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No Puedo Vivir Sin Tí por AthenaExclamation67

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No Puedo Vivir Sin Ti

By AthenaExclamation67

Una extraña sensación se apoderaba de su estomago cuando no lo tenía a su lado. Un dolor, una angustia que le hacía sentir el ser más desgraciado sobre la faz de la tierra.

No podía describir ese sentimiento que se le hacía presente en su cuerpo aunque lo sospechaba. Poco a poco, lo fue reconociendo, poco a poco se fue acostumbrando a sentirse enamorado, salvando los prejuicios, olvidándose de ellos, admitiendo la vergüenza que hubiese supuesto para sus ancianos y estrictos maestros. No sabía cómo expresarse, no sabía como decírselo al ser que amaba en silencio, cosa que provocaba mil y una discusiones en las que se enfrentaban y lo único que lograba era que la persona de la que estaba profundamente enamorado se alejara más y más de él.

  • - ¡¡TARADO!! - gritaba Milo muy enfadado - ¡¡¡eres un pedazo de trozo de frio hielo!!! Que no siente, que no es capaz de ver lo que tiene en frente - renegaba una y otra vez, dejando entrever lo que sentía por la persona a la que le gritaba, pero sin lograr hacerle entender ya que esa persona solo era capaz de ver y apreciar algo que le hacía rabiar.
  • - ¡Vete con tu amigo el jardinero! - contestaba Camus rojo de ira, muerto de celos.

Sin saber cómo abordar a Milo, sin poder expresarle sus sentimientos, sin darse cuenta de que Milo se moría de ganas de estar con él. Solo era capaz de ver los secretos y confidencias, las sonrisas que Afrodita y Milo compartían desde que eran ben pequeños, casi desde el primer momento en el que se conocieron.

Camus, se arrepentía de todas y cada una de las palabras que su boca pronunciaba en esos momentos, mientras se arrebataba por los celos, mientras hería profundamente a Milo conscientemente pero sin querer hacerlo. Todas las discusiones terminaban igual, a gritos. Gritos que los distanciaban y que les hacían sufrir.

Milo, sin embargo tenia suerte, siempre encontraba consuelo en los brazos de su amigo, que secaba sus lagrimas y le abrazaba tratando de que se sintiera mejor sin lograrlo, algo que hacía que Camus enloqueciera de celos y le atacase en lugar de declararse, en lugar de decirle lo mucho que le amaba, haciendo que Milo lo odiara a pesar de amarle con toda su alma.

Afrodita, se veía metido en cada una de las discusiones, en cada uno de los reproches que se hacían mutuamente, siendo el único que se daba cuenta de que se amaban el uno al otro, pero en ligar de decírselo, preferían enfadarse y estar después sin hablarse por días.

  • - Milo... - susurró Afrodita uno de esos días que se encontraba tratando de aliviar el desconsuelo que Milo sentía - verás, yo creo que le gustas - decía - por eso se pone así cuando te ve conmigo - añadía tratando de abrirle los ojos a Milo - siente celos... ¿es que no te das cuenta?
  • - ¡Bobadas! - contestó - ya me lo hubiese dicho - renegaba.
  • - Sí, igual que tú le dices a él cuanto le amas... ¿verdad? - respondía Afrodita ya cansado de verse metido en tanto lio por culpa de los celos - díselo de una vez - susurraba abrazándole, hablándole al oído con total confianza - dile, pregúntale si te ama y sal de este mar de dudas, de esta agonía que empieza a amargarnos a todos... - acabó abrazándole más fuerte todavía.

Milo quedó callado, abrazado al cuerpo de Afrodita el cual le hizo pensar con las últimas palabras que había dicho, sintiéndose incapaz de hacerlo a pesar de desear con todas sus fuerzas conocer los sentimientos de Camus. Necesitaba saber si él también le amaba, trataba de armarse de valor, valor que a ambos caballeros les faltaba.

  • - ¡Está bien! - dijo decidido - mañana lo haré, le abordaré y le preguntaré que le pasa conmigo - añadió levantándose y marchándose a su templo, sin darle opción a Afrodita de añadir unas palabras que le hubiese gustado que escuchara.

