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*{ Belle Mélodie }* por Yumiko yumi

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Notas del fanfic:

Otra fic de Versailles, una de mis paranoias pasadas a texto xD
En un principio iba a ser de solo un capitulo, pero quedo mas largo de lo creia, asi que lo he partido en dos. Aun asi, es corto xDDD

Notas del capitulo: Espero que os guste y lo disfruteis! (aunque no me guste mucho como me haya quedado... pero para gustos los colores, opinad vosotros!)
La lluvia otoñal resbalaba por el otro lado del cristal de la ventana, mientras yo, acompañado del sonido de una caja musical de madera, suspiraba y miraba la lluvia caer. Aquellas palabras de mi madre no dejaban de retumbar en mi cabeza:

“Venderemos el piano del salón, ese instrumento inservible es ya muy viejo”.

Seguí observando el exterior durante otras dos horas. El gran reloj al pie de la escalera principal anunció sonoramente la media noche. Me levanté del borde de la ventana donde estaba sentado y le di unas leves sacudidas al fino vestido blanco que usaba para estar en mi alcoba, para quitarle las arrugas.

Cogí un portador de velas que tenía sobre mi mesilla de noche y encendí la vela medio gastada con una cerilla para poder caminar mejor y no tropezar en las escaleras. Bajé sigilosamente, tratando de hacer el menor ruido posible para evitar despertar a mis padres o al servicio, recorrí un par de pasillos y llegué al salón principal. Abrí la puerta y quedé hipnotizado mirando el gran piano de cola, se me antojaba más hermoso e imponente que nunca. Me acerqué con una sonrisa, sin quitarle los ojos de encima y me senté en la banqueta de madera y terciopelo rojo del piano y, sin levantar la tapa, me apoyé en el. Seguí sonriendo, pero los recuerdos volvieron a mi mente, tan rápidos y devastadores como una tormenta, y empecé a derramar lágrimas sobre el instrumento que tanto significaba para mi.

La primera vez que te vi estabas sentado en esa misma silla, incluso aunque tus pies aún no llegaban al suelo tocabas el piano perfectamente, dando forma a delicadas melodías que tocabas con tus pequeños dedos. Tenías siete años. Me quedé mirando hasta que terminaste de tocar delante de todos los demás miembros de familias importantes que escuchaban con curiosidad al hijo del Barón Lambelle. Cuando terminaste, bajaste de la banqueta con un pequeño salto e hiciste una elegante reverencia.

Aquel día éramos los únicos niños en esa sala y, después de oír las felicitaciones de los que estaban presentes, tu madre te condujo hasta mí agarrando tu mano. Te paraste enfrente de mí, mirándome con intriga y a la vez con desconfianza, el tipo de mirada que sólo un niño puede lanzar, yo simplemente te sonreía.

-Kamijo, este es Hizaki, el hijo de los señores de esta casa. Tiene dos años menos que tú, cinco. Espero que seas amable con el. Quédate y así podréis jugar juntos- Dicho esto, tu madre, una mujer muy joven y también muy bella, se fue a hablar con los demás invitados, dejándote conmigo. Tú seguías mirándome con desconfianza.

-Hola- te dije feliz, sonriéndote en todo momento.

Frunciste el ceño, como si jamás pudieses haber imaginado que yo fuese capaz de hablar.

-¿Por qué me miras así?- pregunté yo, divertido.

Enroscaste uno de tus mechones castaños en tu dedo, dándole vueltas. Me miraste con esos ojos azul cielo enormes que tenías y te decidiste a hablarme por fin.
-¿Tú eres un niño?-la curiosidad se notaba en tus ojos.

-Claro que sí, como tú- no entendí por qué me preguntabas algo que era tan obvio, pero recordé que mi madre me había dicho que tenía que ser extremadamente amable con todos, incluso contigo.

-Entonces, si eres un chico... ¿por qué tienes el cabello largo y rizado? ¿Y por qué tienes puesto un vestido rosa? Los chicos no usan vestidos…-dijiste eso último para ti mismo.

