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Demencia por chibiichigo

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Notas del fanfic:

Clausula de propiedad intelectual: Kishimoto es el dueño de los derechos de su obra Naruto y yo no percibo beneficio económico alguno por mi trabajo.

Notas del capitulo: Bien... es un fic de media noche que no planeaba escribir porque son las 2:15 de la mañana y mañana tengo colegio y todavía no termino mi bendita tarea pero... sencillamente me nació.
Espero que les guste:

 

Cada vez se sentía más asombrado por lo poco que sabían los que hablaban del sentido común. Decían que todos los caminos llevaban a alguna parte, cuando él, que había andado por mucho tiempo en busca de un destino se veía regresando cada noche a su conclusión primigenia: Su camino, el camino que él había elegido y por tanto le pertenecía, llevaba a ninguna parte.

Podía ir y volver de muchos sitios, pero encontraba el mismo sendero de sueños perdidos e ilusiones rotas; el espacio donde una pila de sonrisas rotas se erguían orgullosas entre un valle de angustiosa culpabilidad. Regresaba cada noche al mismo bosque de soledad que él mismo, de la manera más orgullosa había sembrado y cultivado durante tanto tiempo que bien podía haber nacido junto con él; siempre volvía a ese valle de los “te quiero” resecos y estériles.

No iba a ninguna parte, jamás. Sin importar dónde estuviese ni mucho menos con quién, las tinieblas con las que había aprendido a convivir se hacían presentes trayendo de nuevo el rancio eco de la culpabilidad.

Porque era su culpa…

Poco había sabido él al momento de sus actos que aquella sangre que le teñiría las manos marcaría igualmente el resquicio de humanidad deshumanizada que agonizaba en el interior de su marchito corazón. Había pecado de ingenuo al creer que aquello quedaría impune ante su propia, retorcida moralidad… Completamente ciego ante la deslumbrante realidad, siempre palpable: No había matado por una orden, ni por amor. Había matado por odio, por repulsión hacia sí mismo.

Había destruido todo lo que se parecía a él por el mero hecho de aborrecerse, de eliminarse a sí para poder terminar con la vocecilla que resonaba vehemente en sus adentros, punzándole casi como una condena prometeica. Se había querido construir destruyendo a los demás…  ¡Qué estúpido había sido! ¡Qué falsa lealtad era la que había mostrado por una aldea que no lo vería como nada más que un asesino! ¡Qué falso, repulsivo y vulgar cariño se había empeñado en tener por su hermano!

Esos ojos inocentes, teñidos del violáceo color de la confusión y por la parda desazón. Esa criatura que había visto el exterminio incluso sin haber estado presente, esperando pacientemente que se gestara dentro de él un hilo conductor de su propia demencia; hasta que el más ínfimo rastro de humanidad se hubiera marchado ya de su pútrida consciencia, absorbida por la soberbia y la petulancia que siempre había intentado esconder del mundo.

¡Había visto esos ojos que le maldecían con su miedo todas las noches, y no había podido… no, no había deseado terminar con él! Pudo ver en esos ojos, en una mirada tan joven y tan vieja a la vez un odio tan profundo que resultaba imposible siquiera mostrarlo: un desprecio más allá de los límites de lo imaginable, y no por el espectáculo a su alrededor, sino por haber sido él el  director de aquel garrafal desplante de petulante poderío.

Esos gélidos orbes color noche que le acosaban y desgarraban las entrañas con el frío fuego de su odio… que le exigían una explicación, una negación, un algo… Lo que fuera.

Y él se dio la vuelta, dejándole tendido en el piso y sabiendo que aquel niñato respiraría venganza y desesperación por ser el mejor. Que había bebido de la sangre de su clan el elixir del odio y ya no había marcha atrás… Lo sabía, sabía que lo odiaría.

Y no tenía problemas con ello, en absoluto.

 

Su infierno personal, que dejaba el fétido olor a sangre en las ropas y las manos no se había ido nunca; aquel murmullo imperceptible de su consciencia reverberaba estridente por sus adentros, devolviéndole un poco de la humanidad que no quería recuperar, que siempre había despreciado.

