Hizaki abrió la ventana. Necesitaba eirearse un poco. Tenía demasiadas preocupaciones en la cabeza. Aquella noche una hermosa luna llena se alzaba imponente en la negrura de la noche. Pequeñas estrellas se agrupaban a su alrededor, formando dibujos indefinidos.
Hizaki adoraba la noche. Se sentía libre. Era el único momento en el que podía dejar de finjir, no tenía por qué sonreir ni ser amable con nadie. Podía quitarse su máscara de princesa linda. Por un instante, podía ser un hombre. Desde pequeño lo habían educado para ser "perfecta", pero él no lo era. Y ahora tenía que casarse.
"¿Por qué yo?" se preguntaba mientras dejaba escapar leves suspiros. "Todo esto es horrible... me odio a mí mismo. Me encantaría desaparecer, y si para ello he de morir, deseo la muerte".
Entró en su habitación, dejando la ventana abierta. Dejó caer al suelo el fino vestido que llevaba puesto, para desabrocharse el oprimente corpiño que no le dejaba respirar.
Cuando se puso uno de los anchos camisones blancos y peinó sus bonitos bucles rubios, se sintió algo mejor.
"Nada tiene sentido... no comprendo mi existencia. Estoy cansado de vivir".
Se tumbó sobre la cama cibierta por suaves sábanas de seda blanca, miró al techo y permaneció así, pensando, hasta que cayó en un profundo sueño a causa del cansancio.
En mitad de la noche, un fuerte y dulce olor a rosas y vainilla lo despertó. Abrió los ojos y se giró un poco hacia la derecha. Sus ojos se encontraron con otros. Pero aquellos no eran completamente humanos, su color era de un azul perla que rozaba el blanco. Eran demasiado hipnóticos. Hizaki permaneció tumbado, abservando a la persoan que estaba junto a él, con la cara a pocos centímetros de su rostro.
Era demasiado pálido, de una belleza axcepcional. Su piel era fina y suave, perecía de marfil. Sus labios entreabiertos dejaban ver unos dientes igual de blancos. Su boca era también simplemente perfecta. Llevaba su larga melena recojida en la parte izquierda de su cabeza, y caía creando ondas que enmarcaban su rostro. Usaba ropas típicas de la nobleza, con una camisa entreabierta que dejaba al descubierto su pálido y bien formado torso. Era demasiado hermoso para ser humano, su belleza era algo irreal.
Cuando el hombre echó un poco su cuerpo hacia atrás, quedando así apollado sobre sus rodillas, Hizaki se sentó en el borde de la cama. Permanecieron largo tiempo observándose mutuamente.
-¿Quién eres?- preguntó el rubio finalmente.
Tras unos segundos, el visitante se puso en pie e hizo una reverencia.
-Mi nombre es Kamijo- dijo, levantó la vista sonriendo lascivamente- cómo debo llamarle, ¿señor? o... ¿señora?.
Hizaki no se tomó nada bien auquel comentario. Se levantó y se acercó seguro de sí mismo a Kamijo y lo agarró de uno de los bordes del cuello de la camisa.
-Usted no es nadie para hacer un comentari tan grosero, y, además...
El rostro de Kamijo se tornó oscuro, De un sólo golpe se quitó al rubio de encima y lo arrojó contra la pared, donde lo acorraló entre sus brazos.
-No me hables así- le dijo mirando al asustado joven. Acercó sus labios al cuello del menor y dio un pequeño mordisco, dejando una marca en su blanca piel.
-Suéltame ahora mismo, o...- empezó a decir como pudo Hizaki, pero Kamijo no le dejó continuar haciendo presión sobre el miembro del pequeño.
-O... ¿Qué?, ¿qué herás, mi pequeña princesa?
Hizaki soltó un débil gemido. No podía contestar, no podía hacer nada mientras el mayor siguiese tocándolo y susurrándole de un modo tan sensual. Se odió a sí mismo más todavía por no haber hecho nada por evitar llegar a esa situación. En aquel momento sólo podía gemir.
-No deberías emitir esos sonidos, querida, me tentan aún más- susurró el mayor en su oído. Luego, bajó su rostro hasta el cuello del rubio. Apartó con su mano libre unos mechones de cabellos que seguían sobre la piel de ese lugar del cuerpo que tan fascinado tenía al castaño. Olió la piel desnuda, y después de vacilar un segundo, clavó sus afilados colmillos. Hizaki gritó de dolor y placer. Gritos y mordiscos...
Cuando el vampiro quedó saciado y sacó los colmillos del cuello, las piernas comenzaron a temblarle a Hizaki, pero Kamijo lo sujetó y lo acercó a su rostro nuevamente. Lo miró directo a lo los ojos y lo besó apasionadamente. Su boca, su lengua... sabían a sangre.
-Delicioso, ¿verdad?- preguntó sonriendo con sarcasmo. El más pequeño contuvo las arcadas, y sintió que las lásgrimas de sus ojos se desbordaban. Hizaki cayó al suelo contra la pared temblando y sollozando. Jamás nadie lo había humillado tanto.
Antes de salir por la ventana, el vampiro echó una última mirada al menor y le dedicó las palabras que este escuchó antes de quedarse dormido otra vez.
-Con lágrimas en los ojos estás realmente radiante, mi linda princesa. No sé si llegando a nacer mujer, serías más hermosa. Lo dudo mucho...
Aquellas palabras rompieron su corazón en mil pedazos.
Aún así, Hizaki deseó poder volver a ver a aquel hombre.