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El dolor de la guerra por caballero_de_jamir

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Notas del fanfic:

Disclaimer: Saint Seiya pertenece a Masami Kurumada, lo uso para mis perversos propósitos y...eso ô_o

 

De antemano pido disculpas por los errores históricos, que en casa no tengo más que una puñetera enciclopedia y hay un montón de cosas que no sé aún...

Y mis clases de historia no eran las mejores ô_ó

Notas del capitulo: Milo es rescatado por Camus y su familia.

Corrían los primeros años de la segunda guerra mundial. 1940 para ser más precisos.

Era Enero, todavía invierno. Uno de los más crudos según recordaba Milo.

Y es que no acostumbraba el frío, siendo de las islas griegas. Pero ¿Qué hacía él en medio de París en plena guerra? Fácil. Pertenecía a las tropas aliadas, que luchaban por impedir la caída de la capital francesa en manos alemanas.

Sin embargo, luego de mucho tiempo de lucha sin descanso, el 22 de junio, Francia firmó un armisticio con Alemania, que ocuparía la capital, y dos tercios del país.

Pequeñas batallas aún se libraban para esas fechas, hasta que los alemanes comenzaron a tomar prisioneros.

Milo y su tropa pretendían seguir a sus demás aliados por el canal de la mancha, pero ese día, antes de salir de París, serían interceptados por tropas alemanas.

Lo último que recuerdo es el dolor...Dolor... ¿Mis piernas?...No... ¿mis brazos?...tampoco...mis costillas... ¡eso! ¿Qué fue lo que pasó?...Vi una cabellera larga...oscura...No veía bien...Azul...verde...Unos preciosos zafiros que me observaban con cierta preocupación...Qué hermoso era...

Despertó dentro de una habitación oscura. Había una vela a su lado, pero estaba a punto de apagarse. Trató de incorporarse pero un dolor punzante en el abdomen lo detuvo. Un gemido logró escapar de sus labios, alertando a la persona que lo había llevado ahí.

-¿Estás bien?-dijo en voz baja, como si temiera que alguien lo escuchara.

-Sí...-se quedó embobado viendo aquella imagen. Un muchacho de cabellos largos, de color aguamarina, si no se equivocaba; unos ojos color zafiro, unas manos suaves como la seda...La visión más hermosa de su vida, y por fortuna, no era la última.

Tocó con delicadeza su frente, sintiendo la temperatura que aumentaba en el peliazul. Es decir, no solo tenía algunas costillas rotas, sino que además, ahora resentía el frío clima.

-Traeré algo de agua.-le dijo antes de apartarse de aquella cama. Milo observó cuando traía consigo un poco de agua con hielo y un pañuelo.

Empapó el pañuelo en el agua fría y lo exprimió un poco antes de ponerlo sobre su frente.

-¿Dónde estoy?-esa pregunta quería hacerla desde el principio, pero la había olvidado al ver al chico frente a él.

-Estás en mi casa, cerca de los Elíseos.-le dijo mientras acomodaba aquel pañuelo en su frente.

-Los Elíseos...-dijo como si tratara de recordarlos. Los había visto al entrar a París, pero siempre había querido verlos en otra situación.

-Te diré un par de cosas que debes saber. Ya que estarás aquí por un tiempo, tienes que conocer las reglas. Número uno, importante, no hagas ruido. Menos en la noche. Los soldados alemanes no saben que te tenemos aquí. No queremos que nos manden a Auschwitz.- Milo lo miró incrédulo.

-¿Quieres decir que...Han tomado París?-El muchacho asintió, con una expresión de dolor.

-Número dos, no salgas. Aunque en tu estado, no creo que puedas hacerlo. Pero si por alguna razón, tienes posibilidad de salir siquiera a la ventana, no lo hagas.- Milo sonrió ante esta ocurrencia de que pudiera siquiera salir.

-Ten por seguro que no lo haré.- ambos sonrieron.

-Y otra cosa. Por nada del mundo quieras comunicarte con personas de afuera.-le dijo como tercera regla. Se levantó del borde de la cama y tomó el pañuelo de la frente de Milo, lo mojó de nuevo y lo volvió a poner sobre su frente.

-No te preocupes, no haré nada que ponga en peligro a nadie más...Por cierto ¿Cuál es tu nombre?- indagó antes de que el otro se fuera.

