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El Espejo de Laurence por katzel

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Laurence abrió lentamente los ojos porque las gotas de lluvia que se filtraban desde el techo caían insistentemente,deslizándose por las paredes de su destartalada buhardilla.

Se levantó encendiendo la lámpara que apenas alumbraba y pasó de largo ignorando el escritorio lleno de papeles húmedos marcados con dibujos y manuscritos monumentales. Arrugados se apilaban los discursos que alguna vez ambicionó leer en el parlamento ante las aclamaciones de un pueblo que había nacido viendo la nueva era.

Los cabellos plateados confundidos con el rubio cenizo de su antiguo color bajaban ondeados hasta el sobretodo negro de terciopelo gastado que aún le abrigaba en medio del invierno.

Hace años que aceptaba su derrota y guardaba todo aquello como un símbolo de su terrible fracaso.

Apoyado de codos en la ventana, contemplando la calle, se preguntaba si en verdad había logrado construir un mundo mejor.

 

Aquella noche silenciosa de 1789 se derrocó a los poderosos y se distribuyó el pan y la libertad haciendo una pirámide hasta el cielo, donde todas las voces podían ser escuchadas. Creyó lograr la igualdad de los hombres y pensó que jamás volvería a existir sobre la tierra la esclavitud del cuerpo ni la mente.

¿Había fracasado en ese momento cuando desde esa misma ventana veía reflejados el fuego y la sangre de la libertad?

No...

Después.

Después de eso vino la caída.

Cuando se dividieron, se traicionaron, se apuñalaron, se mintieron y se eliminaron.

Un mechón de cabello blanco se desprendió y quedó entre sus dedos.

No solía pensar en el tiempo y le dolió reconocer que había perdido la flor de la juventud luchando por algo que había sido inútil, por lo menos para él.

Se había convertido en un cadáver sostenido en las memorias de un mundo que ya no existía, un fantasma que había perdido a todas las personas que amaba viéndolas morir de modo violento e injustificado.

De sus amantes ninguno había logrado sobrevivir.

Marat fue silenciado brtualmente, ahogado en su propia sangre. Danton recibió un tiro en pleno rostro. De Sall fue colgado por los jacobinos acusado de traición.

Y él estuvo presente, oculto entre los asistentes, mirando, sin poder oponerse a esa tiranía que él mismo había creado...

La revolución se había llevado todo. La juventud briosa, las ideas brillantes, los amantes dulces y visionarios, el talento, la energía, los sueños de convertirse en un político brillante, compartir sus ideas entregándose a los demás por y para siempre.

Empezó a sollozar.

Lloraba sin poder ocultarlo... sin querer ocultarlo.

Hace años que no se miraba en un espejo por miedo a encarar la realidad.

Ahora sus dedos temblaban por coger aquello que estaba vuelto hacia abajo y reconocerse sobre la superficie que no le engañaría.

Pensó en la pistola guardada en la gaveta con una sola bala para darse un tiro cuando las horas de hastío fuesen tan densas que ya no pudiese resisitirlas, cuando se decidiese a probar el fino sabor de la pólvora.

¿Estaría listo ya?

Sí, había llegado la hora de morir.


Tocaron la puerta.

No se atrevió a moverse sino que permaneció en su puesto respirando apaciblemente.

La persona que llamaba se atrevió a entrar quitándose el sombrero e inclinando la cabeza.

- Maestro La Fouquette...

Así lo llamaban antiguamente "maestro" y vinieron a su mente todas las personas que habían pronunciado su nombre de esa manera.

Quien se dirigí a él era un hombre de unos treinta años de rostro reposado. Se turbó visiblemente cuando sus miradas se encontraron.

Laurence recordaba que antes ese gesto era común debido a la primaveral pincelada que Dios había derramado sobre sus facciones, pero le sorprendió que aún después de esos años alguien pudiese reaccionar ante él como si estuviese viendo a un ángel.

- Maestro...

Le dio permiso para hablar con una venia.

- Vine por que mañana viajo a Tours y luego de muchas vicisitudes me dijeron que se encontraba aquí... quizás demore mucho en volver... o no me sea posible por mis precarios medios y...

Se cortó sin saber cómo continuar.

- Prosiga - dijo Laurence pensando que era una situación incómoda.

- Es lógico que no sepa quién soy... entre tantas personas que iban a escucharlo, alguien como yo le es absolutamente indiferente...

