Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

unnamed song por Fujiwara_Midori

[Reviews - 9]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo: Me he dado cuenta de que mis palabras realmente llegan a gente que lee lo que escribo, que toman como referencia algo de lo que yo he escrito. Y eso me hace llorar en estos momentos y agradecer a la gente que me lee. Gracias. Hacéis que me sienta orgullosa de algo por una vez en mi vida.

unnamed song 

¿No es increíble cómo una sola persona puede llegar a significar todo un mundo para otra? Pero, ¿qué ocurriría si tu mundo, por culpa del caprichoso destino, fuera destruido en tan sólo un vistazo; qué pasaría si, al darte la vuelta, tu mundo desapareciera sin más? ¿Aceptarías que tu mundo se marchitó sin despedirse? ¿Negarías tal desaparición y retendrías la imagen, el espejismo de tu mundo junto a ti? 

hide no sólo es el mundo de Yoshiki, es su “todo”. Es su aire; su risa; es la lluvia que cae sobre su piel y las lágrimas que desecha; es el paisaje que admira y la única voz que escucha; su campo de visión empieza y termina en él. ¿Acaso esto es algo sano? No, pero cuando alguien es todo tu mundo, lo ves como algo totalmente normal, simplemente no concibes la vida en un mundo diferente. Yoshiki no pudo concebir su vida en un mundo diferente.   

 

-13 de diciembre de 2007- 

Al despertarme, miré por la única ventana de mi habitación el cielo despejado. Realmente no parecía que estuviésemos en invierno; afuera no había nieve y tampoco pareciera hacer demasiado frío, aún así, sentí un pequeño escalofrío. Un pájaro pasó volando frente a la ventana. Extrañé salir al exterior. Desde que nos mudamos a las afueras de la ciudad, hacía ya casi diez años, apenas había salido de aquella enorme casa más que al jardín que la rodeaba. Aún no entendía del todo por qué hide no quería mudarse nuevamente a la ciudad, pero no me importaba, cualquier lugar en el que estuviésemos juntos era perfecto para mí. 

Respiré hondo intentando captar el aire de exterior. Claro, con la ventana cerrada era imposible. Alargué mis brazos para intentar quitarle el cerrojo, pero recordé que tenía un pequeño candado y nunca había podido encontrar la llave. De repente, sentí cómo alguien se pegaba a mi cuerpo, por la espalda, y posaba sus manos sobre las mías, alejándolas de la ventana y llevándolas lentamente hacia abajo, abrazando mi propio cuerpo. Sus cabellos hicieron cosquillas en mi cuello al apoyarse en mí. Solté una mano y pasé mis dedos entre sus suaves mechones. Respiré hondo una vez más y pude inhalar el dulzor de su aroma. Sonreí por sentir que, un día más, mi ángel estaba a mi lado. Por inercia, me dejé dar la vuelta dentro de aquel ligero abrazo. Dos profundos ojos color chocolate me miraron muy abiertos, como si hiciera horas que estaba despierto y, bajo ellos, apareció una amplia sonrisa. Su infantil sonrisa. No pude evitarlo, tuve que besar esa sonrisa. Sentir que todo a nuestro alrededor estaba en silencio y que su mirada tan sólo se dirigía a mí, era una sensación que siempre me traía calma. Todo era capaz de ser arreglado por aquella mirada. 

-Ohayo, hide. 

No me contestó, únicamente se limitó a sonreír una vez más mientras posaba su mejilla sobre mi hombro. Posó un beso en mi cuello que me causó una descarga eléctrica que recorrió mi espalda de arriba abajo. En ese instante, recordé algo que había olvidado durante la noche. 

-hide-chan, ¿sabes qué día es hoy? 

- –noté cómo asentía lentamente con su cabeza sobre mi hombro-, hoy es el día en que vienen a visitarnos. 

-¿Qué? -¿visitarnos? No entendí qué quiso decirme- ¿Quién viene a visitarnos? 

-Hoy es lunes. Toshi y Pata vienen todos los lunes de visita. Lo sabes bien. 

