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El Fuego En Mí 3: La última llamarada por Daggett

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El Fuego en mi 3: la última llamarada

 

 

Episodio 45

 

 

Cadenas de fuego

 

 

 

Era un hombre rudo, quizá odiado por todos los criminales de la región. Incluso de alguno que  otro colega. Greg Montoya se sabía el hombre más odiado de aquel lugar. La suprema corte de justicia, el juez de hierro, el juez Montoya.

Mientras  aquel automóvil oscuro entraba en las instalaciones, Montoya miraba su agenda electrónica, hoy tenía audiencia con aquella mujer que rogaría por piedad y menos años para su joven hijo. Sonrió de medio lado, este trabajo si tenía sus recompensas.

Era hermoso tener tanto poder, y no precisamente el poder legal…

 

-Hemos llegado- dijo el hombre  robusto detrás  del volante.

 

Montoya, de rostro severo y cabellos blancos asintió tomando su maletín.

 

Espero a que su regordete chofer le abriera la puerta. Le gustaba ser servido de esa forma. El perfil que alguien de su clase merecía. Él se sabía especial en este mundo.

 

Entre la semi oscuridad del lugar, avanzó dejando a su empleado. Avanzó entre los coches de sus colegas, divisando un viejo sedan de color verde. Esto le indicaba que Noemí ya había llegado.

Sonrió para sus adentros, al menos la chica hoy si llegaba temprano. Adelante había un lugar con tres ascensores, sin lugar a duda, el suyo era el de en medio. Entró mientras oprimía el botón rojo, rápido las puertas se cerraron.

Al abrirse de nuevo, estaba en un gran lobby. Un mundo de abogados, en vueltos en prada o channel se paseaban unos detrás de otros.

Antes de salir de aquel ascensor, una chica morena y gafas redondas se acercó a él. Llevaba una montaña de papeles que apenas dejaban asomar sus gafas. Al final de la pila de papeles, había una tasa humeante de café

 

-Buen día, juez Montoya. La Sra. Sanz acaba de llamar, para confirmar su cita, es acerca de su hijo.

 

Montoya negó con la cabeza, su secretaria no era como las demás. Era torpe y algo fea. Quizá ese era su único defecto, tener una asistente fea. Cogió la taza y dio un sorbo. Sabía muy mal, hasta para eso era inútil aquella chica. Dejó la taza de nuevo  de donde la había tomado, en la fila de papeles que cargaba la chica.

 

-No tomaré  llamadas en toda la mañana, Noemí.

 

-Por supuesto señor- dijo la chica mientras dejaba paso al adusto hombre. Montoya siguió su camino por el pasillo izquierdo, el más solitario del edificio. Pronto estuvo en una enorme sala con pequeñas oficinas de cristal.

Saludó con una seña de la mano a algunos ocupantes, algunos otros jueces u abogados. Toda la elite.

 

Llegó hasta su propia jaula de cristal y cerró la puerta detrás de él. Dejó su maletín en el sillón frente a su escritorio. Hoy no estaba de humor para ver a los demás o que los demás lo vieran. La silla presidencial estaba de espaldas…

Activo un interruptor en su escritorio y las lámparas del techo se dirigieron a las paredes de cristal, creando el efecto de un espejeado, haciendo imposible que la gente de afuera le viera.

 

Y fue entonces, cuando se sintió a solas y en completa intimidad…

 

 

-Juez Montoya

 

La silla presidencial giró mostrando a un hombre de rasgos femeninos y hermosos cabellos negros, largos como un cuento de elfos y hadas.

 

-¿Que diablos…?- dijo el sobresaltado Juez. De verdad no esperaba ver ese rostro nunca más en su vida.

 

-Te debes sentir el dueño del mundo, aquí en tu silla y en tu oficina de cristal.

 

-Jayce- murmuró, su rostro severo mostró temor.

 

-Ese soy yo, el miembro más poderoso de la triada.

 

Montoya se pasó sus gruesas manos por los cabellos. Aquello no era posible. Él no podía estar vivo y mucho menos encontrarlo, la gente poderosa de la organización A era secreta, inexistente e inalcanzable para gente de menor rango, como la triada.

 

 

-Seguro debes estar sorprendido, anciano- dijo el hombre de cabellos largos. –Donovan les dijo que había muerto calcinado, por el gran Dios Azura.

