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Ángel por Seiren

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Notas del capitulo:

No los estoy engañando cuando les digo que este capítulo está escrito desde hace mucho tiempo, años ya. Pero es que no estaba segura. De pronto sufrí un destellazo de lucidez y me di cuento de que no había planificado esta historia tan bien. Lo siento por eso. Soy una irresponsable. Pero les dije que la terminaría y planeo hacerlo aunque me tome mucho tiempo. Aunque supongo que les alegrará saber que nos estamos acercando al final. 

Les haría un resumen, pero ni yo misma recuerdo bien cómo iba la cosa (soy una irresponsable) XD

William seguía dando vueltas por la habitación. Observaba su vasta colección de guitarras y les sonreía y las acariciaba como si se trataran de cachorritos. A su espalda, Alex yacía incrédulo, sentado sobre la cama, con los brazos a los costados, ambas manos aferrándose a las sábanas. Lloraba. No sabía por qué lloraba. No encontraba nada dentro o fuera de sí por lo que valiera la pena llorar. Pero dolía. La palabra «hermano» aun retumbaba dentro de su cabeza y le hacía perder los sentidos. Todo era una broma, tenía que serlo...

 

Mientras tanto Rafael, quien ahora bebía un vaso de Whisky, observaba con dedicada sutileza una fotografía. En ella se veía a sí mismo y a Misael, había sido tomada después de un encuentro deportivo en la universidad a la que ambos habían asistido. Ladeó una sonrisa, dio otro sorbo a su bebida y luego, en un arranque de furia, rompió la fotografía hasta que sólo quedaron pequeños pedazos de ésta regados sobre todo el escritorio.

 

— ¡Buenos amigos! —gruñó. Su tono de voz no era para nada amable, y su semblante se había descompuesto por completo, dejando al descubierto su verdadera y macabra naturaleza.

 

Si había una razón para que ambos hombres permanecieran tan cerca uno del otro era que ambos lo preferían de esa manera, como dictaba el viejo dicho «Ten a tus amigos cercas y a tus enemigos aún más cerca». Así habían hecho ambos toda la vida. Esa era una contienda que sólo ellos dos sabía que se desarrollaba.

 

Rafael, de hecho, metió mano para que Misael perdiera el caso, pero todo fue un error de calculo al menospreciar la influencia alcanzada por su enemigo. Además, al final no quiso involucrarse demasiado, no quería atraer problemas innecesarios. Sabía también —y de sobra— que todos los cargos levantados en su contra eran verdaderos. Misael era un hombre terrible, y probablemente sólo él conocía en toda su extensión la verdadera naturaleza de la bestia.

 

Después de beber la última gota, volvió a llenar el recipiente, esta vez bebió todo el líquido de un solo trago y estiró su mano para poder alcanzar el teléfono. Una voz masculina y sombría contestó del otro lado, y las palabras que tanto temía habían sido pronunciadas: sigue vivo.

 

Después de que Alex se marchara de su despacho, Rafael realizó unas cuantas llamadas. Desde el inicio sintió una creciente inquietud por la apariencia del niño, cuando vio a Alex junto a Abigail esa inquietud aumentó. Siempre estuvo al tanto de la relación de Misael con cierta prostituta cuyos servicios él mismo había requerido en varias ocasiones. Se opuso a dicho matrimonio, no porque le importara la reputación de su «amigo» sino porque temía que la mujer hablara más de la cuenta. Para su sorpresa, la mujer no abrió la boca en absoluto.

 

Otra cosa que Rafael también llegó a saber fue la existencia de un pequeño. Dudaba que fuera el suyo, porque había pruebas de sobra que le corroboraban que la mujer había llevado a cabo el aborto que éste le había pedido, y fue precisamente por eso que no le dio importancia al asunto. Pero ahora era diferente. Todo se estaba desmoronando. Se condenó por no haber indagado más al respecto, simplemente supuso que la mujer había quedado preñada nuevamente, y dada la naturaleza de su trabajo era algo que podía suceder fácilmente y por lo que no tenía —necesariamente— que preocuparse.

