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Rutinaria Adicción por Etnol

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Notas del fanfic:

um... creo que por el titulo es obvio que se trata de otro pin off de DA

No se por qué, pero se me ocurrió hacer acerca del pasado de un personaje, pero que no fuese de los principales y el resultado fue... no tan bueno u_u y ademas no creo que esto llene el hilo pendiente que deje en DA

Notas del capitulo: esto... no se si os guste o no, pero necesitaba escribir esto x3 jaja!

El despertador a penas y sonaba un segundo antes de ser apagado por la veloz manos del pequeño, quien siempre se acostumbraba a despertar a la misma hora todos los días, el día de semana que cayera. Daba igual. Miró la hora. las agujas marcaban las seis de la mañana en punto. Se ducharía en diez minutos, se vestiría en otros diez minutos. Como sus cosas ya habían sido guardadas desde la noche anterior en su bolso escolar, se dispondría a desayunar en cinco minutos. Bajó las escaleras sin muchas ganas de sentarse en el comedor y ver el reloj que marcaba las seis con veinticinco minutos exactos. su padre, sentado a un lado del menor, bebía del zumo de naranja de su copa sin despegar la vista del periódico. La madre, sentada frente al señor, también se distraía con un libro, quizá una de las muchas novelas que se vivía leyendo. En esa mesa redonda, acondicionada específicamente para tres comensales. El desayuno tardaría unos quince minutos, pues sólo consistía en una ensalada, agua, café, zumo, y si acaso leche para el niño.

 

—Berta, trae más café —pidió el señor sin siquiera mirar a la criada, que después de ocho años al servicio de aquella singular familia, poco le importaba el cómo pidieran las cosas, pues ya estaba acostumbrada. Aunque el verdadero motivo de su larga estadía con ellos era sin duda aquel hermoso retoño que cautivaba a cualquiera cerca de él. Lamentablemente esos retrasados que tenía como padres hacían de todo menos prestarle la debida atención.

 

Aquella atmósfera en nada favorecía al pequeñín de oscuros y ligeramente ensortijados cabellos. Pero lo que le hacía radiante eran esos orbes color ámbar. Contando además con un singular lunar muy cerca de la comisura de sus labios, bajo la derecha de estos. Sin duda, y cuando tuviera la edad propia, sería la galantería personificada.

 

El desayuno terminó con el último sorbo de café por parte de la señora, quien se apresuraba a salir con su enorme bolso, envuelta en una chalina debido al frío que haría fuera, estando a mitad de otoño. Despidió a sus dos amores con un beso volado que el señor a penas si notó, y que el niño tampoco se preocupaba en responder. Berta levantó los platos para llevarlos a fregar. El señor recogió su saco y se dispuso a marcharse rápidamente. Se detuvo justo en la puerta, recordando que le faltaba algo.

 

—Hijo, que tengas un buen día —dijo sin pizca de sentimiento. El chico no hizo más que asentir, despidiendo a su padre, más que listo para salir por la puerta que conectaba directamente al elevador del edificio.

 

—Cariño —le habló Berta dulcemente desde la cocina, a donde el chiquillo fue como dirigido por la voz hasta topar en el desayunador, a penas alcanzando a ver al otro lado—. Siento que debas desayunar tan temprano, ¿te gustaría que te prepare unas tostadas antes de que el bus llegue?

 