-No es cierto –me aparté de él tomándole de la cintura-. Cuando vienen no hablan contigo, te ignoran como si no existieras –le miré enojado-. No quiero verles. ¿Por qué me obligas? 

-Yo-chan –aún con su sonrisa, se acercó y acarició mi cabello-, los médicos dicen... 

-¡Los médicos, los médicos! –me alejé, pegando mi cuerpo a la pared, y le grité furioso. Odiaba que siempre me nombrara a esa gente- ¡Estoy harto de esos malditos médicos! Hace diez años que me están tratando y yo no estoy enfermo... –me agaché, quedando sentado en el suelo, abrazando mis piernas- ¡hide, yo no estoy enfermo! 

-Yo-chan, por favor, no grites –caminó hasta mí, se arrodilló a mi lado y me abrazó tan cálido-. No quieres que nos vuelvan a llevar a aquella habitación, ¿cierto? No quieres que vuelvan a ponerte aquellas cuerdas en las muñecas y los tobillos, ¿cierto? 

-Me hacen daño –inconscientemente, acaricié mis muñecas y pude notar las reciente marcas de la última vez-. Lo siento, yo no quería... –dejé escapar una lágrima que insistía en salir. 

-Lo sé, Yo-chan –con sus ojos cerrados, frotó su mejilla nuevamente contra mi hombro-. No llores por eso, no regales tus lágrimas a cualquier causa. No vale la pena. 

Aunque hide no vio cómo derramaba aquella lágrima, ni la notó caer sobre mi ropa, él sabía que ésta existía. hide siempre lo sabía todo; sabía cuándo iban a suceder las cosas y dónde; sabía cuándo iban a llevarnos a aquella habitación; sabía quién tocaba al otro lado de la puerta. No sé cómo, pero él conocía todo lo que ocurría, yo simplemente confiaba en lo que me contaba. Sabía que nunca me mentía. Había sido el único que había permanecido a mi lado durante los últimos diez años. 

Me quedé sentado bajo la ventana, con hide entre mis brazos. Aunque fuese mayor que yo, parecía ser mucho más frágil y, no voy a negarlo, adoraba tenerlo entre mis brazos porque así sentía que aún había alguien a quien podía cuidar y proteger. 

A mí no me importaba que hide supiera todo sobre mí, incluso aquellas cosas que jamás le conté; sin embargo, me di cuenta de que yo no siempre le entendía a él. Le miré. Después de tanto tiempo aún había cosas que no comprendía, pero eso no era importante para él. “Yo-chan, mientras estés a mi lado, no importa si no comprendes todo lo que te cuento. Lo único que debes saber es que yo jamás te mentiré”. 

Hubiera pasado el tiempo que me quedaba de vida abrazado a él. Con él no sentía más que tranquilidad, una paz absoluta. Ni frío ni calor. No sentía el alrededor; todo desaparecía cuando le sentía tan cerca. Cerré los ojos e intenté imaginar un lugar muy lejos de allí, donde nadie pudiera encontrarnos, donde nadie nos molestase con estúpidas sesiones médicas, donde pudiésemos estar tan sólo nosotros dos. Un lugar en el que no hubiera nada a excepción de nosotros. Todos los días rogaba porque, algún día, pudiésemos encontrar ese lugar al que escapar y así no volver jamás a esa enorme casa en la que vivíamos.  

 

------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- 

Realmente, aquel hombre ya no sabía qué hacer con su caso, pues jamás había visto que un paciente, después de haber sido tratado durante un período de tiempo tan extenso, no mejorase ni un ápice. Repasaba sus notas una y otra vez, intentando encontrar la causa del empeoramiento en el estado de ese pianista. ¿Por qué no era capaz de encontrar una cura para su enfermedad?  

-Esto no es normal... 

Su mesa estaba totalmente llena de papeles. Aunque Yoshiki no era su único paciente en aquel centro, sí era al que más tiempo le dedicaba en las investigaciones, ya que nunca vio a alguien resistirse de manera tan ruda a una mediación. 

-Subirle la dosis... no, no... eso ya no funciona. Tiene que haber alguna manera de retener sus visiones, reducirlas y matarlas... esconderlas en algún lugar de su mente... 