 

-No…no puedes…-

 

-¡Si puedo!- dijo levantando la voz.-juré estar con ustedes hasta la muerte y lo único que conseguí fue ser olvidado, ni siquiera fui objeto de ser buscado, nada, solo el olvido. Yo y mis horribles cicatrices.

 

-Donovan informó que entorpeciste la misión, por tu culpa, aquel niño se hizo nuestro enemigo, aliado de la bestia.

 

 

-Bueno, si- dijo sonriendo y modulando el tono de su voz. –realmente no estoy aquí por venganza en contra de la organización.

 

De forma descarada, Jayce llevó la mano a su entrepierna. Apretó aquel bulto del que se sentía tan orgullo y bajó el zipper. Metió la mano lentamente, muy lentamente, todo bajo la atenta mirada de Montoya.

Jayce sonrió lascivamente y se mordió el labio inferior. Lentamente extrajo su mano y con ella, un extraño cristal verde, puntiagudo, como si fuera una hermosa estaca de cristal.

 

-Háblame de los cuatro pilares, anciano.

 

Greg Montoya tuvo que aflojar el nudo de su corbata, esto era la cosa mas jodida que nunca pensó vivir, aquello era un secreto. El cristal abandonó la mano de Jayce y comenzó a girar en el aire, suspendido mortalmente y listo para encajarse en el otro cuerpo.

 

-Se que existen- repuso Jayce. –cuatro personas que sostienen a la organización A, los verdaderos jefes, los todo-poderosos, los amos del coliseo oscuro.

 

El cristal avanzaba lentamente en dirección al corazón…

 

-Quien…quien te habló…quien…- balbuceó el temible juez.

 

 

-Aprendí el idioma madre, de las antiguas escrituras. Aquel lenguaje prohibido para nosotros, por ustedes, los cuatro  pilares.

 

-¿ustedes?- aquello estaba muy mal, muy, muy mal. Y el maldito cristal que se acercaba.

 

-Así es, sé que eres uno de los cuatro pilares, Azura te entregó parte del poder máximo. Vives en este mundo desde la época de Azura. Él personalmente te entregó el don. Envejeces lentamente, muy lentamente, diría que estas bien conservado para la edad que tienes.

 

Montoya levantó las manos, imitando la figura de un cristo, ahora nadie podía tocarlo. Ni siquiera el cristal, que dejó de girar y retrocedió rápidamente a las manos de Jayce

 

 

-una barrera, muy ingenioso. Lastima que no la sostendrás mucho tiempo-. Dijo al tiempo que el cristal se escondía en su gabardina.

 

-Tonto- como bien dices, soy uno de los cuatro pilares, no puedes tocarme- el hombre rompió su posición y metió las manos a su saco. Extrajo un teléfono celular para luego mirar con burla a Jayce.- todos van a enterarse de esto, van a cazarte como un perro…

 

Jayce se levantó de la silla presidencial y sonrió con sarcasmo. –No, usted va a morir, pronto…

 

Una fuerte punzada en el corazón, le avisó al juez que algo andaba mal.

 

-Lamento decirle, que su secretaria, Noemí. Murió anoche, me dijo cosas interesantes durante la tortura.

 

El campo de fuerza invisible fue roto, Monto ya no tenía fuerza para sostenerlo. Jayce avanzó, mientras el hombre cayó de rodillas, la opresión lo ahogaba sobremanera.

 

 

-La chica que le dio la taza de café no es Noemí, es solo una replica…uno de mis chicos.- le informó mientras levantaba la mano, el dorso se mantenía recto, como una cruel espada fuera de la funda.- última oportunidad, Montoya, tres personas más en este mundo tienen el tesoro de Azura, los cuatro pilares, ya tengo uno, el tuyo.

 

-Púdrete, hijo de puta- fue la débil respuesta, el juez apretaba los dientes mientras babeaba.

 

-Respuesta equivocada.

 

Jayce dejó caer su brazo. El cristal detrás de Montoya mostró una leve y recta ralladura. Algo muy fino para descubrir a simple vista.

 

En la frente del juez, comenzó a nacer un perfecto hilo de sangre, acto seguido, la raya fue bajando, en pocos segundos…el cuerpo del juez estaba cercenado perfectamente en dos.

