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Gravity por Nabichan Saotome

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Gravity

La gravedad nos une, de igual forma inevitable, voraz, cruel opresora...qué y si no quiero estar contigo, si no está en mis deseos volverte a ver. Si el amarte, a ti y a la gravedad, me mata...

Angst, lemon slash
PG 13
Shuichi x Yuki, Shuichi x Ryuichi

Lectores de Amor Yaoi: Permítanme presentarme. Nabichan Saotome, amante del slash, los bishounen y los fanfictions. Ya que están aquí, por favor, continúen, prometo no defraudarlos...un placer el conocerlos. Cualquier cosa, saben cómo encontrarme. Ah y, un beso.

Atentamente,

Nabichan Saotome.
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Iniciando transmisión...

1. Stupid boy


La pantalla del monitor frente a sus ojos mostraba en pequeñas letras negras su avance en la blanca hoja simulada por computadora.

No leyó su contenido al saberlo de memoria, hacia semanas que sólo existía aquella redacción, días enteros en aquel mismo lugar, tecleando sin cesar lo que era su único pensamiento, mas aún así pasó la mirada a través de las redondeadas letras, pues a cada una de ellas se asomaba en su rostro una sonrisa de dulce satisfacción.

En la pantalla se hallaba lo único que existía para él en el silencio oscuro de lo inapreciable. Aunque no lo admitiera siquiera para sí mismo.

Observó reflejado en el plasma delicado su propio rostro, los ojos irresistibles que le devolvieron una observación hipnotizada, así como la pequeña mueca, el curvar de los labios delgados en lo que sería la más hermosa sonrisa, formada por un extraño sentimiento de bienestar.

Tomó la cajetilla de cigarros, deslizando entre sus dedos uno de los pequeños cilindros hasta llevarlo a los labios entreabiertos ocultando la ansiedad, donde el solo contacto con el papel, así como el olor premeditado a tabaco, deleitó sus sentidos acostumbrados al vicioso placer. De un lado cogió el encendedor, abriéndolo.

-Baka- la pequeña estampa le arrojó a la cara su estado actual, en el que no evitó enfurecerse consigo mismo. No tenía la edad para estar jugando... no estaba dispuesto a renunciar a sus más preciados sueños, de los que se había anclado para mantenerse con vida, simplemente por seguir siendo amable con un crío como lo era Shuichi. Exhaló el humo hacia la pantalla, de un momento a otro despreciando lo ahí escrito.

La puerta principal se abrió suavemente, apenas haciendo el sonido característico del picaporte al ceder, así como el pequeño golpe de la madera al cerrarse de vuelta. Una mochila descendió hasta el suelo, y segundos después, acompañado del extraño silencio Shuichi entró al estudio, saludándolo con una sonrisa.

-Yuki...- el suspiro que dibujó su nombre fue más allá del enamoramiento, deslizándose a través del embeleso y un corazón ahogado en entrega; pero el escritor no viró hacia él, se limitó a gruñir en respuesta, tomando una ligera bocanada de tabaco antes de prepararse a apagarlo, y lamentándolo al acercarlo al cenicero. ¿Tendría que quitarle también aquel placer sólo para pedirle un beso, el acostumbrado al tiempo que se veían en la tarde? Un beso que a pesar de todo disfrutaría entre las manos de su koibito... La idea le hizo sonreír rencorosamente.

No...No más besos.

Levantó el cigarro hasta sus labios, negándole sin palabras el deleite. Alzó la mirada miel hacia él, decidido a alejarlo de su necesaria privacidad, pero no lo halló a su lado en la habitación.

-¿Baka?- lo buscó apenas alrededor, hasta que un pequeño movimiento debajo del escritorio le hizo virar. Se deslizaba de rodillas por debajo del mueble de madera, gateando delicadamente en el hueco hasta hallarlo. Con los dedos recorrió la tela de sus pantalones, ascendiendo hasta encontrar el bienestar que amaba. Shindou enredó los brazos en su cintura, colocando suavemente la cabeza en sus piernas, casi con adoración. Se acurrucó, logrando un placentero masaje que no duró más allá de unos segundos y cerró los ojos violetas, separó los labios y habló suavemente, musitando las palabras a pocos milímetros de su cuerpo.