Cada noche escribía la enésima autobiografía de un fracaso vestido para el mundo como victoria, como despotismo, como asesinato… Quizás incluso, para los más condescendientes, como benevolencia para el más pequeño de su clan. Pero, él lo sabía y había gestado eso durante mucho tiempo: Había sido ése el más grande de sus fracasos, porque respetar una vida le había quitado mérito a las cincuenta que había arrebatado.

 

 

 

 

Por ello, a la mitad de esa efímera lucha eterna, cuando sintió que sus fuerzas escapaban de su cuerpo y que la resistencia de sus piernas se extinguía, pudo sonreír feliz, retorcida, cínica y extáticamente feliz. Aquel bosque de míseros recuerdos de lo que nunca había sido se iba extinguiendo poco a poco para darle, de entre la niebla, el claro atisbo de seguridad: No había sido un fracaso. No había fallado ocho años antes, ni dieciséis… Había sido un éxito rotundo.

Lo supo cuando pudo olfatear la rabia que emanaban los fieros orbes de su hermano, que habían perdido el tono violáceo para dar paso al rojo. A la ira, a la sed de destrucción, al odio más profundo e infinito que nadie pudiera jamás haber visto: Tuviese o no el Sharingan activado, los ojos de Sasuke eran rojos como los de un criminal. Los mismos orbes de asesino que él poseía incluso desde mucho antes de matar a nadie; el símbolo de su maldad nata, de su irreverente existencia caduca.

Intentó acercarse a él lo más que pudo antes de tener la certeza de que sus miembros no le responderían más. Quería admirar esos ojos que habían sido víctimas y victimarios al mismo tiempo, de su propio verdugo.

Rabia…

Odio…

Histeria…

Necesidad de aniquilarlo, con tal vehemencia que no cabía en un solo cuerpo…

 

Unió sus dedos, dispuesto a tener el último gesto de hermandad con aquel ser tan entregado a sus instintos que no parecía racional, esperando poder tener un último acto escabroso dibujado de redención maltrecha. Y así, fue que volvió a tocar esa nívea frente que le recordaba antaño con repugnancia, escrita como sonrisa en su rostro.

Esperaba que su hermano encontrara, de nuevo en aquel recuerdo mal revisado tantas veces en el archivo de su memoria, ése pequeño elemento. Quería que todo tuviera sentido… aunque no lo hubiese tenido en su momento, ni nunca. Porque entre los dos habían construido mentiras, y ya no lograban discernir la realidad plasmada frente a ellos de manera tan surreal.

Deseaba que con aquello, toda la locura y el odio que había sentido parecieran fundados. Que todos aquellos crímenes injustificados encontraran finalmente justificación para su vengador. Y pudo verlo, mientras exhalaba el que sería su último aliento:

Miedo…

Confusión…

Desesperación…

Soledad…

Una vorágine de sentimientos encontrados…

Quería matarlo, pero no quería que muriera…

 

La mentira de lo que fue y la verdad de lo que nunca fue.

Pudo atisbar el desengaño del menor al enterarse que había dedicado todos sus esfuerzos en alcanzar una meta equivocada, mientras había jugado en el mismo lado del enorme tablero de ajedrez de la vida que todos sus enemigos; aunque Itachi sabía que no era así. No había existido lealtad a la aldea ni cariño a su hermano para guiar sus acciones, sólo su mero deseo narciso.

Si había destruido a todos era porque le recordaban a sí mismo… Porque quería ser único, el hijo ilegítimo de aquel dios pecador que le había mandado al mundo; y había querido que Sasuke lo viera, que lo persiguiera por siempre sólo para poder corroborar que lo que había sido ya no estaba. Que era libre finalmente: Sin ataduras, sin latidos de corazones ajenos.

 

Lo había entregado como sacrificio a la demencia, a su demencia…

Había exterminado a aquella vida. Lo había consagrado y condenado a su propia destrucción sólo para mostrarse a sí mismo hasta qué punto era capaz de controlar a la gente… Hasta dónde podía llegar.

 

Ahora podía morir en paz… Tan en paz como aquella putrefacta alma suya le permitiera.  

Notas finales: Bien... espero que les haya gustado.

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