Abrí los ojos sorprendido por la pregunta. Nadie me había dicho nunca algo así, aunque la verdad era que jamás había conocido a nadie con una edad parecida a la mía. Bajé la cabeza, avergonzado.

-Mi mamá dice que así estoy más lindo.

Rompiste en una sonora carcajada. Cuando terminaste de reír volviste a mirarme, aunque tu mirada se había tornado cruel.

-¡Vaya estupidez! Así no eres un chico, pareces una niña. Te convertirás en una niña si llevas vestidos- Volviste a reír mientras yo bajaba la mirada y mis ojitos se llenaban de lágrimas ¡Yo no quería ser una niña! ¡Yo era un niño! Me levanté y me fui corriendo a mi habitación. Lloré durante toda la tarde hasta que me quedé dormido.

A la mañana siguiente, después de que Erina, mi sirvienta, me vistiera, bajé a desayunar en compañía de mis padres. Fue entonces cuando mi madre me gritó y me castigó por haberme ido de la fiesta dejando al señorito Kamijo solo. Nadie me hizo cuando dije que tú me habías insultado, ni cuando me eché a llorar. Estuve encerrado una semana en mi habitación.

Durante los veranos venías muy a menudo a pasar las tardes con tus padres, que ponían la excusa de nuestra parecida edad para que jugásemos. La mayoría de las veces terminaba castigado en mi habitación; o bien por que me negaba a jugar contigo, o por que hacías comentarios sobre mis vestidos y me hablabas en femenino, y yo terminaba enfadándome contigo. Recuerdo perfectamente el verano en el que cumplí los doce años. Te presentaste por la tarde con tu media melena castaña recogida en una coleta, y cuando nuestros padres ya estaban de camino al jardín bajé por las escaleras con un vestido nuevo, al verme, agarraste mi mano y la besaste, diciéndome muy serio:

-Buenas tardes, señorita Hizaki. Hoy se encuentra realmente hermosa con ese vestido rojo nuevo que realza la blancura de su piel y el color de sus ojos.

Terminaste tu reverencia y al ver la ira en mi rostro y las lágrimas que estaban a medio aflorar me miraste con superioridad y burla, yo te di una bofetada y volví a mi habitación corriendo. Erina me comentó más tarde que habías tenido la mejilla enrojecida toda la tarde. Nos reímos juntos por largo tiempo, ella era la única que me entendía y me escuchaba, mi única amiga.

Los veranos siguientes no viniste ni una sola vez, al parecer estabas estudiando música en el extranjero. Esos tiempos fueron realmente tranquilos para mí, aunque de vez en cuando echaba de menos a alguien con quien discutir. Fui creciendo y al mirarme en el espejo, cada vez veía más en mí la imagen reflejada de una dulce dama. Era la viva imagen de mi madre en su juventud. Mi cabello había crecido más y se había vuelto más rubio, y mi rostro ya no necesitaba tanto maquillaje para hacerme ver como una mujer hermosa. Mi madre se encargó de refinar más mis modales, muchas veces me decía que lo único que fallaba en mi era mi grave y tosca voz.

Al crecer también me iba dando cuenta de las cosas, ¿Qué futuro me esperaba? Ninguna mujer querría tener como marido a alguien como yo, y tampoco sabía trabajar ni hacer nada. Suspiraba siempre que pensaba en ello, me sentía como la muñeca más preciada de mi madre.

El día de mi cumpleaños número 16 me avisaron que tenía visita. Ese día mi propia madre se había encargado de ponerme “preciosa”. Estrenaba también un vestido muy caro y bonito, al igual que los adornos de pelo. Brillaba con luz propia.

-Gracias, Erina. Hazle pasar- dije pensando en cualquier pariente, incluso en mi padre, que acababa de volver del país vecino.

Erina hizo una reverencia y abrió la puerta, haciéndose a un lado, dejando paso a un muchacho de piel muy pálida, de ojos azules preciosos y pelo castaño que le caía por la espalda creando suaves ondas. Me quedé mirándote, habías cambiado mucho en estos últimos cuatro años. Estabas más alto, más elegante, más atractivo. Tu también permaneciste un largo rato observándome. Parecía que no me habías visto en la vida. Nos costó un par de minutos reaccionar.