Justo ahí, entre las dos mitades, apareció un dije de plata, envuelto en sangre…

 

La figura de una A…

 

Jayce la tomó, ya tenía una…quedaban tres.

 

 

 

 

******************

 

 

 

-Así no, amor- dijo la suave y varonil voz al oído de Alex, aquellos susurros le hacían estremecer.

 

Alex y Max juntos en el gran jardín de la mansión Dumas, junto al árbol donde se confesaron su amor por primera vez, testigo de aquel beso…

 

El menor ya de 17 años, tenía entre sus manos el videojuego portátil. Su espalda, pegada al firme pecho de su amante, Max con sus 20 años. Totalmente enamorado de su chico. Y pensar que pudo haberlo perdido…

 

Max, el castaño de ojos azules se recargaba en aquel árbol, mientras sus brazos abrazaban la pequeña cintura del menor, sus mejillas unidas mientras veían al soldado del videojuego moverse torpemente.

 

 

-Fue mala idea comprar esta cosa- dijo la voz impaciente de Alex, quien abandonó a un lado dicho aparato, para recargarse más en el fuerte pecho.

La mano de Max viajó a la mejilla de Alex y lo atrajo para poder besarlo.

El beso fue suave, lento y mojado. Lleno de amor y de anhelo.

 

Aquello era el cielo para Max. Su pecho bombeaba furiosamente cuando estaba con Alex, en los momentos tiernos, en los momentos ardientes de cada noche, cuando le hacia el amor, cuando observaba esa espalda curvearse por el placer prodigado. Max era preso de Alex desde la primera vez que lo vio…él lo sabia, era una dulce condena y estaba dispuesto a vivirla.

 

Ambos chicos rodaron por el pasto y el mayor se posicionó sobre el menor, entre sus piernas, reclamándolo como suyo. Desde ahí, vio los intensos ojos negros brillar de felicidad, revolvió sus cabellos negros, largos y sedosos.

 

Se acercó a él y lo beso furiosamente. Quería comérselo ahí mismo…

 

-Max- susurró Alex, lleno de felicidad, cuanto este abandonó su boca para instalarse en su cuello.

 

-Te amo- dijo el mayor en respuesta, mientras saciaba su hambre con ese cuello perfecto.

 

Ahí venía de nuevo el descontrol de sus emociones. La vista de Alex se nubló, mientras su amante atacaba su cuello, mientras aquellas manos fuertes le estrujaban todo el pecho.

El menor parpadeó y al instante, sus ojos negros dejaron de tener brillo…

 

Aparecieron aquello posos del infierno, la esclera de sus ojos se tornaron oscuras…

 

El videojuego junto a ellos comenzó a humear, para luego sacar pequeñas chispas.

 

Max se levantó al percatarse del olor característico de cables ahumados.

 

-Rayos- dijo Max –la cosa esa se chamusco.

 

Alex miró el aparato con temor, esto ya comenzaba a ser bastante frecuente. Primero el televisor, el aire acondicionado y ahora el aparato ese…

 

Max sonrió con cariño al ver la carita asustada de su amor…-No te preocupes, cariño, compraremos otro, quizá no soporta estar al sol.

 

-Si, quizás se eso- respondió lacónicamente. –quizás sea…eso.

 

 

 

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Aquella noche después de hacer el amor, lento, suave y apasionado. Mientras Alex dormía en el pecho de Max. El mayor sucumbía ante sus temores. En el llamado que aún no se daba.

 

Habían pasado seis meses de pura felicidad y cotidianidad al lado de Alex, la universidad y los negocios de la familia Dumas.

Aún así, el castaño sabía que una sombra se cerraba alrededor de él. Cadenas invisibles que lo ataban de por vida a la triada.

Recordó la muerte de Kass en aquella carretera. Ese al final, era el destino de todos los miembros de la triada. Morir en la misión.

 

Revolvió los cabellos negros De Alex con cariño, quizás hoy lo llamaran, quizás hoy sería la última noche…

 

 

Y no se equivocaba…

 

 

 

Donovan, vestido de traje negro, como siempre. Estaba parado en medio de aquel oscuro y antiguo coliseo, donde solo una luz central le iluminaba. Nunca podía ver las caras de aquellas personas tan influyentes alrededor de él. Aunque si escuchaba sus voces…

 

 

-Han matado a un importante Juez- Dijo una voz gruesa masculina. –reúne a la triada y averigua en que condiciones fue.