-Camus...Es un gusto conocerte Milo. Más tarde regresaré a cambiarte el pañuelo y a traerte de comer. Conocerás también a mi familia.-sonrió antes de irse. A Milo ni siquiera le pasó por la mente el preguntar cómo sabía su nombre.

Esa sonrisa le alivió el dolor de cierta manera. Era como una medicina para sus nervios, su dolor físico y su dolor espiritual. Ahora pensaba en cuán afortunado era de estar a salvo con estas personas, que como buenos samaritanos lo habían recogido y protegido arriesgando sus vidas. Se preguntó las razones de esas personas para hacer algo tan bueno por alguien como él. Se culpaba de que tal vez, y lo más seguro era, que su tropa no hubiera sobrevivido. No creía que hubieran corrido su misma suerte.

Era alrededor de la 1 de la tarde, pero parecía que fuera media noche, pues las cortinas estaban cerradas, las ventanas cubiertas con madera, y unas cuantas velas en la habitación. No había luz de sol ni en las calles. Estaba nublado y hacía mucho frío.

Recién despertaba de un sueño de un par de horas. Miró a su alrededor cuanto pudo antes de que una luz cegara aquel par de turquesas. Cerró los ojos mientras sintió la luz. Oyó que la puerta se cerró y volvió a abrirlos. Frente a él, un hombre de unos 38 o 40 años, una mujer de 35, tal vez menos. Un muchacho de más de 20, y Camus. Luego entró una chiquilla de 15 años.

-Ellos son mi familia.-le dijo Camus acercándose al costado derecho de Milo. Su madre se acercó primero.

-Hola, yo soy Madeleine, la madre de Camus. Es un gusto conocerte Milo.- el aludido sonrió. La madre obviamente le había heredado aquellos zafiros. Tenía, sin embargo, cabello castaño claro.

Posteriormente se acercó a ellos el otro muchacho. Le sonrió de manera inocente.

-Mi nombre es Jean Baptiste, soy el hermano mayor de Camus.- sonrió mientras veía con ternura a su hermano. Este se sonrojó levemente.

-Yo soy Jeanelly, mucho gusto.-dice tímida la muchacha. Milo la mira y le sonríe, consiguiendo que se sonroje y se esconda tras Camus.

-Yo soy  Charles-Edouard Sabatier, nosotros vamos a cuidar de ti mientras podamos.-le dice solemnemente el señor.

La primera impresión de Milo fue que esa familia era muy unida. Por lo visto todos eran un poco tímidos, a excepción del padre, que parecía bastante serio.

Pero Camus...era un caso especial. No era tímido, no era tan serio como su padre. Era amable, cálido, servicial... ¡Cuántas cualidades le había ya encontrado!

 

Esa noche Camus me llevó la cena y se quedó un rato conmigo. Pareciera que su sola presencia calmara mi dolor. No podía gritar, pero quería hacerlo. No crean que me había tomado las advertencias de Camus a la ligera. Me sorprendió sobremanera saber que no era el primer día que yo estaba ahí, pero a la vez, no me sorprendió tanto considerando que el dolor ya no era tan intenso. Significaba que ya llevaba al menos 4 días ahí. ¡Rayos! ¿Dormí tanto tiempo?

 

Milo ya podía sentarse en la cama por algunos minutos, descansando su espalda de esa posición que ya le incomodaba. No podía girarse de lado porque se lastimaría, pero había encontrado la forma de sentarse.

Y el estar junto a Camus de alguna forma lo curaba. Lo hacía dejar de pensar en sus amigos, familia. Ya se había enterado de que los italianos habían invadido Grecia. ¿Cómo estarían sus padres y hermanos? Lamentaba haberlos dejado solos.

Y pasados los meses, tal vez 4 o 5, Milo pudo por fin salir de esa cama. Caminar al menos por los pasillos. Tal vez no tomar aire fresco, pero al menos podía salir de ese cuarto, que juraba parecía un horno. Era Junio, y hacía mucho calor en ese lugar encerrado, cubierto por madera en las ventanas, sin una sola brisa que entrara.

Y es que todas las casas estaban ataviadas de protecciones en las puertas y ventanas. Con mayor razón ésta, pues tenían un soldado griego en tierras custodiadas por los alemanes.