-Te extrañé- Eiri se removió en el asiento, queriendo terminar el empalagoso instante, aunque su deseo no fue tan fuerte como el del joven cantante, y resultó imposible. -K-san me hizo escribir todo el día...estoy exhausto-

-En ese caso, vete a dormir- apagó el cigarro, ya eliminada la ansiedad. Exhibió la propuesta como el más lógico movimiento, tomando las manos del cantante en su espalda, queriendo ser liberado. Pero el sólo gesto no hizo sino acrecentar en su contra.

-No-

-...Suéltame, mocoso-

Shuichi no obedeció, permaneció quieto hasta sentir como entre sus manos Eiri se relajaba, los músculos tensos cedían con el solo contacto y su respiración se volvía larga, pausada y casi inexistente.

Aunque no quieras...

Finalmente Yuki colocó la mano derecha sobre el cabello rosa, suspirando en resignación: Shuichi sólo quería estar con él. Al diablo con el cansancio y los malos ratos, la falta de inspiración o la poca atención en el trabajo, la ignorancia de las personas sobrepasaba el deseo de tranquilidad, y simplemente, el estar en casa, con la persona que amaba, le hacía olvidar...que el día siguiente sería igual.

...yo voy a estar aquí.

Ladeó la cabeza, observándolo entre su extraño, inusitado, silencio nunca propio de él; sus labios ligeramente partidos invitando a besarlo tan pronto se tuviera la oportunidad no dijeron nada más. Los ojos cerrados no viraron al saberse bajo el clínico análisis de una mirada por demás enamorada, bajo los mechones rosas que caían sobre el rostro fino y delicado, de un precioso ángel. -¿Estás dormido?- el respirar acompasado, acompañado del suficiente aire para subsistir, le susurró la afirmación con sutileza, tratando de no despertar a Shindou, tanto así como fue su pregunta de suave, quizá deseando que no fuera así.

Viró hacia la pantalla, recobrando la seriedad necesaria hasta observar sus propias palabras dibujando en el aire taciturno la figura perfecta de su niño, las alabanzas nunca recibidas por el destinatario se hallaban escritas bajo el plasma, transparentes frases de adoración de los que otro nunca, jamás sabría el perfecto significado. Hablaba de Shuichi, la manera en que yacía sin pedir a cambio nada, con tal entrega que a veces se pensaba un simple juego, el cabello en un peinado largo e irregular que lograba enmarcar los rasgos tranquilos en cada movimiento que hacía; así como las pequeñas gotitas saladas que derramaba por su culpa, capaces de suavizar al más duro corazón.

Las lágrimas que caen, deslizándose apenas sobre tus mejillas te hacen, si acaso es posible, aún más hermoso de lo que ya eres. Ojalá fuera yo más cruel, con tal de hacerte llorar.


El timbre del teléfono se dejó oír en la sala, apenas removiendo con el ligero tono a Shuichi en su profundo y cálido sueño. Varias ocasiones más insistieron en marcar, y sin embargo, Eiri no hizo movimiento alguno que demostraba fuera a contestar, le ignoró totalmente, durante la aparente decena de veces que optó por atormentarlo, hasta que el sonido de la contestadora automáticamente se encendió.

-“¡La li hoooooooo! En estos momentos ni Yuki-san ni yo podemos contestar tu llamada, pero tú sabes, deja tu recado tras el siguiente sonido.... “BIIIIP”, ¡Ja, te engañé! Tal vez estemos demasiado ocupados haciendo...”-

Escuchó su propia voz en grito interrumpiendo la comprometedora frase.

-“¡BAKA! ¡YA BASTA!”-

Un timbre dio paso al recado, cuya dueña tardó varios segundos en dejar, aún sorprendida por el informal mensaje automático. Su editora.

-“Eiri-san, levanta el auricular por favor................... ¿Eiri-san?”- esperó largos instantes a que su súplica fuera respondida pero esto no sucedió; suspiró profundamente para sí misma, rindiéndose. -“No puedes seguir ignorándome. ¿Entiendes? ¿Qué ha sucedido? La fecha de entrega de tu nueva novela ha caducado hace ya tres semanas. La editorial quiere interponer una demanda en tu contra a más tardar en cinco días por incumplimiento de contrato, así que por favor, comunícate conmigo para que hablemos más tranquilamente. No podré convencerlos por más tiempo de...”- se cortó de repente, cediendo los segundos permitidos por el artefacto. No obstante Yuki confirmó lo que sabía como cierto.

