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Graduación por Gadya

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Notas del fanfic:

Por primera vez, luego de 68 fanfics saintseiyanos, me animé a probar con otra serie, más que nada, porque la señora Hella (la mejor amiga de mi ahijada) me hartó... cabe destacar que jal momento de hacer este fic, no había visto yo, de la serie, ni siquiera una mísera propaganda, por lo cual... creo que los personajes me salieron muy OOC T_T

Notas del capitulo: El título no tiene nada que ver u_u es que cuando lo escribí, pensaba que estaban en la prepa!!! Aghhhhhhhhhh, Hella, por qué no me dices que los de PoT son tan superdesarrollados como los de Saint Seiya!!! u_u cuando me enteré, tuve que cambiar medio fic, pero que, ya estaba

 

Marzo había desaparecido de su calendario sin siquiera despedirse, corriendo carreras a escondidas, dispuesto a jugar con sus nervios templados, y abril, el nefasto abril, comenzaba a saludarlo desde la esquina del almanaque, con un nuevo uniforme esperando sus mañanas en la silla de su habitación. Kunimitsu Tezuka miró al cielo encapotado con seria resignación, y descendiendo inconscientemente por el blanco edificio frente a sus ojos, posó su mirada en las amplias ventanas de la escuela secundaria que tantos recuerdos había grabado en su memoria, recuerdos  con forma de raquetas y pelotas, con sonidos de gritos y lamentos perdidos en vueltas a la cancha de ladrillos que se había convertido en el centro de su universo... y entre ellos enredada, una mirada, un par de ojos dorados que bordaban de melancolía su silenciosa despedida.

 

Suspiró, perdiendo aquel gesto de dolorosa debilidad en el viento de la tarde, y la leve polvareda arrastrada por la brisa dio de lleno contra sus cristalinas gafas, preludio de sus ojos cafés de gélido mirar que, por una vez, demostraban calidez, amparados en la soledad de la tarde. A lo lejos, los últimos miembros del equipo de tenis de la secundaria Seigaku se marchaban, felices por el fin del año escolar, y perdidos en esos pasos, el dueño de los ojos que pintaban sus memorias se iba con ellos, acaso sin intuir el vacío que su ausencia dejaba en el silencioso capitán que, frente al eterno edificio blanco, se despedía. Ryoma... el nombre se coló entre sus labios, dejando un amargo sabor a su paso, amplificado por la burlesca risa que, pasos más atrás, le siguió...  Todavía podía recordar el día, no muy lejano, en que, por primera vez, lo había visto, y su precoz habilidad con la raqueta no había hecho más que despertar una curiosidad que creía inexistente en él. Por qué negarlo? Ryoma era todo un espectáculo en la cancha, sus brazos seguros devolviendo servicios imposibles, su mirada, desafiante, fija en la pequeña realidad de color verde que, entre saltos, teñía de rojizo su inmaculada redondez, su sonrisa complacida, felicitándose por una victoria tanto tiempo anhelada, y por fin obtenida, todo su ser, diluyéndose en minutos marcados por un eterno rebote, como dulce melodía de una danza que, con graciosa destreza, ejecutaba en el polvo de ladrillo, un simple partido que, en una suerte de alquimia, convertía, con un pase  mágico,  en la principesca representación de la perfección deportiva.

 

Sus manos aferraron fuertemente las correas de su bolso, que, ondeando levemente en la brisa, intentaba escapar de la presencia del castaño muchacho, secuestrando sus recuerdos  empapados en el sucio uniforme que, con celo, custodiaba, último bastión de la amargura que aquel adiós le regalaba, dolor que sus frías facciones ocultaban con genial habilidad, intentando desterrar de su mente una gorra blanca, pura como las nubes en el cielo primaveral, como el regocijo de cada enfrentamiento ganado, como sus claras intenciones de llevarse su imagen cautiva en su retina… y otra vez Ryoma, secuestrando su cordura, enviciando el aire de a tarde con su evocada voz arrogante, torturándolo con sus cándidos 13 años, desdoblados en triunfos innegables. Tezuka soltó aquel bolso repleto de secretos, y la palma de su mano acabó escondiendo su mirada, ocultando estoicamente aquella estúpida estampa que encogía su corazón en la cruel realidad de su partida… Los pies que, deslizándose hábilmente por el campo, lo habían cautivado, se llevaban, ahora, al dueño de la única sonrisa jamás despuntada por sus labios, al pequeño prodigio de doradas orbes de atardecer, anochecidos en su oscuro cabello. Ryoma se marchaba, como siempre, por el mismo camino, disfrutando del escaso tiempo que le ataba  a la escuela, y allí en la entrada, Tezuka se quedaba, observándolo, guardándose el recuerdo de un amor que jamás podría ser, y en sus labios, el único beso que ya nunca le daría, porque no había hallado el valor de decirle al  muchacho que lo amaba, aún, a sabiendas de que ya no volvería a verlo.

