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Sabor a Mandarinas por Hisui

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Notas del fanfic:

Historia recopilada en el ebook de Navidad 2007 del grupo Origin_eyaoies...

Sabor a mandarinas
Hisui

1


Pasaban ya de las cuatro de la tarde y aún no se tomaba un descanso, había sido un día muy ajetreado en la clínica en donde trabajaba, el veinticuatro de diciembre siempre lo era.


Aprovechó ese pequeño momento de ocio para pensar un rato, se sentó en uno de los asientos que tenía a su derecha mientras jugaba distraídamente con la credencial que lo acreditaba como médico de ese centro y en la cual se leía con grandes letras negras "Gabriel Dinamarca". El vaivén de ese objeto entre sus dedos lo llevó a sumergirse cada vez más en sus pensamientos, tratando de encontrarle motivo y razón a su rutinaria vida.


Las últimas navidades las había pasado atendiendo las urgencias que no cesaban incluso en nochebuena. Su turno comprendía desde las ocho de la tarde del veinticuatro de diciembre hasta pasadas las diez de la mañana del día siguiente, pero eso no le importaba, pues prefería quedarse ahí a estar solo en su departamento.


No tenía amigos ni familiares con los que pasar las fiestas, hacía ya más de tres años que no tenía una pareja estable... y ni siquiera tenía una mascota a la que cuidar. Pero ese año, como excepción, tendría la nochebuena libre y no sabía qué hacer. Lo más lógico sería acostarse temprano después del agotador día de trabajo, como si esa noche fuese otra de las tantas del año.


Sin duda, las fiestas de fin de año eran las que más odiaba. Reinaba en el ambiente un sentimiento colectivo de consumismo disfrazado en el regocijo de esas fechas; las postales iban y venían plasmando contradictorios paisajes nevados siendo que en Santiago la temperatura ascendía por lo menos a los treinta grados; los niños no hacían otra cosa que pedir costosos regalos y sus padres se endeudaban por el resto del año para darles en el gusto...


No entendía como una celebración de principios religiosos podía transformarse en eso, por lo que prefería quedarse encerrado entre todas esas blancas paredes, alejado de ese caos en el que se transformaba la ciudad y en el que nadie parecía escucharse ni preocuparse por nada más que no fuera una oferta del mercado. Por lo menos hacía algo más productivo que toda esa gente afuera.


-¿En qué piensas? -esa voz de extraño acento que lo interrumpió podría reconocerla entre todo el mundo, esa mezcla entre un perfecto español y un leve acento ruso que en un principio le pareció graciosa, pero que se fue transformando en algo sumamente enervante.


-¿Por qué lo preguntas? -respondió con tono irónico-. ¿Acaso te interesa lo que piense? -lo miró directamente a los ojos-. Si fuera así, no me habrías interrumpido.


-Perdón, no quise hacerlo -el otro hombre se sentó a su lado con una sonrisa afable, abotonándose distraídamente su delantal.


-Sólo pensaba en lo frívola que es la Navidad en este país -no sabía por qué le hablaba de eso a Lev si no tenía ni un ápice de confianza con él.


-Yo no diría lo mismo -replicó éste, arreglándose el flequillo que le caía sobre la frente-. Navidad es una fecha muy bonita, en cualquier lugar -su voz sonó nostálgica, pues recordó las navidades pasadas con su familia.


-No me gusta Navidad -Gabriel trató de cerrar esa conversación que no le parecía muy agradable-. Me voy... tengo que atender urgencias -se levantó, pero se quedó mirando unos segundos a su compañero: ese brillante cabello azabache que contrastaba con su blanca piel al caer rebeldemente sobre su rostro, esos profundos ojos verdes que parecían mirar por sobre lo material y ese cuerpo casi perfecto, casi porque la perfección no existía.


Desde que Lev había llegado al hospital, hacía poco menos de un año, había llamado la atención de todo el mundo. Con su carácter afable y una extrovertida personalidad, logró cautivar a todo el personal del hospital, incluso los pacientes pedían ser atendidos por él. Gabriel por su parte, nunca fue dado a entablar relaciones de cualquier tipo con las personas y aunque el ruso le pareció un tipo interesante, veía en él todo lo contrario a sí mismo y eso no le gustaba mucho.