 

 

-¿Un juez?- Donovan torció la boca, realmente no creyendo que reuniría a la triada para investigar aquello. –La policía común puede hacerse cargo de eso…personalmente, estoy siguiendo la pista de Diana y creo…

 

-Basta- lo calló una voz madura femenina. –es de vital importancia saber en que condiciones murió el juez Montoya, no necesitas saber más por el momento, vete.

 

Donovan asintió suspirando. Había llegado el momento de llamar a Salim y a Max, reunir a la nueva triada a su mando por primera vez.

 

 

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-¡Alex, espera!- gritó la rubia mientras trataba de alcanzar a su amigo en los corredores del colegio.

 

Alex trataba de ignorarla, pero Lucy no se daba por vencida. Paró en seco y se giró con el entrecejo fruncido. –Lucy, necesito espacio…

 

La rubia negó con la cabeza, aquello era imposible. –Alexander Dumas, soy tu mejor amiga, no puedes excluirme de esto.

 

-Lucy- le dijo mientras que la tomaba por los hombros. –Me estoy volviendo peligroso, las cosas con mecanismos eléctricos vuelan a mí alrededor. Sobre todo cuando mis emociones están descontroladas.

 

 

-Lo he notado, no sé como el cabeza dura no lo ha hecho.

 

-Lo he escondido muy bien, reemplazando todo lo que destruyo antes de que lo note, pero ayer…

 

Lucy negó con la cabeza. También tomó a su amigo de los hombros, luego, ambos se abrazaron. –Diablos, Lucy- dijo con la voz ahogada en el hombro de la chica. –el año pasado pensaba que me iba a morir, Max ya me explicó lo que me sucedió, fue un engaño de esa cosa que nos rondaba, pero esto…esto…

 

La rubia palmeó la espalda de su mejor amigo, ambos ya conocían la respuesta.

 

-Nunca le has dicho al cabeza dura como fue que despertaste.

 

-No- respondió con la voz apunto del llanto.

 

-Ya sabemos lo que pasa, Alex, fue esa mujer cuando te sacó del coma. Ella te hizo esto.

 

Alex se despegó de Lucy, parpadeando consecutivamente. –mis recuerdos son confusos. Recuerdo el día que tio Nigel me encerró, recuerdo que me sentí muy mal, perdí el sentido, estuve soñando cosas raras, con Kyle…

 

 

-Fueron los peores meses de mi vida, Alex. Pensaba que nunca saldrías del coma. Tu familia iba a desconectarte del respirador.

 

-Y desperté- continuó el chico, secándose las lagrimas. –vi a…Diana…con una peluca rubia, me sonrió y me dijo algo que no recuerdo. Sentí el dolor en el dorso de mi mano.

 

 

Alex levantó la mano derecha y enseñó a Lucy la leve cicatriz, casi imperceptible a simple vista. Un  pinchazo…

 

-Traté de negarme a mi mismo ese encuentro, pensaba que era un sueño, ¡pero tengo esta maldita cicatriz!

 

-Alex- dijo la chica para tratar de calmarlo.

 

-Max cree que fue el tio Nigel, le dije que el me hizo esa herida con el atizador de la chimenea, pero la verdad es otra Lucy…¡otra!         

 

 

Alex se llevó ambas manos al rostro para impedir que su amiga viera su llanto.

 

-Tranquilo, Alex, tranquilo…

 

Lucy quiso acercarse. Alex descubrió su rostro y  la chica se congeló. Los ojos de Alex habían cambiado al oscuro profundo. Algo helado y muerto…

 

 

-Tengo los poderes de Diana…- murmuró al tiempo que el cielo se nublaba peligrosamente.

 

-Alex- volvió a decir la chica mientras por fin decidió acercarse. Lo abrazó nuevamente y el cielo volvió a aclararse. –Tendrás que decirle a Max, para que te ayude a controlar tus poderes.

 

 

 

Mientras tanto, Max salía de una rutinaria clase al lado de su compañera B, una chica hermosa de color.

 

-Sabes, Max…este año solo tiende a mejorar.

 

-Y que lo digas- respondió el castaño sonriente. –todo ha ido para bien desde hace algún tiempo.

 

-A ti se ve más feliz, ¿a que se debe?

