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Sunion Break por Agus y Moony

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Notas del capitulo: HACE CINCO A—OS...

Capitulo Flashback
Hacía calor, era pleno verano y el sol calentaba el asfalto, haciendo de las calles un verdadero infierno. Parecido al que yo estaba viviendo.
Estaba sentado en la vereda, intentando no morir quemado. Las gotas de sudor me resbalaban por la frente.
Hubiera querido subir y refugiarme en la oscuridad de mi departamento, pisos arriba de donde esta ahora. Pero había llegado a la puerta para darme cuenta que había perdido las llaves.

Llevaba así un par de horas. Había llamado a Aioria para que me trajera las llaves que yo le había copiado al alquilar allí. Todavía me acordaba del llavero que le había comprado y todo: “es para cuando vengas a dormir a casa” le había dicho. Aioria no había ido nunca.
Aun no llegaba hoy tampoco.

En algún punto de la espera, el calor me adormiló. No fui consciente de su presencia hasta que sentí que alguien me tapaba el sol.
Parpadeé varias veces enfocando la vista. Allí estaba frente a mi Aioria Leo. Mi hermano menor.

-Hola. –lo saludé. Tenía sed y sentía la garganta seca y pastosa.

Me respondió con un gesto de su cabeza. Tenía los rulos más cortos y prolijos que yo, pero aún así éramos muy parecidos.
Me tiró las llaves a los pies. Me sorprendí al notar en ellas mi propio llavero, el que me había regalado Seiya para el Día del Padre, muchos años atrás.

-Las encontré dos cuadras atrás. –me explicó Aioria al ver que no entendía como podía tener él mis llaves.

-Qué idiota. –dije para mí mismo.

Tenía la cabeza en cualquier lado.

-Gracias. –le dije a mi hermano.

Volvió a hacer ese maldito gesto con la cabeza.

-Hace mucho que no nos vemos. –comenté.

Siempre que hablaba con Aioria me pasaba lo mismo. Yo me preguntaba y me respondía. Lo miré desde el piso y lo ví inalcanzable y altanero como siempre.

-Tengo algo que contarte. ¿Queres que comamos algo? –le pregunté.

La verdad es que tenía algunos problemas y necesitaba los consejos de mi hermano genio.

-No puedo, tengo que ir al trabajo. –habló por fín, tan seco como el asfalto bajo sus lustrosos zapatos.

Ya me lo imaginaba.

-Por cierto, -continuó. -¿Ya te echaron del tuyo?

Asentí, apesadumbrado. ¿Por qué tenía que enterarse de mis desgracias? Al menos me hubiera gustado contárselo yo.
Lo miré fijo. A veces hasta me costaba reconocerlo.

-Te hace sentir superior decírmelo, ¿no es así?-le espeté.

Aioria desvió la vista, aunque no pude darme cuenta si estaba avergonzado o decepcionado.

-No seas estúpido- respondió molesto- Solo estoy cansado de ser el hermano mayor de mi hermano mayor.

No acoté nada y lo ví dar media vuelta e irse.

* * *

Entre al departamento dando un suspiro. Siempre que hablaba con Aioria terminaba deshecho. Entendía que no era el mejor de los hermanos, pero siempre había intentado darle una vida digna. Supongo que no había sido suficiente para ganarme su simpatía.

Dejé de pensar en las duras palabras de Aioria cuando un sonido me alertó. Levanté la vista y ví a tres hombres cómodamente sentados en mi pequeño living. Me dí un susto de muerte, hasta que reconocí a uno de ellos.

Se llamaba Babel, le debía noventa mil pesos.
Me relajé solo un poco, al menos no eran ladrones…desconocidos.

-Hola Aioros- me saludó este con voz siseante. –Hace mucho que no pasas a verme, asi que me tomé la libertad de pasar yo.

Me sonrió. Le devolví el gesto forzadamente.

-Lo siento Babel, aun estoy intentando conseguir el dinero, pronto te lo voy a pagar, lo prometo.

La risotada que soltó mi “prestamista” me puso la piel de gallina.

-Aioros, yo y vos sabemos que nunca vas a conseguir esa suma.

Tenía razon, pero no entendía a donde iba con la conversación, ni tampoco porqué habia irrumpido en mi departamento.

-No entiendo—empecé, pero él me interrumpió.

-Como empezaba a preocuparme porque esa plata jamás volviera a mis manos, pensé una forma diferente de cobrarte.-explicó-Digamos…en especias.

La horrible sensación que tenía desde que había recibido las quejas de Aioria se acrecentó con estas últimas palabras.
Babel estaba tranquilo, los otros tipos que lo acompañaban, alertas.

-Tengo algo que podés hacer por mi.-me dijo finalmente- Algo que saldaría la deuda.

-¿Entregar mi alma?- bromé y mi “amigo” volvió a soltar esa espeluznante risotada.

-Mucho mas simple Aioros.-

Tal como lo imaginaba, Babel quería que me deshiciera de una tal Artemisa, la hermana de la vicepresidenta.

-No voy a matar a nadie-sentencié.

A los hombres no les gustó mi reacción y los ví tensarse por unos segundos.

-Aioros, no seas tonto -me insistió- Es una simple bala de noventa mil pesos.

Estaba transpirando horrores. Acababa de darme cuenta de que Babel y sus amigos no aceptarían un no por respuesta. Pero yo no era un asesino. No lo haría.

Discutimos brevemente hasta que ellos jugaron su carta ganadora.

-¿Qué vida es mas importante Aioros, la de una desconocida o la de Seiya?

Las piernas querían dejar de sostenerme, pero hice un esfuerzo para no caer. Miré los ojos oscuros de Babel.

-¿Por qué me haces esto?- pregunté rendido.

-No seas melodramático Aioros- me contestó risueño- Esto es lo mejor para los dos. Saldarías tu deuda y tendrías a tu hijo sano y salvo.

* * *

Las burbujas de la cerveza que me estaban sirviendo parecían una continuación de mis pensamientos. Todos arremolinados, mezclados y mojados.
Mojados como la calle de afuera del bar donde estaba, porque llovía copiosamente desde hacía horas.
Todo el calor que había hecho a la mañana se había desatado en una tormenta espantosa que llenaba todo de humedad y gente apiñada en lugares chiquitos. Como este bar donde me tomaba mi novena cerveza burbujeante y mojada y con el porrón húmedo que se me resbalaba de los dedos.
Todo lo veía en una especie de lluvia. Todo menos a él.
Saga Geminis venía caminando hacia mí con su pelo mojado cayéndole junto a las mejillas, haciendo de marco perfecto para su cara perfecta.
Sabía que me había visto, y sabía que quería hablar conmigo.
Desgraciadamente también sabía de qué:

-¿Cómo está Aioros? –su aliento húmedo y con gusto a vino me sorprendió, al estar mojado pensé que vendría de la calle.

-Sigue siendo Aioros. –le contesté, intentando hilar los pensamientos mientras su boca se quedaba quieta y todo el resto del bar se movía. ¿O era al revés?

-Hace como cuatro meses que no lo veo. –dijo como si no le importara. Supe de inmediato que mentía. Sus ojos se habían puesto húmedos.

-Yo lo ví esta mañana. Volvió a perder el trabajo.

¿Había sido realmente necesario decir eso? Supe que las palabras se me escurrían, como el agua de un río.

Saga hizo un puchero que se me antojó adorable, y creo que se me humedecieron los labios. Estaba demasiado borracho. Yo. Y él estaba demasiado apetecible.

* * *

Llovía torrencialmente en Grecia, pero el calor persistía, pesado, como augurando algo peor que aún no se había desatado.
Yo igual estaba temblando. El arma que Babel me había proporcionado para el asesinato descansaba entre mi cuerpo y la cintura de mi pantalón.
Había aceptado, por supuesto. La vida de mi hijo valía mas que nada.
Me prendí otro cigarrillo para combatir el nerviosismo. No quería hacerlo. No podía. No era un asesino.
Miré el reloj, aun faltaba para la hora precisa, en momento en que mi victima se encontraría sola en un enorme estacionamiento. El momento en acabaría con su vida.
No quería, pero no tenía opción. O al menos no se me ocurría ninguna. No era nada inteligente.
Pensar en eso me llevó a Aioria. …l sí lo era.