Observó nuevamente la pantalla de la computadora portátil, releyendo entre líneas ambiguas inexistentes, la última página escrita, perfectamente igual a cinco anteriores.

En ella se leía repetitivo, neurótico, innegable, embriagante único sentido, sin espacio entre las letras, el único nombre que existía ya.

Lo seleccionó, largo recorrido cuán en cantidad lo amaba, y lo eliminó de su novela, que no lloró la pérdida, mas sí la mitad aún no escrita...

Shuichi. Shuichi. Shuichi. Shuichi....

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Pudo observarlo mientras salía tranquilamente del cuarto de edición en que Bad Luck trabajaba, ambas manos en los bolsillos, paso tras paso en casi completo silencio, lento cual si no existiera el tiempo, moviendo la cabeza en un ligero vaivén, con los ojos cerrados, caminando hacia la máquina de sodas instalada a pocos metros a la derecha, siguiendo el pausado ritmo de la música reproducida por el iPod en su cintura, así como los audífonos que hacían llegar la hermosa melodía hasta su cabeza, con un volumen rebasando lo permitido por la salud; ahogándose en la música.

Discretamente Ryuichi se pegó a la pared, al tiempo que Shuichi pasaba a su lado sin percibirlo siquiera, vio la punta rosada de su lengua asomarse entre los labios partidos, humedecidos con un sensual gesto. Y simple, sin tomar a nadie en el estudio por sorpresa aquella mañana, comenzó a cantar en profundos murmullos.

-Stay...please...Stay. Todo el día planeando esto... no puedes dejarme sólo así...

De rodillas, me humillo ante ti...borra con tus labios las dudas que aún quedan.

...no dejes que las palabras brillen por su ausencia tal y como tú-
Ryuichi le siguió embelesado, caminando por detrás de él siguiendo los movimientos de sus labios, hasta que el sólo mirar no fue suficiente y se lanzó sobre él, al tiempo que Shindou callaba y abría los ojos.

-¡¡¡Shuichi!!!- le tomó por el cuello, afianzando las piernas alrededor de la cintura estrecha, de espaldas al joven y sin dejarle escapatoria.

La mueca que le recibió, contraria a la del susto inicial, fue dulce, entre divertida y enternecida. Los labios le sonrieron y dibujaron su nombre como ninguna otra persona podría hacerlo, de tal forma que le enamoraba. El iPod fue apagado, su mente entretenida con alguien más que importante, indispensable.

-¡Sakuma-san!- amaba ese gesto tan infantil propio de él, irrepetible por nadie más, nadie más tan libre de hacer lo que quisiera sin que esto afectara algún atisbo de absurda vergüenza. El saludo tácito, el gusto de verlo encerrándolo entre las piernas, ni una palabra más y aún así...existía la sonrisa, prueba de la cómplice alegría de estar.

-¡Ryu-chan y Kumagoro están felices de ver a Shu-chan, na no da!- ...aunque quizá decirlo de vez en vez ayudaba. Shindou observó el peluche sobre su cabeza asomándose por sobre su hombro, en perfecto extraño equilibrio como si él mismo se sostuviera del cabello castaño con sus patitas rosas, y le siguió la corriente.

-¡La li ho, Kumagoro! ¿Quieren una soda?- la extrema sonrisa, al igual que unos pequeños brinquitos sobre su propio cuerpo fue la respuesta que recibió junto a las palabras no necesitadas.

Tres sodas, monedas menos en el bolsillo, Shuichi escuchó la narración de su interlocutor al tiempo de regresar al cuarto de edición, de donde provenía el suave sonido de un teclado haciendo arreglos a las nuevas canciones de BL, mismo que interrumpió la irrelevante plática tan importante para él.

-¿Qué era lo que cantabas hace rato?- alcanzó a escuchar, hipnotizado por los ojos azules que de un momento a otro pertenecieron a un ser diferente, con tal madurez como pocas veces se dejaba ver. Casi furioso con el mundo por existir. Lo que dijo no rozó el alcance de sus propios oídos, mas sí llegó a Ryuichi, que optó por una mueca de lastimera compasión dibujada en los rasgos perfectos.