 

Pero Alex era su viva imagen. Rafael tomó una antigua fotografía en dónde Misael nuevamente aparecía a su lado, la diferencia era que ambos no parecían tener más de quince años. La arrugó y la tiró a una esquina, para luego, con mucha furia, estrellar el vaso contra la pared.

 

Había cometido un error y tenía que remediarlo.

 

— ¿Qué estás planeado, Misael? —le preguntó a la nada. Fijó su vista en la puerta pero rápidamente desvió la mirada. Había tenido un pensamiento, fue más como una premonición. Se vio a sí mismo deshaciéndose del niño, después se vio nuevamente a sí mismo pero esta vez torturando a la prostituta que era la única culpable de su reciente problema.

 

Era hora de moverse.

 

Tenía que remediar el problema. Aún no entendía por qué no había matado a la prostituta si desde que vio cómo se relacionaba con su enemigo comenzó a suponerle un inmenso problema. Recordó entonces que un atentado en contra de una de sus más prestigiosas compañías había acaparado por completo su atención a tal punto, que cuando se interesó nuevamente por la mujer, ésta estaba a punto de contraer nupcias con Misael. Una vez adentrada en ese terreno se le hizo muy difícil acercársele, por lo menos no podía hacerlo sin el temor de despertar sospechas, entonces la dejó ir, no había nada, después de todo, que la mujer pudiera usar para incriminarlo. O eso pensó.

 

Todas esas creencias de desvanecieron rápidamente. El culpable era el niño que Misael había traído consigo. Rafael enseguida supuso que Misael estaba al tanto de todo lo ocurrido y casi entró en pánico. Si había una cosa que Rafael si defendía, y a diferencia de Misael, era a su familia, él amaba a su esposa, pero aparte de eso, tampoco quería un escándalo que ensuciara su impecable imagen, pero por sobre todo, estaban las empresas que había obtenido gracias a una garantía que no tenía que quebrantar jamás. Un escándalo de esa magnitud haría que su esposa se retirara con el 30% que le pertenecía. El porcentaje por el que él mantenía el poder absoluto sobre todos los socios. O peor aún, que en su despecho, buscara nuevas alianzas que lo dejaran incluso peor parado. No podía permitirlo. Ella jamás tenía que enterarse.

 

 

 

Alex se levantó de su lugar. William seguía consintiendo sus guitarras, pero cuando vio que el niño se iba, casi por inercia, lo detuvo.

 

—Somos hermanos... —William lo miró seriamente, como si de esta manera tratara de demostrarle que no mentía.

 

—No me gustan este tipo de bromas —apuntó Alex.

 

—Pero si no es broma —habló William esta vez con más seriedad, lo que le otorgó un aire de honestidad a su semblante.

 

Con mucha delicadeza, William llevó al niño nuevamente a la cama, lo sentó y se acomodó a su lado. Sabía que tenía que escoger las palabras adecuadas, además esa era una historia un tanto complicada y tenía que hacerla parecer lo más verídica posible para que dentro del pequeño no quedara ninguna tan sola duda.

 

Las intenciones del universitario eran bastante difíciles de precisar. Su rostro era un mar de expresiones neutras y desconcertantes, ¿decía la verdad o mentía? Nadie le atinaba a la primera, simplemente era un muchacho un tanto complicado, mucho más de lo que aparentaba.

 

Probablemente nadie lo conocía de esa manera. Para sus amigos, incluso los más cercanos, William era un muchacho alegre, zafado y sin inhibiciones; era un aspirante a músico frustrado; y no porque no se le diera bien la música, sino porque su padre había movido cielo y tierra con el propósito de truncar sus aspiraciones. Contrario a lo que cualquiera pudiera llegar a pensar también era fiel y leal aun con esos amigos que lo malinterpretaban; bebía mucho pero jamás en exceso, o eso pensaban porque jamás se le veía tirado en alguna acera todo vomitado; lo cual era raro; pero una vez frecuentándolo te dabas cuenta que simplemente tenía el organismo para beber y beber sin emborracharse. Eso era considerado un don.