Por esto se portaba con el ruso más apático que con nadie, pero lo que más le molestaba de él era que parecía no darse nunca por vencido y siempre se acercaba para entablar conversaciones que nunca llegaban a buen fin. A Gabriel no le importaba en lo más mínimo hacerse de amigos, el sólo tenía conocidos y familiares, pues pensaba que nadie antepondría sus intereses personales a los de otra persona, por muy amigos, familiares o conocidos que fueran.


2


-¿No tenías que atender urgencias? -preguntó Lev al ver cómo Gabriel llevaba más de cinco minutos observándolo como un autómata. En ese tiempo, él también había aprovechado para observar al otro: su rostro, que representaba menos edad de la que tenía, su cabello rubio y corto que parecía no acceder nunca a estar ordenado y esos fríos ojos verdes sumamente claros. Y aunque lo observaba todos los días, siempre lograba encontrar un nuevo detalle que lo hacía más atractivo.


-Verdad -contestó el rubio mientras se volteaba rápidamente para alejarse.


-¡Gabriel! -Lev trató de armarse de valor para formular la pregunta que tenía guardada hacía tanto tiempo.


-¿Qué? -respondió en un tono menos agresivo. Después de todo, Lev no tenía la culpa por caerle mal.


-¿Por qué eres así conmigo? -soltó la pregunta casi con temor, pero un brillo de decisión habitaba en sus ojos.


-¿Por qué lo preguntas? -Gabriel contestó con otra pregunta y un semblante serio.


-Porque me gustaría saber qué te molesta de mí -Lev se levantó del asiento y tomó su planilla con las fichas de los pacientes-. Si no me lo dices, no podré cambiarlo.


-El problema no eres tú -contestó Gabriel, apesadumbrado-. El problema soy yo...


-No digas eso -Lev se acercó para mirarlo directamente a los ojos-. Me gustaría saber qué ocurre y así poder ayudarte.


-No necesito de la ayuda de nadie -el rostro de Gabriel volvió a tener esa fría expresión y se volteó nuevamente para alejarse-. No me gusta que se inmiscuyan en mis asuntos, siempre he estado solo y esta no será la ocasión de acudir a otros.


-Pero tu asunto también me implica a mí -la voz de Lev sonó un tanto molesta-. Y si no quieres que se inmiscuyan en tu vida, no deberías involucrar a gente que ni siquiera te conoce sólo porque no es de tu agrado -esta vez fue él quien se volteó para alejarse-. Por lo menos podrías haberme dicho desde un principio que no me acercara a ti, si tanto querías estar solo.


3


Gabriel se quedó solo en ese pasillo y con muchas cosas por decir. Necesitaba disculparse con Lev, pero sentía que no tenía el valor para hacerlo.


El problema de fondo era que desde el primer momento que vio al ruso le había parecido atractivo, pero sentía que eran tan distintos que nunca podrían entenderse ni menos entablar una relación, cualquiera fuese el tipo de ésta.


Por sus actitudes, Lev ni siquiera era homosexual, por lo que a lo máximo que podría aspirar sería a una simple relación de amigos y lo peor de todo era que él no creía en la amistad. La mejor solución que encontró para esto fue tratar lo menos posible con el ruso, pero ante las insistencias de éste, comenzó a comportarse esquivo y antipático con él.


-Doctor Dinamarca, lo estábamos buscando -una enfermera lo sacó de sus pensamientos.


-Disculpe -dijo más bien por cortesía-. ¿En qué me necesitan?


-Es por las fichas de sus pacientes de hoy, debemos ingresarlas al sistema.


-Las tengo en mi oficina ¿Prefiere acompañarme o las llevo yo mismo? -preguntó sin perder su tono cordial.


-Podría llevarlas usted mismo, si no es mucha molestia -señaló la enfermera con profesionalidad.


-No hay problema, después de todo mi turno está por terminar -dijo Gabriel a modo de comentario.


-Bueno, hasta luego doctor, que tenga una feliz Navidad -la mujer se alejó con una sonrisa en el rostro, pero sin perder la compostura.


-Igualmente -dijo Gabriel, sólo por responder algo.


