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Destinos cruzados por Asumi

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Michael McGovern se asomó desde la ventana que daba a una de las calles más concurridas de New York, se pasó la mano por el pelo y suspiró, dejando ver una casi imperceptible sonrisa.

Lo había conseguido.

En aquel piso se había dado una de las reuniones más importantes de ese año, basado claramente en su trabajo: economía. El mercado de valores cada vez subía más y la inflación provocaba que los productos hechos en otros países y/o transportados aumentaran casi un 25% su costo. ¿Cuál era el problema, entonces, si ellos vivían en uno de los, por no decir el más poderoso del mundo?

La respuesta era sencilla: la tecnología.

Estados Unidos era la primera potencia mundial en economía y armamento, pero su tecnología no se podía acercar ni de lejos a la japonesa. Eso era una de las brechas económicas con el país asiático.

Japón era la potencia mundial en industria y tecnología en esos momentos. Sin embargo, América gozaba en esos instantes de algo que al país oriental le faltaba: petróleo. Al tener una superficie tan pequeña y siendo gran consumista, tenía que comprárselo a Estados Unidos; pero por la subida de los precios, los negocios en ambos países se habían complicado, haciendo que ellos también aumentaran considerablemente el precio de sus productos, lo que sin duda en menos de medio año habría dado veda para una crisis comercial.

   Pero nada mejor que un buen plan de inversión y, como no, “estrategia” en los negocios para sobrellevar bien esta crisis.

   Michael era el más joven de la empresa, y una gran promesa del mundo de las finanzas. Con cuotas regulares, una reducción del precio de las exportaciones e importaciones de casi un 10%, aportando hechos y gráficas de valores, su innato poder de convicción y sangre fría en los peores momentos habían conseguido que los japoneses firmaran el contrario por el cual se garantizaba un suministro de petróleo por un costo bastante reducido y una progresión de la bajada de los precios de otros productos que el país asiático importaba. Como no, estas medidas también se tomaban con Japón.

   Se sentía el hombre más feliz del planeta en esos momentos. Casi podría ponerse a saltar por su despacho, que se encontraba unas pocas oficinas más adelante. Pero no, se quedó ahí mirando el bullicio de la calle, intentando casi sin conseguirlo calmar su acelerado corazón.

   Tenía veintinueve años recién cumplidos. Su corto y tupido cabello rojo caía delante de sus hermosos ojos verde agua. Un atractivo joven de rasgos marcados, su pelo rojo por parte de padre, de origen irlandés, y de su madre neoyorquina esos ojos verdes. Aunque ambos habían estado viviendo en un pueblo bastante alejados de la capital antes de que se mudaran cuando él apenas cumplía los veinte, aunque al estar en la universidad, la mudanza no le afectó demasiado.

   -Señor McGovern- escuchó la aguda pero para nada molesta voz de su secretaria-. El señor Takamura le espera en su despacho- dijo sonriendo débilmente mientras mordía la parte trasera de un boli-. Me han dicho que lo ha conseguido, felicidades.

   El pelirrojo sólo pudo devolverle la sonrisa, más de cordialidad que por otra cosa.

   -Gracias, Nicole- respondió, apartándose de la ventana-. ¿Podría ir a la cafetería y traerme un café cargado?.

   La mujer asintió y se dio la vuelta, llamando la atención de todos los hombres que en ese momento estaban en el pasillo.

   Nicole Felton era, nada más y nada menos, la mujer con más curvas que había visto en su vida. Unas finas caderas, una delantera de escándalo, unos gratos modales, unos ojos azul claro que hacían que muchos hombres se quedaran mirándolos embobados, y un largo y rubio cabello rizado que le llegaba a mitad de la espalda.

   Muchos pensaban que para tener una secretaria así había que tocar las alturas. Michael lo había hecho, pero no era por eso que la tenía.

   Caminó a paso ligero hacia su oficina donde se encontraba el asiático, Takamura Kenji , vicepresidente de la empresa con la que acababa de pactar. Era el típico japonés, de no ser por los brillantes ojos grises que poseía.