 

William amaba a su hermanita Abigail, era un amor que superaba todo aquello que jamás creyó. Era su pilar, su sustento, su fuente de alegría... por eso había hecho todo esto. No quería que su hermana, cuando creciera, fuera convertida en una puta con el propósito de ganarse ciertos clientes, o cerrar ciertos negocios. No quería que Abigail fuera otra de las cartas de triunfo de su padre. Esto después de escuchar una conversación con un empresario muy poderoso. «Casemos a nuestros hijos», habían dicho ambos hombres para garantizar una justa unión entre ambas empresas. Eso parecía sacado del siglo XVI pero William sabía muy bien que podía hacerse realidad.

 

—Sé que es verdaderamente increíble lo que te dije, pero llevo tras tu pista un buen rato. Por error escuché una conversación entre mis padres... —suspiró—. En su momento no le puse mucha atención, pensé que era una pelea como muchas de las que tienen; pero cuando papá comenzó a inmiscuirse en mi vida decidí que ya era hora de hacer algo y gracias a eso descubrí unas cuantas cosas...

 

— ¿Desde cuándo sabes...? —preguntó Alex. Tenía la cabeza gacha, por alguna razón se sentía avergonzado y no podía dejar de ver sus propias manos entrelazadas sobre sus piernas; ya hasta las sentía sudorosas, pero no le importaba.

 

—Hace un poco más de un año —contestó William. Esto a Alex le provocó algo bastante parecido al dolor.

 

— ¿Pensaste alguna vez en ir a buscarme? —inquirió esperanzado, quería que la respuesta fuera sí, quería creer que, sin que él lo supiera, alguien ahí afuera se preocupaba por su bienestar.

 

—No voy a mentirte —habló William, buscando, sin darse cuenta, el rostro del menor para ver qué expresión ponía —, pensé en ir a buscarte cuando realmente te necesitara... quería y aún quiero quitarme a papá de encima, pensé que si lo amenazaba con tu existencia... también... no quiero que Abigail lleve esta vida, no quiero que se desarrolle en un mundo tan falso...

 

—Entiendo —masculló el de los ojos grises, no quería seguir escuchando. Pero el hecho fue que no pudo evitar sentirse lastimado, aun cuando muy en el fondo sabía que no tenía que esperar nada.

 

El universitario vio la cara de decepción en los ojos del adolescente, y eso hizo que su consciencia se retorciera dolorosamente. No quería pensar que él era el malo en esa historia, quería pensar, de hecho, que era una buena persona porque hacía todo lo posible para proteger a su tan amada hermana menor. Pero ahora que tenía a una de las piezas del juego ahí, sentado, temblando y casi sollozando a su lado, no pudo evitar sentirse un tanto mal.

 

Pasó saliva dificultosamente, con sus manos peinó su cabello hacia atrás, le pegó otra mirada a su querida colección de guitarras y después de todo eso se obligó a mirar nuevamente a Alex. El niño tenía los dedos de sus delicadas manitas fuertemente entrelazados, éstas, a su vez descansaban temblorosas sobre sus piernas. Tenía la mirada baja, y aun de perfil el joven pudo ver cómo, con dolor, mordía sus sonrosados labios. William sabía, aunque sólo en teoría, lo que el chico había sufrido... lo que estaba sufriendo…

 

Con elaborada paciencia posó su mano sobre las manos de Alex, buscó, sin éxito alguno, la mirada de menor; insistió e insistió porque el dolor en su pecho no le permitía darse por vencido.

 

—Alex... —lo llamó, y sin querer su voz salió impregnada de preocupación y algo que fácilmente podía ser confundido con algo más profundo que el simple sentimiento de fraternidad entre amigos.

 

—Entiendo... —repitió Alex.

