión asustada y le dio un beso cariñoso en la sien.

-No te preocupes -le susurró a continuación en el oído-. No duele tanto como se dice en Internet...

-¿Cómo sabes que he estado...?

Biel soltó una risita.

-No lo sabía, pero me lo imaginaba. Es muy típico de ti, tan previsor.

-No tanto -replicó Joan-. Se me olvidó por completo comprar condones...

-Por eso no te preocupes, que yo tengo.

Biel alargó la mano hacia el segundo cajón de su mesilla, de donde extrajo un preservativo suelto. Rasgó cuidadosamente el envoltorio con los dedos y después de extraer el condón lo tiró a la papelera que había a unos metros de la cama con buena puntería. Luego empezó a deslizar el condón por su miembro, ante la atenta mirada de Joan.

-Túmbate otra vez -le indicó cuando se lo hubo colocado-. Y sobre todo, relájate.

Joan obedeció. Era extraño, pero sus nervios habían desaparecido de golpe, quizá debido a la expresión tan madura de Biel. No, no tenía porqué sentir ningún miedo. Estaba en buenas manos.

Después de besarle otra vez, Biel se colocó encima. Apoyó las manos a ambos lados de su cabeza y empezó a introducirse muy lentamente en él. Al sentir la presión Joan se tensó, y sus manos, que hasta ese momento habían permanecido inertes sobre el pecho de Biel, se aferraron con fuerza a sus hombros, clavándole un poco las uñas. Biel no se quejó, y continuó más despacio aún.

-Relájate... -le recordó, separando sus labios apenas unos milímetros.

-Lo intento...

Poco después consiguió introducirse del todo, y entonces se quedó quieto.

-¿Cómo vas? -preguntó,

-Creo que bien... -musitó Joan. Era cierto, en cuanto había conseguido relajarse el dolor había desaparecido, quedando sólo una sensación extraña pero placentera.

Sólo cuando notó que la presión sobre sus hombros disminuía, Biel empezó con las embestidas, pillando por sorpresa a Joan.

-Ah... -jadeó.

-¿Te hago daño? -preguntó Biel.

-No...

Poco a poco su cuerpo se amoldó a esa intrusión, y al cabo de unos minutos ya estaba completamente acostumbrado y disfrutando de su primera relación sexual. Incluso tuvo un segundo orgasmo, que precipitó el de Biel al contraer involuntariamente sus esfínteres.

Biel se desplomó sobre él, todavía sin sacar su miembro del interior de Joan. Éste le abrazó por la espalda, y así se quedaron varios minutos, hasta que Biel se incorporó.

-¿Qué tal? ¿Estás bien? -inquirió mientras se sacaba el preservativo.

-Muy bien -contestó Joan con una sonrisa-. Ha sido genial...

Después de envolver el condón en un pañuelo de papel y tirarlo a la papelera, Biel se tumbó a su lado y le abrazó.

-Me alegra que digas eso... La verdad es que tenía miedo de hacerte daño.

-No lo has hecho.

Joan le besó y Biel le respondió el beso. Luego se quedaron un rato tumbados en silencio, descansando, hasta que Joan se dio cuenta al echar un rápido vistazo a su reloj digital de que ya eran más de las doce.

-Feliz Navidad -le dijo a Biel tras darle otro beso.

-Feliz Navidad...

Entonces Joan recordó el álbum que había confeccionado como regalo y que había dejado olvidado en una de las sillas del comedor. Se levantó, sintiendo una leve incomodidad entre las piernas.

-¿A dónde vas? -preguntó Biel.

-A buscar tu regalo de Navidad.

-¿Ahora?

-Sí. Me apetece mucho dártelo ahora.

-Como quieras...

Al cabo de un minuto Joan regresó con el paquete, encontrándose con otro, pequeño y plano, sobre el lado de la cama del que se había levantado.

-¿El mío? -preguntó con una sonrisa.

-Sí.

Joan cogió el paquete, se sentó sobre la cama y le entregó el que él portaba a Biel, quien lo abrió con cuidado.

-¿Un álbum? -preguntó extrañado.

-Ábrelo -indicó Joan.

Nada más levantar la tapa Biel comprendió lo especial del regalo. En ese álbum, ordenadas cronológicamente, estaban casi todas las fotografías que se habían hecho juntos, desde una foto hecha con el móvil en la discoteca donde se reencontraron, hasta las que se habían hecho pocos días antes en la fiesta de cumpleaños de un amigo suyo.

-Me encanta, Joan. Muchas gracias -dijo antes de darle un beso en la mejilla, seguido de otro en la boca bastante apasionado-. Ahora te toca a ti.

Joan abrió el pequeño paquete. Era un disco de música formado por una recopilación de canciones. La carátula estaba tan bien hecha que Joan tardó unos segundos en darse cuenta de que el disco no pertenecía a ninguna discográfica, sino que era obra de Biel.

-¿Lo has grabado tú, verdad? -preguntó para asegurarse.

-Sí. Bueno, lo hice a través de una página de Internet.

-¿Y has diseñado tú la carátula? -inquirió impresionado con la mirada clavada en la bella litografía de gente bailando.

-Sí. Mira las canciones...

Joan le dio la vuelta al disco y leyó la lista de canciones. Sonrió al reconocer la primera.

-Ésta era la canción que sonaba cuando nos enrollamos por primera vez en la discoteca...

-Exacto... -Biel asintió, satisfecho-. Ahora ábrelo.

En el interior de la carátula, Joan descubrió una dedicatoria.

Para Joan. Mi novio, mi compañero y mi amigo. Espero que siempre que escuches estas canciones te acuerdes de mí. Te quiero. Biel.

Al leer la última parte de la dedicatoria, Joan sintió que se ahogaba en felicidad. Miró fijamente a Biel a los ojos y reveló lo que él también sentía en su corazón desde hacía tiempo.

-Yo también te quiero.

Biel le devolvió la mirada. Alargó la mano derecha y le acarició la mejilla. Se quedaron en silencio, hasta que Biel acercó su rostro para darse un pequeño y tierno beso.

-Espero que te gusten las canciones, porque no tengo ni idea de qué grupos sueles escuchar... -dijo Biel al separarse.

-Sabes, yo tampoco sé nada sobre tus gustos musicales... -dijo Joan-. Ni literarios, ni cinéfilos, ni nada... No tenía ni puñetera idea de qué regalarte hasta que mi hermana me dio la idea del álbum.

-Bueno, es normal, sólo hace unos meses que nos conocemos, ¿no? Todavía nos quedan muchas cosas de qué hablar.

-Pero lo importante ya lo hemos dicho...

Biel entendió enseguida a qué se refería. Asintió y sonrió.

-Sí. Lo más importante ya está dicho.

Después de dejar los regalos encima de la mesilla, se tumbaron de nuevo en la cama, abrazados. Joan apoyó la cabeza en el pecho de Biel, y escuchó los latidos de su corazón. Biel le pasó un brazo por la espalda, apretándolo contra él.

-Me ha gustado mucho el álbum, de verdad -dijo Biel de pronto.

-Y a mi también el disco -dijo Joan.

-Pero sabes una cosa... -continuó Biel como si no le hubiera escuchado.

-¿El qué?

-Esta noche, para mí, tú eres el mejor regalo.

Joan sonrió y se abrazó a Biel un poco más.

-Tú también el mío, Biel. Tú también.

 

 

Fin


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