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Pax Romana por katzel

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Notas del fanfic:

* Es un one shot libre con el personaje histórico del emperador Adriano, se advierte que no se ha realizado una exhaustiva consulta biográfica ni los hechos que se narran aquí son reales.

El año 117 nací en la península ibérica al igual que mi padre adoptivo, el justísimo Trajano. Él era un guerrero a carta cabal que logró ensanchar los límites del imperio dominando Mauritania, Britania y Persia.

Cuando crecí me explicaron que no era tan sanguinolento como yo lo había imaginado sino que se ponía muy amable después de masacrar a los enemigos de Roma y jugar con sus fichitas sobre un tablero.

Las primeras palabras que pronuncié fueron en idioma griego por que el latín me parecía un lenguaje vulgar y lleno de barbarismos sin ningún tipo de atractivo artístico.

De la mañana a la noche estudiaba un promedio de 10 horas pues el resto del tiempo le dedicaba a olvidar lo aprendido con tanta conciencia y pasión que al llegar a los 12 años podía pasar casi por un ignorante.

Envidiaba a mi primo Marcelo quien en vez de estar anclado a un banco como yo, escuchando de qué pie cojeaba Sócrates andaba encima de los mejores caballos árabes o divirtiéndose con mil y un malacrianzas, o durmiendo a pierna suelta en el magnífico palacio de Tívoli. Lo peor de todo era que sabía perfectamente que moría de envidia al verle a su libre albedrío. El muy truhán se divertía el doble solo para que le viese y lamentase lo que me andaba perdiendo por culpa de mi dulce madrecita tan empeñada en que fuese emperador.

Pasaba por las amplias salas caminando, durante los descansos, con una lanza o el carcaj y el arco en la espalda.

Venía con claras intenciones de buscarme pelea.

- Hey, Adriano - me decía con sorna - ¿Qué tal los problemas de la inmortalidad del alma?

Yo le mostraba el puño recitándole cosas como: "Ya vas a ver cuando sea el emperador divino entre divinos", o algo por el estilo pues en esos tiempos me estaba acostumbrando a la dignidad imperial.

- Que Dios ni qué nada - respondía Marcelo - ... seguro que ya te andas creyendo todas las zonzeras que te meten en la cabeza... además no entiendo por qué pierdes tanto tiempo estudiando si al final cuando muera Trajano todo me lo van a dar a mí.

- Mph pues no es eso lo que dice su testamento...

- ¿Y te lo va a dejar a ti? ¿Un amo de la guerra le va a heredar el imperio más grande a un flacucho que chapucea el griego?... con tus intenciones pacifistas seguro que nos cargarían los bárbaros en menos de un triz.

Ya no lo toleraba más.

Esa vez saqué mi pequeña espada de palo y se la mostré.

- ¡El imperio romano es mío! - le grité.

- Si, si, si, bla bla y más bla... - dijo sin preocuparse por mi rostro rojo de combate - ... soy mejor que tú y siempre seré mejor que tú, Adriano, mejor renuncia y abdica en mi favor, te daré la provincia que quieras y no tendrás que trabajar nunca más.

- ¡Estás loco si crees que voy a renunciar!

- Tienes doce años... qué te pueden importar un conjunto de naciones y gentes que no has visto... venga... y a parte te doy mi caballo negro...

Estaba a punto de caer en sus viejas mañas pero me negué con firmeza.

- ¡No!

- Entonces tendremos un duelo aquí y ahora...y el que gane se queda con todo.

- ¡Así será!

Él tenía 14 años pero al traerlo al mundo todos los héroes mitológicos le vinieron en la sangre. Le habían puesto Marcelo por el joven yerno de Augusto al que llamaban "La Espada de Roma" y para hacer honor a su nombre era un espadachín genial.

Y al verlo pelear estaba seguro que por ahí andaba la reencarnación.