   -Takamura-san, ¿puedo ayudarle en algo?- preguntó amablemente mientras se acercaba a su asiento.

   -Quisiera discutir algunos puntos del acuerdo, si no es mucha molestia, McGovern-san.

   El pelirrojo lo miró fijamente.

   -Creí que su jefe ya había discutido todos los puntos que creía convenientes cuando firmó- replicó, frunciendo levemente el ceño.

   -Es una objeción personal,  no es que desconfíe de la fiabilidad de los estadounidenses- explicó, haciendo un gesto con la cabeza-. Quisiera saber, si no es inoportuno, cuáles son los productos, a parte del petróleo, que reducirán sus precios. Porque espero sinceramente que sean aquellos que mi país necesita más, McGovern-san.    

El asiático vio el gesto de extrañes en el rostro de Michael durante un fugaz momento antes de contestar.

-Sepa que nuestro país y el suyo nunca han tenido unas relaciones tan productivas como ahora. Espero que entienda eso, y que lo que menos nos conviene ahora es una mutua desconfianza, y que comience un ira y afloja sin sentido, Takamura-san- cerró los ojos-. Nosotros lo que pretendemos es reducir el precio de “cualquier” producto que sea exportado a Japón, tanto si es material de construcción como si son una docena de muñecas de porcelana- hizo un grácil gesto con sus dedos -. Eso no es el mercado Europeo, por donde la importación y la exportación es libre, y sabe de que hablo. Por eso se ha llevado a cabo este tratado. Las potencias  debemos ayudarnos mutuamente. Quid pro quo. Tú me das, yo te doy- extendió la palma de la mano-. Así de sencillo, Takamura-san. Los estadounidenses tenemos mala fama, pero no todos somos unos estafadores- añadió, negando con la cabeza.

-Pero también se sabe que no todas las empresas pueden cumplir tal tratado. No creo que esta tenga tantas influencias como para movilizar todo un país en la bajada de precios, para reducir así los salarios al cotizar menos, McGovern-san- éste suspiró-. Usted ya debe saber que no todo el mundo está de acuerdo en esto. Por el bien de muchos o por el bien de pocos, no todos ganan ni pierden, así que en verdad mi pregunta sería en estos momentos, ¿usted cree puedan ejercer este tratado durante un tiempo indefinido?

-La misma pregunta podría hacer yo, pero estaría dejando en evidencia a una de las empresas más poderosas de Japón, por lo que me ahorraré el comentario.

El asiático le miró casi ofendido.

-No puedo garantizar que todo el mundo estará de acuerdo, pero mientas sea yo quien dirija esta “campaña”, por así decirlo, me haré responsable de que se cumplan todas  y cada una de las normas estipuladas. Además, casi todo los productos que van hacia Japón pasan por aquí, tanto en finanzas o en otro departamento. Al final todo son números, y a esos pequeños los entiendo muy bien- dijo, sonriendo orgulloso de ello-. ¿Alguna duda más que pueda solucionar, Takamura-san?- preguntó, entrelazando los dedos.

-No, eso es todo- respondió, inclinando la cabeza en una pequeña muestra de cortesía-. Me ha contestado a todas mis dudas.  Me siento complacido con que un hombre como usted sea quien lleve esta “campaña” como lo llama. No ha escatimado en ningún gasto para que esto se lleve a cabo, cosa que agradezco por mí y por mi país- se levantó.

   -Soy un hombre de palabra- dijo, levantándose a la par estirando el brazo-. Ha sido un placer hacer negocios con usted. Espero que nos volvamos a ver en circunstancias parecidas. No me gustaría que hubiese una quiebra de la bolsa mientas asumo esta responsabilidad- bromeó.

   -El placer ha sido mío- respondió, estrechándole la mano-. Hasta pronto, McGovern-san - se separó, dispuesto a salir del despacho.

   Cuando el hombre salió, Michael se estiró en su silla de cuero mientras se daba la vuelta, ya que al ser giratoria le permitía más movilidad. Miró al techo, dejando la mente en blanco durante unos instantes.