Consultó a doctores más experimentados que él en ese tipo de enfermedades mentales; leyó y repasó una vez tras otra todas las consultas que pudo en sus libros de medicina, sin embargo, no importaba la respuesta que hallase en ellos, nada funcionaba con él. Sus visiones cada día se hacían más fuertes y, a medida que pasaba el tiempo, se hacía también más fuerte a cualquier tipo de medicación. No comprendía cómo la química no podía suprimir su enfermedad, aunque tan sólo fuera por unas horas. Sinceramente, no lo entendía. 

Unos golpes en la puerta de su despacho hicieron que se sobresaltase y levantase la vista repentinamente de sobre las decenas de papeles. Hizo pasar a quien estuviera al otro lado. 

-Doctor –una joven enfermera asomó su rostro por el hueco que había abierto-, ha llegado su visita de las 12:00. ¿Les hago pasar? 

-Sí, y prepare al paciente de la 103 para la sesión. 

-Como diga, doctor. 

Recogió un poco como pudo la mesa de su despacho; colocó y cerró los botones de su bata blanca. Dos hombres de unos cuarenta años entraron y, tras la bienvenida pertinente, se sentaron en dos de las tres sillas que había frente a la mesa. Una nueva sesión de la que saldrían, casi seguro, exactamente igual que cuando entraron. Había ocasiones en las que quería rendirse y mandarlo todo al carajo, pero su ética profesional se lo impedía. Una vez más, aquellos dos hombres preguntaron por el estado del paciente, pero no pudo contarles nada nuevo más que seguía en la misma fase de la enfermedad. Ni mejor ni peor. Aún después de tantos años, podía seguir captando el dolor y la desesperación en el rostro de esos hombres. 

Nuevos golpes en la puerta interrumpieron la ya conocida y repetida conversación de todas las semanas. La misma mujer de antes asomó su rostro de igual modo. Se notaba a leguas que se trataba de una joven tremendamente tímida y ese trabajo no era el que mejor le venía. El doctor la hizo pasar y aquellos hombres allí sentados se levantaron, esperando la entrada de su amigo. La joven entró e, inmediatamente después, le siguió aquel veterano paciente, con la cabeza agachada y su brazo alargado hacia atrás como si estuviera llevando a alguien de la mano. 

Se quedó allí de pie, no quiso sentarse. Siempre hacía lo mismo. La joven enfermera sonrió con dulzura al paciente que había traído consigo antes de salir del despacho, pues a ella no le estaba permitido asistir a las sesiones. Quien se encontraba aún en pie miró a su alrededor, buscando un asiento más aparte del único que quedaba libre. Miró enojado al doctor y a los otros dos. 

-¿Por qué siempre dejan tan sólo un asiento? 

-Yoshiki-san, por favor, siéntese. 

-Pero... –cortó la frase de repente y miró hacia un costado. Tras asentir y bajar su rostro, se sentó en aquella silla sin rechistar. 

-Hola, Yoshiki –uno de los hombres apoyó su mano sobre el antebrazo del pianista, quien lo apartó en cuanto notó aquel contacto. 

-Yoshiki-san –con profunda voz que pretendía transmitir autoridad, el doctor se dirigió a él-, son sus amigos. 

-No es cierto –levantó su rostro, donde se podía ver aún un mayor enojo-. Ellos ya no son mis amigos. 

-Yoshiki-san, mírelos. Ellos son sus amigos. 

-No, no lo son. Si fueran mis amigos no le ignorarían como si no existiera. 

-¿Aún le ve? –Toshi se dirigió en voz baja al doctor, intentando que el otro no le escuchase, pero sin lograrlo. 

-¡Claro que le veo! ¡Está aquí, a mi lado! Vive conmigo, ¿¡cómo no voy a verle!? 

-Por favor, no grite... 

-¡Es que no lo entiendo! –Yoshiki se levantó de la silla tan bruscamente que ésta cayó al suelo- Está aquí –se giró hacia un lado y señaló un punto en aquel vacío-. Aquí –les miró con ojos desorbitados; no entendía por qué los otros insistían en no ver lo que miraban. 