-Feliz cumpleaños, Hizaki- me dijiste con una sonrisa entregándome el ramo de rosas que traías en tus manos. Me extrañó mucho que por primera vez no te refirieses a mí como si fuera una mujer.

-G-Gracias...- medio tartamudeé sintiéndome estúpido, mientras recibía el ramo de maravillosas flores. Te sonreí en agradecimiento por el presente y tú devolviste el gesto. Durante un segundo nuestras manos se rozaron, haciéndome enrojecer repentinamente. Desvié la vista y coloqué el ramo en un jarrón bajo tu constante mirada. Tardé unos instantes en quitar las flores anteriores, casi marchitas, y poner las rosas, lo suficiente como para sentir el ambiente cargado. Me giré hacia donde estabas y te dije lo más indiferentemente posible:

-Salgamos al jardín. Quiero probar la tarta de Erina, tengo hambre.

Asentiste y me seguiste por detrás, mirando al suelo sumido en tus pensamientos, al igual que yo.
Habías cambiado, de eso estaba seguro, y no sólo físicamente. ¿Dónde estaba el niño que se metía conmigo por vestir como una chica, y al que le gustaba hacerme la vida imposible? El chico que yo tenía detrás no podía ser el mismo crío. Aunque tal vez tus 18 años, la edad adulta, te habían hecho madurar. O tal vez habías madurado en el viaje y te habías dado cuenta que era aburrido y estúpido discutir conmigo y hacerme llorar.

-¡Hizaki querido! ¡Cuánto has crecido! Estás muy lindo. Tu madre tiene mucha suerte de tenerte, ¿lo sabías?- me dijo tu madre, la duquesa de Lamballe cuando me vio en el jardín. Ella y mi madre rieron disimuladamente ante el comentario.

Nosotros nos sentamos, uno en frente del otro. Sólo se oían los comentarios maliciosos de nuestras madres sobre otras mujeres de la aristocracia y a nuestros padres fumando de su pipa. Tú y yo comíamos en silencio de la tarta de fresas que había hecho Erina para mi cumpleaños y de vez en cuando dábamos pequeños sorbos a nuestro té.

Cuando acabé la tarta me levanté excusándome y fui a dar un paseo por los jardines de la mansión, para sentarme en el borde del riachuelo. Necesitaba pensar tranquilamente aunque no conseguí descifrar nada de lo que estaba pasando, el por qué de mis sonrojos y tus desvíos de mirada. Todo era muy confuso, yo no podía cambiar mi opinión sobre ti de la noche a la mañana. Cuando el sol empezó a descender poco a poco decidí que era hora de volver a casa.

Todos seguían en la mesa del jardín, todos excepto tú. Me pregunté dónde estarías pero deduje que tendrías cosas que hacer o que te habías aburrido y habías vuelto antes a casa. Entré en la mansión por la puerta que daba al jardín desde el salón y escuché una dulce música. Miré hacia el piano esperando encontrarte allí, y estaba en lo cierto.

Estabas sentado elegantemente en la silla, con la espalda recta pero relajada, moviendo rápidamente tus dedos arriba y abajo, deslizándolos entre las teclas negras y blancas. De vez en cuando movías tu cuerpo hacia delante, cerrando los ojos y sintiendo muy dentro lo que tocabas. Lo hacías todo de una forma tan expresiva que no podía dejar de mirarte, embobado por la melodía. ¿Qué estabas tocando? Sonaba muy hermoso, pero triste y melancólico a la vez. Mi corazón estaba encogido por la belleza de la obra y, a la vez, sentía escalofríos por la sensualidad con la que la reproducías. Unos minutos después diste unas notas cantarinas y al final el último débil acorde.


Casi sin darme cuenta junté mis manos en un aplauso suave. Te diste la vuelta asustado, no habías notado mi presencia.

-Has mejorado mucho desde la última vez- me pareció adecuado elogiarte ante tan brillante actuación, lo que provocó que bajases la cabeza y te tocases un mechón de pelo cercano a tu rostro, lo que me hizo sonreír al recordar la primera vez que nos vimos.

