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Wammy's por chokomagedon

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Notas del fanfic:

No estoy muy inspirada para los títulos ultimamente(se nota, ¿no?). De todas formas, me gustaría que se tomaran un tiempo para leer.

 

Matt  

Recuerdos olvidados 

Bostezó. La vida cotidiana comenzaba demasiado temprano para su gusto. Todo era igual, igual, igual. No veía motivos, entonces, para que un día que todos sabían sería idéntico al anterior tuviese que comenzar a las siete de la mañana. La noche se le hacía necesariamente muy corta.

 

Observaba con cierta indiferencia el resultado de su último examen. Había obtenido, como de costumbre, el tercer puesto. Otra vez. Bueno, aquello no estaba para nada mal. No. Hacía mucho tiempo había decidido que no existía tal cosa. Todavía podía recordar las estrofas que lo hicieron llegar a semejante conclusión.

 

Mieleni minun tekevi, aivoni ajattelevi lähteäni laulamahan, saa'ani sanelemahan, sukuvirttä suoltamahan, lajivirttä laulamahan…

 

Dos jovencitas, vistiendo lo que parecían ser sus más costosas prendas de gala dentro de su posición económica, habían puesto ritmo con su violín y su voz entonada a aquellos versos antiguos. Él las observaba atentamente, embelesado, demasiado concentrado en sus manos y sus movimientos y las emotivas expresiones de sus rostros. Difícilmente fueran las palabras del poema lo que lo conmoviese, pues, a pesar de que su mente contaba con el conocimiento de un gran número de diversos idiomas, algún curioso mecanismo de autodefensa le había hecho olvidar el materno. Ni una palabra reconocía y, sin embargo, el recuerdo le seguía produciendo el mismo efecto. Aún no terminaba de comprender cómo la gente que, indiferente, caminaba alrededor de aquellos dos ángeles caídos capaces de convertir algo tan simple como un aparato fonador y un trozo de madera en un espectáculo tan celestial, ni siquiera se dignase a oírlas. Eran esas mismas manos las que más de una vez le habían dejado el cuerpo magullado o algún que otro hueso roto. Cinco dedos con sus respectivas uñas, palma y reverso. Esa misma boca la que le había dicho con tanta sinceridad que su existencia había sido fruto de un error, de un descuido. Una lengua, un par de labios, cuerdas vocales. ¿Cómo podía el ser humano hablar del bien o del mal, de cosas buenas o malas, cuando la gama de sus acciones era tan variada como inclasificable? Imposible. Sólo debían existir lo conveniente y lo inconveniente. Tan simple como eso.

 

—¿Qué mierda haces aquí parado? Nos vamos a casa. Este par de putas no merecen ni los míseros centavos que han recolectado—había dicho su padre de turno antes de llevárselo arrastrando de un brazo por las frías calles de la ciudad. No sabía decir si se trataba de la tercera o cuarta vez que lo adoptaban. Antes de terminar allí. Entonces, todo pareció ir cobrando cierto sentido incongruente.

 

—Éste es Mello. Será tu compañero de cuarto.

 

También había tenido muchos compañeros de cuarto. No tantos como padres, pero sí una cantidad considerable como para que se le hiciera costumbre rotarlos. Algunos eran afortunados y salían de allí con nuevas familias. Otros, la mayoría, simplemente no encajaban en el extraño régimen de Wammy’s House.

 

—Encantado. Soy Matt.

 

A Mello no se le notaba demasiado encantado. Tenía los labios curvados en una mueca de disgusto y los ojos escondidos debajo del prolijo flequillo rubio. Parecía tener su edad. Un año más, un año menos. De todas formas, las clases no se dividían por edades sino por capacidad. Decían que él se encontraba en una de las más avanzadas, así que Mello debía ser inteligente también.

 

Caminaron en silencio hasta llegar a los pasillos donde se ubicaban las habitaciones de los varones. La de Matt era la anteúltima del lado izquierdo antes de los baños. No tenía nada en especial. Una ventana, un par de camas tendidas con sus respectivas mesitas de noche y un pequeño escritorio con algunos libros de estudio apilados a un costado. Había perdido la costumbre de adornar su cuarto con juguetes o calcos pegados en las paredes o ventanas. Probablemente, jamás la recuperaría.

 

Mello dejó escapar un profundo suspiro y arrojó su liviano equipaje al suelo antes de echarse sobre la cama y sacar del bolsillo de su chaqueta una barra de chocolate amargo. Matt lo observaba de pie. No que fuese una persona demasiado habladora, pero no estaba habituado a semejante… ¿indiferencia?

