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Chicas por Dazel Tenshi

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Notas del capitulo: Bueno, bueno, bueno. Mucho tiempo que no me paseaba por ésta página y contra todo pronóstico, lo hago para publicar una narración yuri.
Realmente no sé cómo surgió ni como ha quedado, además de que recibí de la ayuda de una autora amiga para sumergirme en temas que son demasiado femeninos y desconocidos para mí.
Por último quiero explicar cuál es el fondo de este relato. La idea surgió como un retrato a una de mis mejores amigas, Bárbara (más tarde la reconocerán) y una platónica relación con otra bellísima amiga mía a quien preferí modificar su nombre. Ellas no se conocen, es más viven lo suficientemente lejos como para no encontrarse jamás, pero siempre he pensado que haría una pareja perfecta.
Por ultimo, decirle a ambas que las amo.
Disfruten lindos lectores!
Es una chica, como cualquier otra chica, piernas largas, un par de tetas y caderas anchas. Nada fuera de lo común si la miras desde lejos. Una chica como las tantas que hay en el instituto, una chica como yo.
Tiene los cabellos ondulados, castaños y cortos, aún no habían crecido mucho desde aquella vez en que apareció ante todos con su cabeza pulcramente rapada. Todos se habían girado hacia ella con ojos muy abiertos y algunas bocas haciéndoles juego. Sus más cercanos amigos la interrogaron y amonestaron rápidamente, pero ella solo se reía quedamente y respondía con un burlesco “Hace mucho tiempo que tenía ganas de hacerlo”. La verdad es que yo siempre supe que lo hacía justamente por aquellas violentas reacciones que lograba al pasar y siempre me hizo gracia verla con esa mueca pletórica que ponía cuando causaba estragos con sus cuestionables rarezas.
Tiene los ojos marrones, comunes, enigmáticos y malditamente brillantes.
Sus labios son gruesos, alargados, juguetones y siempre cubiertos con el suave tono cereza de su bálsamo labial.
Sus manos son siempre un foco de atención para todos, de largos y finos dedos, estilizadas, delgadas. Lleva un tatuaje en la izquierda, el kanji de esperanza sutilmente dibujado en el blanco dorso. Sus uñas son largas y bellas, siempre pintadas de rosa fluor, otro tanto aliciente para que los normales como nosotros nos volvamos y exclamemos curiosidad ante su osadía.
Pero lo más importante y seductor de sus danzarinas manos son su forma de utilizarlas, como la perfecta extensión para sus pinceles de pelo grueso, con los que evoca los más bellos y desquiciantes lienzos al óleo.
Es una chica simple, como cualquier otra, por más que ella se empecine en vestirse de maneras estrambóticas, con su característica gama de rosas combinándole a la perfección con su piel blanca, sus zapatillas sin atar o sus pantalones sumamente ajustados a sus contorneadas piernas. Con aquellas remeras aniñadas que hacían juego con su bolso de escuela, aquel que se asemejaba a los que solíamos llevar en nuestras épocas preescolares, con una tierna caricatura de oso plasmado en la verde tela.
La chica en sí no era tan diferente a las demás, reía con estruendo y siempre fumaba un cigarrillo a la hora de salida, portaba sus grandes audífonos al cuello y tenía un teléfono celular, valga la redundancia, rosa.
Los inviernos vestía un entallado abrigo de tweed en blanco y negro y los veranos se enfundaba en lindos y femeninos vestidos de tirantes.
Era realmente buena en literatura e historia y muchas veces se le veía acompañada de un viejo libro empastado. Hablaba de todo con sus amigos y un par de ellos estaban perdidamente enamorados de ella.
Bebía té frío y era una acérrima defensora de los derechos animales. Escuchaba rock alternativo y había acudido a tantos recitales como podía.
Cada vez que pasaba por mi lado era como aquellas señales que no puedes dejar de mirar, abstraen tu atención hasta hacerse sus dueñas. Bárbara, es su nombre. Y es la chica más curiosa que he conocido mi vida.





Ella no es como las demás, es una chica diferente, especial, única. Sin negar que comparte las características femeninas que yo o cualquier otra mujer pueda tener, hay un algo que la hace incomparable.
No es muy alta, medirá acaso 1,50 metros, su cuerpo es menudo, pequeño, delgado.
Tiene el cabello largo, de un profundo negro, y suele caer lacio sobre sus hombros y espalda, lleva flequillo recto sobre su frente. Acostumbra a llevarlo suelto, dejándolo volar sutilmente al viento o pasear a ritmo con sus acompasado caminar.
Sus ojos son azules, increíblemente azules, contrastan de manera perfecta con sus pestañas obscuras, y suelen mirar de una manera concentrada y seria que te hace querer huirla rápidamente.
Tiene una cintura delgada y marcada, siempre perfectamente enmarcada por camisetas ajustadas y de acostumbrado negro. Sus pechos son pequeños y redondos y según una de las amigas que compartimos, quien tiene la oportunidad de verla desvestirse en la clase de deportes, lleva corpiños negros con aditamentos de encaje.
Sus piernas no son muy largas, delgadas y bien formadas. Siempre las cubre celosamente con pantalones de tela negros o patrones a cuadros. Jamás tuve la oportunidad de apreciarla con una sensual falda, ni siquiera en los atosigantes días de verano.
Lleva un bolso negro cruzado a su espalda, en el suele colgar parches de bandas góticas o metal, y algunos pines con personajes de animación japonesa.
Jamás se maquilla y su rostro blanco tiene esos rasgos aniñados que inspiran más ternura de la que ella debe estar orgullosa.
Tiene dos años menos que yo y suele pasearse bastante sola por los pasillos del instituto, algunas veces la acompañan un par de amigas que no paran de parlotear mientras ella las observa en silencio.