-Yoshiki –Toshi se levantó y se puso frente a él, tomándole de los hombros-, hide no está ahí. 

-¡Suéltame! –se zafó de las manos del otro. Gritaba, fuera de sí- ¡Está aquí! hide, dícelo –miró nuevamente a aquel punto señalado con anterioridad-. ¿Por qué? –parecía realmente estar hablando con alguien-. Pero, hide-chan... 

-¡Ya está! ¡Estoy harto de todo esto! –le tomó de nuevo de los hombros, girándole hacia él-. Yoshiki, entiende que hide ya no está aquí. Está muerto. Hace diez años que falleció. 

-¡NO! ¡Estás mintiendo! ¡Todos ustedes están mintiendo! –les dirigió una mirada llena de odio y dolor. ¿Por qué querían hacerle daño ignorando que aquel chico aún vivía? 

El todavía pianista se agachó y quedó en cuclillas justo en el lugar donde estaba, tapando sus oídos con las manos, replicándoles las mentiras una y otra vez. Aquel doctor permitió ver su impotencia ante la situación dejándose caer en su silla mientras observaba el repetir de las acciones de ese hombre que tanto tiempo había permanecido inalterable en su enfermedad. Vio cómo caía sentado definitivamente en el suelo de la sala repitiendo insistentemente las mismas palabras de siempre. “hide está vivo. hide está vivo”. Ni tan siquiera notó el instante en que Toshi había salido de la sala y tan sólo llegó a escuchar un estruendoso golpe al cerrar éste la puerta mientras se marchaba. ¿Quizás había llegado realmente el momento de darse por vencido con ese hombre? ¿Quizás era imposible el hecho de que ese hombre regresara a un estado de normalidad? Sin embargo, aquel doctor no entendía que el único estado de normalidad viable para Yoshiki era uno donde hide estuviera. 

-¿Podría dejarnos a solas unos minutos, doctor Murakami?  

El doctor asintió y se levantó llevando consigo un extenso y sonoro suspiro que relataba el sufrimiento y esa impotencia que aún dejaba entrever con el paciente. Antes de salir de aquella habitación, pudo ver cómo ese hombre de cabellos largos y de un oscuro azabache se sentaba en el suelo junto a rubio pianista. Ya nada podía evitar que pensase en aquello como un caso sin remedio. 

-Yoshiki –le hablaba sin entrar en contacto directo con él pues, después de tantos años, había comprendido que el más mínimo contacto en esos momentos podía hacer que el otro explotase nuevamente-, yo te comprendo –ni tan siquiera una simple mirada por parte del otro-. ¿Sabes una cosa? Yo también veo a hide. 

Lentamente, Yoshiki levantó la vista hacia el otro, observándole un tanto sorprendido con una mirada que escondía un atisbo de enojo. Parecía que aquel hombre había elegido las palabras adecuadas para iniciar la conversación. 

-¿Por qué nunca lo dijiste? ¿Por qué me hiciste creer durante todos estos años que me estaban mintiendo? 

-Porque yo no le veo igual que tú, Yoshiki –el otro tornó dudosa su mirada-. Yo sólo puedo verle reflejado en ti. 

-No lo entiendo... 

-Yoshiki –le sonrió, mirándole por primera vez durante aquellos momentos-, yo veo el brillo de sus ojos en los tuyos; puedo ver su sonrisa grabada en tus pupilas. Después de tanto tiempo, mirarte a los ojos aún me cuesta porque cada vez que lo hago veo su sonrisa. No sé cómo lo hizo, pero en tus ojos la guardó antes de irse. 

-¿De irse? –miró al techo de la habitación, como si estuviese contemplando algo- Él se marchó una vez, pero regresó y no se ha vuelto a ir. hide siempre está conmigo. 

-Yoshiki –le llamó, pero el pianista parecía absorto en sus propios pensamientos-, Yoshiki –esta vez le miró, y el guitarrista apartó su vista directamente de los ojos del otro-. ¿Tú sabes por qué se marchó? 

-Regresó. Eso es lo que importa. 

-No lo hizo. ¿No lo comprendes? hide no regresó porque no podía. 

-Pero yo... 

