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Mi precio por Lunatica

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Notas del fanfic:

Etto...mmhh...como explicarlo?? Esta historia llego a mi cabeza mientras escuchaba una canción de skunk anansie que decia más o menos que había estado vendiendo su tiempo y que el aparentemente lo pagaba.

 

Este es un mundo de Okamas, de sexo por dinero. No tengo la menor idea si este "negocio" alguna vez existio en Japón, asi que, además de la obvia razón de que Gaara y Le ni siquiera son de la época, s que pongo AU.

 

Casi terminado, solo falta la escena lemon.

Notas del capitulo: mmhh...disfrutenlo por favor..saben que cualquier comentario es bienvenido. Si tienen alguna canción dramática les aconsejo que la pongan ^_^

 

CAPÍTULO 1 

 

 

Ese era un mundo de pago, así era la vida a la cual estaba acostumbrado, los clientes llegaban, le lastimaban la cadera, el cuerpo, la piel, el alma, descargaban un líquido blanco en su cuerpo y luego se iban, olvidándolo al instante.

 

Sus días eran cortos, pues dormía la mayor parte de ellos, las noches le parecían largas, eternas y dolorosas.

 

Justo a las ocho de la noche venía su Okama-bochou, Iruka, para  despertarlo y borrarle las lágrimas que durante el sueño escurrían de sus ojos. Le tallaba suavemente la espalda con una pomada hecha con hierbas para curarle las heridas del ultimo cliente, le lavaba con ternura todo el cuerpo y escuchaba con atención el sueño en turno de su pequeño aprendiz.

 

            -Hoy no soñé…-

 

Le dijo con pesadez mientras el agua escurría entre su cabello. Iruka abrió los ojos dejando el bote de madera.

 

            -Eso es bueno…-

 

Finalizó luego de unos minutos, con su usual mirada perdida, apretando las piernas contra su pecho. Y en ese momento no lloró, no dijo nada, soltando lo que quedaba de su alma en un suspiro.

 

Iruka lo abrazó al instante. Eso pasaba con todos los que trabajaban en ese lugar: dejar de soñar.

 

 Evitar soñar era evitar vivir, era entrar en la monotonía y en la resignación.

 

Lee estaba entrado al mundo del dolor amado, al síndrome del masoquista pasivo, ese que sabe sufrirá pero ya no tiene capacidad de gritar.

  

            -Iruka-san…es cierto que te irás??-

 

Umino no previó esa pregunta, y tampoco la mirada acusadora que le siguió. Bajó el bote con agua que se había quedado a medio camino y agachó el rostro. El era un egoísta, y lo aceptaba, pero esperaba que Lee también pensara así, en ese lugar donde vendías el cuerpo lo mejor que podías hacer era ser egoísta, tomar la primera oportunidad y largarte sin mirar atrás.

 

Miró a Lee; el delineador negro que siempre olvidaba quitarse se estaba resbalando por sus mejillas y el labial se borraba alcanzando a derramar gotitas por su pecho. Tenía unos enormes ojos negros opacos por el tiempo y el dolor, labios naturales rosados y mejillas siempre chapeadas, piel blanca perluzca y un cuerpo delgado y con un aire altanero que lo volvía el predilecto de la clientela joven. Sabía el recuento de los años que lo habían quebrado, los acunó contra su pecho cuando nadie más lo quiso, lo hizo su alumno y lo atendió con amabilidad y cariño, queriéndolo como a un hijo.

 

No le ocultó la llegada de su ronnin, ni la forma en que este movía su mundo. Pero si ocultó que lo amaba, que anhelaba esos momento en que el llegaba con su katana ondeando del cinturón, cuando dejaba sus ropas acomodadas en la silla de siempre y cuando se disponía a amarlo lentamente por horas. Su alma bailaba en esos momentos, encontrándose con la del otro.

  

            -Kakashi-sama ha alcanzado mi precio… Compró mi libertad.- dijo sin rodeos.

  

Y Lee sonrió por primera vez en dos meses. Alcanzó el rostro de Iruka con las manos mojadas y lo acercó hasta plantarle un beso tibio en los labios. No lo alargó, ni fue pasional, solo unió sus carnes hasta dejarle la esencia de el mismo arraigada en el aliento.

 

            -Así nunca me olvidarás… - le sonrió como un niño, con el alma inocente que aun mantenía viva la llama de la esperanza muy dentro de él.- tu segundo beso de amor.-

 

E  Iruka rompió en llanto,  frente a su alumno.

 

No quería que lo viera así, derrotado, de rodillas a su lado, con el peinado deshecho y los hilos de su hermoso cabello castaño desparramados, combinándose con sus lágrimas saladas. El sonido de su joyería golpeando contra el suelo de madera resonando en el ambiente.

 

Lee le quitó la pinza, las flores decorativas, los aretes y los palillos que detenían lo que quedaba del elaborado peinado, luego le lanzó agua encima.

