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Sunion Break por Agus y Moony

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Notas del capitulo:

Hola, hola!! Gracias, gracias por los reviews! Seguimos con las aventuras del gato y su pandilla xD

Karin, espero que reconozcas tu guiño ;)

El gato ya había vuelto a su celda y no habían pasado más de dos horas cuando ya se había vuelto a meter atrás del inodoro.
Parecía que estaba con nuevas esperanzas y con las energías renovadas.
Con la sonrisa más amplia desde que lo había conocido, desapareció por el hueco.
Había vuelto el gato, había vuelto mi tortura de esperar que alguien pasara y nos descubriera.
Esta vez tardó varios minutos, que parecieron horas.
Escuché los pasos que se acercaba. Era la hora del conteo. Y otra vez Aioria no estaba en la celda. Recién había vuelto y ya íbamos a tener problemas.
Parecía que lo único que quería era llamar la atención de todos los policías de Sunion.
Temblé. Me dieron ganas de taparme con la colcha y no contestar:

-¡Escorpio! –gritó Aiacos y me iluminó con la linterna.

-Acá estoy Jefe, ¿Qué pasa? –le pregunte, haciéndome el dormido.

-Leo. –gritó ahora.

Nadie contestó. Desde mi cama de arriba no podía ver lo que sucedía, pero era obvio que Aioria no había vuelto, ¿o si? Capaz en este tiempo no lo había escuchado. Pero, si estaba, ¿por qué demonios no contestaba?

-Leo, mostrame un poco de piel. –volvió a ordenar el policía ya mas enojado y seguro dispuesto a entrar.

Mi corazón dejó de latir hasta que escuché la falsamente pastosa voz de Aioria decir:

-Intento dormir Jefe.

Ay, este gato me iba a terminar matando de un infarto.

Ni bien el guardia subió al otro piso me estiré en la cama para ver a mi compañero.
Obviamente ya estaba incoroporado y miraba con sus ojos verdes de acá para allá. Como buscando algo que no encontraba.

-No contaba con los conteos. –dijo de pronto.

Yo lo miré, sin entender.

-Gato, hay tres cosas seguras en esta vida: la muerte, los impuestos, y los conteos. –le contesté con ese viejo chiste dolorosamente cierto.

Negó con su cabeza llena de rulos.

-No puedo hacer lo que necesito allá atrás si cada dos horas tengo que volver por los conteos.

No podía entender a donde quería llegar. ¿Qué esperaba? ¡Estaba preso!
Me volví a acostar, total ya no se iba a mover por hoy. Suspiré tranquilo, intentando dormirme, pensando en mi Camus.
De pronto la cama de abajo se movió y el gato se paró junto a mi:

-¿Cómo evitas los conteos? –pregunto, con los ojos achicados del entusiasmo.

La solución me vino a la cabeza con la velocidad de un rayo, pero no se la daría a él. No a ese gatito suicida.
Pero él ya lo había notado. Ya había visto en mi cara que tenía la respuesta.

-¿Qué hay que hacer? –preguntó directamente.

Respiré hondo.

-Para que no aparezcan los placas cada dos horas, tiene que haber un encierro.

-¿Y cómo armo un encierro?

Se lo conté, total, lo iba a hacer de todas formas, quedaba claro que estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de sacar a su hermano.

-¿Podés llegar al aire acondicionado desde ahí? –le pregunté, y con un gesto de la cabeza señalé el inodoro.

-Quizás, -respondió, misterioso como siempre.

-Bueno, para provocar un encierro, tenes que enojar a los presos. Quitales la ventilación.

Mientras hablaba en su cara se iba dibujando una sonrisa.
Ya sabía lo que tenía que hacer y sabía que iba a lograrlo. Gracias a los dioses por Aioria Leo.

* * *

Estábamos en un parque. Un lugar con algunas hamacas, un par de bancos y unos toboganes para los chicos. Era un día espléndido.
Era el momento de terminar con este asunto de los hermanos Aio.
Estábamos esperando a Icelos, un viejo subordinado nuestro. Llegó con seis de sus cachorros. Cachorros era una forma de decir, eran animales enormes que realmente daban miedo. Pero el los trataba como hijos. Gente rara.
En fin, apareció, y ni bien nos vió su cara se transformó. De la distensión al miedo.
No era lindo encontrarse con Hypnos y Thanatos una vez que dejaste de trabajar para ellos.
Mi hermano se tensó un poco, pero yo ni me inmuté. No con una escoria como Icelos.
Le hice un gesto con la mano para que se acercara. Trató de alejarse, así que me paré y fuí hacia él. Hypnos se quedó en el banco. ¿Le tenía miedo a los perros acaso?

