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Belle Musique por katzel

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A Sebastian Morvelli le costaba infinitamente dar cada paso hacia los aposentos privados del profesor rival Lowell de Belenfort.

Entre ambos se había establecido una batalla campal que se advertía ampliamente cuando los docentes acudían a la sesión plenaria. Entonces de manera muy elegante manifestaban su incomodidad de hallarse uno frente al otro.

Los ataques provenían de Lowell de Belenfort quien usaba frases de doble sentido con un toque de infernal ironía. Todos sabían que Sebastian no hacía sino defenderse con evasivas que su carácter italiano trataba de aplacar para no perder el control y terminar retando a un duelo a muerte a su rival. Es más, parecía dispuesto a sobrellevar la situación de una manera civilizada, sin aspavientos, pero Lowell tenía la cualidad de decir justo las cosas que le parecían intolerables.

Algunos especulaban que aquella enemistad se debía al origen opuesto de ambos: Sebastian Morvelli de 30 años había sido maestro antes que Lowell y provenía de una familia de carpinteros talladores de violines. Su padre nació con un talento innegable y grandioso pero fue esclavo y su señor se negó abiertamente a dejarle participar de la Academia reservada sólo para nobles. Frustrado, se suicidó. Llevado por un sentimiento de culpa, el amo dio la libertad a Sebastian y le ofreció a modo de reparación un puesto en Belle Musique.

Por su parte Lowell, de veintidós años, pertenecía a la aristocracia más alta. Los Belenfort eran una familia sin tacha donde nadie había osado mezclar su sangre con la plebe. Él era el más "impetuoso" de sus hermanos y se destacaba por sus múltiples escándalos. Tenía el apoyo incondicional del abuelo, un viejo Archiduque quien se divertía viéndole desafiar la negativa de explotar su gusto musical. Todos los del clan Belenfort pensaban que pronto Lowell se cansaría de la música y regresaría a uno de sus magníficos castillos en la zona oriental. Pero, año tras año, él proseguía su labor como si la Academia fuese su feudo, haciendo y deshaciendo a su antojo con un solo opositor.

¿A eso se debían las miradas explosivas de desprecio cuando Sebastián se negaba a obedecerle?

Era mucho más...

Sebastian había sido su tutor. La persona que no le había dejado abandonar ni en las situaciones mas difíciles. Quien grabó cada nota del pentagrama en su memoria, quien le llevó a su primer recital y le encaminó hacia el reto sublime de presentarse en la Scalla del Emperador, el teatro más codiciado para un violinista de la época. Si Sebastian le había brindado tanto... ¿por qué el noble Lowell de cabellos negros ondeados y ojos azules le odiaba de esa manera?

Quizás la única persona que podía esclarecer el motivo real era el maestro Emmanuel Zunz, regente de la Academia. Pero él era un hombre muy discreto y jamás salió de sus labios una sola palabra cuando otros venían a interrogarle sobre el asunto.

Zunz había sido testigo de cómo Lowell se había enamorado perdidamente de Sebastian en su primer año de estadía. Esa pasión fue muy intensa y se convirtió en una fuerte obsesión. El docente italiano intentaba aminorar o por lo menos contener las desbordantes ansias de su primer discípulo evadiendo sus ataques frontales, sus cartas inflamadas, sus ruegos desesperados y sus declaraciones que al ser negadas precipitaban al joven en largos periodos de depresión.

Zunz estaba seguro de que Sebastian también abrigaba un fuerte sentimiento por Lowell, pero era tan correcto que temía faltar a su juramento de maestro y estropear las habilidades del noble. Así que tomó una decisión definitiva. Para evitar lo que él consideraba una catástrofe, abandonó la Academia viajó a Vienna a fin de participar en el concurso anual de la Scalla. A pesar de sus esfuerzos y de poner todo su corazón en la escena, Sebastian perdió quedando en segundo lugar y retornó con el fracaso a cuestas. Lowell, quien recibió un gran golpe luego de su partida se sintió traicionado por completo. Trató incluso de escapar para ir a buscarle pero le encontraron rápidamente y le obligaron a volver.