Una vez más, el pequeño asintió. Berta todavía le daba la espalda, pero ya sabía de antemano la respuesta. Conocía a ese niño, y le adoraba como si fuera su mismo nieto. Casi una hora más tarde, despedía desde el portal del edificio al chiquitín con todas sus cosas para el colegio. Su larga jornada comenzaba. El autobús llegaba puntual a las ocho menos cinco. A las ocho en punto comenzaban las clases. Una hora de historia, seguida por una de matemáticas. Receso. Una hora de geografía, otra de español, una de inglés. Receso. Una última hora de ciencias naturales y después, el club deportivo. Era hora y media de natación. Más tarde, el club de música donde recién comenzaba a tocar el piano sin confundir las llaves. Al final del día, su madre tenía tiempo de pasar por él y llevarle finalmente a casa. Una vez ahí, Berta recibía educadamente a la señora, quien, con la excusa de estar agotada, se dirigía a su habitación sin prestar atención a su hijo. Berta le daba su pésame a esa pobre mujer por haber concebido a tan bella criatura y no aprovechar el llenarle de mimos. Suspiró y mejor decidió dar un tentempié al chiquillo para que aguantase hasta la hora de cenar, o sea, hasta la hora en que su padre llegase. Entre tanto se cambiaría el uniforme por ropa más cómoda para andar en casa. Minutos después, ya con los tres en casa, la vieja servidora puso la mesa y llevó la comida lista para servir. Una silenciosa cena, como todas las anteriores sin ninguna novedad por parte de los dos mayores. Mucho menos para el chico, que, a los veinte minutos, subía a su alcoba para hacer los deberes de las clases matutinas. Todos eran sencillos y fáciles de resolver, sobre todo los de matemáticas, su punto fuerte. Terminó de alistar sus cosas del colegio y con las nueve menos diez, iba a cepillarse los dientes y regresar a donde Berta ya le tenía lista la cama. Realmente, sin ella, todo sería terriblemente difícil de conllevar.

 

—¿Tuviste un buen día? —preguntaba como todos los días. Aunque la intención de la anciana no fuera otra que el de preocuparse por el menor, a veces también adoptaba costumbres que se hacían cansadamente repetitivas, como todo en el mundo de aquel angelito.

 

—Sí, como siempre —Asintió. Lo que más querría sería que un día la escuela despareciera, o mínimo que el bus se saliera de la vía habitual y lo llevase al fin del mundo de ser posible. Pero se conformaba con saber que nada tendría que preocuparle jamás. Se recostó en la cama, esperando a ser cubierto con las sábanas, pero en vez de eso, Berta se sentó al borde de la cama, sonriéndole más que cualquier otro día.

 

—¿Sabes? Hoy una familia se mudó al piso de arriba —esperó la reacción del pequeño, a quien el tema ni le veía pies o cabeza—. Y trajeron un niño con ellos —le dijo con vivacidad para que el chico también se contagiara de esta.

 

—¿Un niño? O sea… ¡un compañero! —casi gritó a los cuatro vientos por la felicidad que ello le causaba, mas no se precipitó y decidió aguardar para ver si realmente era un buena noticia o no.

 

—¡Por supuesto que sí! —le apremió Berta. Si quieres, el domingo temprano te llevaré a conocerle —planeó por él, puesto que sólo ese día el niño podía descansar hasta las ocho de la mañana, hora en que su madre se levantaba para llevarle al curso de pintura junto con ella—. Pero por lo pronto, debes dormir —posó un dedo en la punta de la nariz del pequeñín y luego pasó a retirarse, apagando las luces con el interruptor.

 

—Un niño… ¿cómo será? —se preguntaba alegremente al pensar en un futuro compañero de juegos, el cual había esperado por años. Berta siempre le había dicho que hiciera muchos amigos en el liceo, pero todos eran indiferentes o ni siquiera atendía a otros que no fueran los profesores en sí. En resumen, no había nadie con quien pasar el tiempo. Sólo era él, y, pocos minutos al día, con Berta, la cual anhelaba que los señores tuviesen un segundo hijo, para variar, pero nada. Aquel niño estaba condenado a ser hijo único y por tanto, único obligado a seguir con la expectativas de sus padres.

 

Los días transcurrieron sin salir del perímetro de lo usual. El domingo, y movido por el acostumbrado horario, el pequeño estaba despierto a la seis en punto. Dominado por un impulso, bajó a la cocina para encontrarse a Berta haciendo los deberes del hogar desde temprano. Sorprendióse al encontrar al niño ya sin pijama y listo para salir. Lo cierto es que a esas horas se disponía a estudiar, y, si acaso, a hacer algún que otro deber que le faltase. Pero nada había dejado pendiente con tal de que aprovechase esas preciadas horas a su favor.