Afrodita no creyó oportuno el modo que había ideado Milo para preguntar un lugar de confesarle sus sentimientos, pero la decisión estaba reflejada en los ojos de Milo, así que permanecería cerca por si algo malo pasaba ya que creía que de nuevo todo se torcería y acabarían más amargados de lo que ya estaban.

Todos. Caballeros y patriarca se fueron a dormir sin saber lo que sucedería al día siguiente. Con Afrodita padeciendo insomnio por los nervios de lo que pudiese ocurrir mientras los demás, Camus y Milo incluidos a los que nada parecía quitarles el sueño dormían a pierna suelta.

Cuando Afrodita consiguió dormir, ya despuntaba el nuevo día y termino de desvelarle del todo los primeros rayos de sol de ese precioso amanecer.

Se levantó y aseo, poniéndose su armadura después, preparándose para cumplir su labor, ansioso por saber cuál sería el desenlace de la situación, sin llegar a imaginarse todo lo que en ese largo día de primavera iba a suceder.

Vio pasar a todos y cada uno de sus compañeros en dirección al templo de audiencias con excepción de Milo y Camus, sobre todo por su amigo el que siempre era muy puntual y se preocupó. Se dirigió a la salida que daba paso al templo de Acuario pero cuando estuvo en el umbral se detuvo y escondió tras un pilar, después de ver como Milo detenía a Camus agarrándolo de su capa, quedándose a escuchar, deseando que Milo hubiese hallado un modo mejor para decirle lo que sentía a Camus, mejor que el que le relató la noche anterior.

  • - ¡CAMUS! - exclamó Milo, tomándolo de la capa, provocando que se detuviese.

Afrodita cruzó los dedos y se encomendó a Athena después de ver y oír como Milo llamo la atención de Camus, la misma que siempre... Los gritos.

  • - ¿Qué quieres? - dijo girándose para verle, dejándole ver el lamentable aspecto que poseía su rostro.

Camus, al igual que Afrodita, esa noche no había dormido, pero su insomnio fue provocado por una imagen que permanecía en su mente, una que le lastimaba, una que no le dejo conciliar el sueño ni un minuto durante la noche.

  • - E... Este... - titubeo, dejando que los nervios se apoderasen de él en ese momento - ¿SE PUEDE SABER QUE DEMONIOS TE PASA CONMIGO? - gritó haciendo que Camus enfureciese y que Afrodita se llevase las manos a la cabeza mientras negaba inconscientemente.
  • - ¿Qué demonios debería pasarme? - contestó con rencor - Tú para mí no existes - añadió con la imagen que no le dejo dormir en toda la noche presente en su mente - vete con tu amiguito el jardinero que yo para nada te quiero - acabó, dejando que nuevamente los celos hablaran por él en lugar de entregarle el corazón a la persona que estaba hiriendo, esta vez, consciente de querer hacerlo.

Milo se estremeció y sin mediar una palabra, se dio la vuelta y empezó a caminar para regresar a su templo, dolido hasta lo más profundo de su corazón, empezando a llorar amargamente cuando Camus a no podía ver su cara.

Afrodita esperó, enfadado, odiando a Camus por su falta de valor, por lo despreciable que estaba siendo. Esperó pocos segundos ya que Camus rápidamente se adentró en su templo para ir a la audiencia con el patriarca.

  • - ¡Bravo! - exclamó cuando lo vio pasar por su lado, sorprendiendo a Camus - eres tan cobarde Camus... De ti sí que no lo esperaba - añadió consiguiendo que la ira que Camus sentía saliese al exterior.
  • - ¡Tú que sabrás! - gritó lanzándose sobre Afrodita, tomándolo del cuello, alzándolo del suelo.
  • - ¡Yo sé que no tienes valor para decirle que le amas! - contestó sintiéndose en el aire, tomando la muñeca de Camus con sus manos para tratar de soltarse.
  • - ¡Oh claro! - renegó - ¡el que todo lo sabe! El que me quita todas y cada una de mis esperanzas con sus abrazos - increpaba mientras estrechaba su mano, asfixiando a afrodita - él ya te escogió a ti. Lo vi abrazarte en la noche, lo vi como te miraba emocionado antes de irse para su casa, después de decirte que te amaba... - acabó suponiendo que esas habían sido las palabras que Milo le dijo en la noche, muerto de celos, rabiando de dolor por dentro.
  • - ¿Eso crees que me decía? - preguntó Afrodita, echándose a reír - no deberías suponer, deberías preguntar en lugar de estar sufriendo como un idiota... - añadía tratando de soltarse, empezando a sentir que respiraba con dificultad - ¡suéltame! - grito sintiendo que sus fuerzas y su cosmo le abandonaban.