Luego de eso, bajó por las escaleras hasta la primera planta, recibiendo saludos de Navidad que respondía escuetamente con un "igualmente" pues se encontraba demasiado inmerso en sus pensamientos.


Realmente le debía unas buenas disculpas a Lev, pero no sabía como expresarse, siempre terminaba arruinándolo todo. Estaba cansado de esas agrias conversacione

s entre ambos, de momentos tensos y malas palabras.
Toda su vida había sufrido tomando decisiones, si fuera por él, no las tomaría nunca. Pero ahora estaba decido a solucionar sus diferencias con el ruso, las que por su parte nunca existieron, pues solo se limitó todo el año a fingir esa estúpida animadversión hacia su compañero.


Una vez abajo, entregó las fichas a la encargada mientras miraba su reloj que marcaba las cinco de la tarde con diez minutos. Su turno ya había terminado y seguramente el de Lev también, siempre coincidían en sus horarios.


Caminó hasta su oficina, desabotonándose distraídamente su delantal, tomó su chaqueta y su maletín y salió lentamente hacia el pasillo, preferiría quedarse trabajando a ir a hacer nada a su departamento. Pero como estaba solo, no podía darse el lujo de hacer algo más productivo o entretenido esa noche.


Hacía mucho que no sentía un vacío tan grande en su interior, después de todo, igual se veía afectado por su falta de contacto con el resto de la humanidad.


-Que tenga una feliz Navidad, doctor Dinamarca -la voz de la recepcionista se dejó oír justo cuando se disponía a salir.


-Igualmente -respondió como lo había hecho ya tantas veces y se dirigió hacia los estacionamientos.


Cuando se disponía a abrir la puerta de su automóvil, escuchó que alguien se acercaba y sus sospechas fueron confirmadas cuando levantó la cabeza y vio que se trataba de Lev.


-Feliz Navidad, doctor Dinamarca -ese saludo sonó extraño a oídos del otro, el ruso solía llamarlo Gabriel.


Todo el valor que había juntado desapareció en ese momento, las dudas lo embargaron al recibir ese frío saludo al que no supo como responder.


Era su primera oportunidad y tal vez la última para aclarar todo, se le hacía sumamente difícil, pero tarde o temprano tendría que hacerlo.


-¿Podemos hablar? -ahora fue él quien se armó de valor para formular esa pregunta cuando vio que el otro se alejaba rumbo a su automóvil.


-Pensé que no querías saber nada de nadie, especialmente de mí -su tono irónico tenía un dejo de tristeza.


-Perdón -esa sola palabra pareció costarle mucho decirla-. Por lo de hace un rato, no quise tratarte así.
-Siempre me has tratado así, no te preocupes -Lev lo fulminó con sus ojos verdes.


-Pero ya no quiero hacerlo -dijo sinceramente Gabriel-. Tú no tienes la culpa de que yo sea así, siempre has querido acercarte y yo no dejo que lo hagas.


-Sólo no te caí bien desde un principio, eso es irremediable -se atisbó otra vez en su voz un poco de tristeza.


-Te equivocas -replicó Gabriel secamente-. No sé qué me pasó contigo, pero en un principio me pareciste interesante, aunque creo que somos demasiado diferentes como para llevarnos bien.


-También creo que somos diferentes, pero podríamos intentarlo -Lev seguía con esa expresión seria y un poco enojada en su rostro.


-No tengo amigos, nunca creí que la gente pudiera dejar de pensar en sí mismos para pensar en el otro, pero me gustaría intentarlo -Gabriel terminó de abrir la puerta de su automóvil-. ¿Tienes algo que hacer esta noche?


-No, ¿y tú? -contestó Lev, un poco más animado. Se alegraba porque fue el otro quien dio el primer paso y por haber sacado algo más que frialdad de ese extraño corazón.


-Tampoco.


4


Eran casi las ocho de la noche y ellos seguían conversando de nada y a la vez de todo en el departamento de Gabriel.


Lev habló de su familia y su infancia en Rusia, de su juventud en España y de casi el año que llevaba viviendo en Chile. Habló de sus gustos, de sus anhelos y temores.
Gabriel en un principio fue más reservado, pero poco a poco empezó a hablar de su vida, del distanciamiento con sus padres, de sus malas experiencias, de sus temores y sueños, de su homosexualidad.


