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Encuentros Inesperados por alsuri86

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La voz de Gloria Gaynor cantando “Its raining man” vibra, cobra vida y se retuerce entre las paredes de la discoteca y la multitud baila a su ritmo. Cuerpos que se tocan, sudan, manos que se rozan,  el alcohol que desinhibe, todo ínsita a unirse, a sublevarse, a entregarse a ese ritmo caliente a esa atmosfera de desenfreno.

Ethan los mira desde el palco,  le pican las manos, le bailan los pies, desea estar ahí, apretarse entre esos cuerpos sudorosos, desea atreverse a tocar, a ser tocado. No puede. Es imposible. Aprieta la botella que lleva en la mano con fuerza y maldice cien veces.

Desde que era un adolescente supo que lo que él sentía no era normal, normal bajo los estándares chico se excita mirando chicas, eran los chicos, sus compañeros de equipo quienes le hacían meter la mano entre la sabanas durante la noche y masturbarse hasta quedarse dormido.

- aquí tienes un corona con limón  – recibe la botella que le pasa David uno de sus colegas y le sonríe

– esta noche hay más gente de lo que imaginaba, señala a la multitud mientras le da un sorbo.

“Duma”  la discoteca de moda en la ciudad, con 4 niveles donde se toca la mejor música electrónica del momento. Donde los clientes son tan variados como los tragos que se ofrecen en la carta, una mixtura de razas, colores, sexos y preferencias, en Duma puedes encontrar las parejas más disparejas, no existen prejuicios de ningún tipo, retorciéndose en la pista de baile hombres con mujeres, hombres con hombres, mujeres con mujeres, transexuales y hombres de negocios. Todos brillando bajo las potentes luces que cambian, fluyen y se mueven como si tuvieran vida.

-Los viernes suelen ser así, ya sabes cómo es, todos salimos el fin de semana desesperados, deseando una cerveza y un buen polvo. Ethan continua mirando a la multitud, mientras termina su corona, deseando poder quizás dejar de lado lo de la cerveza e ir directo a lo del polvo. 6 meses y 28 días sin el más mínimo contacto humano, exceptuando quizás los abrazos de Jack y las muestras de afecto de Linda.

Deja la botella sobre la mesa y se acerca un poco más a David

– creo que voy a darme una vuelta, ver si encuentro algún prospecto agradable. Este asiente con la cabeza mientras enfoca su atención en una rubia que se contorsiona en la pista de baile, Ethan sonríe y trata de abrirse camino entre la multitud.

6 meses y 28 días, se repite mentalmente, 6 meses y 29 días si es que no consigue esta noche llevarse alguna muchacha dispuesta a la cama, no es que fuera difícil, Ethan lo sabía, las mujeres siempre se habían sentido atraídas hacia él, les gustaba su cuerpo musculoso, su sonrisa fácil y esa mirada que las incitaba a hacer travesuras.

Era él el problema y lo sabía, era él quien ya cansado de fingir que se excitaba con ellas, había preferido la abstinencia. Hasta hoy que su cuerpo le pedía sentir otro cuerpo pegado, caricias, besos, algo, cualquier cosa.

Llega a la barra y apoyándose en ella le hace señas al bartender – un whisky, sin agua solo hielo, por favor – le dice levantando la voz para que logre oírlo

– son 5.50 – le informa mientras desliza el vaso hacia él. Saca su billetera y esta por sacar un billete de 20 dólares cuando una voz un poco ronca y rasposa lo interrumpe.

-¿te importa si te invito? – Ethan se gira hacia la voz  y siente que se le hace agua a la boca. Apoyado en la barra en un posición descuidada y con un sonrisa maliciosa en los labios, esta un muchacho, entre 23 o 24 años, cabello castaño un poco largo con un flequillo que le cae en la frente, delgado pero definido, sexy… endiabladamente sexy.

-¿puedo?, no espera un respuesta y extiende un billete hacia el bartender – ¿te molesta que te aborde de esta manera? Le pregunta mientras se retira el flequillo hacia atrás enseñando un par de ojos azules oscuros. Luminosos. Perfectos.

Ethan no puede dejar de mirarlo y se le acelera el pulso. - ¿quieres bailar?- este se acerca un poco mas invadiendo su espacio personal y lo mira directamente a los ojos – no he podido dejar de mirarte desde el momento que entraste – se pasa la lengua por los labios y agrega – me  imaginaba, bailando contigo ahí, tocándote….¿quieres?.

Ethan siente que se derrite, coge el vaso de whisky con fuerza como queriéndose aferrar a algo. Se lo acerca a los labios y de un solo golpe se lo bebe, lo deja sobre la barra y mete la billetera en su bolsillo – no puedo, lo siento – se da la vuelta para irse cuando una mano lo sujeta por la muñeca

– ¿es porque estas con alguien? O es porque no te interesa? – le pregunta y Ethan exige la salida de los cobardes, lo mira a los ojos y responde

– Porque no me interesa – se sacude la mano que lo retiene y se da la vuelta dirigiéndose a las escaleras en busca de David.

Se maldice veinte mil veces en 30 idiomas diferentes por su cobardía, maldice el hecho de sentirse atrapado en el mundo que lo rodea, en las expectativas de su padre, en su propio miedo al qué dirán.

Se abre paso entre la gente que abarrota las escaleras y llega hasta la mesa donde se encuentran sus colegas.

-Hey Ethan! ¿Dónde te fuiste? Pensamos que ya habías encontrado una presa interesante y te la habías llevado a casa. Se sienta junta a Leo el contador principal de la empresa y tomando una cerveza de la mesa le contesta a David – no, creo que esta noche no tengo suerte. Toma un sorbo y siente como la cerveza helada le refresca la garganta. Apoya la espalda completamente en el sillón y echando la cabeza hacia atrás cierra los ojos y se relaja. O por lo menos lo intenta.

Piensa en el par de maravillosos ojos azules que lo miraban deseosos. Dios! Lo que hubiera dado por tener la libertad de arrastrarlo a la pista, meter las manos por debajo de su camiseta, rozar sus pezones con la yema de los dedos. Lamer el sudor de su cuello. Morderle la boca. Sentir sus manos recorriendo su cuerpo. Rozar sus erecciones, así, sobre la ropa. Primero suavemente, toques tentativos y conforme el calor incremente, también lo haría la fricción, se apretaría fuerte a su espalda y lo escucharía gemir.

Abre los ojos y se remueve incomodo en el asiento tratando de disimular la indiscutible erección que crece en sus pantalones, coge su chaqueta que se encuentra apoyada en el brazo del sofá y se la coloca en el regazo. Malditas hormonas. El próximo mes cumpliría 30 años y seguía comportándose como un adolescente, teniendo erecciones en público. Genial. Simplemente genial.

Intenta pensar en cosas poco atractivas para que se pase la calentura. Piensa en Leo que está sentado a su lado. Prueba a proyectárselo desnudo. Un escalofrió involuntario lo recorre. El contador de metro y medio con una insipiente calvicie y un estomago que habla de mas horas sentado frente a la tele comiendo, que de un régimen de ejercicios, no es precisamente el epítome de la sensualidad.

Piensa en su padre y la ultima discusión que tuvieron. Pensar en su familia siempre es la mejor solución para bajarse un calentón. Sin duda. Remedio infalible. 

Ethan, hijo único de una familia influyente, perteneciente a esa clase de familias que se vanagloria del apellido que cargan, de su estirpe impoluta, como si fuera algún trofeo. Como si hubieran hecho algo para merecerlo.

A los Rouliard nunca les había faltado nada, tenían el poder y el dinero para hacer todo lo que quisieran, dueños de una multinacional dedicada a la construcción de maquinaria pesada para la industria inmobiliaria, eran exitosos y soberbios.

Tanto su padre como su madre tenían todas sus expectativas puestas en el. Ethan no quería defraudarlos. No podía. Había intentando TODA su vida ser lo que sus padres querían, pero nunca lo había logrado. Siempre había una falla en el, alguna debilidad, algo que lo hacía verse ante su padre como un débil, nunca sería lo suficientemente bueno. Nunca.