Afrodita, sin querer alerto a todos sus compañeros que sintieron como lentamente su cosmo iba disminuyendo por la presión que Camus ejercía sobre su cuello.

Pero el primero que llegó fue el único que no debió enterarse de nada. Milo los vio, corrió y golpeo a Camus, haciéndole caer al suelo, logrando que soltase el cuello de Afrodita que trataba de recuperar el aire que no llegaba a sus pulmones dando grandes bocanadas.

  • - ¡¿QUÉ SUCEDE AQUÍ?! - preguntaron el resto de caballeros y el patriarca cuando llegaron y vieron como Milo trataba de auxiliar a su amigo.
  • - Nada - contestó Afrodita haciendo que Camus y también Milo quedaran callados.

Todos se sorprendieron, pero con una señal que hizo el patriarca se retiraron y dejaron que ellos tres solos arreglasen la situación en la que se habían metido.

Camus se levantó del suelo, incrédulo por lo que acababa de pasar y se acercó a ellos para ayudarles a levantarse.

Caminó despacio, inclinándose y ofreciendo su mano como apoyo para que afrodita se pusiera en pie, pero esa mano fue rechazada de un manotazo por Milo que lo miraba con rabia mientras sujetaba el cuerpo de Afrodita y se ponían en pie.

  • - ¡Lárgate! - dijo Milo y acompañó a Afrodita a sus aposentos para que tratara de recuperarse.

Camus se marchó, sintiendo todo el odio que Milo tenía reflejado en su mirada, sintiendo ese dolor intenso que sentía siempre que veía como Milo se alejaba más y más de él, tratando de encontrar un modo de disculparse con Afrodita y también luchando contra sus miedos para conseguir decirle a Milo todo lo que sentía por él.

Milo permaneció callado durante todo ese largo día que estuvo cuidando de que Afrodita no sufriese por culpa del ataque de Camus. Se mantuvo en silencio, y quieto hasta que Afrodita despertó del profundo sueño en el que había caído.

  • - Dita... Iré a mi templo para cambiarme y luego regresaré para pasar la noche contigo, no pienso dejarte ni un minuto solo, hoy seré yo el que cuide de ti - acabo sonriendo triste.

Afrodita trató de retenerlo, pero no se le ocurrieron las palabras adecuadas para hacerlo, así que no le quedó más remedio que ver como se marchaba.

Pero Milo jamás llegó  su templo. Cuando descendía las escaleras que separaban el templo de piscis del de acuario, un pañuelo sobre su nariz y boca, lo hizo caer en un profundo sueño del que despertó en una circunstancia no deseada.

Despertó aturdido, sintiéndose muy incomodo, factor del cual rápidamente descubrió el motivo al mirar hacia sus manos las que vio atadas a la cabecera de la cama.

Se estremeció, trató de averiguar dónde se encontraba, pero esa preciosa habitación que descubrían por primera vez sus ojos le era completamente desconocida.

Dudó si gritar, no sabía si el individuo que le había atado podía matarle, no era capaz de urdir un plan para lograr escaparse hasta que empezó a forcejear, dándose cuenta entonces que sus pies también estaban atados, desesperándose y moviéndose cada vez más fuerte para poder liberarse.

De pronto, un ruido no muy lejano lo hizo detenerse, quedar estático, pero también un olor, uno que sí conocía muy bien, demasiado bien. Entonces, sí gritó.

  • - ¡¡CAMUS!! - chilló atado en la cama - ¡¡SUELTAME!! - añadió viéndole aparecer por la puerta, estremeciéndose al ver su sonrisa.
  • - ¡NO! - contestó tajante desde la puerta.
  • - ¡¡QUEEEE!! - renegó Milo - ¡¡¡para qué demonios me retienes, para que si como dijiste antes, yo no existo para ti, si para nada me quieres!!!
  • - Verás Milo... te quedarás así - suspiró sintiendo calor en sus orejas - ¡aprenderás que solo a mí puedes amarme o no te soltaré jamás! - añadió completamente sonrojado.