Siempre escucha música desde su celular y su rostro jamás sube a mirar al grupo de mundanos con lo que forzosamente debe sociabilizar.
Le encanta la asignatura de artes y a diferencia de mi le va excelente en el ramo de matemáticas.
Ella no es como todas las chicas, no viste a la moda, no le interesa verse bien (por más que siempre lo esté), no habla de ropa con sus amigas ni se babea por el galán de su clase.
Le encanta el té verde y el café cargado, los gatos son su debilidad y tiene la sonrisa más bella y escondida de todas. Su nombre es Melina y es la chica más especial que he visto.


Era un día jueves en el Instituto, los pasillos estaban desiertos y silenciosos.
Faltaban solo 15 minutos para aquella aura de paz y tranquilidad se rompiera, se acercaba la hora de salida y todos los chicos parecían sufrir ataques de ansiedad mientras veían que las agujas del reloj parecían ralentizarse y nunca querer llegar hasta la dichosa hora.
Bárbara se encontraba por demás ansiosa, su mano se movía frenéticamente, columpiando en ello un bolígrafo azul con el que había hecho unas cuantas anotaciones de la asignatura de química. Pero aunque la profesora, una mujer de inestimable edad, aún explicaba animosamente algo sobre isótopos e isóbaros, la chica de los ojos marrones no prestaba la mínima atención.
Su estómago se retorcía en nervios y un tic en su pierna amenazaba con hacer acto de presencia. Esa tarde, Marcela, su amiga de 2º año le había prometido que a la salida de clases irían hasta su casa para celebrar el cumpleaños de la menor, en ella estarían sus más cercanas amigas, entre ellas, Melina.
Finalmente el timbre insistente anunciaba el final de clases, Bárbara dejó escapar un suspiro de impaciencia y comenzó a ordenar sus cosas, en el intervalo se acercó un grupo de 3 chicos para despedirse amistosamente de ella.
-Bueno chicos, mañana si les prometo que iremos a beber unas cervezas- comentó con ojitos de disculpa la chica.
-No te preocupes Barbie, ya nos cobraremos esta, tu pásala bien en tu reunión de niñas- comentó con tono jocoso uno de los chicos. Ese era Andrés, pelo largo, castaño, sobre los hombros, alto, piel trigueña y anteojos de marco grueso.
-Si amor, se los compensaré- les dijo por último y obsequió un sonoro beso en las mejillas de cada uno, para salir finalmente por la puerta del aula y emprender camino hasta la salida principal del instituto, donde había quedado de encontrarse con su rubia amiga.
Mientras caminaba con pasos agitados los nervios aumentaban y se instalaban obstinados en su estómago y garganta.
Marcela le había dado una mirada suspicaz e inquisitiva cuando ella le había preguntado con fuerte tono si su amiga Melina estaría en la reunión. Cuando le había respondido de manera afirmativa una indescriptible y extraña felicidad había hecho brillar sus ojos de tal manera que su amiga le había reprochado con burla.
-Hey, que vas a verme a mi, mala amiga.- Comentó la rubia, una mueca de falso enojo en su rostro. Ella era Marcela, no muy alta, de cabellos rubios, cortos y despeinados, ojos verdes y piel blanca. Una excelente amiga desde que la había conocido, además de excelente compañera de baile en las fiestas alternativas a las que solían acudir.
Se acercó con falsa determinación hasta las rejas negras que encerraban el edificio, sacó un cigarrillo desde la cajetilla y lo prendió con un encendedor rosa. Se acomodó en el suelo, con sus piernas cruzadas y sobre ellas el bolso verde del osito.


Era la última clase del día, lenguaje, y por más que tratara de concentrarse, la aburrida charla sobre sintaxis hacía crecer el sopor que la invadía. Dejó ir sus pensamientos.
Esa tarde debía ir con su amiga Marcela hasta su casa, le había rogado su presencia durante toda la semana, haciéndola aceptar en cuanto le había dicho que TODAS sus amigas estarían allí. Eso quería decir que la chica de 4º año estaría allí también. Bárbara acudiría, con sus ropas rosadas y su inquietante presencia, sus sonrisitas insinuantes y seguramente escucharían ese glamoroso rock que suele compartir con su rubia amiga.
En lo profundo de sí se negaba determinantemente que su razón de acudir era aquella chica con la que no había cruzado más que un par de miradas. Pero al parecer Marcela tenía alguna idea equivocada en su mente, ya que había adherido mucho énfasis a sus ruegos, insinuando de manera descarada que su linda amiga estaría allí.
Unos minutos más pasaron y ahora el aula se pintaba de un mutismo inesperado, al parecer el profesor les había puesto trabajo, y ella, sumergida en sus pensamientos, no se había dado por enterada. Discretamente hizo una seña con la mano a su compañera de banco, Laura, una morocha no muy alta con la que tenía una buena relación. La otra le mostró unas páginas del libro con el que apoyaban los estudios y volvió rápidamente a su propia lectura, como temiendo ser atrapada en algo indebido.
Melina intentó ponerse a trabajar pero su cabeza estaba obstinada en irse por otro cause de pensamientos, y lo más lamentable, era que siempre terminaba en la chica de cabellos cortos. Todos los caminos llevan a Bárbara… O era roma?.
El timbre molesto y chillón dejó escuchar su sonido en todos los oídos presentes, los chicos rápidamente se levantaban y guardaban sus cosas en sus mochilas y huían casi con desesperación de la escuela.
Melina se levantó suavemente de su pupitre y con parsimonia comenzó a ordenar sus útiles, de reojo veía como el grupo de chicas que solían acompañarlas se juntaban en corro junto a Marcela, ella reía encantada y daba un par de instrucciones. Finalmente vio que la otra le devolvía la mirada y con decisión se le acercaba.