Y a veces en momentos como este, cuando se ponía a pensar realmente en su vida, cuando algo que realmente desea se le escapa de las manos como partículas de arena, se preguntaba; ¿realmente vale la pena? ¿Si nunca seré lo que esperan, por que seguir luchando para complacerlos?¿aun contra mi propia naturaleza?¿dejando de lado mi felicidad?, pero Ethan era un cobarde y lo admitía. No quería enfrentarse a las consecuencias, no soportaría el desprecio de su padre, el asco de su madre, las burlas, las miradas de la gente, los cuchicheos.

No, simplemente no podía. No ahora, no en este momento. Quizás nunca.

Se acaba la cerveza que aun lleva en la mano y nota que su erección ha desaparecido. Por fin algo mínimamente bueno, piensa.

Mira el reloj de pulsera que marca las 2:34 y cree que ya es momento de la retirada. No lo está pasando bien y la idea original de llevarse a alguien a la cama ya no le parece en lo absoluto atractiva. A menos que ese alguien tuviera ojos azules, un flequillo insolente y una sorpresa entre las piernas.

Se pone de pie, se coloca la chaqueta y se despide de los que están sentados en la mesa con él.Baja por las escaleras intentando evitar tropezarse con la gente y se dirige a la puerta de salida.

Al abrirla el cambio de clima lo golpea, se cierra la chaqueta, mete las manos en los bolsillos y se dirige hacia su automóvil que está estacionado a 1 cuadra de la discoteca. Camina por la vereda jugando a no pisar las líneas que están marcadas en el suelo y dobla en la esquina pensando en la tasa de chocolate caliente que lo espera en casa. Metida en el horno microondas, esperando. Sonríe y bendice al cielo le existencia de Mey su asistenta personal.

Entonces lo escucha, una voz ronca y bastante agresiva.

-Anda muñeco, no me vas a decir que ahora te vas a echar para atrás ¿verdad? – levanta la mirada y un par de metros de distancia se encuentra un muchacho siendo retenido contra la pared por un hombre mayor, muchísimo más corpulento.

-Te he dicho que no tengo ganas, así que hazme el favor de soltarme – trata de zafarse de la presión que el gigantón ejerce en él, pero el intento es en vano.  El chico usa un todo de voz insolente y hasta un poco prepotente pero Ethan se da cuenta que está asustado. De pronto el joven gira el rostro, y la luz del poste lo ilumina lo suficiente para que Ethan lo reconozca. El chico de la barra. Maldita sea.

-¿Qué no tienes ganas? No me lo pareció allá adentro por la manera es que te me pegabas y contoneabas encanto  – el hombre le aprieta mas fuerte el brazo y se escucha un quejido. Momento de intervenir.

Ethan se acerca y carraspea tratando de llamar la atención. Lo logra por supuesto.

El grandulón gira la cabeza y lo mira.

– ¿Qué mierda quieres? – Ethan le sonríe

– Ya sabes caminaba por aquí y quise acercarme a decir hola – la dedica un sonrisa encantadora, el aludido entorna los ojos, hace un mueca desagradable con la boca y prácticamente escupe

- Desaparece antes de que te rompa la cara graciosito – la sonrisa se amplia y se apoya contra la pared justo al lado del muchacho, que ahora lo mira con una expresión entre resentida y aliviada

- podría hacerlo pero creo que la persona que estas aplastando contra la pared le gustaría irse conmigo

- ¿Por qué no te metes en tus propias asuntos rubito? – afloja un la presión que ejerce al brazo del muchacho, dejando entrever unas marcas rojas en la piel.

-Vaya… esa es una buena pregunta – se cruza de brazos y finge que medita – creo que es una mala costumbre, mi abuela me decía lo mismo todo el tiempo. Y ahora, serias tan amable de soltarlo?

- ¿Por qué no te vas a la mierda? – Ethan mueve la cabeza de manera desaprobatoria y abandona su posición

– Que boquita ehh… tu madre debe estar extremadamente decepcionada de ti

La masa de esteroides parece perder la paciencia y lanzando un “ Tú te lo buscaste rubito”  suelta al muchacho y se precipita hacia donde el está parado. Ethan mucho más delgado y ágil reacciona rápido y sale del camino. El hombretón se empotra contra la pared y por unos segundos mueve la cabeza aturdido.

Antes de que tenga tiempo de reaccionar Ethan torciéndole el brazo le realiza una llave que lo pone de rodillas y se escucha un quejido muy poco masculino. 

-¿Qué dijiste? ¿Qué me había buscado qué? – le espeta, torciéndole el brazo de nuevo robándole otro quejido más parecido esta vez, a un lloriqueo.  

– Ahora escúchame bien, cuando te suelte te vas a largar de aquí y espero no ver tu rostro nuevamente, ¿está claro? – el hombre no contesta, así que vuelve a doblarle el brazo esta vez que con mucha más fuerza

- ¿está claro? – repite.

- Si! Si! Me vas a romper el brazo tío!! – Ethan da un último tirón y lo libera, el hombre se cae el suelo y desde ahí lo mira con odio.

Pero Ethan ya ha tenido suficiente, coge al muchacho del brazo y prácticamente lo arrastra la media cuadra hasta su coche.  El pequeño cretino forcejea con el justo cuando están parados frente a su auto

– Suéltame maldita sea! No he salido de un loco para terminar junto a otro – Ethan lo libera del apretón y lo enfrenta

– Escúchame bien mocoso, acabo de salvar tu trasero, así que lo mínimo que deberías hacer es agradecerme y no discutir conmigo. Ahora, vas a subir al carro, vas a darme tu dirección y voy a dejarte en tu casa, ya que lo último que se me pasaría por la cabeza en este momento seria aprovecharme de ti – abre la puerta del piloto y lo mira - ¿subes?.

El muchacho lo mira por el rabillo del ojo, hace un mueca hostil y abriendo la puerta del copiloto se sube – no creas que lo hago porque tu lo has mandado tan prepotentemente – se abrocha el cinturón y cruza los brazos – de todos modos necesitaba un aventón y tú me sales conveniente.

Ethan lo ignora, enciende el carro, pone la calefacción a toda marcha y enciende la radio.

Sale del estacionamiento a la avenida principal y sin dedicarle ni una sola mirada le pregunta -¿tu dirección niñato?

– No me llamo niñato, viejo, mi nombre es Trent y  tengo 22 años para tu información –

Ethan lo mira de reojo y disimula una sonrisa – vaya, todo un hombre….- murmura y luego agrega - ¿Me vas a dar la dirección o tengo que adivinarla?

Poniendo mala cara le contesta – Calle Lincon 281, lado oeste, ¿siempre tienes esa actitud? – le espeta mientras mira por la ventana

-¿Qué actitud? – esta vez sí voltea unos segundos a mirarlo, picado por la curiosidad.

- De superioridad – hace una pausa, como si dudara - desde el primer momento en que nos conocimos, me dejaste muy en claro que no era la suficientemente bueno para ti, te burlas de mi edad y me haces sentir como un tonto.

Ethan no contesta, sigue manejando pero puede sentir como Trent se remueve en el asiento, enojado por su falta de respuesta. Ethan sabe que si responde va a tener que mirar a esa par de ojos azules y no podrá contenerse, le dirá que jamás pensó que no era suficiente, le dirá que ahora mismo de solo tenerlo sentado a su lado tiene bulto entre las piernas que crece, está caliente y duele. Por eso no responde y se queda callado.

15 minutos después es Trent quien rompe el silencio.

-¿Sabes que es lo peor? Lo peor es que me excitas Ethan. Eso es lo peor – aprieta fuertemente el volante al escuchar eso y pregunta

- ¿Cómo sabes mi nombre?

-Lo vi en tu credencial cuando abriste tu billetera en el bar… ¿escuchaste lo que dije? – Trent se gira en el asiento, apoyando su espalda contra la puerta y lo observa.

-Si lo oí.

Trent sigue observándolo y aquel escrutinio empieza a ponerlo nervioso, nota que la mirada de Trent empieza a recorrerlo dejando una estela de calor por donde se posa, hasta que llega allí. A la zona traidora. Y de pronto sonríe. Con la misma sonrisa maliciosa de cuando se conocieron.

-Vaya, vaya, vaya… - enfoca toda su atención ese punto - ¿eso que tienes ahí es una barra de caramelo o estas feliz de verme? – se relame los labios y adquiere una posición seductora.