 

Arruinó por completo el caro kimono de Iruka-sensei, pero no lo importo, de todas maneras ya no tendría que usarlo nunca más. Le levantó la cara con fuerza y le metió una bofetada que le quitó la mitad del maquillaje del rostro.

 

            -No te quiebres, no delante de mi!...-

 

Más y más bofetadas, cada vez más lentas y suaves, quitándole hasta la más leve capa de ese asqueroso maquillaje que le obligaban a usar, hasta dejar el mayor defecto de su linda cara al descubierto.

 

Una cicatriz le partía el rostro a la mitad, pasando por las mejillas y la nariz.

 

Recordaba ese día y lo mucho que tuvieron que trabajar para que el dueño del local no decidiera sacarlos, venderlos o peor aún, matarlos.

 

 “Una Okama que no es hermoso no vende, no necesito prostitutos que me espanten a los clientes…”

 

Metió parcialmente a Iruka en el agua, acunándolo contra su pecho mientras le pasaba los dedos entre el cabello.

 

            -Ya no te tienes que ocultar…ya no vives de nadie…- dijo como una letanía durante horas.- No te volverán a lastimar.-

 

 

 

      

Y esa noche no hubo lágrimas. Dejó a su sensei tranquilo en su habitación y el mismo se colocó frente al espejo y se maquillo con paciencia. No podía usar rojo, pero si su amado verde y el suave durazno.

 

La luz de la vela era cálida, destellaba alumbrando el lindo kimono de lotos que le habían asignado ese día, mostraba el brillo de su cabello, negro como la noche, de tonos naranjas y le daba algo de vida a su pálida piel.

 

Cuando terminó se miró nuevamente en el espejo, mostrándose como la muñequita que odiaba ser.

 

 

 

  

Y esa noche no tuvo clientes durante horas, se sentó sobre sus piernas, con las manos cruzadas y la vista baja, esperando en silencio. Rodeado de las otras okamas, separados por una pared los que eran considerados como “mercancía de calidad”, basados en la experiencia que tenían, y “baratos” que eran nuevos, rama a la que el pertenecía. Kiba, Chouji, Naruto, Kankuro y Haku estaban con él.

 

El era joven e inexperto, no se le permitían los clientes adinerados, pero tampoco era como si los anhelara. Ellos eran por lo general más pervertidos y degenerados que el resto, se aprovechaban del dinero para hacer lo que quisieran con sus prostitutos, si a alguno se le pasaba la mano, una modesta paga extra eliminaba el cadáver y nadie tenía permitido volver  a hablar de “él” o era castigado cortándole un dedo del pie.

 

Escuchaba el bullicio de las habitaciones baratas, donde los clientes comunes eran atendidos, más al fondo estaba el pasillo y al final una puerta que daba al sótano donde los asquerosamente ricos podían deleitarse con sus “compras” durante el tiempo que quisieran.

 

 

Y entonces sonó la campana de la puerta.

 

 

El dueño se levantó sorprendido. Se acercó a la persona recién llegada y con una enorme reverencia le dio la bienvenida al prostíbulo de okamas más famoso de la región.

 

Lee no lo miró, por la forma en que el dueño había corrido se notaba que era una persona importante, y si algo había aprendido en ese lugar era que ninguno de ellos tenía derechos ni libertades, pero entre toda esa gama de negaciones, existía una sub-rama aún más prohibida que era ver a los clientes a los ojos.

  

            -¿Qué haces??!!- le preguntó una voz angustiada a su lado. Kiba lo miraba como si estuviera loco, jalándolo del kimono con discreción.- tienes que levantarte ante la presencia de un noble!!-  

 

Lee se levantó en polvorosa, esperando que su error no hubiera sido notado.

 

Sentía miedo, su cuerpo temblaba a causa del pánico, sabía que tenía que controlarse o si no el maquillaje se correría, pero se volvió tan difícil cuando escuchó los pasos del dueño acercándose rápida y sonoramente a él.

 

Le tomó del brazo suavemente, fingiendo cortesía.

 

            -El noble te ha pedido…escúchame…si lo haces bien recibirás una paga, si lo hechas a perder yo mismo te mataré…- le escupió con odio en la oreja, susurrando en un tono que denotaba que no mentía y Lee lo corroboraba, si alguien hacía enfadar al dueño, terminaba por desaparecer.

 

Le apretó el brazo hasta el punto en que Lee hubiera podido aullar de dolor, pero no lo suficiente como para dejarle moretón. Después de todo, cada marca disminuía el valor de su mercancía.

 

El noble se colocó al lado de ambos y esperó a que el mismo dueño le entregara a Lee, como una señal de respeto que indicaba que ahora era todo suyo.

 

Siguió en silencio a su cliente, perdiéndose en el pasillo. Sabía a donde se dirigían, entendía lo que podía pasarle pero eso no era capaz de reducir su miedo, dio una mirada de soslayo a Kiba y a Chouji, sus compañeros de generación, que de igual manera lo miraron angustiados, quiso correr, llorar o solo desaparecer, tal vez despedirse, pero era una Okama, un ser sin derecho a nada.