 

Y por supuesto que entendía, de hecho nadie mejor que él entendería esas cosas. Ese era un mundo al que a él tuvo que acostumbrarse a la fuerza y para ser sincero las intenciones de William no le parecieron del todo malas. Lo hacía para proteger a su hermana, claro que no iba a tomarse la molestia de preocuparse de un desconocido como él. ¿Y qué si eran hermanos, o medios hermanos, o lo que fuera? ¿Y qué si conocía la vida que había llevado hasta ahora? Nada de eso importaba. Sólo su hermana importaba, esa muñequita de cabellos castaños y ojos destellantemente grises.

 

—Si es para ayudar a tu hermanita —susurró Alex —, con gusto te ayudo... si necesitas que diga o haga algo... puedo hacerlo...

 

Su voz temblaba porque sentía que se estaba poniendo a merced de una persona que no conocía y que bien había dicho todo eso con el fin de manipularlo. Pero al recordar la dulce sonrisa de Abigail, sus gestos delicados e infantiles, sus melodiosas carcajadas; no pudo dejar de sentir la necesidad de hacer algo. La niña llevaba una buena vida, así había sido hasta ese momento, pero él más que nadie sabía que ese era un tesoro difícil de conservar, sabía que podía ser robado con preocupante facilidad. No quería ver a esa linda muñequita destrozada en un rincón, ni siquiera lograba concebir la idea de verla llorar. En ese momento Alex supo que no quería ver a ningún otro niño ser obligado a llevar la vida que él llevaba.

 

—Alex...—lo llamó William nuevamente —. ¿Sabes lo qué estás diciendo?

 

—Lo sé —contestó Alex con seguridad, levantando el rostro y tomando la mano de su supuesto medio hermano.

 

—Mira, sé que debes estar muy cansado, pero lo mejor será hablar ahora que no tenemos a nadie encima, ya mañana o pasado mañana será muy difícil, si hay algo que no hay en esta casa es privacidad. —Alex asintió y William continuó hablando —. Muy bien. Escucha Alex, esas dos bestias simulan llevarse bien pero lo cierto es que se odian. Siempre están cerca el uno del otro para encontrar esa grieta que les permita ganar ventaja. De alguna manera Misael se enteró de que eres hijo de mi padre... —confesó el universitario en vos baja —, por eso te trajo aquí, sabía que mi padre te reconocería inmediatamente.

 

— ¿Cómo se enteró? ¿Cómo estás tan seguro de todo eso?

 

—Eso es lo de menos..., seguramente tu madre le haya confesado algo, lo cierto es que se suponía que tú no tenías que haber nacido.

 

—Eso lo sé —dijo Lucas recordando las crueles palabras de su madre en donde lo mencionaban a él y algo relacionado con un embarazo no deseado y un aborto.

 

—Papá le dio una enorme suma de dinero a tu madre el día en que ella le entregó los papeles en donde efectivamente decía que había abortado. Yo vi esos papeles, había firmas médicas, de testigos, de todo. Después de eso mi padre y tu madre jamás se volvieron a encontrar. De hecho, mi padre sólo supo de nuevo de tu madre por la invitación a cierta boda. Papá, como era de esperarse, se enfureció. Temió que a la mujer se le soltara la lengua y dijera cosas que no debía. Pero pasó el tiempo y parecía que ella no había dicho nada; y debido a esto y a que sería demasiado sospechoso acercarse a ella, dejó el asunto atrás.

 

—Pero mamá si dijo algo, ¿verdad? Misael ya sabía quién era mi padre.

 

—Así es, y una de las razones por las que aún no ha actuado es porque estaba en la espera de una oportunidad. Esa oportunidad ya está aquí. Los negocios de papá están en peligro, durante años Misael ha querido hacerse con todas las acciones pero por alguna razón mi papá siempre ha conseguido la forma de impedírselo.

 

— ¿Y yo qué tengo que ver en todo esto? ¿Qué importa que sea su hijo? Sinceramente no creo que le importe...

