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Sunion Break por Agus y Moony

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Notas del capitulo: Gracias a los que lo leyeron!

Me desnudé para cambiarme mi fino traje por el celeste reglamentario. No reconocí mi imagen en el espejo. Un tatuaje estrafalario cubría todo mi torso y mis brazos. A ningún policía le sorprendió. Uno en particular, con cara de pocos amigos, me dirigió una mirada de desdén y me alcanzo una planilla para que anotara mis antecedentes médicos. Anote lo que era necesario para mi plan –padece diabetes: si- y le tendí la mano con el papel.

 

-Acá tiene, oficial Wyvern.

 

Me lo arrancó y los puso con los demás, me miró directamente a los ojos. Los suyos tenían un color dorado oscuro. O miel muy claro.

 

-No te hagas el lindo, Leo. –Escupió. –Leí tu expediente, ser universitario no te dá ningún tipo de superioridad acá dentro, ¿entendés?

 

No aparté la mirada de sus ojos ámbar hasta que este la desvió.

 

-Como usted diga, oficial.

 

En ese momento supe que este tipo me iba a traer muchos problemas.

 

 

Me toco la celda 58. 3x2m2, un pequeño inodoro con una piletita para las manos en su parte superior; dos camas al estilo marineras y una pequeñísima mesa.

Un joven rubio me miraba desde la cama de arriba con un gesto burlón. Tenía el pelo largo y unos grandes ojos celestes, casi turquesas.

No parecía molesto por tener un compañero, pero su actitud me dejaba claro que me tocaría la cama de abajo.

Acomodé mi ropa, me senté en el borde de la cama y cerré los ojos relajando mi mente. Todo estaba saliendo bien, tal como lo había planeado.

 

En ese momento, mi compañero saltó ágilmente de su cama y se puso enfrente mío:

 

-Soy Milo –dijo tendiéndome la mano. Parecía amigable.

 

-Aioria Leo –contesté estrechándosela.

 

-Griego, bien.

Entrecerró sus ojos y puso cara pícara:

-Acá tenemos de todas las nacionalidades, no te conviene meterte en sus peleas  -me aconsejó.

 

-Voy a tratar de mantenerme al margen –respondí devolviéndole la sonrisa.

Y pensando para mis adentros: siempre que no interfiera en mi plan.

 

Se sentó junto a mí y me miro detenidamente. Tenía el cuerpo mucho más atlético que el mío, y usaba una musculosa blanca para que se notara. Alguna vez a mi hermano le había gustado usar esa ropa ajustada para que se marcaran sus bien formados músculos. Pero eso había sido en otro tiempo, cuando éramos más felices y no teníamos tantos problemas como ahora.

Milo me sacó de mis pensamientos:

 

-Así que Leo, ¿eh? Con esa cara apenas llegas a un gatito.

 

Acentué mi sonrisa, era el chiste clásico, ya me había acostumbrado a él.

Pasamos la siguiente media hora hablando de la vida afuera de la cárcel. Hacia dos años que Milo había sido arrestado por robar una estación de servicio y solo le quedaban seis meses. Estaba feliz de que se iba a reencontrar con Camus. Su amor de toda la vida. Su sonrisa destellaba sus dientes blancos con solo pensar en él. Me sentí un poco envidioso de la relación que mantenían y quise tener alguien que me estuviera esperando afuera yo también.

Me sobresalté nuevamente cuando sonó una chicharra que duro varios segundos y las celdas se abrieron.

 

-Hora del recreo. Me informó Milo al ver mi cara interrogante. Se paró de un salto y Salió.

-Vamos, gato. El tour Escorpio esta a punto de empezar. ¿Te anotás?

 

Salimos a un amplio patio tan paradisíaco como deprimente. El pasto brillaba con los rayos de sol y las zonas en que escaseaba se podían ver arena blanca, hacía un clima maravilloso y se escuchaba el rugido del mar. Por supuesto que todo se opacaba por los altos muros con alambrados y las imponentes torres de vigilancia.

 

-Lindo lugar, ¿no, gato? –pregunto Milo, aunque no sabia si lo decía en serio o con sarcasmo. De cualquier manera sonreí.

 

En el patio había al menos doscientos convictos. Algunos jugaban a la pelota en un sector, otros cuchicheaban en pequeños grupos y la mayoría se hallaban sentados en inmensas gradas apostadas en los límites del lugar. Se podía notar, incluso a lo lejos, que los grupos no eran formados por azar. Los griegos permanecían juntos, todos con su piel bronceada de años y años del sol del Mediterráneo. Aunque incluso entre ellos, había más subgrupos.

Por otro lado estaban los extranjeros. Había muchísimos de distintas nacionalidades, lo que le daba al lugar una extraña apariencia de aeropuerto.

Milo parecía indeciso sobre a que grupo acudir. Finalmente término apoyándose contra uno de los alambrados que nos daba una buena perspectiva.

 

-Mirá gato, -comenzó a hablar, ahora seriamente. –La cosa esta difícil últimamente, no te conviene hacerte enemigos.

 

Ni ganas que tenia yo de hacérmelos.

 

Al pronunciar esta última palabra, su mirada se dirigió subrepticiamente a un pequeño grupo de tres hombres que ocupaba una banca demasiado grande para tan pocas personas. Reconocí de mis investigaciones al famoso mafioso “Death Mask”, el clásico italiano salido de una película de gangsters. Su cabello albino le daba un aspecto imponente y terrorífico. Supuse que los otros dos hombres eran su guardia. Pensar que un hombre como el tuviera que tener guardias me recorrió un escalofrió.

Fumaba pacíficamente mientras observaba el partido de fútbol que se desarrollaba cerca.

 

 

Tiré las llaves sobre la mesita ratona que había en el pequeño living de mi departamento y me dejé caer sobre el sillón. Extenuado. Me pareció que el juicio de Aioria había sucedido hacía muchos días y ni siquiera habían transcurrido 24 horas.

Permanecí en el sillón con la mirada pérdida unos minutos, sin saber que rumbo tomar.

Pensé en Aioros y en su inminente ejecución. Una corriente helada me estremeció y se me hizo un nudo en la garganta de solo pensarlo. Amaba a ese estúpido hombre y la sola idea de que muriera me impedía respirar.

No sabía que tramaba Aioria, pero finalmente había entendido que su encarcelamiento había sido planeado, posiblemente por él mismo.

Sabía que Aioros no estaría de acuerdo en que su pequeño hermano hiciera locuras impropias de él.

 

-Saga, Saga…-musite, hablándome a mí mismo. –¿Qué se supone que hagas ahora?

 

Al no poder responderme oculté la cara entre mis manos e intenté retener las lágrimas. Los ojos verdes y el cabello despeinado de Aioros parecieron aparecer frente a mí, hasta que pude visualizar la cara completa, susurrándome con sus carnosos y apetecibles labios la respuesta.

Había jurado e hiperjurado que era inocente, pero las pruebas lo condenaban.

Había matado a la hermana de la vicepresidenta. No era cualquier crimen cotidiano. Era un crimen que para las leyes de Rodorio imponía pena de muerte.

De repente, se me despejó la mente, solo una persona sabía la verdad, y esta vez, lo miraría a los ojos y le creería. Escucharía todo lo que tenía para decirme. Simplemente iría a verlo y le preguntaría.

El nudo de mi garganta desapareció, o al menos cedió cuando hube tomado una decisión. Tenía que ayudarlo. Iba a hacerlo. Impediría que Aioria hiciera algo estupido. Impediría que Aioros muriera.

 

Notas finales: Pronto el tres.

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