Milo esa tarde leía el periódico, mientras todos estaban en la sala haciendo cosas cada uno por su lado. Camus terminaba su libro de "De la Tierra a la Luna", de Julio Verne. Su madre comenzaba un tejido, su padre leía un periódico que solo hablaba de finanzas. Jeanelly jugaba con un rompecabezas, Jean Baptiste leía "Cinco semanas en Globo", también de Verne.

Milo daba cuenta de la admiración de esos dos por Verne y sus historias de ciencia ficción. Tal vez era su escape...Tal vez la forma de pasar a otro mundo donde eran libres, donde podían hacer muchas cosas que en este les eran prohibidas. Y no es que fueran judíos, simplemente eran franceses, y ese era el solo motivo.

Ya más tarde, llegó la hora de la comida. Camus tuvo que salir a comprar algunas cosas que hacían falta. Ellos podían hacer cosas como salir de compras, ir al cine, pasear...Pero era un peligro latente una lucha armada o un ataque por parte de las fuerzas Inglesas. ¿Cómo saberlo?

Debían tener sumo cuidado con todo. Todo mundo había adoptado esa postura. La única diferencia era que no todo mundo tenía un soldado griego en su casa, fugitivo de la ley alemana.

 

Fueron los 40 minutos más largos de mi vida. Por un resquicio de la ventana trataba de ver si venía...Me aterraba el hecho de que algo le hubiera pasado. ¿Y si algún vecino se había dado cuenta de mi presencia? ¿Y si alguien sabía que me ocultaban? No podría perdonarme que algo le pasara... ¿Por qué había ido solo? Recordé que su hermano había ido a conseguir algunas medicinas para su hermana. Quedaba bastante lejos según dijo su madre. Y Camus debía ir por la despensa. Su padre cortaba algo de leña, hacía una cosa por allá y otra por acá. Maldecía el no poder ir con él...Sin embargo, llegó...Cargaba unas bolsas con lo estrictamente necesario para la cocina y la limpieza. Estas compras se hacían cada quince días.

 

A la mesa estaban sentados todos, cuando se escucharon disparos.

Todos se echaron al suelo. Las dos mujeres, aterradas, contenían el llanto y los gritos. Los hombres hacían lo posible por calmarlas y llevarlas a salvo hacia el escondite.

-¿Escondite?- inquirió el griego. Camus asintió.

-Sígueme.- comenzó a arrastrarse hacia él. Todos hicieron lo mismo. No podían darse el lujo de levantarse un poco. Una bala perdida podría impactarlos.

El intercambio de balas no cesaba, aún cuando habían pasado 10 minutos. ¿Y si eran soldados ingleses apostados a liberar París? Seguramente destruirían la ciudad si seguían así. Cada vez se oían más y más explosiones de granadas. Milo sabía reconocer bien aquellas detonaciones.

Pero cesaron...Parecía que a alguno se le había acabado el parque. No volvió a oírse así hasta entrada la tarde, pero fue menos dramático.

El "Escondite" era eso. Un escondite que el padre de Camus había arreglado en el sótano. Había hecho eso todo ese día. Tal vez presentían todos que algo así iba a pasar. Mientras hubo cesado el fuego, trasladaron algunas cosas al escondite. Prácticamente era imposible que una bala los pudiera herir estando ahí. Tampoco era posible que si se derrumbaba la casa les hiciera daño alguno. Era, sin querer, un refugio perfecto.

-Tú dormirás aquí.-dijo Camus poniendo unas cobijas y unas almohadas en el lugar señalado. A su lado izquierdo dormiría Jean Baptiste, a su lado derecho, Camus. A lado de este su padre y luego su hermana y su madre.

Milo acomodó aquellas cobijas para hacerse una "cama" y luego siguió ayudándoles a transportar todo.

En una esquina de la habitación estarían los alimentos, en otra, estaba un baño, previamente construido por el señor Sabatier. Era un lugar espacioso, y no sería tan permanente como pensaban. Podían deambular por la casa y por las noches dormirían ahí.

Todo era para Milo una experiencia grata, por la parte de que convivía con una familia a la que ahora consideraba casi suya, extrañando de cuando en cuando a la propia. Pero era mala experiencia por la parte de las circunstancias en las que había tenido que ocurrir todo.

CONTINUARÁ...

Notas finales:

u///u gracias por leer u///u

próximo capítulo:

 

UNA PROMESA


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