Bajando el volumen de voz un poco y adoptando un tono sugerente le pregunta -¿Te has dado cuenta que yo estoy en las mismas condiciones? –  mientras sugestivamente pasa la mano por el bulto que alberga entre las piernas, que ahora están ligeramente abiertas.

Ethan empieza a sudar y no puede evitar mirarlo de reojo.- Me imagino que a ti también te duele ¿verdad? – Esta vez se acaricia descaradamente por encima de los tejanos – también estas caliente – suelta un gemido – también te quieres correr – abre mas las piernas y empieza a presionar la parte del cierre sobre su erección.

Su respiración se agita cierra los ojos y echa la cabeza hacia atrás y sus movimientos empiezan a hacerse más erráticos.

-¡Para! ¡Maldita sea! – ¡El pequeño pervertido está prácticamente masturbándose en el asiento del copiloto! Piensa Ehan entre escandalizado y excitado.  Mete el carro en una berma y frena de un solo golpe, gira completamente y coge  a Trent por la camiseta acercándolo. Sus rostros están a escasos centímetros. Sus pupilas esta dilatadas. Siente que el deseo y la furia empiezan a nublarle el pensamiento. - ¿sabes lo que estás haciendo mocoso?.

-NO y no me interesa – Y entonces sucede. Una boca caliente se pega a la suya y gemido escapa de sus entrañas. Un gemido que habla de necesidad de contenida, de noches de desvelo, de sabanas mojadas. Trent enlaza los brazos a su cuello y elimina la distancia que los separa.

Todo se vuelve borroso. Los colores pierden su intensidad y el tiempo pasa a cámara lenta. Un momento en la eternidad en donde solo existe el, ese cuerpo firme que se aprieta deliciosamente, un labios curiosos, una lengua inquieta que juega en las comisuras de su boca.

Abre la boca y permite la invasión. Lo abraza. Lo funde contra su cuerpo.

Trent separa sus labios un segundo, un segundo donde solo se rozan deliciosamente – Tócame Ethan, por favor – lo dice con un hilo de voz, como si le costara articular las palabras, como si las hubiera tenido que sacar de un lugar remoto en el fondo del pecho.

Ethan obedece, no tiene otra opción, su cuerpo ya no le pertenece. Ahora es de aquel muchacho que se frota insinuantemente contra él. Mete las manos debajo de su camiseta y le acaricia la espalda de arriba abajo suavemente. Escucha las respiraciones agitadas. Siente los movimientos de la lengua golosa que no le da ni un minuto de tregua.

Traslada sus caricias hacia el pecho, acaricia los abdominales definidos, se deleita con la textura de su piel, firme. Aterciopelada. Caliente.Los roces se vuelven más arriesgados, aprieta los pezones suavemente, los rodea con la yema de los dedos, los peñizca y retuerce. Trent tiembla en sus brazos mientras sigue devorando su boca, como si nada fuera suficiente.

De pronto inesperadamente se separa de él, dejándolo desorientado. Ethan lo sujeta fuertemente de la camiseta impidiéndole que se aleje, Trent le sonríe y le da un beso rápido, solo un roce.

-No estoy yendo a ningún lado, baby – se coloca a horcajadas sobre Ethan y le sonríe de oreja a oreja – solo me estaba poniendo más cómodo… - haciendo una pausa premeditada, en donde aprovecha para rozarle los labios con la punta de los dedos le pregunta -¿y ahora? ¿Por dónde íbamos?

Ambos se lanzan uno encima del otro. Trent se empeña en desabrochar los botones de su chaqueta, mientras Ethan le saca la camiseta por la cabeza. El pecho desnudo, increíblemente atractivo es demasiada tentación como para resistirla, Ethan besa, muerde y lame todo lo que puede alcanzar. Se entretiene con los duros botones y los tortura amorosamente hasta que se encuentran mojados e hinchados.

Se pegan más, si es que aquello es posible y sus erecciones se rozan. Del mismo modo que él había imaginado. Solo que mil veces mejor. Porque es real.

Ambos gimen y buscan la posición perfecta donde la fricción sea adecuada. Se frotan cada vez con más fuerza, los gemidos es lo único que se escucha, las ventanillas se empañan.

-Dios!! Ethan… - Trent lame el sudor de su labio superior y se inclina a chuparle el cuello. Muerde el lóbulo de la oreja y gime. 

– Voy a correrme – succiona su  labio inferior suavemente. Tiene los ojos cerrados y los dedos enredados a los risos de Ethan. Se mueven uno contra el otro como posesos.

Ethan rodea su cintura y lo levanta unos centímetros, se acomoda sobre el asiento y lo suelta dejando que resbale sobre él, generando mayor contacto en el proceso.

Despegan los labios, ambos con las respiraciones erráticas y se miran a los ojos.

Trent coloca una mano entre las dos erecciones y comienza a sobarlas aun por encima de los tejanos. El orgasmo esa cerca.

Ethan siente que le encienden las entrañas y una especie de lava espesa lo recorre. Cuando al fin sucede, es diferente a todas las veces anteriores. Es mejor. Es incomparable. Una explosión en los sentidos. Se siente mareado. Extasiado. 

En medio de la nebulosa que lo rodea, observa a Trent que echa la cabeza hacia atrás y jadea. Un par de temblores lo sacuden, dándole la certeza que el también ha llegado a su liberación. Este deja caer la cabeza sobre su hombro y oculta su rostro en el hueco de la nuca, respirando trabajosamente.

15, 20 minutos después, quizás más, quizás menos, no lo sabe con certeza, siente los labios calientes de Trent besarle el cuello y la barbilla.

Levanta el rostro y se miran fijamente a los ojos, ninguno quiere ser el primero en romper ese contacto mágico que los une, así que se acarician con la mirada, intentando transmitirse sin necesidad de palabras las sensaciones tan intensas que han vivido juntos.                                                                                                                                                     

Sus labios se unen en un beso diferente a los anteriores. Despacio las lenguas juegan, se saborean con cuidado, queriendo memorizar cada recoveco, es suave y lento. Besos que le hacen recordar a una tarde tranquila, al vaivén de las olas.

Se separan solo unos milímetros y Trent suelta una especie de carcajada. -Creo que no me corría en los pantalones desde que era un adolescente.

Ethan no puede evitar sonreírle y le acaricia la mejilla – yo nunca me había corrido en los pantalones.

-Me alegra ser el primero con quien lo hayas hecho – apoya mas la mejilla contra la palma de Ethan, que lo sigue acariciando lentamente. Se besan un vez más, solo un roce de labios y es Trent quien rompe el enlace saliendo de su regazo y acomodándose de nuevo en el asiento del copiloto. Se acomoda la ropa, intenta arreglarse los vaqueros que están húmedos y pegados a su cuerpo. Se pasa una mano por el rostro y se aparta el flequillo de la frente.

-Duerme conmigo esta noche Ethan – le dice de manera espontanea y a la vez titubeante.

- No puedo – le responde casi inmediatamente, mientras enciende el motor. Se cierra la chaqueta y unos cuantos botones de la camisa, sintiendo de lleno las repercusiones de lo que ha hecho.

OH Dios mío, piensa. Acabo de tener un encuentro sexual con un hombre. Acabo de dejar que me besaran y acariciaran. Acabo de besar y acariciar. Mierda! Estoy estacionado en medio de la nada prácticamente rogando por sexo.

No llega a tener tiempo para regodearse en su propia culpabilidad y autoflagelación por que  la voz exaspera de Trent que retumba en el silencio del auto como un trueno lo distrae  -¡Maldita sea Ethan, ¿qué demonios te pasa?¡, cambias de frio a caliente con demasiada facilidad! 

-No me pasa nada. No busques respuestas que no vas a poder encontrar! – le espeta mientras arranca y sale de nuevo hacia la avenida.

-¿Qué es lo que voy a encontrar?

-No vas a encontrar nada, no puedo ir a tu casa y dormir contigo y punto.

Maneja el automóvil simulando una calma que está muy lejos de sentir, dobla a la derecha en un intercepción y entra a la zona oeste, se fija en el GPS que se encuentra en el tablero del auto, intentando ignorar al muchacho que callado mira por la ventana.

Faltan dos cuadras para llegar a la calle de Trent, cuando este rompe el silencio.

