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Recuerdos del Pasado por Miya_0322

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Notas del fanfic:

¡Volví! ¡No puedo creerlo! A todos los que prometí que volvería, ¡aquí estoy!

Disclaimer: Antes que nada, si Death Note fuera mío, ni Mello, Matt o L hubieran muerto, y Mihael y Mail estarían juntos, Raito en un psiquiátrico, y Misa maniatada. Como nada de eso sucede, se deduce que Death Note no es mío, sino que pertenece a sus respectvos autores, y yo meramente tomo sus personajes para escribir un rato.

Después de eso, quiero dedicar el fanfic a Angel del Diablo que me pidió que volviera a escribir... ¡y aquí estoy!

La historia es un poco extraña, y hace mucho que la vengo pensando. Aviso que puedo llegar a tardarme en actualizar, pero yo jamás dejo una historia incompleta, y la voy a terminar sí o sí.

Espero que les guste.

Notas del capitulo:

Bueno, aquí el primer capítulo. En todo este tiempo que no publiqué nada, he estado practicando bastante, y me alegraría mucho ver sus reviews y sus opiniones.

¡Los dejo al capítulo!

Giraba. Todo giraba.

Primero hacia la derecha, luego abajo, arriba y la izquierda. Y volvía a comenzar como un desesperante ciclo vicioso, donde él tampoco era capaz de calmarse, o de comprender qué era lo que estaba pasando. Sentía la presión del vacío en su estómago, y la presión de su cabeza hacia atrás, intentando encontrar un lugar seguro donde afirmarse, para impedir que el mareo calara más allá de su consciencia… pero ya lo había hecho. En lo único que pensaba, lo único que sabía era que, por algún motivo aún ajeno a su conocimiento, estaba mareado. Horriblemente mareado. Era consciente de cada parte de su cuerpo, de sus extremidades extendidas, y su cuerpo boca arriba. También sentía que algo mullido y cómodo engullía su cabeza, como si fuera una almohada o similar. Pero más allá de eso, era incapaz de distinguir nada, salvo la infame negrura que lo absorbía llevándolo a ese delirio temporal, donde todo daba vueltas y vueltas.

No supo cuanto tiempo pasó, pero esa sensación se fue desvaneciendo hasta perderse.

De pronto, fue consciente de la totalidad de su cuerpo, y de que estaba acostado en una mullida cama, aparentemente doble, pero demasiado armada las sábanas, de forma que no denotaban actividad alguna. Intentó abrir los ojos pero giraron involuntariamente rechazando tan repentino acto, y echó la cabeza hacia atrás, presionándose contra la esponjosa almohada, intentando encontrar algún refugio en ella. Algún tiempo pasó, y de pronto pudo abrir sus ojos de forma más lenta, encontrándolos fijados en un punto del blanco y lujoso techo de una habitación totalmente desconocida para él. Se llevó la diestra a la frente al momento en que sintió un punzante dolor en ella, y acodándose con la izquierda sobre el colchón, se las arregló para sentarse en la cama. En ese momento, se descubrió desnudo, cubierto con unas sábanas de seda beige, demasiado caras para lo que él solía comprarse. Definitivamente esa no era su casa, ni su cama.

Sin embargo, lo que más le preocupaba era el hecho de estar desnudo. Giró su rostro con lentitud, y volvió a cerciorarse que las sábanas no parecían haberse movido demasiado, delatando nula actividad. Su cuerpo tampoco le dolía, sólo ese mareo que parecía deshacerse con cada minuto que pasaba. Alzó su rostro y estudió la habitación, que parecía ser de una gran mansión; había muchas de esas en Los Ángeles, pero él jamás había estado en una. Las paredes de color beige, el parquet extremadamente caro, los muebles lujosos y de excelsos diseñadores… incluso su vulgar ojo, acostumbrado sólo a percibir la calidad de las computadoras que utilizaba para labor de hacker y la aptitud de las señoritas que solía encontrar en los prosaicos burdeles a los que iba, podría deducir que era una mansión exquisitamente amoblada.

Pero a todo esto… ¿qué hacía él en un lugar así?

