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Nuestro Primer San Valentín por 2650Daniel

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Notas del fanfic:

Este fic es bastante corto, pero espero que os guste, aún así ^^

Estaba sentado en uno de los bancos del parque, mirando de derecha a izquierda. En su regazo llevaba un paquete cuadrado, envuelto y atado con un lacito rojo. Llevaba tiempo deseando sacarlo a la calle, para regalárselo, y estaba esperando a que apareciera. Se estiró y suspiró. Luego se abrochó la chaqueta negra que llevaba y se frotó las manos, en la cual llevaba los guantes. Tenía frío. Mucho frío. Pero solo tendría que aguantar un poquito más.


Sacó la cartera que poseía. La abrió y sonrió al darse cuenta de que tenía justo lo que deseaba. Entró en la tienda y salió al cabo de un rato con un regalo. Se sentó en el borde del escaparate y sacó una tarjeta azul que tenía en el bolsillo. Con un poco de cinta adhesiva que había comprado, aparte del  susodicho regalo, pegó la tarjeta por la parte interior de la tapa y la cerró. Sonrió de nuevo. Se levantó y siguió su camino. Ya podía divisar los árboles más altos del parque a lo lejos.


Un osito de peluche marrón. Eso era lo que tenía la caja en su interior. No era muy grande, ni muy bonito, pero era lo mejor que había podido conseguir. Había conseguido un poco de dinero ayudando a su padre en la panadería del barrio y una vecina le había vendido el peluche, que su hijo ya no iba a usar. Ella podía habérselo regalado, pero no le importaba gastarse el dinero en eso. Acarició los lacitos de la caja que había hecho él mismo y observó el papel de corazones que la adornaban. Le gustaban los corazones. Por eso los había elegido. Y por eso había metido uno junto al osito.


Escuchó una voz a su espalda. Se dio la vuelta, pero no vio a nadie. Siguió su camino y se detuvo, viendo que el semáforo estaba en rojo. Esperaba a pasar, mientras silbaba una tranquilizadora melodía, moviéndose adelante y atrás. Los coches pasaban rápidos y veloces, sin detenerse y el semáforo no daba la impresión de querer cambiar. Se apoyó en él y esperó, pacientemente, aunque por dentro le estaba carcomiendo una impaciencia que le volvía loco. Tras volverse y comprobar que no había nadie, notó un golpe en la espalda, que le lanzó a la carretera, justo en el momento en que se precipitaba un coche hacia el semáforo.


Le sonó el móvil. Probablemente era su madre, que quería preguntarle donde estaba y, seguramente, le mandaría a que fuese para su casa. No lo cogió. Quería que el momento fuera especial y no quería que le pillase hablando por teléfono. Volvió a mirar toda la plaza de nuevo. No venía. Y ya se estaba impacientando. Calculaba que el trayecto de su casa a donde  estaba eran, más o menos, veinte minutos a pie. No entendía la tardanza, pero quería seguir esperando. ¿Qué importaba que se retrasase un poco? Ya sabía que no le gustaba salir con el pelo revuelto y que siempre se arreglaba mucho para salir a la calle. Sí, seguramente era por eso por lo que tardaba. Pero no tenía prisa. No le importaba esperar.


La camilla atravesó la puerta que conducía a urgencias con velocidad, mientras un enfermero, vestido con un chaleco reflectante, la empujaba. Le susurraba palabras de ánimo al oído del herido, pero no daba muestras de poder oírlas. Le habían rasgado toda la ropa y solamente le cubría el cuerpo una bata larga a modo de sábana. Bajo la camilla se podía llegar a ver, tras los trapos que la cubrían, un regalo envuelto en un papel de corazones.


Ahora sí que estaba preocupado. No le cogía el móvil y ya llevaba casi dos horas esperando. Tras un rato largo, vio a una persona acercándose a él. La silueta era parecida, pero no era quien esperaba. Era su hermano. Llevaba las manos en los bolsillos y caminaba con la cabeza gacha, mirando al suelo. Algo iba mal. Se estaba acercando y parecía nervioso, pero tendía mucho a exagerar las cosas. Esperó a que se acercara. Dejó el regalo a su lado y, cuando lo hizo, se levantó y estrechó la mano con la de aquel.


Ya no respiraba. Su corazón ya no latía. Aunque lo habían intentado, no le habían salvado. Ya había llegado sin vida al hospital. El choque, tras el empujón, le había aplastado contra el semáforo. El conductor del vehículo había salido ileso, y el co-piloto solo había recibido heridas leves. Pero el herido se había llevado la peor parte.


Se dejó caer en el banco. No podía creérselo. No. No podía haberle ocurrido eso. No era posible. Movía la cabeza, negando, mientras se sujetaba la sien. El hermano del que esperaba le cogió de los hombros, con los ojos rojos. Le decía que no era culpa suya, que nada tenía que ver, pero no le escuchaba. Solo pensaba en el osito de peluche que le había comprado con tanto cariño, el cual aún estaba dentro de la caja. El hermano se puso en pie, enderezándose cuan alto era. Mostró un objeto que llevaba detrás de la espalda y que había mantenido escondido desde que había llegado. Lo dejó sobre la caja-regalo. Un corazón rojo, con un Te Quiero en el medio, estaba siendo sujetado por un pequeño osito marrón…

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