Otra vez se frenó como si buscara en la memoria las palabras aprendidas de un discurso.

- ¿Será que puede precisar lo que desea de una vez? - Laurence lamentó el tono hostil que salió de sus labios pues no se proponía ofenderle, sólo quería que se fuera para terminar con toda esa miseria.

- Verá... esto no es fácil de decir y seguramente mis palabras le parecerán vulgares... incluso podrían ofenderle...- dijo el hombre con los ojos llenos de ternura - pero yo... lo amo, maestro...

Con estas palabras hizo surgir un silencio de estupor.

Laurence se preguntaba si no era juguete de un sueño o estaba ya atrapado en una alucinación antes del fin.

La voz del hombre apenas se levantaba sobre la lluvia.

- No podía irme sin decírselo... no deseaba perder esta oportunidad... no, no se preocupe... quizás no espere nada de usted... ni siquiera que comprenda mis sentimientos... sólo me gustaría que me escuchase... que entre todos los recuerdos alegres que haya atesorado con el tiempo haga un pequeño espacio para mí... es apenas una cosa tan pequeña... haber llevado todos estos años pensando en usted de esa manera... en sus palabras... en el tono en que las decía... debe tener algún valor...

Laurence a pesar de no posar sus ojos en él le prestaba la máxima atención.

- ... sabe maestro, yo fui hijo de un mal padre y de una mala madre que vivía hundida en el alcohol y era la burla de todos. Siendo casi un niño dejé mi villa y vine a la ciudad donde conseguí un empleo de 16 horas. Viví explotado como una bestia a punto de seguir los pasos de mis progenitores, cuando por casualidad fui al parque agrario donde usted empezaba sus primeros discursos. Tuve suerte... esas palabras salvaron mi vida y aligeraron la carga de mis hombros. Cada cosa que usted decía se quedaba grabada haciéndome subir un peldaño más y llenándome de esperanzas...

Laurence imaginaba todo lo que el hombre narraba, escuchaba a la masa humana, recordaba el frío de esa tarde en el parque... sus propios ventidós años de inexperiencia y su radiante belleza.

- ... siempre iba a verlo... aunque llegaba tarde porque el trabajo era demoledor. Sin embargo parado entre las sombras, era feliz... muy feliz. Recuerdo que terminaba con los ojos arrasados en lágrimas. Usted decía que todos éramos iguales y que nuestro espíritu había sido hecho por Dios con el mismo amor con que había creado a las estrellas del firmamento... entonces empecé a creer que era dueño de mi propio destino... y me decidí.

Aprendí a leer y a escribir. Me acerqué a los libros y ya no me importaba el ambiente sin fe que me rodeaba. En todo momento su voz me guiaba y si mis ojos se cerraban los abría con esfuerzo pensando "El maestro La Fouquette me reprendería si no termino las lecciones" Cada vez que mis manos encallecidas se resistían a dibujar las letras volvía a mi labor diciendo "El maestro tiene una letra hermosa para expresar sus pensamientos, yo quiero ser como él... quiero estar a su altura..." y continuaba sin descanso hasta el amanecer... en el fondo tenía la esperanza de alcanzarle... quizás... de... de... que al conocerme usted...

Aquí el hombre no pudo ocultar su rubor.

- ... por eso digo que lo amo... por que todo lo que soy se lo debo a usted... a la luz que encendió dentro de mi ser... disculpe el atrevimiento de un hombre desconocido que necesitaba verle...

Laurence estaba conmocionado. ¿Quién era esta persona enviada por el cielo para apartar el acero de sus manos?

- Pero yo... pero... la revolución - replicó débilmente - ... al final todo se convirtió en un baño de sangre y... yo fallé... creé un monstruo de tres cabezas que destruyó al mundo...

- La verdadera revolución, maestro La Fouquette - dijo el hombre dulce atreviéndose a tomar sus manos - ... la hizo usted aquí... en la mente y en el corazón... usted me liberó... le dio alas a mis sueños y me enseñó que la felicidad es posible si decides sacrificarte e intentarlo... yo que estaba hundido en la miseria pensando que moriría desesperado, solo... tuve la oportunidad de luchar y remontarme a los cielos... pude apreciar la verdadera luz y sonreír a pesar de la bajeza y vulgaridad que trataban de hundirme...

- ... yo hice todo aquello...

