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Sunion Break por Agus y Moony

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Notas del capitulo: ¡¡Hola!! Volvimos ^^
Bueno, este capi se lo queremos dedicar a:

Karin-san por ser una lectora genial y ademas porque fue su cumpleaños!! Esperamos que te guste el guiñito que te pusimos.

Cybe porque volvió de sus vacaciones y nos deleito con un fic nuevo ^^

A todos los que nos leyeron y nos dejaron rr en el ultimo capitulo, fueron un monton y nos alegramos muchisimo. MILES DE GRACIAS.
No contestamos los mensajes porque se nos hicieron un lio y la maquina los traba, asi que ¡perdon! Los proximos rr si los vamos a contestar de manera ordenada xD

Sin mas, el capi:
Aioria estaba pálido. Aioros estaba sumamente colorado. Yo no podía quedarme con ninguno de los dos y creo que me estaba bajando la presión a sistólicas agigantadas.

-¿Qué es lo que pasó? –inquirió Aioros, sentándose nuevamente, temblando como una hoja.

Pobrecito mi amor, había pasado por tanto.

-El juez dice que le llegó información con nueva evidencia

Mi corazón latió con fuerza e intenté recuperar el control de mis signos vitales. Lo sabía, lo sabía. Quería saltar, quería gritar y festejar, pero me contuve. Todavía faltaba.
Aioria debía estar pensando lo mismo, porque dentro de sus lágrimas y voz quebrada preguntó:

-¿Cuántos días le quedan entonces?

A Shion pareció no gustarle la pregunta. A su hermano tampoco, puesto que lo miró con desaprobación, pero al parecer a Aioria no le importó.
Y siguió:

-¿Una semana? ¿Dos?

El Director negó con la cabeza, moviendo sus aun largos cabellos rubios.

-No lo sé Leo. Sagitario, lo lamento pero tenés que volver al solitario.

Aioros asintió, sin sus rulos parecía totalmente indefenso. No supe leerle la expresión, estaba anonadado pero pensativo.

-Necesito saber cuanto tiempo. –insistió Aioria parándose también.

-Yo se lo voy a consultar al Juez –me ofrecí.

Le dí un rápido beso a mi novio y le dediqué lo que parecía una sonrisa a Aioria.

-Te dejo con él, cuidalo. –dije antes de salir, aunque no se muy bien a quien se lo dirigía.

* * *

-¿Por qué demonios sigue vivo? –preguntó Athena y por un momento de estupidez pensé que lo decía por Hypnos.

Pero no, no lo sabía. Nadie lo sabía. En ese momento, en ese callejón de película, no había sido capaz de matar a mi hermano. Y me sentía extrañamente dividido.
El amor que sentía por la mujer que delante mio movía sus cabellos con odio y mascullaba frases contra los inoperantes, era muy profundo. Pero nada se comparaba al amor que sentía por mi gemelo. Por esa persona con la que habíamos compartido el útero.
No podía seguirle la corriente, no podía dejar todo lo que nos había costado tanto ganar, pero tampoco podía matarlo. Era como acabar con una parte de mi mismo.
Así que le había obligado a marcharse lejos y a que jamás volviera. Confiaba en él, no volvería a interrumpir la misión.
Lo único realmente malo era que algo de información le había llegado al abogado, y ahora teníamos que pagar por eso.

-El Juez recibió pruebas dentro de un sobre. Dice que fue un informante anónimo pero que hay cosas que no coinciden. –contestó finalmente Violatte después de un rato en silencio, temiendo que Athena se enojara con ella.

-Es obvio que fue Hypnos. –acotó Athena enérgicamente. -¿Qué clase de estúpido es tu hermano? –inquirió mirándome con sus ojos oscuros.

-No fue él. –aclaré.

-¿Cómo lo sabes? –preguntó a su vez Violatte girándose en el sillón donde estaba sentada para verme mejor.

-No fue él. –repetí, intentando sonar seguro y que entendieran la indirecta.

Al parecer Athena lo hizo, ya que sonrió por un momento, alegre que hubiera despachado a Hypnos.

-¿Quién mas puede haber sido? –dijo con una voz que intentaba ser tranquila pero que era escalofriante.

-Lo voy a averiguar, señora. –anunció Violatte incorporándose y mirándome con odio.

-¿Cómo estás tan segura que no fue de tu lado? –le pregunté. Sabía que la Compañía perdía tanto como nosotros en este juego.

Pero antes que pudiera contestar, nuevamente habló nuestra jefa:

-No quiero discusiones de críos en mi oficina, averigüen quien fue y matenlo, sencillamente.

Y nos movió la mano en un claro gesto que nos decía que nos fuéramos.

Si Hypnos no había sido, ¿quién lo había hecho?

* * *

-Me ha llegado un sobre, como bien expresé al Señor Aries, de la Penitenciaría Sunión, que contenía datos relacionados con el cuerpo de la señora Artemisa. –anuncié.

-Al parecer, ella había padecido apendicitis de joven, y le habían extirpado dicho órgano, sin embargo, en el informe forense de su muerte no hay indicio alguno de que esta cirugía haya sucedido.

Los abogados gemelos de Sagitario me miraban sin poder creerlo. Hacía menos de 24 horas les había dicho que no tenían pruebas suficientes para poder detener la ejecución. Pero ahora las pruebas habían llegado.
Y la justicia era lo más importante de mi vida. Habría sido capaz de cualquier cosa con tal de llevarla a cabo. Para bien o para mal.

-Pido que se revoque la ejecución de Aioros Sagitario y que sea liberado inmediatamente. –alegó uno de los dos abogados, si mal no recordaba se llamaba Saga. Era el mismo que había intentado defender a Aioria Leo –el hermano del primero- cuando este, en un acto de desesperación, para mi, había intentado robar un banco.
Era raro que un mismo abogado se encargara de un caso de dos hermanos, pero no era imposible. En mi larga carrera lo había visto incluso un par de veces.

-Momentito caballero. –interrumpió la fiscal. –Esto podría ser una trampa, un manotazo de ahogado de cualquiera de los implicados, incluyendo a los abogados –los señaló con el pulgar.

Los gemelos pusieron la misma cara de fastidio. Fue cómico.