 

—Nene, en seguida saldremos al patio, sólo permíteme unos minutos más, ¿vale? —pidió la anciana, muy conciente de que, aunque el pequeño no lo expresara, sentía mucha emoción—. Ayer hablé con la madre de ese niño y dijeron que lo sacarían al patio para que se conocieran.

 

El chico no hacía más que asentir levemente, en parte por los nervios que le provocaba conocer una persona.

Lo prometido era deuda. Eso se le hubo inculcado, y a la media hora ya estaba fuera en la parte trasera del edificio, donde se localizaba un parque exclusivo para la edificación. Un área lo suficientemente basta para complacer a los más pequeños. Pero, como era de suponer, el chiquillo, si acaso, había podido pisar aquel patio un par de veces en los años que llevaban morando en el lugar. Allí, sentada en uno de los columpios, una mujer de aspecto apacible se mecía, haciendo que sus largos cabellos oscuros ondearan en el aire, puesta con un vestido que hubiera disimulado aquél bulto que tenía por panza unos meses atrás, pero que ahora la evidenciaba. A su lado, cubierto por la capucha de su camiseta, hincado, y haciendo dibujos con un palillo sobre la tierra, reposaba un pequeñín distraído.

 

—Me alegra que haya otro niño como vecino —dijo alegre la mujer, levantándose para saludar a Berta y luego inclinarse para sonreírle al chico. Nuevamente se enderezó para estar a la altura de la mayor—. Solamente saldré a hacer unas compras, pero estaré de vuelta en una hora a lo mucho.

 

—Yo también debo salir —dijo pensativa la anciana—. Pero no creo que algo malo les pase estando dentro del parque. Además están los guardias vigilando.

 

—Lo sé, este chiquillo —señaló con un pulgar a su hijo—. Se la vive sentado y sin hacer mucho. ¿El suyo es así de tranquilo o será más inquieto?

 

—¡Inquieto! —quiso invocar esa palabra para que se hiciera realidad— ¡Para nada! Es tan tranquilo como sumiso. Seguro se llevan bien. ¿verdad que sí? —preguntó al menor, quien llevaba rato observando al otro niño, sin que este se percatara.

 

—Muy bien. ¿le molestaría si la acompañara? Lo cierto es que no tengo nadie al cuidado del piso. Tenía una nana para mi hijo, pero ahora que nos mudamos, ella no pudo seguir con nosotros.

 

—Me encantaría. Pero es una sorpresa que él tenga a su madre cerca, cuidando todo el tiempo de él.

 

—No fue así hasta hace poco que me enteré que tendría un bebé nuevamente. Por esto tuve que renunciar a mi empleo y quedarme en casa como la primera vez.

 

—Es verdad, me dijo que su hijo ansía con toda su alma tener una hermanita, ¿no es así? —recordó de lo poco que charlaron el día anterior. Pero platicarían más luego de pasarse a retirar. Cada una fue a con su niño para despedirle con un beso en la frente—. y recuerda cuidar de él. No tardaré en volver Ahora eres como su hermano mayor —le guiñó un ojo y encaminó hasta el edificio donde saldría por la entrada principal.

 

El chico, que sólo había descansado de mirar al otro en el momento en que Berta se despedía, se volvía a perder en el tan extraño chiquillo. Este todavía no salía de su ensimismamiento, por lo que se acercó a él para retirarle la capucha. Al hacerlo, el niño alzó la vista, mostrando unos ojos marrones, que, si se acercaba más, parecían incluso de un tono rojizo. Su cabello, que ahora estaba de punta y flotaba como si la gravedad no existiera, era muy delgado y de color castaño. Su piel era extremadamente blanca, incluso más que la de él mismo.

 

—Hola —saludó como maquinal el castañito, aún sin levantarse, y sin soltar el palillo.

 

—Bueno días —intentó sacar a relucir lo mejor de su educación—. Mi nombre es Alcazar Edwin —y extendió la mano, esperando a que el otro la estrechase como era debido. Sin embargo, el niño quedó mirando la palma por unos segundos para levantarse. Cuando lo hizo, el pelinegro notó la gran diferencia de estatura. Aquel chico debía ser menor que él.