Y aunque este pareciera un tema conflictivo, fue abordado con naturalidad por parte de ambos, Lev también reconoció serlo.


Una extraña alegría se apoderó de Gabriel al escuchar esto, de verdad que al ruso no se le notaba en nada, pero él más que nadie sabía que las apariencias a veces engañan.


Siguieron conversando cada vez con más confianza, Gabriel incluso se animó a acercarse más al otro para acariciarle tiernamente los mechones de cabello que caían sobre su nuca. Lev solo se limitó a sonreír lánguidamente y mover su cabeza para sentir mejor ese contacto, brindándole mayor seguridad al rubio.


El equipo de música terminó de reproducir el mp3 con casi cien canciones y recién se dieron cuenta de la hora que era.


-Tengo hambre -expresó el ruso mientras se estiraba.


-Yo igual -dijo Gabriel, mirándolo con atención-. Pero no tengo nada en la despensa, tendremos que salir a comprar.


-¿Sabes cocinar? -preguntó el ruso con un gesto gracioso-. Podríamos comprar algo preparado -sugirió.


-Sólo sé preparar algunas cosas -Gabriel sonrió divertido-. Pero es mejor tu idea, no tengo ánimos de cocinar.


-Para el próximo año tendrás que hacer un árbol o si no Ded Moroz no te traerá regalos -una sonrisa infantil apareció en el rostro de Lev-. Mi madre siempre nos decía eso.


-¿Ded Moroz? -Gabriel se fijó en la expresión de su compañero al hablar de su madre-. Supongo que es Papá Noel -nunca le había gustado llamarlo Viejo Pascuero.


-Supones bien -sonrió el ruso, levantándose del sillón-.Vamos rápido a comprar, que luego cierran todo.


5


El reloj marcó las once de la noche con cincuenta y cinco minutos. Habían terminado de cenar hacía poco y ahora estaban junto al balcón mirando el cielo estrellado.


-Te tengo un regalo -susurró Lev mientras buscaba en su bolsillo-. Toma -le entregó una mandarina con una pequeña tarjetita.


-¿Y esto? -preguntó Gabriel, un tanto incrédulo.


-En Rusia, las mandarinas son las frutas representativas de Navidad, y aunque son muy caras, toda la gente las compra para hacer sus postres y para regalarlas -una sonrisa alumbró su rostro mientras recordaba las navidades de su infancia-. Lo mejor de todo, es el olor que hay en el ambiente...mandarinas -sonrió mirándolo con ilusión-. Mamá decía que cuando te regalan una mandarina, todos los deseos que están escritos en la tarjeta se hacen realidad si te la comes.


-Entonces me la comeré -sonrió también Gabriel, estaba más feliz que nunca y completamente seguro de sus sentimientos hacia el otro, le había costado casi un año darse cuenta de esto y agradecía poder haberlo hecho.


-¿Y no leerás lo deseos antes? -preguntó Lev con infantil curiosidad por la aceptación de su regalo.


-No, confío en ti y sé que no desearías nada malo para mí -dijo Gabriel mientras pelaba la pequeña fruta-. ¿Quieres compartirla conmigo? -no le dio tiempo para contestar cuando ya le había metido la mitad de los gajos en la boca-. Yo también tengo un regalo para ti.


-¿Cuál? -preguntó Lev, todavía saboreando el sabor cítrico de la fruta.


-Éste -con un rápido movimiento, juntó sus labios con los del otro en un beso tranquilo que fue correspondido en cuando Lev se repuso de la impresión.


Quizás fue el ambiente navideño el que los llevó esa tarde a conversar sobre sus diferencias o quizás fuese el destino el que lo tenía planeado así. Pero lo único que sabían con certeza es que se amaban y aún no se lo habían dicho, sin embargo, tendrían toda la noche para demostrárselo.


No sé si mis deseos se harán realidad, nada puedo asegurarte.
Solo deseo lo que tú deseas.
Nada tengo, sólo una fruta, un corazón...

 

Notas finales:

 

Espero que les guste...


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