Me senté en la silla del estrado, me estiré levemente para relajar las piernas. Miré el sol entrar por el amplio ventanal. Disfruté de la suave brisa que corría.
Ahora estaba listo para decir:

-Retrasaré la ejecución dos semanas. Se desenterrará el cuerpo de Artemisa y se comprobará si es realmente ella.

* * *

-¿Van a desenterrar el cuerpo? –le pregunté, escéptico y con asco al Gato cuando me lo contó.

Era algo realmente desagradable de pensar. Pero si salvaba a Aioros, ya nada importaba.
Me había tomado esto como algo personal, ya que ahora no iba a poder salir a tiempo para que Camus se casara conmigo y tuviéramos a nuestro hijo.
Era en lo único que me obligaba a pensar y daba resultado, dado que a cada hora había noticias nuevas.

-Si. –contestó Aioria con su laconicidad habitual. Sin embargo parecía muy relajado. Se miraba los tatuajes frente al espejo y parecía estar a muchos kilómetros de ahí.

-¿Y que esperan comprobar?

-Que el cuerpo enterrado no es el de Artemisa.

-¿Y cómo lo van a probar? –No podía dejar de preguntar.

-Van a chequear los registros dentales. Es lo único que perdura por mas tiempo en el cuerpo.

Pensé en los dientes de un cadáver y por poco vomito. Respiré profundo.

-¿Qué haces? –volví a la carga mientras Aioria intentaba sostenerse el espejito delante y mirarse la espalda en el espejo de atrás.

-Hay otra forma de salir, pero es suicida.

-¿Qué?

¿Había escuchado bien? ¿En serio?

-¿Qué significa eso? –le pregunté, cuando mi cuerpo entraba en ebullición de los nervios y la ansiedad.

-Qué volvemos a trabajar. –anunció con su sonrisa marca registrada.

* * *

Fuí a preguntarle a Aioros como se sentía porque debía haber sido la experiencia más horrible de su vida.
Pensé en mi chinito, en lo que él diría de algo así. Era tan puro y centrado.
Esta noche me iría temprano a casa y lo haría sentir verdaderamente especial. Pero para eso faltaba. Aunque los guardias me abrieron con la llave, igual golpeé la puerta del solitario. Lo cortés no quita lo valiente.

-Hola Aioros. –saludé.

Estaba tirado en el piso, con las piernas cruzadas, como un nenito, parecía profundamente concentrado en algo.

-Hola Jefe. –contestó, levantando la mirada.

Sus ojos brillaban como nunca. Su cabeza rapada daba impresión.

Hablamos un rato sobre como se sentía y como iban a ir las cosas durante estas semanas. Esperaba que se portara bien así podría volver a su celda normal.
Antes de irme se quedó nuevamente callado, como si pensara algo y finalmente me preguntó:

-Señor, ¿Quiénes eran las personas que estaban presentes el día la ejecución? ¿Qué esperaban para ver el momento de la silla?

Me tomó por sorpresa, pero igual le contesté:

-Además de los que estaban con vos, había dos policías, Garan y Valentine, dos periodistas y yo.

-¿Cómo se llamaban los periodistas? –siguió, serio.

-Estaba Karin San y Robin Locksley. –anuncié, contento de recordar los nombres. A fin de cuentas, también había sido policía.

-Esta bien, gracias.

Y se volvió a sentar en el piso.

* * *

Hacía un calor agobiante. Y nosotros trabajando como burros para nada.
Los griegos estarían acostumbrados, pero en mi Suecia natal, la temperatura no subía tanto. Sentía que me estaba derritiendo en el parque, hoy nos tocaba al aire libre.
Me acerqué hasta mis compañeros que habían dejado de trabajar para discutir el nuevo plan de escape.

-Ya no podemos seguir con el mismo plan –decía el gato.

No me metí esta vez, pero el estúpido de My lo hizo por mi:

-¿Cómo que no vamos a seguir el mismo plan? –protestó.

Aioria lo miró exasperado.

-Sí vamos a usar la sala de guardias, y sí vamos a salir por la enfermería, solo vamos a cambiar la ruta intermedia.

-¿Por qué? ¿Por qué simplemente no volves a romper los tubos? Eso ya está casi listo.

-Lo cambiaron por uno de 30 centimetros, Darwin. No lo romperíamos ni en veinte años.

El tibetano masculló algo que no pude escuchar.

-¿Y entonces, genio? –en la voz había tanto sarcasmo que lamente no haber sido yo el del comentario.

-El asilo psiquiátrico. –lo señaló con la cabeza. –Es el único lugar de la prisión que también tiene conexiones con la enfermería.

-¿Tenemos que pasar por ahí? –inquirí esta vez, sin poder contenerme. El lugar me ponía los pelos de punta.

-¿Tenes una idea mejor? –contestó Aioria, malhumorado.

-Entonces…-Mu había vuelto a la carga. -¿Vamos a ir desde la sala de los guardias al manicomio?

-Algo así.

El gato esquivaba nuestras preguntas sin la menor sutileza.

-¿Algo así? ¿Por donde vamos a ir? –siguió el tibetano, prácticamente frotándose los nudillos. No me gustaría tener que pelear con él. Aunque sí sentir sus manos largas y delicadas. Ja.

-Vamos a hacerlo caminando. –dijo Aioria contrariado, pero al parecer decidido a contar. –Saldremos por una rejilla y cruzaremos hasta el asilo.

-¿Y dónde está la rejilla, Aioria? –preguntó Dohko mientras se pasaba una mano por la arrugada y curtida frente.

El aludido se sonrojó levemente, al parecer le tenía respeto al viejo.

-Estás parado sobre ella.

Dohko abrió lo más que pudo sus achinados ojos sorprendido, pero no dijo nada.
Todos clavamos la vista en el pasto donde efectivamente había una rejilla oxidada.
Fue suficiente para Mu.

-¡Estás loco gato! –gritó, empujándole el hombro.

Este no se inmutó. Milo se incorporó pero tampoco hizo nada.

-¿Ves esa torre? ¿Y esa? –el tibetano movió su blonda cabeza hacia ambos lados. –Nos van a fusilar como patitos en una de esas máquinas de disparar a los patitos.

Waw. Qué profundo.