 

El castaño iba a responder cuando sintió vibrar su teléfono móvil. Al sacárselo de la bolsa del pantalón vio el registro y sonrió ampliamente cuando vio la leyenda de “Alex  llamado”

 

-Un minuto- le indicó a la chica mientras se apartaba para responder a gusto.

 

 

Tomó la llamada y pronto escuchó la amada voz al otro lado de la bocina.

 

-Max- la voz de Alex era ronca, era evidente que estaba llorando.

 

-Pequeño, que te pasa- respondió al instante.

 

-Necesito verte ahora, ya no puedo más.

 

-iré por ti al colegio, espérame ahí, ¿Qué te pasa?- la voz de Max sonaba desesperada. No soportaba ver sufrir a su amor.

 

-Te esperaré

 

Max terminó la llamada realmente preocupado. Algo no andaba bien con su niño.

 

 

 

-te veo, luego, B

 

Max salió a toda prisa por el estacionamiento buscando su coche. Rápido quitó la alarma. Abrió la puerta del flamante mercedes, cuando una mano le arrebató las llaves.

 

 

-¿Qué demonios…?

 

-Hola, Max

 

Saludo el hombre vestido en traje negro y mirada triste.

 

-Donovan

 

-Veo que me recuerdas.

 

 

A pesar de no tener nada en contra de Donovan. Max esperaba nunca ver a  ese hombre. Aquello significaba el gran error que cometió al unirse a la triada se hacía realidad.

 

-Alguien…Alex…me necesita.

 

Donovan endureció el rostro mientras negaba con la cabeza.- Recuerda que la organización A es primero, tu deber como miembro de la triada.

 

-¿justo ahora?- respondió el castaño mientras le daba un golpe al volante.

 

Donovan asintió- iremos en mi auto, aún tenemos que ir por Salim.

 

-En serio, Donovan, no es un buen día.

 

-Asi son las cosas, niño, tu lo aceptaste.

 

-No sabía que Alex estaba vivo…yo…no

 

-Las cosas no se pueden cambiar

 

-¿y si me niego?

 

Donovan se inclinó hasta asomarse bien en la ventanilla, tenía que mirar a los ojos de Max para responderle.-eso sería alta traición y se paga con la muerte. O peor aún, ¿recuerdas los delitos por los cuales purgabas condena?

 

 

Max quedó paralizado al asiento, sabiendo de antemano lo que seguía.

 

-La organización borró todo eso, Max. Mentes y papeles. Pero si nos traicionas, todo eso puede volver, las acusaciones y la cárcel. Sin contar que a eso, deberás sumarle el estar separado de Alex.

 

-Entiendo- murmuró Max mientras abría la portezuela.

 

Donovan suavizó su mirada, comprendiendo al chico totalmente. Cuando Max bajó, le palmeó la espalda…-En cambio, como miembro de la triada, cumples tu deber, salvas vidas y puedes volver a casa con tu chico.

 

 

Max se quitó la mano enseguida. Sabía que Donovan no era el culpable, pero él estaba al alcance para desquitarse.

 

-¿cual es la misión?- preguntó, mientras Donovan señalaba un auto negro frente a ellos. ¿Acaso ya encontraron a Diana?

 

-No, es algo más censillo. Visitar la escena de un crimen. El lugar es inaccesible.

 

 

 

 

Salim era un apuesto chico de piel muy blanca y cabellos negros. Sus ojos verdes lo hacían más atractivo para la población femenina, aunque también para un sector de la población masculina.

Al salir de clases, siempre iba rodeado por su sequito de chicas. Y hoy no era la excepción.

 

A sus 14 años, la vida le sonreía… sobre todo, por que se sabía especial.

 

 

En el estacionamiento de la escuela logró vislumbrar un auto negro, muy familiar para él.

 

El grupito de adolescentes que lo rodeaba se paró junto con él. –Nos vemos luego, chicas, alguien vino por mi…

 

Las niñas a su alrededor hicieron cara de tristeza, pero le dejaron partir.

 

 

El chico aceleró el paso hacía el automóvil negro. Donovan le hizo una seña y enseguida entró en la parte trasera.

 

-¡Por fin!_ exclamó apenas había entrado. –por fin se reúne la triada

 

El chico se acercó y palmeó el hombro de Donovan-Hola jefe- le saludó, luego giró el rostro para encontrarse con un castaño con la cejas fruncidas y de brazos cruzados.