-Ya estás lista Melina- inquirió con un tono de dulzura, algo que a la más pequeña le molestaba, pero a la rubia parecía encantarle.- Vamos pequeña, las chicas ya están listas y Bárbara debe estar esperándonos fuera- comentó casualmente.
-Ya estoy Marcela, podemos irnos a tu dichosa fiesterita- Molestó la pelinegra, y la otra le regaló una encantadora sonrisa.
Sin querer admitirlo Melina se puso inevitablemente nerviosa, sabía cual era la causa, pero estaba empecinada en negárselo a sí misma. Siguió al grupete de niñas que caminaban animadas y parlanchinas por los pasillos del instituto. Intentaba poner atención a lo que decía, pero sus insustanciales conversaciones no le atraían en lo más mínimo.
-Tenemos que comprar cigarros y cervezas antes de llegar a tu casa, Marcela- hablaba con voz chillona Laura.
-Claro que sí. Además mi madre no llegará hasta tarde- Le respondía la rubia.
-Buenísimo, podremos hacer bullicio y nadie se molestará. Eso en mi casa es imposible, mis pequeños hermanos jamás me dejan tranquila- Comentaba algo molesta Iris, una chica flacuchenta y de cabellos cenizos y crespos, era una chica bastante divertida, quien además compartía sus gustos musicales.
-Además Bárbara me prometió mucha “diversión” en esta tertulia- acotó con malicia Marcela, riendo con un tonillo de puro regodeo.
-A qué te refieres Marcela? Llevará chicos??- preguntó Iris, denotando más ansiedad de la que debía, ya que rápidamente se sonrojó.
-Esa chica no me causa buena impresión- dijo Laura- No es que tenga algo en su contra, solo que esa postura de chica mala, y sus insistentes intentos de llamar la atención me parecen un tanto falsos- sentenció con una mueca de desagrado. Marcela la miró con cara de reproche y Melina por primera vez en todo el camino soltó una risilla que, para su desgracia, las otras escucharon y se dieron vuelta rápidamente hasta ella.
-Qué? A ti también te parece mala chica?- preguntó rápidamente la rubia, con un tono de evidente reproche.
-No es eso… Solo me pareció divertido su último comentario- relató la pelinegra, terminando la escena con un sutil sonrojo, lo que no pasó desapercibido para su sardónica amiga rubia.
-Crees que Barbie es falsa?- inquirió la blonda.
-Solo me parece que sus aires de chica rara solo son intentos desesperados de llamar la atención- dijo con algo de nervios.
-Créeme, si la conocieras dirías lo contrario- sentenció finalmente Marcela y con paso decidido emprendió nuevamente el camino que por un momento habían detenido.
Melina las vio irse en un estado de mínimo shock. Muy en el fondo ella sabía que esos comentarios en contra de la castaña solo era un medio de defensa para no aceptar otro tipo de inquietudes, además de desviar la atención de los demás y no ser interrogada.
Finalmente se decidió a seguir a su grupo de amigas para que éstas no la dejaran rezagada.
Por más que se lo negara a ella misma, y a todos los demás, se moría por acudir a la dichosa reunión… y tener la posibilidad de conocer a Bárbara.


-She looks like the real thing, She tastes like the real thing, My fake plastic love- cantaba en voz baja la de ojos marrones. Aún se encontraba sentada en el suelo y apoyada sobre las rejas negras, pero ahora con sus grandes audífonos negros sobre sus orejas mientras estos reproducían a un considerable volumen las letras tristes de Radiohead. -But I cant help the feeling, I could blow through the ceiling- siguió ensimismada y cantando. Pero pronto sintió como un fuerte manotazo en su cabeza la distraía de su mundo, rápidamente retiró los auriculares de sus oídos y alzó su mirada. Sobre ella yacía la sonriente faz de su amiga Marcela.
-Ya te he dicho que si escuchas tan fuerte la música algún día quedarás sorda- comentó con burla.
-Si eso quiere decir que no tendré que escucharte nunca más, espero que pase pronto- respondió irónica, para finalmente alzarse con sus largas piernas y plantarle un beso en la mejilla a la rubia quién se hacía la ofendida.
-Feliz cumpleaños corazón, espero se te cumplan todos esos sucios deseos- le dijo y finalmente la abrazó por la cintura con gesto de ternura.
-Muchas gracias Barbie. Ven, déjame que te presente a las chicas- le dijo tomando su mano en un fuerte apretón. La de pelos castaños y cortos solo dejó escapar una sonrisa nerviosa.
-Chicas, esta es Barbie, ya la conocen, de 4º año- les dijo a su grupo de tres amigas.- Barbie, estas son Laura, Iris y Melina- Le comentó a la mayor, mientras con su mano derecha iba indicando a cada una de las mujeres.
-Mucho gusto chicas- Dijo la castaña, mientras se acercaba a ella y les daba un ligero beso en sus mejillas en forma de saludo. En cuanto llegó a la pelinegra un inevitable revoloteo se asentó en su estómago, y en un gesto de pura valentía tomó muy sutilmente a la más pequeña por la nuca y depositó un beso de saludo en su mejilla.
En cuanto Marcela vio aquella acción sonrió con diversión, y para romper el ambiente tenso que aquello había provocado, comentó con urgencia.
-Bueno chicas ya vamos, se nos hace tarde!!- Y así todas emprendieron camino.
Todas caminaban juntas, el grupo lo coronaban Laura e Iris, quienes iban concentradas en una conversación sobre el pronto examen de lenguaje. Tras de ellas caminaban las restantes, con Bárbara en el centro y Marcela y Melina a su derecha e izquierda respectivamente. La rubia acaparaba toda la conversación mientras le relataba a su amiga mayor un encuentro con un guapo chico en la pasada fiesta a la que había acudido. La castaña solo daba pequeñas acotaciones y dirigía furtivas miradas a Melina, quien las ignoraba olímpicamente y solo miraba el camino que seguían sus pies.
