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Wammy's por chokomagedon

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Notas del capitulo:

Advertencia: Lemon. Explícito. Como Dios manda.

 

El sueño

 

Y los años pasaron. Jamás hubiese imaginado que Mello llegase a superarlo en las notas. No porque no lo considerara capaz, sino debido a que era difícil pensar que detrás de aquel niño problemático y rebelde se encontrase el primer alumno del orfanato. Cuando le preguntaba por qué se esforzaba tanto, solía dirigirle una mirada severa y contestarle que lo hacía porque le habían dicho que no podría hacerlo. Alguien, alguna vez, le había dicho que era y sería un bueno para nada. Alguien, alguna vez, le había ordenado que se comportara correctamente. Pero Mello no gustaba de hablar sobre su pasado. Prefería, como si así fuera capaz de borrar lo ocurrido, vivir para el futuro. Para, algún día, llevar el nombre de L.

 

Por otro lado, su obsesión con el estudio no le quitaba tiempo para sus inagotables travesuras, cada vez más terribles, en las que Matt siempre se veía involucrado. Ya estaba acostumbrado a que el único momento en que Mello no se encontrase meditando sobre sus calificaciones o su próxima maldad fuera durante la Misa. Entonces, guardaba el más completo respeto y se comportaba como el más impecable monaguillo. Por lo poco que sabía, se atrevía a suponer que, en tiempos difíciles, Dios había sido su único amparo. Creía comprenderlo.

 

Kyrie, Kyrie eleison

Kyrie, Kyrie eleison

 

Desvió la mirada para observar a su compañero. Allí se encontraba, el cuerpo relajado y la luz multicolor que atravesaba los vitraux brillando en su cabello. Demasiado concentrado en rogarle piedad al Señor como para devolverle la mirada. Matt, en cambio, no sentía necesidad de pedir perdón.

 

Las visiones nocturnas acerca de su niñez nada habían mermado. Los rostros olvidados seguían allí, las muchachas seguían allí, aunque no fueran suficientes para resolver el enigma de su pasado. No que le interesase mucho tampoco. Tenía ahora un nuevo asunto en el que pensar. Un nuevo sueño que se había unido a los anteriores. Ese sueño no trataba ni más ni menos que del momento en que Mello le diera aquel repentino beso. No faltaban el cielo despejado o el sabor a frutillas. Pero el sueño no se detenía allí, pues en cada nueva noche que se presentaba en su mente, algo que no había sucedido en la realidad ni en el sueño anterior tenía lugar en el jardín de Wammy’s House. Primero, lo único diferente era la duración del beso. Sus labios permanecían unidos un largo rato mientras mantenían los ojos cerrados. Pero luego, a medida que su edad le fue permitiendo conocer el cuerpo humano en su totalidad y las funciones y reacciones de ciertas partes, el sueño continuó alargándose. En cierto momento, Mello colocaba una mano en su nuca y otra sobre su mejilla y hacía presión para que el beso fuera más que un simple roce, hasta que sus labios se separaran, permitiendo libre acceso a la calidez y humedad de la boca del otro. El corazón de Matt palpitaba con rapidez con sólo recordar la lengua de su compañero masajeando hábilmente la suya. Un par de noches más tarde, su yo del sueño estiró su mano, hasta entonces inmóvil, para terminar en la entrepierna de Mello, acariciando sobre la ropa. A partir de allí, cada vez que despertaba de ese sueño, debía lavar sus sábanas y su pijama. No era lo que más le perturbaba.

 

—¡Matt!

 

La voz de su compañero lo arrancó de sus meditaciones. La Misa había terminado, por lo cual tendrían la tarde libre hasta la cena. Lo normal era que Mello se la pasase estudiando, aunque algo le decía que ésta sería una de esas tantas excepciones.

 

—¿Qué te parece si hoy nos damos una vuelta por el pabellón de las niñas?

 

Inconveniente. La propuesta no podría haber sonado más inconveniente. Y, sin embargo, apenas algunos minutos después, se encontraban los dos invadiendo territorio prohibido. De haber tenido nueve años como cuando se conocieron, Mello saciaría su sed de insurrecto con desordenar cuartos y destripar algunos osos de felpa. Pero Matt no había sido el único en ir descubriendo las nuevas necesidades hormonales. Por eso ya no bastaba con el llanto de las niñas como recompensa a sus travesuras.