-Sr. Thanatos –balbuceó Icelos cuando me acerqué lo suficiente para que no pudiera evitarme.

-Necesito que hagas un trabajo. –le dije, sin mas. No tenía tiempo que perder. Athena estaba esperando soluciones.

Negó con la cabeza mientras tironeaba de la soga que sujetaba los perros.

-Ya no, ya no hago esas cosas. –susurró en voz tan baja que casi no lo escuché.

-No me importa. –Le contesté sinceramente.

Me agaché junto al animal que tenía mas cerca. El perro me olisqueó primero pero luego me dejó acariciarlo.

-Sería muy terrible que una de tus mascotas sufriera un accidente, ¿verdad? –le amenacé.

Su cara se puso pálida. Por poco deja caer la mandíbula.

-No te atreverías. –dijo ahora un poco mas alto que antes.

-No me pongas a prueba, Icelos. –contesté mientras seguía acariciando el cuello del perro, dándole a entender que podría ahorcarlo en cualquier momento.

-¿Qué necesitas? –preguntó finalmente, dejando entrever sus dientes puntiagudos intentando poner una cara de odio.

-La penitenciaria Sunion…-comencé.

* * *

Cuando volví de la sección de enfermería, mi gente me estaba esperando.
Aplaudieron cuando entré como si fuera un héroe de guerra. Sonreí y les hice chocar sus manos con las mías.
Estaba contento por su recibimiento, se notaba que me querían y me respetaban. Pero me esperaba más. Cuando llegué a mi celda, Albafica la estaba custodiando, en sus ojos se leía la emoción contenida de la sorpresa.

-Te trajimos un regalo de bienvenida. –dijo finalmente corriéndose de la puerta.

Y ahí ví lo que se originaba tanto alboroto.
Un preso, uno nuevito, debía haber llegado mientras no estaba.
No era tan lindo como el gato, ni tan imponente como Death Mask, pero tenía algo.
Era rubio y menudito. Su cara era de espanto. Tenía colgado un dije tan grande en el cuello que lo hacía parecer mas pequeño.
Me pregunté si no estaría en el límite de edad para entrar.
Obviamente tenía más de dieciocho, pero lo cierto es que parecía de 15.
Alfabica y los chicos esperaban mi reacción ansiosos detrás mío.

-Muchas gracias, es del tamaño correcto. –les anuncié mientras reían a carcajadas.

Entré a mi celda, el chico estaba temblando, se incorporó.

-¿Cómo te llamas, pescadito? –le dije mientras me acercaba a él muy despacio.

-Sh-Shun. –susurró temblando.

Suspiré, primero debía calmarlo porque si no, no me iba a servir para nada.

-Shun, ¿eh?, yo soy Afrodita.

Abrió grandes los ojos. Eran de un color verde claro.

-Seguro escuchaste muchas cosas de mi. –le dije mientras me metía la mano en el bolsillo.

No contestó.

-Pero tranquilo, no todas son ciertas.

Si hubiera podido reaccionar, hubiera relajado los músculos de la cara, pero era obvio que no podía moverse.

-¿Ves esto? –le dije dando vueltas el bolsillo.

-Agarrate de acá y no te va a pasar nada.

Pestañeó, sorprendido. Pero obedeció. Muy bien, al principio todo iría de rosas.

* * *

-¿Por qué no me dijiste? –le increpé a Aioria a la mañana, cuando me lo crucé a través del alambrado.

Pestañeó sorprendido, pero yo me había estudiado demasiado esa cara para creérmelo.

-¿Qué cosa? –preguntó inocente.

No le dí más vueltas, no valía la pena y además él estaba en una fila con otros convictos y no quería que nadie más nos escuchara.

-Que Aioros y vos eran hermanos. –le contesté.

Se ruborizó un poco, pero no abrió los ojos, ni frunció el ceño, solo se me quedó mirando.
No contestó nada.

-Supongo que tendrá que ver el hecho de quien es mi padre. –le dije, en voz tan baja que tuvo que acercarse al alambrado. Pude ver el pelo que le caía sobre los ojos.