Sí, su vida no podía ir mejor en esos momentos.

Su madre siempre le decía que era un adicto al trabajo sin igual, cosa que su padre discutía bastante.

Él adoraba su profesión, y aún más adoraba hacerlo bien… Aunque tenía que reconocer que estar más de dos semanas sin hacer un solo balance bancario o de cualquier otra cuenta acababa con sus nervios.

   -Señor McGovern, aquí su café- llamó su secretaria por la puerta con su típico balanceo de caderas-. Bien cargado, como ordenó.

   -Gracias, Nicole. Eres un encanto- ella sonrió. Para sus treinta y dos años pasaba por una modelo de veintisiete, cosa que siempre conseguía adularla-. ¿Ha habido alguna llamada durante la reunión o algún informe importante?- preguntó, dándole un sorbo lento al vaso de plástico.

   -Han llegado dos informes sobre el balance de la bolsa que se supone que deben estar para  la próxima semana; ha llamado la señorita Willow y su madre, pero ninguna de las dos me ha dicho que necesite que le devuelva la llamada, sólo avisa de ambas- dio un paso hacia atrás-. Y ha llegado una carta aquí para usted. Supongo que lo confundieron con la dirección de su casa- comentó, entregándole la pequeña carta.

   -Pásame esos informes dentro de una hora. Primero tengo que revisar unos balances que hice ayer para saber si todo está correcto- dijo, dándole otro sorbo a su café y observando la carta sin mucha curiosidad, dejándola a un lado de su portátil.

   -De acuerdo. Si necesita algo, estoy fuera- se dio la vuelta, dirigiéndose hacia la salida.

   Michael alzó la mano como despidiéndose y se concentró en su portátil, dejando la carta donde se encontraba sin la necesidad de mirarla. Media hora después de haber hecho unos minuciosos cambiaos en las gráficas que tenía que presentar el viernes, sólo entonces cogió la carta sin muchas ganas, sin saber quién podría haber sido el imbécil que había confundido la dirección de trabajo con la de su casa, porque había que estar un poco loco para mandarla a una de las plantas más latas del edificio comercial. Sin lugar a dudas un gran error, pero todos eran humanos.

   Miró con curiosidad los sellos. Le sonaban, pero no sabía de qué. Sacó el papel del sobre y bebió otro largo trago de café, pero al ver lo que ponía en la primera línea casi, sólo casi, escupió todo lo que había ingerido en el último trago. Se permitió tener un brutal ataque de tos que por poco le produjo un atragantamiento.

-Reunión de antiguos alumnos del Instituto Kintsbell... curso del 95... – tragó en seco intentando regular su respiración.

¿Cuánto hacía de eso? ¿Doce años? ¿Una reunión de antiguos alumnos? ¿¡Ahora!?. Simplemente estaba impactado. Esa pequeña carta le acababa de recordar la peor época de su vida, el instituto.

Si alguien hablase de Michael Mcgovern en estos momentos, dirían que era un hombre de complexión atlética, atractivo, con un futuro prometedor y un imán para las mujeres. Pero poca gente conocía su pasado, por lo menos no en esa ciudad, y menos desde que se mudó a uno de los pisos en la zona más próspera de New York.

Poca gente había visto fotos suyas de joven. Tenía de antes de los trece años y desde principio de los veinte, pero su vida entre esa edad era un misterio, ya que todas las fotos estaban guardadas o habían sido destruidas, todas menos la del anuario del instituto, ya que cada compañero tenía uno, y no podía ir uno por uno destrozando la foto.

En la pubertad le tuvieron que poner aparato, estaba tan delgado que sus padres casi habían pensado que sufría de anorexia, llevaba unas gafas gruesas que era la única forma de leer mas de cinco palabras juntas sin tener que forzar la vista, su pelo enmarañado y su rostro picado por el acné habían sido una cruz durante esos asquerosos años. Siendo el marginado de su clase y adorando con una fuerza superior las matemáticas había conseguido salir de allí por meritos propios e irse a una universidad en la que se le valoraba.

De los dieciocho a los veinte dio un cambio considerable.