-Una tontería...se me ocurrió en la mañana. Una tontería...sin nada de talento...- la última frase la susurró para sí mismo, pero la concentración en sus labios era tal que su precaución no funcionó. -...eso dijo Yuki-

Tomó un sorbo de su refresco de uva, recargándose apenas en la puerta que abriría tras despedirse de su ídolo, le dejaría tras la madera y le haría perder la hermosa imagen. -¿Y tú, qué has hecho tú, Sakuma-san?- la pregunta fue ignorada, y el recuerdo de los ojos azules brillantes, misteriosos inhóspitos de su carácter infantil, se ocultó tras los mechones castaños. Los rasgos le hicieron olvidar lo que había cuestionado, el no verlos con claridad avivó la valentía. Alzó el brazo derecho, del costado a su rostro, con tal sutileza que el homenaje resultó largo, casi eterno dentro de su propia adoración, queriendo dejar sobre la piel suave de Sakuma la ínfima memoria de su contacto, a pocos milímetros de su mejilla, donde otra mano interceptó la punta de sus dedos, entrelazándolas y evitando finalizara el movimiento.

Fue tomado por la cintura, ambas manos tras su espalda. La voz de Ryuichi se pudo oír acariciando la base de su cuello, donde con palabras infantiles y agudas abandonó el deleite que terminó con la aventura pasiva, negándole la visión del rostro maduro, contrastando la infantil, fingida conducta.

-Ryu-chan está cansado...quiere dormir- las manos fueron liberadas, el contacto terminó tan pronto como empezó. La excusa no había sido nada más. La puerta fue abierta, Hiroshi se presentó del otro lado, observando sorprendido a ambos, tan cerca que el solo respirar les unía, pues igualmente lejos evitaban cualquier movimiento y no existía el tacto de la otra piel. Se les veía aturdidos, ensimismados con el otro, viéndose en un espejo que no lo era, simplemente cómodos con estar ahí.

La visión de ambos ángeles terminó por aturdirle las palabras, cayendo en el silencioso sopor de lo inescrutable, la amabilidad del momento. Hasta que una bala rozó su aliento y K, el manager de BL, hizo su aparición, despertándolo. Hiro movió la cabeza en contadas ocasiones antes de recuperar el habla.

-Shuichi...- el aludido se sorprendió, dando un paso hacia atrás y media vuelta, recordando el lugar donde se encontraban, con quién, y porqué.

Pero Ryuichi no pareció notar su ida hasta que la puerta iba cerrándose, los ojos azules se alarmaron visualizando la despedida de Shindou, volviendo al presente. No pudo hablar de primera mano, empujó la puerta con un golpe de su propio cuerpo y evitó cualquier otro movimiento.

Stay...please...Stay. Todo el día planeando esto, no puedes dejarme solo así...

¿Cero talento? Yuki Eiri no sabía del significado de aquellas palabras que Shuichi cantaba y componía, no tenía la menor idea: Eran perfectas.

-No da...- no supo qué decir, casi había olvidado lo que hacía ahí, hasta que entre las penumbras, los ojos violetas le enfocaron y decidió. Volvió a su carácter más habitual, y simplemente se lanzó a sus brazos, sin darse cuenta de haber pisado a Kumagoro en el intento de no dejarlo ir, o del refresco parcialmente derramado por detrás del cuerpo que abrazaba. -¡Helado! ¡Ryu-chan quiere tomar helado con Shu-chan cuando Shu-chan acabe su trabajo!-

....no dejes que las palabras brillen por su ausencia tal y como tú.


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Shuichi caminó fuera del elevador, en el último piso, dirigiéndose al lugar donde se había quedado de ver con Ryuichi, donde Nittle Grasper realizaba sus ensayos. Intentó hacerse a la idea de lo que a continuación sucedería, pero el pasado sugirió mayor atracción y los extraños ojos azules que en silencio gritaron su nombre, aparecieron nuevamente como recuerdo.

-Sakuma-san estaba muy raro hoy- dio vuelta a la derecha, en el primer pasillo que daba paso a la gigantesca sala de edición. NG lanzaría su próximo álbum, esperando batir los records que habían impuesto, y que, para mal rato del grupo, Bad Luck amenazaba; y ante ello se preparaban más que nunca y siempre, queriendo rebasar la perfección en la que vivían. -...casi como si...tuviera miedo...- la voz de Ryuichi le despertó, aceleró el paso y abrió las puertas que daban a un gigantesco penthouse, descubriendo tras ellas a su gran ídolo cantando una nueva canción que hasta el momento, fuera de los integrantes del grupo, era el primero en escuchar. No duró mucho, pues tan pronto la banda percibió su presencia agitada, callaron al instante y fue cuando dio cuenta del error. -¡Perdón! No debí entrar así... Sakuma-san, ehhh...yo...creí que... ¡Tengo que irme! ¡Hasta mañana!- dio media vuelta, alarmado, nervioso, esperando alguna reprimenda de parte de los agentes de seguridad que hasta el momento había percatado, o en peor caso, del presidente Touma Seguchi, que no dejaba de verlo con superioridad, pero fue la voz del cantante el que paró cualquier movimiento, casi por arte de magia. Noriko viró hacia su compañero, sorprendida.