 

-Tú debes ser, Max.

 

 

Max asintió sin mirar al chico, no era descortesía. Su mente muy lejos de ese auto.

 

 

-Contrólate, Salim. Recuerda que hablamos acerca de  eso…

 

-ya sé, ya sé- respondió meneando la mano para después recargarse en el asiento. –no debo ser tan impulsivo, pero tu debes recordar que la organización me recluto por algo, no puedes negarlo, merezco un lugar en la triada.

 

El auto arrancó, llevándose a la nueva y reinaugurada triada.

 

 

-Escuchen esto chicos- dijo la voz  de Donovan en tono enérgico, captando la atención de Max y Salim. –la organización me ha pedido investigar un crimen. Nadie sabe de él hasta ahora. Lo han ocultado, ni la prensa se ha enterado, es probable que ni siquiera lo sepan todos en el lugar donde fue. Antes que  se haga público, antes que remuevan el cuerpo, nosotros debemos investigar para después rendir un informe.

 

-Buu, poca acción- declaró Salim, realmente decepcionado.

 

Donovan sonrió. De verdad que le agradaba el chico, pero tenía que mostrarse enérgico, sobre todo con él, era tan joven. No le parecía justo que la organización le haya condenado a esa vida siendo apenas un niño.

 

 

-¿Quien es la victima?- preguntó Max, ganándose la atención de Salim, era la primera vez que escuchaba su voz.

 

-El reconocido Juez, Greg Montoya.

 

Max asintió, vagamente lo recordaba por algunas apariciones en tv, sobre todo en las noticias. Era el juez más duro de la ciudad, sin duda con muchos enemigos.

 

-Nuestro trabajo…- prosiguió Donovan, -es entrar en la escena del crimen. Nada fácil para la gente común, gracias a Azura, este no es nuestro caso.

 

La verdad era que Max deseaba acabar con todo aquello pronto. Entre más rápido y más fácil fuera el trabajo. Más pronto volvería a casa. De repente le dio la sensación que ya debía estar en otro lugar…

 

-¿En que piensas, niño de fuego?

 

La voz de Salim lo sacó de su ensoñación. Abrió lo ojos y se encontró con los inquietos ojos verdes que le miraban con curiosidad. El chico estaba detrás, asomándose curiosamente hacia el lado de Max.

 

-Deja de molestar- rugió Donovan al volante.

-No es contigo, Donovan- le respondió airadamente el pequeño.

 

-Max no tiene por que soportarte…

 

-Déjalo- interrumpió el castaño. –la verdad es que no me molesta.

 

Salim torció los labios en una mueca muy parecida a una sonrisa de superioridad. –Lo sabía, sabía que no eran tan amargado como Donovan.

 

Max sonrió por primera vez. Si estos tenían que ser sus compañeros de trabajo. Más valía llevar la fiesta en paz.

 

Donovan volvió la vista al camino. Ya estaban por llegar y comenzaría la parte difícil.



D&D-D&D-D&D-D&D-D&D-D&D


Diana descendía por aquellas escaleras hacía un viejo sótano oscuro. Había muchas cosas viejas de su pasado en ese lugar.

Viejas revistas mostrando su fama pasada de modelo, algunos trofeos envueltos en telarañas. Sonrió para sus adentros cuando vio hacía una cama, donde reposaba un rubio con múltiples heridas en su pecho desnudo.

 

La pelirroja se acercó y se sentó en la cama. Acarició levemente las heridas del rubio y sonrió…

 

-Knox o Eric, como te llames. Que iluso fue Donovan. Cuando levanté el polvo del desierto, no fue para mostrar una graciosa huida. Salí primero que todos de aquella estación, llevándote conmigo, te enterré momentáneamente para pelear en contra de Max, pero nada pude hacer, el cristal negro no existe más.

 

Diana acarició los cabellos del rubio, que ya no estaban en forma de picos. –Pero eso no importa, aún existe el cristal verde y lo que es mejor, yo te tengo a ti.

 

El rubio abrió sus ojos, ya no eran de color rojo, ahora se tornaron grises, como eran un principio. –Donde…estoy…- dijo con voz pastosa, daba la impresión que era la primera vez que hablaba.

