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Enchained por Shiori

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Notas del fanfic:

Disclaimer:
Ninguno de los hechos acaecidos en este relato ha ocurrido en la realidad; todo es pura y completamente ficticio.
La autora de este relato no posee ninguna clase de derecho ni propìedad sobre los artistas citados en él, ni está vinculada en modo alguno copn ellos, sino que utiliza sus nombres sin su consentimiento explícito. Con su trabajo, no pretende ofenderlos o causarles perjuicio alguno, sino, simplemente, crear una forma de entretenimiento para ella y quien quiera disfrutarla, sin obtener beneficio económico de ninguna clase.

Sin embargo, tanto el guión como los personajes originales (OC) que pudieran aparecer son propiedad exclusiva de la autora, producto únicamente de su imaginación.

Notas del capitulo:

Toda la idea para esta historia surgió en una tarde de aburrimiento, así que el argumento está mucho más abierto que en otras historias mías. Así que perdonad si hay algún fallito en este primer capítulo.

Por otra parte, esto no está betatesteado, así que puede haber algún error ortográfico U__U

¡Disculpad si veis alguno!

 

La zona portuaria ardía de actividad. Marineros de distintas tripulaciones se afanaban en llevar a cabo todo tipo de tareas, desde la descarga de lo que los barcos portaban en sus bodegas hasta la limpieza de las cubiertas y las superficies de madera de las embarcaciones y los muelles.

-¡Vamos! ¡Vamos! ¡Apártense! ¡Tengan cuidado con la señorita!

Teru ahogó una carcajada. Ante el grito de Kaworu, que interpretaba su papel de supuesto guardaespaldas a la perfección, una panda de rudos marineros se apartó, abriéndoles paso con el disgusto plasmado en el rostro.

-Ya podría la princesita buscar otro lugar para dar una vuelta...- gruñó uno de ellos- Estos no son los muelles en los que desembarca la alta sociedad.

-¡Y por ello deberías considerar un gran honor que la señorita marquesa haya decidido plantar sus reales piececitos en esta colección de tablones mal clavados a la que tenéis la desfachatez de llamar muelle!- replicó Kaworu con tal entusiasmo que el marinero retrocedió un paso involuntariamente, sorprendido ante su tono cómicamente enérgico- ¡Incluso podría ser tan amable de dejarte una buena propina si limpias correctamente el suelo por donde pisa!

El marino abrió la boca para replicar, pero Kaworu no le dejó.

-¡Bastante recompensado deberías sentirte ya por haber podido siquiera contemplar el rostro de mi protegida! ¡Los pájaros llegan a caerse de los árboles por verla, y tú protestas como un cerdo baboso! ¡Hay que ver!

Teru se llevó los dedos a los labios para ocultar la risa. Si su amigo tendía a exagerar y a hacer comentarios, cuanto menos, excéntricos, la situación en sí los hacía parecer aún más chocantes.

-¡Oh, vamos, señorita marquesa! Dígale algo a este desalmado.- insistió Kaworu en tono entusiasta.- No os aprecia lo que debería.

El joven negó con la cabeza, aferrando con fuerza el mango de la sombrilla que protegía su rostro del sol, ocultándolo, de paso, de miradas indiscretas bajo una agradable sombra. Si se dejara llevar por la broma y abriese la boca, su voz delataría que tenía poco de marquesa y aún menos de mujer. Y el disfraz tenía que aguantar, por lo menos, hasta que él y sus compañeros se hallaran en el interior del templo de Mercurio.

-Oh, vamos, Kaworu, déjalo ya.- intervino entonces una nueva voz, procedente de otro de los encapuchados guardianes de la supuesta marquesa- Tenemos prisa, ¿recuerdas?

-¡Por supuesto!- respondió el primero, echando a andar sin volver a mirar de nuevo al marinero- Te recuerdo que tengo una memoria prodigiosa.

-Y una mente echada a perder- bromeó el segundo en un tono algo más seco, siguiéndolo.

Teru, que no podía hablar para no delatarse, se apresuró a imitarlo, cubriéndose delicadamente como un niño o una quinceañera, y todavía riéndose por dentro. El último de sus supuestos escoltas comenzó a caminar tras él, cerrando el cortejo.

