Tacto
Hay personas de todo tipo. Para gustos, colores, que se suele decir. Personas altas, bajas, rubias, pelirrojas, amantes del deporte, aquellos a los que les gusta llamar la atención, los solitarios, los infantiles... Cada uno con una particularidad que se encarga de diferenciar y caracterizar a cada persona.
Sasuke también tenía, como todos, sus propias particularidades. Era una persona arisca, solitaria y altanera. Se alejaba del contacto, tanto psicológico como físico. No quería demostrar sus sentimientos ni pensamientos, ahuyentaba a todo aquél que le pudiese causar daño emocional con su presencia, y a la vez repelía el contacto físico con sus compañeros.
Lo único que podía romper, y al cual le estaba permitido quebrantar esa celda de cristal creada con esmero, era al rubio enérgico y aparentemente despreocupado. Alguien que sin proponérselo en un principio, había sacado a Sasuke de la oscuridad y su tanto errónea como peligrosa realidad.
En aquél momento una mano tostada, perteneciente al rubio ninja, se deslizaba lentamente sobre la contraria. Era un acto como cualquier otro. Un acto inocente que compartían ambos amantes en el silencio y la intimidad de la noche, pero que desde una perspectiva diferente a la usual era un gesto que permitía ver como los muros invisibles del Uchiha eran derribados y como las cicatrices psicológicas sanaban con lentitud, pero eficazmente.
De esa manera aquél tacto sobre una piel tibia, pálida, rugosa y marcada por dolorosas cicatrices, producto de anteriores batallas, significaba un mundo lleno de vida, esperanza y futuro que compartir junto al rubio.
Vista
Las consecuencias de todas aquellas luchas, muchas de ellas sin sentido, se dibujaron en su rostro, cobrándose lo que le debían. Sabía que tarde o temprano sucedería. Lo sabía y pese a eso, esperaba que todo aquello no le sucediera a él, porque como comúnmente se dice, la esperanza es lo último que se pierde, y poco a poco, la había comenzado a perder.
Al principio, había días que no notaba casi nada. A veces notaba que cosas que antes podría haber llegado a ver, aunque con esfuerzo, ahora ya no las podía percibir, aunque no era algo que le preocupase en exceso por entonces; con el tiempo, pasó que había otras ocasiones en que sólo notaba un simple difuminado cuando alzaba la vista y miraba a lo lejos, contornos borrosos que pensó, no le afectarían mucho; otras veces, notaba que por unos segundos todo a su alrededor se volvía negro e insensible, para luego, al momento, volver a recuperar poco a poco su periferia.
Todo había acabado ya. Poco a poco, el paisaje que desde pequeño había admirado se había visto envuelto en una densa bruma oscura que le impedía ver nada. Calles, cielos despejados, solitarios parques, el bosque donde solía entrenar, aquél muelle que aún persistía en su memoria, la montaña de piedra donde se esculpían los antiguos y nuevos rostros de los grandes ninja de la aldea...
No iba a poder ver de nuevo ninguno de los colores de todo aquello que le rodeaba. Aunque si una cosa tenía segura, es que jamás iba a olvidar aquella sonrisa llena de alegría que le daba el rubio. Eso era algo que aunque no pudiera volver a percibir mediante su vista, siempre iba a tener a su disposición, porque aunque le arrebataran sus ojos, aunque le arrebatasen su oído o incluso su olfato y demás sentidos, el rubio iba a estar siempre ahí, apoyándole y soportándole, como tan sólo él sabía hacer.