Al cabo de un rato la parlanchina rubia comentó algo que Bárbara no alcanzó a entender y corrió hasta donde las otras dos caminaban por delante de las demás.
La castaña viéndose sola sintió como la incomodidad y los nervios se incrementaban, la de cabellos negros, parecía no haberse dado cuenta de nada porque seguía ensimismada y mirando sus pies. Pero aquello se vio rápidamente interrumpido, ya que una interesada Bárbara se dirigió a ella con una amena charla.
-Dime Melina, te gustan los chocolates?- preguntó con una curiosa sonrisa bailándole en los labios.
La pelinegra levantó su vista y se le quedó mirando de una manera dudosa. Al parecer Marcela tenía razón con aquello de que no la conocía. La mayor no solo en apariencia era extraña, si no que sus preguntas también lo eran. Jamás había cruzado una sola palabra y ella le salía con que si le gustaban los chocolates.
-Qué tipo de pregunta es esa?- comentó con seriedad.
-Una bastante fácil de responder- le dijo la otra, aún con aquella mueca de diversión.
-Mmm… podría decirse que sí, me gustan- confesó finalmente.
-Qué signo eres?- Ya era oficial, esa chica era muy rara, pero aquello sin que lo quisiera realmente causó una extraña sensación en la pelinegra.
-Piscis, y tú?- se atrevió a preguntar la menos, sin saber con exactitud porque seguía con aquella inusual charla.
-Virgo, pero la verdad de virgen no tengo mucho- comentó sin tapujos, riéndose con descaro. La pelinegra solo se espantó levemente, realmente esa chica le descolocaba.
-Vaya, esas no son cosas que uno dice en la primera conversación- dijo Melina.
-No?... Vaya, tendré que comprarme algún libro dónde digan la correcta forma de comenzar una relación- comentó con burla.-O puedes enseñarme, vamos, interrógame como se suele hacer en la primera plática.
Melina solo atinó a sonrojarse sin quererlo y a desviar la vista rápidamente de la más alta, la ponía inevitablemente incómoda.
-Oh!, ya sé, ya se me ocurrió una pregunta adecuada- dijo la otra, como si aquello fuera un grandioso descubrimiento.-Qué música te gusta?- inquirió con falsa ansiedad, ya que secretamente sabía todos los gustos de la mujercita que caminaba a su lado.
-Algo de Metal, Gótico… ya sabes- comentó con toda la calma que pudo la menor. E intentó hacerle la misma pregunta a la otra, pero se vio frustrada en cuanto un grito estruendoso de su rubia amiga les llegó hasta los oídos.
-Chicas apúrense, ya llegamos!- chillaba con una mano alzada, entonces Bárbara pudo darse cuenta que en la pequeña charla que había mantenido con la otra chica, inconscientemente habían disminuido la velocidad de sus pasos y se había rezagado bastante del grupo.
La castaña se dio la vuelta hasta la otra y solo pronunció un quedo vamos, para comenzar a caminar con rapidez hasta donde su rubia amiga seguía llamándolas. Las otras dos ya se encontraban dentro de la casa.

Un disco de Hot Chip se reproducía fuertemente desde la laptop de la rubia, las chicas estaban todas sentadas en círculo sobre el alfombrado piso de la habitación de Marcela. En el centro había algunos platos con sobras de tarta de frutillas, vasos con cervezas y un cenicero repleto de las sobras de los constantes cigarrillos de las chicas.
Una conversación se producía con gracia y amenidad, se notaba claramente que la cantidad de alcohol comenzaba a afectarles, ya que Iris, Laura y Marcela reían con fuertes y sonoras carcajadas de todas las anécdotas y comentarios que relataba la castaña. Melina solo sonreía con discreción.
-Entonces, después de búsquedas infructuosas por toda la casa escuchamos unos ronquidos provenientes del baño. Y ahí estaba, Andrés, dormido plácidamente en el baño- comentó con natural gracia y movimientos de manos, las carcajadas de las niñas estallaron en pura diversión.
-Bueno chicas, tengo un poco más de diversión en mi bolso, espero que no les moleste- dijo casualmente la de cabellos cortos, mientras escarbaba en su bolso, para finalmente sacar una pequeña bolsita de plástico, con una sustancia que parecían hierbas, dentro.
-A eso me refería con la diversión chicas- les dijo dichosa la rubia, haciendo alusión a la conversación que habían tenido en el pasillo de la escuela.
-Si, es lo que ustedes piensan niñas, es marihuana, quieren?- dijo con tono casual, mirando las caras estupefactas de Iris y Laura. Melina solo denotó seriedad.
-Vamos chicas, deberían probar, solo para divertirnos un rato- acotó Marcela.
-Bueno, yo probaré- dispuso con timidez Laura, e Iris se giró a mirarla con espanto y su boca levemente abierta.
-Perfecto- dijo Bárbara
-Bueno, si es así… Creo que… También, eeh… probaré- tartamudeó Iris.
-Y tú, Melina?- tentó la mayor, alzándola la bolsita de hierba, para que la pelinegra la viera.
-Sí, ella también lo hará!- contestó la rubia en nombre de su amiga.
-Esta bien, lo haré- respondió la más pequeña, mientras daba una mirada de leve enojo a Marcela, por haber intervenido, como si ella no tuviera la suficiente decisión.
-Excelente, armaré entonces- comentó Bárbara, por demás sonriente y encantada por la predisposición de sus nuevas amigas, para finalmente comenzar a sacar la hierba, el papel y armar una especie de pitillo que rápidamente encendió con su lumbre.
Unas cuantas bocanadas de denso humo escaparon de los labios de la castaña, inundando el ambiente con tan particular aroma y rápidamente pasó el cigarrillo hasta Iris, quien se encontraba sentada hasta su derecha.