La ciudad bullía de actividad. Aquel día había mercado en la plaza mayor, y una infinidad de futuros consumidores hacía cola frente a las paradas de tranvía y aeronave que conducían al centro, apretujados bajo un sol asfixiante. Pero, por suerte, su destino no estaba tan apartado del puerto como para tener que desplazarse en un transporte público: el templo de Mercurio se alzaba junto al mar, donde tierra y agua se juntaban, dando lugar al metal líquido que le daba su nombre.

Y a aquella construcción era a dónde se dirigían la fingida marquesa y su séquito, fingiendo oración y recogimiento cuando, en realidad, sus intenciones eran mucho menos nobles.

-Recuerda el plan, amigo mío- comentó Kaworu- Cuando todos estemos dentro, tú te cambias por Shagrath y te largas sin que nadie te vea.

-La piedra debería estar en la sala del ritual- intervino el más alto de sus compañeros- Nosotros te cubriremos en la sala de oración. Si te pillan, di que te has perdido.

-Ya lo sé, Daiki.- replicó Teru, aprovechando que en las inmediaciones del templo no había nadie, ya que la ceremonia era total y absolutamente privada, para hablar- Pero estad atentos para volver a esconder a Shagrath si me descubren.

-Sí. Sería muy raro tener a dos marquesas deambulando por ahí, ¿no te parece?- bromeó Kaworu- No te preocupes, volveremos a echarle esa capa que lleva por encima, y nadie se dará cuenta de nada.

-¡Y, además, seremos ricos!- intervino la tercera silueta, Shagrath- ¡Tendremos en nuestro poder uno de los diamantes más grandes del mundo!

-Y me apuesto lo que sea a que Uli logrará sacar un buen pellizco por él en el mercado negro- añadió Teru, con los ojos oscuros chispeándole.

Kaworu se echó a reír. Los cuatro compañeros ya estaban tan cerca del templo que casi podían ocultarse ya bajo la acogedora sombra de sus columnas.

-¡Ya nunca más volveremos a ser pobres! ¡Se acabó el mendigarles a las ratas!

-¡Pero si nunca les hemos mendigado a las ratas!

-¡Las ratas no dejan que se les mendigue! Pero poco nos ha faltado. Y ahora seremos libres para ir a donde queramos.

-Te recuerdo que, antes, Teru tiene que robar el diamante.

-Pero yo confío en Teru como si fuera mi madre.

-¿Tu madre? ¡Eh, que soy más joven que tú!

Los cuatro compañeros se echaron a reír con ganas. Después, y tras unos segundos, se volvieron todos a una hacia el templo de piedra blanca ante ellos, que se alzaba como una mole ante sus ojos.

-El mago y el oráculo ya deben estar dentro- comentó Daiki, súbitamente serio- Sólo la sala de oración estará abierta al público.

-Pues vamos allá- propuso Shagrath, sin apartar los ojos, ocultos bajo la tela de la capucha.

Los cuatro amigos asintieron y, retomando sus papeles una vez más, se colocaron alrededor de la supuesta marquesa, que, cerrando la sombrilla, avanzó hasta las puertas de madera de roble que franqueaban la entrada al templo de Mercurio.

-Por aquí, señorita marquesa- susurró Kaworu, abriendo la marcha.

La habitación en la que se encontraban era alargada, oscura y de techo alto. Algunas antorchas colocadas sobre ornadas argollas de metal proporcionaban la única iluminación del lugar, que en la penumbra se le antojó a Teru tan peligroso como misterioso.

Largas hileras de bancos vacíos se alzaban ante el altar, sobre el cual descansaba una figura de madera que representaba a dos personas, una en la vanguardia y otra en la retaguardia, armadas con varas y espadas y unidas por un cordel de fina plata: los Hyen Rye, los "unidos por una correa", uno de los mitos más populares del continente. Detrás del altar, podía apreciarse una puerta de alguna clase de metal tallado, cerrada.

-Por ahí es- murmuró Daiki, mirando con recelo a su alrededor- Y, ahora, me pregunto dónde está el sacerdote...

Como si hubiera escuchado sus palabras, un anciano que vestía una larga túnica blanca surgió desde uno de los corredores laterales ocultos en la sombra. Tras echar un leve vistazo a los tres encapuchados y a la figura ricamente ataviada situada entre ellos, se acercó con paso tranquilo y una cándida sonrisa en el rostro. No parecía sospechar nada en absoluto.