* * *

Al cabo de unas horas o minutos que se nos escurrieron de las manos, llegamos a mi departamento. La lluvia arreciaba como si hiciera siglos que no llovía. Saga seguía empapado. Quería que se sacara la ropa mojada.
Quería chuparlo y lamerlo y dejarle el cuerpo húmedo.

-Debería pedirme un taxi. –dijo de pronto, con voz ronca. Creo que ahora él también estaba borracho.

Nos pusimos muy cerca. Ni siquiera había prendido las luces. No las necesitaba, los relámpagos nos iluminaban, como si Zeus me advirtiera que no hiciera lo que quería hacer, que me estaba mirando.

* * *

Saqué el celular y mis dedos temblorosos marcaron su número. Quizá el tenía una buena idea para librarme de esto y proteger a Seiya al mismo tiempo.
El teléfono sonó varias veces, pero nadie contestó.
Volví a intentarlo.

-Vamos Aioria, levantá el maldito teléfono-lo apremié.

No sirvió. Finalmente entró el contestador automático. Decidí dejarle un mensaje.
-Aioria, sé que siempre te estoy llamando para pedirte cosas y eso, y sé que te molesta, pero esta vez es muy serio, tengo un problema Aio, y no se que hacer. Te necesito, necesito tus consejos inteligentes, necesito…-la maquina pitó en señal que casi se acababa el tiempo…por favor llamame.-alcancé a decir.

* * *

Sonó mi teléfono y también iluminó la habitación, el pelo mojado de Saga y el charco que había dejado en mi alfombra al quedarse quieto en el medio del living.
Era Aioros, por supuesto.
No quería atenderlo. Estaba cansado, estaba borracho, estaba excitado con su novio. O con su ex novio, o como fuera.
Le corté. Ya dejaría un mensaje lacrimógeno como siempre.
Tiré el celular al sofá. Hizo un ruido sordo que ninguno de los dos escuchó, quizás por el latido de nuestros corazones, quizás por el ruido de los truenos.

-Voy a llamar un taxi. –decidió Saga, cuando ya las gotas que caían de su nariz estaban mojando mi barbilla.

Y así lo hizo.
Me fui a dar una ducha. Fría.


* * *
Mi hermano nunca llamó. Supongo que era lo mejor, tenia que hacerlo y si el me decía que no, ambos nos meteríamos en problemas.
Tiré el cigarrillo y miré el reloj. Era el momento.
-Perdón Seiya, perdón Aioria- pensé mientras me metía en el amplio y vacío estacionamiento.

Saqué la pistola de mi cintura y me deslicé silencioso. El auto que me habían marcado estaba efectivamente allí.
Estaba bañado en sudor. Sabía que tendría que enfrentar a una mujer y apretar el gatillo frente a ella. ¿Realmente podría hacerlo?

Alcé el arma y la destrabé. Lo haría lo mas rápido posible, inclusive evitaría mirarla a los ojos.

Cuando llegué a la ventanilla, preparado para disparar, me quedé de piedra.
Eso sí que no me lo esperaba. Artemisa ya estaba muerta.
No se le veía la cara, porque su frente descansaba sobre el volante. Su largo y ondeado cabello rubio, manchado de sangre, tapaba el resto.
Alguien se me había adelantado. Aunque no sabía si era bueno o malo.
Bajé la pistola rápidamente y la volví a esconder.
Sin saber que demonios hacer a continuación, salí corriendo tan rápido como pude.

* * *

-¡Yyyy, corten! –gritó mi hermano, riendo como hacía mucho tiempo que no lo veía.

El tipo que manejaba los aparatos asintió.

-Qué fácil fue, que tonto es. –repitió mi gemelo sentándose finalmente, después de largos minutos de estar parado junto a la televisión que proyectaba la imagen de lo que filmaba la cámara de seguridad.

El dueño del lugar, apretó un par de botones y nuevamente vimos a Aioros Sagitario caminando hacia su destino sin darse cuenta.
Thanatos hizo un ruido de disparo en el momento que debería haber estado el tiro y luego volvió a reír.
Yo sabía porqué estaba tan contento. Y no era porqué todo había salido bien. Era porque iba tener una buena noticia para darle a nuestra jefa, a la Señora Athena. Y ella se iba a alegrar. Y mi hermano vivía y sonreía por y para la Señora Athena. Por y para su alegría y el cumplimiento de sus caprichos.
Suspiré. Estaba tan perdido últimamente. Le había gustado desde siempre, pero más graves se iban convirtiendo sus demandas, mas cambiaba Thanatos a su lado.

-¿Tenes la ropa? –inquirió después de un rato de ver y rever la fatídica caminata de Sagitario.

Asentí. Le señalé la bolsa donde tenía guardado el pantalón y la camisa manchadas de sangre de la hermana de la Señora Athena. La ropa que luego entregaríamos a la policía en lugar de la verdadera que portaba Sagitario.
Mi hermano me pasó la mano por la cabeza, como a un niño pequeño y sin dejar de sonreír salió para hablar por teléfono.

* * *

Era de noche, pero igual hacia muchísimo calor, la lluvia solo había dado paso a mas humedad. Odiaba el calor, me sentía exhausto y descompuesto con los días así.
Igual había salido a recorrer la ciudad.
Mis amigos me habían insistido tanto que acepte solo para no escucharlos.
Había llegado de Francia hacia una semana y era la primera vez que salía a recorrer Grecia. La belleza era increíble. Yo amaba Paris, la ciudad luz, pero esto te llevaba directamente a un viaje en el tiempo. Ojala no hiciera tanto calor.

Los chicos y yo fuimos a tomar algo para refrescarnos y luego a caminar. Miraba todo maravillado, en la noche Grecia cambiaba, y con la cuidad mojada por la repentina lluvia todo olía a piedra mojada. Era casi irreal.

Nos detuvimos sorpresivamente y miré a mi alrededor, uno de mis amigos había parado a sacarse una foto. Habíamos venido por una beca, pero mi familia me había confirmado que llegarían en unos meses, mis padres querían tomarse vacaciones y aprovechaban para no separarse de mi. No sabía cuanto me quedaría en ese hermoso país.

Me llamaron la atención un grupo de hombres que reían al otro lado de la calle. Hablaban griego, no entendía del todo, ya que mis clases apenas comenzaban.
Eran tres, uno alto y fornido, uno bastante más flaco y cuyo cabello albino brillaba en la oscuridad, y uno rubio de pelo largo.

Lo miré fijamente, como si fuera un objeto. Hipnotizado.
Por dios, era bellísimo, tanto como su país.
El me miró también, e incluso en la noche pude ver sus ojos claros. Me sonrió y yo enrojecí como un tonto.

Un hombre de rulos pasó corriendo y golpeó al joven. Este se trastrabilló y le dirigió un improperio en griego.

-¡Hey Camus!- me llamó mi amigo y yo por fin aparté los ojos del rubio.- Vamos.
Me despedí con la mano, seguro de que volvería a verlo. El me devolvió el saludo.

* * *

-Me sigue doliendo, enfermero. –me dijo uno de los pacientes cuando recién había terminado de pasarle un analgésico por su vía.

Resoplé intentando que no se diera cuenta y le expliqué que en unos minutos le empezaría a hacer efecto el calmante.
Pareció quedarse tranquilo y me agradeció con una sonrisa.
Yo también sonreí.
Levanté la bandeja con la que había llevado los elementos que necesitaba y me fui al office a descansar un rato.
Era amplio y espacioso, cubierto todo de afiches de salud y vidrios espejo. Una de las ventajas de trabajar en esta Clínica era ese lugar, era muy confortable y muy distinto a otros donde había estado.
Me lavé las manos y cuando finalmente me iba a sentar, a través del vidrio vi pasar raudo hacia uno de los costados al medico más lindo de la institución. Dr. Shaka D’Virgo. Mi novio.
Miré hacia ambos lados, no venía nadie, así que lo seguí.
Su pelo rubio y largo bailaba sobre su espalda blanca, estaba todo despeinado. Anoche no se había bañado después que yo me hubiera ido, al parecer.

-Hey, psst. –le chisté cuando llegó al cuarto donde guardábamos los fármacos.

Giró rápidamente, sorprendido y asustado. Cuando vió que era yo, se relajó, pero hizo una mueca de irritación.