-Ethan… ¿a que le tienes tanto miedo? – lo mira a los ojos por un instante. Ethan se niega a responder. Entra en la calle Lincon y busca el número y se estaciona frente a un edificio de 3 pisos, flanqueado por dos enormes abetos.

-Entonces… - Trent se aclara la voz y lo mira – supongo que esto es todo ¿verdad?

Al no obtener respuesta más que una breve mirada en su dirección, Trent se inclina y le da un cálido beso en la mejilla.

-Cuídate Ethan, espero que encuentres lo que estas buscando. Sujeta la manija y esta por abrir la puerta cuando Ethan lo sujeta. Lo mira directamente a los ojos y le dice

– Si mis circunstancias fueran diferentes, no dudaría en dormir contigo Trent. No dudaría en tener mucho más contigo. – lo libera del agarre y prende el motor.

Trent se inclina y roza suavemente los nudillos que ahora aferran fuertemente el volante. Sale del coche y minutos después desaparece tras las puertas del edificio.

 Ethan se queda sentado ahí, contemplando la puerta, con una sensación de melancolía intensa. Dándole una última mirada al edificio, pone primera, dejando atrás la calle Lincoln, deseando poder dejar atrás igual de fácil, al muchacho que vive en ella.  

 

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 Habían muchísimas cosas que molestaban e indignaban a Samuel. Le molestaba la gente hipócrita, los políticos y funcionarios corruptos, las personas banales, la injustica, el abuso.

Le molestaba la inactividad, las tardes de lluvia, los mosquitos, las arañas, las bocinas estridentes de los coches, los conductores prepotentes y su tío Harold. En ese orden.

Pero sobre todo lo que más le molestaba a Samuel, lo que logra sacarlo de quicio, desesperarlo y empujarlo a tener pensamientos asesinos era la gente que comía con la boca abierta. Suena tonto, y él no se atrevería a confesarlo así nomas a nadie, pero los sonidos producidos al momento de mascar le causaban escalofríos. ¿Es que hay gente que no puede dejar de comer como si fueran caballos rumiando heno?

Sentado en la sala de edición del canal, le dirige miradas asesinas al técnico de sonido, que se lleva una porción de pollo kaupau a la boca.

Imposible concentrarse. El técnico mastica y mastica sin darse cuenta de la incomodidad de Samuel, que intenta buscar (sin éxito, obviamente) un reportaje que se lanzo a principios del año pasado que involucraba a un importante político, con un cartel de drogas internacional.

Desiste de su intento, coge su saco que está colgado del perchero, recoge su mochila y se la cuelga en el hombro.

-George, voy a salir un momento, regreso en 1 hora más o menos – le da una palmada en la espalda y sale de la sala de edición dirigiéndose a los ascensores.

Para llegar a los ascensores del decimo piso uno debe pasar por la recepción, Samuel sonríe y se prepara para el ritual de cada día. Se pasa los dedos por el cabello corto que nunca se molesta en peinar, se suelta los 3 botones superiores de la camisa y durante un segundo mira su reflejo en uno de los espejos del corredor.

Sonríe a la imagen atractiva que se le devuelve. Cabello castaño oscuro, ojos azules profundos, cejas pobladas y una incipiente barba. Se pasa la mano por la quijada y toma nota de la necesidad de una buena afeitada.

Se coloca mejor la mochila sobre el hombro y sigue caminando.

Cuando llega a la su destino, se fija en el muchacho que con expresión de aburrimiento contesta los teléfonos y toma apuntes en una carpeta. Amplia la sonrisa y se acerca cautelosamente hacia él.

-CNC Cadena de noticias, buenas tardes – el chico asiente con la cabeza mientras apunta algo en un post-it y responde, mientras aprieta un par de botones en el teléfono – En estos momentos estoy transfiriendo su llamada, gracias por llamar.

Samuel coloca los codos sobre el counter y apoya la barbilla en la palma de la mano, mientras lo mira ingresar datos en la computadora. Mark es un muchacho de 21 años, estudiante de arquitectura, inteligente, divertido, descarado y absolutamente gay. Tan gay, piensa Sam Con su chalinas del color del arcoíris, su amaneramiento y una falta total de vergüenza. Un cliché absoluto.

Desde que Samuel empezó a trabajar en CNC había coqueteado sin ningún reparo con él, le gustaba su carácter picante y explosivo.

-¿Vas a seguir ignorándome? – le pregunta.

El aludido levanta la cabeza de golpe y prácticamente salta del asiento – ¡Sam! – el rostro se le ilumina con un sonrisa gigantesca y se inclina sobre el counter para quedar a pocos centímetros de su rostro.

Haciendo una especie de puchero le dice -como podría ignorarte si sabes que estoy loco por ti – pasándose la lengua por los labios de manera sugestiva continua – tu sabes que eres el hombre de mi vida.

El periodista disimula una sonrisa y se acerca un poco más - ¿en serio?

-los demás son solo entretenimiento, tú lo sabes – recorre con un dedo, la parte desnuda del pecho que los botones desabrochados dejan al descubierto – pero un chico tiene que divertirse – responde pícaramente.

-¿No me digas? –

-¡Por supuesto que sí! – Juguetea con el escaso bello que recubre el pecho de Sam y desabrocha un cuarto botón – si sigo esperando que me lleves a la cama, me voy a volver viejo y arrugado.

Sam se relame y le dice -  Hombre de poca fe – mientras se reclina un poco más, quedando a solo unos milímetros de la provocativa boca de Mark.

- Tengo mucho que ofrecer ¿sabes? – Le señala el joven recepcionista mientras Lo mira directamente a los ojos – mi profesor de teatro, me decía que soy un genio en la comunicación oral - Subraya la palabra ORAL de manera intencionada y Samuel empieza a tener calentura, el recepcionista baja la mirada y le pregunta - ¿quieres comprobarlo?.

En una milésima de segundo piensa en los posibles lugares que estén a cien metros a la redonda donde pueda arrastrar al pequeño calienta pollas, para que cumpla con sus palabra. 

-¡ Por el amor de Dios Bronson¡ - una voz los sobresalta y se apartan rápidamente. Con expresión ceñuda el gran hombre de CNC y su jefe directo el señor Davis se les acerca.

- ¿Podrías dejar de coquetear con el recepcionista de una vez por todas? Mejor que eso ¿podrías dejar de coquetear con todo lo que tiene piernas y cierto grado de testosterona? – mientras habla revisa unas carpetas que lleva entre los brazos.

- Y usted señor Williams, ¿podría por una vez, ignorar a este saco de hormonas y dedicarse a contestar  los teléfonos? – Deja caer las carpetas sobre el escritorio de Mark – Clasifíquelas y guárdelas en los archivadores.

-Sí, señor – contesta  con las mejillas sonrojadas por la vergüenza, pero Davis ya se ha dado la vuelta y se dirige hacia los ascensores, ignorándolos a ambos.

Samuel le manda un beso volado a Mark y entra al ascensor justo cuando las puertas estaban por cerrarse. Le sonríe de oreja a oreja a su jefe que lo mira con su expresión típica de exasperación.

-Vamos jefe, solo le estaba haciendo un poco de compañía, imagine lo aburrido que debe ser trabajar solo en la recepción – se apoya contra la pared y cruza los brazos – sin compañía, ni calor humano.

Davis lanza una carcajada – Y por supuesto, tú, con lo bondadoso que eres, estabas más que dispuesto a brindarle ese calor humano –

-Solo le estaba haciendo un servicio gratuito a la cadena señor, empleados felices, tienden a tener mejor rendimiento laboral. Es un hecho.

-No lo había pensado así Bronson, ¿Qué opinas si te subo el sueldo, por tu ardua - Recalca ardua - Labor de motivación? Le pregunta sarcástico.

-No podría aceptarlo Señor, es una labor que debo realizar sin compensación, ya sabe, lo del Karma y todo eso, da y se te dará – le sonríe encantadoramente.

Una palmada en la nuca de sorpresa le hace soltar un AU bastante cómico y le quita la sonrisa de la cara.

Ahora es  Davis quien  se ríe mientras soba la mano castigadora.

-Esa te la merecías por insolente.

Frotándose la zona agredida Samuel le responde - ¿sabía que puedo denunciarlo por violencia física y daño psicológico dentro del ambiente laboral? – señala la cámara filmadora que cuelga del techo – esta todo grabado.