Así cada una de las chicas fue consumiendo la droga y completaban un par de rondas con pitadas y alguna furtiva tos que causaba la risa de las demás.
Al cabo de unos minutos y cortas conversaciones ya todas estaban bastantes animadas y reían más de la cuenta. El efecto de la hierba había hecho estragos en ellas y se divertían en las extrañas y nuevas sensaciones que aquello les regalaba.
Marcela, Iris y Laura se había levantado y bailaban alocadamente al son de la música que aún sonaba en la laptop.
Bárbara miraba discretamente a Melina, quien se había apoyado cómodamente sobre sus piernas, en un gesto que le pareció por demás encantador y atrevido de la chica, realmente no se lo esperaba, ya que la otra hasta el momento se había mostrado bastante reticente y distante. “Gracias THC”, pensó con gracia la mayor, entonces escuchó como la canción terminaba y comenzaba una nueva. Era “Ready for the floor” de Hot Chip, una de sus canciones favoritas.
Con determinación miró a Melina y habló con algo de fuerza.
-Vamos a bailar-
-Qué?- preguntó con extrañeza la pelinegra, pero no recibió ninguna explicación, ya que la mayor la había tomado rápidamente de la mano y la había alzado para colocarla frente a ella y comenzar el baile. Los sonidos electrónicos no paraban de retumbar con insistencia, entonces sintió como la otra posaba sus manos suavemente en su cintura y se movía ligero, al son de la música.
Realmente no sabía lo que estaba haciendo, pero se acercó un poco más hasta la más alta y comenzó a bailar a su ritmo.
Bárbara cerraba los ojos y se fascinaba en silencio con el aroma dulzón que desprendía Melina, ya le preguntaría que perfume usaba, realmente le sentaba delicioso.
La pelinegra sintió un revoloteo incómodo en cuanto percibió la cercanía de Bárbara y como esta cantaba con entusiasmo la letra de aquella canción, muy cerca de su oído. Un estremecimiento mutuo las recorrió. La música, la cercanía, el baile, la droga. Estaban causando estragos en ambos cuerpos y mentes.
Para desgracia de ambas aquello no duró más que los minutos de la tonada, y al finalizar, Bárbara sorprendió a la otra con un tierno beso en su mejilla y una sonrisa seductora, para terminar alejándose hasta donde se posaban las botellas de cerveza.
Melina volvió hasta su lugar en la alfombra roja de la habitación y con un cúmulo de confusión y fascinación en los pensamientos miró hasta donde sus otras amigas aún cantaban, gritaban y bailaban. Realmente esa chica tenía un algo que la descolocaba por completo, y cada vez que descubría el cause que aquello tomaba, se espantaba de sí misma.

Ya habían pasado un par de semanas de aquella extraña reunión, había terminado ya entrada la noche y aunque se habían divertido en demasía, todas terminaron agotadas y se fueron a sus casas en silencio.
Los días que siguieron a aquello fueron bastante normales, aunque ahora la presencia de la nueva integrante se hacía más constante en el grupo de amigas. Solían juntarse en los recesos de la escuela para charlar de esto y de aquello y hasta habían hecho una salida juntas hasta la cuidad para comprar ropa y tomar helado juntas.
Bárbara se divertía bastante con aquellas chicas, realmente le calzaban a su ánimo y las conversaciones eran de lo más interesante. Con respecto a Melina, todo había crecido con velocidad vertiginosa, la pelinegra le encantaba en todo sentido, era una chica sutil, dulce, callada, simple, perfecta. Además la había convencido de estudiar literatura en cuanto ésta le había mostrado algunos de sus poemas, aunque aquello le había costado varios días de insistentes peticiones, había valido la pena. La chica tenía una especial sensibilidad que le había fascinado todos los sentidos, e incluso le había insinuado su deseo de dibujarla algún día, mas la pelinegra solo había corrido su mirada nerviosa y no había respondido a su petición.
Era una chica particular, un tanto tímida y antisocial, pero Bárbara no se rendía, insistía con charlas y preguntas que a la menor le parecían de lo más raras, pero que en el fondo le causaban gracia y aunque no quisiera admitirlo, le encantaban.
La castaña no era nada como se la había imaginado, había descubierto que esas locuras tan suyas no eran un método de llamar la atención, si no que eran el natural producto de su persona, y esa era otra característica que la descolocaba e inevitablemente le atraía.
No negaba que constantemente la ponía nerviosa e incómoda con sus atenciones, solía avergonzarla y hacerla sonrojar muy seguido, pero inconscientemente le causaban una perversa felicidad que todas aquellas acciones solo fuera para su persona. Bárbara le había conquistado.
En ese momento se encontraban en su segundo receso, estaban ahí las cinco mujeres charlando amenamente, reían y comentaban alguna anécdota digna de relatar. Bárbara tomaba un jugo de naranja en cajita mientras estaba sentada en el verde pasto a un lado de la chica de cabellos azabache, Marcela contaba algo sobre la próxima clase que tenían y un trabajo que debían entregar, las otras dos acotaban pequeñas indicaciones mientras el recreo pasaba.
Finalmente el timbre anunció el final del receso y toda las chicas comenzaban a pararse de sus puestos para emprender camino hasta las respectivas aulas, en cuanto se acercaban, Bárbara, con algo de nervios, pero bastante valentía, detuvo a la menor, tomando su mano la hizo girar hacia sí.
-Dime Melina, quieres venir a casa hoy?- preguntó con inusitada timidez.-Vamos, te invito a tomar leche con galletas de chocolate- Jamás dejaría de sorprenderla esa extraña mujer.-Qué dices?- preguntó finalmente, causando en Melina una oleada de nervios e inseguridad.
-E.está bien- solo atinó a contestar la pelinegra y evitó su mirada con las mejillas levemente sonrojadas.