-Va a ser difícil cruzar el campo sin que nos vean. –comentó Dohko, imparcial.

-Tu plan es una mierda. –finalizó Mu alejándose con enojo.

El resto nos quedamos en silencio.
Era muy peligroso. Pero valía la pena, aunque pensándolo mejor, ¿valía la pena?

* * *

Miraba al Gato que a su vez miraba la lontananza. Estaba callado y pensativo. El plan que tenía era totalmente suicida, tal y como había dicho Mu. No teníamos ninguna posibilidad.

-¿En qué pensás?-dije rompiendo el silencio. Quería que me dijera que buscaba una solución, que todavía podíamos escaparnos.

-En el patio- me respondió tranquilo.-En como ir a reconocer el lugar sin que me descubran los guardias.

-¿Reconocer el lugar? ¿No lo conoces ya?-pregunté extrañado-O sea…te vi mirándote los planos…

Sonrió de lado.

-Si, pero no se con que podría encontrarme allá. Es vital saber el tiempo exacto que se tarda y todo eso-me explicó.

Al parecer aun tenía esa idea de aparecer en el medio del patio y morir fusilados.
Suspiré, ojalá se me ocurriera algo a mi. Ojalá…
Miré a través de las rejas hacia las demás celdas. Una figura enorme recorría el pasillo con el carro de la ropa sucia. Lo reconocí como Cassios, un primo segundo que había terminando igual que yo, solíamos salir juntos a bolichear.
Me dio odio pensar que también nos acompañaba Crystal.

Observé su camino como ensimismado. Mi cabeza me intentaba mostrar la solución.
Dí un respingo cuando al fin lo comprendí. El gato me observó.

-Tengo una idea-le dije con una sonrisa.

El abrió sus ojos expectantes.

Cuando llegué a la lavandería dos horas después, Cassios planchaba sábanas con esas planchas gigantes. Recordé que había intentado conseguir trabajo ahí al ingresar en la prisión, pero me lo habían denegado.

-¡Hey primo!- me saludó con su vozarrón.

Chocamos las palmas como solíamos hacer.
No sabía como llegar al tema sin tener que contarle a mi primo todo el asunto del plan, por lo que me resultaba muy difícil hacerlo.

-Tengo que pedirte un favor-comencé tomando aire.

Durante los siguientes minutos Cassios y yo nos embarcamos en una discusión sobre los favores que nos habíamos hecho.

-Pero no puedo hacer eso, entendeme Milito, si se enteran me matan…

-Cassios, me lo debes- le supliqué- Acordate de la cabaña que te conseguí para que lleves a tu chica…

El grandote se quedó pensando. Pero no tenía nada que decirme, ya que yo había realizado el ultimo favor. Ahora le tocaba a él.
Finalmente cedió. Si no hubiera sido tres cabezas mas alto que yo, le hubiera besado la frente.

-Gracias primito-

-Nada de gracias, me debes una.-

* * *

Todavía escuchaba la voz de la “célebre” candidata a Presidente criticándonos, a los abogados macabros que querían desenterrar el cuerpo de su hermano y que Aioros era un convicto asesino.
Faltaba poco para que lo comparara con Hitler o Videla.
Mi hermano por suerte se estaba bañando en el momento de la declaración y Seiya y yo habíamos estado de acuerdo en no comentarle nada.
El chico parecía un zombie, no sabía como reaccionar ante las distintas cosas que nos pasaban y creo que estaba decidido a no dejarse llevar por esta nueva oleada de esperanza.
Me daba pena. Lo había abrazado un rato, en silencio, cuando nos habíamos enterado de la postergación de la ejecución y no había dicho palabra hasta horas después.
Ahora estábamos en el cementerio, con Saga al lado mio transpirando del calor y de los nervios.

-Pidió un ataúd biodegradable, orgánico, sin embalsamación…-dijo enojado.

-Parece alguien muy cuidadoso del medio ambiente –le comenté, para molestarlo, sabía lo que me quería decir con ese comentario. Igualmente me lo dijo:

-Si, o alguien que no quiere que descubran la identidad después de muerto…

Asentí, tenía razón.

Una ambulancia del juzgado recogió el cajón y unos policías nos saludaron con un gesto antes de subir.
Mi hermano se pasó la mano por el cabello y respiró profundamente.

-¿Vamos? –le indiqué, señalando el auto con la cabeza.

-Espero que esta sea la vencida. –contestó, lo que no le había preguntado.

* * *

-¿Me vas a leer algo pa? –le pregunté, con mi voz de nenito de cuatro años impregnada por la emoción.

El asintió. Yo sabía lo mucho que le gustaba eso. Estaba todo el día trabajando –era fotógrafo en el periódico mas importante de Grecia, -y los únicos momentos en que nos veíamos yo ya tenía que irme a la cama. Pero el todas las noches me leía un cuento. Había empezado con los clásicos para dormir y cuando me había ido haciendo más grande, había pasado a los que él consideraba clásicos para soñar. Así los llamaba. Soñar con la esperanza, soñar con cambiar el mundo y esas cosas.

-¿Cuál me lees? –inquirí, intentando con mi cabecita llena de rulos darme cuenta el libro que estaba eligiendo.

-Uno basado en una historia real. –contestó, sonriendo.

-¿En una historia real? –pregunté, no tenía muchos así en mi pequeña biblioteca.

-Bueno, algunos dicen que es solo una leyenda, pero me gusta pensar que tiene algo de veracidad. Me gusta pensar que hay personas así en el mundo.

* * *

Cuando vi una postal del Himalaya en el piso del cuartito de los guardias, pensé que era una de las cosas mas extrañas que había presenciado en todos mis años.

La levanté y leí: Atla, espero que todo vaya bien, yo estoy muy cansado pero contento de realizar esta travesía. Es algo que mi corazón necesitaba, aunque creo que ahora los necesita a ustedes. Los monjes son muy aburridos. Pero bueno, me falta poco ya, seguí como hasta ahora y hacé que Kiki se duerma temprano. Los quiere, Mu.

Pestañeé sorprendido. ¿Travesía? ¿Monjes? Antes que pudiera pensar algo mas, el aludido tibetano me la arrancó de las manos con violencia. Sus puntos tatuados, que le hacían de cejas se juntaron con odio.