-No, Yoshiki –negó lentamente con la cabeza, conservando aún esa cálida sonrisa-. Debes comprenderlo, tienes que aceptar que hide se marchó y que lo único que nos queda de él es su recuerdo. Lo que tú ves es sólo un recuerdo de su imagen. 

-Eres igual que Toshi –se apartó del otro y le miró dolorido por las recientes palabras que habían llegado a sus oídos-. Quieren hacerme creer que estoy enfermo. ¡Pretenden que yo me olvide de hide al igual que hicieron ustedes! 

-No, jamás –aunque aún le miraba un tanto receloso, quiso creer aquellas negaciones que tan seria y firmemente se reflejaban en aquel rostro-. Aceptar que alguien se ha marchado de nuestro lado no implica el tener que olvidarle –observó al pianista girar su vista a un punto fijo a su costado-. Yo no le he olvidado; Toshi no le ha olvidado. Sólo lo hemos aceptado. 

-Pero él está aquí... –sonreía, iluminando todo su rostro, mientras parecía ver a aquel loco guitarrista. 

-Yoshiki, han pasado diez años. Acéptalo de una vez. Por favor. 

-Pero hide regresó a mi lado. 

-Por favor –agarró el rostro del otro con sus manos, haciendo que le mirase-. Por favor. ¿Acaso no deseas salir de este lugar? –por los ojos del otro pasó un pequeño brillo al tiempo que asentía lentamente con la cabeza- Entonces acepta que lo que ves no es real y que hide falleció. 

-¡Pero esa no es la verdad, Tomoaki! –se levantó del suelo, furioso con quien hablaba- ¡¿Por qué dices esas cosas frente a él?! –señaló a su lado, donde la nada se abría paso en la habitación- Le hieres con tus palabras... nos hieres –bajó la mirada y con su mano parecía agarrar algo invisible en el aire-. Dícelo... 

-Así tan sólo conseguirás dañarte algún día. Acepta que ya no está aquí, que nunca volverá –apeándose del lugar, caminó con cautela hasta Yoshiki-. Si haces eso tan sencillo, te librarás de sus cadenas y él ya no... 

-¿Ya no estará conmigo? ¿Es eso? 

-Sólo habitará en tu corazón. 

-Pero... yo no quiero eso –se alejó del hombre de largos cabellos, mirándole incrédulo. ¿Cómo podía siquiera insinuar que hide se fuese de su lado?-. Yo sólo le quiero a mi lado. Eso es lo único que necesito. 

-Comprende que... 

-¡Es que yo no quiero comprender las mentiras que intentan hacerme creer! –fuera de sí, el pianista apartó a su compañero de un empujón, yendo luego hasta la puerta- No entiendo por qué me hacen esto... ¡¿por qué?! –se agarró la cabeza con ambas manos, haciendo que mechones de su cabello quedasen atrapados entre sus dedos. 

-Yoshiki, cálmate... 

-¡No! ¡Fuera de aquí! ¡FUERA! –cayó de rodillas al suelo, aún con la cabeza entre las manos; se mecía ligeramente de delante hacia detrás, igual que un pequeño niño con el miedo calado en los huesos- No quiero, no quiero... ¡no quiero! ¡No quiero volver a verles! ¡Váyanse! ¡VÁYANSE! 

Rápidamente, la puerta de la sala se abrió y por ella apareció el doctor junto con aquel ex vocalista y un par de enfermeras tras ellos; se encontró de golpe con la misma escena montada cada vez que se nombraba a aquel ser que tanto repetía que le acompañaba. Impotente, observaba cómo ese hombre, derrocado a sus pies, se mecía y murmuraba frases que no podía escuchar claramente; observaba cómo había fracasado su primer caso, con el que tantos años llevaba; observaba a un hombre totalmente desquiciado por lo que ese doctor creía que era una enfermedad mental. ¿Acaso había algo más que hacer ahora?  