-¡¡SHU-CHAN!! ¡NONONONONONONO! ¡Ya terminamos!- el rubio compartió la estupefacción, teniendo en cuenta que Sakuma siempre insistía en perfeccionar el paraíso. ¡Y no! ¡Aún no terminaban! ¡Ryuichi jamás había estado tan distraído! -¡Vamos, Kumagoro! ¡Tenemos una cita con Shuichi! ¿No lo recordabas? ¡Kumagoro malo, Kumagoro malo!- con el peluche que apareció de ninguna parte, fue hacia la caza de su compañero, tras despedirse del resto del grupo con un solo gesto, afianzándose de su brazo y arrastrándolo fuera del gigantesco edificio, a toda velocidad. -¡NAAAAA NO DAAAAAAAA!-

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-¿Seguro que no hay problema? Touma se veía molesto...- tembló ante el solo pensamiento, pues tener a Seguchi como enemigo no era agradable, mas su pregunta no fue contestada y tomó ello como un simple simbolismo a “No hay problema porque no me importa”. Se cuestionó sobre si Ryuichi no llamaba a menudo la atención, jugueteando en plena calle con un lindo conejito de peluche color rosa, con el que platicaba amenamente. Pero la idea no llegó a interesarle demasiado en realidad. Lo que importaba era estar precisamente ahí, con él.

Se detuvieron en una gigantesca plaza llena de fuentes de sodas, y sobra decir que su rostro reflejó la infantil alegría de un universo entero, dando brinquitos de un lado a otro, bailoteando y cantando canciones risibles de felicidad, que nadie además de ellos comprendía.

Escogieron una gigantesca torre de todos los sabores habidos y por haber en la tienda, con tal exigencia, lloriqueos y dinero, que no les fue negada por un segundo más, gracias al amable dueño, por igualdad amante a los mantecados. El gerente apostó sin embargo en su contra, diciendo que si lograban ingerir los 142 sabores cada uno de los dos, nombraría aquel tamaño con su nombre y les daría el 50 de descuento, que obviamente correría a su cuenta. Ambos sonrieron, saboreando el triunfo por adelantado.

A Shuichi la apuesta le sonó a reto, y tomando la cucharita de plástico ofrecida, observando a Ryuichi con igual mirada decidida, frente a su propia torre de helado en tres mesas juntas; rodeados de una multitud informe que esperaba el gran espectáculo; comenzó a comer con tal presteza que los movimientos de sus manos y boca fueron invisible a primera vista.

Fueron minutos después, aunque con jaqueca, que ambos, casi al mismo tiempo, Shindou con dos segundos de ventaja, se pusieron de pie en señal de victoria.

-¡¡Shu-chan!!- se abalanzó, colgándose de su cuerpo por encima de la mesa, casi tirando los enormes cuencos en los que les habían servido, y ocultó el rostro en el hueco de su hombro. -¡¡KUMAGORO NO COMI" HELADO!!- señaló al pequeño conejo sobre la mesa, fingiendo que lloraba de agonizante decepción, pero fue en ese momento que Shuichi se paralizó en manos de su amigo y su sonrisa desapareció, recordando la plática matutina con su amante...

-¡¡¡¡ITEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE!!!! ¡¡¡YUKI VA A MATARME!!!- la multitud a su alrededor, temiendo un ataque terrorista, se dispersó rápidamente, la heladería se dio por cerrada por causa de fuerza mayor y quedaron a la intemperie, donde, tras una gran suspiro de alivio, Shuichi completó su frase, aterrorizado. -¡¡¡OLVID… COMPRAR LA COMIDA!!!-

Como respuesta, Ryuichi le tomó de la mano.