-Tranquilo, soy yo. –lo calmé mientras ambos entrábamos al depósito.

Se acercó a mí en silencio y me plantó un beso que me dejó sin respiración.
Me puso la mano detrás del cuello y me puso la lengua detrás de los dientes.
A los minutos, cuando nos separamos para respirar me dijo que me corriera, que tenía cosas que hacer.
Yo sabía cuales eran esas cosas.
Era otra de las ventajas de trabajar en ese lugar. Las drogas estaban al alcance de la mano.
Shaka sacó un pequeño lazo hemostático del bolsillo, y con una habilidad profesional se lo ató en el brazo. Sus ojos ya relucían por lo que estaba por venir.
Su cuerpo entero lo sentía.
Yo estaba entre la desilusión y el deseo. Desilusión porque al ser enfermero era mucho más obvio cuando me drogaba, y no podía quizás colocar una vía correctamente.
En cambio él se podía tirar a dormir un rato mientras le hacía efecto y nadie lo iba a molestar.
Y deseo porque mi novio se veía hermoso cuando se descontrolaba por otra dosis.
Se veía super sexy cuando se arremangaba su ambo y después de haber llenado la jeringa con morfina se la inyectaba lentamente.
Tuve un escalofrío de placer que controlé para que no se convirtiera en una erección.
Shaka, todavía sosteniéndose el brazo donde se había inyectado, vino hasta mí y me encajó otro beso. Después, trastrabillándose un poco salió del lugar y yo tiré en un tacho con bolsa roja los desperdicios de otro día de trabajo.

* * *

¡Era increíble el calor que hacía en Grecia! Mis compañeros parecía que iban a derretirse de un momento a otro. Sus caras pálidas transpiraban y sus tatuajes de puntitos parecía que iban a borrarse.
Disimuladamente me pasé por el rostro uno de las estolas que me colgaban de la cintura.

-¡Aries! –llamó uno de los maestros.

Di un respingo, pensando que me iba a retar por el mal uso del uniforme.
Pero no era así.
Me hizo un gesto con la mano para que me acercara y con un movimiento de la cabeza me indicó que entrara a un auto que parecía que había salido de la nada.
Agradecido por ocultarme un rato del sol me metí sin muchos miramientos.
No podía ver claramente a las personas que nos acompañaban puesto que todavía tenía el brillo del sol en los ojos, pero me dí cuenta enseguida que no eran del grupo.
No tenían puestas las togas como nosotros y tampoco tenían los puntitos característicos de mi aldea.
Tenían trajes. El vello de la nuca se me erizó sin poder evitarlo.

-Buen día, ¿sr…? –dijo uno de ellos, en un perfecto tibetano.

-Aries, Mu Aries. –contesté, aún receloso.

-Tenemos entendido que usted es uno de los maestros de su aldea.

Asentí. ¿A dónde querían llegar estos tipos?

-Tendría que firmar unas autorizaciones.

-¿Autorizaciones? –pregunté.

Mi maestro me dirigió una mirada de rabia.

-El dinero que recolectamos… –explicó uno de los trajeados. –estaba dirigido a la compra de la comida de la aldea.

Ya lo sabía. Habíamos sacado las cuentas y casi llegábamos al año.

-Pero, ¿no sería mejor que los aspirantes a monjes se interiorizaran en uno de nuestros preceptos más antiguos, el de no tomar cosas materiales…

Seguía hablando pero yo ya no lo escuchaba. ¿Acaso quería quedarse con la plata de la peregrinación?

-Sr. No entiendo, ¿quiere que ayunemos para poder meditar más claramente o quiere meterse el dinero de la recaudación en el bolsillo?

-Aries, no es lo que parece. –intentó disculparse.

-Yo creo que sí.

El aire dentro del automovil se había puesto tan denso y pesado como afuera.

-Voy a denunciarlos al Consejo. –me arriesgué, decidido.
La reacción de los hombres fue solo mirarse de manera sombría. Ninguno se sorprendió o intentó explicarse.
-No va a ser falta. –contestó el primero que había hablado.

-Mu Aries, lo expulsamos de la sociedad de monjes tibetanos de Jamir.
Me dio la impresión de que ya tenian pensado que hacer conmigo desde que habia entrado en el auto.

* * *

Cuando entré a la empresa donde trabajaba Aioria, sentí cierto respeto, junto con un escalofrío. Ese nenito lleno de rulos dulce y cariñoso, se había transformado en un ser frío y calculador. ¿En un empresario? ¿Era cierto que las personas podían cambiar de tal manera? ¿O es que Aioria simplemente estaba ocultando su verdadera cara y el Leo que todos conocían y admiraban era solo una máscara? Pronto lo sabría.
De la última vez que lo había visto sólo recordaba escenas vagas, de lluvia y de taxis. No iría ahí, no por ahora.

El recibidor tenía distintos tonos pasteles, y una decoración típicamente griega. Típico de Aioria. …l amaba su país, sus raíces y haber sido bendecido con un cuerpo y una cara digna de una estatua no hacía más que alimentar su nacionalismo.
Un par de cuadros aquí y allá y una fuente silenciosa donde una especie de Afrodita emanaba agua de un cuenco sobre su cabeza. Pensé en que la imagen no correspondía en verdad a un mito y me sorprendí. Quizás se la habían regalado.

Estaba nervioso. Más que nervioso. No quería admitir la verdadera razón de mi visita, pero supe que tenía que hacerlo. Se lo debía.
A él y a mí.
A mí porque no tenía sentido seguir mintiendo. Y a él porque lo amaba desde el primer momento en que lo había visto.

-Saga, ¡que sorpresa! –dijo Aioria sonriendo a medias, clásico en él.

Llevaba un traje oscuro y una camisa clara que contrastaba deliciosamente con su bronceada piel.

-Me imagino que te habrás enterado de los de Aioros. –empecé. Quería que supiera pronto por donde venía la cosa.
Sus rasgos se tensaron por una centésima de segundo pero yo lo noté. Lo conocía desde que era muy chiquito.

-Por supuesto.

-Tenemos que hacer algo. –dije, tranquilo, esperando su reacción. –Soy abogado, puedo apelar, saber por qué--

-Lo único que querría saber es para qué quería tanto dinero. –me interrumpió.

-¿Drogas? –inquirió después, en voz muy baja.

Todavía estábamos en medio del pasillo y supongo que no querría avergonzarse delante de sus accionistas.

Negué con la cabeza. Sabía porqué Aioros necesitaba esa plata, pero no podía decírselo. Aioros me lo había prohibido.

Suspiró, pasando el peso de su cuerpo de un pie a otro, como si se estuviera intentando calmar.

-Lo primero que tenes que hacer es ver las cosas objetivamente, Saga. –me ordenó.

-¿Qué queres decir?

-Que tenes que dejar tus sentimientos de lado. Aioros cometió un asesinato, no se robó una manzana para comer.

Me quedé un segundo en silencio intentando entender su metáfora. No sirvió. Tampoco me importaba, la sangre me estaba empezando a hervir de la rabia de verlo actuar así, como si nada de lo que había pasado tuviera que ver con él.

-¡No hagas como si fuera tu vecino, Aioria! ¡Es tu hermano! ¡Y está preso!

Su cara no hizo ningún gesto.

-No es mi culpa si gastó su plata. Si la dejo en bares y prostitutos caros.

Sabía que lo decía para herirme, pero no me importó, no era cierto.
Pero yo sí tenía una verdad:

-¿Sabes cuando gastó la plata Aioros? ¿Lo sabes? –le recriminé, sintiendo como me temblaban las manos.

No contestó.

-¡La usó para pagar tus estudios! ¡Para que entraras en la mejor universidad! ¿Te creíste lo del seguro de vida de tu madre? ¡Estás muy equivocado Aioria!

Ya estaba gritando, ya estaba con lágrimas en los ojos pero seguí igual:

-¡Aioros pidió plata allá y entonces para pagarte tu carrera de chico genio, y ahora le están cobrando los intereses de eso!

Retrocedió como si le hubiera dado un golpe en la cara.
Yo seguía temblando, las pulsaciones me debían ir a doscientos.
Aioria negaba con la cabeza y tenía la boca abierta.

-No puede ser…-balbuceó.