Esta vez si se sorprendió, pero no me iba a engañar, me acordaba muy bien nuestra primera conversación.

-Asmita no es el que lo mandó a la silla, pero ambos sabemos que es el que podría sacarlo de ahí y no lo está haciendo. –le informé muy seriamente.

El pareció no seguir el hilo de mis pensamientos.

-Mi padre era un borracho que abandonó a mi hermano y a mi mamá. No juzgo a las personas por los que son sus padres. –murmuró en un arrebato de intimidad que no le conocía.

-Pero no es lo mismo…-comencé.

El hizo un gesto para darme a entender que no importaba, que estaba todo bien.
Intenté alegrarlo de otra manera.

-Todos los días le hago pequeñas revisiones a Aioros. Podría arreglar para que tus visitas a la enfermería fueran después de las suyas. Así por lo menos se podrían ver ahí, aunque sea de pasada. –dije todo rápido, tratando de no demostrar la vergüenza que sentía por mi pobre aporte a su causa.

Pero él no pareció verlo así. Su bella cara se iluminó.

-Eso sería genial, muchas gracias.

-¡Leo, a la fila! –gritó el insoportable Radamanthys.

-Desearía poder hacer mas –le contesté mientras se iba.

El me saludó con la mano en un gesto tierno e infantil.
Me alegré, por lo menos le había robado una sonrisa.

* * *

A mi hermano le había agarrado un ataque al notar que nos habían robado la cinta.
Se quedó en silencio, se sentó junto a mí en el sofá y no me volvió a hablar hasta que me susurró un “buenas noches” cuando se fue a acostar.
Yo me quedé en el bonito living de su bonita casa. La había adornado siguiendo bastante el estilo familiar, eso me dió un vuelco nada agradable en el estómago. No quería que nada me hiciera recordar mi antiguo hogar.
Pero también era notable que Saga le había impreso su sello. Varios cuadros de dibujos colgaban en las paredes, intercalados con muchas fotos de nuestra infancia y muchas de Aioros y él en días más felices. Una pared estaba completamente cubierta por una estantería llena de CDs y la principal diferencia con nuestra casa, todo estaba perfectamente ordenado y en su lugar. No tenía idea que era un maniático del orden. Recordé que en el cuarto que compartíamos ambos dejábamos las cosas tiradas.
Quizás en el tiempo que no lo había visto se había vuelto así. O quizás yo estaba demasiado cansado para prestarle atención a esas cosas.
Pero no podía dormirme, no ahora.
Agarré la agenda electrónica que me había regalado Sorrento y sentí una punzada de tristeza. Pero no era el momento para eso. Revisé los contactos y encontré el que necesitaba.
Suspiré, debía encargarme yo del caso, Saga estaba demasiado involucrado y la idea de que habían entrado a su casa y robado la cinta lo había terminado por destruir.

A la mañana siguiente, sin decirle nada a mi gemelo, me apresuré a ir a la penitenciaría. Tenía que constatar lo que había averiguado con Aioros.
Después del papeleo, en el que estuve tentado de hacerme pasar por Saga, pero finalmente deseché la idea, me encontré con el arquerito.
Ahí estaba, consumido por la tristeza y esas ropas holgadas tan distintas a las que solía llevar. Sus ojos estaban bastante apagados aunque aún conservaban el brillo misterioso del que tanto me había hablado mi hermano cuando lo conoció.
Se sorprendió al verme, hasta creo que por un momento me confundió con mi hermano. No lo admitiría, por supuesto, pero yo ví cuando se iluminó su cara al principio y después se relajó, contrariada.
Reí para mis adentros.

* * *

Por idea de Milo, me había metido nuevamente en los conductos y había ido hasta donde, se suponía, debían estar los controles del aire acondicionado. Efectivamente, la prisión estaba diseñada de manera básica y clara. Algo muy sencillo de descubrir para mi, siendo ingeniero. Así que simplemente había cambiado los controles de frío a calor. Algún pobre empleado se iba a llevar un reto por mi culpa, pero la verdad, poco me importaba. El mundo era bastante injusto.
Ahora estaba calcándome el hombro. Sí, así de incómodo como suena. Había conseguido un papel manteca de la cocina y ahora con una lapicera trataba de reproducir el escorpión que tenía grabado en la piel.
Milo me miraba sin entender. Ya había hecho el correspondiente chiste del dibujo y su apellido y ahora se apantallaba la cara con una revista vieja. Sus pies colgaban de la cama de arriba y se había atado el pelo.
Se veía rarísimo sin su melena rubia, pero muy bonito, ya que así dejaba ver sus lindas facciones.