 

—¡Hazte a un lado, tonto! ¡No me dejas ver!

 

El sitio desde donde espiaban no era ni muy amplio ni lo suficientemente cómodo como para alojarlos a los dos. Se trataba de un cuartito para guardar elementos de limpieza que se ubicaba justo al lado del baño de niñas. Exceptuándolos a ellos, parecía que el pequeño agujero en la pared había pasado perfectamente desapercibido. Convenientemente.

 
 

Corrieron a las duchas de los varones. Ya se habían retrasado bastante y llegarían tarde para la cena. Roger los regañaría como tantas otras veces. Entonces, mientras se desvestían a los apurones, Matt preguntó algo sin saber con exactitud por qué.

 

—¿Te gustaría tener una novia?

 

Mello lo miró, sorprendido por la pregunta, y luego rió con fuerza.

 

—¿Novia? ¡Pero si las niñas de aquí son tan feas! Ya las has visto, ni siquiera tienen pechos aún. ¿Por qué habría de querer que alguna de ellas fuera mi novia? Qué tontería.

 

Le concedió la razón, más o menos. No que las niñas del orfanato le parecieran horribles como Mello insinuaba, pero hasta ahora ninguna de ellas había logrado captar su atención. Sin embargo…

 

—Entonces, ¿por qué las espías si no te parecen bonitas?

 

—No lo sé. ¿No te resulta divertido?

 
 Bendícenos, Señor, y bendice estos alimentos que vamos a tomar. 

 

Habían llegado justo a tiempo para el comienzo de la cena, con el cabello aún goteando. Afortunadamente, ningún maestro los vio entrar corriendo y sentarse de un salto en sus sitios habituales. Mello se había encargado de ganarse el respeto de todos los pupilos, tanto por sus buenas calificaciones como por su habilidad en las peleas. Ya nadie se atrevía a burlarse de su corte de pelo.

Bendice a quienes los han preparado, y da su pan a quienes no lo tienen. 

Matt siempre se sentaba a su lado. Era su socio en las travesuras, su fiel compañero, aunque raras veces se entrometiera en los pleitos que Mello solía ocasionar intencionalmente. Estando tan cerca, le gustaba mirar cómo el rubio pronunciaba la oración con devoción extrema. Terminó por aceptar que la combinación del sueño erótico recurrente y el espiar a las niñas no era para nada conveniente. Debía quitarle la mirada de encima a Mello.

 

Por Jesucristo, nuestro Señor.

 

Urgente.

 

Amén.

 

—¿Qué miras?

 

—Nada.

 

—¿Y tú?—le preguntó, llevándose un bocado de pasta a la boca.

 

—¿Y yo qué?

 

—¿Te gustaría tener una novia?—susurró.

 

El rostro de Matt jamás había experimentado semejante enrojecimiento. Nunca se había puesto tan nervioso debido a una pregunta tan tonta.

 

—N-no, claro que no.

 

—Eso pensé.

 
 

Era lo bastante temprano y lo suficientemente tarde para que los pasillos de Wammy’s House estuviesen desiertos. Transitaba a paso rápido dichos pasillos, casi al trote, rogando no encontrarse con nadie en su camino. Por suerte, llegó a donde se proponía sin ser interceptado. Se quitó la ropa limpia como había hecho hacía poco más de una hora con la sucia, abrió el grifo y se metió bajo el chorro de agua caliente. Aguardó algunos instantes. La sensación sin duda era reconfortante, pero aquella molestia no le permitiría disfrutar nada hasta que la hiciera desaparecer. Por supuesto que no era la primera vez que le ocurría. Sabía cómo funcionaba.

 

Cuando dirigió la mano empapada a su entrepierna, la imagen de Mello ya ocupaba su mente por completo. Procuró pensar que eran sus dedos, largos y delgados, los que se cerraban alrededor de su virilidad erecta. Su lengua la que le lamía los labios. Pronto, un calor que nada tenía que ver con la ducha se expandía por todo su cuerpo, concentrándose en su erección doliente. Dios. Pensaba que si fuese el verdadero Mello quien le procurase aquellas caricias en lugar de él mismo, estaba seguro que explotaría de placer. Aún así, el mero recuerdo de su compañero era capaz de excitarlo de una manera casi exagerada. Lindaba con lo insufrible.

