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Ernest por katzel

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Todos los retratos de la fastuosa y decadente sala de nuestra olvidada mansión pertenecían a mi madre.

Oscurecidos ya por el tiempo, los cuadros representaban a la famosa soprano interpretando arias de Wagner... mi madre lady Winter... conquistó con su melodiosa voz a los púlpitos más exigentes y sofisticados de las altas esferas de la música y contrajo matrimonio con un descendiente de sangre azul.

Ambos eran hermosos y jóvenes y lo único augurado para su destino era la felicidad.

Sin embargo... a pesar de todas las predicciones... por una razón desconocida ella dejó de cantar y se encerró en un vetusto palacio para intentar en vano paliar su soledad.


Mi padre apenas venía a verla tres meses al año y luego se retiraba a ocuparse de sus negocios en diferentes lugares de Europa. La dejaba al cuidado de una tía solterona quien se ocupaba personalmente de que no le faltase nada.

Pero siempre estaba triste...

No podía verla, sin embargo la escuchaba llorando a lágrima viva las noches de luna llena.

El viento siempre traía los suspiros y yo, desesperado intentaba llegar a su lado con el afán de consolarla...

Luego venía un largo silencio mortuorio que cubría con su manto trágico cada rincón del palacio desierto.

 

Tenía prohibido ver a mi propia madre pues se decía que su delicada salud nerviosa no soportaría la impresión nuestro encuentro.

Así que pasé la infancia atisbando oculto en el huerto amarillento y desvencijado o en los jardines que caían por la maleza... en medio de la hierba verde dirigiéndose al lago que devoraba al sol.


El único que velaba por mí era Edmond, la mano derecha de mi padre, un hombre de treinta y dos años muy correcto y formal con quien apenas había sostenido una conversación de corto tiempo. Excesivamente reservado era mi albacea y tutor.

De él escuchaba las viejas historias de la gloria familiar y cómo mis padres se habían conocido en el palco del teatro Royal.

Y a pesar de mis preguntas sabía guardar silencio acerca del motivo por el cual mi madre se mantenía en su cauteloso encierro.


Por fin en mi cumpleaños número diecisiete recibí una esquela de mi padre.

Durante nuestra cena de celebración por fin podría conocerla...


Me preparé ilusionado... elegí el frac de gala y puse cuidado especial en los detalles que embellecían mi persona...

Frente al largo espejo de cuerpo entero peiné mis cabellos semiondulados y azabaches.

Doblé la corbata ajustándola a mi blanco cuello.


La imagen me hizo sonreír lleno de esperanza,... deseaba que después de aquella noche nos convirtiésemos en una familia real, y sea lo que sea que hubiese ocurrido en el pasado sería olvidado. 

Ya me veía a mí mismo como un hijo digno de protegerlos... el sostén en los tiempos difíciles... estaba ansioso de mostrar cómo había aprovechado los años de mi instrucción... devolverle el brillo a nuestra antigua mansión.

Bajé sintiendome seguro... con mucha fuerza y majestad.


Mi padre ya estaba a la cabecera de la mesa, a su lado Edmond y en frente mi silenciosa tía.

Incliné la cabeza.

- ... espero que haya tenido un buen viaje...

- Ernest - balbuceaba inspeccionándome - ... es impresionante...

Algo de temor e incertidumbre emanaba de él y parecía dominarse para no llorar.

- Pronto bajará tu madre - dijo tratando de tranquilizarse

- ... he esperado tanto... - susurré tomando una rosa blanca entre mis manos.

 

Él cubrió el lado derecho de su rostro y vi una lágrima bajando sobre su mejilla.

- Que sucede...

- ¡Lady Winter! - anunciaron los ujieres.

Bajó paso a paso ayudada por sus criadas.

Era una estrella... suave y frágil... no pude contenerme y fui a su encuentro apenas terminó de descender.

Su vestido azul rodeado de tules y gasas de oro... su mano enguantada de blanco...

- ¡Madre! ¡Madre! - dije apretando aquella mano delicada y sujetándola entre las mías.

- Ernest...

Sus ojos asustados rechazaban en absoluto mi ser.

Temblaba como un ave enfrentando una fiera terrible.

Retiró su mano horrorizada.

- Ernest - volvió a decir desde su estupor - ... no puede ser... Ernest...

- Madre...

Se apoyó en el final de la baranda gritando mi nombre y rompiendo en desgarradores sollozos.

- Por favor, madre...

La distancia disminuyó pues intenté estar a su lado.

Entonces descargó sus puños en mi pecho.

- ¡No! ¡No! ¡No! ¡Es mentira! ¡Este no es mi hijo! ¡Por qué me han traído a esta persona! ¡Quién es este! Quiero a mi hijo... sólo quiero a mi hijo... ¿Por qué me torturan así...? ¡Por qué me hacen sufrir!... dónde... está... mi Ernest...

Traté de acercarme pero mi padre lo impidió con una expresión de fracaso.

Ella se desmayó con un hilo de sangre descendiendo de sus labios y fue él quien la tomó entre sus brazos y la llevó nuevamente a su encierro.

Los criados se retiraron mustios sin decir nada.

Edmond, permaneció aún esperando dirigirse a mí. Un segundo de duda se reflejó en su rostro.

Existían momentos así... donde él me miraba como si estuviese viendo algo diferente en mi persona.

Siempre trataba de imponerse a aquel sentimiento y hablarme pero por lo general huía de mi presencia como todos los demás.

Esta vez no fue diferente, se arrepintió y tomó el rumbo de las escaleras yendo a llamar al doctor.

 

Me quedé solo en la gran sala con el guante de encaje deslizándose de mis dedos.

Por qué...

Apoyado de codos sobre la mesa del banquete empecé a llorar sin poder detenerme.

Que inútil secreto había en mi rostro, en mis manos, en mi cuerpo entero para hacerle daño... cuál era el veneno que sin saber destilaba yo en su pasado... por qué no podía ser amado como un hijo y vivía privado en medio de la soledad y la tristeza...

Me odiaba a mí mismo... si no fuera así... si todo yo hubiese sido diferente entonces habría recibido su tierna protección en vez de ese terrible hielo del desprecio que segó mis ilusiones.

Había visto imágenes tiernas en algunos libros.

Una madre era una persona diferente... una madre era un ser puro y amable que siempre estaba allí para amarte... que te cuidaba en las enfermedades y te apoyaba en el camino largo de la vida... que corregía tus errores y alababa tus éxitos... que tenía manos de amanecer y flotaba como una paloma...

En todas esas imágenes el rostro de los niños alborozado reflejaba el inmenso amor que recibían. ¿Cuándo había tenido yo el privilegio de sentir de esa manera?

Arranqué el mantel de la larga mesa destruyendo todo lo que había sobre él.

- ¡Ahhhhhhhhhhhhhh! - dije descargando ambos puños sobre la mesa.

... La forma en que dijo que yo no era su hijo... su temor... ¿cuántas veces en medio del invierno rogué a Dios que por lo menos una vez me abrazara sobre su pecho para sentirme amado? ¿No pedía por su bien todas las noches arrodillado frente a mi cama? ¿No imaginaba con mi fértil mente de niño las formas más fabulosas de curar su mal? ¿por qué ella no había pensado siquiera un minuto en mi?...

 

En ese momento juré desentrañar aquello que nos separaba...

Todos los secretos... las horrorosas revelaciones... los susurros a media voz en los pasillos... saldrían a la luz...

Dejé de llorar y me puse en pie.

 


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