-Perfecto, entonces nos vemos a salida- comentó sonriente Bárbara y terminó por plantar uno de sus acostumbrados besos en la mejilla de la menor. Cada una se dirigió hasta su clase con la ansiedad carcomiéndoles los pensamientos.

El timbre anunciaba el final de clases, Bárbara se disponía a salir rápidamente de clases, no aguantaba más la espera y aquella inquietud que no dejaba de presionarle. Caminó con decisión y se apoyó en la reja negra en la que solía esperar a sus amigas, al cabo de unos minutos llegó el corrillo de chicas, con tres de ellas bastante entusiasmadas y una Melina cabizbaja.
Todas juntas emprendieron camino hasta sus casa, pero cuando llegaba la hora de separase dos no lo hicieron. Bárbara y Melina caminaron juntas hasta la casa de la mayor.
En cuanto llegaron, tras una ligera conversación que había roto algo del hielo y la tensa sensación que se había asentado en ambas, entraron riendo por un comentario repleto de gracia otorgado por la más alta.
Llegaron hasta la habitación de la castaña y ahí ésta dijo.
-Bueno, espérame aquí, iré por la leche y las galletas, puedes poner algo de música si quieres- hablaba más rápido de costumbre, y para no parecer una tonta salió rápidamente por la puerta para dirigirse hasta la cocina.
Realmente se sentía una idiota actuando de esa manera, definitivamente terminaría por espantar a Melina, y sin haber logrado nada…
Cuando estuvo lista la botana regresó hasta la habitación y cerró suavemente la puerta tras ella. Melina revisaba discos que había sobre la mesa en la que se encontraba el reproductor de música.
-Sé que nada de eso te gusta, así que pon lo primero que llame tu atención- comentó y al parecer la otra no había notado su presencia ya que se había sobresaltado débilmente cuando le habló.
Bárbara apoyó la bandeja repleta de comestibles en la mullida alfombra rosa de su habitación, tomó algunos almohadones de su cama y los acomodó en el suelo, en eso comenzaba a sonar a moderado volumen la música escogida por Melina.
-Vaya, Muse, una excelente elección- le comentó mientras se acomodaba con sus piernas flectadas y su espalda contra la cama.
-Me atrajo el título del disco, Sing for absolution- le respondió taciturna la más pequeña, mientras tímidamente se acercaba a un lado de la de cabellos cortos y se acomodaba un tanto lejos de ella.
-Entonces te encantará la canción que lleva ese nombre- dijo casualmente, mientras se inclinaba hasta la botana y tomaba un vaso de blanca leche para entregárselo a la otra.
-Espero te guste la leche. Hice la invitación sin preguntarte siquiera- comentó algo avergonzada por aquel desliz.
-No te preocupes, me encanta- le sonrió con dulzura. Melina jamás entendería esos cambios de ánimo en la mayor, solía ser bastante impetuosa e imponer sus gustos a los demás, pero ahora venía y se abochornaba por haberle preguntado antes por sus preferencias. Era una chica muy peculiar.
-Veo que te gusta el anime- dijo la pelinegra, mientras miraba una de las paredes de la habitación, que lucía unos cuantos afiches enormes de animación japonesa.
-Nunca te lo dije?, pues sí me encanta. Sobre todo los que tienen temática yaoi- le dijo entusiasmada, mirándola directamente a los ojos, y haciendo aquellos gestos con las manos mientras hablaba.
-Vaya, yo no soy lo que se llama una fanática, pero he visto algunas series- le respondió la pequeña, un tanto sorprendida y contenta por compartir un pequeño deleite con su amiga.
-Mi serie favorita es Loveless… Aunque no se sí es por la temática yaoi o el yuri- le dijo con bastante suavidad y en un tonto insinuante, logrando que los nervios atacaran nuevamente a la menor.
-Ta.tambien te gusta el yuri?- preguntó de manera entrecortada y tímida.
-Así es… Me hace sentir identificada- dijo con un dejo de seducción, haciendo que una alterada Melina se atragantara con la leche que estaba tomando.
La pelinegra no se atrevió a mirar a la otra y limpiando un resto de migajas se levantó rápidamente de su lugar para acercarse nerviosa hasta el reproductor.
-Cambiaré la música- dijo fuertemente, mientras rebuscaba frenéticamente entre la pila de discos, aún dándole la espalda a la más alta.
-Espero no haberte incomodado, Melina- dijo Bárbara, con un tonto que realmente dejaba en duda su arrepentimiento. –A caso no te lo dijo Marce?- inquirió con sutileza.
-E.el qué?- preguntó la pequeña.
-Que me gustan las chicas?- dijo con tal normalidad que parecía que hablara del clima. Pero eso solo causó más histeria en la pobre Melina, quien aún removía sus manitos entre las cajas de acrílico.
-N.no, no me dijo nada- le comentó intentando parecer calmada.
-Vaya, es extraño, después de todo cuando nos conocimos ella quiso ser mi novia- dijo con sutileza la castaña, mientras se paraba parsimoniosamente de su asiento y comenzaba a caminar hasta donde estaba la de cabellos negros.
-No, jamás me lo dijo- le respondió, poniendo demasiada fuerza en ello, dejando escapar un poco de la molestia que aquello le había producido. No sabía si eran celos, pero realmente le incomodaba el saber que su otra amiga pudo haber tenido algo con la chica de cabellos cortos. Se sentía desplazada.
-Bueno, pero jamás tuvimos nada. Yo la rechacé. Siempre supe que Marce era por completo hetero y solo tenía intención de experimentar- comentaba con demasiada calma, ya casi llegando hasta donde la otra se encontraba.