-Gracias. –dijo cortante.

-De nada, -le contesté. -¿Qué es lo que haces con esas postales? –inquirí, de puro curioso.

Sus ojos se volvieron fríos. Me apretó la mano con fuerza, pese a que su muñeca era blanca y delicada.

-Nada que te importe.

Levanté las manos en señal que no iba a volver a molestarlo, aunque me estaba comiendo la curiosidad.

-En todos mis años acá, he visto grandes fraudes, pero, ¿monjes tibetanos? ¿en serio?

No contestó, su cara seguía destilando odio.
Pero de repente cambió a sorprendida y asustada.

-¿Qué pasa? –pregunté.

Señaló un hueco en la pared, como a 30cm del suelo, donde salía a borbotones todo el polvo que habíamos estado tirando durante días del hueco que nos conectaba a la cañería.
Aioria que estaba cerca, escuchó mi pregunta y miró. Su cara también se puso pálida como el polvo que caía.

-¿Qué hiciste? –increpó a Mu en voz baja.

-Yo no hice nada, gato estúpido.

-Shh. –dijo Aioria nuevamente, tanteando con la mano el lugar de donde salía el polvo.

En eso, sentimos los dos golpecitos en la puerta que indicaban que venía un guardia.
Nos quedamos mudos.
Mu rápidamente se paro juntó al hueco y levantó una de las piernas para taparlo con su gran zapatilla. Serviría por el momento.

-Son más lentos que un tartamudo deletreando. –dijo Radamanthys a voz pelada.

¿Sería ese el humor inglés?

-No se crean que van a lentificar este trabajo por meses. –siguió.

-Nadie lo cree, señor. –contestó Aioria de manera automática. Le temblaba el labio inferior de los nervios y la bronca.

-Más te vale, Leo. –acotó, y enfiló para la puerta. Pero antes miró a Mu. -¿Y a vos que te pasa, Brad Pitt?

¿Brad Pitt? ¿Siete años en el Tíbet? ¿Más humor inglés?

-Nada Jefe, ya nos ponemos a trabajar. –aclaró el tibetano, intentando sonar tranquilo.

-Ya. –acotó Radamanthys.

-Es que me dió un calambre. –tiró Mu como un manotazo de ahogado.

-¿Queres problemas, Dalai Lama? –amenazó sacando la macana del cinturón.

Aioria suspiró profundamente, sin saber que hacer sin crear más problemas.
Supe que el único que podía salvar las papas era yo.
Empujé a Mu con violencia y me acomodé en su lugar en menos de un segundo.
Sentía sobre mis pantorrillas como el cemento hacía fuerza por salir.

-¡El jefe dijo que a trabajar! –grité, intentando sonar enojado.

-Calmate viejo. –contestó siguiendo la jugada. Bien.

-Estos presos jóvenes…-le dije a Radamanthys con falsa pena.

El rubio sonrió.

-Todavía te queda sangre en las venas, ¿eh, viejo? –sonrió mientras se alejaba.

No sabes cuanta.

Cuando escuchamos que se había ido me corrí y ahora sí la pared se rompió por completo.
Era increíble ver como salía. Caía con la fuerza de las cataratas de los picos donde yo vivía de joven.

-Estuvo cerca, eh. –comentó Aioria, más relajado.

Mu y yo sonreímos.


* * *

Mientras vigilaba fuera del cobertizo mordisqueaba nervioso una lapicera. Radamanthys había estado a punto de descubrir todo y ahora teníamos el cuarto lleno de escombros.
No sé a que solución llegaría ese Gato, pero debía hacerlo pronto.
Miré a dos guardias que caminaban tranquilamente haciendo su ronda. Como se acercaban demasiado me apresuré a golpear la puertita para dar la señal.
Uno de ellos me vió.

-¡Eh Piscis!-me llamó

No le hice caso, y estaba a punto de llegar a la puerta cuando me agarró de un brazo. Casi grito.

-Eh preso, te estaba llamando-me retó
Lo reconocí como un poli llamado Mills. No era demasiado molesto, quizá podría sacármelo de encima sin demasiadas complicaciones.

-Lo siento jefe, no lo oí- me disculpé. Sentía el corazón a diez mil.

-¿Recordás como se llama ese jugador inglés que la rompió en el mundial 98?

La pregunta me descolocó completamente. No tenía ni idea a quien se refería, y menos con la mente en blanco como la tenía en este momento.

-Er…la verdad no. Yo soy sueco y…-balbuceé.

-Era un pibito…jugaba bien, ahora esta en el Manchester…-me siguió tirando

Yo negué sintiendo como me caían gotas de sudor. Mills se enfureció.

-Si te dijera como tenía de redondo el culo seguro lo recordarías- me espetó.- Mejor voy a preguntarle a los otros, alguno si debe saberlo.

Abrió la puerta mientras le hacía señas a su compañero que se iba a demorar y yo ví a los míos, con el enorme agujero en el suelo y las palas en la mano, tirando allí los escombros.
Se quedaron paralizados. Pude ver a Milo me mirándome con terror. Milo…Mi…

-¡Michael!-grite antes de que el oficial volteara la cabeza y descubriera todo nuestro plan.

-¡Si! Michael Owen-repitió aliviado de recordarlo, cerró la puerta y caminó para seguir su ronda.-No sos tan inservible después de todo.

Cuando se alejó suspiré descargando todo el aire contenido mientras me apoyaba en la pared. Era increíble lo cerca que habíamos estado. Era increíble las ganas de matar a ese poli que tenía.

* * *

-¿Cómo te sentís del estómago? –le pregunté a Sagitario, agachado junto a él en la horrible celda del solitario.

-Ya estoy bien. –comentó, sin darle importancia. Parecía más perdido que nunca.

-Si necesitas algo…-me jugué, intentado sacarle alguna información. Intentando hacer algo útil por él.

-En realidad no, pero… –contestó dubitativo.

-¿Sí? –lo miré a los ojos. Eran idénticos a los de Aioria. Sentí un escalofrío pero me limité a controlarlo.

-¿Es posible que ayer, antes de la ejecución, viera a alguien?

La pregunta me tomó por sorpresa.

-Había varias personas. –dije, profesional.