 

— ¡Le importa! —exclamó William —. Papá es orgulloso, no le gusta que los demás vean sus debilidades y sus errores, y tú eres el mayor error de su vida... —El universitario dejó de hablar por temor a haber usado palabras demasiado rudas, buscó rápidamente el rostro de Alex, pensó que lo había lastimado, pero igual continuó hablando —. Misael tiene los resultados de las pruebas de ADN las cuales claramente afirman que eres su hijo. Papá ni siquiera se dio cuenta de cuándo fueron hechas tales pruebas, no tiene idea de cómo se le salieron las cosas de las manos. No sabe absolutamente nada.

 

— ¡Pero qué tiene que ver! —Alex seguía sin comprender — ¿En qué le afecta que el mundo sepa que tuvo un hijo con una prostituta? No entiendo.

 

—Cuando mamá se enteró de que papá había preñado a una... —titubeó, pasó saliva y continuó —. Cuando se enteró que dejó embarazada a tu madre, se puso como loca, o eso fue lo que averigüé. También supe que estuvo a punto de dejar a papá, pero papá la convenció de que no lo hiciera a cambio de tres cosas. Mamá le hizo prometer a papá que no volvería a cometer infidelidad firmando una clausula en donde específica que las consecuencias económicas serían devastadoras, además de eso, protegió el 30% que ya le correspondía en acciones de la empresa y las aseguró, y por último, le hizo prometer que se desharía de ti. Conseguí todos esos papeles, te los puedo mostrar si no me crees.

 

— ¿Por qué no simplemente pidió el divorcio?

 

—Dinero —contestó William —. Papá podría ser el socio mayoritario, pero si mamá jugaba bien las cartas, con ese 30% y un par de aliados... Y el orgullo de mamá, siendo tan hermosa, tan deseada... que alguien eligiera a una prostituta antes que a ella...

 

Era un mundo terriblemente complicado en donde parecía que lo único real era el dinero. Todo se decidía en torno al dinero, sin importar mucho la vida de los demás.

 

—Si se hubieran separado, Abigail no habría nacido —suspiró William y con ese pensamiento dejó de importarle el que sus padres no se hubieran separado, lo único que importaba ahora era liberar a su hermana.

 

— ¿Esto se tiene que revelar en algún momento en especial o…? —Alex suspiró, estaba cansado, sus párpados se sentían pesados y tenía la boca seca —. No entiendo absolutamente nada. Este es un mundo que jamás entenderé, estoy cansado, sólo dime qué debo hacer.

 

—Sé que estás cansado —susurró William deslizando su mano hasta la espalda del menor para infundirle ánimos —. Sé también que es muy egoísta lo que te pido… sólo… quiero ser libre, quiere que Abigail sea libre, quiero alejarme de todo esto.

 

«También yo —pensó Alex—. Pero yo soy débil, jamás podré hacerlo.»

 

—Eso lo entiendo —dijo en su lugar —. No te preocupes, no tienes que disculparte, en tu lugar, habría hecho lo mismo.

 

Mentira. Él no era lo suficientemente fuerte para usar así a los demás. A pesar de haber sido utilizado en infinitas ocasiones, nada le proporcionaba la determinación suficiente para desquitar en los otros todo eso que él había sufrido. Alex, en ese momento, por fin lo entendió todo, por fin se entendió a sí mismo. Si había sufrido tanto tiempo, en silencio, en soledad, completamente aislado de las personas, era porque era demasiado puro, demasiado bueno y desinteresado. Es éste tipo de personas las que están destinadas al sufrimiento.

 

 

 

Llegada la mañana encontró muy difícil levantarse. Sus párpados aún se sentían pesados y un extraño dolor había embargado todo su cuerpo. Cuando por fin llegó al comedor se encontró una escena que, de haber sido interpretada por otros actores, la habría encontrado de lo más hermosa y sincera: Rafael se sentaba a la cabeza del comedor, su esposa a su lado derecho, seguida de Abigail. A su mano izquierda yacía sentado Misael, y después de éste, William, que platicaba con el monstruo abierta y animadamente, como si en realidad le guardara especial cariño.

 

Un escalofrío reptó por todo el cuerpo de Alex. Era increíble como todas esas personas vivían sumergidas en mentiras y falsedades. Era aún más increíble que no se cansaran de ello.