 

—Tu nombre es raro. No me gusta —se cruzó de brazos como dando a entender que no se dirigiría a él a menos que le diera una mejor opción para llamarle.

 

—Bueno… mi madre a veces me dice Ed —le animó, aún con la mano al aire, pero el otro chiquillo en vez de hacer lo esperado, de un brinco, pendía abrazado al de ojos ambarinos. El chico quedó sin habla, con los ojos abiertos por la sorpresa.

 

—Gusto en conocerte Ed —dijo el castaño todavía abrazado al cuello del más grande. Por último le besó la mejilla para despegarse y, en parte, dejar de colgarse de él, pues le rebasaba por mucho, sólo que había aprovechado el que él se inclinase un poco para lanzársele—. Yo soy Iván. ¿sabes? Pronto iré a otro liceo, muy cerca de aquí, porque nos mudamos de casa, y mi antigua primaria ahora nos queda muy lejos…

 

Edwin sabía que el otro niño era muy pequeño pero no sabía qué tanto.

 

—Yo también asisto a la Primaria de esta zona. Estoy en tercer grado. ¿Tú a qué grado irás?

 

—¡Tercer año! —dijo alzando los brazos en una clara muestra de emoción por la idea de una nueva escuela. De pronto, y con los brazos entrelazados en su propia espalda, comenzó a hablar de corrido—. Mamá dice que debo hacer muchos más amigos de los que tenía en mi escuela anterior, para que en mi próximo cumpleaños asistan muchos más niños a mi fiesta. Cumplí seis este verano. Qué mal que no te conocí antes. Te hubieras divertido en mi fiesta de cumpleaños.

 

—No lo sé. Eres muy pequeño. Quizá hasta me hubiera aburrido mucho —hizo además de bostezar, cerrando los ojos, luego abrió uno para descubrir un tierno puchero en la hermosa cara del castañito. No había hecho ese comentario para enfadarle, aunque desconocía por qué lo había hecho. Simplemente le faltaba tacto—.Te digo que no lo sé…Tercer año… irás todavía en garden, ¿no?

 

—Sí, ¿Que tu no? Entonces me dirás tu edad, señor grande —le sacó la lengua y se cruzó de brazos para seguir con su puchero.

 

—Yo también cumplí años hace poco. Nueve. Pero nunca me divierto en ninguno de mis cumpleaños, son todos iguales —hablaba realmente sin ganas de continuar con ese tema, por eso prefirió abordarlo con otro, pero no sabía cómo. Quizá con algo que le venía molestando desde hacía rato—. ¿Siempre saludas a la gente como lo hiciste conmigo?

 

—No estoy seguro… —meditó un poco el pequeñín sin saber cómo continuar— ¿No te gusta? A mí si, por eso creí que a ti también.

 

Edwin negó efusivo con la cabeza, y al término, sus mejillas asomaban un leve sonrojo. Ese niño le parecía especial. Decidieron sentarse ambos en los columpios y platicar acerca del uno y el otro. Entre tanta charla, el mayor no pudo evitar mencionar todo lo que vivía día a día, es decir, las extenuantes horas que pasaba fuera de casa debido al gran número de clases.

 

—Fu… ¿y a qué hora juegas? —preguntó inocente, el castañito, dejando de columpiarse para subir sus piernas al asiento y pegar sus rodillas a su pecho, sin dejar de ver a su vecino. Sin querer, esto había perturbado al sobresaliente pequeño, quien tragó saliva para sonreír fingidamente.

 

—No es tan malo, así no les causo molestias a mis padres —aseguró como si aquello fuera una excelente razón de ser. La verdad era que no quería pasar tiempo con sus padres y por ello, se sumergía en la agobiante vida escolar. O agobiante por el hecho de que a él ya nada le divertía ni le enojaba.

