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Sunion Break por Agus y Moony

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Notas del capitulo:

Hola de nuevo, gracias por haberlo leido y mil gracias por los reviews. La trama se va complicando y esperamos estar a la altura de la circunstancias.

Gracias de nuevo y ojala que lo disfruten.

 

El italiano fumaba pacíficamente mientras observaba el partido.

Sería una pieza muy importante de mi cuidadoso plan.

Era el que tenía la plata, era el que iba  a financiar el gran escape.

Por supuesto, que eso lo incluía en la huida. Fruncí el ceño, no era algo de lo que me enorgulleciera; ayudar a escapar a semejante clase de persona....Pero Aioros estaba cada vez más cerca de la silla, y no me importaba a quien tendría que liberar con tal de salvarlo.

Milo otra vez me sacó de mis pensamientos cuando me preguntó si querría unirme al “picado”*. Le contesté que no, aún sin correr la vista de Death Mask que seguía ignorándome. Milo lo comprendió enseguida:

 

-Yo no lo haría, gato. El italiano tiene muchos ayudantes, adentro y afuera de la cárcel. Me miró con precaución, como quien observa a alguien de cuya salud mental duda.

 

-No te preocupes, le sonreí de modo tranquilo:-No quiero problemas.

 

-Ya, pero ellos te encuentran de todos modos, ¿no? –gruñó, ahora visiblemente enojado ya que no me había movido ni un centímetro de mi posición. Y añadió:

 

-No voy a mezclarme con ese bicho. Me voy a jugar a la pelota.

 

Finalizó encogiéndose de hombros y trotando hacia el verde campo. Su melena rubia relució bajo los rayos de sol, haciéndome entrecerrar los ojos por un momento.

Levanté la vista, ahora sí, Death Mask se había dignado en mirarme, pero yo comencé a caminar hacia otro lado. No hoy, no ahora.

Ya llegaría el momento.

 

Puse en marcha la otra parte del plan. Me acerqué hacia las gradas que se esparcían por el patio. Se encontraban sentando en ellas varios hombres de piel muy clara y aspecto relajado y tranquilo.

Fingí no darles importancia y me senté a un costado de las mismas, mientras miraba en mi brazo izquierdo los muchos tatuajes que me había hecho para ayudarme a escapar. Aunque, nadie lo hubiera notado nunca, ya que estaban camuflados bajo un complicado diseño de un león atacando en todo su esplendor. La cabeza del animal me ocupaba gran parte del pecho, de lo grande que era. Observé uno en especial, muy cerca del codo que mostraba un círculo bastante ancho, relleno de negro. Sonreí.

Estiré la mano derecha que tenía libre y tanteé con los dedos lo que quería.

Era un tornillo que sujetaba los tablones. Lo necesitaba.

Con el mayor disimulo posible, intente comenzar a girarlo, pero necesitaba mucha concentración y fuerza. Estaba en una posición muy incomoda, de espaldas y sin herramientas.

Era tan grande el ensimismamiento que no noté cuando uno de los convictos que estaba sentado cerca se me acercó mirándome con deleite en sus ojos claros.

 

-Hola, bonito. –susurró con claro acento extranjero. Sueco o danés, pensé para mis adentros.

Tenía el cabello medianamente largo y lo ataba en una colita baja cerca de su cuello, apenas bronceado. Junto a él, más precisamente agarrado al   bolsillo dado vuelta de su pantalón, había otro hombre, muy parecido al primero, aunque un poco más joven.

También tenía el pelo recogido. Su expresión en cambio, era de odio.

El sol relucía en sus blancas pieles como lo había hecho en el cabello de Milo.

 

-Hola, bonito –repitió el mayor, con el mismo tono de voz burlón de antes.

 

-Hola. –saludé, un poco nervioso.

 

Esto no era parte alguna del plan. Afrodita tenía de dulce solamente el nombre. Estaba preso por haber abusado de al menos seis chicos. Me estremecí de rabia, odiaba a esa clase de gente.