-Señora- susurró, inclinando levemente la cabeza ante Teru, que, oculto por las sombras, esbozó una sonrisa divertida.- ¿Puedo saber a qué debo vuestra visita en este, nuestro templo?

Colocándose ante el interpelado, Kaworu tomó la palabra.

-Nuestra ama, la Marquesa de Fronese, perdió la voz en un desafortunado accidente- explicó, con tal desparpajo que ni el más experimentado observador hubiera podido deducir que mentía- Está aquí para rogar a los dioses su derecho a recuperarla, si ellos la consideran digna de ello.

Teru ahogó una sonrisa. Así era Kaworu; raro como el que más, pero siempre previendo las situaciones: si la supuesta marquesa era muda, nadie podría obligar a Teru a hablar, de modo que su voz lo delatase como algo que no era. Deberían haber previsto ese punto con antelación, pero Kaworu se había dado cuenta y había jugado bien sus cartas. De aquel modo, además de una disculpa para no descubrirse, también tenían una excusa para estar allí.

-Ya veo, mi señora- dijo el sacerdote, creyéndose la patraña- Espero que los dioses atiendan a sus ruegos.

Inclinando suavemente la cabeza ante él, Teru esbozó su mejor sonrisa de niño bueno.

-Sin embargo, y a pesar de sus circunstancias, le agradecería que no provocara más ruido del estrictamente necesario.- continuó el párroco-  La ceremonia de las Ligaduras está teniendo lugar hoy. El mago y el oráculo necesitan concentración.

Teru volvió a asentir. Tenía tan trabajado aquel papel de inocente marquesa adolescente que los gestos prácticamente le salían solos.

-Estaré en la sacristía, por si me necesita- comentó por fin el sacerdote antes de irse.

Los cuatro compañeros esperaron silenciosamente a que el otro hombre abandonara la estancia con paso tranquilo. Tras unos instantes, oyeron el golpe de una puerta al cerrarse, y, por primera vez en los últimos minutos, pudieron respirar tranquilos.

-Por fin- comentó Daiki- Pensé que no se largaría nunca.

-Era sólo cuestión de tiempo- susurró Shagrath.

-Sí, y ahora el plan debe dar comienzo- añadió Kaworu en su habitual tono entusiasta, a pesar de que su voz era apenas un susurro.

Como si de una piadosa comitiva se tratase, los cuatro compañeros avanzaron con toda la lentitud de la que fueron capaces hacia el altar, hasta detenerse frente a la figurilla de madera que representaba a los Hyen Rye.

-¿Por qué creéis que nadie acude ya a este rito?- preguntó entonces Shagrath en un murmullo- Hace milenios era público, ¿no es cierto?

Teru jugueteó con el mango de la sombrilla que, ahora cerrada, llevaba en la mano. La cadena de plata que unía a las dos figuras de madera atraía a sus ojos como un imán.

-Supongo que porque la gente tiene miedo de las personas que pueden controlar la magia- aventuró.

- Nosotros la usamos para controlar las armas y las máquinas, pero... Alguien que pudiera usarla para lo que quisiese... Las personas así son peligrosas- añadió Daiki, entrecerrando los ojos bajo la capucha de su capa- Todos sabemos que es mejor no estar en contacto con los magos.

Kaworu chasqueó la lengua, clavando una mirada entre sarcástica y divertida en su amigo.

-Claro, y, por eso, nosotros vamos a robarles un diamante más grande que sus puños, ¿no?- ironizó.

Daiki no dijo nada. Simplemente, y con expresión cansada, se volvió hacia Teru, que seguía observando la estatua de los Hyen Rye como hipnotizado.

-Será mejor que te vayas ya- dijo, suspirando.

El joven asintió. Con un gesto decidido, le tendió su sombrilla a Shagrath, que la aceptó con aire taciturno. Éste, a su vez, pasó a llevarse los dedos al broche que mantenía su larga capa negra con capucha sujeta a su cuerpo, para quitársela y tendérsela a Teru. Debajo de ésta, llevaba un vestido y un peinado idénticos a los de su compañero.

-Ten cuidado- susurró.