Ladeó su rostro nuevamente hacia la derecha, y encontró un exquisito taburete de madera cuyo asiento era de una fina tela color verde claro, donde encima de ella, se encontraban una muda de ropa, muy parecida a la que él había estado usando. Instintivamente la tomó, y comenzó a vestirse mientras pensaba, repasando sus últimos trabajos. Primero había hackeado una cuenta bancaria, luego conseguido unos códigos de una empresa, y finalmente, en otro trabajo donde le habían pedido que participara en el robo, alguien lo había tomado por la espalda, sorprendiéndolo, y lo dejó inconsciente. Después de eso, recordaba haberse despertado completamente encadenado, maniatado, y con los ojos vendados, mientras alguien le inyectaba algo, seguramente un sedante o una droga. El siguiente recuerdo eran muchas luces, flashes brillando frente a sus adormilados ojos verdes, y muchas voces gritando palabras que no alcanzaba a remembrar. Luego, sólo había sentido que lo movían nuevamente, y había perdido la consciencia hasta ese momento.

Caminó unos pasos lejos de la cama luego de vestirse, y en su serpenteado andar, quedó cerca de un amplio espejo que había en la habitación. Se vio delgado, acodado con la zurda contra la pared, las piernas un poco dobladas, y la espalda levemente encorvada; la ropa le quedaba demasiado bien, como si fueran exactamente de su talla: un pantalón de vestir gris oscuro, zapatos oscuros, y una camisa negra que había dejado fuera de ésta, y que resaltaban completamente el color carmesí de su corto cabello lacio, que siempre contrastaba con sus ojos verdes, brillantes y claros. La ropa le gustaba, era de excelente calidad y marca como todo lo demás… pero por sobre todas las cosas, extrañaba miserablemente las gafas de aviador que siempre llevaba sobre sus ojos o sobre su cabeza, y que habían sido el regalo más preciado de su infancia, otorgado por aquel que había sido su único amigo, aceptándolo con todas los traumas que ambos tenían. Suspiró quejándose mentalmente por recordar a alguien que hacía casi diez años que no veía -no es que el llevara la precisa cuenta, claro- y reforzando su andar con la mano contra la pared, se dirigió hacia la puerta.

La abrió con sigiloso cuidado de quien sabe escurrirse en diferentes ambientes, y dejando su vista recorrer un extenso pasillo a ambos lados, creyó más correcto ir hacia la derecha, donde a lo lejos había una puerta por la que brillaba la luz encendida. Observó hacia el otro lado y vio la negrura de una noche sin estrellas, batirse en el firmamento que se veía a través de la ventana, y cerró la puerta saliendo al corredor, memorizando la posición de la para poder volver en caso de emergencia. Se desplazó unos metros, y se apegó contra la pared al lado de la escalera de servicio, cuando escuchó las voces de unas mujeres -que supuso criadas o sirvientes- cruzar por la planta alta. Sin embargo, al pasar el momento, volvió a ponerse en movimiento acercándose definitivamente hacia la puerta entreabierta, de donde provenía la luz y algunas voces.

- ¿Y cómo pretendes que disimule esto? Tus acciones son evidentes…

El pelirrojo se estiró tratando de oír mejor. No podía deducir con exactitud de quién era la voz, o si era masculina o femenina, pero ésta tenía un dejo de autosuficiencia que de algún modo le era conocida. Se inclinó sobre la puerta, y alcanzó a observar por la pequeña apertura. Eran claramente dos personas. A la derecha, y de perfil mirando hacia la izquierda, había una figura distinguiblemente masculina, de soberbio porte, trajeado de negro, con camisa gris de seda, y corbata oscura sin saco, tenía ambas manos en los bolsillos del pantalón; su espalda parecía ancha y varonil, mientras que el rubio cabello caía lacio hasta los hombros, dejando algunos mechones también sobre la frente. Alcanzaba a distinguir los ojos celestes muy claros, pero lo que le llamaba la atención de ese perfil, era la gran cicatriz que cruzaba desde la frente por sobre el tabique de la nariz, cortando la mejilla y siguiendo su camino por el cuello, oculta por la camisa: sin duda alguna, dedujo, era una terrible quemadura. A la otra persona, no alcanzaba a verla en detalle, sólo observando una figura completamente vestida de blanco, y grácilmente más baja y pequeña que el joven.