-Te dije que apagaras el frío, gato. No que prendieras el calor. –me retó.

Los presos estaban en silencio. La verdad es que el ambiente se había puesto tan sofocante que no se podía ni hablar.
Terminé del calcar el bicho que tenía y admiré mi trabajo tratando de ver si serviría. Medí lo que necesitaba. Si, funcionaría.
Ahora tenía que esperar que la situación explotara.

* * *

Shun tenía las manos extendidas hacia mí y sostenía varias nueces que había conseguido en la cocina. Al parecer eran de Shion. Me importaba muy poco.
Ambos estábamos transpirados, el calor que hacía era insoportable.
No se porqué comía eso que sabía que contenía mas calorías que las necesarias para un día como hoy. Pero me sentía poderoso, un pobre chico estaba bajo mis órdenes. Me imaginé a los dioses griegos, todo poderosos, en sus fiestas lujosas, llenas de uvas y sirvientes aptos para cualquier necesidad.

-Hace calor, ¿no? –dijo de pronto. Su voz era suave pero masculina. Pero me fastidió, no le había dado permiso para hablar.

-Cuando quieras que abras la boca, conejito, te lo voy a hacer saber. –le contesté con tono de burla.

Sus mejillas se enrojecieron violentamente. Se me antojó delicioso. Me pasé la lengua por los labios tratando de calmar el deseo que me había embargado. Hacía demasiado calor para transpirar.
Me paré y salí de la celda que estaba abierta.

-¡Jefe! –le grité a Aiacos que estaba dando vueltas por el lugar con un vaso de agua en la mano, tomaba tragos cortos, al parecer, para hacerlo durar mas.

Me miró con cara de espanto. Me tenía miedo, lo podía notar. Su flequillo oscuro casi tapaba su cara, pero ocultaba la intranquilidad que lo había invadido.

-Volvé a tu celda, Piscis. –ordenó con voz firme.

-Voy a volver cuando prendan el aire acondicionado. –le contesté, acercándome a él.

Se quedó en el lugar. Sabía que todos los otros presos me estaban mirándo.
Algunos incluso gritaron vivas a favor mío.

-Hubo un problema con el acondicionador de aire, ya lo vamos a solucionar. –anunció, tratando de ser autoritario.

Otros compañeros salieron de sus celdas y lo cercaron.
Eramos como diez y él sólo era uno.

-Unos presos se están poniendo agresivos por falta de aire. –dijo de pronto por el comunicador que tenía en el bolsillo de la chaqueta.

-Controlá la situación solito, Garuda, no puedo estar en todas. –contestó la voz de Radamanthys.

-Volvé a la celda, Piscis. -Repitió ahora con tono firme.

Vi mi oportunidad y la aproveché.

-Nunca se va a fijar en vos...-le susurré a unos centimetros de su cara.

Pareció no entender. Así que se lo dejé en claro, a los gritos:

-Muchachos, el oficial Aiacos está triste porque Radamanthys no le dá ni los buenos días.

Varios rieron, incluso alguno aplaudió.
Lo ví ruborizarse debajo de su flequillo. Estaba temblando de ira. Yo solo me reí.
Hasta que en un movimiento que no noté me arrojó el agua que le quedaba en el vaso, en la cara.

-Ahí tenés para refrescarte. –dijo con odio.

Le dí una piña como pude a su cara, mientras sacaba la macana y comenzaba a repartir golpes a diestra y siniestra.
Pero nosotros éramos muchos, todos lo encerraban y trataban de tirarle algún que otro golpe disimulado.
Fue retrocediendo hasta chocarse con Radamanthys que estaba entrando por el otro lado, y que al ver todo el desastre gritó:

-¡Encierro, encierro por tiempo indeterminado! ¡El que no vuelve a su celda ahora, no vuelve más! –anunció de forma intimidante. Ninguno de nosotros se movió.