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Era raro. Simplemente, estar en un supermercado como cualquier otro, empujando un carrito metálico, junto a su ídolo de tanto tiempo, Sakuma Ryuichi, que le ayudaba a complementar la lista que Yuki le había dado entre frases irritadas mientras le recordaba que iría a dormir a la calle si acaso se le llegaba a olvidar, era raro. Algo que en definitiva jamás había soñado. Aunque la extrañeza desapareció justo en el momento en que pasaron junto a la sección de botanas y refrescos, pues el joven castaño comenzó a echar innecesarias cosas al pequeño transporte, alegando que su lista estaba más que falta de lo indispensable: Comida.

Cuatro bolsas de papas fritas tamaño jumbo, chocolates en barra por montón, un paquete de paletas de hielo multisabor, de aquellas que tintan tu lengua de todos los colores posibles, una caja de refrescos de 3L, paletas, jugos, unas cajitas cuyo contenido era casi desconocido de no ser por el llavero de peluche en su interior...y un sin fin de cosas que definitivamente Eiri echaría por la ventana al primer segundo.

-Pero...Sakuma-san... Yuki no querrá...- la hermosa mirada llena de capricho de Ryuichi le hizo recapacitar. Se resignó. -Está bien...tendré que pagarlo yo- Sakuma le analizó largamente, antes de con una gran sonrisa de nuevo infantil, agregar lo que no era para él de mayor importancia, mientras le sostenía de los hombros un momento.

-¡Ryu-chan pagara todo lo que compre Shuichi! ¡Ryu-chan comprará lo que Shu-chan quiera!- no le dio tiempo siquiera de negarse, simplemente desapareció y siguió metiendo cosas al carrito, de tal forma desesperada que tuvieron que robarse uno que aparentemente estaba abandonado (con ya cosas dentro) en el pasillo aledaño y la torre fue tan grande como el helado que de pronto parecía no se hubieran comido.

Shuichi sonrió. ¿Cómo era que Sakuma tenía tanto optimismo cuando hacía mucho que él mismo había dejado de tenerlo?

Recorrieron el centro de autoservicio por completo, adquiriendo artefactos que tras no mucho tiempo estarían resguardados en un cuarto con iguales cosas inservibles, y quedaría sólo el buen sabor de boca tras un delicioso rato juntos. Shuichi lamentó el momento en que tomaron fila tras una señora que lidiaba con dos pequeños gemelos en los asientos delanteros del carrito, quienes no dejaban de llorar con todas sus fuerzas, rompiendo el buen humor, crispando los nervios de tranquilos compradores que en honor a su cordura, lanzaron a la madre de los niños una furiosa mirada asesina. Hasta que Kumagoro saltó al ataque, representando un gracioso baile en el aire, entre los brazos de Sakura Ryuichi, y el llanto se convirtió en risa, mientras el joven pelirrosa le miraba con ternura y adoración, embelesado por la idea de alguna vez...volver a tener esa libertad.

Recargado en el carrito, lo empujó algunos metros, observando a la razón de su vida actual, en tanto apenas haciendo caso a las preguntas de la cajera, le daba las buenas tardes y colocaba las cosas sobre la placa móvil, observándolo despedirse de los sonrientes niños y una señora agradecida. Ryuichi acudió ayudarle por unos segundos antes de colgarse en su cuello, al parecer disfrutando de hacerlo aunque impidiera el libre movimiento.

Fue soltado cuando dos pequeñas cajas en negro y rojo llamaron la atención del joven trigueño, que alzó una de ellas entre sus dedos, siendo observado por el pelirrosa y la joven que les atendía, apenas tomando en cuenta de la importancia de la discreción.

-Uhhh...Shu-chan...esto no son dulces ¿verdad?-

Shuichi enrojeció.

“No pensarás que yo los compre ¿o sí? Es más fácil...aunque no por ello necesarios...”

La alzó a la altura de su vista, leyendo el contenido. -Son...-

“Aunque bien podemos dejar de hacerlo”

Intentó arrebatarle la cajita, que incluso al parecer Kumagoro observaba con recriminación, mientras la sangre en sus mejillas se acumulaba, dándole un aspecto pálido en la hermosa piel restante. Como de una muñeca de porcelana, sonrojada y con el corazón golpeando su pecho dolorosamente.