-Vamos, sos más inteligente que esto. –yo ya no podía parar y sabía que después me arrepentiría.

Caminó hasta su oficina y se dejó caer en una silla. Cayó su cuerpo y cayó su máscara.
Sus ojos verdes brillante se llenaron de lágrimas y supe que lo había recuperado.
Ahora sí teníamos oportunidad de ayudar a Aioros.

* * *

Antes de llegar a la pequeña comisaría donde mantenían a Aioros, recordé con horror como me había portado la última vez que nos habíamos visto. Cuando todavía no sabía que la plata la había gastado en mí.
Cuando le había recriminado que estaba en el lugar justo en el momento equivocado, y él me había dicho, con un golpe de inspiración, que “las apariencias engañaban”. Yo le había contestado con un frío: “Esperemos que sí”.
Me sentía la peor basura de la tierra, no merecía su perdón, ni siquiera merecía que se dignará a verme. Sin embargo ahí estaba, con su sonrisa de siempre.
Se me hizo un nudo en el estómago.

-¿Por qué no me lo dijiste? –fue lo primero que salió de mi boca, casi sin poder evitarlo.

Al principio se quedó callado, como intentando darse cuenta de que le estaba hablando. Después cayó.

-No es tu culpa. –dijo, reconciliador.

No me lo creía.

-La noche en que llamaste…-comencé. ¿Era capaz de contarle? ¿Era capaz de confesarle lo que me acordaba de aquella fatídica noche?
Me miró, sorprendido nuevamente. Sus ojos verdes relucieron.

-Nada, nada…te debo una disculpa, por no atender.

Se quedó mirándome, pero después se encogió de hombros.

-No importa Aioria, ya pasó.

-¡No pasó nada! ¡Está muy lejos de pasar! ¿Sabés lo que pidió la vicepresidenta? ¿Lo sabés, no? –estaba enloquecido, y no podía contenerme.

Asintió despacio. Igual se lo dije, con la voz quebrada.

-¡La pena de muerte Aioros! ¡La pena de muerte! ¡Si te encuentran culpable…! –no pude seguir, me largué a llorar como un nene chiquito.

-Yo no lo hice. –repitió, ingenuo, como si eso zanjara la cuestión.

Le dí un golpe a la mesa. El policía de la puerta negó con la cabeza. ¡Que se vaya al diablo!

-¿Por qué todas las evidencias apunta a que sí?

Se encogió de hombros.

-¿A quien te parece que le van a creer? ¿A alguien del gobierno o a un desempleado borracho?

Aioros sonrió triste:

-No soy un borracho.

Yo no le veía ni pizca de gracia.

-Tenés que seguir con tu vida, Aio.

Ahora yo negué con la cabeza. Incapaz de creer que dijera eso, o que pensara que yo lo iba a hacer. Aunque después de todo no lo culpaba. Yo había hecho eso y más, mucho más en este último tiempo.

-No puedo. –contesté, dubitativo, sin dejar de llorar.

Cientos de sentimientos bailaban en mi cabeza y no estaba seguro cual iba a dejarse ver de un momento a otro. ¿Rabia? ¿Compasión? ¿Tristeza? ¿Decepción? Todos me parecían igualmente válidos.

-Podés y lo harás.

Me puso la mano en el hombro.

¿Podía? ¿Lo haría?


* * *

Estaba enamorado. Muy enamorado.
Me sentía genial, como si tuviera un globo dentro mío que se elevaba de a poco haciendo que pudiera flotar por los aires.
Le comenté lo que sentía a Crystal. Era mi primo y un buen amigo.
Pero por alguna razón no le gustó lo que le decía.

Había conocido a Camus hacia unos días y nos habíamos encontrado un par de veces rodeados de amigos. Suyos y míos. Aun no había pasado nada, pero estaba seguro que ese precioso francés también sentía algo por mí. Y ansioso como era, quería formalizar de inmediato.

-No te conviene Milo- me respondió Crystal finalmente, poniéndose muy serio.

Lo miré extrañado. No entendía porque decía eso.

-¿Sabes algo que yo no? ¿Acaso es un mafioso infiltrado? ¿Un asesino? ¿Se droga y me va a arrastrar a mi también con su adicción? -Bromeé.

A mi primo no le causó gracia.

-No, pero es de una buena familia. Tiene plata, y vos no.- me respondió crudamente.

Me quedé helado un momento. Tenía algo de razón, pero…

-Me dijiste que querías llevarlo a comer. –Puntualizó- y no podes llevarlo a cualquier bolichito, tiene que ser un buen lugar…

Asentí, obviamente, ya había pensado en un lujoso restaurante en el centro de la cuidad.

-¿Y como pensás pagarlo, genio?

Fruncí el entrecejo. Crystal tenía razón, pero no podía perder a Camus, ahora que lo había encontrado. Tendría que sacar plata de otro lado.


Me sentía muy nervioso y culpable. Pero pensaba en mi pelirrojito precioso y daba otro paso. Había accedido a venir a comer solo conmigo el próximo sábado y entonces había llegado el momento de conseguir la plata para pagar la cena.
Cassios me había conseguido un arma y ahora estaba merodeando por un almacén bastante grande que había sido designado como víctima.
Cuando le apunté con la pistola y le dí un par de gritos, el hombre detrás del mostrador empalideció y empezó a temblar. Me dió pena.
-No te voy a hacer nada, solo dame la plata-le dije para tranquilizarlo.

El hombre revolvió entre la caja y sacó una increíble cantidad de billetes. Sí que ganaba bien, pensé tontamente.
Me los extendió mientras seguía suplicando por su vida.

-Solo necesito esto- dije tomando trescientos pesos y dejando el resto. El dueño del lugar me miró extrañado.

Soltó una risita nerviosa.
Yo me guardé el arma y el dinero y salí corriendo. Con eso me alcanzaba para agasajar a mi chico. ¿Para que iba a querer más?

* * *

A pesar de lo que había pasado seguía siendo parte de los monjes. Seguía creyendo en ellos y en su filosofía. Y no iba a dejar que me arrebataran esta parte de mi vida.
Al otro día de la expulsión, me dirigí a la embajada que India tenía en la capital de Grecia. Estaba tan enojado y dolido que no había sido capaz de llamar a casa.
Tokusa y Kiki se habían criado conmigo y yo los había arrastrado a vivir en un lugar nuevo, completamente distinto a nuestro antiguo hogar sólo para intentar llevar un poco de felicidad a los lugares mas pobres y castigados de mi propio país.
Pero no había podido hacer nada, no me habían dejado. Se había entrometido el dinero, y los hombres que hacen lo que sea para conseguirlo.
Prácticamente se me salían las lágrimas, pero no les iba a dar el gusto.
Entré a la embajada, ya había pedido cita previamente, y me saqué las sandalias. Era una costumbre musulmana pero en mi aldea la habíamos adoptado.
Me sentía mas libre. Estúpido, lo sé, pero necesitaba toda la energía que fuera capaz de conseguir.

Iluso creí que me iban a atender pronto, iluso creí que cuando me habían dado la entrevista me iban a creer a mí y no a los tipos de traje.
Le expliqué todo al cónsul y en menos de cinco minutos ya tenía la policía griega detrás mio.

-Queda arrestado por órden del gobierno de India por la usurpación de fondos…

No protesté, no me enojé, simplemente suspiré, intentando calmarme. Me la habían jugado. Me habían echado la culpa a mí de modo que no pudiera incriminarlos. No tenía pruebas y tampoco tenía plata.

-¿Me van a deportar? –inquirí, a uno de los polis. Asustado de no saber con quienes se iban a quedar Kiki y Tokusa.
Asintió.

Me horroricé. ¿Qué iban a hacer mis chiquitos lejos mío? Enseguida tendría que comenzar a planear la manera que viajaran para casa.
No podía pensar en otra cosa.

* * *

-En el caso de Aioros Sagitario contra el Estado de Athenas, el jurado encuentra al acusado…

Aguanté la respiración. Aunque sabía que íbamos a perder. Mi defensa había sido un desastre y teníamos todas las pruebas en contra.

-Culpable.