Mientras se cubría con la capa, Teru volvió a sonreír y a asentir con decisión. No pasaría nada. Los corredores nunca estaban vigilados. Nunca nadie se había atrevido a llevarse el diamante ritual de los magos, así que no hacía falta ninguna clase de guardia; sólo un poco de sigilo y un cuchillo de hoja larga oculto debajo de la manga.

-Ahora eres tú la marquesa de Fronese, Shagrath- comentó el joven en tono divertido- Espero que te lo pases bien llevando faldas por un día. Y a vosotros- añadió, señalando a Kaworu y a Daiki con un gesto cómico- Ya os llegará el  momento.

-No mientras tú estés aquí para representar el papel- replicó Kaworu- Sabes que lo haces mejor que nadie.

Teru reprimió una sonrisa mientras se acercaba a la puerta tras el altar.

-No sé si sentirme halagado o deprimido- comentó mientras abría la puerta, que no produjo el menor chirrido- Y, ahora, me voy. ¡Nos veremos cuando seamos ricos!

-¡Eso es!- convino la voz de Kaworu en un enérgico susurro antes de que la puerta se cerrara por completo.

*~*~*~*~*~

El hechicero observó cómo una llama de color rojo vivo bailaba sobre la palma extendida de su mano. Con una media sonrisa, sopló sobre ella. El fuego adquirió la forma de una rosa roja y ardiente que temblaba sobre su piel, sin consumirse ni quemarlo. Tras él, un crío de unos once o doce años se encargaba de recoger los bucles claros de su pelo en un elaborado recogido para la ceremonia.

El mago se observó en un espejo de cristal bruñido frente a él. Luciendo sus mejores galas, en rojo y oro, parecía una princesa salida de un cuento de hadas.

-La belleza puede extinguirse si abusas de ella, Hizaki- comentó una voz divertida tras él.

Con un decidido gesto de su mano, el hechicero hizo desaparecer la rosa ígnea de entre sus dedos para volverse hacia la figura que, sonriendo burlonamente, se alzaba tras él.

-El misterio también puede desaparecer por su excesivo uso- replicó, apartando al niño que le hacía de criado con un suave gesto.- Jasmine.

Su interlocutor esbozó una sonrisa burlona.

-Empiezas a parecerte demasiado a tu maestro- observó, apoyándose suavemente contra la pared, con el deje de un juguete de porcelana especialmente grande.- Y eso no es bueno. No te convierte en una buena persona, sino en una criatura ciertamente retorcida.

Hizaki se arregló los pliegues del vestido, observándose por última vez en la bruñida superficie del espejo.

-¿En alguien como tú, maestro?- preguntó enarcando una delicada ceja.

-Exactamente.

-Entonces, debes de sentirte, como mínimo, un poco asustado ante la perspectiva de tenerme como rival en el juego del Hyen Rye, ¿me equivoco?

Jasmine You se echó a reír, sacudiendo la cabeza en un gesto deliberadamente lento.

-El oráculo que me sirve como Muñeca está bien entrenado. Lucha bien, y sabe aislarme del dolor como el mejor escudo- replicó- Además, me ha sido entrenado antes que a ti el tuyo. Eres el participante de menor rango; juegas con desventaja.

-Eso no evita que pueda ganar, ¿no crees? La joven que ejerce como oráculo en este templo lleva siendo entrenada desde niña para luchar por un mago como yo, como lo hará. Tengo confianza en mí mismo. Puedo ganar.

-Cualquiera de nosotros puede hacerlo- Jasmine se encogió de hombros, separándose de la pared para acercarse a Hizaki y observar su reacción como quien toma nota sobre el comportamiento de los pájaros- También Kamijo.

El hechicero de menor rango se puso súbitamente tenso. Sus ojos se entrecerraron hasta convertirse en dos finas rendijas oscuras y brillantes de ira contenida.

-No lo hará mientras yo viva- susurró, apretando los puños hasta que se clavó las uñas en las palmas.

Jasmine You volvió a encogerse de hombros, esbozando una sonrisa indescifrable.

-¿Conoces ya a la joven que será tu Muñeca?- preguntó, cambiando de tema de un modo lo suficientemente elocuente.

Hizaki negó con la cabeza.

-No personalmente. He preferido no acercarme a ella hasta el último momento.