- Tú encárgate de la diplomacia, que yo sé cómo lidiar con este ambiente -habló el rubio, con una voz grave y rasposa- Además, tú pediste mi ayuda y ahora te apegarás al plan…

- Raro en alguien tan impulsivo como tú, seguir planes en lugar de su instinto -fue la hábil respuesta de la voz asexuada, que el pelirrojo pudo escuchar a través de la puerta.

Pero lejos de enojarse, el rubio se limitó a hacer una mueca sonriendo irónicamente, que movió su cicatriz hacia arriba, dándole un aspecto bastante aterrador, cuando bajó los párpados superiores, languideciendo su mirada. El joven espía estudió con tranquilidad la tensión que había en esa habitación, y volvió su rostro hacia atrás y los lados para cerciorarse que nadie lo había visto, y luego retornó su atención a la conversación.

- No dejes que la envidia hacia mí por no tener una estúpida e insípida vida como la tuya, te afecte en este caso, Near -respondió finalmente, y el chico pudo percibir que la pequeña y blanca figura, movía su diestra hacia su cabello, mientras el rubio continuaba- Pero las cosas están planeadas y vamos a hacer eso

- Pero seguro que tú tienes planeado algo más -respondió nuevamente la otra voz, tan opuesta a la del rubio, mientras este volvía a sonreír; inmediatamente, la persona que respondía al nombre de Near, habló- Tu nueva compra en esa subasta hizo que nos fuera demasiado complicado salir de ahí sin envolverte… -acusó- ¿Qué vas a hacer ahora con él, Mello? Nunca habías participado en esas ventas.

El pelirrojo tragó saliva, sabiendo que hablaban de él.

- ¿Y desde cuando a ti te importa lo que yo haga o deje de hacer? Mientras no influya en nuestro acuerdo, Near, no tienes de qué preocuparte.

El pelirrojo había observado toda la conversación, pero sus ojos verdes permanecían fijados en el joven de traje, de edad incalculable debido a la cicatriz, ya que le recordaba a alguien: el mismo cabello, la misma entonación al hablar… sin embargo, esa quemadura en su rostro lo hacía irreconocible. Además, tampoco podía ser la persona que él buscaba, porque su actitud era diferente, su forma de pararse, su manera de actuar. ¿Alguna vez lo volvería a encontrar? Era poco probable, porque la persona que él recordaba, era un chico de quince años que se había fugado del orfanato donde crecieron en una noche de lluvia, olvidándose de lo que ellos compartieron.

Meneó la cabeza quitando esos pensamientos de su cabeza, y se apoyó en la pared al lado de la puerta, mientras dentro de la habitación las voces seguían discutiendo, alternando comentarios soeces, y desafiándose a cada instante. Fijó la vista en el pasillo, y encontró la escalera de servicio que había visto antes; deteniéndose al lado y sin encontrar sirvientes transitando por ella, comenzó a bajar con cuidado, esperando poder llegar al garaje, robarse un auto y escapar, o mínimamente salir de esa mansión cuanto antes. Según lo que había escuchado, podía deducir que los flases y el griterío que él recordaba era la subasta donde lo habían comprado. Y era fácilmente comprensible para qué lo habían comprado. Llegó al final de la oscura escalera tras bajar dos pisos, y al no escuchar ruidos del otro lado la abrió con precaución, encontrándose en la cocina. Aparentemente, estaba en un primer nivel de subsuelo. Observó un reloj en la pared, y se cercioró de la hora: las tres de la madrugada; eso explicaba por qué la quietud en la gran mansión. Quiso sacar alguna cuchilla para defenderse en cualquier caso, pero al no saber dónde estaban, desistió de la idea, y se encaminó por un pasillo, donde otra escalera parecía llevarlo a la planta baja de la casa, un piso arriba de donde estaba en ese momento.