Después de eso todo cambió.

Lowell le declaró la guerra a muerte, y su venganza, lenta pero profunda amenazaba día con día en destruirle.

El primer golpe fue dado al año siguiente cuando Lowell solicitó ir al concurso de la Scalla y se convirtió en el mejor violinista del mundo.

Ganar donde su odiado contrincante había perdido fue saborear la gloria celestial y le llenó de alegría poder restregárselo entre los vítores y aclamaciones de sus condiscípulos. Pidió que fuese precisamente su antiguo maestro quien diera el discurso de bienvenida. Sebastian no demostró ninguna emoción representando dignamente su papel. Eso molestó a Lowell, ya que le hubiera gustado entrever la envidia y el rechazo como una mancha sobre el alma pura del italiano pero sólo encontró a un caballero frío, educado y extremadamente cortés.

Ahora Lowell se dedicaba por entero a seducir al nuevo alumno de Sebastian, un joven de dieciséis años de origen francés llamado Terrence en quien estaban puestas todas las esperanzas de triunfo.

Planeaba destruirlo para coronar toda la obra de su acerba venganza.

Por eso Sebastian se dirigía en esos momentos al recinto privado de Belenfort, para pedirle que dejase en paz a su pupilo.

Cruzó meditabundo el portal donde se lucían camelias blancas y rojas. Dudó mucho antes de llamar a la puerta por que sabía lo que le esperaba; sin embargo estaba decidido a proteger el don de Terrence sobre todas las cosas.

Cerró los ojos y dio un largo suspiro antes de cerrar el puño y sentir el sonido de sus propias manos al chocar contra la superficie.

El lacayo abrió sorprendido de encontrarle.

- ¿Quién es? - preguntó desde el despacho una voz seria de tinte grave.

- Es... el maestro... Sebastian Morvelli... - dijo el sirviente tartamudeando estupefacto.

- Oh... de modo que es él...- la voz parecía complacida en extremo - ... entonces retírate y dile que pase.

Sebastian se dio cuenta que aún sentía algo de timidez. A pesar de ser mayor que Lowell siempre se sintió ligeramente inferior a él. Recordó que había pasado mucho tiempo desde la última vez que estuvieron a solas y que por lo general evitaba ese tipo de situaciones, sobretodo por la mirada acusadora de los ojos azules, difíciles de evadir, difíciles de engañar.

Lowell, de pie ante la ventana abierta, con los brazos tras la espalda, miraba los jardines que se extendían caprichosamente entre violetas y claveles. Vestía casaca negra bordada, camisa blanca y pantalón oscuro. Sus cabellos negros largos iban por parte superior de la espalda en ondas irregulares artísticamente colocadas. La piel vampírica hacía destacar su prenda más bella, los ojos azules, rasgados, de mirada fija que hacían soñar a quienes se atrevían a mirarlo con deseo. Cada movimiento desprendía gracia, estética, envuelto en el aire ceremonioso de la clase alta.

Ni siquiera se dignó a saludar para recibir a su invitado.

Sebastian se mantuvo en silencio a su vez imaginando cómo iba a empezar aquella difícil conversación.

Por fin Lowell dijo:

- Pensé que nunca llegaría el día en que usted viniese a buscarme.

Sebastian clavó la vista en el piso. Sus cabellos marrones, amplios en la nuca, bajaron a los lados del cuello ondeando con el viento. Tenía un aire juvenil y ojos claros demasiado dulces que no podían, ni aunque quisieran reflejar la dureza de un guerrero.

- Ya sabe cuál es el motivo que me ha obligado a hacerlo... - pronunció cada palabra en tono de derrota.

- Por supuesto... - Lowell sonreía con malicia - ... tengo... como se diría en lengua vulgar... "la sartén por el mango"... por arte del amor me he convertido en el artífice de la fortuna o la desgracia...