Su acné había remitido consiguiendo que tuviera una piel no tersa, pero sí normal; se había puesto lentillas y después se había operado la vista; se había cortado el pelo quedando casi liso y el aparato después de cinco meses más había desaparecido quedando sus dientes alineados perfectamente. En la universidad había empezado a hacer ejercicios de atletismo por el cual tenía el cuerpo que hoy en día poseía. Y de todos sus compañeros del instituto solo tenía contacto con Alice Willow, una joven que estudiaba  ciencias cerca de su facultad, la cual podía considerarse como su mejor amiga.

- Oh dios... – gimió, poniéndose la mano en la cara.

Aunque había pasado tanto tiempo, volver a aquel lugar que le había provocado tanta amargura durante esos años era, por no decir completamente desagradable, una verdadera prueba de fuego para él.

Desde que había salido de ese calvario se había superado a sí mismo. Había conseguido cambiar su actitud sumisa y débil, aprendió a sobrevivir después del instituto y a forjarse un futuro derecho y firme.

No por nada ahora era un exitoso hombre de negocios que, considerando que la mayoría de sus compañeros de clase lo único que habían conseguido eran becas deportivas o habían dejado de estudiar, seguramente de todos los que asistiría a esa reunión era el único con bastante dinero como para comprarse una casa propia donde ahora mismo se encontraba la suya.

Miró con una mueca el teléfono y recordó las llamadas que había recibido. Alice quizás le había llamado por la carta, solo quizás. Mejor sería llamarla para confirmar si su presentimiento era cierto. Descolgó el teléfono y marcó el móvil de su amiga. Del otro lado sonó una antigua canción de los Beatles lo que le hizo soltar una débil sonrisa antes de que contestaran.

-“¡Mick! – escuchó exclamar a una voz tersa y suave -. ¡Me alegro mucho de que me hayas llamado! Aunque le dije a tu secretaria que no era importante... – hizo una pausa y luego soltó una súbita carcajada –. Bueno, da igual, ¿qué tal estás amigo?”– suspiró. Su amiga siempre había sido una charlatana nata.

- Yo también me alegro de escucharte Alice. ¿Por qué siempre que te llamo eres tú la que me saludas?

Escuchó otra risotada jovial.

- “Por que veo tu nombre nada más sonar el móvil cariño, ¿o es que ya no te gusta mi efusividad?.Por que si es así, te has vuelto un niño malo, Micky”

Una pequeña vena se le apareció en la frente.

- Te he dicho un millón de veces que no me llames ‘así’, Alice.

Se escuchó un bufido a través de la línea.

- “Si ya, solo tu hermana y tu madre tienen permiso para eso. Yo solo soy un 0 a la izquierda, me haces daño Mick– no hacía falta verla para saber que todo era una broma–. Y bien ¿qué es lo que te carcome en la mente mi querido Michael?”

El pelirrojo sonrió.

- Bueno... me has llamado y dos horas después he recibido una carta de ‘Antiguos Alumnos’ y quería saber si tu llamada y esta ‘bendita’ carta están relacionadas – se oyó una carcajada sarcástica–. He acertado, ¿verdad, Alice?

- “Sí, ¿tienes el don de leerme la mente o es que soy muy obvia?– comentó algo crispada –. La verdad es que lo que menos me apetece ahora es ir a una reunión con nuestra ‘magnífica’ clase de ineptos, pero hagamos de tripas corazón Mick, aunque, ¿quién aparte de nosotros no querría ir a encontrarse con los alumnos más ‘populares’ del 95?. Teniendo en cuenta que éramos poco menos que escoria que no merecía ni una mirada por parte del espléndido Flint y la maravillosa señorita ‘me he agrandado los pechos por que mi papi me quiere mucho y soy perfecta’... La verdad es que esa época me da asco, y sé que tú tienes la misma sensación que yo.”

El hombre no pudo estar mas de acuerdo con ella.