 

—Buenos días —saludó al fin, tímidamente. No sabía en dónde debía sentarse, pero una sirvienta se acercó y lo guió, lo que resolvió el problema.

 

Abigail enseguida lo recibió con una radiante sonrisa. Alex la saludó una vez más, pero esta vez, como si ella fuera la única persona presente en ese enorme comedor y, con un cariño salido de la nada, besó ambas mejillas de la pequeña y le dijo lo linda que se veía esa mañana. Volviendo a la realidad, se fijó en los ojos de William pero, por temor a que sus intenciones fueran demasiado obvias, decidió que lo mejor era interponer cierta distancia entre ambos, al menos mientras no estuvieran solos. No tenía ni la menor idea de lo que William tenía planeado hacer o cuándo lo llevaría a cabo, pero Alex había decidido obedecer cada una de sus órdenes sin chistar, todo por la inocente niña que yacía a su lado.

 

—Me parece que no te he presentado a mi hijo —habló Rafael —. Alex, él es William; William, Alex.

 

Alex sonrió con cierta timidez, temía que no fuera lo suficientemente bueno mintiendo y que su plan, o casi plan, fuera descubierto en su mirada, en su comportamiento, en sus palabras.

 

—Hola —dijo tímidamente, posando su mirada fugazmente en los ojos de William para luego fijarlos en el tazón que tenía en frente. Eso de fingir se le daba verdaderamente mal.

 

—Hola –saludó William con más naturalidad, y cómo habría de esperarse en él, no dijo más nada.

 

 

 

Esa tarde todos salieron a divertirse. Centros comerciales, restaurantes de lujo, incluso el cine. El día fue infinito. Alex seguía confundido con todo el asunto, y al ver cómo William se comportaba con sus padres comenzó a dudar. ¿Y qué si todo era una trampa? William bien podría haberlo engañado, no alcanzaba a comprender por qué, si ciertamente él poco poder tenía sobre Misael, influenciarlo no serviría de nada. Pero claro, él jamás entendería la manera en que esas personas pensaban.

 

Cuando por fin volvió a la casa, completamente exhausto, se pasó mucho tiempo metido en la tina de baño. Su piel comenzó a arrugarse como pasa y sus labios estaban un poco morados. Intentó volver a pensar en la situación, quizá lo mejor era no confiar absolutamente nada en William. Divagó otro momento, pero despertó al ocurrírsele algo… ¿Y si Misael lo encontraba con Rafael? Se sintió sucio con tan sólo pensarlo, se suponía que él era su padre, su padre biológico al menos, pero… ¿Serviría de algo?

 

Sintió asco de sí mismo, ¿acaso no podía pensar en otra manera de cambiar las cosas? ¿Acaso su subconsciente estaba completamente ahogado en la idea de que todo se puede conseguir mediante el sexo? Con el agua aun chorreando de su cuerpo, se vio en el espejo. «Puedo hacerlo», se dijo. Sí, seguramente Rafael estaba en su oficina, él pasaría inocentemente, sólo usando la bata de baño, se le insinuaría, se le… «Doy asco», se condenó en silencio.

 

No sabía con qué intención Misael lo había llevado a esa casa. Y lo peor era que las cosas se habían enredado más.

 

 

 

Mientras tanto, Misael y Rafael platicaban. Por fuera podía parecer una conversación amigable, incluso banal, pero lo cierto era que se estaban amenazando fuertemente.

 

—Dudé mucho en traerlo —dijo Misael —, pero he disfrutado grandemente cada una de tus reacciones. Demoraste en descubrirlo, pero cuando lo hiciste…

 

—No tienes pruebas.

 

—Las tengo —sonrió —. Y tu hijo sabe que las tengo. Lleva tras de mí y buen tiempo y sospecho que tú no estabas ni enterado. La edad ya te está pasando factura, estás siendo demasiado descuidado.

 

— ¿Qué es lo que quieres? —inquirió Rafael casi resignado.