Milo no sabía que pensar. No podía creérselo, no cabía en su imaginación que eso estuviese sucediendo.

  • - ¿Pero para qué? - preguntó - yo no soy nada para ti, soy como el aire, transparente al que nadie puede ver - murmuró triste - ¡TÚ MISMO LO HAS DICHO! - gritó.

Camus inspiró fuerte, armándose de valor, acercándose a la cama, sentándose muy cerca de Milo, poniendo sus manos a ambos lados, mirándole fijamente a los ojos, casi susurrándole en los labios...

  • - Para poder decirte todos las mañanas, después de compartir las noches contigo que te amo, para poder demostrártelo Milo... - dijo casi sin respirar o jamás lo hubiese dicho, tomando sus labios con los de él sin darle tiempo a contestar.

Milo no pudo corresponderle, no porque no quisiera, si no porque era víctima de la confusión, su alma, su corazón al fin tenían lo que más quería, pero no podía creerlo. No podía creer las palabras de Camus. No después de lo que había sucedido por la mañana, después de las palabras que tuvo que escuchar, después de todo el desprecio, por el sufrimiento padecido a lo largo de los días.

  • - Desátame Camus... - pidió - si es verdad lo que dices, demuéstramelo - añadió pidiendo algo que Camus no entendió.

Este, se inclino y liberó a Milo, levantándose apenado de la cama, dándole la espalda, dispuesto a marcharse, pero antes añadió unas palabras que provocaron una peculiar reacción en Milo.

  • - Espero que seas feliz con él - susurro - verdaderamente eso es lo único que me importa, que seas feliz aunque no estés a mi lado. Ya no te pelearé más por mis celos - acabó, dándose la vuelta, caminando despacio.

Milo lo miró, suspiro y se lanzo sobre Camus, harto ya de esa absurda situación, cansado de tantas peleas, haciendo que cayera al suelo, quedando él sentado sobre la espalda de Camus mientras renegaba.

  • - ¡Tonto! - dijo sin querer ofenderle, viendo como Camus se giraba y le miraba sorprendido - todavía no te das cuenta de las cosas - seguía mientras Camus se incorporaba sobre sus manos y quedaba sentado con Milo encima de sus piernas - yo no quiero a Afrodita, te quiero a ti - susurró sonrojándose, haciendo un pucherito encantador con los labios, girando su cara avergonzado, algo que fascinó a Camus que lo miraba embobado - si me amas, deberás demostrármelo - murmuró.

Camus parpadeaba rápidamente, tratando de asimilar todas las palabras de Milo que le parecían un mensaje en clave que él debía descifrar rápidamente, sin demoras o lo perdería, y esta vez, algo le decía que de esa o salían juntos, o separados para siempre.

  • - Solo sé que te amo Milo - habló tomándole del mentón para que le mirara - y que muero de celos cuando te abraza ese pescado. Siento que se me encoje el corazón cuando os miráis así - añadió respirando agitado, liberando todo lo que sentía - y... - decía, desviando su mirada a un lado, esperando una reacción.

Milo sonrió, ahora ya no tenía ninguna duda, incluso mentalmente, le dio la razón a Dita que fue el único que se daba cuenta de todo.

  • - Gracias - susurró besando la mejilla de Camus - era todo lo que necesitaba saber - sonrió ladeando su cabeza, mirando a los ojos de Camus.

Camus se arrebató, tomo las mejillas de Milo con fuerza y le besó. Olvidándose de todo, sintiendo que era feliz teniéndole a su lado, sin otra preocupación, solo amándole como tanto había ansiado.

Se incorporó suavemente, tendiendo a Milo en el suelo, sintiendo como correspondía con pasión, como se aferraba a su cuello sin dejar que se despegara de sus labios, deseando que el tiempo se detuviese en ese preciso momento que el corazón se le salía del pecho a ambos por la felicidad.

  • - Mmm... Me estabas volviendo loco Milo...
  • - Ahmmm... - jadeo Milo, tratando de recobrar el aliento - te amo Camus - susurró incorporándose, besando el cuello de Camus, apartando la solapa de la camisa que le estorbaba, apreciando el olor, el perfume de la piel del ser que tanto amaba.