-Grabado las pelotas, te voy a retorcer las orejas como cuando eras un crio, si sigues comportándote como tal.

El joven periodista suelta una carcajada desde el fondo del alma y mira a su jefe. 22 años piensa. 22 años y sigue tratándome de la misma manera.

 (Flash back)

Cuando Samuel tenía 5 años, llego a la conclusión que los chocolates del Señor Davis eran los mejores del mundo. Los mejores. Indiscutiblemente. Irrefutablemente. Incuestionablemente. Y eso que él había probado muchos. Blancos, negros, rellenos, en rama. Sam era un experto. El problema es que lo único que podía conseguir de esos chocolates era un pequeño mordisco de los que su abuelo le convidaba.

Cuando Samuel tenía 5 años, decidió que debía tomar medidas extremas para conseguirlos. Trazo un plan que no tenia pierde, evaluó, investigo, indago y analizo, los movimientos de su víctima y llego a la misma conclusión que todo gran estratega de la historia, debía atacar el flanco más débil.

 La perra labradora del Señor Davis, Rulca.

 El secuestro del canino fue lo más fácil del mundo, haciéndola seguir un camino de galletas, la encerró en el cobertizo. Le improviso una cama con papel periódico, robo una de las medias del abuelo para que jugara y abrió una lata de conservas deliciosa que sin ninguna duda la iba a encantar.

Escribir la nota de rescate implicaba un problema mayor. En el colegio le había enseñado a escribir que “su mama era bonita”, “que su papa era grande”, “que su hermanita era muy linda”, pero no le habían dado ninguna noción básica de lo que uno debe poner es un nota de secuestro. ¿Para qué iba uno a la escuela? Se preguntaba.

Después de varias notas escritas, y bajo la guía de su libro “Coquito: para los niños que aprenden a escribir” logro una nota mínimamente decente. Decía así. “ZEñor Dabis, tengo a su pero. Dege una caja de chocolatez en su buson”. La deslizo debajo de la puerta, corrió hacia su casa y desde la ventana del ático se dedico espiar a su víctima.

Cuando el Señor Davis recibió la nota una hora después esa misma mañana. Lo supo. El pequeño renacuajo. De nuevo.

Desde el momento en que Jeremías Bronson se mudo al barrio, con esa muchachito, flaco larguirucho y risueño, Davis supo que sus días de paz habían acabado. Nunca más pudo dormir mas allá de las 8 un sábado por la mañana, pues el pequeño hiperactivo estaba metido en clases de armónica. ¿Quién Demonios le da una armónica a un niño de 5 años?¿Especialmente a las 8 de la mañana?¿Un puto sábado?. 

Nunca más pudo, desayunar, ni comer, ni pensar tranquilo. Samuel estaba todo el día y en todo momento revoloteando en el jardín de ambas casas jugando con Rulca, montando la bicicleta, jugando a los Thundercats o imaginando que era Meteoro conduciendo el Mach 5. 

Las risas frescas y carácter cariñoso, lo habían conquistado (en parte), aunque nunca lo admitiría. Nunca.

Los niños no entraban dentro de su rango de gustos o pasiones. En lo absoluto.

Derek Davis tenía 2 pasiones en la vida, el periodismo y los chocolates Pierre Marcolini, con un costo de 200 euros el kilogramo.

Eran su único vicio. Bueno el único que consistía en ingerir productos que lo hagan a uno más feliz. El no fumaba, ni tomaba, no consumía drogas. O mejor dicho YA NO consumía drogas.

En su juventud, fan absoluto de Jimi Hendrix y enamorado hasta la medula de Janis Joplin, había hecho autostop desde su ciudad natal de Salt Lake City en Utah, hasta la Granja de Bethel en New York. En Woodstock había tenido un breve encuentro con estupefacientes, alucinógenos, estimulantes, hongos mágicos, LSD y marihuana suficientes como para que le durara toda una vida.

Cogió la “nota de rescate” y fue a buscar a Jeremías. Lo encontró sentado en el porche de su casa, fumando su pipa como todas las tardes.

Se sentó a su lado en la banca y le extendió la hoja de papel que llevaba en la mano.

Jeremías la tomo, se coloco bien las gafas y Una vez que la hubo leído, se la devolvió mientras le daba una larga calada a la pipa -Me imagine que tarde o temprano ese renacuajo saldría con algo parecido – soltó el humo y se rio mientras agregaba-No puedes culpar al chico Derek, tus chocolates son una delicia y mi nieto es un pequeño adicto al dulce.

-Tu nieto es un pequeño pillo, eso es lo que es. – Se apoya en el respaldo de la banca y cruza los brazos – ¿De dónde saca esas ideas? ¡Por Dios!, creo que estas educando un  minidelicuente.

-No exageres, solo tiene mucha imaginación. Idéntico a su padre – Una sombra de tristeza, cae como un nubarrón sobre la cabeza de Jeremías pero la desaparece agitando la cabeza – Voy a llamarlo. Vamos a ver con que escusa nos sale.

Se pone de pie, asoma la cabeza por la puerta principal y grita - ¡Samuel! ¡Ven ahorita mismo al porche! – Casi inmediatamente Se escucha el ruino inequívoco de zapatillas que bajan corriendo por las escaleras y 30 segundos después una carita risueña hace su aparición.

-¿Me llamabas abuelo? – Se fija en el Señor Davis que está sentado y pone su mejor expresión de inocencia - ¿ necesitas algo?

-Ven aquí jovencito – le hace señas con una mano, incitándolo a acercarse. Cuando Sam está parado en medio de los dos hombres le pregunta – ¿Recuerdas lo que hablamos de lo malo que era mentir y robar?

Los ojos se le abren como un par de platos, viéndose descubierto. ¿Pero cómo? Piensa, si en la nota no había ninguna pista que pudiera delatarlo! – si… abuelo – balbucea.

-¿Entonces como es posible que le hayas robado a Rulca al Señor Davis? – lo mira con severidad y Samuel se siente aun más pequeño.

-Yo no la robe Abuelo, solo la tome prestada. Pensaba devolverla apenas me diera los chocolates. ¡Lo juro! – Mira a su vecino – ¡Se lo juro! Iba a devolvérsela!

Este le devuelve la mirada con las cejas fruncidas y mueca adusta y le dice – estoy muy enojado contigo Samuel. Muy, muy enojado contigo.

Sam observa a su abuelo, que se pone de pie y mirándolo le dice – voy a dejarlos a solas para que te disculpes apropiadamente – dirigiéndose a su amigo le informa – no te preocupes voy a traer a Rulca, probablemente esta en cobertizo, comiéndose alguna reliquia familiar – entra a la casa dejándolos solos.

Apenas se cierra la puerta de la casa, se escucha un vocecita chillona -¡Lo siento! – Sam tiene los ojos brillantes, por las lágrimas contenidas. Cierra los ojos evitando que caigan - ¡Realmente lo siento! ¡No me odie señor Davis! ¡Yo solo quería los chocolates! ¡No quería hacerle daño!

A sus 5 años, Samuel Bronson nunca había sentido  tantos remordimientos como los que siente en estos momentos. Claro que sintió remordimientos al comerse una torta entera de chocolate. La torta de chocolate del cumpleaños de su abuelo, pero los retortijones que sintió en ese momento no eran tan intensos como los que está sintiendo ahora.

El quiere al hombre que está enfrente de el!. Y mucho. El señor Davis es uno de los pocos adultos que no lo trata con condescendencia, le habla sobre miles de cosas interesantes, sobre los cohetes y los primeros hombres en la luna, sobre la igualdad (termino que muchos años recién llegaría a entender y apoyar como una causa personal) y siempre le pide su opinión. Uno siempre debe de opinar pequeño, pero para eso uno debe estudiar y leer, para estar preparado. Uno debe decir lo que cree o no cree correcto. Nunca te quedes callado. NUNCA.

-¡No me odie! – el pequeño Sam, a sus 5 años se pone a llorar y al serio periodista se le encoge el corazón. Le pasa un brazo por los hombros y lo atrae hacia él para que llore en su regazo.

-No te odio pequeño – le frota la espalda temblorosa con una gran mano cariñosa.