 

—¡Claro que lo es! Yo quiero jugar contigo todos los días que viva en este edificio. No me puedes dejar solo —refutó como si desde antes hubiera un contrato que especificara que entre vecinos niños, esa debía ser la máxima prioridad. Como resorte, el castañito se levantó del columpio para plantarse frente a lo que el veía como fuente de futura diversión, y volvió a cruzarse de brazos, sólo que esta vez no era un puchero lo que adornaba aquel bello rostro, sino una mirada más bien desafiante, casi feroz.

 

—Esto… —quedó sin habla. Incluso turbado pero no por mucho para finalmente contestar—. Sí, haré…, haré lo que pueda.

 

El castañito pareció conformarse con esas palabras, bajando las manos, sonriendo satisfecho para, en un abrir y cerrar de ojos, abrazarlo y propiciarle otro beso en la mejilla.

 

—Eres muy amable —le guiñó el ojo, cuando se separó de él. Edwin también hubiera deseado abrazarle con todas sus fuerzas, sin embargo, su nana y la madre del castañito habían llegado ya. Este último corrió a abrazar el vientre de la señora y propició un leve beso en el lugar—. Ella será mi hermanita, ¿verdad mamá?

 

—Así es, amor. Ahora despídete de tu nuevo amigo. Que el debe hacer otros deberes —miró a Berta, quien bajaba la mirada lamentándose por lo cierto que eran esas palabras. Hasta la mujer se sintió apenada por la noticia de que el pelinegro debía atender demasiadas cosas diariamente.

 

—¿Tan pronto? —quiso poner carita de borrego a punto de degollar, pero de nada le valió. Resignado, caminó hasta donde su vecino y, casi suspirando, le dedicó una amplia sonrisa y le tomó de una mano con ambas suyas—. Nos veremos pronto, hermano Ed.

 

El de ojos ambarinos pensó que se despediría con un beso y al ver que no fue así, se sintió un poco desilusionado. Le gustó esa muestra de afecto tan espontánea, ya que ni Berta, mucho menos sus padres, se acercaban tanto a él. sería una tortura esperar hasta el próximo domingo para ver aquellos ojitos tan adorables una vez más. No lo soportaba. Cuando el día llegó, dejando a su nana detrás, corrió hasta quedar frente al castañito. Ambas damas les dejaron solos en el jardín, y como si estuviese programado. Iván saltó para abrazarse a su vecino. Esa vez le tocó al más peque hablar de él. Ambos amiguitos decidieron quedarse acostados boca arriba en el pasto, entre algunos geranios y clavelinas. Todo ese ambiente La emoción que sentía por su futura hermana ocupaba casi todo el vocabulario del nene.

 

—Verás, yo soy el principito de mamá, y mi hermanita será la princesa. Así que cuando crezca, me casaré con ella. ¡Es lo que hacen los príncipes!

 

El pelinegro a penas pestañeó al escuchar esto. Carraspeando antes de contestar y conteniendo una ola de preguntas, se reacomodó todo el concepto que tenía acerca de los hermanos. Él no tenía ninguno, así que no podía asegurar si estaba bien o no casarse entre ellos, pero la alegría del castañito le pedía que no le esfumara esos anhelos.

 

—¡Qué envidia! —suspiró—. Yo también quisiera un hermanito.

 

—No te preocupes, me tienes a mí y yo puedo ser como tu hermanito —le dijo fugaz y, movido por un cúmulo de alegrías, giró en el pasto hasta sentir el cuerpo del pelinegro. Estiró un brazo para abrazarle por el pecho y se acurrucó el mismo contra su amigo. Edwin no puedo más que sonrojarse por aquel gesto tan cálido—. Pero… no puedo ser tu hermanito una vez por semana —se levantó para luego ponerse a horcajadas de su amigo, con sus bracitos a los lados de la cabeza del mayor—. Quiero verte todos los días.

 

Y como si las palabras del chiquillo hubiesen recaído en Edwin casi como embrujo asintió. Iván agrandó sus ojos y su sonrisa y dejó caer el resto de su cuerpo para aferrarse todavía más al cuerpo de su amigo, el cual se decidiría a hacer algo al respecto ese mismo día.