-Además, a mi me gusta alguien más- dijo quedamente, acercándose definitivamente a Melina, quién podía sentirla tras su espalda, y aquello aumentó sus pulsaciones de manera drástica. –Sabes quién es, Melina?- preguntó muy cerca de su nuca causando que su aliento caliente le provocara involuntarios escalofríos en la parte afectada.
-No- respondió en un muy leve susurro, cerrando tenuemente sus ojos, para intentar calmar su respiración, que amenazaba con dispararse tal como su corazón lo había hecho.
-No te imaginas quién puede ser?-volvió a preguntar Bárbara, pero esta vez no hubo respuesta. El valor de Melina había huido despavorido, el muy traidor. –Se que lo sabes, pequeña- susurró sensualmente y viendo que la menor no respondía a sus insinuaciones, la tomó por el codo, deslizando su mano de manera lenta y delicada, acariciando por sobre la camiseta de manga larga que vestía la pelinegra, llegando finalmente hasta sus dedos pequeños y frágiles, los entrelazó con los suyos propios y en un movimiento acompasado y lánguido comenzó a atraer ese menudo cuerpo hasta sí. La dio vuelta con total calma y sensualidad, para terminar girándola hasta dejarla frente suyo.
La menor miraba hacia sus propios pies, sin atreverse a hacer algún movimiento, sin el coraje de mirar a la mujer que se situaba tan cerca, invadiendo todo su espacio personal.
Entonces, Bárbara, aún moviéndose de manera pausada acercó su rojiza boca hasta el oído de la menor y musitó. –Si quieres, puedo decírtelo, pequeña- y respiró intencionalmente fuerte, sabiendo que aquello causaría estremecimientos en Melina. –Eres tú- sentenció finalmente y pintó aquella confesión con un delicado beso en el lóbulo de su oreja. La pelinegra dejó escapar un suspiro de satisfacción.
La castaña ya más segura de que sus acciones era bien recibidas se aventuró a posar una de sus manos en la cintura ajena, acariciando a penas, subiendo con sutileza mientras que con sus gruesos labios alternaba besos en la oreja y bajaba lentamente hasta su cuello. Con su otra mano tomaba los dedos nerviosos de la menor y los apretaba con ligereza, como queriendo calmar los nervios palpables de Melina.
Al cabo de los furtivos besos en el cuello y oreja se atrevió a subir su rostro hasta la estrecha mandíbula, acariciando con la boca abierta muy lentamente, tentando un camino que se hacía tortuosamente largo para ambas, pero que acabó con los labios ligeramente húmedos de Bárbara pidiendo un permiso más que otorgado, en la comisura de la boca contraria, testeándole con suma delicadeza y percibiendo los suspiros quedos que lanzaba Melina. Una oleada de erotismo y pasión nubló el ambiente que las abrazaba, finalmente Bárbara con decisión, posó sus labios sobre los secos y ansiosos de la más pequeña, saboreando con todo goce aquel gesto íntimo. Besó con amor la boca contraria, acarició con su lengua tibia y entreabrió los labios contrarios con suma finura, sintiendo cada uno de los movimientos, entregándole en el proceso todas las sensaciones y sentimientos que podía expresar.
Melina, quien respondía de manera tímida aquel que era su primer beso, se atrevió a subir sus manos y dirigirlas hasta los hombros contrarios, acariciando con sus pequeños dedos los cortos cabellos de aquella sensual mujer, dejándose llevar en el sinfín de efectos que eran tan devotamente regalados.
Bárbara, ya más entusiasmada, hizo amague de mover sus manos y viendo que la otra no le rechazaba, comenzó a rozar con ambas manos abiertas la cintura estrecha de la pelinegra, sintiendo por sobre la ropa como las respiraciones comenzaban a calentar el ambiente y algunos jadeos escapaban furtivos del par de labios que plácidamente se abrían.
Melina estaba experimentando todo aquel cúmulo de nuevas sensaciones solo dejándose convencer por esa rara chica, entregándose a un cauce de placer que aumentó de manera drástica cuando la otra volvió a su cuello, esta vez con hambre y lujuria, repartiendo mordidas, lamidas y besos calientes.
Las manos no se dejaron estar, y mientras las de la pelinegra apretaban con desesperación la nuca y cabellos castaños, Bárbara se aventuraba a subir sus manos juguetonas hasta los pechos escondidos de la otra chica, sin mucha presión ni rapidez, para no espantar a aquella niña que tanto la había cautivado.
Melina sintió como las extremidades de la más alta comenzaban a tocar esa zona erógena que amenazaba con hacerla gemir de puro gusto, percibió que los dedos le apretaban los pechos de manera experta, masajeándolos con algo de fuerza, sintiéndolos arder bajo el toque, entonces esta vez si dejó huir ese gemido que se atragantaba en su garganta. Bárbara respondió de manera positiva a aquella muestra, y ya completamente envuelta en coraje introdujo una de sus seductoras manos bajo la camiseta de Melina, quien volvió a gemir obnubilada en goce.
Las manos recorrieron un camino de caricias y toques eróticos hasta llegar a uno de los pechos tersos y redondos de la menos, primero tanteó por sobre el corpiño con algo de reticencia y finalmente en un gesto rápido y certero tomó con ambas manos la camiseta y la retiró con rapidez del cuerpo menudo de Melina, para volver rápidamente a besar su cuello y boca y tocar con más entusiasmo los senos contrarios.
La pelinegra seguía profiriendo gemidos y jadeos con gusto y sintió como las otras manos se atrevían a desprender el broche de su corpiño negro con aditamentos de encaje y la dejaban desnuda frente a la otra mujer. Una oleada de vergüenza cubrió de rojo sus mejillas, y cerró fuertemente los ojos cuando sintió que la otra paraba sus acciones para observarla en aquel estado tan bochornoso.