“¡NO! ¡Perdón, Yuki! Iré a comprarlos”

Ryuichi viró hacia su compañero, fingiendo pensar en el significado de la palabra que se deslizó entre sus labios tan delicioso como cualquier pecado que les incluyese a los dos. Sonrió con delicadeza al observar su reacción. ¿Esto lo usaremos hoy?- La frase pronunciada llamó la acelerada atención de los demás compradores, cajeros y empleados, que tras ver a los dos chicos en la caja 6, con extraña lujuria silenciosa, esperando una escena apasionada de sexo sin control que no llegaría, volvieron a sus propios asuntos.

Shuichi simplemente no supo qué decir y siguió poniendo las cosas sobre la barra, sintiéndose nuevamente extraño.

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Tan pronto llegó a casa, lo primero que hizo, aún antes de olvidar el eterno ritual de quitarse los zapatos y calzarse con algo mucho más cómodo, fue patear la puerta, rompiendo el seguro al abrirla de esa forma y estropeando las bisagras al tiempo de cerrarla igual. Fue un pequeño movimiento que no le costó ni más ni menos, simplemente fue. Pero el escándalo que hizo, susurró entre dientes lo que sucedía. Yuki Eiri estaba furioso. Tanto así que la sola palabra resultaba indignante del poco sentimiento que abarcaba con insulsas siete letras.

Lo habían demandado, llano y simple como sonaba. Ya estaba interpuesta la querella en su contra y tendría que defenderse ante un jurado no-oficial en menos de dos semanas, sin contar la obscena cantidad de dinero que su cuenta de banco tendría que donar junto con la mejor de sus sonrisas por incumplimiento de contrato.

Su joven amante, oculto entre las sombras de la sala, decidió por cuenta propia y sin necesidad de petición, ayudar a Yuki con ese mal humor. Después de todo, Shuichi siempre lograba reanimarlo con alguna tontería sin significado, que aunque a veces era fingida, resultaba.

-¡Yuki!- abrió los brazos para recibirlo entre ellos, vestido únicamente con un short de mezclilla y una holgada camisa azul sin abotonar que el escritor reconoció como suya, con toda la informalidad de la que era capaz alguien. Le vio ignorarlo por completo, casi viendo a través de él, antes de, con ínfima delicadeza pronunciar su disgusto.

-Ahora no, baka- sin embargo no hizo caso a pesar de la amenazadora mirada fría que buscaba ignorarlo a toda costa, para tal vez calmar el ambiente y jamás desquitarse con él; en cambio se abalanzó y tranquilamente se colgó de su cuello, rodeando su cadera con las piernas en un gesto perdido entre la seducción y la inocencia, apoyando la cabeza en el hueco de su cuello, plantando un pequeño besito dulce al tiempo que susurraba contra la piel sensible la contraria frase a su excusa.

-....Ai shiteru, Yuki- fue tomado desde la cintura con firmeza, pero antes de que pudiera expresar su satisfacción Yuki le separó, dejándolo nuevamente en el suelo.

-No molestes- colocó una mano en su pecho, quitándolo del camino con un pequeño empujón hacia la pared, pero a Shuichi no pareció interesarle más allá de las palabras que quedaron en el aire, así como aquellas que se entregaron a la luz, rindiéndose ante la magnificencia de la necesidad. -Vete-

...por favor.

-Pero...- hacía bastante que no lo corría de la casa, varias semanas en que no habían tenido una sola pelea importante, por ello, cuando aquella palabra se deslizó cruel entre sus deliciosos labios, no lo creyó posible. -...Yuki, yo sólo...- no le miró, simplemente le indicó la salida, apenas tomándose el tiempo de hacerlo.

-¡LÁRGATE!- la furia impresa en su voz, fuerte, capaz de matar y acariciar, le hizo dar un salto hacia atrás, regresando a la engañosa seguridad de un simple muro; casi petrificado por el brillo dorado que de un momento a otro le encaró, retándolo a no irse y quedarse a averiguar lo que sucedería.

-¡NO!- enfrentada terquedad con otra igual, los ojos violetas le observaron decidido dentro de su romance, dando un paso largo hacia delante, aferrándose de nueva cuenta.

Los músculos perdieron tensión por la suave caricia, enternecida la boca que había gritado, la mueca se había convertido en una sonrisa; todo ello provocado por la necia presencia que nunca le dejaba en paz...afortunadamente. Hasta que de manera similar un gran sentimiento de pérdida absoluta se apoderó de él, alimentando las llamas que habían existido.