Pero todos los que habían querido sumarse quedaron encerrados en sus celdas.
…ramos pocos, pero ellos seguían siendo dos. Así que nos tiramos encima. Después de varios gritos y golpes empezaron a retroceder. Con odio pero con miedo reflejado en sus caras. Me sentía el rey del mundo.
Todos seguían mis órdenes. Y cuando al fin Radamanthys y Aiacos se cubrieron en su guarida de poli todos me aplaudieron la espalda, festejando.
La primera era nuestra.

* * *

Se escuchó el ruido de todas las celdas cerrarse al mismo tiempo.
Era nuestra oportunidad. Casi no le había prestado atención a lo sucedido abajo, pero sabía que Afrodita había tenido que ver en el hecho del encierro.
Recordaría agradecérselo en algún momento. O quizás no.

-Te necesito. –le dije a Milo.

Seguía en su posición.

-Ah no, gatito, de ninguna manera. –empezó, como siempre.
Esta vez me tocaba el turno de rogar a mi.

-Pero sin tu ayuda no puedo seguir avanzando. –le dije de forma lastimera pero sincera.

Trató de esquivarme por otro lado:

-Es de día, nos van a ver.

-Colgá las sábanas, como si las hubiéramos lavado.

-Ah no, gato. –repitió.

¿Qué problema tenia ahora?

-Las únicas veces que coleas las sábanas en la celda son para ponerte cariñosito con tu compañero. –anunció, visiblemente afectado.

Yo me reí.

-¿Y?

-¡Qué no me gusta que piensen que ando con vos! ¡La reputación es lo mas importante en la cárcel! –dijo después, exaltándose.

-¿Mas importante que ver a Camus? –le pregunté, mordazmente.

Había sido un golpe bajo, pero no me importaba.
Suspiró.

-Vamos, vamos, gato del demonio.

Me reía mientras atravesábamos juntos el hoyo.

* * *

Para cuando entré en el espacio que nos dejaban para hablar con Aioros ya sabía que Kanon estaba ahí. Había reconocido su firma en la entrada.
Pero igual estaba enojado y sorprendido de que hubiera venido sin avisarme. Procuré no hacer escándalo frente a mi novio.
Ahí estaban, sentados juntos y hablando tranquilos como una horrible parodia de cuñados felices.

-¿Qué haces acá? –le pregunté a mi hermano con voz calmada que no era el reflejo de cómo me sentía. No sé porque me molestaba tanto, pero la verdad es que desde que había llegado, si bien su presencia era pura energía y emoción para mi, lo cierto es que no me había dejado hacer nada mas por Aioros. Todo pasaba por sus ideas y sus contactos. Creo que estaba un poco celoso.
Mi amor se paró y se acercó hasta mí. Estaba sin esposas. Era reconfortante.
Me abrazó rápido y se volvió a sentar junto a Kanon.
Este me ofreció una silla mientras decía.

-Estuve haciendo nuevas averiguaciones.

Y ahí íbamos de nuevo.
Aioros sonrió, creo que me estaba leyendo el pensamiento.

-La llamada que inculpó a tu arquero, -lo señaló con la cabeza. –fue falsa.

Mi novio asintió, al parecer ya habían hablado de todo esto mientras yo no estaba. Genial.

-Alguien llamó a la policía diciendo que me había visto salir del estacionamiento con ropa manchada con sangre –me explicó ahora él, mientras me corría un mechón de pelo de la cara. Su táctica de distracción era muy obvia. No funcionaría. No mientras estaba tan rabioso.

-Sí, ya sé, ¿y? –dije con mal humor ya que nadie mas decía nada.

-Esa persona no pudo estar viéndolo desde el lugar donde se hizo la llamada. –contestó Kanon de forma misteriosa. Si quería sacarme de quicio lo estaba logrando.

-¿Y desde donde se hizo la llamada? –pregunté, hastiado.

-Desde el centro de Athenas. Imposible que viera a una persona en Rodorio. –finalizó, triunfante.

Quería estar enojado, pero se me hacía muy difícil. Lo que había conseguido Kanon era maravilloso.

-Siguen siendo tecnicismo. –me frenó mi hermano. –Pero es una evidencia clara de que el famoso- -

Pero el guardia que estaba en la puerta lo interrumpió.
Me asusté pensando que quizás estaba escuchando y nos iba a retrucar alguna de nuestras esperanzas. Pero al parecer era otra cosa, estaba bastante asustado. Se veía joven y desgarbado con el traje de policía. Tenía cierto parecido a Aioria.