En cambio yo era un retaco delgaducho con una espadita de juguete que sólo sabía dos movimientos básicos y encima de defensa, así que al primer encuentro fui a dar al piso hiriéndome la quijada.

- ¡Maldito! ¡Pax! ¡pax! ¡pax romana!

- Bien, ya que te rindes tan fácilmente... has reconocido mi superioridad...

- Pues no hablaba en serio en eso de apostar...

- Pequeño mentiroso...

Me levantó para ver mi barbilla, la acomodó con los dedos y sus ojos se hicieron extrañamente provocadores.

- Te voy a dar tu paz...

Y me besó.

El estúpido de Marcelo se atrevió a tocarme.

Le empujé y sólo atiné a gritar: ¡Mamaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!

Fui volando a verla.

Él se reía como si no hubiera hecho nada malo.

Era un completo descarado.

Luego de que lo denuncié mil veces por sus manías perversas, mi padrastro, Trajano, se lo llevó a Oriente y no lo volví a ver sino 15 años después.

Yo iba muy orondo ese día con mi túnica púrpura hecha de largas alas. Estaba a a cabeza de un cortejo en el anfiteatro pues iba a un desfile de las fuerzas armadas. Tuve que pasar revista a los pretorianos. Sin falsa modestia me veía enérgico y fuerte como un dios vivo... hasta que él entró sin preocuparse por la dignidad de la ceremonia, levantó la mano y dijo:

- Hola, hey miren a quién tenemos aquí, si es el pequeño Adriano, ¿qué hay?... se ve que has crecido un chorro...

Los principales jefes de las tropas del ancho mundo casi revientan a carcajadas.

Una brizna de aire levantó la parte inferior de mi túnica y Marcelo sonrió de oreja a oreja.

- Lindas piernas, césar...

Esta vez no pudieron contener las risas que acallaron sólo con mi gesto de enfado. Mandé a Marcelo a encerrar por siete días y luego busqué la guerra más salvaje que hubiese para mandarle a morir. Confiaba en que los partos, los luchadores más conocidos y feroces acabarían con él en menos de seis meses.

Lamentablemente mis cálculos no dieron fruto y en cuatro meses ya lo tenía de refreso triunfante y glorioso en Roma.

Encima lo recibieron en un super desfile donde las mujeres echaban flores y le colocaban una especie de corona de divinidad pagana.

Cómo continuaba envidiándole en esos momentos, la gente simplemente le adoraba y le llenaba de vìtores emocionados. Ni siquiera mis juegos arrancaban del público tamaña emoción.

Salì a recibirlo a regañadientes, sólo por que era mi deber.

- Otra vez aquí - dijo señalándose - hierba mala...

- Y... ¿no hubo un jefe del otro bando que por lo menos de arreglara la cara? - le pregunté mientras fingía sonreír.

- No, excelentísimo césar, emperador del mundo - en verdad que quería ironizar mi cargo -... pero todos por la frontera me dijeron que eres el tío más antipático que existe para regir un imperio.

- Maldito capitancillo... y a ti que...

- Es que todavía eres un criajo, deberías dejar que los hombres de verdad se encargasen de estos asuntos.

No me gustó para nada la forma en que guiñó el ojo.

Se acercaron los pretorianos.

- ¿Y ellos?

- Son mi fan club... las cabezas de las legiones más importantes... y han venido por un motivo muy especial...

- Qué es esto...

- Te estoy deponiendo, Adriano... esto es un golpe de estado. Vamos, no me mires así, no es como una traición, estoy haciendo lo mejor para los dos, alguien tiene que hacerse cargo del gobierno en vez de jugar a los grieguitos.

- ¡No puedes hacer eso!

- De hecho sí... a los 12 años me regalaste la corona ¿que ya no te acuerdas?... dudo mucho que lo hayas olvidado... sobretodo por lo que vino después...

Me puse rojo como un foco y le enseñé el puño.

