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Comprensión por Dazel Tenshi

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Notas del capitulo:

Algo que surgió como una idea de autocompansión, pero que terminó en un cursi relato.

Lo único que espero es que lean y disfruten.

No lo comprendían…

 

Le vio sonreír, soltó una risilla de astuta diversión, hizo ese sutil gesto con las pestañas apretadas junto a sus párpados y volvió a abrir sus ojos marrones.

-Eres malo Ale, sabes perfectamente que esas cosas me ponen nervioso. No deberías ser tan directo- comentó con jocosidad desbordando sus labios, tomó entre sus manitas maltratadas la taza de té y sorbió con ruiditos infantiles un poco de infusión roja. Maracuyá y frutos rojos, su favorito. Y a el solía drogarle el aroma que desprendía su boca cuando se sumergían las últimas gotas.

-Vamos Fernando, cuándo me dirás que sí?. Sabes que si aceptas te haré el hombre más feliz del mundo!- le musitó con un tonillo de burla que arrancó suspiros y vergüenzas de su carita arrebolada.

Arrancó la blanca taza de las manos ajenas para depositarla en la mesa que se les interponía. Lo jaló con esa silenciosa invitación, acordando en un roce de miradas y una risilla que huyó, la complicidad de la última canción que sonaba en la casa.

Se retiraron sin que oyeran los pasos ni les siguiera la culpa. Sumido en la mano de Alejandro rogando entre los pliegues de sus dedos una premisa de sensación.

Fernando arrulló su oído con los respiros de falacia, y le murmuró caricias en cuanto yacieron a compases de sábanas y gemidos.

 

-Te presento a Fernando, es mi hermano menor- Le contó él, acudiendo sonrisas. –Feña, éste es Alejandro, mi mejor amigo- Y estrecharon sus manos sin sinfonía de confianza, solo dos recién conocidos en un paraje de curiosos caminos.

Alejandro tenía 23, tez morena, cabellos largos y negros, usaba converse negras y pantalones a cuadros. Estudiaba sociología y su gata parda se llamaba Alice, solía tomar cervezas por las noches y fumaba marihuana cuando le apetecía. Algunas noches lloró por amores no correspondidos y a nadie le contaba su afición por las baladas cursis. Caminaba con un pasito danzante y le gustaba escuchar The Knife para no dormirse en el viaje de vuelta a casa. Cocinaba solo para sí mismo y le gustaban las galletas con leche. Era abiertamente homosexual y tenía dos mejores amigos. Salía con chicas, tenía sexo con chicos, pero estaba enamorado de Fernando.

Fernando tenía 17, sus ojitos marrones solían guardarse tras unos anteojos oscuros de marco blanco, tenía los cabellos decolorados y cortos. Tenía un bolso con un  parche de Depeche mode y solía bailar reggaeton cuando jugaba con su hermanita de 8. En el colegio sacaba buenas notas y odiaba matemáticas. Alguna vez intentó aprender a tocar guitarra y solía comprarse discos con sus sueldos de verano. Soñaba con estudiar Filosofía y estaba secretamente enamorado de Nietszche. Las nueces con miel le volvían loco y su madre jamás le dejó entrar a la cocina. Hace un mes terminó con su última novia y una linda chica se le había insinuando la otra noche, pero estaba enamorado de Alejandro.

Realmente ninguno sabía como había pasado. Él asumía su sincera afición por su mismo sexo, no la guardaba y acostumbraba a aprovecharse de hombres necesitados que le miraban babosos y desesperados. Pero aquel chiquillo, solo el hermanito de su mejor amigo, con esa sonrisita invadiendo pesadillas, llamando a la perversión con un grito descarado, bamboleando sus caderas en secretos rincones que no debió conocer.

Y él no se lo explicaba, acérrimo y aceptado heterosexual, con varias chicas contando sus listas de cama. Él, que siempre les sonreía a las camareras del Starbucks al que acudía con sus compinches y flirteaba con las chicas de menor grado. Pero ese hombre, el mejor amigo de su hermano, con una camisa negra que se abrió más de lo debido, que con sus brazos anchos atraía miradas y revoloteos en su estómago, que le había invitado a bailar una noche y le había sujetado las caderas sin permiso, sondeándole los pensamientos, confundiéndole los respiros.

No lo comprendían, en el mutismo de la almohada cayendo al suelo, de una luz apagándose y un cajón que se abrió para vaciar su contenido. En el secretismo puro de un colchón que sonó a compás de sexo y que las manos y pies olvidaron posiciones para diversificarse en recónditos escondrijos corporales.

 

No lo comprendían…

 

-Te dije Fernando, serías el hombre más feliz del mundo-

-Qué te hace pensar eso? El que me hayas tenido de piernas abiertas o el que haya gemido tu nombre?-

-El que aún estés acá…-

 

No lo comprendían…

 

 

 

Notas finales: Yo tampoco lo comprendo...

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