 

—Me gustaría verte destruido pero no hay necesidad de ir tan lejos, sólo quiero una de tus empresas, y que me sedas unas cuantas acciones, nada exagerado, nada grande, pero igual representativo. Nada como el 30%, por supuesto… —dijo, haciendo alusión al poder que su propia esposa tenía sobre él. Misael lo sabía muy bien, sabía que para guardar las apariencias una flor de jardín era más que suficiente, el mayor error de Rafael fue creer que atándose a una mujer exitosa y rica podría crecer más. El choque de fuerzas, ambición y dinero puede resultar muy peligroso si no se sabe jugar. Él lo sabía más que nadie, vio a sus propios padres destruirse, y sabía que no cometería el mismo error. Si todo el mundo iba a parar al mismo lugar al morir, más le valía disfrutar la vida mientras la tenía, sin importar a quién destruía en el proceso.

 

—Estás siendo ingenuo si crees que una transacción de esa magnitud se puede realizar sin despertar sospechas. Ya tenemos a medio mundo encima de nosotros como para exponernos de esta manera tan ridícula e infantil.

 

—Y tú estás siendo ingenuo si crees que me retiraré con menos —sonrió Misael —. ¿O pretendes que ignore tu presencia en el juicio en mi contra? Porque puedo hacerlo, claro, pero con esas mismas condiciones.

 

Rafael se puso tieso, casi en guardia, como si esperase un ataque mortal en cualquier momento, aunque éste hacía mucho había llegado. Trató de moderar su respiración, pero ésta se hacía más profunda y pesada, como la atmósfera que los rodeaba a ambos. Por un segundo creyó que nada le importaba, que de tener un arma mataría a Misael en ese mismo instante, dejaría que se desangrara y luego lo destazaría y enterraría para que los gusanos devoraran su sucia existencia. No podía aceptar la derrota así como así, no quería. Y sin embargo, sabía que sí, había sido lento, que Misael le había ido ganando terreno, hasta el punto que comenzó a ignorar las cosas porque el orgullo no le permitía aceptar la derrota por las buenas.

 

—Se sentía delicioso —masculló Misael, divertido— el penetrar ese pequeño cuerpecito sabiendo que lleva tu sangre. Esos gritos tan dulces y adorables y ese parecido tan innegable... Me alimentó, ¿sabes? El orgullo, el morbo. Nunca se me pone tan dura como cuando estoy con él. Y ya sé, ya sé —continuó—, que no era algo que querías, que mandaste a deshacerte de él, pero, al fin al cabo, es algo, o fue algo tuyo, algo tuyo que profané, que ensucié, que devoré viciosamente hasta hartarme, hasta que me ponía duro otra vez y se la ensartaba en la boca y entre sus nalgas, hasta hacerlo gritar y sangrar, y en sus ojos, esos ojos tan ridículos, te veía a ti, de la misma manera que te veo ahora...

 

—Estás loco... —susurró Rafael, rendido.

 

—Loco se tiene que estar para conseguir lo que se quiere, amigo mío. No sé en dónde habrás dejado toda tu locura, pero ya no importa, ya es tarde para ti. Estás perdido.

 

 

 

Alex seguía sintiéndose mal consigo mismo. Honestamente seguía sin saber qué relevancia tenía su intervención en todo el asunto. Creyó que las intenciones de William eran demasiado ingenuas, que el mundo nunca funcionaba como se planeaba y que ese mundo sobre todo, no era tan predecible. Ellos sólo eran peones en el tablero de ajedrez, los verdaderos contrincantes ni siquiera estaban en la mesa, lo veían todo desde encima, y él sospechaba que desde esa altura se resolvería todo para bien o para mal, sólo tenía que esperar que movieran las piezas.

 

Era de noche y no tenía sueño, pero en lugar de recorrer la mansión se encerró en el baño. Siempre se sentía medio a gusto en el baño, aunque otras veces los lugares pequeños no le dejaban espacio muchas cosas salvo para pensar.

