Odio cazar en invierno. El único pensamiento que tenía en la cabeza Deidara, al ver su propio aliento salir de su boca.
Como desearía estar en su casa, tomando delicioso chocolate caliente, junto a su chimenea de mármol (que no había tenido la oportunidad de estrenar aún). Lo único que faltaría para su escena perfecta, era un gato.
Un gato, y no tener el compromiso de disminuir la creciente población de vampiros, que se estaba volviendo una plaga incontrolable y peligrosa.
Pero gracias a personas como Deidara, la gente podía pasear un poco mas tranquila. Igual lo harían aunque no existiera.
La gente común no sabe de muchas cosas. Y eso es lo mejor, dejar que sus mentes despreocupadas e inocentes sigan así. Lo que menos necesitaban ahora era la población apanicada.
Pero sería más fácil si supieran, así no tendría que estar ocultándome siempre, y cada vez que aparezca uno le vuele los sesos inmediatamente. Pero luego, si lo analizaba mejor, caía en lo mismo: no necesitaban a personas asustadas corriendo por las calles.
Levantó su pistola, disparando tranquilamente, como se había entrenado durante más de cinco años, a tres vampiros, que cayeron agonizando en el suelo,.
Algunos eran demasiado estúpidos... incluso se ponían en la mira de su pistola, como si supieran que necesitaban morir, y le estuvieran ahorrando tiempo al rubio.
Pero algunos no lo eran.
Deidara sintió ese maravilloso escalofrío que recorría su cuerpo cada vez que él aparecía.
Dejó que en su boca se apoderara una pequeña media sonrisa, al mismo tiempo que daba la vuelta y sus ojos se encontraban con otros, estos de un color tan místico y especial, un café que extrañamente podría confundirse con rojo, llenos de frialdad y algo que hacía a los azules suyos no separar la mirada.
Él le sonrió, sin moverse de su posición tan casual, con las manos en sus bolsillos, observando al rubio con una sonrisa burlona. Y Deidara se ponía a pensar que la nieve le daba un maravilloso contraste a su pelo rojo, que estaba adornado con varios copos de nieve.
Deidara tenía su propia sonrisa en sus labios, levantando de nuevo su pistola y matando al vampiro que venía por uno de sus lados, sin ni siquiera separar sus ojos de los del pelirrojo.
En un movimiento, el rubio levantó su pistola negra, apuntando directamente al corazón del pelirrojo. Si es que aún tiene uno, el bastardo...pensó Deidara con ironía.
El pelirrojo solo pasó sus ojos al arma, antes de regresarlos al rubio, misma sonrisa despectiva que lo caracterizaba.
Como si supiera que no lo podía hacer, que no podía jalar del gatillo y atravesar su cuerpo con una bala de plata. Y Deidara le iba a demostrar que si lo podía hacer.
El sonido del disparo ni inmutó al rubio, años de prácticas te acostumbran... pero su cuerpo se tensó al sentir a alguien detrás suyo, un tibio aliento en su cuello, mientras unas fuertes manos estaban en las suyas, sosteniendo en conjunto la pistola.
Y aún al sentir los fríos dedos del pelirrojo sobre los suyos, su cuerpo se llenó de un calor tan delicioso, que lo hizo olvidarse del chocolate y la chimenea.
Por eso odiaba el invierno.
Sintió su cuerpo temblar, y no sabía por qué.
¿Frío...? ¿Miedo...? ¿Ansias...? ¿O porque el sentir de ese otro cuerpo junto al suyo le nublaba el pensamiento...? Probablemente las tres últimas.
El agarre en sus manos aumentó unos segundos, obligándolo a soltar el arma.
-Sabía que vendrías.-le dijo la fría voz desde su cuello. Deidara suprimió un gemido al sentir los helados labios del vampiro rozar la sensible piel de su cuello.
Juntó todas sus fuerzas y volteó su cara por encima de su hombro, encontrándose de nuevo a esos bellos orbes casi-rojos.
-Muy amable de tu parte haber esperado por mi, un.-susurró Deidara, una media sonrisa en sus labios.
-Esperaría la eternidad por ti...-dijo suavemente el pelirrojo, como si las palabras estuvieran solamente dedicadas a los oídos del ojiazul.
-No digas tonterías, un.-respondió duramente, intentando safarse del agarre del vampiro.
El pelirrojo solo rió con sorna al ver los inútiles esfuerzos del rubio.
Con un suspiro de resignación se mantuvo quieto, sintiendo por un segundo como sus cuerpos se complementaban el uno al otro, pareciendo que fueran creados para estar juntos, abrazándose eternamente. Se tomó la libertad de recargarse un poco en el fuerte pecho del vampiro, para la satisfacción de éste.
El pelirrojo sonrió y apretó un poco más el posesivo agarre. Ambos cerraron los ojos, disfrutando el delicioso calor que emanaban sus cuerpos juntos(o al menos el de Deidara), complementándose con el sonido de disparos y gritos en el fondo, ambos manchados de sangre.
Y aún así, nunca se habían sentido tan tranquilos.
Un grito en el fondo, llamando al rubio, los despertó de su trance momentáneo. Deidara volteó de nuevo por su hombro hacia el pelirrojo.
-Sasori...-empezó a decir, mas fue callado por los fríos labios del vampiro sobre los suyos, juntándolos en un dulce beso. Deidara no necesitaba mas motivación que eso, para corresponder, sin moverse de su lugar, con su cabeza volteada.
Después de unos (maravillosos) segundos, el beso llegó a su fin. Separaron sus caras un poco, el rubio respirando agitadamente, un leve sonrojo en su pálidas mejillas, mientras Sasori permanecía inmutable.
-Espérame...-suplicó suavemente Deidara.
-Siempre...-le respondió Sasori.
Y en un segundo, el calor desapareció, al igual que el pelirrojo, y el ojiazul quedó parado solo en medio del bosque.
Un gruñido a un lado suyo le avisó que no tan solo. Deidara volteó y sacó su otra pistola, oculta en la parte de atrás de su pantalón, y acabó rápidamente con el vampiro.
Empezó a caminar a paso lento hacia donde se hallaban sus demás compañeros peleando.
No necesitaba apurarse.
Y con una pequeña sonrisa pensó que "igual, Sasori tiene toda la eternidad para esperarme..."