Aunque ninguno de los presentes lo dijera, todos tenían en mente ese horrible adjetivo para describir el paisaje encerrado dentro de la habitación. Macabro. Su mente había volado de nuevo y ahora su mirada se veía mucho más perdida que en anteriores ocasiones; encogido en sí mismo, aquel hombre tiraba de sus cabellos y tapaba sus oídos para no escuchar las palabras que aún no salían de boca de nadie pero que él ya podía presentir. Ese insano nombre salía una y otra vez de sus labios. “hide... hide... hide”. Grotescamente, las sombras iban apoderándose de la poca luz que ahora relucía, creando pequeñas figuras casi fantasmagóricas aún por definir. “hide...”. Él ni tan siquiera prestaba atención ya a las personas que le rodeaban; sin embargo, había hecho algo mal, todavía lo estaba haciendo, y sabía que tenía que pagar por ello. “hide... no quiero...”. Demasiado tarde. Ahora, su particular tortura se apoderaría de él y así, una vez más, el joven de cabellos fucsias se iría de su lado durante un tiempo. Porque, a donde iba Yoshiki, no estaba permitida la compañía. 

-Llévenselo. 

-------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------  

 

“No importa a dónde vayas ni dónde estés ahora, yo siempre estoy a tu lado... No dejes que nadie te diga lo que debes ver, lo que debes pensar... Tú y yo sabemos lo que es real y lo que no lo es. ¿Verdad, Yo-chan?”. 

Aquel blanco cegador volvía a reflejarse nuevamente en mis holgadas ropas. Después de tantos años yendo a ese lugar, mis ojos ya se habían acostumbrado a semejante blancor. Ya ni tan siquiera intentaba escapar de allí, pues me había dado cuenta de que era algo inútil e imposible. Quizás fue sólo para comprobarlo... tiré de uno de mis brazos, intentando levantarlo, y comprobé con tristeza y resignación que ahí estaban de nuevo las tiras de cuero que ataban e inmovilizaban mi cuerpo. No importaba cuánto tiempo llevase visitando ese lugar, la presión en mi pecho continuaba y mis muñecas y tobillos aún no se acostumbraban a estar privados de la libertad.  

Miré a mi alrededor. Noté que me dolía el brazo; otra vez me habían inyectado ese extraño líquido incoloro. Por eso hide se iba de mi lado; a él no le gustaba ese líquido que me inducía en un profundo sueño donde todo era oscuridad y apenas unos pequeños trazos de luces de colores eran vistos. Pero mi mente ya estaba de vuelta en esa sala acolchada y forrada de blanco, entonces, ¿dónde estaba hide? Observé todos los rincones a los que mis ojos llegaron, pero él no se encontraba allí; no podía escuchar su respiración ni su risa. 

-hide, ¿dónde estás? 

-Estoy aquí, Yo-chan. 

Miré por todos lados, en busca de la voz que me había hablado... pero no le vi. ¿Por qué oía su voz y no podía ver su rostro? ¿Por qué me torturaba aún más? Le llamé de nuevo, pero esta vez no obtuve respuesta alguna. Quise llorar y gritar. Deseé que me sacaran de allí. Me sacudí violentamente, pero ni aún así pude soltar las amarras que retenían mi cuerpo en aquella posición sobre la incómoda cama.  

De repente, una mano se posó delicadamente sobre mi frente y yo quedé quieto al instante. Aunque tenía los ojos cerrados intentando retener las lágrimas, supe quién estaba allí a mi lado. Relajé todo mi cuerpo y dejé salir con urgencia las rebeldes lágrimas. 

-¿Dónde estabas? 

No me respondió. Bajó la mano posada sobre mí hasta mi cuello, acariciando superficialmente la piel de mi rostro. Quise abrir los ojos, pero tuve miedo de que si lo hacía pudiera darme cuenta de que él no estaba en realidad junto a mí. Agarró mi cuello, haciendo una pequeña presión en él, mientras su otra mano separaba los mechones de mi cabello y su aliento rozaba mi boca. 

-No vuelvas a dejarme, por favor. 

-¿Me perdonarás? ¿Me perdonarás por haberme ido? 

-Sólo quédate a mi lado... 