 

—Padre —habló el menor en esa silenciosa cena que compartía con sus padres, cada uno prestando atención hacia su propia agenda. El señor, todavía sin mirar a su hijo, ni siquiera se sorprendió de que alguien que no fuese él mismo llamando a Berta para rellenarle su copa rompiera el hielo.

 

—¿Qué es?

 

—Yo… —se mordió su labio inferior, mas inhaló suficiente aire para continuar—. Ya no necesito las clases de natación ni de piano en las tardes.

 

“Justo lo que quería ver”, pensó al notar el asombro plasmado en el rostro del señor. Su madre todavía no terciaba ahí hasta que el pequeñín adjudicó que tampoco quería el taller de arte los domingos y menos el de lectura que tomaba con la señora, noticia que le cayó bastante mal.

 

—¡Pero qué dices querido! Si disfrutas mucho el pintar, a diferencia de tocar ese ruidoso piano —por mucho que ello pareciere insignificante, no lo fue para su esposo.

 

—Entonces es culpa de las clases de piano que se cansara de todo esto —la palma del mayor hizo resonar las copas y el cristal de la mesa misma al golpear contra esta—. Seguramente aquellas cursilerías del dibujo lo hará una mejor persona en un futuro.

 

—¡Por supuesto que sí! Y no te burles, que la persona con que te casaste es también apasionada al arte. No como simples fanáticos de música clásica que nunca tuvieron el valor de dedicarse de lleno a lo que deseaban y por eso ahora esperan que sus hijos les hagan el favor.

 

—¡Ya basta! —se levantó furioso de su silla— ¡Y No te permito que me agredas en frente de nuestro hijo!

 

Edwin sólo les observaba callado, y en parte un poco feliz de que la atmósfera diera ese giro tan drástico. Caos era lo que hacía falta, pero no puedo presenciar más, ya que Berta le llevó a su habitación y le dejó ahí encerrado con la promesa de que todo se solucionaría y que no se preocupara:

 

—Estoy feliz de que finalmente hayas decidido abandonar toda esa monotonía —le dijo antes al salir de la habitación y a punto de terminar de cerrar la puerta.

 

Edwin, viendo que nada remediaba con angustiarse, que sincerándose, no se enteraba del por qué de la reacción de sus padres, realmente pensó que se enfadarían con él y no entre ellos. Se encogió de hombros y se preparó para dormir, no sin antes pensar en ese niño por el que haría cualquier cosa, sin saber qué le provocaba pensar de esa manera. Mantuvo sus ojos abiertos por largo rato hasta que escuchó que alguien llamaba a la puerta. Él no respondió, pero la persona detrás de la puerta no se molestó por ese detalle y entró de todas formas a la habitación, muy sigilosamente.

 

—¿Hijo? —era la señora madre del chico. Lucía un poco cansada ya, pero sonrió para su pequeño—. Quería disculparme por… Lo que viste ahí abajo… ¡Tu padre tiene la culpa de todo!

 

Si algo sabía hacer la dama era todo menos disculparse. Pero el niño no interpretaba eso como tal, pero sí a la afirmación que dictaba la señora. Al pequeñín poco le ganaba el sueño y decidió sentarse, acomodando su espalda en la pared de la cama, poniendo absoluta atención a todo lo que le dijese la mayor. Después de todo era la primera vez que sentía a su madre tan allegada a él de esa manera, y ella, por su parte, decidió sentarse en el borde de la cama, mirando fijamente aquellos ojitos expectantes.

 

—Ed —le llamó al fin, y carraspeó un poco antes de proseguir—. No quiero que seas como tu padre, así de insensible. Puedes hacer lo que quieras. Deja las clases de piano si te apetece, o el club de natación, pero, no dejes de hacer lo que más te gusta… el arte.

 

—Pero mamá, a mi tampoco…

 

—No, no tienes que decir más —le interrumpió la mayor, posando un dedo sobre los labios del chico—. Sólo te recuerdo que debes ser el mejor en todo lo que hagas. Y más si deseas vivir a lado de la persona que más quieres. Debes esforzarte mucho y no permitirte el lujo de ser como cualesquiera que no cumplen nunca sus sueños ¿Lo prometes?