- Cierto, lo menos que quiero es volver. Si por mí fuera no volvería en mi vida a ese lugar. Si fuera a la universidad, por que allí es donde todo empezó a ir bien, pero el instituto...– bufó–. Aunque creo que se llevarían una grata sorpresa al ver lo que el ‘Palillo’ y la ‘Cerebrito’ han llegado a ser y en lo que nos hemos convertido– rió un poco.

- “... Mick ahora es en serio, ¿me lees el pensamiento?- él alzó una ceja aunque esta fuera imposible que le viera-. ¡En eso estaba pensando yo en estos momentos! Bueno, en estos momentos no, pero desde el momento que recibí la carta sí. ¿Qué crees que diría Miss cirugía plástica si viera que la ‘tabla de planchar’ tiene una 90-60-90 por méritos propios? Todo natural, ese es mi lema”– ella solo pudo reír contagiando a Michael.

- Sí, tienes razón. Creo que la expresión ‘la edad te sienta bien’ va a la perfección con nosotros ¿no crees?– pudo imaginarse a su amiga asintiendo efusivamente–. Pero ir allí después de tantos años sigue pareciéndome un poco duro– escuchó la palmada sobre lo que parecía una mesa a través del auricular.

- “¡Pero tenemos que ir ambos!– exclamó –. Sino vamos seguiremos siendo los pardillos de la clase, y eso es algo que no pienso permitir, ni por ti ni por mí ¿Dónde está la sangre fría que utilizas para los negocios? ¡Esto es como una inversión para regresar el costo de tantos años de humillación! Mostrarnos triunfantes, ricos y espléndidos– Michael tuvo que alejarse un poco del auricular para no hacerse daño en el tímpano–. Tenemos una espina de esa época de nuestra vida, tú bastante más que yo ¿y recuerdas por culpa de quien?– en esos momentos su cara podía confundirse con la porcelana, blanca como la nata–. Sé que nunca podrás olvidar ‘eso’ así que si quieres un plan, yo tengo uno”

Tragó en seco.

- ¿Plan? ¿Un plan? – se sonó a sí mismo inseguro. Hacía mucho que no dudaba de sus decisiones. Desde que entró a trabajar nunca había dudado del rumbo de las cosas que hacía, pero el recordar aunque fuera levemente esa época le hacía sentirse como un chaval de dieciséis años acomplejado e inseguro-. ¿Para que necesitamos un plan?

- “Oh, mi querido Michael, para la venganza por supuesto– esa afirmación sorprendió al hombre–. Sabes que soy pacifista, pero muy rencorosa, y he cambiado lo suficiente como para hacer que Flint se avergüence de todos y cada uno de los insultos que nos dijo a ambos, y de alguna cosilla más para todos aquellos que me arruinaron la adolescencia– pudo notar como estaba disfrutando con cada palabra–. Además ahora puedes decirlo alto y clarito ante todos ¿no? Ya sabes... esas palabrita que empieza por H”

Hizo una mueca de desagrado.

- Eres mala, ¿lo sabías verdad?

Escuchó su risa.

-“Claro que lo sé, por eso me quieres tanto– suspiró–. Pero ahora no tienes que reprimirte ¿cierto?  Eres un hombre de éxito, con un gran atractivo, rico... ¿Qué más se podría pedir de no ser por tu condición sexual?  En serio esa frase de que todos los hombre buenos están casados o son gays se me hace cada vez más verdadera”

Alzó una ceja divertido.

- Que sea homosexual no tiene nada que ver con que sea bueno y lo sabes– escuchó un quejido de ‘ña ña ña’ a través-.  Además ¿a quien le interesa mi sexualidad? A nadie, soy feliz así, no tienen por que enterarse de eso un puñado de cretinos que me hicieron la vida imposible.

Se hizo un silencio sepulcral.

- “Pero sobre todo cierto cretino al que llegaste a odiar y hasta los catorce años consideraste tu mejor amigo– cerró los ojos fuertemente, en eso tenía razón -. ¿No crees que ya va siendo hora de enfrentar a los demonios del pasado Mick? Ahora no tienes que temer ni envidiar a nadie, además desde que te apuntaste a kárate puedes luchar perfectamente contra cualquier cretino que se te acerque... –hizo una pausa -. ¿Irás conmigo a esa reunión y mostraremos que somos más que una fachada exterior como todos los demás o piensas compadecerte de ti mismo?”