Bárbara simplemente sintió como la excitación se disparaba de manera vertiginosa al ver a su pequeña de aquella forma, con esos lindos senos descubiertos, su pequeña cintura y sus sensuales hombros. Entonces acarició con manos abiertas y sus dedos apretando suavemente los pezones rosados y erectos, el cauce de sus besos comenzó a descender por el cuello y clavícula, dejando un reguero de lamidas y mordidas que excitaban en demasía a la pelinegra. Finalmente con su boca alcanzó los pechos y con muchísima sensualidad y erotismo comenzó a besarlos y lamerlos, recorriendo los pezones con la punta de la lengua, enviando escalofríos a ambos sexos, que ya comenzaban a mojarse por la excitación.
Melina se encontraba sumergida en una vorágine de sentido que la cegaba por completo, jamás se había imaginado de esa manera con una mujer, menos con aquella chica que tantos sentimientos encontrados le producía.
Pero no se resistía, con cada uno de los movimientos de la otra parecía tocar un punto en que su cuerpo dominaba su razón y consciencia, dejándola desarmada frente a Bárbara.
La castaña siguió jugando con sus cuerpos, desnudándolas a ambas, dejándolas solo con sus bombachas cubriendo sus intimidades. A una melina cómodamente acostada en la cama de la mayor, recibiendo el cuerpo femenino y suave entre sus piernas semiabiertas. Bárbara sonreía y lanzaba alguna frase que complementara la sensualidad del momento, restregado sus senos contra la otra, besándole la cintura, sintiendo como las manos pequeñas le arañaban la espalda y sentenciaba con gemidos la perfecta escena.
Melina un tanto avergonzada podía percibir la presencia de Bárbara acercarse en demasía a su sexo y un temor involuntario hacía aumentar el flujo de su sangre, las manos juguetonas de la más alta tocaban sus piernas desde sus rodillas hasta la cara interior de sus piernas y por último acariciaban su intimidad por sobre la tela de la ropa.
Bárbara mordía sus caderas con lujuria y comenzaba a bajar la última prenda que la protegía, la sacaba con suma lentitud para no espantar a la niña, acariciando todo lo que descubriera a su paso, besando muy sutilmente.
La pelinegra una vez desnuda y en demasía abochornada sintió como finalmente los dedos ajenos se entrometía en aquella parte que tanto placer le enviaba. Sintió la mano abrir con ternura sus labios y tocar muy dulcemente su sexo, masturbándola por primera vez, presionando su entrada sin llegar a invadirla, rozar su clítoris con ambos dedos y luego algo que hizo estallar miles de escalofríos, la lengua caliente de Bárbara hacía acto de presencia, tocando a penas, besándole con dulzura, haciéndole sexo oral de una manera majestuosa.
Luego de un rato de aquella tortura para ambas, Melina no cabía en sí del gozo, los grititos que proferían sus labios encendían de manera ingente a la mayor, quien ya decidida retiró su propia ropa interior y se acercó hasta la más pequeña para besarla con mucho amor.
Finalmente Melina lo sintió, eran los dedos largos que siempre habían sido una secreta obsesión para ella, adentrarse de manera pausada en su sexo. Bárbara se sentía obnubilada mientras penetraba a su pequeña, sabía que sería su primera vez y todos aquellos cursis pensamientos de hacerla inolvidable, pasaron inevitablemente por su mente.
La castaña la tenía a su merced, masturbándola con dos dedos, sacándolos y metiéndolos, haciéndolos girar, adentrándose de manera un poco dolorosa, buscando lo que suponía era su punto g, aumentando cada vez más la velocidad, haciéndola gemir más fuertemente, volviéndola loca mientras ella también gemía y con su otra mano se penetraba a sí misma.
Una nube de erotismo, lujuria y placer las cubrió por varios minutos, las condujo por un camino de sensaciones invaluables, deliciosas, excitantes, calientes. Aquello sonaba a paraíso, era lo que pensaban, sin querer caer en clichés.
Entonces sucedió, un calor aumentó en ellas y con más gemidos y más gritos un orgasmo las hizo cerrar los ojos con fuerza y subir con vértigo hasta el punto culmine del placer.
Bárbara se rindió con cansancio sobre el pecho de la más pequeña, descansando su cabeza entre los tersos senos. Melina se atrevió a subir sus manos, que momentos antes había apretado las sábanas con desesperación, y posándolas sobre los cabellos castaños acarició en silencio.
Las piernas aun se mantenían entrelazadas y el calor disminuía hasta convertirse en una íntima calidez. El sopor característico producto de un orgasmo las cubría a ambas y Bárbara sonreía de pura felicidad. Melina divagaba en su mente y no se atrevía a musitar alguna palabra, temía romper la magia del momento. Pero aquello rápidamente se vio contrariado, ya que una sonriente Bárbara alzó su cabeza hasta quedar muy cerca de la pelinegra, ambas se observaron unos cuantos segundos de rigor, taciturnas, pensativas. Entonces una carcajada fuerte y sonora salió de ambas, rieron a gusto por unos segundos, quitando todo posible pensamiento que las había mantenido en duda.
-Creo que ya lo sabía- musitó lentamente la menor.
-Qué es lo que sabías, pequeña?- inquirió intrigada Bárbara.
-Que era yo quien te gustaba… No eres muy disimulada, podía sentir tu mirada por los pasillos de la escuela- relató con gracia Melina.
-Vaya, con que soy tan predecible-
-Créeme, no lo eres. Jamás dejas de sorprenderme- confesó con algo de vergüenza.
-Eso me gusta- musitó sonriente. –Y dime, qué perfume usas?- preguntó con algo de seriedad. Definitivamente esa mujer no dejaba de sorprenderla, pero era realmente aquello lo que le fascinaba tanto a Melina, su curiosa personalidad, sus extrañas preguntas, sus locuras y su ropa interior rosada.





Notas finales: Espero les haya gustado.
Dejen comentarios.
Byee~~

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