 

Sus dedos derraparon hasta sus labios, a robarse aquel beso en pausa eterna ya sin dueño, y sobre ellos cayó el marco de sus gafas, que, sin prisa se habían deslizado por su fina nariz, víctimas de la gravedad inclemente. Lentamente las tomó en sus manos, y junto con ellas, quitó cada máscara que pudiese haberse impuesto, para esconder del mundo, de los ojos de los hombres, y de si mismo, aquel estúpido sentimiento que no hacía más que torturarlo con la imagen de un niño, un talentoso niño cortando el tiempo en su mirada, robándose su corazón bajo una gorra blanca, y con furia dejó escapar su frustración en un bufido, una forma de olvidar la cobardía que había engullido su tonta seguridad  en un instante, cuando aquellas pupilas de oro se posaron en las suyas, curiosas por conocer el motivo por el que su capitán le llamaba. Había estado tan cerca, tan cerca de confesarlo, de quemar entre palabras su perfecto teatro, de dejar de ser, por un momento, el autoritario capitán, y simplemente ser... Tezuka... Y de nuevo esa mirada expectante, casi infantil, condenando al fracaso su último casi nulo intento por borrar la soledad a la que él mismo se había sentenciado.

 

Tezuka miró, por última vez, el cielo atardecido abrazando el horizonte, y rió, rió para no llorar por su tonta debilidad... qué mas daba ahora lamentarse, ya no había marcha atrás, su pequeño desvelo se había marchado, y ya no volvería para oír lo que su boca tenía que decirle. Ya no habría otra oportunidad, el año entrante lo hallaría en otra escuela, extrañándolo, reprochándose a sí mismo el momento perfecto que había dejado escapar, escurriéndose entre sus dedos como el agua del grifo, y su propio sentir le pareció una burla del destino a su vida sin sentido. Sus lentes se resbalaron de sus manos, escapando de los fríos ojos que acusaban dolor y cayeron, desterrados, en el polvo inclemente, junto a una pequeña pisada de tennis blancos. Kunimitsu Tezuka perdió, nuevamente, su mirada en las paredes blancas del sencillo edificio que tan caro era a sus sentimientos, y una silenciosa súplica se elevó a los cielos, mudo deseo de felicidad para el Príncipe del Tenis que, sin siquiera darse cuenta,  lo había enamorado, y  sus pasos lo llevaron, ya sin ánimos, por una callejuela, jurándose nunca más mirar atrás.

 

El viento frío de la tarde meció los árboles contiguos arrastrando la leve polvareda que, obediente, acudió a ensuciar los finos cristales de las gafas que, olvidadas, quedaron en la entrada de la vacía secundaria. Un pequeño tennis blanco se posó, sin saberlo, en la sutil huella, y unas albas manos, ásperas de polvo de ladrillo, tomaron los frágiles lentes con suma delicadeza.  Los pálidos dedos se pasearon por las leves rayas que la tierra había dejado en la cristalina superficie,  proyectando un tenue rubor en su dueño que, debajo de una gorra blanca, sonreía.

 

-Capitan Tezuka…- la infantil voz susurró, reconociendo al dueño del curioso objeto que había llamado su atención, y mirando a su alrededor, sus pies lo encaminaron por una calle lateral –Qué iba a decirme?...-

 

La pregunta se arremolinó en el viento, que, cargado de aroma a primavera, se robó la nívea gorra, despeinando la negra melena que, entre su blancura, escondía. 

 

Ryoma Echizen  rió, apresando las gafas con fuerza contra su pecho, y entrecerrando los ojos, emprendió carrera por la angosta calleja, hacia la esbelta figura que, en sombras, se recortaba a la distancia, por sobre el sol entornado.

Notas finales: No vayan a tirarme con nada... juro que no vuelvo a escribir sobre PoT (mentira!!!!)

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