Por supuesto.
Miré a Aioros que sólo había cerrado los ojos un momento durante el veredicto y se me cayó el alma a los pies.
Lo ví joven como nunca, pequeño, indefenso. Me recordó cuando nos conocimos, hacía tantos años. Y que a pesar de ser tan chicos habíamos quedado completamente fascinados el uno con el otro.
Aioria al lado mio solo agachó la cabeza.
Parecía todavía que no se había dado cuenta de lo grave de la situación. La hermana de la vicepresidenta asesinada había proclamado en todos los noticieros centrales, que demandarían la pena de muerte para el acusado. Y lo había culminado con un desmayo.
Todo el pueblo se había puesto en contra. Era un golpe tras otro.

Cuando Aioros y los polis que lo escoltaban pasaron al lado nuestro, me estiré para abrazarlo. Estaba rígido y me correspondió el saludo de forma automática, sin sentimientos. No lo culpé, saber que te van a meter preso y que la única manera de salir es en una silla eléctrica no era muy alentador.
Quise decirle que íbamos a apelar, que íbamos a hacer todo lo posible pero tenía la garganta seca. Y lo frío de su mirada me sacó todo intento de consolarlo.

Aioria le dio un rápido apretón de manos, su hermano le correspondió en cierto modo de forma más auténtica que a mí.

-Lo siento. –dijo, tontamente.

-No fue tu culpa. –contestó Aioros con la voz quebrada.

Y yo me quedé ahí, viendo como dos hombres azules se llevaban al amor de mi vida a la muerte (valga la contradicción) y no podía hacer nada.

* * *

Milo se dejó caer junto a mí respirando aun agitadamente. Desnudo y transpirado era como un sueño. Me sorprendí que fuera mío.

-Te amo francesito-me dijo al tiempo que se acercaba para otro beso.

Acabábamos de hacer el amor y él ya estaba buscando más. Era insaciable.

-Yo también- le respondí cuando nos separamos.
Se acostó de lado y sostuvo su cabeza con la mano, apoyando el codo en el colchón. Con la mano libre recorrió mi abdomen que aun brillaba de sudor.

-Amo que estés todo mojadito luego de hacerlo-me dijo de manera infantil

-Milo, eso es vergonzoso-lo reté poniéndome colorado.

…l volvió a besarme.
Luego ambos nos pusimos a mirar el techo de mi departamento.

-¿Qué queres para el futuro Milo?-dije pensativamente.

Yo aun estaba estudiando y el trabajaba de obrero. No sabía como podríamos hacer para poder vivir juntos.

-A vos- me respondió simplemente- No importa lo que venga si vos estas ahí conmigo.

Me enterneció profundamente. Decía ese tipo de cosas tan naturalmente. Era transparente en sus deseos y sentimientos.
En ese momento supe que yo también quería pasar con el resto de mi vida con él.

* * *

Cuándo me sacaron de la embajada me sentía mas triste y humillado de lo que me había sentido nunca. Hasta ahora. Hasta ahora que me estaban ofreciendo un trabajo que sólo le ofrecían a los inmigrantes ilegales, que sólo le ofrecían a los parias. No, no era asesino a sueldo. Simplemente era manejar un camión con droga por toda la frontera con Yugoslavia.
Luego de salir de la comisaría, los mismos tipos que me habían puesto una trampa, me dijeron que solo había una manera de permanecer en Grecia, y era esa. Que ellos mismos arreglarían con la policía local si aceptaba.
Nadie iba a enterarse, iba a salir todo bien, y además, ¿Qué podía esperar alguien como yo? Acepté, otra no me quedaba.
Era irme a mi país en forma bochornosa dejando a las únicas personas que tenía, o manejar un estúpido camión con mercancía ilegal.
Y ahí estaba, con una foto de Kiki y Tokusa en la luneta delantera y tirando por la borda todo mis principios y creencias.
Otra vez tuve la sensación de que era solo una marioneta manejada por los altos mandos del consejo.

* * *

No podía sentirme peor. Realmente no podía. Leía y re leía las fotocopias que Saga había hecho para mí en un intento de… ¿Qué? ¿De hacerme sentir mejor?. “Para que me diera cuenta como habían sido los hechos” había aclarado.

¿Y de qué me servía eso? Mi hermano finalmente había cruzado la raya. ¿O no? No quería creerlo. Finalmente se había convertido en el hombre que parecía que no iba a ser.
En el hombre que estaba destinado a ser, por su origen, por como lo había tratado la vida…Suspiré, por un momento pensé que iba a lograrlo. Por un momento pensé que iba a cambiar la historia, y a que a pesar de ser desempleado, padre ausente, un tanto alcohólico y fumador, no se iba a descarrilar por completo.

Pero me había equivocado. ¡Vaya, para ser genio no lo había visto venir en absoluto!
Leí una vez el informe de la policía, firmado por el Juez. Aioros Sagitario. El nombre de mi hermano parecía resplandecer en aquella letra despareja de persona claramente ignorante. Parecía resplandecer y demostrarme que sí, que lo había hecho, que había asesinado a una persona. Todo entre comillas, por las dudas, por las dudas que no fuera cierto. Claro, como si tuviera tanta suerte.

Enojado decidí guardar el escrito en un cajón y no volver a mencionarlo. Abrí el de mi escritorio, de roble oscuro, se deslizó como una seda y lo que ví adentro cortó momentáneamente mi respiración.
Entre las muchas hojas decoradas con el membrete de mi nombre y de mi empresa, estaba, amarillenta por el paso de los años, una de las flechas de origami que me hacía mi hermano cuando era chico. La agarré con ternura, como si fuera de oro.

Los ojos se me llenaron de lágrimas tan rápido que no pude contenerlos. ‘Perdón hermano’, susurré a la nada.
Me decidí, de pronto, como impulsado por un rayo.
¿Para qué negarlo? Nunca había creído en el destino, siempre aseguraba que los hombres podíamos cambiarlo, con nuestras acciones.
Así que lo haría.

* *

Caminé contento hasta encontrarme con mi novio que me esperaba contento. Había salido mas temprano que yo y me miraba con alegría desde la placita donde esperaba sentado.
Se notaba que todavía estaba haciéndome efecto lo que me había inyectado antes de venir, ya que veía que Agora caminaba hacia mi con miles de plumas y flores de Lotto que le caían del cielo, alrededor.

No creí que eso fuera cierto, pero las plumas le seguían cayendo en la cabeza cuando me estampó un beso que resonó por toda la cuadra.

-Te traje un regalo. –logré decirle mientras caminábamos hacia la casa de alguno de los dos, la que llegáramos primero.

-¡Sí, sí! –aplaudió Agora, las plumas caían suavemente junto a sus hombros.

Abrí como pude el bolso blanco que llevaba y le entregué un guante lleno de jeringas y ampollas de morfina.
Sus ojitos oscuros se abrieron grandes, grandes. Parecían dos huecos negros enormes en su cara, y le daba aspecto de calavera. Me asusté.
Me sacó de mis pensamientos un chiquito en bicicleta que casi nos tira de la vereda.

-Quiero besarte. –me dijo mi novio de pronto. Sentí su aliento cálido en la oreja y me dio un cosquilleo.

Caminé más rápido, casi arrastrándolo. Quería llegar rápido a algún lugar tranquilo. Y besarnos, y muchas cosas más.
Al moverlo así, las plumas de sus hombros cayeron. Yo también quise tener algunas.
Podría armarme unas alas bien grandes y salir volando lejos. Hacerme fuerte, fuerte como Ícaro, fuerte como el ruido de la bocina que cortó la tranquilidad de la tarde.
La bocina que salió del auto que chocó al chico de la bici que casi nos tira a la vereda.

Un par de mujeres de mediana edad gritaron aterradas. La sangre del muchacho ya le cubría la cabeza y también manchaba toda la calle gris, como un río rojo aterrador.
Unos hombres mñas grandes también habían parado a ver. Uno de ellos tenóa un buzo rojo, como la sangre del chico que seguía fluyendo.
Todo se me puso blanco, y después negro, y después blanco y negro alternativamente.

-¡Llamen a una ambulancia! –gritó alguien.

-¡Usted es doctor! –dijo una de las señoras.

-Lo reconzco, es el doctor D’Virgo, atendió a mi marido la semana pasada.

¿Qué? ¿Yo? ¿Pueden dejar de gritar?

-¡Dr. D’Virgo, haga algo!

-¡Shaka! –me gritó mi novio.