 

 

 

 

 

        

            -Quítate la ropa…-

 

Y la pesada puerta de madera se cerró.

 

Lee finalmente se encontró en el lugar donde podía ver a  la cara a su cliente. Tenía un cuerpo esbelto y ligero, cabello rojo que ante la luz de la vela ondeaba como el fuego y una piel de marfil que contrastaba con el kanji en su frente.

 

Pero lo que le causo una mayor impresión fueron sus ojos cansados, poseía una vista que ocultaba sus emociones, era un ser que no se volvía más humano con la mirada. Era alguien vencido por un dolor que lo incapacitó para sentir.

 

            -Quítate la ropa.- repitió con la misma voz grave y pausada, deleite a cualquier oído.-

 

Y Lee así lo hizo, sabía que tenía que hacer en esas situaciones. Desvestirse delicadamente, dándole al cliente una insatisfacción frustrante de ver su carne poco a poco. Tenía que torturarlo para convertirse en una joya que aunque vendida, aun conservara la belleza de lo prohibido e inalcanzable.

 

Colocó las manos en el nudo de su kimono y lo desató con parcimonia, dejando caer los pliegues de la enorme tela.

 

El cliente no esperó, se acercó con violencia y el mismo bajó todas las telas que completaban su atuendo, incluso la bata ligera que usaba debajo de todo para ocultar sus partes más secretas.

 

            -Espere…no!- dijo Lee instintivamente, aún sabiendo que renegar estaba prohibido, pero al cliente no pareció importarle, por el contrario y ante todo lo que pudo pasar, el también se despojó de su costoso atuendo, dejando toda la tela  regada en el piso.

 

Ambos quedaron desnudos en la húmeda habitación.

 

Lee se cubrió del repentino frío. Su cuerpo estaba acostumbrado al calor de otro ser encima de él, pero por primera vez estaba con un cliente que no deseaba poseerlo ni que lo veía de la misma forma lujuriosa que todos los demás.

 

Además, esta persona delante de él era diferente.

 

El pelirrojo le quitó el maquillaje con un trozo de su mismo traje, dejándolo inservible para siempre, también lo despojó de los arreglos que tenía en el cabello y los acomodó suavemente sobre la mesita de noche.

 

Ahí quedó Lee, completamente desnudo y descubierto en el centro de cuatro paredes. Le habían quitado su máscara, su protección contra el dolor de la realidad, le arrebataron los ropajes y el cliente no hacía nada más que mirarlo a los ojos.

 

Lee no debía de sentirse apenado, ni de intentar taparse con las manos, no debía de estar tan rojo y sobre todo no debía de estar sin maquillaje. Pero el comprador lo obligaba, era un objeto de renta y si el cliente le pedía que lo hiciera el lo hacía, sin chistar.

 

Lastima que eso no redujera el pudor.

 

            -Cuál es tu nombre??-

 

Nombre?? El no tenía nombre frente a un comprador, siempre era llamado “delicia, hermoso, lindo, malnacido, perra o prostituto”. Sentía que decirle su nombre era como rogarle que le rompiera su pequeño cuento de mentiras en el que día a día se perdía.

 

            -Me llamo…Lee…-

 

            -Mi nombre es Gaara….-

 

Y esa noche, por primera vez, un cliente tuvo un rostro y un nombre.

   

            -Abrázame…- exclamó Gaara con la voz ronca prácticamente cortada por un nudo en su garganta que el no permitiría salir.-

 

Levantó los brazos en dirección a Lee. Y el pelinegro se acercó, sin hacerse preguntas, ni siquiera pensándolo, se acercó a Gaara y en ese momento se sinceró consigo mismo; hace tanto que anhelaba ese contacto, quería aspirar el aroma del cliente desde que la campanilla en la entrada timbró, quiso fundirse con su piel tibia y derretirse en ese cuerpo esculpido por los dioses.

 

Quiso sentir en su pecho el tumulto del corazón de “Gaara”, del noble que olía a manzanilla y café, la bebida de los ricos.

 

Sentía sus poderosos brazos acortando el espacio entre sus caderas hasta que los sexos se tocaron y un escalofrío recorrió su espalda. Cada parte de ellos quedó conectada y hasta la respiración fue compartida.

 

Se recorrieron, se tocaron, se investigaron cada rincón de la piel, besaron, chuparon y succionaron cada parte que encontraban del otro a su paso.

 

Cerraron los ojos mientras la fantasía del amor los consumía como una droga. Olvidándose cada uno de la realidad que les esperaba al cruzar la gran puerta de madera.

                   
Notas finales: Creo que mi estilo ha estado cambiando mucho ultimamente, o es solamente que estoy algo cansada y aturdida por la escuela.

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