Jasmine You suspiró. Era la primera vez en toda la conversación en la que parecía más humano que sobrenatural.

-¿Para no tener que tomarle cariño?- quiso saber. Al no responder Hizaki, volvió a esbozar su felina sonrisa, pasando a caminar hacia la puerta- Pues ha llegado el momento de verla: la ceremonia del Hyen Rye debe dar comienzo.

*~*~*~*~*~

Teru guardó el pergamino arrugado que le había estado sirviendo de mapa en el interior de la manga del vestido de luto que llevaba a modo de disfraz y sonrió con satisfacción.

Ya había llegado.

Ante él, se alzaba un espacio vacío con el suelo empedrado cubierto de símbolos y con el techo abierto al caluroso sol de mediodía. Un canal artificial cruzaba el patio, formando una estrella de cinco puntas, rodeada por un círculo perfecto hecho de acero. Debido a unos agujeros practicados en el muro, una corriente continua de viento azotaba toda la estancia. De ese modo, los cinco elementos mágicos estaban representados, dotando a aquel gran patio empedrado situado en el centro del templo de Mercurio una naturaleza mágica.

Sin embargo, eso a Teru le traía sin cuidado. Lo único que le importaba era el enorme diamante que se alzaba sobre un altar justo en el eje central del pentáculo. Aquello era lo que lo haría rico. Si Uli conseguía venderlo en el mercado negro, ni él ni sus amigos deberían volver a trabajar en la vida. Y, probablemente, sus nietos tampoco.

Durante unos segundos, el joven observó la hermosa piedra preciosa con la codicia brillándole en la mirada. Después, se acercó a paso lento, hasta entrar en el enorme círculo mágico y situarse frente al altar.

-Y, con esto, no tendremos que robar a más pobres ancianitas- susurró, extendiendo la mano para tocar el diamante.

Sin embargo, sus dedos sólo llegaron a rozarlo durante unas décimas de segundo.

Un chispazo azul lo recorrió como si de una descarga eléctrica se tratase, produciéndole un dolor agudísimo parecido a un aguijonazo y lanzándolo hacia atrás de un modo bastante doloroso.        

-¡Maldita...!- susurró, tratando de levantarse sólo para descubrir que había perdido toda sensibilidad en las piernas y que no podía hacer otra cosa que arrastrarse patéticamente hasta el altar.

En ese momento, llegó su segundo golpe de mala suerte. El sonido de los cuernos y las trompetas anunció algo con lo que hubiera preferido no encontrarse: la ceremonia daba comienzo. Si lo descubrían allí, tendría que dar demasiadas explicaciones a una panda de magos excéntricos.

Desesperado, y sintiéndose mareado a causa del chispazo producido por el diamante, el joven hizo lo único que estaba en su mano: arrastrarse patéticamente debajo del altar, rogando porque nadie lo descubriese.

*~*~*~*~*~

El patio estaba tal cual Hizaki lo recordaba. Las piedras seguían estando firmes bajo sus pies, el sol calentaba más de lo necesario y el aire le revolvía suavemente los cabellos. Sin embargo, nada era como las otras veces que había estado en él: aquella vez, iba a convertirse en un Maestro, uno de los miembros de los Hyen Rye, un concursante más en aquel juego de élite.

Con Jasmine You, que había acudido como mago de mayor rango, y no como Maestro, y, por lo tanto, no estaba acompañado de su Muñeca, a su derecha, y un anciano hechicero a su izquierda, Hizaki caminó, henchido de una fuerte autosatisfacción, hasta detenerse frente al altar.

Después, cerró los ojos y esperó.

El oráculo no tardó en llegar. Era poco más que una niña, de reluciente cabello negro, ataviada con un vestido blanco, pero completamente segura de sí misma. A Hizaki le dio lástima.

-Ahora ya podemos empezar- murmuró Jasmine, tomando aire.

El mago de mayor edad asintió. Hizaki contuvo la respiración. El ritual era sencillo; no tardarían mucho. La muchacha sufriría un poco, pero era inevitable. Y, después, todo habría acabado.

-Delfia, Oráculo del templo de Mercurio- comenzó el anciano en tono monótono, tomando a la joven de las manos- Tus dioses te han elegido como juguete de su magia. ¿Aceptas servirlos a ellos y a su enviado bajo el rango de Muñeca?

