Antes, Dos corazones fundidos en uno mismo, Dos corazones amándose y jurándose fidelidad eterna. Ahora, dos corazones heridos y mutilados por la dolorosa separación por la que pasaron. Una historia contada por dos personas pero a fin de cuentas es la misma, la misma historia que tantos corazones han relatado generación tras generación. La historia del que creías tu verdadero amor y acabó siendo el desastre que te llevó a la profundidad del dolor, a indagar en lo profundo de tu alma para sacar la gran fortaleza que durante tanto tiempo tuviste oculta porque creíste que aquella otra persona te la daría, porque creíste en que la otra persona sería los cimientos más fuertes de la construcción de tu corazón, que aquel monumento tan rojo como el vino, tan puro como el viento y tan cristalino como el agua de un manantial nunca se vendría abajo y menos en unos cuantos segundos.
Esa es mi historia, la historia de cómo aquel tan profundo amor que una vez existió se desvaneció como si el viento se hubiera llevado sin remordimiento alguno el sentimiento, no importó cuanto dolor fuese a provocar, el viento se lo llevó sin temor alguno. Cada día que miraba tu rostro, cada día que te escuchaba... no, es más, no cada día, cada vez que te escuchaba decirme "Te amo", un escalofrío recorría todo mi cuerpo, era un hermoso escalofrío que me indicaba que realmente lo sentías por mi, que ese sentimiento penetraba a través de mi cuerpo sin pudor. Cada vez que una de tus fuertes pero tan sutiles manos posaba su presencia en mi cuerpo era como pisar el paraíso, era como tocar el cielo, nada existía, nada en el mundo que no fuéramos tu y yo, sólo... tu y yo...
Como añoro aquellos tan felices días en los que compartíamos cada momento de nuestras vidas, cada minuto, cada segundo, era una felicidad intangible pero a la vez tan... concreta, tan existente, vaya si eran lindos aquellos días.
Pero la sublime felicidad que nos cubría aquellos días, terminó... tan rápido... tan fácil... pasaron varios minutos antes de asimilar lo que me decías, antes de poder procesar la información en mi cabeza... era como si mandaras un archivo muy pesado a una computadora sin memoria, era... era raro. Si eso lo describe todo fue raro de una hermosa vida a una horrible soledad un cambio realmente drástico. Un cambio que nunca debió haber pasado.
Aún recuerdo como te encontré. Llorabas lastimosa y profundamente como nunca te había visto derramar una de esas cristalinas lágrimas, eras otro, fue cuando pensé: Quien dice que los ojos de una mujer son los únicos que se embellecen con las lágrimas, nunca vio caer lágrimas de tus bellísimos ojos amor mío. Tu rostro tan varonil y fuerte, se había tornado tan tierno, tan frágil. Tu mirada tan... tan... indescriptible, era una mirada de súplica, me suplicabas perdón con la mirada pero... yo no entendía porque, no entendía cual era el motivo de esa tan arrepentida mirada que me dirigías. Me lastimaba el alma, no sabía el motivo, pero me desgarraba por dentro, sentía como aquella filosa mirada tuya me hacía estremecer de dolor, lagrimear de desesperación, aturdirme por la confusión, no sabía que hacer, si preguntarte por lo sucedido o simplemente alojarte en la comodidad de mi pecho, esperar a que tus lágrimas cesaran y me dijeras lo sucedido. Opté por la segunda opción sólo... te abracé, te dije que todo estaría bien y esperé a que tu voz calmara y pudieras pronunciar tal vez no firmemente pero con más entereza tu letanía. Sólo dijiste: te engañé. Me sorprendí al escuchar aquello no... no era posible... te pregunté si era en serio, si realmente había sucedido. Te empujé muy ligeramente y me levanté del suelo en donde te consolaba, eché a correr no quería verte a la cara, no... no... no quería nada. Estabas en la puerta de tu casa y fue de ahí de donde me alejé, pero no pude recorrer demasiado camino, lograste seguirme el paso, me tomaste de la muñeca, me diste la vuelta y fundiste tus labios con los míos, trataba de zafarme de ti, pero mis manos eran muy tercas y no obedecían a mis deseos, no te alejaban de mi, lo único que hacían era acercarte más a mi cuerpo. Tenía que reaccionar, por mi bien, por el tuyo, debía hacerlo, como pude me separé de ti, corrí... corrí y seguí corriendo hasta que mis piernas ya no podían más. Inconcientemente llegué al hogar de mis padres, al hogar del que me había escapado para vivir mi independencia y poder continuar contigo. Ellos siempre decían que no eras un buen partido para mi, que sólo traerías problemas a mi vida y yo como siempre de alma rejega y corazón terco dije que no era cierto y me fui, me largué a un departamento de quinta, y ahí estaba yo de nuevo ante aquel hogar que tanto desprecié un día, que tanto odié y que ahora tanto deseaba. Toqué la puerta y mamá abrió, me arrojé a sus brazos llorando como un niño pequeño, dejando ver el lado frágil de mí que nunca dejé que vieran. Lloré y lloré hasta desahogarme, hasta sentir mis ojos y mi corazón secos, mamá me alojó en su cálido abrazo, me dio el amor que tanta falta me había hecho. Me calmó y meses después desapareció ese sentimiento. Al menos eso creo... creo que no ha desaparecido del todo, como dicen: Donde fuego hubo cenizas quedan. Y mi caso no es la excepción, hay muchas cenizas, demasiadas cenizas que aún quedan por desechar pero mientras tanto seguirán guardadas en mi cajita fuerte color vino tinto, en mi corazón, en el corazón que una vez fue tuyo y que perdiste. Lo perdiste, sí... pero... ¿Yo perdí el tuyo? Tal vez siempre será un misterio sin resolver pero... aunque perdiste mi corazón, algo de él siempre estará contigo, siempre... eso ni dudarlo, tal vez por eso me esfuerzo escribiendo esto que tal vez un día tire, rompa, queme o haga algo con el, pero mientras el sentimiento no se haya esfumado por completo seguiré escribiéndote anónimamente. Comienzo a pensar que el desamor y la depresión no son la mejor amiga para el alma y el corazón pero si para una pluma y la mano de un chico que quieren olvidar.