- Del amor... mph... aquella forma de manipulación no tiene nada que ver con el amor...

- Ah... ah... ah... aún no he terminado. Si viene a mí dispuesto a suplicar no le queda bien esa actitud arrogante... será mejor un poco más de humildad... debería saber comportarse en presencia de alguien como yo...

- Lowell... no haga esto más difícil de lo que es... he venido por que deseo rescatar a Terrence de sus maquiavélicos manejos...

- Hum... "Maquiavélicos manejos"... siempre reprobé ese gusto por dramatizar... bien... como ya lo sospecha...Terrence está por completo encantado y suspira por mí. Sólo necesita una palabra para que su corazón se convierta en viento... todo el trabajo de un año perdido y le aseguro que le dejaré de tal manera que nunca volverá a tocar un violín en la vida... Que lástima, tan joven... tan sincero y talentoso... uno no logra reponerse de golpes así... lo digo por experiencia...

Hizo brillar sus pupilas azules y Sebastian como lo temía no pudo soportar el peso de la culpa.

- ... al final sólo queda el odio, Sebastian... la oscuridad... repetir sin descanso el nombre de aquella persona como si fuera un conjuro mágico que pudiese traerla de regreso sin lograrlo... preguntar si sus ojos miran el mismo sol y reciben la misma luz... ahogarse en la frustración de saber que no podrá ser...

La mano de Lowell se abrió sobre la garganta del de ojos claros sin cerrarse.

- Si pudiera asesinarte ahora mismo, Sebastian... si pudiera...

La retiró de manera enérgica y despechada tratando de contenerse.

- ... pero entonces no llorarías lágrimas de sangre tal y como lo deseo.

- Lowell... por favor... trate de comprender... - Sebastian trataba de mantener la conversación en el sendero racional pero como siempre el temperamento de su contraparte bullía apasionado.

- ¡No! - Lowell echó abajo una figura hermosa de porcelana que tenía a la mano - ¡... comprender!¡... comprender...! ¡hubo un día en que fui yo el que suplicó y no obtuve nada sino el vacío más horroroso que el alma humana pueda albergar...! eso es lo que le pasará a Terrence... lo aseguro... lo juro por lo más sagrado...

El carácter del italiano se desbordó por un momento al escuchar aquellas amenazas, fracasaba en contener sus palabras. Golpeó con la palma extendida el bello escritorio labrado.

- ¡No se trata de usted o de mí! ¡Terrence tiene mucho más de lo que alguna vez se ha escuchado en el universo entero! ¡Él es la música misma! ...¡Divino por entero!... más de lo que yo fui, más de lo que usted es. Deje que el mundo conozca su talento, la magia que puede transformar a las personas con una sola melodía...

- ¡He dicho que no! Para mí siempre se ha tratado de nosotros. Nunca permitiré que esos sueños se hagan realidad.

- Lo sé... odieme si así logra sentirse mejor... estoy cansado de esta guerra insensata...

Lowell se complacía en la desesperación de Sebastian. De pronto pareció quedar intrigado con una idea y luego de hacer una pausa para calmarse dijo:

- Si tanto le importa puede pedirlo arrodillándose ante mi. Si va a humillarse, hágalo de forma que pueda complacerme. Soy caprichoso, eso ya lo sabe... extremadamente caprichoso.

Pensó que en ese momento Sebastian se iría dando un portazo. Era demasiado. Obligarlo a rendirle pleitesía rompía las fronteras de cualquier exigencia. El músico luchaba consigo mismo cediendo y negándose. Pronto, con las mejillas rojas de indignación dobló una rodilla en tierra soportando estoicamente el hecho de tener que bajar la cabeza ante su rival.

- Si es necesario... lo haré. Pero no hiera a Terrence. Si él desea que usted permanezca cerca no me opondré. Tenga en cuenta que la venganza es contra mí y la asumo por completo.