 

—Mh… Mello…

 

Aguantando la respiración, metió la cabeza bajo el chorro de agua, apoyando el peso sobre su mano libre para lograr concentrarse mejor en el placer que se estaba autoprovocando. No tardaría mucho más. Unos instantes antes de alcanzar el clímax, se acercó a los azulejos que recubrían la pared y deslizó su lengua sobre ellos. La piel de Mello no sería tan rígida ni tan helada. Él se la imaginaba suave y tibia, y el vapor del baño se encargaba de nublar sus sentidos, ayudando a que su sentido del tacto también se la imaginase así. Se mordió el labio inferior para ahogar un grito en el momento en que ya no pudo aguantarlo más y los azulejos se mancharon de la blanquecina sustancia producida por su cuerpo.

 

Se dejó caer al suelo, jadeando y colmando sus pulmones del aire anteriormente negado. Observó los restos que aún goteaban por la pared mientras su instinto animal se iba apagando. Siempre, en ese preciso momento, lo asaltaba una especie de culpa. Una punzada de remordimiento por haber entrometido a su compañero en sus costumbres enfermas. Y no se cansaba de preguntar por qué, si con ello no hacía daño a nadie. Sin embargo, el sentimiento de culpa seguía allí, cada vez que tenía un orgasmo pensando en Mello.

 

¿Por qué?

 
 

—¿Adónde habías ido?

 

Mello se encontraba recostado en la cama boca abajo, con algunos libros  desparramados a su alrededor, cuando Matt regresó a la habitación. Eran cerca de las once.

 

—¿Te volviste a bañar?—le preguntó, notando su cabello mojado. —Si acabamos de hacerlo hace un rato.

 

—Simplemente me entraron ganas de darme otro baño.

 

Sin decir nada más, abrió la puerta del armario y sacó su pijama. Se sentía bastante agotado. Mello no se movía excepto para pasar las páginas de lo que sea estuviese leyendo, así que no reparó en el sonrojo de su compañero cuando éste se quitó la ropa.

 

Una vez cambiado, Matt dejó la ropa que acababa de quitarse sobre la silla y se arrojó sobre la cama, dispuesto a dormir. Volvería a tener aquel sueño, estaba seguro.

 

—¿No apagas la luz? Mañana podrás seguir estudiando, ahora quiero dormir. ¿Por favor?

 

—No estoy estudiando.

 

La corta respuesta de Mello sonaba más a algo dicho para provocar otra pregunta que a una respuesta en sí. Tuvo éxito en despertar la curiosidad de Matt, quien, al ver que no estaba dispuesto a decirle lo que estaba haciendo en lugar de lo que siempre hacía, abandonó su cama de un salto para dirigirse a la vecina.

 

—¿Qué diablos se supone que haces, entonces, niño no-modelo?

 

Mello esbozó una sonrisa, sabiendo a la perfección a qué se refería con la frase “niño no-modelo”.

 

—¿Qué demonios…?

 

De todas las cosas posibles, aquella era una de las últimas imaginadas. Una revista no apta para menores de edad. Bueno, ahora que lo pensaba bien, no era tan sorprendente que Mello estuviese viendo algo así.

 

—¿De dónde la robaste?

 

—No seas imbécil, Matt—rió.—La compré en la misma tienda de la ciudad donde tú compras los cigarrillos.

 

—Oh.

 

Las neuronas de Matt conectaron de tal forma que supo que era hora de callar y dejar de hacer más preguntas. Estaba seguro que nadie en el orfanato había descubierto su pequeño vicio… hasta el momento. Y si Mello lo había mencionado de manera tan despreocupada e indirecta era por dos motivos: o porque era la pura verdad lo que decía, o porque lo estaba amenazando con delatarlo si él lo hacía. Suspiró. No terminaba de entender por qué Mello era tan desconfiado, y menos con él, que siempre estaba dispuesto a seguirlo en sus travesuras no tan convenientes. Por supuesto que no lo delataría por la revista, sea de donde fuere que la hubiese sacado. Las amenazas estaban de más.