-¡Shaka D’Virgo! –gritó el Decano de la Universidad de Athenas el día que me recibí.

Mi papá aplaudió, orgulloso. Yo sonreía como nunca. Yo era médico, tenía que ayudar a las personas. Lo haría, lo haría.
Volví a lo más cercano que tenía por realidad y me acerqué al niño.
Quería ponerme los guantes que tenía en el bolsillo, pero de pronto se había puesto demasiado estrecho, la mano no me entraba. Bueno, no me importaba, lo atendería asó.
Si solamente las luces dejaran de parpadear podría hacer algo.
Las manos me seguían temblando, y las luces del boliche donde nos habíamos metido no me dejaban concentrar. Era incapaz de hacer cualquier cosa.
Los gritos siguieron sucediendo y yo me quedé quieto, callado, mirando todo.
Lo último que me acuerdo es de Agora arrastrándome, sacándome lejos de la gente, de las luces, de los gritos y de la responsabilidad.

* * *

Aioria vino a verme. Se veía un poco mas compasivo que la última vez, pero mucho mas angustiado.

-Moses no testificó, y la policía cambió la versión, dicen que ahora tenías la ropa llena de sangre de la victima.

Negué con la cabeza, asustado ante sus propias palabras y ante la total distorsión de la realidad.
Por un momento temí volverme loco y que realmente hubiera matado a ese tipo. No, tenía que concentrarme y pensar con claridad, pero primero que todo, calmar a mi hermano.

-Ya no te preocupes, Aioria.

Sus ojos verdes estaban abiertos mas de lo normal, parecía mas pequeño que nunca.

-Cuando murió mamá...-comenzó.

No tenía idea a donde iba pero no quería escucharlo tampoco. Historias cursis era lo peor que te podían contar cuando te acaban de meter a la cárcel por un asesinato que no cometiste.
Pero mi hermano siguió:

-Vos y yo nos quedamos solos. Yo tenía problemas para dormir.

Asentí. Me acordaba perfectamente, por supuesto. Una nenito chiquito con mas rulos que cabeza y con sus ojos fuertemente cerrados ante la oscuridad de la noche y la soledad que solo puede darte la perdida de los padres.
Me había costado muchísimo ser el compañero de Aioria, siempre tan inteligente y especial.

-Había noches que no sabía donde estabas....-no pude evitar notar el leve tinte acusatorio en la frase.

Consiguiendo plata para vivir. Pensé, pero no se lo dije.

-Pero me despertaba a la mañana y veía la flecha de papel que me habías hecho.

Sonrió, iluminando sus bellos rasgos. Yo también. Lo sentí cercano como hacía mucho tiempo no me pasaba.

-Es mi turno de cuidarte. -finalizó, solemne, otra vez serio.

Se incorporó. Su camisa seguía impecablemente planchada. Todo en él era impecable, a los ojos de los demás parecía seguro y perfecto, pero se estaba quebrando por dentro, yo lo conocía demasiado bien.

-¿Mañana a la misma hora? -preguntó.

Inspiré, para darle la mala noticia:

-No. Me van a trasladar.

No pudo evitar la sorpresa que se pintó en su cara.

-Me llevan a la Penitenciaría Sunión.-comenté, ahora ocultando yo mis sentimientos de angustia.

Pero al decir esto los ojos de Aioria resplandecieron.

-¿Cabo Sunión? -inquirió, ya casi alejándose.

-Si, es lo que oí.

Se fue sin decir nada más, pero podría jurar que por un instante sus labios se curvaron en una sonrisa.

* * *

-Spika, quedate quieto. -le dije sin mucho ánimo de retarlo.

No podía culpar a mis hijos, en menos de un año habían perdido al padre y se habían acostumbrado a mi nuevo novio.
Aunque la verdad él era divino con ellos.
Los chicos se habían encariñado enseguida con ese hombre dulce y atento y yo no podía ser mas feliz.

-Reda me está molestando. -dijo mi hijo mientras su hermano le tiraba papelitos de la servilleta que seguía destrozando.

-No quiero verlos pelear. Reda, dejá esa servilleta.

Me paré del sillón donde estaba mirando la tele y caminé como me lo permitió la pollera corta. A mi novio le gustaban mis piernas y solía pedirme que usara faldas.
Era del estilo romántico. Traía chocolates todas las semanas.
Y flores. ¡Por los dioses! Sus flores eran sin duda las más bellas de toda Grecia.
Sonó el timbre.
Reda y Spika saltaron de alegría y corrieron a abrir la puerta.

-¡Hola Afro! -gritaron al unísono.

-¡Hola campeones! -contestó él, sonriendo deliciosamente.

* * *

Agarré la llave con fuerza. Después de todo era parte de la empresa, no se porqué me sentía como si estuviera robando los planos del Partenón.
Pero no, simplemente eran los de la Penitenciaria Sunion. “Cabo” Sunion, como le decían. En honor a un soldadito raso que había dado la vida por otro de mayor importancia y con mas tiras en el hombro. Bueno, por lo menos lo habían reconocido con el nombre de una cárcel. Waw. Así quisiera que me recordaran a mí.
Sarcasmos aparte, introduje la llave en el fichero y este se abrió con un ligero click, casi imperceptible. Suspiré, relajado y metiendo todo en un tubo de arquitecto me lo llevé para mi casa.

Había armado una habitación especial para lo que yo llamaba: Operativo Rescate. Me había traído el viejo escritorio que antes ocupaba lugar en mi cuarto y lo había puesto como mesa y a la vez organizador. Miré alrededor. La pila de diarios que había ido a buscar a la biblioteca esperaba ser acomodados. Las imágenes recién impresas se amontonaban sobre una esquina.
Me senté a descansar un poco y me preparé para todo lo que tenía que hacer mientras iba acomodando mentalmente las cosas en mi cabeza.

* * *

Mi primo estaba hablando de Camus. Que raro. Cassios y otro amigo lo escuchaban admirados. Tenía tanto odio. El no era más que un pobrete y se había sacado el premio gordo.
De pronto algo de su charla me llamó la atención.

-¿Matrimonio?- repetí confuso.

-Sí, -respondió Milo radiante.-Se lo voy a proponer a Camus.

La rabia me dejó mudo unos segundos.

-¿Cuándo?-preguntó Cassios contento, estrechándole la mano.

-Tan pronto como consiga la plata para comprar un anillo.-

-Veinte o treinta años, aproximadamente- dije sin poder evitar el comentario sarcástico.

Milo clavó sus ojos turquesas en mí. Serio esta vez. Creo que empezaba a sospechar que intentaba sabotear su noviazgo descaradamente.

-¿Por qué siempre haces eso?-me preguntó dolido.

-Porque trato de protegerte Milo -mentí.- Porque si hoy no tenés plata para comprar un anillo, ¿Cómo vas a poder colaborar con Camus para formar una familia? E incluso si pudieras, el estilo de vida de él no es igual que el tuyo…Te quiero primo, pero tenes que enfrentar la realidad.

-No me importa, él y yo nos amamos, lo demás sólo son detalles.

Esa noche seguí a Milo hasta un almacén de donde yo sabía, conseguía el dinero para pagar las cenas y los regalos. Según tenía enterado, solo llevaba pequeñas sumas que le alcanzaban para lo que quería. Cassios me había contado que el dueño hasta le tenía simpatía. Me agazapé en un rincón y esperé.
Cuando Milo creyó que ya no quedaba nadie sacó el arma. Aproveché el momento para llamar a la policía.
El hombre, para nada asustado le tendió trescientos pesos.
Mi primo titubeó.

-Esta vez voy a necesitar un poco mas, -confesó, el vendedor agregó doscientos más.

En lo que tardó Milo en guardar la plata y correr por el pequeñísimo estacionamiento del lugar, las luces rojas y azules iluminaron la noche.

El dueño casi parecía entristecido mientras declaraba.
Agravado por la posesión del arma le dieron tres años en Sunion. Abracé a Camus cuando tuve que ir a darle la noticia.


* * *

-No recuerdo la última vez que estuve tan nerviosa. –confesé, mientras por la tele retransmitían la noticia del encarcelamiento de Sagitario.

-¿El día que iban a nombrarte Reina de la Primavera? –retrucó sonriendo Thanathos mirándome con ojos soñadores.