Alzó el brazo derecho, empujándolo nuevamente contra la pared, ahora con fuerza retenida.

Y fue todo lo que su niño necesitó, pues si había una excusa, ésta era perfecta. -¡YUKI!- comenzó a llorar.

-...silencio...- pidió. Aunque al parecer Shuichi no pudo comprenderlo. La súplica omitida, disfrazada de advertencia que aún no era tal, se levantó furiosa entre dientes. La mano en la cabeza, maldita migraña, Shindou convirtió su llanto en fuertes hipidos y casi gritos de dolor, con los ojos fuertemente cerrados, hasta que su capricho tuviera respuesta. -¡Urusai!-

Sólo....tenía que suceder. Tarde o temprano, el pensamiento así como la acción fue inevitable.

Alzó el brazo a la altura de su pecho, suave, preciso, tal y como si lo hubiese planeado antes. Descendió rápido, sin ser percibido, ni siquiera cuando su propio corazón dejó de latir, deteniéndose en la mirada dolida, violeta en su hermosura profunda que por momentos encontró el dorado, frío, golpeándole con quizá más fuerza que la mano que de un inesperado segundo a otro volvió a asestar en su contra.

Madura....

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Habían sucedido unos cuantos segundos de aquella primera agresión, unos cuantos pues movimientos de su parte no hubo, y la media hora que transcurrió dejó de ser tal de similar manera en que Shuichi dejó de ser él... Únicamente dos bofetadas, con el revés que él mismo había besado aquella mañana, llenando de adoración la blanca piel que suprimiendo comentarios se había limitado a acariciarle. Aún se encontraba de rodillas, incrédulo, inmóvil, observando la puerta del estudio tras la cual Yuki había desaparecido sin más, ni las palabras o disculpas que suplicaba. La mirada aún estaba fría.

Se arrastró a gatas hasta el teléfono, colocado a un lado del sofá en el que no se veía dispuesto a dormir. Levantó el auricular inalámbrico, recobrando un poco del maltratado honor, llevándoselo al oído y presionando en silencio, de memoria y a oscuras, a tientas, marcó el teléfono de Hiro.

Yo estaré aquí...

Tuvo que esperar largos doce tonos, sin darse por vencido, antes de que la voz, del que se había transformado en su ángel guardián, sonara molesta del otro lado de la línea. No le impresionó, seguramente estaría dormido. No tenía nada que ver con él... No tiene porqué afectarte.

-Moshi, moshi...- la voz se le quebró, sintiéndose vulnerable ante él, expuesto y solo dentro de su propia oscuridad.

-Hiro...yo....- no supo qué decir. Se calló, y al momento, segundos después de que se decidiera por fin, fue interrumpido. El tono fastidiado no había desaparecido. Le asustó.

-Shuichi. No tengo tiempo para esto. Nos vemos mañana en el estudio- tenía la frase, necesitaba gritarla, aún más, quería que Nakano le escuchara. Sus pupilas se expandieron al comprender que no lo haría, la garganta se le cerró y no permitió probar palabra. –¡Ah! Y...no vuelvas a llamar- su cuerpo entero se limitó a escuchar el cómo su voz desapareció, abandonando un tono eterno en el auricular, anuncio de que Hiroshi había colgado. El silencio le ahogó en la misma sala, junto al pasillo oscuro que daba a la puerta a la que no tuvo fuerzas de caminar. El dolor corroyéndole el dulce alma lo derrumbó sobre el sofá, nuevamente, pensando que quizá Yuki tenía razón y Hiroshi lo sabía de antemano: Sólo era un tonto...un niño estúpido. Aunque la idea fue dolorosa no lloró. No lo haría.

Las lágrimas que caen, deslizándose apenas sobre tus mejillas te hacen, si acaso es posible, aún más hermoso de lo que ya eres.
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Transmisión...interrumpida.

Necesitaba hacer esto. Hace aproximadamente un mes conseguí esta maravillosa serie, tal fue mi exultación que aquel día no dormí hasta terminar de verla, y tanto es mi nuevo amor hacia Gravitation que por un momento me he olvidado de mis demás fanfics, sólo para eliminar la necesidad.

Y bien, antes de que comiencen las amenazas de muerte, vuelvo a mis demás fics...y dejen review, sois muy amables en haber leído mi historia.

Fic #29

Atentamente,
Nabichan Saotome.

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