Lowell tuvo que girar un poco para que no viera lo sorprendido y emocionado que estaba.

"Sebastian recibiendo mi afrenta... a mis pies... vencido..."

Echó para atrás algunos mechones de cabello salvaje.

"...es que tanto le importa ese muchacho... será que está enamorado de él... será que..."

Sintió en el corazón el odio y la amargura.

- Nunca. No importa cómo lo pida... no cederé hasta el final.

- Por favor... se... se... lo suplico... haré lo que sea...

La humillación de Sebastian lucía como un hermoso cuadro, una ofrenda y el noble estaba resuelto a realizar los planes largamente acariciados.

- ¿Hasta dónde es capaz de sacrificarse? - preguntó, incisivo.

- ... no... entiendo.

- Me refiero a qué podría brindarme a cambio de dejar a Terrence desarrollar sus infinitas capacidades.

- ... que podría dar... pero si no poseo nada...

El antiguo discípulo rió un poco.

- Pero qué ingenuidad, veo que a pesar del tiempo hay cosas que no cambian... dejemos el trato cortés y hablemos sin pudor.

Se giró rápidamente e hizo levantar a Sebastian apresándolo con un brazo.

- Digamos que te quiero a ti.

Los ojos de Sebastian se abrieron desmesuradamente.

- ¡Qué!

- ... como mi sirviente y mi amante... si accedes prometo cuidar el corazón de Terrence y ayudar a que triunfe en el concurso de este año, será el nuevo astro de la Scalla...

- Yo... cómo... lo que pides es... imposible.

En medio de su estupor Sebastian volvió a susurrar ese "imposible"

- Oh... pero qué poco espíritu de sacrificio... creí que estabas dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias. Pues bien, contaré hasta diez y será como tú desees... o yo o nada... no hay otra opción -

Sacó un sobre lacrado con el sello de su casa. el destinatario era Terrence.

- Aquí tengo una carta trágica para mi querido niño. En ella le digo que por motivos fuera de mi alcance me veo obligado a irme de la Academia para siempre. Trata de negarte y será enviada en este momento, lo tendrás hecho pedazos, llorando hasta el amanecer.

- Lowell... no...

- Uno...

  Dos...

  Tres...

Sebastian aprisionado luchaba por liberarse. Su dignidad, su orgullo, su libertad estaban en juego. Durante la adolescencia y luego en la juventud reconoció que odiaba por sobretodo la esclavitud por el pasado terrible de su padre. Además, que Lowell sea el amo le parecía verdaderamente torturante.

- Cuatro...

  Cinco...

  Seis...

¿Alguna vez encontraría manos tan hábiles como las de Terrence? ... no... Terrence era único...

- Siete...

  Ocho...

Si no lo hacía no habría otra oportunidad... era la última chance que el destino le ofrecía.

- Nueve...

Podía casi sentir los labios del ojiazul sobre los suyos respirando con suave aliento cada número. Deseaba negarse y dejarle allí, frustrado, borrar esa sonrisa de triunfo de la cara y demostrarle que no había nacido para ser juguete de nadie, pero en vez de eso sólo se escuchó decir:

- Espera...
             e s t á  b i e n ...
                          a c e p t o.

Lowell volvió a colocar el sobre en su bolsillo. Luego aminoró aún más la distancia entre sus cuerpos y vertió en los oídos de su nuevo esclavo lo que ansiosamente necesitaba de él.

- Te haré padecer lo inimaginable... te llevaré al límite. Soy el demonio reencarnado...estoy lleno de rencor y no te imaginas lo que soportarás tanto en público como en privado. Desde ahora cumplirás mis órdenes al pie de la letra. Tengo maneras de castigarte mucho peores de lo que puedes concebir... Sebastian... y eres todo mío por fin... mío de pies a cabeza...

- Lowell de Belenfort...

Sebastian no pudo terminar la frase pues Lowell le besó a la fuerza. 


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