 

—¿Lo ves? Éstas sí que son mujeres. Al menos tienen pechos y curvas—decía el rubio mientras pasaba una página tras otra. A medida que avanzaba, las imágenes iban haciéndose más explícitas y fuertes. Por alguna razón estúpida, Matt comenzó a sentirse incómodo, y procuró concentrarse en mantener la respiración a un ritmo normal. Mello, en cambio, no se veía muy diferente a cuando miraba las ilustraciones de cualquier libro de estudio. Observaba con el entrecejo fruncido los pechos descubiertos y las bragas diminutas, sin exteriorizar ninguna reacción. —Eso es todo—concluyó al llegar a la última página, y cerró la revista antes de esconderla en un cajón entre sus historietas. Luego, apagó la luz.

 

Permanecieron callados algunos instantes, ambos recostados boca abajo y cubiertos por la misma frazada. Hacía algo de frío.

 

—¿Ya has besado a alguien, Matt?—la voz de Mello rompió el silencio.

 

—Aún no—respondió, somnoliento, sabiendo que Mello estaba obviando aquel incidente de cuando eran pequeños. Teniendo en cuenta la gran posibilidad de que éste lo hubiese olvidado.

 

El cansancio le llevaba bastante ventaja como para que lograse prestarle suficiente atención y comenzaran una charla en lugar de dormir. A punto de entregarse por completo a los brazos de Morfeo, creyó percibir el hedor a podredumbre colmando la calle y distinguir el brillo de los ojos de las jóvenes músicas.

 

Mieleni minun tekevi, aivoni ajattelevi…

 

Algo acarició su hombro de pronto. Era un contacto tibio y suave, reconfortante, casi tanto como el aliento húmedo que soplaba en su nuca. Miró en todas las direcciones, pero no parecía haber nadie a su alrededor responsable de provocarle aquellas sensaciones, y se había alejado bastante de su padrastro…

 

lähteäni laulamahan, saa'ani sanelemahan,

sukuvirttä suoltamahan, lajivirttä laulamahan…

 

Matt, Matt.”

 

Y cuando ya no se encontró en las heladas calles de Varkaus, sino en su habitación del orfanato Wammy’s House en Inglaterra, su cuerpo reaccionó con un leve respingo. Tardó en convencerse de que los dedos que le acariciaban tiernamente el hombro y el aliento en su nuca pertenecían a Mello. Pero no se atrevió a rechazarlo. No después del sueño. Permaneció inmóvil cual estatua, exceptuando el temblor de su cuerpo y el tono rosado que fueron adquiriendo sus mejillas, mientras las dos opciones de dejar la mente en blanco o preguntarse un millón de cosas mantenían un conflicto dentro suyo.

 

Mello, más estimulado que cohibido por su inmovilidad, fue descendiendo sus caricias y dirigiéndolas a su pecho, para luego introducir la mano en su pijama delicada pero decididamente.

 

¿Por qué?

 

¿Qué enfermiza razón residía en ellos capaz de hacerles desear exactamente lo mismo?

 

Quizás fue esa la pregunta más urgente y la más complicada de responder. Pero ni Mello ni las circunstancias estaban dispuestos a concederle tregua para meditar al respecto, pues enseguida el aliento dejó de soplar para materializarse en pequeños besos y lametones mojados sobre su cuello. Sus bocas estaban cada vez más cerca, peligrosamente cerca.  Para su pesar, Matt ya no pudo controlar la velocidad de su respiración como lo había hecho minutos atrás, así que a los pocos segundos sus labios se encontraban separados inspirando y exhalando a milímetros de los de Mello. Aún pudiendo adelantarse a lo que vendría, era imposible negar que no se sorprendió cuando sus bocas finalmente se unieron. Fue un beso brusco, intenso, como si estuviese a un paso de morir de sed y Mello fuese el último manantial que quedara en el mundo. Muy diferente era el beso con el que soñaba casi todas las semanas. Más allá de eso, no lograba creer que aquello en verdad estuviese ocurriendo. Superaba toda comprensión y  entendimiento. Y aún así…

 

Su saliva mezclándose con la de Mello y su lengua jugueteando con la suya dentro y fuera de sus bocas produjo un efecto similar al de mil agujas clavándose placenteramente en el bajo vientre de Matt. A pesar de anhelar que el beso durase para siempre, éste tuvo que romperlo al sentir un dedo ejerciendo cierta presión sobre uno de sus pezones. Pero no emitió más que un jadeo, como si romper el silencio reinante fuese un pecado más grave que el que estaban cometiendo.