Sus ojos me seguían observando con avidez. Eran de un color claro, como el verde agua. Aunque eran bonitos, su expresión daba miedo.

 

-Deberías ir eligiendo bando, nuevito. La guerra de razas está muy cerca. –Dijo de repente con voz suave, pero ya sin tanta burla.

 

No entendí el significado de sus palabras, así que no dije nada.

El me siguió mirando y continúo:

 

-Puedo ofrecerte seguridad, si necesitás.

 

Dió otro paso hacia mí sacándose el otro bolsillo del pantalón celeste con un movimiento rápido. Su compañero hizo un gesto de dolor en sus delicadas facciones.

 

-A tu novio no le gustaría, -aventuré, para sacármelo de encima, con un tono de voz autoritario que no era muy cercano a como me sentía en realidad.

 

-Pero tengo dos bolsillos. –insistió con un tono tan lascivo que me dio verdadero asco.

 

Esta vez me erguí dejando de lado momentáneamente mi labor de sacar el tornillo.

 

-Gracias, pero paso. –contesté con voz dura.

 

Su cara tomó una suave tonalidad rojiza, debido a la rabia y al rechazo. Pero enseguida se recompuso.

 

-Entonces salí de mi grada.

 

Su tono no dejaba lugar a replica. Ví con el rabillo del ojo como los otros acompañantes de los asientos se levantaban y se acercaban. Era mejor no correr riesgos.

Me levanté de un salto y salí caminando tranquilamente, tratando de que no se notara ni mi frustración ni mi miedo.

No paré hasta llegar al alambrado que conectaba el campo con otro sector de la prisión de pequeñas construcciones administrativas.

Me senté en el pasto y me pasé la mano por mis enmarañados rulos. Inesperadamente triste y desorientado.

En ese momento volvió Milo, estaba todo transpirado pero parecía mas feliz que hace un rato cuando nos habíamos separado. Verlo me tranquilizó un poco. Tenía una alegría contagiosa, sus dientes resplandecieron bajo el fuerte sol y me dió una extraña sensación de paz, y seguridad.

Sí, lo lograría.

Quería agradecerle su injerencia en mi estado de ánimo pero no pude, quizás porque apenas lo conocía y ¿qué iba a pensar de mí?, o quizás porque un ruido nos hizo voltear a ambos.

Se había abierto una puerta y de ella salieron dos policías con semblante tranquilo. Junto a ellos, y con la mirada perdida estaba Aioros Sagitario.

La razón por la que estaba haciendo esto.

La razón por la que iba a sacar a un tipo como Death Mask, y hasta al mismo diablo si fuera necesario.

Mi hermano.

A mi compañero no le pasó desapercibida la forma en que miraba a Aioros y preguntó:

-¿Qué pasa con Sagi-Silla? Sus ojos brillaban de ansiedad contenida.

-Lo voy a sacar de acá.

Milo no pudo evitar reírse de lo ridículo que sonaba mi comentario.

-Buena suerte al intentarlo. –se siguió burlando mi compañero.

-Es mi hermano. –dije finalmente, como si eso zanjara la cuestión.

Y así lo era para mí.

 

 

Respiré hondo varias veces, tratando de relajarme, la corbata que tenía me producía una sensación de ahogo, o quizás solo eran los nervios.

Estaba en la sala de visita de la Penitenciaria Sunión, la silla no era nada cómoda y el calor era agobiante. Miré el grueso acrílico que me separaría de mi interlocutor, debía tener al menos tres centímetros, además estaba el enrejado, por cuyos espacios no cabía ni mi meñique, sin contar los dos guardias que estarían apostados a cada lado de Aioros. Como para tener una charla privada…

Respiré hondo, otra vez, tratando de que mi presión sanguínea se mantuviera constante. La ansiedad y  el calor pesado que sentía me cubrían  la  frente de un sudor frío.