 

Y pensó en Kei, o más bien, lo recordó; su sonrisa, sus palabras, su tacto. No podía ser que siendo tan joven hubiera experimentado tantas cosas ya. Alex pensó que si moría mañana nadie podría decir que la suya había sido una vida aburrida. Fue de todo menos aburrida... y feliz. No había tenido nada de eso, nada de nada.

 

Una lágrima resbaló por su mejilla. Quería ver a Kei, quería abrazarlo y besarlo y que le dijera que lo quería y que sus existencia era importante para él, porque muy en el fondo sabía que su existencia pasaría desapercibida para el resto del mundo. «Pero tienes que hacer algo, tienes que moverte», se dijo a sí mismo. Salió del cuarto de baño y de su habitación. Los pasillos estaban iluminados pero solitarios. Alex caminó en silencio hasta la habitación de William. La luz estaba encendida, notó por las rendijas de la puerta, pero no llamó, entró sin más.

 

William lo quedó viendo un segundo, perplejo.

 

—¿Puedes garantizarme algo? —inquirió el pequeño —. Lo que sea. Por minúsculo que parezca, pero algo que me beneficie aunque no sea la gran cosa. Algo para mí y sólo para mí...

 

—Pero por Abigail, dijiste...

 

—Sé lo que dije, y lo sostengo —respondió—, pero también sé que nunca nadie responderá por mí. Si no me preocupo por mí mismo, ¿quién más lo hará? No puedo ir por el mundo haciendo buenas obras esperando lo mejor para los demás menos para mí. No puedo seguir viviendo así. Además —continuó—, estás siendo ingenuo. Muy ingenuo. No conoces este mundo, no conoces nada, no conoces el sufrimiento y ni te interesa el sufrimiento de los demás, de ser así, aunque fuera un poco, aunque fuera de lejos, me habrías... ¿Crees que él no lo sabe? ¿Crees que lo tomarás a él o a tu padre por sorpresa? Estás siendo idiota. Eres un idiota.

 

—¡Y tú qué sabes! —exclamó William, molesto. Claro que sabía que las cosas no eran fáciles, pero y qué había que perder. Si se enteraba su padre, ¿qué era lo peor que pasaría? Lo regresaría a la universidad, lo obligaría a vivir la vida que había planeado para él, pero nada peor que eso. Y Abigail sería una copia de su madre... y se decían tantas cosas de su madre... —. Hay mucho que perder, pero si no intento algo... ¡Crees que soy como tú! ¡Crees que voy a dejar que me violen día y noche sin hacer algo, sin defenderme, sin gritar!

 

Alex sintió un dolor inmenso en su pecho. Le faltaba el aire, le pasaba la piel, la cabeza le comenzó a dar vueltas y vueltas...

 

—Era sólo un niño —dijo— soy sólo un niño. Tenía miedo... sólo quería que alguien cuidara de mí, que me quisieran, que alguien lo detuviera, porque yo... no podía.

 

No lloró. Ni siquiera sintió el ardor en sus ojos. El ardor se quedó plantado en su pecho, y ahí permaneció largo rato. Ninguno de los dos dijo más. Alex dejó la habitación y corrió por los pasillos de la casa intentando encontrar un lugar por el cual escapar. Lo encontrarían, sabía bien, porque siempre lo hacía. Pero y qué más daba. Qué más quedaba. Quería morir más que nunca, quería morir en serio, no quería seguir siendo una pieza de nadie, ni quiera sufrir o que lo utilizaran para manipular a los demás o para saciar perversiones ocultas. Iba a morir, supo Alex entonces, y si iba a desaparecer quería escucharlo a él una última vez. Le daba igual todo el mundo. Le pesaba por Abigail, pero tarde o temprano la realidad le pega a todos. Y él no era una especie de mesías como para aceptar el sufrimiento de los demás y hacerlo propio para salvarlos. No se podía salvar a sí mismo, mucho menos a los demás.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Notas finales:

Y bien, ahí está, y ahí vamos.

Muchas gracias a todos por los comentarios constantes y perdón por no haber contestado. No sabía qué decir u.u Son los mejores.

Saludos.


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