Sonreí también. Thanathos había hecho un montón de campaña para que me votaran a mi y había ganado con mas de 50% de los votos.
Buenos recuerdos, pensé.

Por un momento, mi acompañante se puso serio.

-Esto es lo mejor que pude conseguir, pero tiene un problema. –anunció, entregándome un folleto.

Lo miré, estudiándolo. La casa que publicitaba era preciosa. Una mansión alejada, llena de árboles. Justo lo que necesitabamos.

-Es perfecta, Than. –le dije, cariñosa.

El aludido se ruborizó. Qué infantil.

-Pero es demasiado cara. Cuesta dos millones de pesos. –hizo un mohín que se me antojó delicioso. Quizás más tarde lo compensaba por todo su trabajo.

-¿Y mi querida hermana no me dejó nada en su testamentó? –pregunté con sarcasmo.

Thanatos me miró, sorprendido que pudiera bromear después de todo lo que habíamos pasado. ¿Acaso no me conocía todavía?

-Yo pago por su error, que ella pague por la maldita casa. –anuncié.

Lo sentí suspirar, para convencerse.

-Claro señora.

Oh, que educado.

* * *

Ya no sabía porque los dioses a los que tanto servía estaban en mi contra. Obviamente me habían parado cerca de la frontera y ahora tenía que enfrentar una condena de varios años en la cárcel.
¿Sería otra trampa? Ya no importaba. Como favor, la embajada me había permitido quedarme en Grecia para que mi familia pudiera visitarme.
Sabía que el camión era una bomba de tiempo, pero no pensaba que explotara tan rápido. Ahora tenía que entrar a mi casa y decirle a mi familia lo que estaba pasando. Nunca les había contado del consejo ni que la plata recaudada se la repartían entre unos pocos de los altos mandos. Kiki era demasiado pequeño para enfrentarse a la dura realidad y no quería que Tokusa dejara de creer en los monjes por ese motivo.
Atla entró conmigo, me había dicho que me respaldaría, que no dejaría que los chicos pensaran mal de mí.

Abracé a Kiki cuando saltó a mis brazos. Adoraba a ese pequeño. Apenas llevábamos unos meses juntos luego de que volviera de la peregrinación y ya debíamos separarnos de nuevo.

-Tengo que contarles algo.-les dije serio. Toku me miró preocupado.

-¿Qué pasa Mu?

-Es duro- aclaré.

Solté a Kiki y Tokusa lo sentó en su falda. Ambos me miraron fijamente, expectantes.
Me negaba a decirle a esos ojitos grandes e inocentes que tenía que ir a la cárcel, que había sufrido una tras otra y ahora todo había acabado peor.

-Yo…-no podía, no podía hacerlo.-Tengo que ir al Tibet para comandar la entrega de provisiones para las aldeas y templos de allá.

Atla abrió la boca sorprendido por mi repentina mentira.

-¡Oh noo!-exclamó Kiki y volvió a mis brazos.

-Lo siento chiquito –me disculpé- Pero sabes que tengo que obedecer, soy un monje, no puedo tener esa clase de privilegios, cielo.

El niño lloriqueó un rato pero finalmente se calmó. Estuve otro tanto para explicarle a Tokusa. Me partía el alma mentirles, pero no podía decirles la verdad.

-Tengo que arreglar un par de asuntos con Atla afuera- le dije después y ambos salimos de la pequeña casita.

-No entiendo porque lo hiciste- me dijo cuando ya no podían escucharnos.

-No quiero que crean que soy un criminal.-expliqué.

Luego lo tomé por los hombros.

-Por favor Atla, cuidalos, sé que podes. Tokusa es grande y te va a ayudar en todo. Nunca les digas la verdad, ¿me entendiste? Nunca.-

El joven asintió.

Al día siguiente ingresé en la penitenciaría Sunión.


* * *

-Mi nombre es Shaka, soy drogadicto, pero hace 18 meses que no consumo.

Lo dijo todo de un saque, ruborizado y alegre.
Se me antojó adorable. Generalmente no me llaman la atención los chicos como él, pero éste tenía algo especial.

Hacia meses que concurría allí por recomendación de mi jefe. Ya casi no tomaba, pero igual seguiría yendo hasta alcanzar el año.

-Estoy feliz por mis logros y es un orgullo ser consejero.- concluyó el rubio con su pequeño discurso. Todos aplaudimos.

Me parecia extraño que una persona como él hubiera pasado por eso. Solo parecía un joven malcriado que está a punto de hacerce cargo de la empresa de papá. Era muy bonito, despertaba mi curiosidad.

Ese día no me tocó hablar, por suerte, estaba cansado de todo un día lidiando con presos desobedientes.
Cuando el taller acabó, nos reunimos para brindar -con jugo- por otra semana exitosa.
Me acerqué a Shaka tranquilamente, como siempre decía Aiacos: "probar no cuesta nada".

-Hola Radamanthys, me apena no haberte escuchado hoy- me dijo con voz cantarina.

-No te perdes nada-le respondí sonriendo.

Me tendió un vasito de plástico y elevó el suyo para brindar.

-Siempre hay algo para decir- me replicó sonriendo.

No quería que se fuera ahora que estaba hablando conmigo, asi que me dispuse a jugar mi carta.

-Hey Shaka, vos eras médico, ¿cierto?

El joven abrió sus ojos desconcertado por la pregunta, luego respondió un poco triste.

-Sí, de hecho todavía lo soy.

-Genial, tengo un trabajo para vos entonces. Nos hace falta personal médico para la enfermería.

Se mostró interesado.

-¿En la prisión?- preguntó.

Al menos recordaba donde era que trabajaba.

-Sí, en Sunion. Es tranquilo igual, y seguro.- le guiñé un ojo al decir esto último.

Sus ojos brillaron con la emoción de volver a ejercer. Imaginando su ánimo, me tiré a la pileta.
-
¿Te gustaría ir a cenar y te sigo contando?-

Sus instantes de silencio e incomodidad me lo dijeron todo. Bueno, "el que nada arriesga nada gana", pensé, otra de las frases de mi amigo, el que hipócritamente nunca se había animado a confesarme su amor.

-Mmm, no puedo, lo siento Radamanthys- se disculpó.

-No te preocupes-dije acompañando con un gesto para restarle importancia.

Me dispuse a salir del lugar cuando su mano agarró mi brazo.

-Gracias por el trabajo, mañana mismo voy a llevar mi CV.

Le sonreí. Quizá había sido lo mejor, después de todo era medio joven para mí.
Volví a casa con la satisfacción de haber ayudado a un buen chico y sin el amargo sabor de un rechazo.

* * *

Me estiré en la silla de computación que me había comprado esa misma mañana. Y el plástico que aún la recubría crujió bajo mi espalda.
Estaba oscuro afuera, pero dentro de mi departamento la luz blanca brillaba tan fuerte que parecía de día.
La pared de la habitación que había elegido para llevar a cabo mi plan estaba totalmente cubierta de papeles.
Los recortes de diario, las fotos, los planos, las fotocopias de los fallos se entremezclaban dando una imagen de lienzo renacentista.
Ahora venía la peor parte.
Me paré, nuevamente estirándome, eran como las tres de la mañana, estaba cansado.
Pero debía seguir.
Caminé hacía la pintorezca pared y toqué con los dedos los puntos importantes de mi plan.
"Cae el mafioso Death Mask, protección para el testigo"
La foto con la cara del italiano daba realmente miedo. No me gustaría ser Shiryu Dragón, aunque admiraba su valentía.
Un recorte mas amarillento resaltaba entre los demas a colores:
"Jaula para el Dragón Naciente". Me mordí los labios despreciando la pobre inteligencia de los periodistas.
Las tarjetas de prostitutos extranjeros parecían darle un tinte bizarro a los demás recortes. Busqué un fibrón rojo de la mesita y marqué uno de los que me había llamado la atención. Sonreí tontamente.

Después de llamar por teléfono para pedir una pizza, (tanto pensar en Death Mask me habían dado ganas de comer comida italiana), decidí que era hora de concentrarme en los planos.
Me acerqué al sector donde tenía pegado los mapas de la prisión que mi empresa había ayudado a reconstruir.
Yo había diseñado gran parte de ellos. Incluso veía mi letra prolija en los números de las hojas.
Ahora debía aprendérmelos de memoria.