El guardia me había dicho que lo habían ido a buscar, por lo que ya lo esperara aquí. Entre mis manos temblorosas tenía un sobre con la poco información que había juntado sobre su caso; si esta charla iba bien tendría que ponerme a recolectar más.

Saqué los papeles y los acomodé para no perder tiempo cuando estuviéramos juntos, había anotaciones que había hecho la noche anterior para no olvidarme nada, y las releí, despacio.

 

-Siempre tan prolijo.

 

Con el sobresalto, varios papeles cayeron al suelo. Alcé la vista y mis ojos se encontraron con los suyos.

Hacía al menos un año que no lo veía, y lucía demacrado y triste, aunque  como siempre, al verlo  me olvide de respirar. Tenía su piel bronceada, más de lo habitual, y el blanco de la remera que llevaba le resaltaba de manera deliciosa.

Sus bucles castaños algo crecidos le caían desprolijamente sobre la cara.

Cuando se me nubló la vista tomé una bocanada de aire, Aioros me miró con preocupación.

 

-Estoy bien –mentí.

 

Su cara se relajó.

 

-No puedo decir que no estoy sorprendido por tu visita- comenzó con esa voz ligeramente ronca que hacía que mi corazón enloqueciera.

 

-Lo sé, hace mucho que no venía. -me disculpe. –estuve--

 

-ocupado, sí- terminó mi frase.

 

Baje la vista un poco avergonzado. Los papeles seguían en el suelo, me apresuré a juntarlos.

 

-¿Qué querés Saga? –Me dijo de pronto con una voz un poco más cortante.

 

Lo miré, y ví en sus ojos una lucha interna. Hice como si nada, y ordené mis papeles.

 

-No se si sabrás, -comencé, -que Aioria fué encarcelado.

 

Su expresión se endureció y parpadeó varias veces seguidas.

 

-Creo que fue apropósito, -lo tranquilicé, aunque  no estaba seguro de eso.

 

Frunció el ceño y dirigió una rápida mirada a los dos policías. Agarró el teléfono que tenía a un lado y yo lo imité, agarrando el mío.

 

-Contame todo -exigió, aunque casi entre susurros.

 

Tardé media hora en ponerlo al corriente de los últimos sucesos, y él me escuchó cada vez mas contrariado. Ambos pensamos en la idea de que Aioria hubiera congeniado todo para  una misión imposible. Luego le hablé de Seiya, y de que, luego del juicio, lo había invitado a comer unas hamburguesas. Pareció agradecido y nostálgico, sabía que el chico y él no tenían la mejor de las relaciones.

Finalmente le dije lo que había ido a decirle, y había estado retrasando.

 

-No voy a dejar que mueras.

 

El bajó la vista e hizo una sonrisa forzada, nunca podría engañarme.

 

-Saga…-comenzó, apesadumbrado.

 

-Saga nada. -repliqué -No se que tendrá pensado ese gato loco, pero no voy a dejar que los dos estén en peligro, soy abogado y voy a apelar a la justicia y a la verdad.

-Se que no te creí en el primer momento, y estoy profundamente arrepentido, pero ahora estoy seguro. Sos inocente, y no voy a dejar que mueras.

 

Esta vez sus ojos se pusieron tiernos, pero no dijo nada.

Los míos empezaron a lagrimear.

 

-No llores cielo.

 

Eso me desarmó, quise atravesar ese estúpido plástico que me separaba de él y abrazarlo y besarlo.  Sentir sus gruesos labios tibios sobre los míos y su aliento cálido entrar a mi boca.

No pude reprimir un sollozo y algunos policías me dirigieron miradas de desaprobación.

No me importó.

 

-Te amo, -me dijo, -y no importa si lo lográs o no, eso no va a cambiar.

 

Negué con la cabeza, incapaz de decir algo, no, lo iba a lograr, tenía que hacerlo.

 

Cuando el llanto me dejó hablar, y antes de que  se llevaran a Aioros  de allí a los empujones pude articular un débil:

 

-Yo también.

Notas finales: *Picado: es un partido de futbol informal, entre compañeros.

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