Y le vi. Abrí los ojos y ahí estaba, a escasos centímetros de mi rostro, sonriendo con la ternura de siempre. Aún me seguía preguntando cómo los años no habían afectado ni a su expresión y al brillo de su mirar. Me regaló uno de sus besos, tan ligeros como las nubes, y yo sentí que la presión en mi pecho ya no era tanta y que las amarras de mis extremidades no estaban tan apretadas. Sus ojos me hablaron y me dijeron que nunca me dejarían. ¿Cómo podía alguien decirme que esto que sentía no era real? Ellos no tienen ni idea. 

Escuché una puerta abrirse. ¿Qué hora debía ser? ¿Cuánto tiempo había pasado? Miré hacia la entrada con temor, pero no por quien pudiera asomarse, sino por temor a que hide apartase el contacto. Pero él seguía junto a mí. Dos hombres con batas tan blancas como las paredes del lugar se acercaron hasta mi cuerpo inmovilizado y uno de ellos comenzó a desatar mis tobillos. Me dolían. Podía sentir cómo las antiguas marcas rojas se hacían visibles nuevamente. Otro hombre empujaba mi cuerpo contra la cama, como si tuviera miedo de que saliera corriendo en cuanto ya no sintiera las ataduras. Qué estúpido. ¿Por qué me iba a marchar si todo lo que necesitaba estaba a mi lado? Cuando liberaron mi cuerpo, me condujeron hasta aquella silla de ruedas en la que siempre me sacaban de ese lugar. Mis muñecas se vieron cautivas nuevamente en esa silla, pero ya no me importaba. Ya nada me importaba. 

Veía a hide caminar con aires alegres frente a mí; daba pequeños saltos mientras tarareaba una de sus canciones y su cabello danzaba de derecha a izquierda, de arriba abajo. Me reí mientras él me sonreía. En aquella silla fui conducido hasta nuestra habitación. Una vez dentro, volvieron a soltar aquellas tiras que me maniataban y al fin pude sentarme junto a él en la cama. La puerta se cerró y el pestillo giró dos veces. La luz entraba a trozos por aquella ventana trancada con un pequeño candado. Estaba completamente encerrado. Sin embargo, hide estaba allí, sonriéndome como si nada hubiera pasado, tranquilizando mi interior.  

-Feliz cumpleaños, hide. 

 

------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- 

Era una de las situaciones más difíciles a las que se había enfrentado en su vida, si no la que más. Admitir que era un caso perdido, que realmente no podía hacer anda por aquel pianista. ¿Qué había fallado? ¿Qué había hecho mal? Ya poco importaba el por qué y el cómo. La realidad era que no podía hacer absolutamente nada por el paciente que parecía haber perdido la poca cordura que pudiera retener. La parte más dura no era aceptar él mismo que había fallado como médico, sino explicarle a los familiares que había fallado. Durante años vio llegar este momento, pero nunca creyó que se daría de bruces contra él. 

-Entonces, ¿ya no se puede hacer nada? 

-Pero eso no es posible... Tiene que haber una última solución. 

-Lo lamento –el doctor bajó el rostro, avergonzado y apenado por lo que creía su propio fallo-. El Yoshiki a quien conocían ya no está aquí. Es imposible recuperarle. 

-Pero... pero...  

-Aunque, quizás los electroshocks puedan... 

-Ni hablar –miró impasible al doctor que le proponía aquella espantosa salida-. No consentiré que le borren sus recuerdos. 

-Sólo sería una parte ellos, los convenientes a sus alucinaciones... 

-Tiene razón –Toshi observaba la nada mientras distintos pensamientos y emociones de revolvían en su interior-. Yo tampoco lo permitiré. 

-Siendo así, lo lamento. 

-Yoshiki... 

-Se ha ido –el guitarrista susurraba sus palabras igual que si hablase consigo mismo; el largo cabello rizado ocultaba su rostro agachado-. Se ha ido con hide. 

-Pero él no está muerto, no ha podido... 

-Sí, Toshi. Está con él –incomprensiblemente para el otro, el guitarrista sonreía mientras le decía esto-. Nada tiene que ver que no haya muerto. Yoshiki finalmente se ha marchado con hide. 