-Yo lo quiero mucho señor Davis – frota su rostro congestionado contra su camisa y lo mira con esos grandes ojos inocentes – yo no tengo papas, pero puedo tener 2 abuelos ¿verdad?

Años después cuando a Derek Davis le preguntaban si tenía hijos, el siempre respondía “No. No Tengo hijos. Pero tengo un nieto”.

 (Fin del Flash Back) 

 -Y dime, ¿estás saliendo con ese muchacho de la recepción?

-¿saliendo?, no. Puro y sano ejercicio del coqueteo. En estos momentos no estoy saliendo con nadie – se coloca mejor la mochila que poco a poco ha ido resbalando por su hombro. – no tengo mucho tiempo. Entre el trabajo y los arreglos de la casa y las cosas del abuelo, no puedo sociabilizar demasiado.

-No deberías estar solo Sam, por lo menos no en estos momentos – le dice preocupado – sé cómo te ha afectado la muerte de Jeremías y me gustaría que alguien cuidara de ti.

-Ya soy un hombre, Jefe. Puedo cuidarme solo. – se abren las puertas del ascensor y Samuel se despide con una breve pero cariñosa palmada es la espalda

- Hasta los hombres necesitan que alguien los cuide. Todos lo necesitamos – Murmura Derek, mientras lo ve salir por la puerta giratoria.

 

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Si le preguntaras a Ian cuál es el papel del sexo en su vida, el te diría que es el más importante. El sexo siempre ha sido una parte fundamental en la vida de Ian. Cuando tenía 12 años descubrió que era gay. Mejor dicho entendió lo que era. Entendió porque su cuerpo reaccionaba de una manera con sus compañeros de equipo, y de otra con las muchachitas que de vez en cuando jugaban con él en el jardín de su casa. No fue un proceso largo. Simplemente sucedió. Un día despertó y lo supo. Con certeza. Como si todo lo que él había ido sintiendo, solo se hubiera ajustado en una conclusión lógica.

A los 13 años Ian recién descubrió el placer. Descubrió que si se rozaba aquí o tocaba ahí, su cuerpo cambiaba, vibraba y se sentía tan bien. Aprendió sobre la masturbación gracias a su hermano mayor. Lo encontró una mañana haciéndolo en el baño y entendió que había aun muchas cosas que no sabía, pero que quería aprender.

Esa misma noche se escabullo a la habitación de Paul y lo encontró concentrado en sus libros de bioquímica.

Su hermano lo vio entrar y le dedico una sonrisa. -¿Qué haces por aquí ratoncito? – jalo una silla y le hizo señas para que se sentara. -¿No puedes dormir? 

Se sentó en la silla que le había sido señalada y fue directamente al grano, la situación era demasiado delicada como para irse por rodeos – Hoy dejaste la puerta del baño abierta, y yo entre a lavarme los dientes – se cruzo de brazos y perdió un poco de seguridad – te vi haciendo algo en la ducha – levanto el rostro y completamente sonrojado le dijo – te vi tocándote, ahí abajo, entre las piernas. 

Y esa noche paso algo curioso, sucedió que Paul, no se sonrojo, avergonzó o enojo por las preguntas de su hermano, si no saco libros, de anatomía, fisiología, uno que otro medio subido de tono y le explico el funcionamiento del cuerpo, le dijo que era normal que tuviera esos deseos, le conto todo lo que sabía sobre la masturbación, le dijo que no había nada de malo en hacerlo, que todos los hacían. Le hablo de él, de sus experiencias cuando tenía la misma edad y lo libero de aquella carga que  sentía sobre los hombros. 

Fue esa misma noche,  hace 14 años, que Ian se abrió por primera vez con alguien y le hablo de sus deseos, de su orientación sexual. De sus miedos a no encajar. De perder el cariño de sus padres, de sus hermanos, de sus amigos, porque sabía, aun siento tan joven, que ante la sociedad él nunca sería realmente aceptado. Que siempre de un modo u otro seria un paria. 

Paul le acaricio la cabeza y con esa manera de hablar, suave y reconfortante que hasta el día de hoy es su principal característica, le dijo que eso tampoco estaba mal. Que no solo existía lo bueno y lo malo. Si no también una escala de grises al medio. Le dijo que lo importante en la vida no es a quien ames, si no que AMES, así de simple. 

Fue esa conversación, la que lo cambio todo para Ian. A las 2 semanas salió del closet ante sus padres y su hermano menor. Nunca más se escondió de lo que era, recibió el apoyo de la que gente que lo amaba y exploro su sexualidad todo lo que pudo. En todo momento que pudo. Con quien pudo. 

A los 15 tuvo su primer beso, con un muchacho que había llegado al pueblo a pasar vacaciones con sus vecinos.

A los 16 perdió su virginidad en un campamento de verano a manos de un estudiante de intercambio Irlandés. Donde  Descubrió que no había nada mejor que el sexo. Y el acento irlandés. 

A los 20 el mismo se decía que era una zorra. ¿Soy una zorrita Bronson que vas a hacer conmigo? Le decía al recién estrenado Samuel, que había conocido por un anuncio de compañeros de cuarto, pegado en la vitrina de un café – podríamos cobrar por tus servicios y así yo me ahorría el alquiler ¿no lo crees? – A Ian Le gustaba el sexo, estaba cómodo con todo lo que implicaba, no tenía ninguna clase de complejos, ni inhibiciones y siempre se considero un poco promiscuo. 

Promiscuo mas no imbécil decía. Se cuidaba, era un obsesivo del uso de condones y se hacía revisar cada 6 meses religiosamente. 

Después cuando llego su época de oro en donde por fin su talento fue reconocido, trabajaba 18 horas al día los 7 días de la semana. A ese ritmo disminuyeron, mas no desaparecieron sus encuentros sexuales. En lo absoluto.Durmió con muchos actores famosos, tuvo rollos de una noche, amigos cariñosos y relaciones un poco más largas.  

Hasta que conoció a Tomas. El era diferente a la mayoría de los hombres que había conocido. Era, alto, moreno y demoledor. No es que los hombres con los que había dormido, salido o intentado tener más que un revolcón no fueran guapísimos, lo eran! Muchos de ellos tenían la capacidad de volverle gelatina las piernas con una sola mirada. La diferencia entre Tomas y todos ellos es que no solo le volvía gelatina las piernas. Le volvía gelatina, el corazón. 

Tomas tenía la capacidad de volverlo loco, nublarle la mente, desenfrenarlo. Se enamoro con un tonto, su mundo giraba en torno a él. Solo por él.  Le creía todo. Todo. Se cegó ante todas sus imperfecciones, sus arrebatos de celos, su conducta dominante 

Estuvo un año de su vida pensando que había encontrado a la persona perfecta. La persona con la que quería compartir el resto de su vida. Y era cierto, lo sentía, porque Ian pudo ser un promiscuo por mucho tiempo y realmente disfrutarlo. Vaya como lo había disfrutado. Pero siempre creyó en los amores eternos y las almas gemelas. 

Durante ese año no se permitió ver lo que pasaba a su alrededor. Primero fueron los cuchicheos, gente que trabajaba con el cambiaba de conversación cuando el entraba a una habitación. Luego vinieron los rumores, primero leves y sin confirmar “me dijeron que lo vieron en tal sitio con tal modelo” y luego cada vez con más fuerza y consistencia “lo vi en aquel restaurant tan famoso con ese actor de tv tan guapo…”. 

Y luego llego la hecatombe, el día en que la bruma que le cubría los ojos cayó al suelo. Ian confirmo los rumores una mañana de domingo, cuando regresaba en un vuelo de Florida 6 horas antes de lo previsto. Entro al departamento que compartían y lo encontró en la cama, su cama, no solo con un hombre, si no con dos. 

No hizo un escándalo, no era su estilo y no iba a empezar en ese momento. Mientras Tomas se desvivía en explicaciones y excusas, Ian sacaba maletas y las llenaba de ropa. La ropa de Tomas. Claro. Por que era él quien pagaba el departamento, después de todo. Las coloco en la puerta y sin dirigirle una sola palabra, lo hecho de su vida. 

Y volvió el sexo, con todo lo que pudiera, en el momento en que lo quisiera. Se enredo con uno de sus coprotagonistas, salió con un camarógrafo, se acostó con 3 técnicos audiovisuales y 1 extra.