-Si, -sonrió, se le hacían una especie de hoyuelos en las mejillas y se antojó adorable. –digo, alguien que no es posible que estuviera ahí.

Ah, ahora tenía más sentido.
Me acomodé finalmente en el piso, en posición de Lotto, mi preferida para hablar y relajarme y le expliqué:

-Los ataques de ansiedad son muy comunes. El desorden post traumático, ¿sabés lo que es?

Asintió. Seguí:

-Bueno, una persona en tu situación, está muy propensa a sufrir este tipo de patologías, yo diría que casi es obligatorio que pases por eso.

Volvió a sonreír. Yo también. Era como estar con Aioria pero sin la tensión sexual asfixiante que me embargaba cuando lo veía.

-Tu subconsciente te dio lo que querías en ese momento de tanta angustia.

Asintió nuevamente, incorporándose, y me dí cuenta que me tenía que ir.
Me paré yo también y le dí la mano.

-¿A quién crees que viste? –me la jugué, seguro no iba a contar nada, se parecía a Aioria en todo.

-Gracias Doc. –dijo simplemente.

Uh, que cosas con estos hermanos. Pensé mientras me iba.

* * *

-¿Quién es Kiki, tu hijo? –me preguntó Dohko después que habíamos limpiado bastante del polvo y ya estábamos por salir a comer. Era tarde y después del discursito de Radamanthys teníamos que apurarnos.

-No quiero ni que lo nombres en un lugar como este. –susurré, volviendo a enojarme.

Ese estúpido viejo no tenía derecho a hablar de mis cosas.

-No tenemos nada en común. –agregué, para darle a entender que no quería que me siguiera hablando.

-Cuando salgamos no deberías ir primero a su casa. Es el primer lugar a donde iría la policía –siguió él, como si no me hubiera escuchado lo que le acababa de decir.
Por su frente arrugada corrían gotas de transpiración, estaba cansado, pero sus ojos verde oscuro brillaban pícaros.

-¿Crees que soy tan tonto? –le dije, enojado. –¿Qué te hace pensar eso?

-Es al primer lugar a donde yo voy a ir. –sonrió.

Sentí una bocanada de aire fresco, de alegría. Viejo tonto.
Negué con la cabeza sin poder evitar la sonrisa en mi propia cara.

-Tenemos algo en común después de todo. –finalizó. No pude menos que admirarlo.

* * *

No podía terminar de darme cuenta que es lo que me quería decir ese sueño. Quería volver a pensarlo y acabar con la historia, que mi mente me mostrara el libro que mi papá había elegido.
Después que Shaka se hubiera ido, y aún con la idea que era una locura, me acosté intentando volver a dormirme y poder soñar de vuelta con eso.
Unos minutos después, con los ojos cerrados, volví a mi habitación cuando tenía cuatro años y otra vez ví a mi papá.

-…Y esa noche, los bosques de Sherwood una vez mas acogieron a los bandoleros.

-¡Robin Hood! –dije en voz alta.

Robin Hood era el libro preferido de mi papá, el que me leía siempre, el que hablaba de la ética, la moral, las buenas acciones y los granitos de arena.
Robin, del Condado de Locksley era un hombre rico que se había convertido en forajido para ayudar a la gente del pueblo, en contra de un gobierno cruel y despiadado.
Robin Locksley era el nombre del supuesto periodista que había estado el día de la ejecución. Mi padre había estado en ese momento, ya no tenía ninguna duda.

* * *

-¿Por qué te seguís mirando los tatuajes? –me preguntó Milo por decimonovena vez en ese día.

Suspiré, resignado.

-No puedo darme el lujo de perderme, escorpioncito. –le dije con una especie de sonrisa. Lo más parecido que tenía en momentos de tanta tensión como ese.

-¿Y cómo te podrías perder, si sos un gatito genio? –siguió, adulador. Aunque yo sabía que lo hacía para obtener mas información.
Era lo más ansioso y curioso que conocía.
Esta bien, le daría lo que quería:

-Cuando crearon esta prisión, hace tantos años, hicieron los caños de plomo. ¿Sí?

Milo asintió con un chasquido.

-Pero después se dieron cuenta que era tóxico para la salúd, y pusieron caños de cobre.

-¿Cobre?

-Exacto. Pero sacar los caños de plomo era muy caro, así que los construyeron arriba.

Mientras le contaba, parecía que iba viendo mentalmente en los planos de mi espalda, los distintos colores de los caños que atravesaban la prisión.

-Y hace un par de años, los cambiaron por plástico industrial, que era aún más barato y mucho más fácil de manipular.

-¿Oro, plata y bronce? –preguntó Milo, riendo.

¿Oro, plata y bronce? ¿De dónde había sacado eso?

-¿Qué te crees que son, las medallas de los juegos olímpicos? –reí yo también.
–Plomo, cobre y plástico. –le corregí.

-Y ahora callate que necesito concentrarme, un paso en falso, y no voy a llegar para el conteo –le pedí, amenazándolo.

Rumió una especie de respuesta.

Al cabo de unos minutos, y con la bolsa que me había traído Cassios entré a la cañería. Recorrí el clásico camino sintiendo un deja vü, sintiendo que tenía una segunda oportunidad para hacer las cosas.
Cuando divisé arriba mio la escotilla que necesitaba, dejé la bolsa en el piso y me estiré.
Tenía que hacer las cosas de la manera mas relajada posible. Tenía miedo, para que negarlo. Era lo más arriesgado que había hecho hasta ahora. Pero no me importaba.

Saqué el uniforme azul oscuro y me recorrió un escalofrío.
Pensé en Shaka.
Sobre mi ropa de interno me calcé la ropa de policía.

Trepé la escalera que se erguía frente a mí, rompí la pequeña trabita con la que estaba asegurada y salí a la noche cálida aún temblando.
Cuando había logrado recién sacar todo mi cuerpo me iluminaron desde la torre de vigilancia, desde la torre que esa misma mañana Mu había apuntado como nuestro punto de fusilamiento.
Pensé en Aioros.
Levanté la mano como si estuviera saludando y al cabo de unos segundos la luz se apagó.
Volví a temblar.
Pensé en salir corriendo.