La chica asintió con lentitud y solemnidad. Estaba segura de lo que hacía; había nacido para ello.

-Y tú, Hizaki, hechicero de la torre del Norte, aprendiz de Jasmine You, escogido como juguete del destino por los tuyos.- el anciano hechicero se giró hacia el interpelado, tomándolo de las manos como había hecho con el Oráculo- ¿Aceptas servir a tus compañeros como participante en el ritual del Hyen Rye, bajo el cargo de Maestro?

Hizaki tomó aire. Había esperado con tantas ansias aquel momento... había sido su mayor aspiración desde que, de niño había entrado como aprendiz en la torre del Norte. Finalmente, y con un movimiento tan lento como los que solía hacer Jasmine You, asintió con la cabeza.

-Bien. Tomo vuestra palabra- el viejo hechicero se giró hacia el círculo mágico- Por el poder que se me confiere, Hizaki y Delfia, os nombro Maestro y Muñeca del quinto elemento, Metal. Que vuestra unión quede sellada por el brillo puro del diamante.

Hizaki se permitió sonreír. Aquello ya estaba. Sólo les quedaba tocar la piedra del centro del círculo mágico, que, cargada con magia, se encargaría de sellar el ritual. Primero Delfia y luego él la rozarían con los dedos y se convertirían en uno.

-Oráculo, por favor- pidió Jasmine You.

Delfia, sonriente, se adelantó hacia el círculo, con los dedos extendidos para tocar el diamante lo antes posible. Estaba exultante. Su mano, que se traicionaba con un leve temblor, se alzó, a punto de lograr su objetivo.

...Pero no llegó a hacerlo.

Antes de que nadie pudiera hacer nada para evitarlo, un rayo cayó del cielo, veloz como la luz, impactando contra la joven y lanzándola hacia atrás antes de que fuera capaz de tocar nada.

-¡Hizaki será Maestro por encima de mi cadáver!- tronó una voz que el hechicero conocía muy bien.

Jasmine You, que también lo había reconocido, dio un respingo y saltó hacia atrás, elevando los brazos en un movimiento que hubiera sido demasiado rápido para cualquier otro mortal.

-Protección- exclamó.

Hizaki apenas pudo ejecutar el hechizo a tiempo a pesar de unos reflejos impecablemente entrenados. Un segundo rayo no lo golpeó por cuestión de décimas de segundo. Sin poder evitarlo, el impacto contra su frágilmente creado escudo mágico lo hizo tambalearse.

No obstante, aquello no le importó en absoluto. Porque, muy a su pesar, sabía quién lo atacaba.

-Kamijo- llamó, frunciendo el ceño, deseando casi por encima de cualquier cosa que él no estuviera ahí.

Pero, sin embargo, estaba. Y no solo. Cuando se hizo visible, en lo alto de uno de los muros que bordeaba el patio, una alta figura de cabello plateado y sorprendente belleza se alzaba a su lazo. Su Muñeca.

-Hizaki- el recién llegado pronunció su nombre con desprecio, clavando en él unos penetrantes ojos de un azul sorprendentemente claro.

-¿Se puede saber qué pretendes?- exclamó entonces el hechicero anciano, que, también cubierto por un escudo de protección, lo miraba con los brazos cruzados.- ¡No se puede interferir en el ritual de ese modo! ¡Y menos un Maestro rival con su Muñeca! ¿Acaso estás loco?

El recién llegado sacudió la cabeza, haciendo que una cascada de rizos castaños se desparramara bajo la blanca superficie de su camisa. Con un largo dedo, señaló a Hizaki.

-¡No pienso dejar que alguien como él se enfrente a mí en este juego! ¡Es inadmisible! Merezco un oponente más digno. ¡Todos lo merecemos!

-Hizaki ha sido escogido...- comenzó Jasmine You con voz neutra.

-¡No participará!- el recién llegado se volvió hacia la bella figura de su Muñeca, que observaba la escena con una expresión imperturbable- ¡Juka!

El otro hombre cerró los ojos y Kamijo alzó las manos.

-¡Ni se te ocurra!- exclamó Jasmine, girando la cabeza hacia la inconsciente Delfia, que yacía hecha un guiñapo junto al círculo elemental.