- ¡Cómo va a tener validez! ¡Éramos niños...!

- Piensa en esto como en unas vacaciones, te dejaré una guardia y un pasaje con todos los gastos pagados a Siria para que tomes un poco de sol por que tienes la piel de un muerto.

- Mi venganza será terrible...

- Mph... llévenlo al embarcadero.

Desde allí se despidió agitando la mano.

- Traeme recuerdos de tus vacaciones y cuídate.

Estaban obligándome a dejar el palacio.

- ¡Marcelo! ¡No perdonaré este ultraje! ¡Te maldigo y espero que los sasánidas te den vuelta!

- Si... buenos deseos para ti también... y mejor deja de moverte por que el bote se puede ir al diablo si sigues así... te estoy haciendo un favor... pero recuerda si tratas de escapar me enteraré y te mandaré a otra prisión más cruel y despiadada.

- ¡Traidor, idiota!

Dio la vuelta sin ver el gesto que le hacía y seguido por sus hombres entró a tomar posesión de MI palacio.

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Apenas llegué a Palmira (Siria), escapé con mis guardias y puse pies en polvorosa. Huí a Damasco camuflándome entre los mercachifles y luego di un salto a la sagrada Jerusalem donde casi me lleva una fiebre miserere. Luego, en la casa de curación los dioses me inspiraron un poema de veinte mil versos acerca de cómo iba a asesinar a Marcelo en cuanto le encontrase.

Acompañando a unos peregrinos fui hacia el África a hacer un tour por los diferentes templos de la antigüedad hasta llegar a Mauritania por fin allí encontré rebeldes a quienes yo les caía mal pero Marcelo les caía peor y logré que me juraran lealtad. (En honor a la verdad agregaré que tuve que romper mi cochinito de ahorros).

Resulta que el torpe del césar estaba a punto de llegar para consolidar su absoluto poder así que ni siquiera tenía que gastar en ir a buscarle.

En serio me retorcía de risa cuando le vi bajar en los puertos con esa barba de torito alado que le echaba cincuenta años encima.

Y fue todo un placer llegar hasta él y decirle.

- Hola, Marcelo...

- ¡Adriano!

- El mismo que viste y calza... te dije que me iba a vengar... no se por qué siempre minimizas mis acciones.

- Y supongo que esta gente que me mira con cara de pocos amigos está de tu lado.

- De hecho si... venga, resulta que esto es un golpe de estado por que todos creen que como césar apestas... así que...

- Bien jugado - dijo reconociendo mi victoria - ... no volveré a subestimar a un enemigo como tú... cuál será mi prisión.

- Cerdeña, es una isla muy mona...

- ¿No puede ser Córcega...? el vino es mejor allí...

- No tienes derecho a elegir y agradece a dios que no te mando al fin del mundo... ahora anda y se feliz.

- No me extrañes demasiado...

Otra vez ese guiño insinuante...

- ¡Llévenselo!

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Volví a tomar posesión de mi palacio. El malvado Marcelo había mandado a fundir mis estatuas y toda la maravillosa decoración de cerámicas y azulejos con mi rostro, en su lugar lo cambió por un aburrido estilo militar.

Me arrepentí de mandarlo a encerrar, la horca era lo que se merecía por tocar mis cosas.

La retirada de las fronteras, los tratados de paz, las conspiraciones del palacio, la eleccción de los cónsules, la insurrección de la antigua Palmira y mis primeras incursiones guerreras estuvieron más presentes en mi cabeza que el tonto de mi primo.

Diez años después, estando en Tívoli garrapateando el tomo uno de mis memorias llegaron en masa los guardias.

- Ahhhh no... otra vez no... - mi instinto decía que algo andaba mal -

- Señor - dijeron amistosamente, pero ninguno de ellos se atrevía a hablar primero - ... debe acompañarnos a Etruria.

- ¿Y por qué?

- Su primo Marcelo está invadiendo Roma.