* * *

Todo estaba muy tranquilo, quizá demasiado, pero eso era lo que me gustaba de hacer el turno nocturno. Además, solo tenía que cuidar la entrada, y hasta ahora al menos, nunca nadie se había querido fugar de allí. A decir verdad todos dormían con unos angelitos.

-Unos angelitos totalmente empastillados, Myu- pensé riéndome solo.

No era demasiado tarde cuando el timbre me sobresaltó. Supongo que me había quedado medio dormido. Me acerqué hasta la puerta sorprendido. No solía tener visitas tan tarde.
Por la cámara pude ver que se trataba de un oficial. Me apresuré para abrirle.

-Esto si es extraño-dije a modo de bienvenida- Uno de los azules viniendo acá.

El policía hizo una sonrisa, ¿nerviosa?

-Estaba haciendo mi ronda y me dió ganas de ir al baño, y no quiero volver al edificio central, ¿podría…?

Me sorprendió que me diera tantas explicaciones. Quizá era nuevo, parecía bastante joven.
Le sonreí para relajarlo.

-Claro, no se porqué le tienen tanto miedo al pabellón psiquiátrico, entre asesinos y locos me quedo con los locos-le comenté mientras abría todas las rejas de seguridad
-Le meto 40cc de diazepam y los pongo a dormir. –

El poli, que visto bien de cerca era bastante lindo, me dirigió otra de sus sonrisas forzadas.

-¿Dónde queda el baño?-fue toda su respuesta a mi cháchara.

Le indiqué el camino y lo observé caminar apresuradamente. No conocía muchos policías, pero estaba seguro que nunca lo había visto antes.

* * *

Podía notar que a Saga le temblaban las manos. Todo lo acontecido últimamente estaba a punto de quebrarlo, sin embargo se mantenía entero. Era increíble lo fuerte que se volvía cuando se trataba de Sagitario.
Pensé en Sorrento.
Atrapé su mano temblorosa entre la mía y el se sobresaltó.

-Hey, tranquilo.-le dije en voz baja.

Estábamos en una antesala esperando los resultados de la autopsia. En segundos nos dirían si ese cuerpo era o no el de Artemisa.
Saga me agradeció el apoyo con una sonrisa.

El forense salió finalmente, aun con los guantes puestos. Me pareció totalmente desagradable.

-¿Y bien?-le pregunté deduciendo que Saga había enmudecido por los nervios.

-Lo siento chicos, los registros dentales coinciden con los de la señora Artemisa.-

Se me cayó el alma a los pies, no podía ser…apreté la mano de mi gemelo.
El abogado fiscal de Athena rió por lo bajo.

-Pueden traer su propio forense, pero no creo que les vaya a decir otra cosa distinta-nos aseguró amable el medico.

-Esta bien, gracias.-farfullé.

Arrastré a Saga y salimos de la habitación. No quería mirar sus ojos desesperados.

-No puede ser…-lloriqueó

-Esta demasiado bien armado, podrían falsificar los registros-aventuré, sin algo mejor que decir.

Al salir de la morgue policial nos topamos cara a cara con la vicepresidenta. No estaba tan producida como cuando hacia campañas presidenciales.

-¿Ya están contentos?-vociferó, viéndose totalmente angustiada- ¿Tomaron su revancha? ¿O van a seguir ensuciando los restos de mi hermana con sus caprichos?

Al parecer el show incluía llantos. Pero no le creí ni por un segundo, sus ojos fríos no mostraban una pizca de tristeza. Solo furia contenida.

-Vamos Saga-le dije sin mirar a la mujer que aun continuaba su perorata.

* * *

Después de andar como veinte minutos por los subsuelos del ala B de psiquiatría, realmente me dieron ganas de ir al baño. Sonreí, intentando liberar un poco la tensión.
El lugar estaba oscuro y no podía seguir perdiendo tiempo, el ¿policía? De la entrada me iba a salir a buscar de un momento a otro.
Había visto como en sus ojos oscuros se pintaba la desconfianza cuando había entrado.
Pero no me hacía falta más tiempo, ya sabía exactamente lo que teníamos que hacer. Bastaría con buscar el plano entre la melena del león de mi espalda y explicárselos a los chicos.
Retomé la ruta que había seguido cuando entré, me bajé un poco el gorro para no volver a hacer contacto visual con el encargado y salí al caluroso jardín.
Caminé rápidamente hasta el agujero de la entrada y después de un rápido vistazo hacia atrás, me metí.
Pensé en Milo, en lo nervioso que estaría si el conteo había pasado. No quise mirar el reloj para no empeorar la situación.
Troté ahora si por la cañería y bajé hasta la que conectaba con la de atrás de nuestra celda. Volví a sonreír recordando cuando había llegado hasta acá para activar la calefacción en mis primeros días, buscando el encierro. Parecía que habían pasado eones y sin embargo había pasado sólo un mes.
Me quedé estático al escuchar pasos. ¿Milo habría bajado a buscarme? No, eran pasos de botas. Era un policía. Comencé a transpirar dentro del uniforme azul. Las pulsaciones se me habían acelerado muchísimo y no podía dejar de temblar.
Si realmente me encontraban fuera de mi celda y vestido de policía, iba a usar la silla antes que Aioros.
Aún entre la oscuridad lo ví venir, no era de los que conocía, quizás estaba en otro pabellón.
Me pegué a la pared y espere, intentando que no escuchara los latidos desaforados de mi corazón.
El tipo se estiró y prendió un cigarrillo. ¿Tenía que ir a fumar ahí? ¿Ahí?
Maldije mi suerte pero se me ocurrió una idea. Me pondría detrás suyo. Era la única manera de estar seguro que no me veía y además, no quería ni pensarlo, el mejor lugar de donde atacarlo si la cosa se ponía fea.
Casi me pegué a sus talones en silencio, como si tuviera la almohadilla de las patas de los felinos. No se inmutó.
Su comunicador emitia ruidos vagos, era lo único que se escuchaba, además del ruido que hacía con la boca para expulsar el humo.
En un momento retrocedió, estuve a punto de chocar contra él, pero fui más rápido.
Di otro paso para atrás por las dudas si volvía a hacer eso y sentí un dolor como nunca antes.
Estaba apoyando la espalda en el tubo de la caldera. Mi espalda. Se estaba quemando con un hierro hirviente.
Los ojos se me salían de las órbitas y me puse la mano en la boca para no gritar del dolor inconcebible que me estaba produciendo.
Intenté que mi mente pensara en otra cosa: “el dolor es solo una manifestación nerviosa”, me estoy quemando la espalda , “el dolor es solo…”, me estoy muriendo vivo, rostizado.
Al cabo de unos pocos segundos, que a mi me parecieron tan largos como la historia de la humanidad, el poli terminó su cigarrillo y se fue.
Pensando en Aioros me obligué a dar paso por paso hasta llegar a nuestra celda.