 

Tenía que hacer algo. Tomar a Mello de las muñecas y rogarle que se detuviera, que ya no lo tocara ni besara, o, de lo contrario, no sabía lo que podría llegar a hacer. Hasta dónde sería capaz de llegar. Sintió miedo. Pero cuando la excitación se fue apoderando de él, desapareció toda amistad y tabú y prejuicio, quedando sólo un montón de hormonas funcionando correctamente de acuerdo a su edad y a la situación en la que se encontraba. Dejaron de existir derechos para las razones. Todo dejó de existir. Excepto él y Mello y su lengua sobre su cuello y la yema de sus dedos deslizándose por su piel temblorosa.

 

Entonces volvieron a besarse, con la diferencia de que esta vez fue Matt quien acortó la distancia casi inexistente. Procuró hundirse en él hasta saborear cada rincón y robarle hasta la última gota de aliento. Era ya demasiado tarde, su cuerpo se movía por propia voluntad. Se sentía excitado como nunca antes y se sorprendía al descubrir que el placer de tocar y ser tocado resultaba ser más sublime de lo imaginado. Tocar y ser tocado por Mello…

 

Fue al pensar en ello que un atisbo de conciencia pareció regresar a él. Porque de pronto se encontró recordando la razón por la cual había decidido seguirlo, defenderlo, apoyarlo, al parecer sin importar que eran más las veces que se perjudicaba que las que recibía beneficios. Sin embargo, había algo más. Una razón que lindaba con lo irrazonable.

 

¿Era estar con Mello conveniente o inconveniente?

 

Nunca le había costado tanto definir si algo le convenía o no. De hecho, le resultaba muy simple. Pero Mello… Mello era toda una incertidumbre. Quizás, un inconveniente aceptable. ¿Agradable?

 

Por enésima vez no logró llegar a ninguna conclusión nueva, pues ese atisbo de conciencia se esfumó tan rápido como apareció en cuanto sintió una mano dirigiéndose hacia abajo… muy abajo… hasta el elástico de su pijama. Debió haber sucedido todo demasiado rápido, pues en cuanto la idea de detenerlo surgió en su mente, Mello ya estaba hurgando debajo de su ropa interior para tomar su erección… y la idea de detenerlo se disolvió al igual que la de guardar silencio.

 

—¡Ahh!

 

Si los besos y las caricias habían sido lo suficientemente placenteros como para haberlo encendido de aquella forma, la sensación de ser masturbado por el protagonista de sus fantasías y sus sueños húmedos superaba toda experiencia excitante vivida anteriormente. Era un millón de veces mejor que tocarse a sí mismo pensando en él…

 

—Mh… Mello…

 

La mano de Mello se movía con maestría mientras la respiración de Matt se hacía más y más pesada, los gemidos más difíciles de contener. No aguantaría mucho de seguir las cosas así… Fue entonces cuando Mello se detuvo de pronto, quitando su mano y sentándose sobre la cama. Suspiró. ¿Acaso eso era todo?

 

No tardó en descubrir lo equivocado que estaba, pues enseguida volvió a sentir aquel contacto tibio sobre su piel. Otra vez ese doloroso pero placentero pinchazo en su entrepierna. La ropa interponiéndose entre sus cuerpos estorbaba más que nunca, y Mello pareció pensar lo mismo al mismo tiempo, pues comenzó a tirar de la camiseta de su pijama hacia arriba hasta quitárselo. Matt lo imitó. Ahora sus torsos estaban al descubiertos, expuestos al frío pero libres de sentirse mutuamente. Cada roce quemaba como fuego las pieles erizadas y algo cubiertas de sudor. Se abrazaron con fuerza y buscaron sus bocas en la oscuridad, uniéndose en un beso más salvaje y profundo que los anteriores. Más húmedo.

 

Pero ahora que habían dado un paso más allá, los besos ya no eran suficientes para acallar sus instintos. Volver atrás era impensable. Por ello Mello fue de a poco empujándolo hasta dejarlo tendido boca arriba en la cama, y retomó su tarea de deshacerse de todo lo que obstaculizara a sus sentidos.

 

Matt deseó entonces que la oscuridad no fuese tan total. Que la escasa luz de la calle que se colaba por la rendija de la ventana hubiese alumbrado más que los contornos de los objetos. Porque deseaba ver la expresión que se dibujaba en el rostro de su compañero cuando éste se deshacía de todas sus prendas y lo dejaba así, desnudo, completamente indefenso y a su merced. Pero más que eso lo deseaba para apreciar él la desnudez de Mello, su figura pálida y estilizada, su rostro perfecto, sus ojos brillando de pura lujuria.