Paso 6 meses buscando esa excitación que antes sentía y se dio cuenta que la había perdido en el camino.

 Era divertido follar. Siempre es divertido follar. Follar libera el estrés, purifica la piel y es un ejercicio genial. Follar siempre es divertido, por lo menos para él. Y no es que ya no lo sea, lo sigue siendo, es solo que Ian aprendió a valorar los otros componentes que antes nunca tuvo o no quiso tener en ninguna de sus relaciones.  

Como la intimidad, como el contacto humano mas allá de la simple relación, aprendió a apreciar ese momento. El momento exacto, cuando uno se acaba de correr y se siente en carne viva, tan vulnerable, con la polla aun roja he hinchada y rastros de semen por todos lados. Aprendió a apreciar ese momento. A aferrarlo con las dos manos. Aprendió que era hermoso y aterrorizante al mismo tiempo, acurrucarte contra un cuerpo que aun se sacude por los espasmos del orgasmo y apretarte fuertemente. Aprendió que en ese momento y en esos brazos todo era jodidamente perfecto. 

Intento seguir buscando la perfección, pero todo era por gusto. Decidió perdonar a Tomas, porque lo notaba arrepentido. Porque quería creer que lo estaba. Empezó a responder sus llamadas, acepto un par de invitaciones a tomar café y creyó que era momento de perdonar y empezar de cero.

Por supuesto Samuel y casi todos sus amigos hicieron todo lo posible para hacerlo cambiar de parecer. Al final solo les quedo agitar las cabezas y dejar que hiciera lo quisiera. 

Fue Samuel quien lo acompaño a la fiesta donde por segunda vez en su vida tuvo que abrir los ojos con respecto a Tomas y darse cuenta, que la gente no cambia. No cuando no tienen deseos de hacerlo. 

Y luego llego Jack. El guapo, imponente y supuestamente heterosexual Jack y Ian descubrió que no solo existen los amores eternos y  almas gemelas, si no también, los amores a primera vista. 

Y aquí estaba ahora en medio de empezar los ensayos de su última obra, totalmente estupidizado mientras contempla la pared de enfrente con una sonrisa. 

-¿Te he dicho que la gente absurdamente feliz me enferma Mclein? – se escucha la voz aguardentosa de su director. 

-Kip, La gente feliz te enferma. Punto. – le responde sin dejar de mirar la pared. Se sienta en frente de él, interrumpiéndole le vista  

- ¿Y ahora que mierda te ha pasado? ¿No me digas que regresaste con el moreno mantenido ese? – enciende un cigarro mientras espera su respuesta. 

-Pues no, no he regresado con él, para tu información – se inclina hacia adelante y le quita la cajetilla de las manos – tengo una nueva presa en la mira – prende un cigarrillo y le lanza la cajetilla. Este La atrapa en el aire y se la guarda en el bolsillo de la chaqueta

-Vaya! Vaya! Ya era hora que te pasara esa calentura – pone el pie sobre una mesita y empieza a amarrarse las zapatillas – ahora espero que vuelvas al trabajo con mayor entusiasmo y dejes de comportarte como un alma en pena. 

Se pone de pie, rodea a Ian y le pone las manos sobre los hombros - ¿Y quién es el afortunado? – Hace una pequeña pausa mientras exhala el humo y le advierte – espero que no sea ninguno de tus coprotagonistas, porque soy capaz de castrarte a manos peladas. 

Ian se ríe y gira la cabeza para poder mirarlo – No es nadie del medio, lo prometo. – Sonríe y le da un par de palmadas en la mano que sigue apoyada en su hombro – Es un abogado de la Grassini & Wrinkle. 

Kip lo mira como si estuviera tratando de recordar algo - ¿Grassini & Wrinkle? Mira tú…– y deja la palabra flotando en el aire mientras  se da la vuelta y se dirige a los camerinos. 

-¡Hey! ¿A dónde diablos vas? – Ian apaga el cigarro en el cenicero y se pone de pie siguiéndolo.  

Una vez que está dentro del “camerino, oficina, dormitorio y demás multiusos ” de Kip Robins le dice – Gracias por dejarme hablando solo- Kip no le presta atención y remueve papeles de un lado a otro, hasta que por fin, suelta una especie de risa de triunfo y le extiende un sobre blanco – Sabia que lo tenía por algún lado. 

El sobre blanco, lleva una inscripción con letras cursivas que dije “Grassini & Wrinkle”, Ian entorna los ojos, abre el sobre y saca una invitación que reza “Grassini & Wrinkle, tienen el agrado de invitarlo a la inauguración de las nuevas oficinas en la calle 5 de Bradford street a las 9 de la noche del día 6 de noviembre. Lo esperamos. Ps: Traje de etiqueta requerido” 

-¿Cómo diablos conseguiste esta invitación? – Ian suda excitación y no puede evitarlo. 

-A ver, déjame ver….. – Se mete un mentita a la boca y responde – Da la casualidad que son los abogados de mi productora ¿Qué te parece? 

-¡Me vas a llevar ¿verdad?!  

-Tendría que pensarlo – se hace el dudoso – no eres muy amable compañía, siempre robándome cigarrillos y no me sirves para nada en el caso de atraer mujeres. Y ni hablar de tus hábitos debida. No. Creo que voy a tener que ir con otra persona. 

El actor se ríe y se mete la invitación al bolsillo, sabiendo que ya ha ganado la partida – Te debo una inmensa – se para en la puerta a punto de irse a empezar con los ensayos y le pregunta - ¿A qué hora te recojo? 

-Lleva contigo  Bronson, yo tengo otra invitación en la casa – Coge su celular y los guiones – Y ahora anda a trabajar para que me hagas rico. 

Ian sonríe mientras camina hacia el escenario, piensa, que sí. Que sin duda existen mejores cosas que el sexo. Los amigos.        

 

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Lee llego cansado de la oficina, tiro su maleta y su saco sobre la mesa de la cocina, abrió el refrigerador y saco el plato de comida que la asistenta le preparaba todas las noches.

Lo metió al microondas se quito la corbata y se paso una mano por la cabeza. Todo lo que necesitaba ahora era comer algo y una buena noche de sueño.

16 horas trabajando en un caso, que estaba casi 80% seguro que iba a perder. No era la mejor forma de pasar el día. En lo absoluto.  

Lee era el mejor, pero no era un mago. Ni Dios. No podría fabricar pruebas que no existían. Ni hacer ver inocente a alguien que no lo era. Pero la parte más importante, es que a pesar de estar trabajando duro, tenía que admitir que no estaba dando lo mejor, el tipo le desagradaba profundamente. Acepto el caso como un favor especial a uno de los dueños del Buffet, pero en momentos como estos sentía que estaba defendiendo lo indefendible. El tipo era un asesino y sería condenado de todos modos. 

Sonó el pitito del microondas avisándole que la comida ya estaba caliente y con un suspiro de alivio, coloco el plato sobre una bandeja y se dirigió a su cuarto.

Comer en la cama, luego una ducha caliente y unas buenas 8 horas de sueño se le proyectaban como el paraíso. 

Abrió la puerta y se quedo congelado en el quicio, mirando hacia la cama sin poder creer lo que veía.

Un hombre desnudo. Un muy desnudo hombre. Un hombre. Desnudo. En su cama.Un hombre que apoyado en el respaldar se relamía los labios y se pasaba las manos muy sugestivamente por la ingle.Un hombre al que él conocía. Muy bien. Demasiado bien. 

-¿No vas a venir a saludarme Lee?¿No me has echado de menos? – le dijo mientras cruzaba las piernas sobre la cama y hacia una especie de puchero, demasiado masculino, como para ser definido realmente como un puchero. 

Como un autómata, olvidando como por arte de magia el hecho de que estaba agotado, dejo la bandeja sobre la mesa más cercana, prácticamente derramando la mitad de su contenido. Se quito los zapatos sin ni siquiera agacharse, empezó a desabrocharse la camisa y se saco de un tirón el cinturón. Se subió a la cama y empezó a avanzar hasta que estuvo prácticamente encima del hombre desnudo, que ahora lo miraba con una sonrisa radiante. 

-¿eso quiere decir que me echaste de menos? – Lee no tuvo que contestar, simplemente tomo su boca en un beso apasionado que los dejo a ambos respirando agitadamente cuando acabo. 