Al cabo de un rato, intentando distintas técnicas de memorizar, los tapé con hojas blancas lisas.
Ocho, mas o menos. Pensé un momento y grité: Lavandería.
Levanté la hoja bajo la cual esperaba que estuviera ese sector de la prisión pero estaban los planos del pabellón psiquiátrico.
Di un rugido de rabia que fue tapado por el timbre.
La pizza había llegado.
Corrí fastidioso a la puerta, desalentado, pensando que jamás sería capaz de recordar eso y ya casi sin hambre, cuando la vi.
La chica del delivery tenía los brazos completamente tatuados, llenos de dibujos góticos. Indelebles, compañeros eternos.
Me quedé como ensimismado observando su piel. La chica me tendió la comida, un poco molesta por mi falta de colaboración.

-¿Señor?- dijo de pronto para llamar mi atención.

Agarré la pizza y le pagué con $100, todavía emocionado por el milagro que acababa de presenciar.

-Quedate con el vuelto-le dije a mi salvadora al tiempo que cerraba la puerta.

* * *

Después de comer la rica pascualina de mami me quedé con Afro haciendo la tarea.
La verdad que odiaba hacerla, pero él lo hacía todo mas divertido y fácil de entender.

En la comodidad del comedor, estábamos sentados juntos con un montón de carpetas y libros. La televisión estaba prendida pero nadie la estaba mirando. Mamá terminaba de secar los platos mientras mi hermano los guardaba, yo quería que se cayera porque sería muy gracioso de ver.

-Hey, Red -me llamó Afro -¿Cuánto es entonces, 7x8?

Le volví a prestar atención.

-¿Eh...? ¿49? -tiré, sin pensarlo siquiera.

Afrodita movió su cabeza suavemente, negándolo. Sus cabellos rubios como el sol estaban prolijamente atados en una colita baja. Tenía un lunar muy cerca del ojo. El primer día que lo habíamos visto, mi hermano le había preguntado si se lo había hecho con un lápiz. Tonto Spika.

-No, es 56. Te voy a mostrar unos trucos para que aprendas las tablas de una manera fácil, ¿queres?

Asentí, intentando no reírme. Era muy graciosa la voz de Afro, su sueco pugnaba por salir en cada palabra que decía.

-¡Yo también quiero, yo también quiero! -gritó mi hermano cuando escuchó la palabra truco.

Afro sonrió, y su lunar se arrugó un poco.
Mi mamá y él se lanzaron una mirada cómplice.

-¿Puedo mamá? ¿Puedo? -preguntó, como nene chiquito.

-Dejen tranquilo a Afrodita, chicos...-dijo con calma.

-No hay problema June -contestó este. La forma de decir June me causó risa nuevamente.

-¿Ves má? -se metió Spika. -¿Afro, me acompañas a buscar los libros al cuarto? -lo miró con sus grandes ojos esperanzado.

Siempre habíamos querido mostrarle nuestro cuarto a Afro. Era como nuestro fuerte.
…ste asintió y se incorporó todo lo alto que era.
Mamá negó sonriendo también.
Nos quedamos solos. Ya había terminado de lavar y secar los platos y se estaba sacando el delantal cuando su cara se puso pálida.
¡En la tele había aparecido la cara de Afro!

-¡Mirá Spika! -grité, pero mamá me tapó la boca con delicadeza.

Subió el volumen, temblando y escuchamos la aterradora noticia. "Afrodita Piscis es un prófugo de la justicia, condenado por haber violado y matado a seis niños. Se han puesto a la disposición de los ciudadanos un teléfono para cualquiera que tenga una pista del paradero de este perverso asesino".

No sabía lo que era perverso, pero sí sabía lo que era asesino. Temblé yo también.

* * *

Ya lo tenía listo. Hacía dos días que no dormía bien y veía todo borroso. Pero el plano estaba listo. Los músculos se me relajaron después de una jornada agotadora de hojas de calcar, de cartulinas, de microfibras negras. Y por supuesto, de los planos de Sunion y del enorme león que había elegido para disimular los tatuajes del escape. No quería sentirme muy orgulloso de lo que había hecho, pero lo cierto es que era una obra de arte. Una obra de arte que alguien muy genio o muy loco podía haber concebido. Creo que tenía un poco de ambas.


* * *

No podía creer que estuviera acá. La muy caradura. Pero me alegraba volver a verla.
June se sentó delante de la ventanilla de plástico y me miró con repugnancia. Sus cabellos rubios estaban secos y pajosos. Parecía que hacía varios días que no se los lavaba.
Le sonreí de manera tranquila, a ver hasta donde quería llegar.

-Me siento traicionada. –comenzó, en seguida sus ojos se llenaron de lágrimas que luchaba evidentemente por contener.

Me sentí asqueado de haberme interesado por esa mujer tan patética.

-¡Te dejé ver a mis hijos! –alzó la voz y la bajo rápidamente, mirando alrededor, con miedo a que alguien la hubiese oído.

-Nunca los toqué. –le dije con sinceridad. Lo cierto es que sus hijos eran tan insulsos como ella.

Me miró indignada, como si esperara que no contestara a sus acusaciones.

-Yo te amaba. –agregué, mirándola a los ojos. –Vos fuiste la que me traicionaste.

Parecía que le hubiera pegado un golpe en la cara. Parpadeó confusa. ¿Acaso esperaba que me hiciera cargo de toda la culpa? Estaba muy equivocada.

-Escuché…-tragó saliva, nuevamente mirando alrededor. –escuché cosas terribles de vos. –acusó, intentando recomponerse. Se veía claramente alterada. Yo, en cambio, me relajaba mas y mas.

-Esa persona murió cuando te conocí. –le aclaré. Era cierto, en ese momento sentí que había renacido y que quizás tenía una segunda oportunidad.

Sus ojos volvieron a brillar, ¿confundida? Bueno, le dejaría las cosas bien claras:

-Pero cuando entré acá, a estas celdas, a estos baños compartidos, a esta comida de hospital, esa persona revivió. –le susurré a través del vidrio. Estaba seguro que podía oírme. ¡Demonios, hasta yo oía su corazón galopando asustado en su pecho!
-Revivió, y busca venganza. Algún día voy a salir de acá June, y no creas que me olvide como es la entrada de tu casa.

Se paralizó, dejó de llorar, incluso dejó de respirar. Yo sentí una oleada de excitación. Me sentí una serpiente contra una oveja indefensa. Cuando pudo recomponerse se levantó de la silla y salió corriendo a los gritos.

El guardia me miró inquisidor, pero levanté los hombros y luego las muñecas para que arrastrara de vuelta a mi sector.
Sonreí, disfrutando de mi pequeña victoria.

* * *

-Aioros pronto estará muerto. –Le dije a mi hermana mientras le preparaba un jugo de naranja bien exprimido.
No contestó. Quizás porque no me había oído, quizás porque no se había colocado nuevamente la dentadura y sabía que detestaba como le salía la voz de esa manera.

-Lo peor ya pasó. –continué.

Miré por el amplio ventanal de la hermosa casa que habíamos comprado. Realmente era un lujo. Hasta tenía una fuente con una estatua de Hermes que emitia un ronroneo suave, ciertamente relajante.

-No tenes idea por lo que tuve que pasar. –me contestó finalmente mi hermana. Dándose vuelta para mirarme. Su cabello rubio claro estaba decolorido y le daba un aspecto lánguido a su ya de por sí, pálido rostro.

Le entregué el jugo y ella me pasó el vaso donde guardaba sus asquerosos dientes postizos para que lo enjuagara. Lo llevé hasta la cocina y lo dejé ahí. Yo no era sirvienta de nadie.

-Hasta mañana Artemisa. –saludé, harta de sus quejas.
No contestó.

* * *

Me acomodé el traje. Era azul oscuro. Clásico. No tenía tiempo ni ganas de innovar.
Agarré la flecha de papel y me la guardé en el bolsillo.
La mano me tembló cuando intenté agarrar el arma. La cajita de las balas seguía abierta en la mesa.
Respiré profundo. Era tiempo de cambiar el destino.
Notas finales: Gracias a todos por leer y por estar ahi en este año que compartimos, felicidades y por muchos mas fics y reviews!!

Besitos y GRACIAS.

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