 

-En casa- respondió Diana, dándole una calida sonrisa

 

-Quien…eres…quien…soy

 

“mi nuevo juguete”

 

Los ojos grises de Eric lucían devastados, cansados. Y sin saber por que, se sentía mal. Lleno de una extraña culpa. Pero en el fondo de su alma había algo siniestro, algo latente y listo para despertar.

 

-Recupérate pronto- dijo la pelirroja acariciando la mejilla del joven. –Eres un gran guerrero que no debe estar en cama mucho tiempo. Eres un…soldado.


*********************************

 

 

Departamento de justicia. La dama ciega con la balanza se erguía orgullosa ante el automóvil que detenía su marcha con tres misteriosos pasajeros.

 

-Hemos llegado- dijo Donovan. La cerca plateada les impedía llegar ante aquellas oficinas llenas de abogados y jueces.

 

-Supongo que es tiempo de hacer mi trabajo- dijo Salim sonriendo. Sus ojos verdes brillaban como si fuera un niño a punto de comerse un helado muy cremoso.

 

 

Max abrió la portezuela para observar mejor aquellas instalaciones. Los barrotes que la cubrían eran gruesos. Muy gruesos, y sin lugar a dudas, el lugar era enorme. ¿A que le temían tanto los abogados?

 

Donovan abrió la puerta y descendió del auto negro. El edificio parecía estar hecho de puro cristal. Rodeado de aquella cerca de tubos plateados gruesos, toda una fortaleza. Alguna vez vio una construcción similar un viejo libro. Los tiempos de Azura.

 

 

-¿Usaremos la fuerza para entrar?- preguntó Max, ya listo para volverse un meteoro y volar a través de la gran cerca.

 

Más sin embargo, Donovan solo negó con la cabeza.

 

-Para estoy yo aquí, niño de fuego.

 

 

-Pero…

 

-solo observa…- le interrumpió el chico.

 

Salim avanzó de cerca hasta la cerca. La cámara de vigilancia comenzó a seguirlo y cuando estuvo frente a la puerta, una dura voz les hizo dar un pequeño respingo a los tres.

 

-IDENTIFICATE

 

 

Max dio un paso al frente, pero Donovan se interpuso. –Solo déjale hacer su trabajo- le dijo.

 

Los ojos verdes de Salim cambiaron del intenso verde a la negrura espesa infernal.

 

 

-Abre la puerta, apaga todas las cámaras y déjanos pasar.

 

La voz de Salim ya no sonaba igual. Reverberaba, como si hablaran tres chicos al mismo tiempo.

De inmediato, la pequeña compuerta se abrió.

 

Max abrió mucho los ojos, aquello le era imposible. ¿Solo por que el lo dijo?

 

 


Salim se volvió a sus compañeros con una radiante sonrisa y sus ojos verdes de vuelta.

 

-¡Ya podemos entrar!


Dijo emocionado. Ganándose una franca sonrisa de Donovan.

 

-Ya veo- comprendió Max. –tienes el don de hacer que todos hagan tú voluntad.

 

Salim se irguió orgulloso

 

Donovan atravesó la puerta seguido de Max. Salim se retrazó para acercarse al intercomunicador- no te quedes ahí, ve al comedor y comete todas las rosquillas que puedas.

 

-Las personas no son tus juguetes, Salim- le regañó Donovan.

 

Donovan se remangó el saco y mostró una pulsera  de hilo rojo, en ella llevaba un dije con la figura de una paloma apunto de volar.

 

-Mira esto, Max. Esto inhibe los poderes de Salim. La paloma significa libertad. Te daré una después.

 

Salim entrecerró los ojos.

 

Atravesaron el jardín de lugar hasta llegar a la puerta principal.

 

Dentro de las instalaciones, el movimiento era muy regular. Hombres y mujeres vestidos de armani se paseaban con sus portafolios de aquí para allá. Entrando y saliendo de todos lugares dentro del castillo de cristal. Sin dunda, ignorantes de lo que ahí había ocurrido.

 

-Solo debemos seguir con naturalidad y encontrar el despecho del juez Montoya.

 

Max asintió nervioso. El lugar más malévolo del mundo debía ser ese. Un edificio de cristal lleno de abogados.

 

-tranquilo, Max- le dijo Salim mientras le palmeaba la espalda. –Si tenemos problemas, solo debemos llamar a un abogado.