-Lo siento, pero deben retirarse. –anunció cortés.

-¿Qué pasa, Jabú? –preguntó Aioros tan sorprendido como nosotros.

-Hubo un motín en el pabellón A. –contestó con voz monótona.

Aioros dio un respingo al oir el lugar.

-Es donde está Aioria. –dijo en voz alta.

Kanon y yo nos miramos, asustados.

-¿Qué podemos hacer? –dijo mi hermano

-No se preocupen, yo lo voy a cuidar. –anunció Aioros muy decidido.

No pude evitar amarlo un poco mas que lo común. Siempre el hermano protector.

-Deben retirarse, lo lamento. –repitió Jabú empujándonos suavemente hacía la salida.

-Tranquilo, vayan a Athenas y descubran quien llamó.

Mi hermano y yo asentimos al mismo tiempo. Y después nos fuimos.

* * *

Radamanthys me fulminaba con la mirada detrás de la puerta enrejada que separaba el patio cerrado del sector de celdas, con la habitación de control y la puerta hacia el patio.
Incapaz de quedarse encerrado, el policía había ido a enfrentarnos.
Con una puerta de por medio, claro.
Me agarraba fuertemente de las pequeñas rejas que tenia el portón. No eran fijas, parecía que estaban añadidas en donde, en una puerta normal, habría vidrios.
Le sonreí al policía con burla.
Hacía un calor agobiante y estábamos todos amontonados junto a la salida.

-Adivina adivinador Radamanthys- lo incité, quería que viniera a castigarme y abriera la puerta. Pero no era nada tonto.

-¿En qué se parece el perro de Shion y el oficial Wyvern?- No dijo nada.

-En que lo único que saben hacer es ladrar, comer y cumplir las órdenes de su amo.

Una carcajada general acompañó mi chiste. El guardia sonrió de lado.

-Prefiero ser el perrito de Shion antes de tener de madre a una hermana.

Todos se quedaron mudos. Yo sentí que la sangre se me agolpaba en la cabeza.

-Si, si, vi tu expediente psiquiátrico, pequeño Dita, -susurró con odio. –Tu papi violó a la retardada de tu hermana, y nueve meses después nació el pececito.

Ahora él reía, y Aiacos también.
Perdí el control. Le empecé a gritar maldiciones y amenazas. Con toda la fuerza que era capaz tironeé de las rejas, que comenzaron a ceder. Este movimiento no pasó desapercibido para los policías y sus caras se transformaron con una mueca de horror.
Aiacos le dijo algo a Radamanthys pero no lo escuché, entre el griterío que hacían mis compañeros y el ruido del metal al aflojarse. Ambos salieron por la puerta de atrás dejando solo el control de mando.
Era nuestro momento.

-Vamos, vamos, súbanse al tren, -gritaba desaforado.

Tenía el cuerpo lleno de odio, cada una de mis células pedía venganza contra aquel rubio, pero sentía también una fuerza arrolladora. Finalmente la reja se rompió y cruzamos al otro lado.
Rápidamente abrimos las puertas de los demás presos con sólo bajar unos botones. Todos gritaban mi nombre. Todos festejaban.
Los que estaban conmigo dentro del cubículo ese empezaron a romper papeles. Me sentía el rey del mundo, nadie más se volvería a burlar de mí.

* * *

-¿Qué paso? –le pregunté a Jabú mientras me esposaba. Estaba muy nervioso. Odiaba que Aioria se viera involucrado en cosas peligrosas. Y al parecer es lo único que había hecho desde que estaba acá.

-Un par de presos tomaron el control del pabellón, pero no es nada, no te preocupes.

-Está mi hermano ahí, oficial. –le contesté, como si zanjara la cuestión.

-Tenés razón, perdón. –dijo después.

Negué con la cabeza:

-¿Cuántas veces te dije que no te disculpes por todo? –le pregunté, con tono tranquilo. -Si seguís así nadie te va tomar en serio. Tenés que ser rudo y duro, como los demás.

Y le hice una pequeña imitación de cómo debía comportarse mientras avanzábamos hacia mi celda.
Se rió de buena gana, y yo también. Su explicación me había calmado un poco. Además, Aioria no se iba a meter en líos que no valieran la pena. Deseé para mis adentros que así fuera.
Pero una voz melosa me sacó de mis pensamientos.

