El amor no es como te lo pintan.
Oh dios mío, claro que no.
Te dicen, ¿Te gusta, verdad?, dime qué sientes, si te brillan los ojos cuando lo ves. Tú piensas "¿De qué está hablando ésta?" Estás seguro de que ni lo has mirado en todo el rato que llevan juntos -Todos, el grupo- concentrado en tu trabajo y lo que debes hacer, ni siquiera te has dado cuenta que había llegado.
Y ahí, -rayos, demonios y que dios te valga- justo ahí, empiezas a dudar.
Sí, porque eso haces, si pasas cerca de la persona te preguntas: ¿Siento mariposas en el estómago?, ¿Me estaré sonrojando?, ¿Después de esto, no dejaré de pensar en esa persona?
Más te vale tener una mente fuerte y voluntad de acero. Ya que te aterrarás si alguna de esas repuestas es sí.
Lo peor no es eso, de cuestionarte y aterrarte, sino que te pondrás medio hipocondriaco-dramático completamente atento a cada mínima señal que te dé tu cuerpo al estar juntos, y como toda cosa que es forzada, es poco confiable.
Lo sano sería olvidarlo y no tomarlo en cuenta, ignorar que eso paso en tu vida y bloquearlo de tu subconciente, al fin y al cabo se trata de tontas y locas suposiciones de personas que su mundo se centra en sake y escapar del trabajo, Ah, pero el bichito de la discordia sigue contigo, persistiendo, molestando, haciéndote preguntar "¿Qué pasaría si yo realmente.....?"
Espera, espera, espera, respira. Ahora, ¿Qué haces?
Porque no puedes ir con esa persona a confesarte y desahogarte, que sabes -completa y absolutamente segura- que no lo guardará como un secreto, es más seguro escribirlo en una hoja -con nombre y todo- y dejarla en una mesa de la academia. Primero te quemarías las pestañas antes de poner en riesgos tus pensamientos, con ella -ella es el peligro-.
Eliges seguir el Principio de Parsimonia, Oh, dulce y difícil de escribir principio. Eliges irte por el camino fácil, la opción que implique gastar menos energía, la Ley del mínimo esfuerzo.
Claro, por un tiempo funciona. De maravilla, cabe añadir.
Te haces el tonto, con todas sus letras y esa persona desaparece para ti, entre tanto trabajo, Arrancars, Hollows y tenientes.
Pero el amor no es sencillo, para nada. Y es posible que a la semana te enteres que alguien lo está acechando, que parece que va en serio y Oh pobrecito de ti, cariño, no preocupes, yo te entiendo, ya veremos que hacer.
Esperas sentir rabia, odio, "verlo todo rojo cuando pasen juntos frente a ti y ese arrastrado haga de todo para captar un poquito de él".
No, not, iie, niet, non.
Nada.
¿Qué está mal contigo? Ahora el que molesta es el bichito de la duda, está hecho esto para ti, no lo sabes. Pero parece que no importa.
Parece. Los vigilas, los espías y hasta llegas a preguntarle al acechador sin mucha discreción ni sutilidad cómo va su plan. Te obsecionas, mucho.
Comienzas a notar detalles que antes no notabas, como que su pelo se despeina pero no se enreda, o como que le gusta el jugo de naranja en polvo pero no natural, o -que te llama la atención y sospechas que son ideas tuyas junto a tus celos-que se ve irritado al tener al otro a su lado.
Y lo peor no es eso, es que se nota. Cuando pregunta quien tiene algo para comer, tú ya tienes su tipo de comida picante preferido en tu bolsillo y lo único que te impide pasárselos es la mirada socarrona de la mujer a tu lado. Cuando se le olvidan los datos de una misión, tú ya tienes listo el resumen concentrado perfecto-simple en un tono casi resignado y exasperado -que se note pero sin se taaaan evidente. Y no-sé-qué-más situaciones que te son tan vergonzosas que pagarías por olvidarlas.
Pasan días, semanas y meses, sientes que no puedes estar más enamorado de ese chico perfecto -para ti, sabes que ya has caído en el juego de que el amor perdona todo-, para tu desesperación esos dos no piensan separarse, la alimaña no piensa arg!, y los sigues vigilando, y te sigues obsecionando. Sueñas en que ustedes dos son la pareja ideal y analizas todas tus virtudes y te comparas con tu rival. Sopesas cómo confesarte, dónde, cuándo y qué va a pasar.
Te enamoras.
O eso te dices.
Por eso, en un día de Mayo -con sol, cielo despejado y en un lugar alejado- le dices lo que sientes, muy nervioso y con dolor de cabeza por lo sonrojado que estás. Y ocurre lo peor que pudo haber pasado:
Te corresponde.
Luego, del shock, del caos y la catástrofe, tus neuronas se vuelven a juntar diciendo lo primero y único que se te viene a la mente: Que fue una broma, una apuesta y que lamentas haber jugado con sus sentimientos -aun aunque no lo hagas y la excusa te paresca lo más irreverente posible.
Amar no es lo que dicen, no hace tus días color de rosa. Sólo quita los colores dejando los tuyos.
Y cuando te das cuenta de eso, entiendes que dan lo mismo las mariposas en el estómago y que te sonrojes con sólo verlo, -aunque sea sólo un poquito-.
Porque estás seguro que si te guías por eso, jamás encontrarás lo que realmente querías sentir. Como que antes de que te dijeran que te gustara, ni siquiera notabas si su presencia te importaba en exceso.
Pasó lo que debía pasar, maduraste, creciste. No en técnicas ni en poder. En ti, en lo que te faltaba para seguir avanzando. Eras influenciable, demasiado para ser normal. Ya no, pasas de lo que te intenten hacer creer.
Aun a costa del sufrimiento ajeno, pero al fin de la historia no importa. ¿o sí? Con su moraleja y todo el rollo.
Por supuesto, a veces uno se olvida de la venganza.