-Si la cría está muerta, no habrá Muñeca- susurró Kamijo, que parecía estar absorbiendo energía del hombre junto a él- Y si no hay Muñeca, no puede haber Maestro.

-¡Eso va contra las normas!- fue todo lo que Jasmine consiguió decir antes de que su interlocutor bajara los brazos.

Con una exclamación ahogada, y olvidada su usual compostura, Hizaki se lazó hacia delante, hacia Delfia, tratando de proyectar a tiempo un escudo sobre ella.

Pero no pudo.

Todo ocurrió muy deprisa.

Un primer rayo cayó sobre el Oráculo inconsciente, que ni siquiera tuvo oportunidad de quejarse. Kamijo rió. Jasmine You gritó algo que Hizaki no llegó a entender. Y un segundo rayo cayó entonces del cielo, impactando contra este último y chocando contra lo que quedaba de su maltrecho escudo mágico.

Hizaki se sintió lanzado hacia atrás, al interior del círculo mágico. Su protección acababa de desintegrarse. Instantes después, se golpeaba contra el altar, tirándolo al suelo. El diamante que descansaba sobre él impactó contra su mano con tal fuerza que una de las aristas llegó a cortarle la piel.

Estaba confundido, adolorido y a punto de desmayarse. Sin poder evitarlo, se sumía en la negrura. Pero antes de que su consciencia cediera ante la oscuridad, un resplandor azul lo cegó por un momento. Un brillo azul cobalto y un grito de sorpresa de Kamijo.

*~*~*~*~*~

Cuando el escándalo había comenzado, todo lo que Teru había podido hacer había sido acurrucarse en el hueco del altar donde se había escondido. Se lo habían dicho desde que era un crío: no era bueno entrometerse en peleas de magos si uno no quería terminar abrasado por alguna especie de fuego verde y azul.

Sin embargo, su plan se fue literalmente al garete cuando algo impactó directamente contra su escondite, haciendo que éste estallara en mil pedazos.

Una figura ataviada con un elegante vestido rojo estaba hecha un guiñapo a su lado, con el diamante que él había acudido a robar descansando junto a su mano. Otras cuatro personas, algunas más sorprendidas que otras, lo observaban, salido de entre los restos del altar, sin explicarse cómo había podido llegar allí.

Entonces fue cuando Teru decidió que sería mejor correr antes de ser convertido en rana.

No obstante, no pudo.

Súbitamente, el diamante que reposaba sobre el suelo emitió un brillo azul intensísimo que lo cegó por completo. Los tres magos y la criatura de pelo plateado que estaba de pie junto a uno de ellos lanzaron una exclamación de sorpresa, todos al unísono.

-¡No puede ser!- gritó uno de ellos.

Teru acababa de empezar a correr a ciegas cuando el dolor lo alcanzó. Se trató de una oleada tan potente que el joven apenas pudo tenerse en pie, y, finalmente, cayó de rodillas apretándose las sienes con las manos. Aquel era el dolor más fuerte que jamás había sentido, y no parecía querer remitir pronto.

Asustado, boqueó en busca de aire, sintiéndose desfallecer. Era como si la piel se le cayera a tiras, como si algo le quemara en la sangre, como si los globos oculares fueran a estallarle. Todos los nervios de su cuerpo parecían estar mandando la señal del dolor a su cerebro.

-Ha debido tocar el diamante- comentó otra voz, que Teru apenas pudo oír como un eco lejano.

-Pero, ¿quién es?- preguntó alguien que sonaba como un anciano.

Teru gimoteó de dolor. No podía más. Iba a desmayarse. Los puntitos blancos en sus retinas pronto comenzaron a convertirse en manchas negras que se llevaban su consciencia consigo.

-No lo sé- fue capaz de oír antes de sumirse en la negrura- No sabía que estaba ahí. Ni siquiera importa mucho quien sea. Todo lo que sé es que ahora es la Muñeca de Hizaki.

Notas finales:

Y ahí tenéis un señor triángulo amoroso XDDDD

Lo que me voy a divertir yo con esto *silba y se va, alegre de ser una mala persona*

PD: Los reviews me hacen ilusión, así que, si lo habéis leído y no queréis tirarme piedras, ahí tenéis el botón X3


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