-Ah bueno, -exclamó en cuanto doblamos la esquina de uno de los pasillos. –Un guardia novato y todavía no es Navidad.
Jabú se quedó quieto y me hizo tropezar con él.
Afrodita y tres presos más impedían el paso. Todos con los brazos cruzados en su pecho.
Me dí cuenta rápidamente que había una única solución.

-Soltame las esposas. –le indiqué a Jabu, que se había puesto totalmente pálido.

Obedeció al instante.
Me paré delante suyo, protegiéndolo.

-Esta bien Sagitario, calmado. –me dijó Afrodita, como si le estuviera hablando a un nene de dos años.

-¿Qué queres Piscis? –inquirí, enojado.

-No te voy a quitar al nuevito si lo pediste primero, tengo códigos. –anunció.

Yo me reí, irónicamente.

-Nadie lo va a tocar. –le informé.

-Vamos a negociar. –me dijo acercándose a mi y tocándome la cara con su largo dedo blanco.

-No hay trato. –le contesté.

Y me lanzó una piña a la cara.
No fue muy dolorosa, pero me sorprendió, y ese momento fue suficiente para él y su grupo. Me atacaron por los cuatro costados.
Me defendí, era un chico bastante callejero, sabía pelear.
Pero ellos eran más. De pronto me tiraron al piso y me empezaron a pegar patadas. Sentía a lo lejos la voz de Afrodita hablando con el guardia. Perdón Jabú.
La sangre se me acumuló en la boca y tuve que escupir con asco. Los pulmones hacían lo que podían pero los golpes en la boca del estómago eran constantes. Giré sobre mi mismo como pude y de un salto que hizo que me mareara, me incorporé. Efectivamente, Afrodita había dejado de pelear y ahora estaba molestando al guardia.
Quise llegar hasta él, pero uno de los presos agarró un pequeño matafuegos que había en una cajuela de seguridad y me atacó con el.
Lo último que ví antes de desmayarme fue como el rubio se llevaba a Jabú a la rastra.

* * *

Al fin ví el famoso lugar donde el gatito desaparecía todo el tiempo. Era un espacio grande, nada que ver con lo que me había imaginado. Varias personas podrían estar paradas en esas planchas de acero al mismo tiempo. Y al parecer lo estaban, ya que había un par de cajitas de cigarrillo, papeles tirados y hasta una lamparita portátil.
El gato buscaba algo que habría dejado escondido en alguno de sus viajes acá. Esperé ansioso, mirando para todos lados.
Me dí cuenta que desde este pasillo se controlaban las calderas y demases.
Cuando Aioria apareció de vuelta en mi campo de visión traía… ¡Una batidora manual!
Sí. Rarísimo y muy estrafalario. Pero el gatito tenía algo en mente.
Le sacó las paletas batidoras propiamente dichas y quedó algo parecido a una agujeradora.

-Atrás de esta pared, están los túneles de ventilación y conductos del agua. –me explicó, con la voz nerviosa de la emoción.

-Nos llevan a la enfermería.

-Y la enfermería nos lleva afuera. –terminé con júbilo.

…l asintió, también sonriente.
Se sacó algo del bolsillo y me dí cuenta que era el escorpión que se había estado calcando hoy. Buscó la lámpara portátil que estaba tirada, la encendió y me iluminó con la figura. Me quedé ciego por unos segundos. Había bastante oscuridad ahí y la luz era bastante fuerte.
Lógicamente el contorno del bicho apareció en la pared, solo oscurecido por nuestras sombras.

-¿Cómo vamos a hacer para pasar al otro lado? –le pregunté, ya que no me contaba nada.

-Necesitaremos solo unos agujeros. –contestó mirando la figura sin prestarme mucha atención.

No entendía, y me fastidiaba que no me contara bien de que iba la cosa.
Pareció leerme el pensamiento.

-¿Conoces la ley de Hooke? –preguntó calmadamente.

-Sabes que no.

-Es una ley de Resistencia a la Tensión. Con solo hacer un par de puntos, la pared cederá.

Pestañeé, no entendía muy bien, pero obviamente el gato sí. Confié en él.
Con mucho esfuerzo comenzó a perforar la pared en un punto de la cola del escorpión.
Notas finales:

Esperamos que les haya gustado. Se lo dedicamos a todas ustedes que son geniales y en especial a Kitana que nos dedicó su nuevo capi. 

Gracias de nuevo.


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