Sí, sin duda su mejor amiga era una artista en la convicción.

- Está bien, iré contigo – a regañadientes consiguiendo que ella exclamara una expresión de júbilo- .¿Por cierto cual es ese plan?

Alice Willow era, desde la universidad, su mejor amiga, pero antes había estado en su misma clase.

Se había desarrollado tardíamente, por lo que a los dieciséis no tenía figura de una adolescente. Además, su poco cuidado en la estética, su enmarañado pelo y su cara salpicada de pecas había conseguido que fuera impopular menos para el club de ciencias, donde se refugiaba, ya que allí se alababan sus habilidades, cosa que la hacía sentirse orgullosa.

Su etapa de revolución hormonal fue en plenos diecinueve, donde de casi no tener copa, aumentó considerablemente y se creó su tentadora cintura. Michael siempre le decía que si se cuidase el pelo y se quitara las gafas de vez en cuando, consiguiendo dejar ver unos almendrados ojos, se vería muy hermosa, pero ella se había negado innumerables veces, hasta que se cambió de gafas volviendo su casi infantil rostro en uno mas maduro. Sus pecas desaparecieron de su rostro y empezó a cuidar su cabello haciendo que esas hebras negras como el carbón quedasen suaves y sedosas, como antes se había dicho, ‘La edad les sentaba bien’.

- ¿Estás segura de querer hacer eso? No es propio de ti y menos de mí– frunció el ceño.

- “¡Oh vamos! ¿Donde está ese frío hombre de negocios que para ganar muestra esas garras?– se rió fuertemente –. Además, ser un poquito sincero y utilizar ese ‘don’ natural para la estrategia, encima que podrías seducir al Papa cariño– puso una voz melosa-. ¿O es que has perdido facultades desde la universidad?”

Éste alzó una ceja, eso que era ¿un reto?

- Sabes que deje hace mucho esas chiquilladas de seducir al contrario– escuchó una queja –. Y no, no he perdido facultades. Por lo menos no desde la última vez que nos vimos– pudo escuchar una feliz entonada canción de navidad que le hizo recordar ese momento.

- “Desde que tu padre se pusiera a cantar ‘Merry Christmas’ junto con mi ex, cuanto ha pasado desde entonces ¿tres meses?– suspiró –. Anda por favor, hazlo por mí, sabes que nunca te pido nada – él tosió – vale, casi nada, ¿mejor?”

- Me lo pensaré– se oyó un bufido pero remarcado con una risotada-. ¿De que te ríes ahora?

- “De que siempre que dices ‘me lo pensaré’ acabas aceptando. Gracias, cariño – hizo una pausa - ¡Mierda tengo que irme, llego tarde!– el pelirrojo se tapó la boca- ¿Te recojo yo o me recoges tú?”

- Yo por supuesto. Una dama nunca debe recoger a un hombre– bromeó.

- “Habló la damisela de la historia. Te veré el domingo. Duerme poco y tírate algunos tíos buenos de mi parte. Si hay alguno que pueda ser considerado el espécimen con cromosomas XY que sepa lo que es el amor aparte de por los coches o el Béisbol me lo pasas, ¿vale?– rió ante tal comentario–. Adiós”

- Adiós – dijo antes de que la línea se cortase.

Colgó el teléfono y lanzó un largo suspiro fijándose de nuevo en la carta. Le traía tan malos recuerdos... Pero Alice tenía razón, había que enfrentar a los demonios del pasado.

Vio la foto de encima de la mesa donde salía él con sus padres cuando acabó la universidad. Esa época sí la rememoraría, pero antes... antes estaba ‘aquello’, o mejor dicho, antes de toda esa época, estaba ‘él’.

- Matt... – susurró para cerrar sus ojos intentando olvidar ese nombre que tanto había llegado a odiar, y ahora junto a esa carta, volvía a aparecer.

 

Continuará...


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