Sin tan siquiera despedirse y aún con una pequeña sonrisa, Pata salió de aquel despacho que ya tan bien conocía, dejando a los otros dos allí sin decir una palabra. Él nunca quiso sentir lástima por Yoshiki ya que, en cierto modo, le envidiaba. Él también había querido dejarse llevar en un instante, perderse de este mundo y crear uno donde el guitarrista no hubiera fallecido; uno donde ambos podrían ser felices. Sin embargo, no se dejó llevar. No supo si fue un acto de valentía o de cobardía. De todas formas, él sabía que Yoshiki era el único que se merecía crear un mundo con hide; era el único a quien hide correspondía realmente. Sonrió un poco más al saber que ahora Yoshiki podría vivir tranquilo, aunque fuese en un mundo plagado de irrealidades y grandes mentiras. Ellos habían hecho todo lo posible, pero la última palabra siempre había sido de aquel pianista, él era quien elegía su mundo. Salió, sabiendo que jamás volvería a pisar aquel lugar. 

-------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------  

 

-2 de mayo de 2008- 

Últimamente, nuestras salidas al exterior eran mucho más comunes, y el tiempo que permanecíamos fuera se había alargado. Tanto tiempo atrás fue la última vez que estuve en aquella habitación blanca que yo no lo recuerdo. El candado que impedía que la luz del día entrase directa y completa por la ventana había desaparecido. Cada día me despertaba viendo unos cabellos fucsias frente a mi rostro. 

-Ohayo, Yo-chan. 

Su voz se clavaba en mi cuerpo cada día al despertar. Nunca dejó de sonreírme; nunca más se marchó de mi lado. Le observé mirar por la ventana mientras susurraba algo par así mismo. El brillo de los rayos del sol le daban un extraño pero hermoso aspecto delicado, como si fuese una muñeca de porcelana. Caminé hasta él y miré yo también por la ventana, intentando adivinar qué era lo que estaba observando con tanta atención. Sus brazos rodearon mi cuerpo por la cintura y reposó su cabeza sobre mi hombro. Su aliento golpeaba contra mi cuello. 

-Yo-chan, ¿verdad que hace un día muy bonito para salir? 

-Es cierto. 

-Entonces, ¿a qué esperas? –se separó de mí y me tendió una mano para que posase la mía sobre ella- Vamos, Yo-chan. Vamos a ver el cielo. 

Corrimos por los pasillos aunque no tuviésemos ninguna prisa, sólo lo hicimos por el placer de notar el viento azotar nuestros cabellos. En la puerta, la luz del sol cegó mi vista por un instante y hide desapareció de mi campo de visión. De repente, como si supiera de mi miedo a no verle, agarró mi mano. Con los ojos entrecerrados aún, paseé cogido a él hasta llegar a la sombra de aquel árbol bajo en que siempre nos sentábamos. 

-Yo-chan, mira. 

Dirigí mi mirada hacia donde su mano señalaba. En una de las ramas del árbol había hilvanada una telaraña finísima que parecía apunto de ser rota; en ella, una pequeña araña casi flotaba en el aire. Un sentimiento de calidez me sobrevino de repente, y noté la espalda de hide apoyada sobre mi pecho. Respiré hondo, inhalando su aroma, su dulzor. Pasé una mano por su cabello mientras aún observaba a aquella pequeña araña que me tenía fascinado. Una tarareada melodía nos acompañó. 

-Yo-chan, por favor, canta aquella canción. 

-¿Cuál? 

-Aquella que me escribiste. 

-Oh... aquella...  

 

“I can’t live without you here in the dark

I whisper your name over again

Give me the strength to seize the light

If I should find a way… 

… I can’t live without

I can’t give without

I can’t breathe without you

Here in the world… 

I’ll be and I won’t say goodbye ‘cause I…

I know I’ll be with you”. 

 

------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- 

Porque aquello que habita tu corazón es imposible de desterrar y ni la ciencia más avanzada puede contra ello; porque una persona no estará realmente muerta hasta que se le olvide por completo. La muerte no nos roba a las personas que amamos, tan sólo nos las guarda e inmortaliza para disfrute de nuestros recuerdos. Si alguien vive en tu corazón, nadie podrá sacarlo de ahí, porque esa persona nunca lo abandonará.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).