Camus se encendió con ese delicado beso, cerró sus ojos para sentir todos y cada uno de los que siguieron al primero mientras que con sus manos acariciaba el cuerpo perfecto de Milo, mientras lo sujetaba por la espalda para que no cayera al suelo, mientras deliraba por las caricias que los labios de Milo le daban y que le excitaban de un modo sin igual.

Cuando quiso darse cuenta, sintió los labios de Milo sobre su pecho y entonces dejó de contenerse, se separó un poco y tendió a Milo en el suelo nuevamente, pudiendo ver cómo le miraba expectante esperando a que continuase, deseando que lo hiciera más que otra cosa en el mundo para completar, para sellar su unión.

Camus arranco las ropas de Milo, dejando que los girones le sirvieran de colchón sobre el suelo frio, suelo que se iba templando por el calor de sus cuerpos, dejando que Milo hiciese lo mismo con las suyas mientras se sonreían enamorados, mientras se regalaban besos y abrazos. Deliciosas caricias que hacían latir intensamente sus corazones, olvidando todo lo pasado, sintiéndose el uno al otro.

Sintiendo Milo como Camus tomaba su cuerpo, como entraba en él sin olvidarse ni un segundo de tocarlo, de acariciarlo y besarlo como siempre había deseado. Relajándolo, haciéndole disfrutar y disfrutando como ninguno de los dos hubiesen imaginado. Haciendo que con las caricias, con los besos y con los mimos que se dieron, el otro sintiera un placer inmenso mientras sus cuerpos se acoplaban, como se movían y arqueaban, se tensaban y estremecían cuando Camus tras un profundo suspiro termino inundando las entrañas de Milo. Y como Milo, se derramaba sobre sus cuerpos al sentirlo, manchando sus cuerpos y cayendo ambos rendidos entre jadeos y gemidos, quedando Camus sobre el cuerpo de Milo que lo abrazó y se recreo con el delicioso olor que Camus desprendía.

Lentamente, tras salir de su interior mientras sus respiraciones se normalizaban, Camus se recostó a su lado en el suelo, acariciando el pecho de Milo que aún se agitaba mientras se miraban enamorados, sabiendo que solo así serian felices. Teniéndose el uno al otro, sin peleas, sin discusiones, sin celos. Solo viviendo sus vidas juntos.

  • - Te amo Milo... - susurró Camus ofreciéndole su brazo como almohada.
  • - Yo también a ti Camus... - contestó. Girándose, apoyando su cabeza en el fornido brazo de Camus, escondiendo su cara en su pecho - Mmm... que rico hueles - susurró, quedando poco a poco dormido mientras los brazos de Camus le daban abrigo y protección, cayendo también él en un profundo sueño después de que con cuidado para no despertar a Milo, tomo una mantita de su cama y tapó sus cuerpos.

Las horas pararon, y la noche fue avanzando cuando alguien en el santuario, cansado de descansar todo el día, despertó y se extraño de no encontrar a alguien que le había dicho que iría a cuidarle.

Afrodita se extraño, Milo era hombre de palabra y si no había ido para cumplir su promesa era porque algo le había sucedido.

Se preocupó y se fue a buscarle, creyendo que algo le habría ocurrido por el camino a su templo, aunque jamás pensó que fuera por lo que estaba a punto de presenciar.

Descendió desde su templo y entró en el de acuario, recordando lo que había pasado en la mañana, recordando hasta donde había sido capaz de llegar Camus por los celos, cosa que le hizo sentir envidia ya que nadie se había puesto así de celoso por él. O al menos así lo creía.

Avanzó mirando todo a su alrededor, observando cada pilar, cada adorno que había en aquel lugar hasta que algo, un ruido, una sinfonía de suspiros y jadeos llamó su atención. Caminó despacio, acercándose a la puerta de la que provenían los ruiditos y se sonrió al ver que no era el único en el santuario que estaba despierto.

Se encontró con una preciosa escena que le hizo sonrojar, una escena que le alegró y que rápidamente dejó de ver para que los amantes tuvieran intimidad, pudiendo oír como se decían que se amaban el uno al otro mientras caminaba saliendo del templo de acuario para regresar al suyo. Feliz de que todo se hubiese arreglado, contento de poder contemplar bajo las estrellas que el mayor deseo de su amigo se había realizado.

-Fin-


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