La primera vez que lo vi fue una mañana de verano cuando atravesaba a paso rápido la calle, ambos íbamos tarde al trabajo, en aquel entonces yo trabajaba en una compañía de seguros y el en un banco; no se si fue amor a primera vista, pero a partir de entonces nos dirigimos miradas (insinuadas e indecentes) hasta que un día.
- Hola – Se encamino a mí con completa soltura.
-Buenos días – Tuve miedo, el que me sonriera y mirara no quería decir que me quisiera de la misma forma que yo lo quería.
- Soy Shiroyama – Hizo una leve reverencia y estiro la mano que titubeante estreche, ese día el vestía un traje negro, camisa azul cielo y corbata en azul marino; su tersa piel clara contrastante con sus cabellos negros de corte común y sus ojos color marrón tan profundos como una deliciosa taza de chocolate – ¿Y tu? – Su sonrisa me hizo enrojecer mi pálida tez producto de horas en completo encierro; a diferencia de el yo ese día (por ser viernes) llevaba un pantalón de mezclilla, camisa blanca con lonas café de mangas cortas demasiado informal - ¿Eh? – Yo seguía sin contestar de no ser por que apretó levemente mi mano no lo hubiese hecho.
- Takashima Kouyou – El calor no se alejo de mis mejillas ni de mis orejas.
- Kouyou un lindo nombre – Acaricio mis orejas – Mi nombre de pila es Yuu, te veo cuando salgas – Se alejo y como idiotizado permanecí ahí parado sin mover un solo musculo, el traqueteo de la gente me hizo volver del mundo rosa en el que fui abandonado.
Esa tarde me quede trabajando mas de la cuenta, al salir la luna iluminaba el oscurecido cielo, el, el me estaba esperando sentado en la banqueta, al escuchar como se abría la puerta del edificio volteo, una cándida sonrisa se dibujo en su rostro, a partir de entonces en la mañana nos encontrábamos a mitad de la calle hasta llegar al semáforo donde nos separábamos y al terminar la jornada laboral nuevamente nos veíamos, cada día era por completo diferente (el siempre me sorprendía con algún detalle) luego el me pidió empezar una relación formal.
Mis amigos se impactaron cuando les dije que nos casaríamos y me iría a vivir a su casa; el día tan esperado por mi llego… ambos de traje blanco nos juramos amor eterno frente a familiares y amigos cercanos, unos mas incómodos que otros (pero eso no mitigo nuestra alegría) pues solo tardamos tres meses para hacerlo, fui tan feliz al caer la noche, divertido me invito a huir con el de la fiesta (que se llevo a cabo en un hotel) escondidos en las escaleras comenzamos a besarnos entre besos me susurraba - Te amo – su aliento ardía contra mi piel, sus manos apretaron levemente mi trasero levantándome del suelo rodee con las piernas su cintura, me llevo cargando de esa forma hasta nuestra habitación nupcial donde me desnudo, sus manos recorrieron la extensión de mi dermis, una deliciosa sensación me traspaso el corazón, ahí fue cuando supe que jamás podría separarme de el; me tomo, entre suspiros y gemidos le confesé mi amor, todo absolutamente todo había sido hermoso.
Al pasar de los meses me pidió que dejara el trabajo, para darle gusto así lo hice, renuncie, dedique mi tiempo al hogar y mis noches a satisfacerlo.
Durante el día me telefoneaba treinta veces de su oficina pues ahora era gerente del banco
- Uruha, “¿Cómo estas?” - preguntaba, platicas cortas, melosas pero que me hacían sentir amado, nunca un pleito… Melo envidiaban todos mis amigos y amigas que decían constantemente “Te adora” y eso realmente era cierto.
“Después de dos años de matrimonio una mañana me dice”:
- “Ven aquí” Uruha. El me llama así Uruha; de cariño porque supuestamente mi piel es tan suave como el de una oruga de esas que producen seda; esta en el comedor, salgo de la cocina secándome las manos luego de fregar los trastes del desayuno, al llegar me dice:
- “Enséñame las manos, Uruha”. Las extiendo sobre la mesa; el las mira fijamente sus labios antes sonrientes ahora muestran una mueca – “Están maltratadas, ¿Dónde están aquellas manos tan bonitas, por las cuales me case contigo?”.
- “No se, tal vez se deba al detergente…” – Me pregunta la razón de su comentario. Luego me dice:
- “Arrodíllate y pide perdón”
- “pero ¿por que?” – Pregunto sin poder creerlo.
- “Perdón por haber transformado aquellas manos tan bonitas en manos de ama de casa”.
- “Pero”, Aoi – Ese es el mote que le he puesto en honor al color que vestía el día en cual hablamos por primera vez.
-“Si me amas, arrodíllate. Es un juego, Uruha, es un juego; no podemos ser siempre tan serios. Juguemos un poco ¿no? Todo es tan aburrido…”
No pude negarme, el sentado en el lugar principal de una mesa rectangular me arrodille y el, riendo me dio una cachetada.
- “Para que aprendas a no arruinarte las manos, Ahora pide perdón”.
- “¿Pero por que” Aoi? – Las lágrimas inundaron mis ojos.
- “Por haber cambiado y haberme aburrido”.
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