* * *

Era increíble que los polis se hubieran tragado que ese puñado de mantas era Aioria, supuse que no tendrían muchas ganas de trabajar esa noche, lo cual era un alivio para nosotros.
El Gato no había vuelto para el conteo y ya estaba empezando a preocuparme. Una vez que el guardia siguió su camino inspeccionando otras celdas bajé de mi cama de un salto.
Quería pasar por el hueco del inodoro e ir a buscarlo, pero seguramente me perdería y complicaría todo aun más.

-Tranquilo Milo, tranquilo-susurré para calmarme. Me até el pelo en una coleta, porque de repente tenía muchísimo calor.

Pasaron cono diez minutos más hasta que al fin sentí el llamado de Aioria del otro lado de la pared. Aliviado me apuré a sacar el inodoro para darle paso.
Lo ayudé a salir y me sorprendió aun verlo con la ropa de Aiacos. Algo había salido mal.

-¿Qué pasó? ¿Por qué tardaste tanto?-le pregunté en susurros.

Al moverse la luz le dio en la cara y ví que la tenía desencajada. Incluso podía notar que estaba pálido.

-¿Estas bien?

-Estoy quemado-me respondió con dolor.

Se tiró boca abajo en su cama y noté con horror que un sector de la espalda se había fusionado con la camisa azul.

-Sacamelo Milo-me pidió algo suplicante.

-¿Estas loco Aioria? ¡Esta pegado a tu piel!-dije bastante alto.

-Sacalo por favor-me ordenó- ¡Ahora!

Sintiendo que eso no iba a salir bien, tiré de la tela lo más rápido que pude.

Creo que toda la cárcel escucho en grito que Aioria no pudo contener.

* * *

Cuando Aioria se despertó estaba tan cerca de él que se asustó. Abrió los ojos verdes brillantes y miró todo desde la posición en que se encontraba. Pareció perdido por unos segundos y después se recompuso.

-¿Cómo estás? –le pregunté, suave.

-Atontado. –contestó risueño. Se me antojó adorable. Estaba boca abajo en la camilla y la luz del sol que entraba por la ventana le sacaba destellos a su espalda descubierta, dándole un aspecto de griego bendecido por los dioses. Sentí que era casi su descripción perfecta.

-Es por el efecto de la anestesia. –lo calmé.

Tuve el arrebato de tocar esa espalda bronceada pero me contuve.

-¿Anestesia? –sus ojos se abrieron grandes por la sorpresa. -¿Y por qué me pusieron anestesia? –inquirió, realmente asustado.

-Tranquilo. –le palmeé el hombro, sin poder contenerme. –Sólo tuvimos que hacerte una pequeña cirugía, para emparejar un poco el daño que te había producido la quemadura. Tu piel estaba “mal cortada”. –le expliqué, sonriendo.

Lo ayudé a incorporarse y con parsimonia y desencanto de mi parte, lo auxilié para que se ponga la remera gris de la penitenciaría.

-Tenés que tomar esta pastilla. –le dije dándosela en la mano.

Se incorporó y se estiró como un gato. Quise verlo hacer eso todas las mañanas de mi vida.

-¿Tu compañero de celda te hizo esto? –le pregunté, para pensar en otra cosa.

Su cara se sorprendió aún mas que cuando le conté de la anestesia.

-¿Milo? ¡No!

-¿Quién fue entonces?

-Esta es la respuesta que siempre te debo.

De la rabia quise pegarle en su espalda bronceada y brillante.


Cuando estaba tirando los elementos que había usado para la sutura, algo me llamó la atención. No quería creerlo.
Llamé a Shiva por el teléfono interno y esperé a que mi enfermero me lo confirmara.
Llegó corriendo, sin aliento, mi voz debía haberlo asustado.

-¿Qué pasa? –preguntó, apremiante.

-Mirá lo que encontré en la piel que le saqué esta tarde a Aioria Leo. –le mostré la riñonera* con los restos de tejido.

-¿Qué es eso? –dijo Shiva ya dejando de preocuparse y con una línea de fastidio cruzando la frente.

-Es un pedazo de tela. –expliqué, levantándola con una pinza y poniéndole el trocito de piel quemada junto a los ojos.

-¿Tela? ¿Del uniforme de los presos?

-De un uniforme azul oscuro, no el que usan los presos, precisamente.

Ahí sí Shiva se interesó en el tema.

* * *

-Te hartaste de los comentarios sabihondos de Leo y decidiste freírlo, ¿no? –le pregunté a Escorpio en el despacho del Director.
Su blanca cara se puso más pálida aún.

-Yo no fui, lo juro. –me dijo mirándome con terror, encogiéndose en la silla.

-Una celda cerrada. Dos presos. Uno aparece quemado. ¿Quién fue? –seguí, como si le estuviera hablando a un nenito. –No es necesario ser un Bruce Wayne** para darse cuenta, ¿no?

Miré a Shion, rogando que por una vez me diera la razón. No había manera de evadir la situación y el castigo.

-¿Quién es Bruce Wayne? –preguntó Milo inocente.

¡Estúpido griego ignorante! Me dieron ganas de darle un golpe.

-Yo lo encontré así. –le dijo a Shion, ignorándome. …ste lo miraba sin saber muy bien que pensar.

-Estaba raro al momento del conteo, pero como no habla mucho, no le dí importancia.

-¿Y entonces? –preguntó el director. Sus ojos de color raro achinándose por la expectativa.

-Me levanté a hacer pis y estaba así, tirado en el piso, llorando. –contó el reo.

No le creía ni una palabra. Sabía que él no había sido, pero lo que decía no tenía ningún sentido.