- ¡Queeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee!

Dicho y hecho esta vez venía con elefantes y una tropa muy rara y con la barba a lo Alejandro Magno que no le iba mal.

- Saludos, César - dijo igual de irreverente que siempre - que Mithra, Ahuramazda y Zhora te saluden.

- ¡Ah si! ¡Pues que Ahuramazda te rompa la mitra! ¡cómo puedes levantar tu mano contra tu propia nación! ¿¡Qué tienes en el cerebro!? Retira tus tropas de aquí o no respondo.

- Lo lamento, Adriano, pero resulta que yo no estoy al mando.

- ¿Queeeeeeeeeeeeeeeeee?

- Sirvo al divino gobernante persa.

- De modo que le has convencido de venir a invadirme y lego lo traicionarás para quedarte con mi trono.

- Shhhhhhhhhhhhh... guarda silencio... y una vez más recuerda que ese lugar es mío.

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Esta vez me besó la mano antes de dejarme en medio del desierto al servicio de un sheik amigo de su jefe que era una verdadera pesadilla.

No se la iba a perdonar ni aunque me cubriese de oro.

Pues bien, un día me aburrí, le lancé un escupitajo a mi amo y le patée el trasero firmando mi sentencia de muerte, por lo menos pensaba que era mejor morir a no volver a ver mi hermoso proyecto de ciudad, Adrianópolis, en marcha.

Estaba esperando a que el verdugo me cuelgue de una pita cuando el esclavo griego dijo:

- Echa al otro romano con éste.

De inmediato le reconocí.

- ¡Marcelo!

- ¡Adriano!

- ¡Se puede saber qué rayos haces aquí!

- Es culpa tuya, como que ir advertiendo por ahi de mi gran traición no ha sido saludable, se me ha condenado también.

- ¡Y por qué en este lugar!

- Pues... es el sitio preferido del rey persa por que sabe que el sheik detesta a los romanos y los hace sentir miserables...

- Odioso... ¡Me niego a morir aquí contigo!

Los esclavos vinieron a llevarnos y yo probé todos los idiomas para tratar de sobornarlos.

- Deja, así se hace... ¿qué no has aprendido nada de tus viajes?

Les dijo algo que les hizo salir volando.

- ¿Qué fue?

- Les dije que eras una bomba infecciosa y que si te mataban ibas a maldecirlos y a contagiarles el mal que te hizo afeminado.

- ¡No soy un afeminado!

- Ya... ya... lo que tu digas... sólo eres un poco delicado... no digo que eso esté mal...

La forma en que me desato no tenía nada de normal... no se por qué sospecho que se demoró demasiado...

Liberado ya de la horca fui al desierto, Marcelo me seguía a pesar de las múltiples horas que le dije que tomara otro camino.

- ¡Aléjate de mí!

- Míralo de este lado... por alguna razón el cielo nos ha puesto juntos en estas circunstancias... debes ser positivo...

- Claro que hay una razón... los dioses me odian y sólo quieren atormentarme.

- No lo creo... debe ser por que ahora debemos estar unidos, muy juntos, juntitos...

- Jamás...

- Vamos cantando algo para animar el paseo.

Ya estaba andando junto a mí.

- ¡Que no! - le dije enfadado.

- Y si te ayudo a botar al rey persa para que construyas Adrianópolis...

- Mmmmm no te creo nada...

- Pensemos en cómo será... tendrá fuentes por acá y un palacio por allá...

- Ohhh si... si....

- Y pondremos mosaicos tuyos por acullá...

- Mejor por aquí...

- Por supuesto... tú eres el jefe...

Nuestras siluetas se alejaban caminando hacia el sol.

Pues no sé que suceda cuando salgamos del desierto.

Lo único de lo que estoy seguro es... que... ¡MARCELO JAMÁS ME QUITARÁ MI ROMAAAAAAAAAAAAAAA!

He dicho...


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