Mientras tanto, en la oficina del primer piso, Mello y Near continuaban hablando, habiendo concluido su plan. Mello caminó hacia el escritorio, tomando una de las copas que las sirvientas le habían llevado cuando el detective había llegado, y se sirvió un trago de vodka en una copa, mientras observaba a su interlocutor. Near tenía ya veintitrés años, pero no los aparentaba; su piel blanca parecía perderse con sus claros atuendos, que tenían el mismo color ópalo de su cabello albino. Lo único que resaltaba en ese joven, eran los ojos de un profundo color negro, con las pupilas extremadamente dilatadas, al igual que le pasaba al rubio en sus ojos celestes. El peliblanco se llevó la diestra al cabello enrulándose un bucle, mientras el mayor llamaba por el interlocutor, para que viniera el mayordomo. Minutos después, un hombre de posibles cincuenta años con lentes redondos y el cabello castaño canoso atado en una coleta en la nuca, apareció haciendo una reverencia, esperando las órdenes de su señor.

- Acompaña a Near hasta su coche -ordenó el rubio- Y después busca al chico pelirrojo, y llévalo a la biblioteca en planta baja. No demores.

- Sí señor -fue la respuesta, mientras hacía una reverencia, para después indicarle el camino al peliblanco, que salió sin volver a ver a Mello.

Una vez sólo en la habitación, el joven dejó la copa con el vodka sobre la mesa, y fijó sus ojos celestes en el líquido trasparente y carente de burbujas, mientras sonreía. Lo más seguro, era que el pelirrojo no lo recordara. Él, siendo el líder de la mafia más grande de Los Ángeles, jamás había ido a esas subastas que hacían los otros grupos, hasta que Near le llegó con una propuesta para atrapar a un grupo y a un criminal que molestaban demasiado. Mas cuando llegó a esa subasta, se sorprendió al ver a aquel que había sido su amigo en sus horribles años de infancia, aquel a quien él abandonó la noche en que se fugó del lugar, estaba siendo vendido, y lo mantenían drogado. Sin poderse resistir -sin querer hacerlo- lo compró y lo hizo llevar a su mansión, para disgusto de Near que debería cubrir esas huellas a la hora de completar el plan para atrapar a los asesinos. Mello volvió a sonreír al recordar cuánto había sufrido Near al pedirle que lo ayudara, más porque ahora era de la mafia que por otra cosa. Llevó la diestra hasta su cuello aflojando su corbata, y desabrochó el cuello de su camisa, mientras salía caminando tranquilo, en dirección a la biblioteca, con una sola pregunta en su mente ¿lo reconocería a pesar de la quemadura?

El pelirrojo caminaba escondiéndose entre las paredes, cuando de pronto una silueta masculina de cabello castaño y dos señoritas vestidas de criadas, se detuvieron ante él. Tragó en seco. ¿Qué podía hacer? Iba a golpear al hombre para intentar escapar, cuando éste levantó la diestra diciéndole que esperara.

- El señor Mello quiere verlo… -dijo el hombre, aparentemente el mayordomo principal de esa mansión- Le recomiendo que lo haga, dada su situación actual…

Intentó interrumpirlo o quejarse, pero la mirada cruel tras las gafas redondas, le dio a entender que ese hombre tenía muy poca paciencia, y además de eso, de que era un mayordomo del crimen organizado y posiblemente no tenía escrúpulos para matar. Si el joven de ojos jade hubiera tenido su pistola en ese momento, seguramente ya se hubiera escapado de ahí. Se dejó guiar hacia alguna habitación, le abrieron la puerta con cortesía y tras ordenarle que esperara ahí, se fueron, dejándolo sólo. El chico se encontró de pronto en una gran biblioteca con estantes de cedro, llenos de libros de los más variados conocimientos; había unos sofás armando una zona para leer, y una mesa un poco más lejos, con varias sillas. Estuvo unos minutos revisando los libros, hasta que escuchó la puerta abrirse y volverse a cerrar, mientras unos pasos seguros y firmes inundaban el lugar.

Respiró profundo, y giró para encontrar su mirada verde en el joven rubio que había visto antes, y que ahora llevaba la corbata floja, dejando ver que la cicatriz de su rostro seguía por el cuello, para perderse seguramente en el hombro y la espalda. Sin embargo, el lado derecho de las facciones mantenía la piel tersa y nívea, de facciones delicadas a pesar de la agresividad de la mirada celeste. Mello se llevó las manos a los bolsillos, manteniendo impávido su gesto mientras el pelirrojo lo estudiaba con la mirada.

- Tú debes ser Mello… -preguntó al fin, dejando oír una voz masculina y sensual, bastante diferente a la que el rubio recordaba.