 

Mello carraspeó, quizás queriendo decirle que aún era conciente de su presencia. Sin embargo, no dio muestras de que ésta le molestase o no. No abría la boca excepto para darle otro bocado a su golosina.

 

—¿De dónde vienes?—se lanzó finalmente a preguntar. El aludido no le dirigió la mirada cuando respondió.

 

—De un orfanato de Edimburgo.

 

—¿Te trasladaron aquí por tus buenas calificaciones?

 

—No.

 

El entrecejo de Matt se frunció en un gesto de extrañeza. Todos los niños que eran transferidos a Wammy’s House era debido a su alto coeficiente intelectual. ¿Qué razón había para que Mello fuese una excepción? Mirase por donde lo mirase, su nuevo compañero le resultaba bastante raro. Y no era el único al que le causaba tal impresión.

 

El día siguiente al que le introdujeran a Mello se presentó con una fuerte tormenta acompañada de rayos y fuertes ventiscas. Matt observaba sereno cómo las gotas furiosas estallaban y se deslizaban por los vidrios de su ventana. No le deprimía ese tipo de clima. Más bien era capaz de transmitirle cierta paz. Además, si Matt no fuera tan amante de admirar las tormentas, no habría visto lo que vio en el patio esa tarde después de clases. Un grupo de cinco niños salió a la intemperie, resguardados bajo el angosto techo que recubría la entrada al patio cubierto. Pocos instantes después, uno de ellos fue arrojado al suelo, rodando algunos metros entre charcos y barro. El resto del grupo rió. Matt apenas llegó a oír lo que decían cuando abrió los vidrios y se asomó por la ventana.

 

—¡Loreto!—exclamó uno de los niños entre risas.—¿Qué hiciste? ¿No te han enseñado que a las damas no se las golpea?

 

Más risas. Y Mello continuaba en el suelo, su cabello cubriéndole el rostro entero, los puños cerrados.

 

—A los mentirosos hay que castigarlos, sean niños o niñas. Él dijo que es un niño, pero con ese corte de pelo y ese cuerpo pequeñito, yo no le creo nada.

 

—¡O es una niña mentirosa, o un niño marica!

 

Tras proferir aquellas burlas, se acercaron al cuerpo inmóvil y comenzaron a agredirlo a patadas y escupidas. Matt supo que ya había visto suficiente y se echó a correr a toda velocidad en dirección al patio. Él también había sido víctima de golpizas y burlas apenas trasladado al orfanato, pero en esta ocasión se estaban pasado. Aunque no era su obligación, sintió la repentina necesidad de prestar ayuda. Sin embargo, al llegar al patio, las burlas y los golpes habían cesado. Mello se encontraba ahora de pie en medio de los niños que, lloriqueando, se sostenían con fuerza la nariz ensangrentada o alguna extremidad lastimada. Su cabello revuelto y sus ropas enlodadas le otorgaban cierta apariencia bestial, contrastando con su expresión seria.

 

—Mala conducta—dijo en voz muy baja.

 

—¿Eh?

 

—Me trasladaron por mala conducta.

 


  

Roger no se mostró demasiado feliz al enterarse de la primera pelea en la que se vio involucrado el nuevo pupilo. Claro que, debido a su historial de mala conducta, no terminaría de creerse que todo había sido cuestión de defensa propia.

 

—Mello—carraspeó el anciano antes de comenzar con su esperado sermón.—Sabrás que estoy enterado de tu comportamiento en el anterior orfanato donde viviste. Supongo que no fue sabio de mi parte el creer que no lo repetirías aquí.

 

El menor clavó las uñas en sus propias rodillas. La verdad expuesta suele doler, sí, pero más aún cuando está malinterpretada. Sin embargo, no le quedaban fuerzas para objetar y defenderse. Ya las había gastado todas en recibir insultos y romper narices.

 

—No me parece conveniente castigarte el segundo día de tu llegada, pero me gustaría que no se volviera a repetir.

 

Mello separó los labios para decir algo. Probablemente con el objetivo de evitar que el viejo se hiciera ilusiones. Sin embargo, el niño a su lado, que hasta el momento había guardado silencio, se lo impidió.

 

—No fue culpa de Mello, Roger. Los niños lo insultaron y lo agredieron primero. Él sólo se defendía. No fue su culpa.

 

No sabía a ciencia cierta cómo explicarlo, pero percibió que algo se movía dentro de Mello luego de que hiciera aquella declaración.

 


  

—No era necesario.