-Definitivamente me echaste de menos –  

-¡Dios Micah! ¿Cuándo regresaste? – empezó a morderle la barbilla y a besar ese cuello fuerte que tanto conocía.  

Micah echo el cuello hacia atrás dándole más espacio para sus exploraciones – Hablemos luego – empezó a deslizar la camisa por los anchos hombros de Lee, mientras ambos seguían sin querer romper el beso. Una vez que la camisa hizo todo su recorrido hacia abajo, fue lanzada a un extremo de la habitación. Dejando ver el largo y hermoso tatuaje que Lee tenía en ella, como un emblema personal. Luego empezó a desabrochar los botones del pantalón de pana de Lee. 

El abogado rompió el beso y empezó a deslizar los labios suavemente por las mejillas, la barbilla, el cuello y las orejas. Intercalando besos, lametones, mordidas y chupadas. Jugueteo con los lóbulos, durante un rato indefinido sabiendo que era una de las zonas erógenas favoritas de su compañero. 

Siguió descendiendo, beso los omoplatos, los recorrió con la lengua, bajo a los pezones los chupo y los labio. Se concentro en aquellos pequeños botones que tanto le gustaban y que hacían suspirar y gemir con fuerza a Micah. Este no puede dejar de tocarlo tampoco, así que acariciaba sus brazos, recorría su espalda y besaba todo aquello que este a su alcance, exaltando mucho mas a Lee en el proceso. 

Siguió bajando, lamio el ombligo, los follo con la lengua. Adentro a afuera. Repitiendo los movimientos que en unos minutos estaría realizando dentro del apretado cuerpo, que ahora gemía y se retorcía incitándolo a bajar más y más.  

Deslizo las manos por la piernas musculosas, desprovistas de vello, acaricio los muslos fuertes. Se levanto un poco para posicionarse mejor entre las piernas de Micah, haciendo que estas se abrieran ampliamente.

Empezó primero acariciándole las ingles de arriba abajo. Luego cambio las manos y las yemas de los dedos, por la lengua. Beso la parte de los vellos que Micah constantemente se depilaba y luego suavemente empezó a pasar los labios por los testículos, besándolos y acariciándolos con la lengua. 

Levanto la cabeza para contemplar el rostro de su acompañante y sintió que se excitaba aun más. Micah era un rubio platino, dorado como un Dios griego, con un cuerpo que hacía honor a ello. Tenía la cabeza echada hacia atrás sobre las almohadas y  los ojos cerrados, los labios entreabiertos y los puños cerrados apretando las sabanas con fuerza.

 Lee regreso a la tarea que tenía entre manos, cogió con una mano la base del pene, con la otra  los testículos y con los labios, con los labios beso y lamio la punta como si fuera un caramelo.

Recorrió con la lengua la vena que recorría de extremo a extremo el miembro de Micah, y luego de un solo golpe se lo metió entera en la boca. Tuvo que relajar los músculos de la garganta y una vez acostumbrando a la invasión, empezó a succionar y a chupar con fuerza. 

El rubio pego un gemido que retumbo dentro de las 4 paredes de la habitación y empezó a moverse primero delicadamente intentando follar la boca que lo estaba volviendo loco. Poco a poco el movimiento se fue intensificando y su respiración se volvió mucho mas errática, advirtiéndole a Lee que estaba a punto de correrse en su boca. 

Le dio una última chupada y liberó el duro pene que se presento ante sus ojos, grande, rojo e hinchado. Con rastros de líquido preseminal. 

Con las voz un poco rasposa, Lee lo mira a los ojos y le ordena suavemente – voltéate 

MIcah obedece casi inmediatamente y se gira. Una espalda musculosa y unas nalgas firmes hacen su aparición y Lee no puede más que relamerse los labios.

Lee se pone en pie y se deshace del pantalón y los calzoncillos de un solo tirón, Mientras Micah lo observa con un sonrisa excitada, restregando su erección contra las sabanas. 

El abogado sonríe, acariciando con una mano su miembro hinchado, mientras sube a la cama y se arrodilla entre las piernas del rubio. Le besa suavemente las nalgas y luego poniendo una mano a cada lado las separa para observar el pequeño anillo rosado.

Lo rodea con un dedo, sintiendo como Micah tiembla por el contacto. Y luego lo lame, delicadamente solo alrededor. Juega con la lengua y con los labios mandando señales de electricidad por todo el cuerpo del rubio.Luego empieza a lamer mas profundamente, utilizando la lengua como una ariete, embistiendo y embistiendo tratando de encontrar y esa glándula que se sabe que lo va a volver loco. 

Roza la próstata un par de veces con la lengua haciendo que su compañero se retuerza y prácticamente grite de placer. Agrega un par de dedos a la ecuación y empieza a lubricar tiernamente el ano, intentando no causar ningún dolor ni disconformidad.

Cuando siente que Micah ya está listo y más que dispuesto. Se coloca el condón, se echa un poco mas de lubricante y se posiciona en la entrada. 

Micah es tan estrecho y caliente, que cuando Lee por fin está completamente adentro siente que puede morir en ese momento. Todos sus sentidos están sobreexcitados y el maravilloso cuerpo que está debajo suyo, se mueve e implora por un contacto más intenso.

Se lo folla como Lee hace todo en la vida. Con estocadas calculadas y de manera apasionada.   

 

15 minutos después ambos están echados en la cama, contemplando el techo, cubiertos de semen y de sudor. 

Lee se voltea, se apoya en un codo y lo contempla. Los ojos de Micah están abiertos y mira sin pestañear, tiene el cabello rizado pegado en la frente y se le nota relajado y feliz.  

Micah ha compartido su cama esporádicamente a lo largo de 10 años. Se podría decir que son amigos con derecho a roce. O amigos cariños. O como mierda se le diga a dos personas que tienen sexo Sin ningún amarre emocional. Sin problemas. Sin reclamos. Sin llamadas al día siguiente. Y les ha funcionado de maravilla.

El único lazo que los une es el de la amistad. Un deseo mutuo y mucho respeto. Ninguno de los dos ha sentido por el otro ningún sentimiento de amor u unión postcoital. Ambos saben claramente que no están hechos el uno pero el otro, pero el sexo es bueno. Muy bueno. 

Se conocieron hace 11 años cuando Lee estaba en plenos estudios de derecho en Yale, gracias a una beca estatal y Micah era un muchacho de 19 años tratando de labrarse una carrera como modelo. Se hicieron amigos instantáneamente y un año después empezaron a acostarse, buscando una manera de vencer la soledad.

 Lee era un muchacho huérfano que había vivido toda su vida en hogares sustitutos y Micah también lo era. En medio de la vorágine que los rodeaba, ambos encontraron abrigo en los brazos del otro. 

Hoy en día ambos son exitosos. Micah logro su sueño de convertirse en un supermodelo. Realiza comerciales para Calvin Klein, pases para Custo Barcelona y sesiones de fotos en islas exóticas del Caribe. Y entre toma y toma, desfile y desfile siempre busca un tiempo para dedicárselo a Lee. 

-He conocido a alguien – el rubio rompe el silencio y lo mira – vine hasta aquí para contártelo, es algo nuevo y no sé si llegara a funcionar – hace una pausa y respira hondo – pero, creo que me estoy enamorando. 

Lee lo observa, con detenimiento y ve ese brillo en sus ojos. Ese brillo inconfundible. Ese brillo aterrador, del que intenta huir como si fuera la peste. El brillo del amor.Micah se ve luminoso, todo en el resplandece y Lee no tiene más que sonreír y acariciarle suavemente el rostro. 

-Me alegro – se inclina y le roza suavemente los labios – me alegra saber que ya no estás solo. 

-Yo no estaba solo Lee, te tenia a ti. Del mismo modo en que tú me tenías a mí – se echa hacia adelante y frota la nariz contra su mejilla – Y siempre me tendrás. – Hace una pausa y vuelve a mirarlo directamente a los ojos – Solo que de una manera diferente, no podemos seguir acostándonos juntos, esta vez fue la última ¿lo sabes? 

Retirando un riso de su frente le responde – lo sé. 

Se acurrucan uno contra el otro en la gran cama de Lee, deseando cosas diferentes. Imaginando otras circunstancias. Soñando con finales felices.     


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