Me tomaste con cariño entre tus tibias manos, tan cuidadosamente que por un momento me sentí amado…parecías tan dispuesto a pasar horas enteras sumergido en mi. Analizando cada cosa con esmero. Te quería solo para mí.
No habíamos pasado más de unos minutos juntos. Tú apenas comenzabas a comprenderme… a mi parecer te habías internado en mis problemas y ahora proponías alguna clase de solución. No tenías ojos para nadie más que para mi. Eso yo lo disfrutaba como no tienes idea.
Me sentí verdaderamente especial para ti, cuando decidiste apagar tu celular para poder tener un poco más de intimidad. No querías que nadie te interrumpiera en un momento de tanta inquietud.
Sentía como me pasabas la yema de los dedos con cariño por todo el cuerpo. Por los costados e incluso en algunos momentos, al recorrerme descuidadamente me hacías cosquillas. Dibujabas tiernamente con esas cálidas manos finos círculos en mi interior, y en ocasiones dejabas escapar un suspiro de agotamiento.
Pese a todo… me di cuenta que en verdad tenias convicción y querías llegar a comprenderme por completo. No te rendías y, en ocasiones te acercabas tanto a mi que podía sentir el vaho de tu boca.
Yo era feliz…
No supe en que momento se rompió la conexión que teníamos. Unicamente te levantaste de la cama y, fuiste a abrir la puerta. ¡Esa jodida puerta que nos robaba ese momento de calida intimidad!
Y escuché su voz…
No puedo negar que me sentí herido. Yo sabía que solamente te encontrabas en ese estrecho cuarto conmigo porque me necesitabas, pero saber que él estaba ahí, dentro de esa casa que debía pertenecernos únicamente a nosotros me sentí desplazado.
No pasó mucho tiempo antes que entre besos y abrazos con ese maldito usurpador, te adentraras en ese lugar especial que únicamente debías dedicar a mí.
Y en ese momento… simplemente actuaste como si yo no existiera. Preferiste que me quedara de frente, mirando la escena tan descaradamente. Mirando con falso pudor esos rápidos movimientos de manos con que ese infeliz te estaba desvistiendo. Arrancando de ti, no solamente la ropa, sino todo el interés que hasta hacía unos minutos decías que me tenías. Esa fidelidad que ambos sabemos nunca existió, pero que era pretendida odiosamente por ambos.
Los veía claramente… podía ver ese ritual enfermo de amor. Como ambos, con el cabello revuelto, se acomodaban poco a poco en la cama que nos pertenecía. ¡Nuestra cama!
¿Tienes alguna idea de cuánto me duele eso? No pudiste siquiera haber esperado hasta que esos bellos momentos en que pasabas el dedo por mis adentros se hubieran desvanecido como un recuerdo… tenías que hacerlo ahí. Frente a mis narices.
Era humillante. Degradante… y lo peor, no podía evitar mirarlo.
Veía como se tocaban y como te introducías en él sin consideración alguna. Podía escuchar sus gemidos de dolor, que pasaron a ser la expresión más pura del placer. Todas esas malditas embestidas… esos inaguantables momentos de espasmos que ambos compartían.
Podía sentir como la temperatura en esa habitación iba subiendo. Sentía como los vidrios se empañaban y como, ustedes dos continuaban sin mesura. Besándose, abrazándose y jadeando de maldito placer. Podía ver como besabas al intruso entre mechones de cabello pegado en el cabello, y como ese pelirrojo simplemente contemplaba con una sonrisa tus negros pozos.
Te comías con la mirada ese cuerpo de piel marmolea… y el simplemente seguía jugando con tu cabello negro… y no podías negar que lo gozabas. Lo gozabas a él como jamás me gozarás a mí. Lo tocas como jamás me tocarás a mí. Lo miras con los ojos de amor y de devoción que no me tendrías ni aunque de ello pendiera tu vida.
Pude verlos mientras ambos se tiraban en la cama, abrazados. Y yo no me podía mover. Seguían jugando a no verme y yo a su vez admiraba todos los movimientos que hacían. En la sombra, en el silencio. Desplazado de tu cama y de tu vida…. Tirado de lado por un hombre que te provocaba más placer. Y ambos se quedaron dormidos.
Él sostuvo tus dedos, mismos con los que me habías recorrido, con sus pérfidas manos llenas de perversión. Lo odié… y tu. ¡Maldito seas! Repetías su nombre en sueños… seguías diciendo Gaara incluso mientras dormías.
Y yo odiaba ese hecho. Odiaba ese nombre que ya tenía prácticamente tatuado como una herida permanente en el interior. Tenía su nombre escrito con tinta por todo el cuerpo…
¿Acaso yo ya no valía nada para ti? ¿No te importaba en lo más mínimo? ¡¡Me siento tan utilizado que duele!!
Finalmente… él se fue. Se alejó de nuestro lecho para permitirnos continuar a solas. Dejándome espacio para de nuevo conseguir tu atención. Tu tacto y esa fingida muestra de interés.
Únicamente me tomas en tus manos cuando necesitas algo de mí. Pero yo lo acepto. Quiero que me entiendas por completo.
Acepto, Sasuke, tus infidelidades sin objetar nada, e incluso mirando como juegas con esas manos tiernas. Y no me importa… porque tarde o temprano vuelves a mi. Vuelves a abrir mis paginas y estudiar todos mis rasgos. Todas mis excepciones. Todos y cada uno de mis complejos problemas.
Supongo que no me puedo quejar… esa es y será siempre la vida de un cuaderno de matemáticas.