- Así es... y ahora regreso a la campiña donde nací. Soy maestro estatal y he decidido romper las cadenas que agobian a mi pueblo igual que hizo usted conmigo. Tengo muchas esperanzas puestas en esas gentes buenas y sencillas.

Laurence respondió a la presión cautivante de sus manos y le dio un beso en la frente sin detenerse a pensarlo.

Esa adoración en sus ojos era el mejor regalo que había recibido en la buhardilla donde las gotas de lluvia seguían cayendo.

- ... ¿cuál es tu nombre?

- Marius...

Se abrazaron cálidamente con sinceridad.

- Gracias Marius... no sabes de qué manera has ayudado a este sobreviviente del pasado.

- Mientras viva... - dijo el hombre - ... lo que siento no desaparecerá... siempre será sólo usted, maestro.

- Marius...

- Sé que le dije que no pretendía obligarlo a nada, pero ahora que estoy frente a usted no puedo evitarlo... la verdad es que vine para pedirle que me acompañe... que... venga usted conmigo a Tours... bien... ya lo dije... debe pensar que es una tontería pero en cuanto me enteré de que estaba aquí trecé un rápido plan...

- ¿Un plan?

- Mi primera intención era obligarle a ir conmigo, era un sueño desesperado... luego lo medité mejor y resolví decirle la verdad, sin interrumpir su derecho a permanecer aquí... pero veo que no he podido calmar mis ansias y he cambiado de opinión... es usted necesario para mí como el aire que respiro, le busqué durante años enteros y por eso le ruego que me acompañe.

- Es demasiado... aún es... demasiado pronto...

- Lo temía... paso a paso... ya le he dicho que es la persona que amo... aunque me ha costado infinitamente... pero estando frente a usted ya tomé mi resolución y trataré de volver lo más pronto posible luego de instalarme... si lo desea le dejaré mis señas para que pueda encontrarme... hay otro tren que parte para allá... le esperaré...

- Quizás nunca vaya.

- Igual le esperaré... cualquier mensaje... una carta... un telegrama... una seña... en un tiempo me tendrá usted aquí otra vez pidiéndole que venga... puedo ser muy insistente...ahora debo retirarme... pero espero volver a verlo maestro Laurence la Fouquette...

Marius se colocó el sombrero y luego de despedirse le brindó una hermosa sonrisa.

Laurence paseó pensativo y luego volvió a su posición en la ventana mirando cómo la silueta de Marius pasaba bajo la lluvia.

No había fracasado...

Si al final una persona llamaba a su puerta y la hacía semejante confesión quería decir que había logrado su cometido.

Sus palabras no habían retumbado en el senado y había sido perseguido y vituperado... pero no había sido en vano...

Pensó en Marius.

Ahora el regresaría a su pueblo a hacer algo hermoso...

Le imaginó delante de todos esos niños recitando la lección... dándoles alas para remontarse sobre las nubes del cielo azul... guiándoles... quizás hablando de él y convirtiéndolo en alguien muy querido para quienes no le conocieron... y sonrió por que aunque sabía que iba a morir esa noche, una persona iba a llevar flores a su tumba y a conversar con él... que lloraría sobre su cuerpo inerte y le amaría hasta el último aliento... ya no estaba solo... nunca más lo estaría...

"Gracias por este regalo... gracias por amarme de esta manera... eres tú quien me ha traído de vuelta... sólo para saborear mis últimos momentos... eres tú quien me ha dado mucho más de lo que yo jamás pude ofrecerte..."

Pensó que sería hermoso viajar a Tours alguna vez y ver la campiña... pasear con Marius del brazo... escuchar el rumor de los ríos y el suave arrullar de las palomas. Entonces ya no pediría nada más que morir una tarde apacible entre sus brazos justo con la caída del sol.

"Si tan sólo la muerte se retrasase un poco... si me dejara en paz ahora que he logrado por fin concebir un sueño... me gustaría tanto decirle adiós..."

"Pero la hora ha llegado..."

Sus manos alcanzaron el espejo y por fin lo giró para verse, ya no iba a escapar de si mismo.

Se levantó con el reflejo entre sus manos.

Allí estaba como en sus años dorados, los cabellos largos y dorados hasta el hombro, los ojos almendrados, fijos, profundos, la piel tersa y la expresión un tanto severa y firme.

- Marius...

El sonido del espejo resquebrajándose contra el piso se destruyó con la última ilusión de Laurence la Fouquette.

Pero le encontraron con una sonrisa y el nombre de Marius a flor de labios.


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