-Sí... bueno, gracias- dijiste sin mirarme.

Durante un rato no dijimos nada, era un silencio incómodo. De pronto empezaste a hablar, aunque parecía que hablabas contigo mismo en vez de hacerlo conmigo.

-Es un instrumento precioso. En mi viaje he podido aprender a descifrar la belleza de los pianos, todos son especiales pero este tiene un gran significado para mí.

Acariciaste con tu dedo índice una de las teclas blancas y suspiraste. No pude evitar sonreír
.
-Sí que es un buen piano. Lo construyó mi bisabuelo como regalo para mi abuela, que tocaba el piano también- dije acercándome y acariciando la madera de la tapa.

-No me refiero a eso al decir que es especial. Los pianos son como cajas de los recuerdos de las personas, si les tienes mucho aprecio y cariño guardan tus recuerdos y al sonar cada nota recuerdas cosas que tal vez creías tener olvidadas. He tocado tantas veces aquí... Por eso guarda en su interior todas mis experiencias. …l nos ha visto crecer, me ha visto mejorar en mis lecciones y siempre escucha cuando nadie más quiere hacerlo.

No podía creer que el muchacho con el que tanto había peleado en el pasado y al que tanto odiaba estuviera pronunciando aquellas palabras. No pude evitar mirarte con los ojos abiertos como platos.

-¿Por qué me miras así?- recuperaste aquella mirada de cuando eras pequeño, frunciste el ceño.

Después de meditar un poco sobre mis palabras empecé a hablar.


-Se me hace difícil asumir que eres el mismo chico que se metía conmigo por la forma en la que me viste mi madre. Por aquel entonces no quería ni verte, me daba miedo que pudieses decirme cosas que me herían de nuevo y por eso me intentaba alejar de ti
Tú me decías la verdad, pero de forma cruel y eso no me gustaba. Y entonces vuelves de pronto del extranjero y apareces como el perfecto caballero, amable y elegante, que me hace sonreír diciendo cosas tan bonitas y profundas. Perdona si te molesta pero comprende que esté algo confundido.

Volviste a mirar el suelo, con tus manos juntas en tu regazo, avergonzado. Esperé unos segundos por si tendrías intención de decir algo, pero al ver que tu expresión y tu postura no cambiaban, me dirigí a salir del salón.

-Adiós, buenas tardes.

Cuando estaba a punto de cerrar la puerta te levantaste de la silla y aún con la mirada baja, me hablaste
-¡Espera!...

Ese gesto por tu parte me alegró. Di la vuelta y me apoyé en el piano, a tu lado, esperando oír lo que tenías que decirme.

-Como sabes muy bien, mis padres me enviaron al extranjero a estudiar música. Durante los cuatro años que ha durado el viaje he tenido mucho tiempo a solas para recapacitar sobre mi vida, las relaciones que mantenía con mis familiares y amigos, y sobre todo contigo. He sido realmente cruel contigo especialmente y me di cuenta de que tenía que remediar todo lo que te estaba haciendo. Me juré que cuando volviese a casa, te trataría bien y no discutiría más contigo. Pienso en todas las veces que te he hecho llorar y me siento tan mal... Además, vuelvo el día de tu cumpleaños y estás tan cambiado, tan diferente...

No sabía por qué, pero en aquel momento me sentía tan feliz.

-Tú también has cambiado mucho. Pero dime solo una cosa ¿Por qué insistías tanto en tratarme como a una niña?-Necesitaba preguntárselo.
Te sonrojaste exageradamente al escuchar mi pregunta y bajaste la mirada de nuevo. Esperé ansioso tu respuesta, que no llegaba. Te levantaste, creo que con intención de irte, pero te agarré de la mano.

-Por favor...- exigí con ojos tristes. Daba la sensación de que era algo malo, por eso no querías decírmelo.

Te frotaste la frente mirando hacia los lados, indeciso.
Notas finales: Dejadme vuestra opinion, por favor! Cuantos mas reviwes vea, antes subire el segundo capitulo (anda que... u.u menuda chantajista que soy xD)

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