 

Tomaron el ascensor que los elevó 10 pisos arriba en la torre de cristal. Sin duda se estaban acercando.

 

Al abrirse las puertas. Donovan se fijó en la placa que estaba frente a ellos. “Greg Montoya a la izquierda” Susan Gales a la derecha”

 

Al cruzar el pasillo, miraron a una mujer de gafas oftálmicas y el cabello desarreglado.

 

-El juez Montoya no está recibiendo a nadie.

 

Salim se abrió camino entre Donovan y Max…-A nosotros nos espera. Infórmales a los guardias detrás de la puerta que venimos a investigar antes de darlo a conocer a la prensa.

 

De nuevo, la voz de Salim era rara.

 

La mujer se llevó la mano a la sien…pero de inmediato se levantó a seguir las órdenes.

 

Abrió la puerta detrás de ella y su boca se abrió para pronunciar las mismas palabras que Salim.

 

Al instante, volvió a su lugar, seguida de los guardias. Uno era de raza negra, alto y fornido. El otro, moreno  y mas estilizado.

 

Donovan les miró intrigado. Pero al instante se abrió camino entre ellos seguido de sus chicos.

 

La mujer tomó asiento. La mirada de los guardias la siguieron con cautela…

 

 

Ya dentro, el olor no era agradable…

 

-¡Luces!

 

Ordenó Donovan, al instante, las lámparas reflejaron todas aquellas pequeñas oficinas de cristal, se podía observar francamente cada una de ellas. Pero la que llamó la atención de los chicos, fue aquella que sus paredes estaban bañadas en sangre. Sin duda, era a la que tenían que ir…

 

-Parece que les dieron el día a todo este sector- les dijo Max, mirando con horror a donde se dirigían.

 

-Lo están ocultando- respondió Donovan, frente a la puerta. La abrió débilmente, solo para descubrir el cuerpo de Greg Montoya cercenado perfectamente por la mitad. En medio de él, solo había un charco de sangre encostrada y vísceras.

 

 

Salim se llevó la mano a la boca conteniendo una arcada. Max cerró los ojos. Solo Donovan miraba atento, ahora entendía por que la organización los había llamado. Su pasado le llegó de golpe. Esto era obra de un viejo conocido suyo, un antiguo miembro de la triada que presumía muerto. Jayce…

 

 

 

Afuera, los jóvenes guardias miraban a la chica con severidad.

 

 

-¿Por qué no sacaste de ahí? Debemos vigilar el cuerpo  de Greg- rugió el fornido de color.

 

-No me levantes la voz, Orión- dijo la chica mientras se quitaba las gafas. -La voz de ese chico taladró mi mente, no tuve más remedio.

 

El otro chico tomó su teléfono móvil y oprimió una tecla al tiempo que afirmaba…-es la triada, nuestros enemigos.

 

La chica asintió con la cabeza…

 

El chico moreno espero al teléfono, un segundo después, una voz fría sonó al otro lado de la bocina.- ¿Qué pasa?

 

-La triada por fin ha llegado.

 

-Encárguense- dijo la voz

 

-Jayce quiere que entremos en acción- dijo el moreno, guardando su teléfono.

-Por fin- dijo el robusto mientras tronaba sus dedos. Sus fuertes manos reclamaban acción.

 

 

Dentro de la sala, Donovan tomaba fotos. Tenía que llevar pruebas al coliseo. No todos iban a creerse que Jayce estaba vivo. Aunque aún nada encajaba. ¿Qué buscaba Jayce al matar a un simple juez?

 

-Esto es grotesco- dijo Salim, las nauseas no se iban.

 

-Mientras no se ponga peor- respondió Max.

 

Las luces del lugar se apagaron. Un fuerte estallido hizo cimbrar los cristales de las oficinas y supieron que ya no estaban solos…

 

-Sabes que al decir eso, Acabas de llamar a la mala suerte, Max.

 

Dijo Salim al tiempo que  la triada se preparaba para su primera pelea juntos

 

 

 

 

 

En otro lugar, Alex aún esperaba por Max afuera de su colegio. El chico miraba su reloj con lágrimas en los ojos. Max ya no iba a llegar. Se levantó con la mochila al hombro resignado. Tenía que ir a casa…

Continuará...

Notas finales: Aqui arranca la tercera e última parte de historia donde todo puede pasar.

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