 

La última frase había asentado en el subconsciente del pequeño, haciéndole razonar más al respecto. Durante esa semana tampoco tuvo tiempo de ver a su sonriente vecino. Quería estar con él, pero tampoco quería ser un mediocre en lo que hacía. Además tendría que estudiar y trabajar mucho si algún día pensaba tener a su querido amigo consigo. Se lo explicaría pacientemente. Cuando llegó el siguiente domingo, los tristes ojos del más chico mostraban una clara desilusión, incluso suspiró.

 

—Entonces no puedes hacer nada para remediarlo… —afirmó. Edwin lo sintió tanto en el fondo de su corazón, pero sabía que no se lamentaría después. Primero tendría que ver por su futuro, adjunto al de su precioso amigo, quien después de todo seguiría creciendo a su lado—. Supongo que tendré que conformarme con mis amigos de la escuela —sonrió, aunque no del todo feliz. Meditando en si no habría algo que él mismo pudiera hacer. Y, como si un foco se hubiese encendido encima de él se lanzó en los brazos de su amigo, propiciándole un tierno beso en sus labios. El mayor quedó sin habla, con los ojos a punto de salirse, más que nada por la vergüenza—. Para que no te olvides de mí en toda la semana. Mi mamá lo hace con mi papá. Seguro que funciona entre nosotros también.

 

Edwin pasó sus dedos por sus propios labios donde segundos antes se hubieron posado los del castañito. Sonrió agradecido. Y, viendo cómo su nana y la madre del chico volvían, despidió a su amiguito con un abrazo. Estarían encontrándose sólo una vez por semana hasta que él se librase de sus padres, y no lo haría hasta la universidad. Lo pensó mucho antes de aspirar a una buena universidad al extranjero, pero no por nada había sido un excelente estudiante todos aquellos años de horrorosa rutina. Antes de partir y dejar a su amigo le hizo prometer que él también aspirara a su universidad y que allí lejos podrían vivir juntos. No fue muy difícil convencerle, pues su madre ya pensaba abandonar a su padre y mudarse a una pequeña ciudad cerca de donde estaría esa anhelada Facultad de Economía. Sólo esperaría tres años y lo tendría enteramente con él. sin embargo, la carrera era tan absorbente que en todos esos años nunca tuvo el tiempo para dedicar espacio a su íntimo.

 

—Ed… —pronunció el castaño, vestido con unos jeans, camiseta y con el cabello puntiagudo, peinado que forzosamente tendría que cambiar después; desde la umbral de la puerta del estudio donde se hallaba el mayor enfrente de su PC, terminando de elaborar unas nóminas—. Creo que regresaré con mi madre después que me gradúe.

 

Sólo esto fue suficiente para acaparar la atención del de ojos ambarinos. Se levantó de su asiento, quitándose cuidadosamente los anteojos.

 

—¿Tanto deseas regresar? —un asentimiento con la cabeza fue la respuesta del castaño. El mayor suspiró—. Está bien, nos mudaremos.

 

—Pero… ¿y tú trabajo? No lo puedes dejar así porque sí —le recordó.

 

—Buscaré otro. Y tú también lo harás —le tomó de los hombros, e, inclinándose una nada, quedó frente a su amigo, sonriendo de lado—. No busques excusas para separarte de mí. Recuerda que eres más mío que tuyo.

 

Iván, al escuchar cómo aceptaba su capricho, se lanzó a abrazarle, como había hecho en casi toda su infancia, guindándose de su cuello y besándole la mejilla. Esperaría que ese cambio fuera favorable para ambos. El pelinegro lo sabía, ya que el castaño deseaba con todas sus fuerzas el disculparse con la pequeña familia que quedaba en esa lejana y pequeña villa

Notas finales:

Si ya sé.. tanto para dejaros igual xD

ah... ya terminaré el cap 30 de DA... algún día (0x0)

...

no, no es cierto, pronto, quizás =K

y ya sabeis que los rrs lo recibo de buena gana pero, no es necesario que escribais uno en este cap n_n

Saludos!

=D


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