- ¿Tu nombre? -ordenó como respuesta el aludido, sin quitarle los ojos de encima.

En ese momento, el pelirrojo dudó sobre darle su verdadero nombre o no, pero finalmente, optó por presentarse con su nombre falso.

- Matt…

Ante la sorpresa del de ojos verdes, Mello se inclinó hacia delante levemente, riéndose a carcajadas. Quizás era por la ironía: en esos diez años, él jamás había dejado de pensar en ese chico, en el que había sido su amigo y algo más en el orfanato, y ahora resultaba que éste ni siquiera lo reconocía. Dejó de reírse para volver a observarlo con sus ojos mezclados entre el odio más profundo, y la tristeza más penosa, ya que no sabía qué hacer… quería golpearlo, pero quería abrazarlo al mismo tiempo. Habían pasado tantos años y él había hecho tantas cosas que jamás hubiera pensado hacer, pero ahora que encontraba lo único que siempre había querido, tampoco podía tenerlo.

Matt se quedó observándolo. Esa manera de reírse y esa mirada tan dual y tan triste, tan cargada de odio pero tan vacía al mismo tiempo, parecían llevarlo al pasado. El rubio que tenía enfrente, no podía ser el niño que él siempre había recordado… el cabello de Mello era un dorado mucho más claro que el de su amigo, si bien el corte era bastante parecido, salvo que el del hombre frente a él, parecía desmechado. ¿Sería posible? Iba a preguntarle algo, cuando la voz grave y rasposa de Mello lo interrumpió.

- No te preocupes, no te haré nada -volteó para no verlo, dándole las espaldas- Uno de mis choferes te llevará a alguna avenida. Desde ahí, eres libre de hacer lo que quieras…

En el momento en que le dio la espalda, una terrible desesperación cayó sobre el hacker, que no entendía nada de la situación. ¿Por qué si al final le decían que no lo iban a usar como objeto, se ponía de esa forma? Vio que el rubio empezaba a caminar hacia la puerta, y moviéndose instintivamente lo alcanzó, atrapando su muñeca derecha con su zurda, para ejercer un poco de presión girándolo hacia él. Mal pensado. Con gran agilidad Mello movió su brazo zafándose del agarre, y empujando al pelirrojo contra la mesa hasta arrinconarlo, apoyando sus manos a cada lado del cuerpo de éste, acorralándolo. Sus rostros quedaron a escasos centímetros de distancia, cuando Matt notó que no sólo que el rubio era apenas más bajo que él, sino que además, sus ojos tenían algo muy extraño. Eran celestes, con un dejo turquesa verdoso muy extraño, pero a su vez, sus pupilas dilatadas absorbían con su midriática negrura, el claro color. Abrió sus ojos en sorpresa, sin intentar alejarse de ese rostro, y de ese cálido aliento.

- No puede ser… -murmuró.

- ¿Qué sucede, Mail Jeevas? ¿Tanto he cambiado en estos años?

La voz segura pero cargada de dolor e ironía, confirmaron su sospecha, mientras se movía hacia delante levemente, relajando sus facciones.

- Tú eres Mihael…

No pudo continuar. Unos labios cálidos y una lengua demandante se apoderaron de su boca, mientras él creía perderse en los recuerdos; sintió que le mordían el labio inferior, y respondió al beso intentando tomar el control, como cuando eran sólo unos niños que querían probar algo nuevo. En un suspiro, se preguntó cuántas cosas habrían cambiado entre ellos…

Quizás, más de las que podría comprender.

Notas finales:

¡Esto es todo! Espero que les haya gustado, y pido un review por compasión, por favor...

Por cierto, pregunta tonta: tengo una idea gran idea para un fanfic shounen-ai de Angel Sanctuary (pareja RaphaelxMikael) ¿a alguien le gustaría leerlo? Si me dicen, cuando termine este, quizás lo escriba... pero sólo si hay interesados, jejeje...

En fin, muchísimas gracias a quienes lean, y muchísimas gracias también a aquellos que me han dejado reviews en mis fics anteriores.

Angel_Del_Diablo: muchas gracias por tu review diciéndome que vuelva a escribir, me ha animado mucho.


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