-¡Mentira! –le reclamé gritando junto a su oído. -¿Acaso va a creer eso, Señor? –inquirí mirándo yo también a Shion.

-Preguntele a él. –contestó Milo a su vez. –Pregúntele a Leo haber que dice.

Shion asintió, creyéndole. Obviamente.

* * *

Cuando mi primo me entregó la camisa quemada, casi lo mato.

-Fue un accidente-se excusó.

-¡Un accidente va a ser que te rompa la cara, Milo!-le grité.

Como si fuera poco, apareció Aiacos para buscar su camisa, la misma que yo tenía en mis manos, con un tremendo agujero en la espalda.
Se enojó, por supuesto.

-Fue un accidente-le dije, sintiéndome un estúpido al repetir las mismas palabras que había usado Milo.

-Dejé la plancha demasiado tiempo y…-inventé para que fuera creíble.

-No me interesa, convicto, la nueva la vas a pagar de tu bolsillo, ¿me entendiste?

Agaché la cabeza y noté que Milo ya se había escabullido. Maldito rubio mentiroso. Me debía una muy grande.


* * *

Estábamos en el mismo salón en que nos habíamos encontrado ayer, antes de la ejecución, y se veía alegre, pero tenso.
Sus ojos verdes brillaban como dos gemas en su cara desprovista de rulos. Pensé en como esos bucles iban cayendo a medida que los rasuraban y sentí una punzada de tristeza en el pecho.
Era como morir de a poco, recordé cuanto fanfarroneaba Aioros con ellos cuando éramos chicos y el impulso de besarlo y estrujarlo contra mi fue tan fuerte que no pude evitarlo.
El se sorprendió pero me correspondió el abrazo igual.
Nos besamos por un rato, pero al cabo de unos minutos, él me separó de su lado con delicadeza.

-¿Estás seguro que no lo conociste? –volvió a preguntarme con voz tranquila.

Asentí.

-Tu madre solía hablar pestes de él. –le recordé, serio.

-Lo ví. –largó de pronto, sin anestesia.

¿Cómo?

-¿Qué?

No tenía sentido lo que decía. Temí una vez más por su salud mental.

-Hace treinta años que no lo ves. –intenté apaciguarlo. -¿Cómo podrías reconocerlo?

Me miró con la cara que ponía siempre que algo lo superaba.

-S, sé que era él, y Shion me lo confirmó.

¿Shion? ¿Qué tenía que ver el director con toda esta locura? ¿Acaso había averiguado algo?

-¿Cómo te lo confirmó, si se puede saber? –le dije, enojado.

Aunque después me arrepentí. ¿Y si era alguien de la Compañía? ¿Y si eran los desconocidos Thanatos o Hypnos?

-Robin Locksley.

Parpadeé un par de veces, confundido.

-Robin Hood era el libro preferido de mi papá, cuando era chico, me lo leía todas las noches, y estuve teniendo estos sueños…

Lo interrumpí, intentando ser dulce:

-Mi amor, ¿el sueño con el nombre del libro lo tuviste antes o después que Shion te confirmara el nombre de la persona que viste?

No me contestó.

* * *

Odiaba a esa estúpida mujer de la compañía, y la odiaba mas cuando intentaba filtrear con mi Athena.
Por suerte no estaba haciéndolo en este momento, ya que nos encontrábamos en un pequeño cuartucho revisando las cintas de seguridad del edificio en donde vivía el juez. Necesitábamos saber quien era el que había dejado las pruebas y con eso retrasado la ejecución.

-Prestá atención Thanatos- me ordenó Violatte y quise agarrar de su largo cabello y tirar de el hasta hacerla gritar.

-Estoy en eso-le dije en cambio.

No sabía porque Athena me mandaba con esta lunática. Extrañaba a Hypnos.
Por quinta vez mirábamos como un tipo bastante corpulento, con una gorra que tapaba sus facciones, desplazaba un sobre por debajo de la puerta de la oficina de Minos.

-¿Ves como se cubre de las cámaras?-me señaló Violatte tocando la pantalla.-El tipo es vivo, no quiere ser descubierto.

Bravo, que gran descubrimiento.

-¡Paralo!-gritó de repente y yo volví mi vista hacia el video de nuevo.-Ahí, en el reflejo-

El hombre que manejaba el aparato amplió la imagen hasta que se pudo ver maso menos bien la cara del sujeto, un hombre barbudo.

-Hijo de…-escupió Violatte- Se quien es ese tipo.

* * *

Cuando volví a la celda de la enfermería, Milo me esperaba, con nervios en sus ojos claros.
Estaba totalmente desarmado, todavía sentía mucho dolor en la espalda, y ya estaba pensando lo peor.

-¿Y? ¿Cómo te sentís?-me preguntó.

No le respondí, necesitaba confirmar mus sospechas, por negras que fueran.
Me saqué en buzo lo mas rápidamente que pude, ignorando el tirón de la piel.
Milo me miró ceñudo, sin saber el porque de mi comportamiento.
Me saqué la musculosa también, y luego las vendas que Shaka me había colocando con sus manos suaves. Ni siquiera me importó eso ahora.
-¿Qué haces?-volvió a intentar sacarme alguna palabra mi compañero.

Como pude me miré al espejo y saqué las gasas que continuaban apoyadas sobre la herida.
Al león que tenía tatuado en la espalde le faltaba parte de su melena, que ahora estaba convertida en un manchón rosado de piel quemada.
Milo no pudo reprimir un escalofrío al ver como estaba. Luego miró mi cara que empalidecía de repente.

-Gato, ¡hablame, por favor! ¿Qué te pasa?- me dijo con exasperación.

-El plano no está- dije por fin. Confirmando lo que había estado pensando desde que había despertado en la enfermería.

-¿Qué?-

-La quemadura me borró los planos que necesitamos para salir de la psiquiatría-
Notas finales: Aclaraciones pequeñas: Riñonera: Pequeña fuente de metal que sirve para dejar los elementos usados en una cirugia. Tiene forma de riñon xD

Bruce Wayne: Por si no lo conocen (no significa que sean ignorantes como Milo xDDD) Bruce Wayne es Batman y en los comics esta considerado el mejor detective del mundo.

Ojala les haya gustado el capi, gracias de nuevo.
Besitos

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