 

Algunos instantes se sucedieron mientras Mello se ocupaba de quitarse sus propios pantalones y ropa interior. Instantes que sirvieron para aumentar la expectativa y la ansiedad y para notar cómo los latidos de cada uno se habían incrementado al extremo.

 

La espera se estaba alargando demasiado… Al menos eso pensaba Matt antes de ver la figura de Mello inclinándose en dirección a su entrepierna. Sintió sus dedos cerrándose nuevamente alrededor de la base de su miembro, pero eso no fue nada comparado al momento en que la punta de su lengua entró en contacto con éste. Si había algo más capaz de hacerle perder la cabeza por completo esa noche, era la sedosa cabellera de Mello desparramada sobre la parte baja de su abdomen y su lengua húmeda deslizándose a ritmo tortuoso por su virilidad mientras sus manos en ningún momento se quedaban quietas. Aunque esa situación también formaba parte de sus sueños recurrentes, semejante gozo se encontraba lejos de haber sido imaginado.

 

No pensaba cuando se incorporó y su brazo se dirigió hacia el miembro también erguido de su compañero. Fue un movimiento mecánico, puro instinto. Tal acción pareció tener cierto efecto considerable, pues un gemido escapó de la garganta de Mello, quien se apresuró a ahogarlo tomando el miembro empapado que se alzaba enfrente suyo completamente dentro de su boca.

 

—¡¡Ahhh!! ¡Mello! ¡Mello!

 

Ridículo era imaginar que a esa altura Matt fuese capaz de contener sus gritos. No existían más niños ni Roger ni orfanato. Sólo Mello y su lengua y sus manos y su nombre para ser gritado una y otra vez. La necesidad de obtener más y más placer de ese cuerpo que tanto deseaba.

 

—¡Mello… voy a…!

 

Sabía que explotaría en cualquier momento, pero la advertencia no tuvo la respuesta esperada. Todo lo contrario. Sintió el rostro de Mello hundirse aún más en su entrepierna y aumentar la velocidad de sus movimientos y lamidas. Un par de segundos  fueron suficientes para que ambas manos de Matt se incrustaran en su cabeza, enredando los dedos entre algunas hebras de cabello rubio húmedo por la transpiración, y éste dejase escapar su esencia dentro de la boca de Mello, apretando los dientes para que ese último grito no fuese tan sonoro como podría haberlo sido.

 

Se dejó caer sobre el caos de sábanas y ropa, jadeando, bañado en sudor. Temblaba de pies a cabeza debido a las consecuencias del orgasmo. Poco a poco, fue recuperando el aliento y aflojando la presión de sus párpados. A pesar de que todo lo que sus ojos percibían era oscuridad pura, el abrirlos de cierta forma sirvió para arrancarlo de las puertas del Cielo donde se encontraba. Fue como si la burbuja en la que había entrado se rompiese y el frío del que lo había protegido hubiese helado el sudor que cubría su piel. Aún quieto como estaba y cegado por la falta de luz, creyó ver a Mello estirar el brazo hasta la mesita de noche y oyó un ruido de papeles. ¿Estaba sacando pañuelos descartables para limpiarse? Quizás en el momento en que Matt desatendió la satisfacción de su compañero, éste se ocupase de procurársela él mismo y ahora tenía la mano manchada con sus propios jugos. Era una posibilidad a la que no prestó demasiada atención, pues el agotamiento, del cual se había olvidado completamente, lo tenía de nuevo casi derrotado.

 

Sintió de pronto un par de labios posándose sobre los suyos. Labios suaves, algo hinchados, aunque la saliva de ambos que antes humedecía su superficie ya se había secado. Matt percibió el sabor de su propia esencia en ellos, o eso creyó, antes de caer profundamente dormido.

 

Notas finales:

Uff... Creo que es el lemon más largo que he escrito. Casi la mitad del capítulo, y no es que sea un capítulo tan corto xD

Como sea... No estoy bien de ánimos ni tengo demasiado optimismo con respecto a esto, así que les pido disculpas en caso de que me tarde mucho en actualizar, o si directamente no vuelvo a actualizar. Gracias por leer y a los que me dejaron reviews.


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