 

Matt detuvo de pronto su andar, pero continuó caminando por el pasillo al ver que su compañero no se frenaba. La tormenta había amainado, aunque no del todo.

 

—No era necesario que me defendieras. Yo puedo cuidarme solo.

 

—Al menos… al menos Roger comprendió que no fue culpa tuya—fue todo lo que pudo decir. Se encontraba algo sorprendido por la reacción de Mello.—¿No deberías darme las gracias?

 

En lugar de un agradecimiento, lo que recibió fue un fuerte empujón que lo dejó tendido en el suelo helado.

 

—¡No tengo nada que agradecerte! ¡No necesito tu mugrosa ayuda!

 

Y lo perdió de vista cuando se echó a correr escaleras arriba.

 


 

 

Sanat suussani sulavat, puhe'et putoelevat,

kielelleni kerkiävät, hampahilleni hajoovat.

 

Despertó tras el cuarto zamarreo. Solía dormir profundamente, en especial cuando soñaba. Había tenido un sueño acerca de su niñez. Las únicas pistas que poseía acerca de ella eran los sueños que tenía esporádicamente acerca de personas cuyos rostros ya no ocupaban un sitio en su memoria conciente, y el recuerdo de las dos muchachas y su música. Gruñó, molesto, al verse traído a la fuerza al mundo de la vigilia. Era la primera vez que reparaba en el color de ojos de Mello, los cuales lo observaban a unos veinte centímetros de distancia.

 

—¿Qué… qué quieres?

 

—Sígueme—contestó a secas.

 

Matt obedeció. No porque Mello lo estuviese obligando, sino porque ya se encontraba desvelado y era demasiado temprano como para que hiciera otra cosa más que aburrirse hasta la hora del desayuno. Evitando emitir cualquier tipo de sonido, ni siquiera con los pies, llegaron al extenso jardín del orfanato. Algunos juegos de parque y canteros en fila sobresalían entre el césped bien cortado. Mello, luego de asegurarse de que nadie estuviese en las alrededores para verlo, se acercó a uno de los canteros y arrancó algunas frutillas de su planta.

 

—¡Mello! ¿Qué crees que estás haciendo? Ese es un proyecto de ciencias de los niños más pequeños… ¡No conviene…!

 

—Ten—lo interrumpió, ofreciéndole un par de rechonchas y rojas frutillas.—Se ven deliciosas, ¿no?

 

—Pero…

 

Terminó por aceptarlas. Tomó una de las frutillas que le ofrecía y se la llevó a la boca. Mello, por su parte, sacó una barra de chocolate y comenzó a degustarla. No parecía demasiado interesado en las frutillas. ¿Acaso era aquello una forma de disculparse con Matt por su comportamiento del día anterior? Aunque no era del todo conveniente lo que hacían, ese pensamiento lo reconfortaba un poco. Mello le contagió la sonrisa. Era la primera vez que lo veía sonreír.

 

—Enseguida vuelvo. Voy al lavabo—comentó el rubio antes de dirigirse al interior del orfanato.

 

Matt se sentó en el pasto y continuó comiendo las demás frutillas que su compañero había arrancado. En verdad estaban deliciosas.

 

Mello no tardó en regresar. No caminaba solo. Roger se encontraba a su lado, su rostro expresando severidad pura. La sonrisa de Mello no se había borrado para nada.

 


  

Imperdonable. Esa era la palabra que Roger había utilizado para describir su acto. Vergonzoso también. Antes de salir de su despacho con hojas y hojas repletas de tarea como castigo, el anciano lo detuvo por un momento y le dijo algo referido a lo inconveniente que podría llegar a resultarle la mala influencia de Mello, y que lo cambiaría de habitación de ser necesario. Salió de allí sin contestarle. Para su sorpresa, Mello lo aguardaba en el pasillo, aún risueño.

 

—¿Ya te has divertido suficiente?—preguntó sin pararse. No le importaba la respuesta, fuera ésta afirmativa o negativa.

 

—¿Estaban ricas?

 

—¿Eh?

 

—Las frutillas…

 

El instante en que Matt se detuvo fue suficiente para que el otro lo tomase de improviso del brazo y se acercase a él lo bastante como para besarle en los labios. Permaneció paralizado el tiempo que tardó Mello en ponerle fin al beso y dejarlo solo en el pasillo. Pasarían muchos años antes de que Matt comprendiera que, de la misma forma en la que él había rechazado el mal y el bien, Mello había conocido el lenguaje del cuerpo como la única forma de expresar su sentir.

 

Notas finales: Continuará...

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